Loe raamatut: «Peligroso amor»
Linda Dayanara
PELIGROSO
Amor
Peligroso Amor
Primera edición: enero 2020
Segunda edición: enero 2021
Tercera edición.: marzo 2022
©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L
©Dirección editorial. Gabriel Solorzano
© Del texto 2020, Dayanara
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Guayas, Durán MZ G2 SL.13
ISBN: 978-9942889553
«Dicen que el
verdadero amor
es como un torbellino. Y que,
si no sientes que puedes morir
en él, entonces no lo has conocido.»
Prólogo
¿Y qué es el amor sin riesgo?
Da igual cuál sea la situación sentimental presente, pues siempre que nos enamoramos, nos arriesgamos inevitablemente. Riesgo, cambio y futuro. El amor es impredecible, a veces imperecedero y otras frágil como el cristal. El amor, es amor cuando es sincero. El amor no tiene filtros, ni entiende de razones, ni es correcto en muchas de las ocasiones. El amor es amor y su definición no es compleja. El amor no se piensa ni se explica, el amor solo se siente.
Pero cuando el amor llama a tu puerta y abres, entra como un huracán que arrasa con tus cimientos. Esas raíces que creías tener bien asentados hasta el momento, se derrumban sin explicación en décimas de segundo.
¿Y quién dijo qué está bien y qué está mal? ¿Dónde está el límite a la hora de enamorarse?
Quizás os planteéis estas dudas cuando comencéis a leer la historia de Elizabeth y Esteban; quizás os desconcierte por momentos, el no saber cuál es el camino correcto en su historia hasta que el propio amor se defina y tome su rumbo. Pero no tiene importancia, pues el amor, cuando es puro y se puede respirar hasta al leer, triunfa en cualquiera de sus formas.
LETICIA ORTIZ
Escritora Española
Prefacio
Elizabeth es la espontánea y optimista de su familia, amante de las novelas románticas y con el sueño intacto de ser una reconocida escritora. Esteban, por su parte, ya es un afamado escritor de la literatura contemporánea, con una vida perfectamente organizada.
A pesar del abismo generacional que existe entre ambos y de las normas sociales que se les imponen, Elizabeth y Esteban serán parte de un apasionado y tierno romance que les dará un giro a sus vidas, obligándolos a replantear su realidad.
Capítulo 1
Elizabeth Castillo
Respiré profundo y dibujé una sonrisa inconsciente mientras repetí mis frases favoritas frente al espejo, en un intento por recuperar la calma. Mis manos frías me recordaron la ola de nervios que me había invadido desde las primeras horas del día.
Y no era solo por la entrevista a la que asistiría, no. Era también porque en esa editorial, estaba el hombre que logró que me enamorara de los libros: mi autor favorito, el que solía agregar en la primera hoja de todos sus escritos que el truco del amor estaba en encontrar a alguien que estuviera a la altura de tu propio caos, desde entonces, yo buscaba eso.
Me daba pavor imaginar que podría cometer alguna tontería y arruinar mi primera impresión frente a él.
—Eli, hola, voy de compras, ¿vienes conmigo? —irrumpió mi hermana en el cuarto, como era su costumbre.
Volví al presente.
La miré por el rabillo del ojo y le di la negativa a través del espejo, ella resopló con cansancio y se dejó caer en un costado de mi cama. A juzgar por su expresión estaba segura de que intentaría disuadirme de ir a la editorial y no me equivoqué, lo que sí me sorprendió fue su nuevo argumento: «Eli, no acostumbras madrugar y un trabajo lo requiere».
—Es lo de menos. Necesito conseguir un empleo para no seguir dependiendo del dinero de nuestros padres. De lo contrario no tendré más remedio que cumplir la promesa que les hice y de solo pensarlo me da escalofríos.
—Más bien lo haces por llevarles la contraria, a mí no me engañas. Pero te aconsejo que no pierdas tu tiempo, nuestro futuro está en las oficinas de papá y será lo mejor para las dos. Muchos en este país quisieran nuestra suerte. No busques rollos.
—Habla por ti, yo deseo mi independencia, Tany, estoy cansada que siempre que me regañan es lo primero que me dicen. Además, me falta poco para graduarme y quiero plantearme opciones —confesé, en un tono más bajo.
