Loe raamatut: «Pichón de diablo», lehekülg 3

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Era un vozarrón de ogro enamorado, una caja de música que iluminaba sus días. Aplicá la teoría del código, poh huevó, el narrador intuye un código, ¿cuál es la forma en que querés estar allá?, hay muchas, che, pero solo una es la tuya, ¿eh?, si lo lográs vas a estar en capacidad de proponer un mundo específico que tus compañeros y tu jefe van a aceptar como verdadero. Mauro estaba bajito de nota a pesar de que sus cachetes palpitaban rozagantes por haber hecho vueltas toda la mañana. No sé, maestro, no es fácil llegar a poner condiciones, Insisto en el código, joven, si hay una única manera de narrar esa película, solo hay una manera posible de que estés allá, creá tu código como empleado, reducí el infinito abarcable a un mundo que podás manejar, si te lo creés, te creen, poh huevó, un código ideal provoca esa convicción, es la realidad, es la verdad, es la totalidad. Su sabiduría y acento único entre argentino, chileno y colombiano, con un atomizado especial de la erre, A versh, señorsh, cautivaban a Mauro.

La conversa fue interrumpida por la llegada de las sopas de fríjol, ¿Y el ají, señorsh?, otra vez lo olvidó, refunfuñó el maestro y negó con la cabeza, no empezaba ninguna sopa si no tenía a la mano un frasco de encurtido, Che, Rafa debería capacitar los meseros de esta ciudad, huevó, no son profesionales del servicio, ponen a cualquier tipo que no tiene idea de su trabajo, dijo y cuchareó la superficie de la sopa como lo haría una madre para enfriar la colada de su bebé. Mauro estaba acostumbrado a esta escena y era testigo de que casi nunca le traían el encurtido en el momento oportuno: antes de la sopa, con la canasta de cubiertos y las arepitas gordas. Solían almorzar en un restaurante ejecutivo a unas cuadras de la pontificia, La universidad de los putos curas, una franquicia del Vaticano, donde va a parar nuestra plata, decía Mauro sin constatar que eso fuera cierto, pero lo creía, o lo quería creer, y eso bastaba para detestarla. Entre el Icetex y la Iglesia me jodieron, era otra de sus frases a modo de epílogo después de contar los pormenores de su deuda. Pero no era culpa del Estado, nadie lo había obligado a pedir un préstamo, ni de la pontificia, nadie lo había obligado a matricularse ni a dejarse robar una millonada cada semestre, ni a perder el tiempo cinco años en lugar de aprovecharlo con los dos o tres profesores con los que tuvo conexión.

El maestro habría podido ser uno de ellos, pero cuando Mauro entró a primer semestre ya solo dictaba cátedra en su casa, Maestro, a vos como te caen de gordos esos curas, ¿por qué diste clase allá?, le preguntó un día y la caja de música respondió, Las ganas de enseñar, joven. No se conocían mucho pero había una fuerza superior que los unía, como si hubieran sido padre e hijo en otra vida y ahora se volvieran a encontrar en circunstancias más favorables, sin la carga de educar, sin la presión de prolongar el apellido, apartados de la trilogía Padre, Patria, Patrón que sirve de base a los patriarcas, a los fascistas, sin el vínculo que pesa y obstruye, que predispone a la condescendencia, a la mediocridad, al alegato, a la disculpa, a la pelea cruel, porque es en la familia donde el diablo ve el óvulo fértil para eyacular su semilla cornuda. El camino de la verdad y la luz va en sentido contrario al de la consanguinidad, y es el del amor perruno, la amistad profunda, destinada, escrita en polvo desde antes de que se descomprimiera el punto cero.

