Loe raamatut: «El ministerio de las publicaciones»

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El ministerio de las publicaciones

Elena G. de White


Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido

Tapa

Prefacio

Clave de abreviaturas

Sección I: PRIMERA ETAPA HISTÓRICA DE LA OBRA DE PUBLICACIONES

Capítulo 1: La visión recibida en Dorchester en 1848 y los primeros ensayos de publicaciones

Capítulo 2: Establecida con sacrificio

Capítulo 3: La visión del 3 de enero de 1875 y la expansión mundial

Capítulo 4: Propósito de Dios para la obra de publicaciones

Sección II: ESTABLECIMIENTO Y ADMINISTRACIÓN DE CASAS EDITORAS

Capítulo 5: Una obra sagrada

Capítulo 6: Normas espirituales elevadas para los obreros de Dios

Capítulo 7: Requisitos habilitantes para la obra y la eficiencia

Capítulo 8: Preparación de los obreros

Capítulo 9: Se necesitan publicaciones de calidad con el mensaje

Capítulo 10: Importancia de la economía

Capítulo 11: Relación entre la casa editora y la iglesia

Sección III: PELIGROS QUE AMENAZAN A LOS DIRIGENTES DE PUBLICACIONES

Capítulo 12: No un liderazgo monárquico, sino semejante al de Cristo

Capítulo 13: Males de la centralización y la colonización

Capítulo 14: ¿Publicación comercial o denominacional?

Capítulo 15: Reproche divino por ignorar el consejo

Capítulo 16: Reubicación y reconstrucción

Capítulo 17: Establecimiento de casas editoras en nuevos lugares

Sección IV: PRODUCCIÓN DE LA CASA EDITORA

Capítulo 18: La publicación de libros de Elena de White

Capítulo 19: Venta de libros e ilustraciones

Capítulo 20: Las revistas y su circulación

Capítulo 21: Escritores y derechos de autor

Capítulo 22: Salario para los obreros de las casas editoras

Sección V: EXITOSO LIDERAZGO DE PUBLICACIONES EN EL CAMPO DE TRABAJO

Liderazgo administrativo

Capítulo 23: Componentes del liderazgo de calidad

Capítulo 24: Enseñanza del colportaje evangélico

Capítulo 25: Búsqueda de colportores evangelistas

Capítulo 26: El plan de Dios para los alumnos y los jóvenes

Capítulo 27: Enseñando a vender a los colportores evangélicos

Capítulo 28: Enseñando a los colportores evangélicos a ganar almas

Capítulo 29: Publicaciones para terminar la obra

Sección VI: CONSEJOS SOBRE LA VENTA DE PUBLICACIONES PARA LA IGLESIA

Las agencias de publicaciones

Capítulo 30: Plan maestro espiritual para los centros de publicaciones adventistas

Capítulo 31: Administración y promoción esmeradas

Capítulo 32: Promoción de la venta de libros

Capítulo 33: Distribución de folletos y periódicos

Capítulo 34: Circulación de los libros del Espíritu de Profecía

Capítulo 35: Palabras de vida del gran Maestro y El ministerio de curación

Capítulo 36: Divulgación de publicaciones por parte de los adventistas

Capítulo 37: Publicaciones para los hogares adventistas

Sección VII: DE UN PEQUEÑO COMIENZO A UN TRIUNFO GLORIOSO

Capítulo 38: El llamamiento final mediante las publicaciones

Capítulo 39: Un testigo para todas las naciones

Capítulo 40: Una cosecha sin precedentes

APÉNDICE

El ministerio de las publicaciones

Elena G. de White

Título del original: The Publishing Ministry, Ellen G. White Estate, 1983.

Dirección: Aldo D. Orrego

Traductor: Sergio V. Collins

Diseño de la tapa: Carlos Schefer

Diseño del interior: Marcelo Benítez

Ilustración de la tapa: Shutterstock (Banco de imágenes)

Primera edición, e-Book

MMXX

IMPRESO EN LA ARGENTINA

Printed in Argentina

Es propiedad. © APIA (1997). © ACES (2020).

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-108-7


White, Elena G. deEl ministerio de las publicaciones / Elena G. de White. - 1ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.Libro digital, EPUBArchivo Digital: onlineTraducción de: Sergio V. Collins.ISBN 978-987-798-108-71. Iglesia Cristiana. 2. Edición. 3. Publicaciones Periódicas. I. Collins, Sergio V., trad. II. Título.CDD 230.007

Publicado el 30 de marzo de 2020 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (Opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Website: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Así como la predicación de Noé amonestó y probó a los habitantes del mundo antes que el diluvio los destruyera de sobre la faz de la tierra, también la verdad de Dios para estos últimos días está haciendo una obra similar de amonestar y poner a prueba al mundo. Las publicaciones que salen... llevan el sello del Eterno. Están siendo esparcidas por todo el país, y están decidiendo el destino de muchas almas.–Notas biográficas de Elena G. de White, pág. 227.