—Lo tuyo es un capricho. La literatura te hará morir de hambre, lo digo por tu bien, Eli. Hablamos de tu futuro y no quiero que lo tires a la borda por una tontería.
Me crucé de brazos y revoloteé los ojos en un gesto de fastidio.
No entendía las finanzas ni los sistemas de comunicación y mucho menos el desarrollo web que era a lo que se dedicaba papá. Necesitaba intentar con las letras, tenía varios escritos en mi computadora que no eran en vano. Quería ganarme la vida con lo que me gustaba y sabía que no era un camino fácil, por eso cuando encontré el anuncio de la editorial no lo pensé dos veces, postular al cargo de asistente de un escritor me ayudaría a lograr mi sueño o al menos me resultaría más sencillo.
—Tany, no me vengas con sermones —pedí, en un intento de mantener mi buen genio—, me sorprende tu actitud, eres la liberal y la que siempre busca cumplir sus metas. ¿Por qué no quieres lo mismo para mí? —pregunté.
—En primer lugar, porque no tienes un título de literatura, segundo, porque pienso e impongo mis sueños desde el principio, no después de hacerle creer a mis papás que seguiré sus planes. Ese fue tu error.
—¿Y qué podía hacer? Solo quería aprovechar las vacaciones, ni siquiera pensé en el peso de mis palabras —resoplé con la mirada en el suelo—, amo a papá, pero de no desafiarlo jamás conseguiré su respeto.
—Eli, Eli, Eli, la literatura es ingrata, fíjate donde tengo todos mis libros. Estoy segura de que tu universo no quiere eso para ti.
Jugueteé con mis uñas y mantuve silencio. No quería seguir justificando mi decisión, solicitaría ese puesto a regañadientes de cualquiera; era la oportunidad que necesitaba para demostrar mi talento y de no aprovecharla me arrepentiría por un buen tiempo.
—Me doy cuenta de que no conseguiré que cambies de opinión. Mejor me voy, María José me espera y no quiero que se compre las mejores ropas de la colección. Te veo luego.
Mi hermana me dio un abrazo de despedida y salió del cuarto con teléfono en mano. Volví a mirar hacia el espejo y sonreí para no estresarme. Debía terminar con el peinado que había empezado minutos atrás.
Estaba decidida a demostrarle a mis padres que podía hacerme un camino por mí misma. Ellos nos adoraban, pero seguían pensando que debíamos obedecer cada uno de sus planes para tener éxito en la vida. Nos escogieron la carrera y decidieron el cargo que ocuparíamos en la empresa; a los dieciséis años no parecía malo, pero un futuro como ejecutiva de tecnología me resultaba espantoso.
Salí de mi casa antes de que el reloj marcara las nueve. Recuerdo a la perfección que el día estaba soleado, según yo era el augurio perfecto de que mi entrevista tendría los resultados esperados.
Llegué a mi destino a la hora acordada, con una sonrisa de oreja a oreja entré a la editorial llevando mi carpeta a un costado de la cartera. Me sentí segura en el segundo que puse un pie en la recepción. El ambiente era acogedor y dinámico. Pedí al universo toda su buena vibra.
—Hola, buen día. ¿Vienes por el puesto o tienes cita previa de publicación? —preguntó la recepcionista con amabilidad, una joven que quizás podría tener mi edad.
—Buenos días, vengo a la entrevista. En un futuro haré la publicación, pero hoy no está en los planes.
—¿Perdón? —Me miró perpleja.
—No me haga caso, yo me entiendo. Solo vengo a la entrevista para el puesto. Soy Elizabeth Castillo Villalba.
Revoloteó sus largas pestañas con gracia y luego de checar mi nombre en su computadora volvió a mirarme —su maquillaje era perfecto— y añadió:
—El licenciado Rivers te atenderá enseguida, espera un momento en el recibidor mientras comunico tu llegada. ¿Quieres algo para tomar?
—No, estoy bien así. Gracias.
Di una pequeña vuelta y caminé hacia uno de los sillones de la sala, mientras recorrí el sitio con la mirada: era impecable.