Que el maestro y Mauro hayan coincidido en el mismo momento de la humanidad, en la misma trenza de tiempo y espacio, era ya un evento extraordinario, pero que además llegaran a tratarse en persona era ya un capricho de los dioses. La historia comenzó en los años setenta. Mientras el maestro huía de Chile, porque su forma de no poder escapar de la vida era escapando de la dictadura, él regresaba a Colombia en brazos de sus padres después de que su abuelo paterno emigrara a Venezuela años atrás huyendo de los azules asesinos. Las violencias de la humanidad también dejan sus tesoros porque detrás de cada historia de amistad y amor hay una de guerra, de exilio o de inmigrantes. Y aunque el maestro aterrizó en Bogotá, otro vericueto más del destino lo llevaría a Medellín, la ciudad donde Mauro había nacido, la que había abandonado y la que siempre lo haría regresar. Y mientras el niño ignoraba que la vida lo iba a herir tan pronto con la destrucción de su pequeño paraíso, el adulto, despojado de su país natal, insistía en lo vital: su arte, la búsqueda de su código, su patria era hacer cine, contar historias con el dedo en la llaga. Llegaron a destiempo a la pontificia pero Mauro buscaba prepararse para unos castings y lo encontró gracias a una azarosa cadena de conocidos de la facultad. El maestro lo acogió, lo veía tan simpático, tan pueril, tan perdido, tan inquieto... Sus energías casaron como gases siderales que se funden por una fuerza superior sin importar los elementos que los componen.

Unos días después de haberlo conocido en su casa, un sótano en La Floresta que había sido el taller de un grupo de teatro, se lo encontró en un Circular Coonatra. Estaba al fondo, entre los pasajeros apeñuscados y zangoloteados, cerca de la puerta trasera; era tan alto que su cabeza sobresalía de las demás y debía agacharla para no golpear el techo de la buseta, cosa que era factible por la velocidad y los brincos que alcanzaba el vehículo en algunos tramos disputados con otros conatras. El maestro se agarraba del tubo horizontal con ambas manos y su generosa nariz, romana e imponente, se dejaba ver con cada curva o frenazo. De rapidez cualquiera podría pensar que era un bromista que se había puesto las gafas locas que traen la nariz, el bozo y las cejas incorporadas, pero eran sus genes europeos, de donde era su padre. A sus setenta conservaba porte de gentleman, aún quedaba bastante de ese dandi que había sido en sus años más productivos, llevaba una camisa púrpura de chalís, su tela preferida para sentirse fresco, abotonada hasta el último ojal del cuello.

Mauro era tímido y por lo general evitaba oxigenar esos encuentros fortuitos pero el gentío lo escurrió hacia atrás hasta que quedaron a dos cuerpos. Lo miró para saludarlo pero estaba concentrado en lo que veía por la ventanilla. Observó su mano velluda empuñando el pasamanos. Su reloj de delgada manilla. El cabello pelicano, bien peinado, como si lo despachara la mamá antes de salir. El bozo bien motilado. ¿Qué llevará en el maletín?, guiones, guiones como un hijueputa, pensó cuando ya había decidido actuar como si no lo hubiera visto. El maestro se bajó en la Universidad de Antioquia y Mauro lo siguió con la mirada, con un dejo de nostalgia que se convirtió en entusiasmo cuando recordó que al día siguiente lo vería en el taller de actuación. Era místico el maestro. Lo rodeaba un aura de misterio, él mismo se había encargado de congelar sus pasados y adonde llegaba empezaba de cero. En los últimos años no le había ido bien con sus películas, contaban que unos productores españoles lo habían dejado con un rodaje listo. Algunas de sus películas, censuradas en el país, incomodaban al poder y llamaban a la movilización, quizás ese era su código, desnudar el establecimiento. A diferencia del bombo que suelen darse los cineastas, el sedicioso maestro se movía en un ambiente de bajo perfil, alejado de la vida social. Su familia en Medellín eran sus viejos alumnos, sus huérfanos adoptivos como los llamaba él.

El mesero trajo el ají y cuando ambos ladeaban el plato para recuperar las últimas cucharadas, llegaron los secos: arroz blanco, carne de res, tajada de maduro y ensalada de repollo, cebolla, tomate y zanahoria. Jugo de mora, leche, guandolo o mazamorra con bocadillo. ¿Aromática o tinto?, Dos tinticos. Lo que me tiene estresado, máster, es no saber cuánto tiempo voy a estar allá metido, además esa parte de las charlas, hablar en público, yo me nublo, Actuá, poh huevó, usá las herramientas del actor, tus compañeros de trabajo son el público, creá un personaje y así los llevás al mundo que vos decidás, aprendete los temas como si fueran parlamentos, pensá en la manera, esa única manera, en que Maurito puede ser funcionario. Era extraño que lo tratara en tercera persona pero así le calaba mejor la idea.

