Loe raamatut: «La cara de la muerte», lehekülg 16

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CAPÍTULO VEINTISIETE

Zoe ya estaba con el cinturón de seguridad puesto y golpeaba impacientemente su pie cuando Shelley terminó la llamada. Encendió el vehículo, y se dirigieron por la carretera, su GPS calculó la ruta más rápida y dirigía a Shelley para que girara al final de la calle con un tono robótico.

–Le dije que no dejara salir el tren ―dijo Shelley―. Nunca llegará a pasar por aquí.

–Eso no importa ―respondió Zoe, agarrándose fuerte al cinturón de seguridad―. Él preparó algo. Ella morirá en el momento en que estaba programado que el tren pasara por aquí, aunque nunca salga del terminal de trenes. Las vías no han sido manipuladas, ahora lo sabemos. Hay algo en el propio tren.

Los labios de Shelley estaban tan apretados que los bordes se volvían blancos.

–Lo sé ―dijo―. Tenemos un poco menos de dos horas y media para encontrarla, averiguar cuál es la trampa y liberarla de ella.

Zoe sacó su celular del bolsillo.

–Pediré refuerzos. El escuadrón de bombas, y otros especialistas que sabrán más que nosotras.

Los neumáticos del coche se comieron los kilómetros de distancia gracias a que Shelley siempre mantuvo el velocímetro por encima de 100 sin importar el tipo de camino que debían tomar. Afortunadamente las carreteras estaban casi completamente vacías ya que eran cerca de la una y media de la mañana. El único camión que adelantaron a alta velocidad les tocó la bocina, haciendo que el sonido se convirtiera en un silencio desconcertante cuando los dos coches de la policía estatal pasaron por allí.

Zoe se sujetó al cinturón de seguridad y a la manija de la puerta con los dedos de nudillos blancos. Su estómago estaba revuelto, pero prefería morir antes que decirle a Shelley que fuera más despacio. La vida de Aisha dependía de que llegaran rápido.

Shelley derrapó hasta detenerse en un ángulo totalmente incorrecto en el estacionamiento de la terminal de trenes, y Zoe salió a medias de la puerta mientras respiraba aire fresco para calmar su malestar. Ella estaba unos pasos atrás cuando Shelley corrió hacia el enorme edificio del depósito, con enormes aberturas donde las vías permitían la entrada y salida de múltiples trenes.

Había un hombre barrigón de metro y medio con el pelo enredado cerca de una entrada abierta, con un fajo de papeles en las manos que estaba hojeando a toda prisa. Por el hecho de que llevaba una chaqueta de invierno puesta sobre lo que parecía ser un pijama, Zoe supo que era el hombre que habían despertado para ir allí.

–¿Smith? ―gritó Shelley cuando se acercaron.

Él levantó la cabeza en reconocimiento, y luego agitó sus papeles.

–Estoy tratando de identificar el tren. Aquí dice que debería estar en el sexto hangar.

Los ojos de Zoe miraron hacia arriba, analizando la escala del lugar al entrar. Las vías y los trenes se extendían en la distancia. Contó nueve hangares en el frente del depósito, y desde esta esquina lejana pudo ver que se extendían con una profundidad de al menos sesenta coches. Había múltiples trenes en cada hangar.

–Llévanos allí ―le dijo Shelley simplemente, y él se dio vuelta y se adelantó a ellas, todavía consultando las notas a medida que avanzaba.

El sexto hangar estaba lo suficientemente lejos como para perder preciosos minutos, y entonces tuvo que comprobar y cruzar los planos antes de estar seguro de que estaban mirando el motor correcto.

–Es este ―dijo―. Servicio de carga. Treinta y seis vagones. Cada uno está sellado con una puerta individual, pero éste es para carga. La mayoría de ellos no tienen ventanas.

Zoe maldijo, mirando a lo largo del tren. Treinta y seis vagones sin ventanas. No hay forma de ver el interior sin ponerse en peligro.

–¿Cuáles tienen ventana? ―preguntó Shelley.

–Eh, veamos… El vagón del conductor, el sexto, el decimosexto y el último.