La pared frontal había sido reemplazada por una larga fila de ventanales que permitían ver la calle atestada de vehículos, pero que al mismo tiempo llenaba de vida el recibidor, a mi derecha un par de mesas donde seguramente descansaban los empleados y en la repisa de centro varias revistas que iban de lo social a lo cultural. Un espacio que trasmitía paz.
Centré mi atención en una fotografía que reposaba en la pared media, era Esteban Rivers. El hombre que fascinaba con sus escritos, del cual resultaba fácil enamorarse, de no ser porque estaba casado.
Lo admiraba y respetaba su trabajo. Era un referente entre los escritores de nuestro país.
Había leído de él en los múltiples artículos que los medios de comunicación le hacían. A pesar de que era conocido de mi papá nunca nos presentaron, pero tenía todos sus libros y quería destacarme como él en la literatura; tal vez estaba a un paso de lograrlo si me aceptaba.
—Elizabeth, el licenciado Rivers te espera —anunció la secretaria desde la esquina de su escritorio—. Suerte, creo que tienes lo necesario para quedarte. Ya me urge que el licenciado encuentre asistente, hay miles de papeles que organizar por aquí.
—Eh, gracias, la verdad espero lo mismo.
Me levanté del sillón y caminé unos cuantos metros a la derecha para después entrar por la puerta que ella me señaló. Sin embargo, al estar en ese pequeño espacio los nervios me paralizaron. Tenía de frente al hombre que me hizo entender el amor a través de los libros, al que escribía de lo cotidiano y lo convertía en arte.
Contuve la respiración.
Sentí las manos frías y temblorosas; en ese instante comprendí que Esteban Rivers significaba mucho más que un éxito en letras para mí.
Capítulo 2
Esteban Rivers
Mientras respondía los correos electrónicos de algunos clientes, Camelia entró a mi oficina con el anuncio de que una joven solicitaba el puesto de asistente personal, como en otras ocasiones, le pedí que la hiciera pasar, aunque sin mucho ánimo para ser sincero. En días anteriores entrevisté a candidatas que no reunían el potencial para estar en la editorial. De seguro ella era el mismo caso.
Volví a centrarme en los papeles y a los pocos minutos la puerta de mi oficina se abrió, no me fijé de inmediato. Necesitaba terminar de redactar un oficio para un colega, sin embargo, la mirada penetrante de la recién llegada no me dejó concentrar. ¿Qué hacía de pie allí sin decir una palabra? Me divirtió de cierta manera esa actitud y centré mi atención en ella.
Me quedé boquiabierto.
Era una joven elegante. Delicada. Dueña de una sonrisa genuina.
—Por favor, siéntese —dije por inercia.
Me levanté de la silla ejecutiva y ella se aproximó hacia mi escritorio. Sus mejillas estaban ruborizadas y ese carmín escaso jugaba a la perfección con su piel blanca.
—Soy Elizabeth Castillo Villalba, es un placer conocerlo —saludó, con la mano extendida.
La tomé en un apretón, ella siguió mi ritmo manteniendo la mirada. Era una mujer segura de sí misma o al menos lo aparentaba.
—Mucho gusto, señorita Castillo, soy Esteban Rivers, dueño de la editorial, ¿le ofrezco algo de beber? —Negó—. Empecemos con la entrevista, entonces. —Me senté de nuevo y tomé un lápiz entre mis dedos—: ¿Por qué desea el puesto de asistente?
—Me gustan sus libros, a través de ellos siento que lo conociera desde siempre. Usted es el escritor más importante de la literatura contemporánea y me gustaría aprender su oficio.
—Me halagan sus palabras, pero existen escritores mejores que yo —repliqué.
—Usted es lo que cree. Si considera que es el mejor, las personas lo verán como el mejor y así ha sido hasta ahora.
Asentí con una sonrisa de por medio, su forma de ver la vida era curiosa.
No era solo una joven bonita, era más.
—¿Qué sabe acerca del mundo editorial o de libros en su manera técnica?
—Menos de lo que quisiera, de hecho, mi carrera se relaciona al marketing y a la tecnología; pero me encanta leer y tengo algo de conocimiento en diseño gráfico, quizás eso me ayude. Aunque siendo honesta lo que amo es escribir. Tengo un par de trabajos sueltos en un rincón de mi cuarto.