Che, ¿qué hacés ahora?, acompañame al banco. Mauro tragó saliva como si lo hubieran invitado a invadir Rusia en invierno, Claro, maestro, vamos, dijo a sabiendas de que el viejo no tenía que consignar ni cambiar un cheque, ni retirar, ni pagar una factura. Una de sus costumbres era hacer cola en bancos congestionados y empezarse a quejar, cada vez en un tono más airado, por haber solo una o dos cajas para el público; enardecido como un caudillo, echaba discursos contra el sistema, contra la banca, insultaba a Rockefeller, a la familia Rothschild y no quedaba contento hasta que algún cliente se sumara al motín. Cuando alborotaba el avispero lo sacaban o abortaba la falsa diligencia y salía digno y satisfecho de haber dicho sus verdades, pero sobre todo de haber despertado a la gente por unos minutos.

7

Su reloj Cassio F91w marcaba las 7:20 a. m. y la oficina estaba cerrada. Atraído por la ceiba majestuosa que se levantaba en la plazuela de la antigua estación, se acodó en el muro de la baranda, donde también apoyó una caja con pertenencias que consideraba iban a darle personalidad a su puesto de trabajo. Pensaba poner los libros en una esquina del módulo, el cactus, con sus púas amenazantes, encima del cajón superior, los mugs, los portavasos y el portalápices sobre el escritorio, cuando aterrizó Euri con su plumaje aún húmedo y su corto vuelo ornamental, ¡Eh, mijo, madrugó!, dijo y hurgó en su bolso las llaves de la oficina. Una vez entraron rodeó el pitillo de su termo con su boquita roja y sus cachetes se contrajeron, Ahhh, exclamó hidratada y miró al retrógnata, Vos debés tener tremenda palanca, ¿Qué?, Que debés tener una rosca muy buena, no a cualquiera lo colocan en este momento. Mauro sabía lo de la reestructuración pero ahora comprendía lo que eso significaba: zozobra, rumores, traslados, fin de provisionalidades, Vos sabés que en año de elecciones esto se despelota. Euri asumía que Mauro trabajaba con algún político y conocía el tejemaneje, pero esta cruza de delfín con trucha ni siquiera tenía incorporado que en cinco meses había elecciones de alcaldes y gobernadores.

Minutos después, cuando organizaba su lugar con el placer de poner cada cosa donde lo había planeado, llegaron en seguidilla Rober, Marta y Luisa. Buenodz díadz, saludó Luisa con su hablado palatino, Muy buenos días, le respondió Mauro desde el fondo con una dosis extra de vitalidad. Era su primer día en serio y más allá de que aún no sabía cuáles eran las funciones del cargo estaba mentalizado para asumir cualquier labor y aprender lo necesario de los compañeros. Tal vez en algún momento Rober vendría y le diría, Bueno, pelao, sus funciones son estas y estas, pero el funcionario se reunió a cuchichear con las compañeras. De no haber sabido lo que pasaba en el organismo habría pensado que era una oficina de orates: salían y entraban de los cubículos, murmuraban por teléfono, hacían corrillo en el corredor. Mauro, que no conocía la gente ni los cargos que mencionaban, acomodó la Constitución del 91, el Concilio Vaticano II (un libro tipo biblia que le habían pedido en los útiles del bachillerato y nunca había usado), una edición pirata de los diálogos de Platón, un librito delgado con dos cuentos de García Márquez y un diccionario Larousse con el lomo desmadejado.

Temprano en la mañana se despertó un olor a pollo. Mauro salió de su módulo y con pasos gatunos fue al dispensador a prepararse un café. Su desayuno iba a ser un sobrado de arroz chino que había traído de la casa. Rober, solitario, le entraba a una arepa con carne y aguacate; Luisa, en el puesto de Marta, integraba a su cuerpo cucharadas de una pasta blanca, tal vez avena con leche, mientras la anfitriona agarraba con ambas manos un fenomenal pastel frito. Euri, que ya había comido y ofrecido fruta picada con linaza y alpiste, salió a desayunar a las cafeterías con otras secretarias del sector. Quinchía no estaba y él sintió deseos de salir, cambiar de aire, soltar la presión, pero se contuvo dominado por su personaje responsable.