Zoe se volvió hacia los oficiales que las habían seguido, jadeando por haber corrido a través de la terminal de ferrocarriles.

–Vayan a comprobar esos primero. Si ven algo, informen inmediatamente.

Asintieron con la cabeza y salieron corriendo nuevamente, cada uno de ellos entendía plenamente que era una cuestión de vida o muerte. Un oficial por cada vagón. Sin saberlo, habían traído la proporción adecuada de gente.

La proporción hizo que Zoe pensara. ¿Los coches con ventanas tenían que significar algo, no? Uno, seis, dieciséis, treinta y seis. Una diferencia que se duplicaba cada vez. Cinco, luego diez, luego veinte coches entre ellos.

Este era el tren correcto, eso era seguro.

–¿Tiempo estimado de llegada de los especialistas? ―preguntó Zoe.

–Quizás treinta minutos, quizás un poco más ―dijo Shelley sosteniendo el colgante de la flecha de oro alrededor de su cuello, tan fuerte que cuando se soltó, Zoe vio la huella en la palma de su mano. ―Los llamaré para apurarlos. Y llamaré a una ambulancia, en caso de que los necesitemos.

¿Cuánto tiempo iba a llevar registrar todos los coches? Cuando los especialistas llegaran aquí, tendrían sólo un par de horas para analizar y comprobar los treinta y dos que no tenían ventanas. Dos horas para ser lo suficientemente minuciosos como para tener la confianza de que ningún agente ni oficial moriría al abrir la puerta.

No era suficiente tiempo.

Zoe se devanó los sesos, caminando adelante y atrás entre su tren y el de al lado. Su mente calculaba todas las posibilidades. Ella sabía dentro de su ser que los vagones que podían registrar ahora no serían los adecuados. No se lo habría puesto tan fácil. No se habría arriesgado a que alguien mirara por la ventana y viera algo que no fuera parte de la carga.

Tenía que haber algo aquí que le dijera qué coche elegir. No había forma de que él hubiera elegido uno al azar, no su asesino. No alguien con apofenia.

¿El vagón central? Parecía demasiado obvio, y además, con un número par de carros no había un punto muerto. Caería entre dos coches. Había treinta y seis, ¿así que tal vez un múltiplo de seis? ¿Pero qué quería decir el seis para el asesino? El número no había aparecido antes. No estaba en la secuencia de Fibonacci, y tampoco lo estaba el número de treinta y seis. ¿Qué le pasaba por la cabeza?

–Dime todo lo que puedas sobre este tren ―dijo Zoe, volviendo a hablarle al administrador del depósito.

Él tartamudeó por un momento, hojeando sus papeles.

–Uh, bueno, fue fabricado en 2008 ―dijo―. Vino aquí en 2013.

Ocho y trece. Esos números se le quedaron grabados en los bordes de la mente de Zoe, pero ella le hizo un gesto para que continuara.

–De trabajo pesado, para cargas pesadas. Está clasificado para transportar algunos materiales tóxicos de bajo riesgo. Hace entre dos y seis viajes al día, basado en los tiempos de carga y para lo que está reservado. Pasa por un promedio de cuarenta estaciones sin parar cada viaje, aunque a veces las entregas pueden ser más locales o incluso pueden estar divididas en diferentes estaciones.

Zoe le tendió una mano para que se detuviera. Ahora solo estaba diciendo palabras, sólo hacía un ruido sin sentido. No estaba hablando con números, ni patrones. Los promedios no tenían peso. Ella necesitaba los datos reales. Específicos.

Pero si los datos no estaban en el sistema que se usaba para planear los horarios de los trenes, entonces ¿quién tendría acceso a ellos? Ciertamente no un civil. No un forastero que tuviera que elegir un tren a pesar de no ser un experto en ellos. Había algo más simple aquí, algún patrón que debía ser visible desde el exterior. Algo que habría llamado la atención del asesino.