—Algo me dice que puede ser un buen elemento para nosotros. El puesto es suyo, señorita Castillo —dije sin detenerme a pensarlo. Necesitaba más empleados con su entusiasmo.
—Haremos un buen equipo, gracias por la oportunidad. ¿Ese es mi lugar?
Señaló el escritorio, que estaba en el lado izquierdo de mi oficina, con una sonrisa y sin una pizca de sorpresa en su rostro, como si hubiera esperado todo el tiempo que la contratara.
No me quedó más que afirmar en medio de una mirada incrédula.
—Dígame qué es lo que tengo que hacer y lo tendrá de inmediato. Muero por aprender cómo funciona todo esto.
—Me sorprende su interés, más su encanto. Nunca antes tuve a una asistente fascinada por empezar a trabajar.
Tomé unos folders, que contenían dos copias de borradores literarios y se los entregué:
—Estas copias acaban de llegar, antes de remitirlas al departamento de edición deben ser revisadas para saber si cumplen con los lineamientos. Su primera función. Luego le diré a Camelia que le comparta mi agenda por correo electrónico para que organice el itinerario.
Caminó hacia el escritorio y dejó los folders a un costado. Se acomodó en la silla ejecutiva e hizo lo que le pedí luego de arreglar el desorden de papeles que tenía en frente; tres semanas sin asistente lograron que ese espacio se convirtiera en un archivero más.
Por mi lado, volví mi atención al correo que dejé a medio escribir, aunque luego me descubrí observándola de reojo, su manera de ser por alguna razón me intrigaba: era apasionada y astuta.
Ella se dio cuenta de mi escrutinio y con toda naturalidad me regaló una sonrisa, le correspondí, pero esquivé la mirada. Noté que dejé su carpeta abierta en la primera hoja y aproveché para ojearla de nuevo. Entendí por qué me resultaba familiar.
El bip de notificaciones apareció en mi pantalla y me centré en el correo, luego de enviarlo llegó una llamada de mi esposa al celular.
Cerré el ordenador y respondí:
—Hola, Clara, ¿cómo estás?
—Mejor imposible. Acabo de entregar el vestido a mi última clienta. Estoy en la casa de modas. ¿Ya tienes asistente?
—Justo la tengo aquí. Ya no más trabajo pesado —afirmé y la joven rubia me guiñó un ojo con diversión.
—¡Es una buena noticia! Te llamé porque necesito que llegues antes de lo acordado a casa. Tuve un problema con el menú y quiero que me ayudes a improvisar. Sabes que detesto quedar mal frente a mis amigos.
Entrecerré mis ojos soltando un chasquido. Había olvidado la cena con la familia Duque. Durante dos semanas fue su único tema de conversación y no podía creer que mi mente me jugaba una mala pasada. No estábamos en nuestro mejor momento así que de admitir mi descuido la llamada terminaría en una nueva pelea.
—Cuenta conmigo, estaré a las cinco, ¿te parece bien?
—No esperaba menos de ti. Nos vemos.
—Un beso.
Recibí otro de ella a través del teléfono. Lo dejé sobre el escritorio con la mirada atenta de mi nueva empleada.
—¿Su esposa? —cuestionó, en un tono curioso.
—Sí, para recordarme de una cena, ese es uno de sus hobbies: organizar ostentosas veladas para sus amigos. Muchas veces ni siquiera necesita excusa.
—No me sorprende que se olvide, a mi papá también le pasa.
—Asumo que viene innato en los hombres. ¿Tienes hermanas? —cuestioné, aunque sabía la respuesta.
—Sí, su nombre es Tania, es menor por dos años y a pesar de que nos queremos no faltan las peleas de vez en cuando, aunque es mi segunda mejor amiga.
—Eso tampoco es sorpresa, pero no me identifico. Fui el único hijo de mis padres.
—Lo sé. Leí su biografía —confesó con una sonrisa ladeada—. No me imagino ser hija única, me desespera que Tania se tome las cosas a la ligera, pero ilumina mi vida.