De repente, cuando vertía agua caliente en su amado mug del DIM, apareció Marta por detrás, le tocó la espalda con su mano apanelada y lo cuñó contra la máquina, Mauricio, ahí está el café y las aromáticas para que prepare sus bebidas, Sí, Marta, eso estoy haciendo, muchas gracias. Rober se acercó con la arepa en las manos y dijo que entre todos hacían vaca para comprar el azúcar en cubitos, los saquitos de azúcar dietética, el Instacrem, el café instantáneo, dos o tres sabores de aromática, la galletería. Ah, bueno, yo les doy mi cuota, Mauro se sintió avergonzado porque, como un niño, no se había preguntado de dónde salían las cosas o de quién eran. Cuando echó una cucharada de café, Luisa flanqueó el lado libre y quedó cercado revolviendo su asquerosa bebida instantánea, una imagen que resumía sus primeras horas como funcionario, Ve, ¿vodz pedidzte que te adzignaran a Partidzipadzión?, ¿Yo?, eh, no no, para nada, balbuceó intimidado por la atracción que sentía hacia esa Blancanieves de flequillo que lo trataba con dureza. Parecía inyectada con alguna materia lívida, su palidez era tal que las arterias y las venas del pecho y los cachetes dejaban ver la caprichosa ramificación de su sistema circulatorio, ¿Udzted edz cuota de quién? Tontín no quería mencionar a los tíos ni el nombre de la concejala y gagueó sin decir nada, una torpeza que la hizo reír con ganas; aunque él agradeció ver el alambre y los cauchos que le cruzaban la dientamenta, porque esa era la primera forma de ella entregarse, se sintió incapaz de tramitar bien sus relaciones y como pudo salió de la encerrona.

En la tarde los segundos caían a gotas como si tuvieran que llenar requisitos y pasar por un complejo engranaje antes de sumarse al conteo universal. Para no dejarse tragar por la arena movediza de la inanición, Euri se paró y le llevó a Mauro varias copias del formato donde se tomaban las quejas y las denuncias. Él las metió a uno de los cajones complacido por utilizar el equipamento y pensó que el lujo no tenía que ver con el derroche o la suntuosidad sino con darle uso correcto y pleno a las cosas para las que fueron creadas. Abrió de nuevo el cajón, extrajo un formato y se puso a mirar los campos que debía llenar sin sospechar que esa misma tarde tendría un bautizo que marcaría su paso por la burocracia.

A una hora de la salida apareció una ciudadana. Por la forma como se saludó con Euri supo que era conocida en la oficina y supuso que la haría pasar donde Rober, Marta o Luisa, que eran los expertos, así él arrimaría una silla para ver cómo tomaban la queja y cómo procedían, pero el piar de Euri resonó en su cabeza, Bien pueda pase, doña Fabiola, un nuevo funcionario la va a atender. Mauro sufrió los pasos que se arrastraban cada vez más cerca. Era una mujer rolliza de unos cincuenta años, con el pelo crespo reblujado y un ojo tapado con gasas y esparadrapos. El funcionario la invitó a tomar asiento y ella se sentó brusca e indignada, con la misma mirada flamígera que podría tener una india ciclópea testigo de la destrucción de la naturaleza a manos de la civilización y el supuesto progreso. Antes de modular palabra, se mordió la lengua con la boca abierta, tal vez un tic, y él notó que carecía de varios dientes, Ya le he dicho a sus compañeros, me tienen amenazada, dijo y se lamió las encías.

Mauro sacó un formato y le pidió los datos personales, Aquí ya tienen mis datos, refunfuñó la ciudadana, Es que soy nuevo, dijo Mauro con un sonrisa que pedía compasión pero el efecto fue el contrario, como si en él recayera el odio acumulado y la frustración de años de reclamar sus derechos, al fin y al cabo representaba el modelo de funcionario que entra desde joven a mamar de la teta del Estado. O tal vez el cachaco prestado y la inexperiencia que proyectaba le dieron la buena idea de tratarlo con dureza y devorarlo vivo. Después de negarse a dar sus datos, le empezó a echar una carreta larguísima y él se vio a gatas para tomar nota, tuvo que usar tres formatos y la letra le temblaba porque lo primero que supo fue que hacía dos años la habían intentado asesinar por sus actividades sociales, era líder del barrio Granizal y además de la denuncia de amenaza traía quejas por múltiples casos, por ejemplo, que a un colegio del barrio se le estaba cayendo un muro y parte del techo, que la comunidad sabía que ya tenían asignado presupuesto pero el rector decía no saber nada, que había un material abandonado, un cerro de arena y triturado que la gente se estaba robando porque no empezaba la obra.