Ocho, trece. Zoe sabía por qué le habían llamado la atención, eran números de la secuencia de Fibonacci. Uno, uno, dos, tres, cinco, ocho, trece, veintiuno, treinta y cuatro…

Esos números dictaban las dimensiones y puntos de la espiral de Fibonacci. Y esas eran las víctimas que había tomado. Treinta y cuatro, el hombre fuera de su granja. Veintiuna, la mujer que caminaba al lado de la carretera. Trece, el estacionamiento. Ocho, Linda, la encargada de la gasolinera. Cinco, Rubie en el bosque. Tres, la empleada de la feria. Dos, él mismo, tirado en un charco de sangre en el restaurante. Y uno, Aisha Sparks, atrapada en el vagón del tren.

Tomando el hecho de que el primer y segundo punto de la espiral eran ambos el mismo número, y por lo tanto el mismo lugar, sólo habría necesitado matar allí una vez. ¿Qué quería decir? ¿La víctima debería estar en el primer vagón?

El policía asignado para revisar allí ya había hecho una búsqueda exhaustiva y siguió adelante. No había nada en la cabina del conductor, y si el asesino había empezado a contar desde el primer vagón de carga, habría acortado ese patrón de vagones con ventanillas. Lo arruinaría, porque tenía que contar el vagón del conductor. No podía ignorar las ventanas.

No podía ser el primer vagón. Tenía que pensar más allá de la secuencia…

No. No más allá de eso.

Sólo tenía que darle vuelta.

No había tiempo de explicarlo.

Tenía que correr.

CAPÍTULO VEINTIOCHO

La chica estaría en el trigésimo cuarto carruaje, para simbolizar la finalización de la espiral.

Shelley gritaba detrás de ella, pero Zoe seguía a un ritmo acelerado, pasando por delante de un par de policías aturdidos que bajaban de sus vagones hacia la parte trasera del tren. Se dieron cuenta y comenzaron a seguirla. Detrás de ella, Zoe podía contar tres pares de pasos y sabía que todos la seguían. A un lado, veía pasar los vagones, podía contarlos con tanta facilidad que podrían haber tenido sus números pintados en el lateral.

Treinta y cuatro coches era una larga distancia. Lo suficiente como para que no pudiera distinguir el coche correcto desde la parte delantera del tren, las reglas de la perspectiva lo adelgazaban y lo ocultaban de su percepción. Pero ahora ya estaba más cerca y podía ver su objetivo. Un vagón como todos los demás. Sin color ni marcas particulares. Pero era este.

Zoe se deslizó hasta detenerse, con el corazón en la garganta mientras intentaba recuperar el aliento. Sus ojos escudriñaron cada detalle del vagón desde el lateral, buscando cables que no correspondiera, raspaduras de pintura faltante, algo fuera de lo común. Pasó por encima de los conectores que estaban un poco más arriba que sus rodillas para comprobar el otro lado, dando vueltas alrededor de él con determinación.

–¿Es este? ―preguntó Shelley, sin aliento.

Zoe asintió bruscamente y dijo―: Está aquí. Es la secuencia.

Shelley pareció entenderlo, aunque no pudiera explicárselo, y se arrodilló para mirar debajo del coche.

–No puedo ver nada sospechoso.

Los oficiales se desplegaron instintivamente, reubicándose en los cuatro puntos del coche, haciendo su propio tipo de patrón. Zoe apreció sus esfuerzos, pero sólo la estaban obstaculizando. No había nada aquí que fuera obvio. Ese no era su estilo.

Se acercó a la puerta del coche y golpeó sobre ella, presionando su oído contra el metal para escuchar una respuesta.

–¿Aisha? ¿Puedes oírme?

No oía nada, aunque se esforzaba por oírlo. Se quedó quieta durante largos segundos, apenas respirando, esperando oír por fin un murmullo de sonido.

La chica no debía estar consciente. Zoe se imaginó un alambre afilado que se tensaba lenta e inexorablemente alrededor del cuello de una chica dormida y se estremeció, alejándose de la puerta.

¿Pero qué era eso? Se inclinó de nuevo hacia adelante, inhalando profundamente a través de su nariz. Había algo, algún tipo de olor débil en el aire…

Gas. Era gas.

–Está envenenando su suministro de aire ―dijo Zoe quedando sin aliento en cuanto se dio cuenta de lo que significaba. ―El coche se está llenando de gas.