—Eres la hija de Alonso Castillo, ¿por qué no trabajas en su empresa?
—Mi pasión es lo que usted hace, no los sistemas informáticos de tecnología —contestó sin titubeos y con un desafío en sus ojos verdes.
Su respuesta me hizo sonreír y por un motivo desconocido me gustó, quizás porque desde hace mucho ya no recibía halagos en mi casa y era bueno escuchar de una joven que tu trabajo removía fibras.
—Es un honor servirte de inspiración. Supongo que debes saber que conozco a tu padre, me sorprende que accediera a que trabajaras aquí.
—Sí, él me lo comentó. Aprovecho para pedirle que no le crea nada de lo que le haya contado sobre mí en las cenas que suelen coincidir, los padres exageran.
—Descuida. No habló mal de ti, todo lo contrario. Pero no te distraigo más o no saldremos de la oficina.
Abrí el ordenador y retomé el siguiente correo de la lista. Traté de concentrarme, aunque con una fascinante compañía iba a resultar imposible. Confiaba en que fuera una sensación pasajera producto de su chispa y que nos convirtiéramos en buenos amigos, si le prestaba atención podría aprender de ella a pesar de que nuestros mundos eran disímiles; la idea me gustó.
Capítulo 3
Elizabeth Castillo
Al acabar la jornada también había terminado con las primeras actividades encargadas por mi jefe. Estaba maravillada con los ejemplares revisados. Sus autores lograron sumergirme en el mundo que imaginaron y no podía esperar por ver esas ideas plasmadas en papel. Aunque, a decir verdad, faltaba más que una buena propuesta para que la editorial les diera luz verde.
Diamante era conocida por ser cuna de best seller y por las pocas horas que llevaba en sus instalaciones podía asegurar que eran estrictos al momento de seleccionar con quienes trabajarían. Sin embargo, me encargué de que el informe les diera un empujoncito a los escritores y aumentar sus posibilidades de publicación.
No obstante, debía ser honesta conmigo misma.
Mi primer día de trabajo se llevaba un diez, pero no solo por los libros, también por mi jefe. Me tenía cautivada. Era brillante, carismático, elocuente y con gran sentido del humor, nos atrapé riendo cuando se suponía que era un momento serio.
No evité pensar en su esposa y lo afortunada que debía sentirse. Ambiciosamente quise ser ella. Luego me regañé por ese pensamiento. ¿Qué le pasaba a mi cabeza? Debía centrarme en mi crecimiento y en demostrar que podía ser una buena escritora, no podía perder el enfoque. Pero, ¿cómo le iba a hacer? Si no dejaba de mirarlo cada que tenía oportunidad y eso que no llevábamos ni veinticuatro horas juntos.
—Elizabeth, Camelia entregará los folders al departamento de edición. Puedes dejarlo sobre el escritorio e ir a tu casa. Mañana te espero a las ocho —anunció, desde el sofá derecho.
—Eh… sí, está bien, así será, licenciado.
—¿Pasa algo? —preguntó al detectar mi mirada inquieta.
—No, bueno, sí, quiero decirle que me siento feliz de este día. No fue un error solicitar el puesto. Por cierto, le garantizo que estos ejemplares serán un éxito, los autores son increíbles.
—Gracias por las adulaciones, espero que así sea.
—Ya le dije cómo funciona la vida, usted debe atraer todo lo bueno: Ley de atracción.
—Tu forma de pensar es curiosa, ¿quieres que te lleve a casa? —preguntó, al tiempo que se levantó.
—Tiene un compromiso con su esposa, no puede llegar tarde. —Rascó su cabeza con una sonrisa chueca—. ¿Pronto lo olvidó?
—El trabajo que tenemos es abrumador, es por eso que necesito una asistente.
—Aquí estoy para salvarle el día —bromeé—, y gracias por el ofrecimiento, pero tengo auto, nos vemos mañana. Pásela bien en su cena.
Recogí mi cartera del perchero y abandoné la oficina ante su mirada. Me despedí de Camelia una vez estuve en la recepción; no había tenido tiempo de conversar con ella, pero presentía que nos llevaríamos bien, se veía dulce y angelical. Me recordaba a Laura, mi mejor amiga.