Para Mauro lo importante era atenderla bien y dejar que se desahogara así lo hiciera sentir culpable. Su ojo en llamas lo oprimía y sudó tanto que tuvo que quitarse el saco y remangarse la camisa. Con el impulso latente de ofrecerle aromática o café, soportó otra media hora de puyas por los posibles errores o fallas que a ojo de la mujer pudo cometer algún día algún empleado público, hasta que a las seis pasadas, media hora después de la salida, irrumpió Euri con su saquito de plumas sobre los hombros, ¿Se amañaron mucho?, mañana viene más temprano, doña Fabiola. Mauro sonrió de medio lado, Sí, mañana la esperamos por aquí. La líder se paró de la silla y él pudo sentir sus ronroneos rabiosos y su mirada única como un túnel de iris denegrido que parecía vaticinar su futuro.

8

Al día siguiente, poseído por la ardiente disposición del empleado que se estrena y quiere ser eficiente, sacó del cajón los formatos de quejas sin contar con que su letra era una melcocha, arabescos apeñuscados, separados, ladeados, frases muecas unidas por trazos chicludos y largos como un débil electrocardiograma, Es imposible escribir presionado y con miedo, pensó al descifrar las primeras líneas. La urgencia que traía le dio paso al análisis minucioso, casi paleográfico, de su propia escritura. Ensimismado en su módulo despertó la curiosidad de Marta y Luisa, que hacían viajes innecesarios al dispensador para verlo trabajar. Él mordía el bolígrafo, se esforzaba, pensaba, traducía, se sentía observado sin poder ocultar el chicharrón que él mismo se había freído.

En la soporífera inducción, Rober le había dicho que las quejas se dirigían a las subdirecciones técnicas del organismo según la secretaría o la entidad involucrada, pero había olvidado cómo se procedía con las denuncias de amenazas o desplazados por la violencia, No, no, no, hombre, ¿ahora qué va a hacer con esas quejas?, eso no es competencia nuestra, Rober abrió los ojos y Mauro los cerró con humildad, culpable por haber olvidado que solo se tramitaban las QPC, sigla de Quejas Participación Ciudadana, ¿Qué es lo que hacemos con las demás denuncias?, Nada, se debe redireccionar al ciudadano para que vaya y se queje donde corresponde. Redireccionar. Qué fácil hubiera sido decirle a Fabiola, Mire, doña señora, váyase para la policía, adiós pues. Así no perdía tiempo él ni se lo hacía perder a ella. Ahora estaba encartado sin poderle tramitar todas las denuncias. Bajo las miradas socarronas de Luisa y Marta, que habían vuelto a salir para averiguar bien el chisme de su metida de patas, le alargó a Euri dos formatos y ella los recibió gustosa con sus finas garras: mecanografiar veloz en cautiverio era una de sus destrezas.