Shelley se acercó a ella y presionó su propia nariz contra el hueco tan fino del sello de la puerta, y asintió con la cabeza.

–Puedo olerlo.

–Deberíamos esperar a que el otro equipo llegara aquí ―dijo uno de los oficiales con nerviosismo―. Podría explotar.

–Sólo si introducimos una chispa ―respondió Zoe, sacudiendo la cabeza. Apenas podía respirar, pensando en Aisha ahí dentro, pensando en cómo el gas lentamente debía estar ahogando sus pulmones. ―Por lo que sabemos no era un experto en el uso de este tipo de material. Hay muchas posibilidades de que lo haya hecho mal. Podría estar muriendo incluso ahora.

–O podría estar sufriendo un daño irreparable, incluso si la logran sacar de allí con vida ―coincidió Shelley, inclinando la cabeza para poner los ojos bien abiertos sobre Zoe―. ¿Qué estás pensando?

Zoe no estaba pensando en absoluto. Ya había tomado una decisión. Era la más obvia a tomar.

–Aléjense todos ―dijo―. Retrocedan. Voy a abrir la puerta.

–Deberíamos esperar a los especialistas ―dijo uno de los oficiales.

–No voy a esperar más ―insistió Zoe―. Su vida pende de un hilo. Tengo más rango que tú. Ve.

Los oficiales se alejaron sin dar más argumentos. Debieron ver la determinación en su cara, y sabían que no aceptaría un no por respuesta.

–Tú también ―añadió Zoe, volviéndose hacia Shelley―. Ponte a cubierto. Sólo en caso de que explote.

–No te voy a dejar. Empezamos esto juntas.

–Tienes una hija ―dijo Zoe tratando de mantener su voz firme y nivelada, pero se le estaba acabando la paciencia―. Shelley, necesito abrir esta puerta ahora. Ve con los demás.

Shelley se mordió el labio inferior y agachó la cabeza. Si había un resplandor en sus ojos cuando miró hacia arriba, seguramente debe haber sido un truco de las luces del depósito, y no que estaban llenos de lágrimas.

–Me quedaré aquí ―dijo―. Te cubriré.

Así como los oficiales se vieron obligados a ceder bajo la determinación de Zoe, ésta se encontró ahora frente a la voluntad inquebrantable de Shelley. Podría haber discutido, pero el reloj estaba corriendo.

–Quédate al lado de la puerta. Estarás protegida de parte de la explosión. Estén listos para moverse tan pronto como yo salga.

Zoe respiró hondo y esperó a que el sonido de los pasos se alejase en la distancia. Entonces, levantando los ojos al techo en una silenciosa súplica a un Dios del que no estaba segura de su existencia, puso la mano en el picaporte y la giró.

Se abrió fácilmente, las cerraduras electrónicas no funcionaban con el tren inactivo. El silbido del gas que se filtraba en el aire se hizo evidente tan pronto como entró, esperando que sus ojos se ajustaran a la oscuridad más allá del cuadrado de luz que ofrecía la puerta.

Entonces la vio.

Zoe saltó hacia delante y tocó con sus manos el cuello de Aisha Sparks, sintiendo con alivio un débil pulso que latía bajo la punta de sus dedos. En el rincón más alejado de la puerta estaba la bombona de gas, marcada con símbolos rojos que le decían a Zoe que sería mejor para ella salir de allí lo más rápido posible. Podía calcular que era lo suficientemente grande como para lograr una concentración muy densa en el aire del vagón para cuando se vaciara.

Se acercó a el gas, buscando una válvula o algo que pudiera apagar. Sus dedos encontraron un pequeño agujero en el lado del tanque, y el sonido del gas se detuvo cuando lo presionó. Era una solución temporal en el mejor de los casos. Buscando algo que pudiera pegarle por encima, Zoe sintió que ya se estaba mareando y lo abandonó. El tanque de gas podría ser manejado por los profesionales. No tenía las herramientas para tapar el hueco, y con esa pequeña abertura, no se habría vaciado ni la mitad.