Caminé hacia el estacionamiento con la mirada fija en mi teléfono. Tenía varios mensajes de mis compañeros de la universidad y procuré responderlos antes de subir al auto.
Encendí la radio, al son de una alegre melodía manejé hacia mi casa. Podía imaginarme la cara de mi familia, cuando les dijera que el puesto era mío y no gracias a mi apellido.
—Justo te iba a llamar. ¿Cómo te fue con Rivers? —averiguó mi papá, al verme cruzar la entrada. Parecía interesado en lo que pudiera decirle.
—¡Soy su asistente! —confirmé con emoción.
—Espero que no se te olvide lo que hablamos, el día que te gradúes te quiero en la empresa —recalcó, con un beso en mi frente de saludo.
—Sí, papá, créeme que lo tengo presente.
Posó su mano en mi hombro y me miró con orgullo, solo pude sonreír a medias.
Recordé la tarde en la que le dije que postularía para asistente. Era de valientes contradecirlo y rara vez cambiaba de opinión. Se enojó y estuvo a punto de castigarme, pero no estaba en mis planes perder esa batalla y conseguí que mamá me ayudara, ella lo convenció de aceptar mi propuesta a regañadientes, pero me hizo prometer de que sin importar los resultados renunciaría cuando mi titulación fuera una realidad para el sistema nacional.
—Te deseo lo mejor con Rivers —reveló ante mi silencio.
Achiné la mirada en una mueca nostálgica. Guardaba la esperanza de que mi tiempo en la editorial bastara para convencerlo de que mi decisión no era otro de mis caprichos.
—Patricia y yo iremos a una cena de negocios. Decide con tu hermana qué quieren comer, por lo pronto tengo que ir a la biblioteca a hacer una llamada. Te quiero, hija.
Asentí para después lanzarle un beso e ir a saludar a mamá, quería contarle de mi primer día; luego de asesorarla con su peinado dejé que terminara de arreglarse y fui en busca de Tany.
—¿Qué tal las compras con Majo? —curioseé apoyándome en el marco de su puerta.
—Vacié todas las tiendas —contestó la pelinegra con inocencia—, ¿cómo te fue en la editorial? Quiero detalles de la flamante escritora.
—Pues tengo el trabajo y leí unos posibles éxitos literarios.
—¡Conociste a Rivers! —Se levantó de la silla y se acercó a mí—. ¿Cómo es? ¿Cumplió tus expectativas?
Afirmé y se me abalanzó con euforia, me haló hacia su cama con una risa escandalosa.
—Quiero saber todo, odio cuando me cuentas a medias.
—¡Ahora sí! —Me blanqueó los ojos—. Tiene treinta y siete años, está casado y tiene un hijo casi de mi edad. Es relajado como jefe, pero algo me dice que no me fíe de esa primera impresión, aunque pareciera tener un aire de picardía… Es… es perfecto.
—Elizabeth Castillo, ¿te gusta tu jefe? Pensé que era un platónico. Cuidado con tus pensamientos. Mira que te conozco. Él es amigo de la familia y está casado, lo sabes.
—¿¡Qué dices!? ¿Cómo se te ocurre pensar que puedo siquiera mirarlo de esa manera?
—Miéntele al mundo entero, pero a mí no, conocerlo alborotó tus hormonas.
—Mejor dime si me compraste algo, no quiero tener esta conversación contigo, es absurda.
Enarcó las cejas en medio de una sonrisa burlona, pero sabía cuándo guardar silencio. Se levantó de la cama y corrió a su armario, de una bolsa transparente sacó un vestido verde y lo sujetó contra su cuerpo confesando que era mío.
—Tu gusto nunca decepciona, gracias por los detalles.
—De nada, lo mejor para mi hermana terca y loca.
Caminé hacia ella y le di un abrazo.
—Por cierto, llamó la abuela y dijo que el abuelo se encuentra en perfectas condiciones. ¿Te imaginas lo que diría si se entera del trabajo?
—De seguro dejaría Irlanda y se vendría con nosotras a tratar de persuadirme, pero tú no le vas a decir. —La señalé con el dedo índice y le arrebaté el vestido de las manos—. Mañana madrugo, me voy a dormir.