A media mañana recibió un telefonazo de Vanegas, Mañana es la inauguración del Lenis Castro, te voy a meter a mi equipo, ¿Inauguración del qué?, El torneo interno de microfútbol Lenis Castro. Según entendió se llamaba así en homenaje a un histórico funcionario que había muerto hacía poco de una enfermedad lenta y agresiva. Aunque colgó entusiasmado, pensó luego en los aires fraudulentos de su inscripción a última hora y cayó en cuenta de que sería un intruso si disputaba un torneo consagrado a un funcionario que no había conocido. Al mismo tiempo sentía la sensación, algo abrumadora, de que el organismo era el único mundo de los funcionarios de carrera administrativa, ¡Su único mundo! En medio de las jugadas que ya recreaba en su mente, el doctor Quinchía lo mandó llamar y en privado lo felicitó porque los oficios estaban muy bien redactados, Impecables, ¡no les vi ni un error!, ¡ni uno! Una queja iba para la subdirección que vigilaba obras públicas y otra para la encargada de educación. Mientras firmaba, Mauro le confió que había recibido la denuncia de amenaza de muerte, No, Mauricio, la manda para la fiscalía, para la personería, para la defensoría del pueblo, hay cosas que se salen de nuestro resorte. Fue la primera vez que escuchó la palabra resorte como sinónimo de alcance. Cuando se iba a despedir el doctor lo retuvo, La niña me va perdiendo el año y estoy muy preocupado, dejate la llamo y te la paso, está en primero de bachillerato. Quinchía marcó del fijo y de pronto Mauro se vio hablando con una niña que pronunciaba las consonantes aspiradas, acompañadas por una tenue eñe que le resonaba por la nariz. Necesitaba unir las palabras de una lista a sus respectivos significados, situados en la columna del frente. Mauro, que dudó en un par de términos, tuvo que acudir a su roído diccionario para hacer bien la tarea. La niña ni agradeció, Páñeme a mñi piapiá, le dijo. El doctor, tapando la bocina, lo despidió, No sabe cuánto le agradezco, Es con gusto, doctor.

En sus primeros estudios del ambiente en la oficina dedujo que la única persona que se llevaba bien con todos era Euri. Rober, Marta y Luisa despreciaban a Quinchía, por algún motivo no le creían ni les merecía respeto, como si para ellos tuviera más presencia un pelo. En contraste, Rober, que vivía con sus padres y cuidaba de ellos, era visto como el sabio de Participación. Mauro no entendía por qué no usaba traje y corbata, tal vez su cargo o sus contactos políticos no se lo exigían. Entre Marta y Luisa, que a simple vista parecían entonar, percibía una tensión cortés, la primera era una madre soltera, guerrera, liberal y estrecha, de piel ajada, mientras que la de níveas pantorrillas era más joven, de familia acomodada y a sus treinta y pico todavía vivía con sus padres, funcionarios jubilados. Él estaba muy nuevo, se sentía respaldado por el jefe y el solo hecho de haber llegado hasta allí le otorgaba cierto respeto; sin embargo su personaje le exigía ganárselo por sus propios medios y su primer grupo primario era una oportunidad que no podía desaprovechar.

A las cuatro de la tarde, los funcionarios, incluido Quinchía, agarraron de a silla y formaron un patético círculo. ¿Y Osvaldo?, preguntó Mauro, Haciendo política será, contestó Rober sin mirar a nadie, como si hubiera aprovechado la pregunta, no para responder, sino para salpicar al compañero ausente. Marta se frotó las manos y se despertó un olor bravo a panela con limón, era como si tuviera un humor adherido a las manos de tanto manejar panela, para el desayuno, para los frijoles, para bañarse, para lavar el carro, para bautizarse, para subir Los Alpes, Qué rico algo bien frío para este calor, Mauro trató de desvanecer sus ociosos pensamientos pero nadie reaccionó, solo el doctor sonrío ruborizado como una madre que se disculpa con la visita por la antipatía de sus hijos. Luego tomó la palabra y dijo que para nadie era un secreto la situación del organismo, No han aprobado presupuesto para imprimir más cartillas y hacer eventos con la comunidad, esto no nos permite dar charlas en los colegios ni programar capacitaciones, Es que es muy berraco ir a capacitar sin llevarle un pastel con gaseosa a la comunidad, dijo Marta, Dzí, lodz líderedz dziempre edzperan refrigeriodz, añadió Luisa. Cada intervención, así fuera de escasos segundos, estaba encaminada a justificar la inactividad y el espíritu remolón.

Mauro pidió la palabra. A juzgar por las caras de los funcionarios fue como si en una delicada reunión de adultos un insolente niño interrumpiera sin conocimiento. Rober abrió los ojos, Marta se cruzó de brazos, Luisa lo miró como a un soberano culo. Sé que llegué hace poco, pero quisiera decir que para dar una capacitación solo se necesita el don de la palabra, diría que los líderes no van a dejar de ir y no van a abandonar la charla porque no llevemos refrigerios, ni nos van a crucificar por eso, pensar así es subestimarlos, ellos sabrán entender que el organismo está en ajustes, que la administración está terminando, lo que esperan es la información, las herramientas, no un pastel y un fresco, igual, digo yo, unos pasteles y unas gaseosas los podemos comprar nosotros.