Zoe notó la presencia de cuerdas en los tobillos y muñecas de Aisha cuando se movió para levantar a la adolescente en sus brazos. La chica pesaba sólo cuarenta y siete kilos con su ropa, y estaba completamente inconsciente, ni siquiera se movió cuando Zoe la levantó del suelo y se puso de pie con ella.

Ella salió de allí maniobrando torpemente su carga para cerrar la puerta con un codo y contener el gas por ahora. Entonces gritó, su voz resonando en los altos techos del depósito.

–¡La tengo! ¿Dónde está la ambulancia?

EPÍLOGO

Zoe no se sorprendió al ver el cielo gris y el clima fresco al llegar a casa. El avión aterrizó haciendo un ruido con las ruedas, los pasajeros dieron ese pequeño grito colectivo de sorpresa y luego se aliviaron al ver que rebotó en la pista de forma segura. Zoe dejó de mirar por la ventana y empezó a recoger sus cosas, cogiendo un cuaderno del bolsillo de la silla de delante.

–Espera un momento ―dijo Shelley a su lado, calmándola con un gesto. Alargó la mano y agarró una de las manos de Zoe, girando su cuerpo hacia ella. ―Sólo quería decir algo.

Zoe se puso tensa momentáneamente, pero luego se relajó. Con cualquier otra persona, ella habría estado esperando el discurso de que no irían a trabajar como compañeras después de esto y que deberían seguir por caminos separados. Pero no esperaba eso de Shelley.

Zoe ya no pensaba en Shelley como un inconveniente temporal que se iría en cualquier momento. Había demostrado que estaba comprometida a largo plazo. Zoe tenía la sensación de que su sociedad iba a funcionar muy bien.

–Nadie se va a enterar de tus habilidades, al menos no por mí ―continuó Shelley, apretando la mano de Zoe―. No hasta que estés lista, si es que eso llega a suceder. Guardaré tu secreto.

–Gracias ―dijo Zoe, simple y llanamente. Ella podría haber titubeado de vez en cuando en una conversación cortés, pero ella sabía porque lo hacía. Estaba profunda y sinceramente agradecida. Shelley necesitaba saber eso. Eso era todo lo que importaba.

Y, por primera vez, mientras se alejaba de su compañera en el aeropuerto, Zoe se encontró realmente deseando trabajar con ella de nuevo.

***

Zoe entró por la puerta de su casa dando un suspiro de alivio. Escuchó un fuerte maullido desde la cocina, y luego apareció Euler con la cola en alto, mostrándole que no era la única feliz de que estuviera en casa.

Dejó su bolsa de viaje en el pasillo, prometiéndose a sí misma que se ocuparía de ello más tarde. Lo primero era alimentar a los gatos, luego a ella misma, y luego a la ducha. Y posiblemente dormir durante las próximas veinticuatro horas.

Después de verter la comida para gatos en sus comederos, Zoe acarició a Pitágoras detrás de la oreja hasta que él le apartó la mano con una pata impaciente, ansioso por comer sin parar. Se apoyó en sus talones, mirándolos por un momento.

Aunque sus gatos sólo la querían por su habilidad para proveer comida, al menos también la querían en otro lugar. Lejos de haber fracasado en sus métodos, como sus superiores le habían advertido, los habían reivindicado. Aisha Sparks había experimentado síntomas leves tanto por el sedante que le habían dado como por la fuga de gas, pero sólo había necesitado pasar la noche en el hospital para estar en observación. Había sido dada de alta antes de que Shelley y Zoe terminaran de atar los cabos sueltos y volvieran a subir a un avión.

Ahora era claro para todos que Zoe había estado en lo correcto, gracias a la evidencia de que el asesino realmente tenía como objetivo la feria, y que era el error forense lo que se había interpuesto al asumir el color de su coche. La última llamada de su jefe había estado repleta de elogios y felicitaciones, todo lo contrario a la anterior que había recibido. La describían como una agente brillante con poderes deductivos más allá de lo normal en las conversaciones internas, y la prensa ya se estaba divirtiendo con los problemas mentales del asesino. Los rumores desaparecerían, al igual que los elogios. Siempre habría otro caso.