—Me quedaré un rato en la computadora. Espero no se te peguen las sábanas.
Salí del cuarto y caminé hacia el mío con una sonrisa pícara, mi hermana sabía cómo subirme el ánimo y matar la soledad, que a veces me invadía, más si mi mejor amiga estaba del otro lado del país en una competencia de ciclistas. Yo no era de estar en casa y si pasaba mucho tiempo en ella me aburría. Pero no podía hacer más. Era el precio a pagar si quería que mis papás me tomaran en serio.
Dejé el vestido en el armador de la puerta y me tumbé sobre la cama. Sentir el frío de las sábanas fue relajante, que casi hasta me quedo dormida; antes de apagar las luces revisé mi teléfono, sonreí como una ilusa al leer una notificación de Facebook en mi pantalla de inicio.
Esteban Rivers me había enviado una solicitud de amistad. La acepté sin vacilaciones y esa fue la excusa para desvelarme, entre sus fotografías y estados altruistas.
—Buenos días, Camelia, ¿ya está aquí el licenciado Rivers?
—Hola, Elizabeth, él aún no llega, pero supongo que no tardará en hacerlo.
—Estaré en la oficina, una pregunta, ¿se enviaron los ejemplares al departamento de edición?
—Sí, de hecho, hoy los diseñadores empezarán con los posibles bocetos para las primeras impresiones.
Levanté las cejas con entusiasmo al mismo tiempo que una sonrisa fina se dibujó en mi rostro. Me despedí con un ademán de dedos y caminé hacia la oficina de mi jefe, cerré la puerta cuando estuve en ella. Recordé el día anterior y otra sonrisa se escapó de mis labios. Me seguía pareciendo un sueño estar parada allí como si fuera lo más normal del mundo.
Rodeé su escritorio y mis manos dibujaron círculos sobre la superficie. Estuve tentada a sentarme en su puesto, pero sería loco, podría aparecer y no tendría justificación.
Me fijé en la fotografía de mi izquierda, era él con su familia en algún evento formal: feliz y orgulloso; por algunos segundos me embelesaron sus ojos negros, pero la voz recriminadora de mi conciencia hizo eco en mi sensatez y corrí a mi puesto.
Tenía que trabajar mas no darles riendas sueltas a ilusiones absurdas.
—Hola, buenos días.
El saludo vino desde la puerta entreabierta por lo que mi mirada se detuvo en ella.
—Adelante.
—Disculpa, ¿tú debes ser Elizabeth?
Asentí de inmediato a la mujer delgada, que me observaba desde la entrada de la oficina. Sabía quién era. Había visto sus fotografías la noche anterior, pero era más bella en persona.
—Sí, un gusto. ¿En qué la puedo ayudar?
—A mí no, más bien a mi esposo. —Caminó hacia el escritorio retumbando sus tacones y me extendió su mano pálida—: Soy Clara Prout de Rivers, es un placer conocerte.
—Encantada, señora Prout. ¿Qué necesita su esposo?
—Dijo que quería copia de los ejemplares que llegaron ayer en la mañana. Se le presentó un inconveniente y no podrá venir por ellos.
—Por supuesto, déjeme y los reviso.
Rodeé mi espacio de trabajo ante su sonrisa jovial y caminé hacia mi destino con un leve nerviosismo. Tomé lo que me había pedido y se lo entregué a los segundos.
—Eres simpática, mi esposo me comentó que también eficiente. Uno de estos días deberías ir a mi casa. ¿Sabías que somos amigos de tus padres?
—Sí, gracias, tendré en cuenta su invitación, señora.
—Llámame Clara, no tengo inconveniente con las buenas costumbres. Yo también tengo un hijo joven, de seguro se llevarían bien. Concretaré con mi esposo los detalles de tu visita, cuídate.
Cerró la puerta de la oficina y yo me quedé con una sensación extraña dentro de mi ser. Clara Prout de Rivers era el prototipo de las mujeres presuntuosas de su matrimonio —o al menos lo parecía—, y yo no tenía el derecho de sentirme atraída por su esposo. No me educaron así. Debía frenar a mi impetuoso corazón.