Dicho esto, Rober simuló una carraspera que rechazaba su intervención mientras Luisa balbuceaba una frase negativa que Mauro tradujo como un “A este cómo se le ocurre”. Marta miró por el rabillo del ojo a Rober haciendo visera, como rogándole en secreto, “Callá a este hijueputa”. Igual en los colegios, si no llevamos cartillas, podemos contarles a los pelaos qué hacemos, después les llevamos las cartillas y los muñequitos. Luisa lo miraba ahora con ojos chispeantes, sus labios temblaban de la ira y al fin, como si tuvieran vida propia, modularon entre dientes la expresión, “Hijueputa lambón” o “Hijueputa cabrón”. Euri tomaba nota con los ojos clavados en la agenda y Quinchía escuchaba como si le estuvieran mostrando un mundo nuevo. Para rematar, y porque era un tema que lo asustaba, dijo que había recibido la denuncia de la amenaza de muerte, que le parecía muy grave no poder darle trámite, que así como se mandaba un oficio a una subdirección del organismo, podían oficiar a otras entidades, Todas esas oficinas quedan por aquí en La Alpujarra, así nos curamos en salud y al menos remitimos las denuncias graves y los casos que no sean de “nuestro resorte”, dijo a propósito: si se apropiaba del lenguaje era más fácil que lo vieran y respetaran como funcionario.

La oficina tiene autonomía, hombre, dijo Rober y explicó que en Participación habían decidido no recibir asuntos ajenos para educar al ciudadano y remitirlo al organismo de control o entidad correspondiente. Ya que solo tenía que firmar, Quinchía apoyó la iniciativa de Mauro, A partir de ahora se pueden recibir todo tipo de denuncias, dijo y miró a Euri y luego a su agenda como forma de decirle, Que quede en el acta. En ese ambiente de miradas iracundas se podían percibir con más nitidez las tensiones que herían el grupo. Justamente, quizá para provocarlos, y como no era el que tenía que ir a donde los líderes ni a los colegios, el doctor dejó abierta la posibilidad de adelantar alguna capacitación, A las veedurías que la han solicitado, por favor. La actitud de Mauro le había calado porque a fin de cuentas eso no le generaba más trabajo pero sí más gestión, quedaría como un príncipe si mostraba resultados en este periodo de incertidumbre y transición, de campañas políticas y elecciones, cuando los funcionarios están pendientes de chismes y rumores, o metidos en la arena, como Osvaldo, aceitando la maquinaria.

Con cierta petulancia que podría confundirse con displicencia, Rober puso las palmas abiertas sobre sus rodillas, tomó una buena porción de aire como para inflarse de autocontrol y dijo que la capacitación siempre había funcionado así, que los líderes en estas épocas también hacían política y que sin refrigerios él no iba a dictar absolutamente nada, Para educar hay que llenar el buche primero, eso es elemental, dijo y se paró dando por terminado el grupo primario. El doctor quedó como un pigmeo estupefacto. Mientras llevaba la silla a su módulo, Rober dijo sobre Fabiola que era una líder muy intensa, que ya había denunciado las amenazas varias veces y que el caso estaba en manos de la fiscalía. En el trasfondo, el mensaje de Rober era: Ustedes –Quinchía y Mauricio– son unos güevones aparecidos. Para darle la razón, Luisa arrastró su silla y produjo una estridencia rabiosa que llevó a Quinchía a rascarse la cabeza con impaciencia. Marta, con la suya agarrada por el espaldar, pasó por el lado de Mauro y le asestó un fuerte golpe en la espinilla, Perdón, Tranquila. Mauro le creyó aunque también lo sintió como un reclamo, era ella quien manejaba las carpetas QPC. Esta gente lo que no quiere es trabajar, pensó salvaguardado en su módulo. El resto de la tarde lo ignoraron, salvo Luisa, que hacía viajes al dispensador para hacerle mala cara y mascullarle gérmenes de insultos que parecían haber estado reservados para él desde antes de su llegada, ¿Pero por qué tan bravita?, Mauro le sostenía la mirada, incluso el chichón en la espinilla lo hacía sentir más vivo, su personaje había actuado por sí solo.