Pero algo había sido diferente esta vez. Algo había cambiado dentro de ella, algo sísmico. Nunca antes se había comparado directamente con un asesino en serie, había encontrado demasiadas cosas en común. Zoe había salido de esto más fuerte, sabiendo que había sobrevivido a la tormenta. Era una buena persona. Ni siquiera la voz de su madre, que aún le gritaba desde el fondo de su mente, podía cambiar eso.

Parte de la victoria que sintió debió venir de otra cosa que sucedía por primera vez, la primera agente que descubrió sus habilidades únicas y no salió corriendo asustada. Los demás nunca le habían preguntado por ellas. Los otros se asustaron y se alejaron, incapaces de lidiar con la idiosincrasia de Zoe y el hecho de que ella siempre pudiera resolver el caso más rápido. Shelley era diferente. Zoe ya podía sentir como eso había hecho una diferencia. La confianza que había crecido en ella.

Tal vez si hubiera confiado en Shelley antes, Zoe habría sido capaz de detener el patrón antes y salvar más vidas. Ese era su único arrepentimiento.

Dejó a los gatos solos y se quedó de pie, buscando dentro de su congelador algo fácil de meter en el horno. Hizo un gesto de dolor al extender su brazo demasiado lejos, sintiendo el tirón de sus nuevos puntos. Iba a llevarle un tiempo acostumbrarse a ello. El doctor le había advertido que podría dejar una cicatriz desagradable, dado el tiempo que le llevó ir a que se la revisaran.

Zoe se dirigió a su computadora, encendiéndola. Al menos el tecleo no iba a poner ninguna tensión particular en la herida. Mientras la cena se calentaba, entró en su cuenta de correo electrónico, buscando actualizaciones.

Había un correo, enterrado bajo los diez correos basura y las peticiones oficiales habituales de que se reportara al asesoramiento del FBI después de haber disparado su arma. No era uno de los que ella esperaba. Era del abogado, John, con quien había tenido esa incómoda cita que ahora parecía haber sido hace meses, quien se había llenado comiendo el pan, y le deseó lo mejor al final de la noche sin promesa de volver a verse. De hecho, no esperaba volver a saber de él, pero su nombre apareció en el mismo sitio de citas a través del cual la había contactado en primer lugar.

Hola Zoe, espero que estés bien. Sigo pensando en nuestra cita. Si te soy honesto, estaba un poco distraída por un caso. ¿Me darás una segunda oportunidad?

Zoe lo pensó, y de repente escuchó el sonido del temporizador del horno mientras examinaba el mensaje varias veces. Era extraño. Ella pensaba que ella había sido la que había estropeado la cita, y él estaba pensando lo mismo. Tal vez ambos tenían el cincuenta por ciento de la culpa. Ella incluso se pensó que tenía el noventa y ocho por ciento de la culpa, porque eso era mejor que el cien.

El tipo de letra titiló hasta que ella se dio la vuelta con determinación para tomar su teléfono celular y marcó un número. Sonó cuatro veces antes de que la atendieran.

–¿Hola?

Zoe parpadeó. No esperaba que le atendieran.

–Hola, ¿es la Dra. Lauren Monk?

–Sí, ella habla. ¿Cómo puedo ayudarla?

Zoe se armó de valor. Realmente era hora de dar ese paso. No estaba lista para intentar tener una segunda cita con un chico, y mucho menos con uno que pudiera presentar una perspectiva interesante. Necesitaba trabajar en ella misma, y en los demonios que aún la mantenían despierta por la noche, si quería avanzar de forma significativa.

Y ahora que tenía una compañera permanente, probablemente también sería mejor para Shelley si ella pudiera aprender a ser un poco menos cortante.

–Me la recomendó la Dra. Applewhite. Mi nombre es Zoe Prime. Me gustaría hacer una cita.

Al anotar la fecha en su agenda, sólo esperaba que no la llamaran de fuera del estado por otro caso antes de que tuviera la oportunidad de ir.

Vanusepiirang:
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Ilmumiskuupäev Litres'is:
02 september 2020
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272 lk 5 illustratsiooni
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9781094342825
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Esimene raamat sarjas "Un misterio de Zoe Prime"
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