Prefacio

Desde el comienzo de la obra de publicaciones adventistas, en 1849, se han distribuido miles de millones de ejemplares de nuestros libros y revistas. Colportores evangélicos y laicos misioneros han dejado la mayor parte de estas publicaciones en los hogares de hombres y mujeres destinados al juicio.

En el momento de escribir estas líneas, más de veinte mil colportores prestan servicio en todo el mundo, pero este número dista mucho de ser adecuado para satisfacer las necesidades actuales. Dios pide que libros, revistas y folletos rebosantes con el mensaje se distribuyan en todas partes como hojas otoñales. Cuando los miembros de iglesia se unan con los colportores en la tarea de difundir las buenas nuevas, la obra quedará terminada.

Elena de White hizo esta declaración:

“Las páginas impresas que salen de nuestras casas publicadoras deben preparar a un pueblo para ir al encuentro de su Dios. En el mundo entero, estas instituciones deben realizar la misma obra que hizo Juan el Bautista en favor de la nación judaica. Mediante solemnes mensajes de amonestación, el profeta de Dios arrancaba a los hombres de sus sueños mundanos. Por su medio, Dios llamó al arrepentimiento al apóstata Israel. Por la presentación de la verdad desenmascaraba los errores populares. En contraste con las falsas teorías de su tiempo, la verdad resaltaba de sus enseñanzas con certidumbre eterna. ‘¡Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado!’ (Mat. 3:2). Tal era el mensaje de Juan. El mismo mensaje debe ser anunciado al mundo hoy por las páginas impresas que salen de nuestras casas editoriales...

“Es también, en gran medida, por medio de nuestras imprentas como debe cumplirse la obra de aquel otro ángel [de Apocalipsis 18] que baja del cielo con gran potencia y alumbra la tierra con su gloria” (JT 3:140-142).

En el año cuando se hicieron estas amonestaciones (1902), un libro de bolsillo de 73 páginas, Manual for Canvassers [Manual para colportores], puso al alcance de los colportores evangélicos instrucciones y consejos de la pluma de Elena de White concernientes a la distribución de libros. Estaba constituido por materiales compilados, bajo la dirección de la autora, de los Testimonios para la iglesia y otras fuentes. Este librito se amplió en 1920 y se publicó con el título de Colporteur Evangelist [El colportor evangélico].

Con el desarrollo de índices más abarcadores de la voluminosa producción literaria de Elena de White, fue posible expandir y enriquecer el manual mencionado. La guía actual expandida se publicó en inglés en 1953, con el título de Colporteur Ministry [en español conservó el título anterior], con 176 páginas. Este libro ha prestado buen servicio, pero como lo indica su título, los consejos que contiene se refieren casi exclusivamente al trabajo del colportor.

Los consejos de Elena de White dirigidos a los autores se compilaron y publicaron con el título de Counsels to Writers and Editors [Consejos para escritores y redactores]. Se publicó inicialmente una edición limitada en 1939 y posteriormente, en 1946, se puso en circulación general con el formato estándar de los libros de Elena de White [con el título El otro poder para su versión en castellano].

Pero asuntos de importancia vital para el ministerio de las publicaciones no se trataron en ninguna de estas dos obras especializadas. Uno de ellos es el establecimiento, la explotación y la administración de casas editoras. Este nuevo libro cubre estos asuntos, y además incluye consejos destinados a la obra de publicaciones en general.

Los Fideicomisarios de las Publicaciones de Elena G. de White, conjuntamente con el personal del Departamento de Publicaciones de la Asociación General, efectuaron una investigación exhaustiva en todas las fuentes de materiales de Elena de White, publicadas e inéditas, con el fin de compilar este libro. Los consejos seleccionados presentan con toda claridad el propósito que Dios tiene para este brazo vital de la iglesia. Que El ministerio de las publicaciones sirva de útil guía para todos los que son llamados a proclamar las buenas nuevas de salvación por medio de la difusión de la página impresa, es el deseo sincero de

los Fideicomisarios de la Corporación editorial Elena G. de White

Clave de abreviaturas

Los artículos que componen este libro han sido tomados de los escritos de Elena de White tal como aparecen en los libros en circulación, en obras que están agotadas, en artículos de periódicos, en folletos y en manuscritos de los archivos de la Corporación Editorial Elena G. de White. En cada caso se da la fuente de la cual se tomó el artículo. Se han utilizado las siguientes abreviaturas de las fuentes respectivas:

CBA 1 - Co­men­ta­rio bí­bli­co ad­ven­tis­ta del sép­ti­mo día, tomo 1 (CBA 2, etc., pa­ra los to­mos 2-7)

CC - El ca­mi­no a Cris­to

CE - El col­por­tor evan­gé­li­co

CM - Con­se­jos pa­ra los maes­tros, pa­dres y alum­nos

CMC - Con­se­jos so­bre ma­yor­do­mía cris­tia­na

CN - Con­duc­ción del ni­ño

CRA - Con­se­jos so­bre el ré­gi­men ali­men­ti­cio

CS - El con­flic­to de los si­glos

CSS - Con­se­jos so­bre la sa­lud

DTG - El De­sea­do de to­das las gen­tes

Ed - La edu­ca­ción

Ev - El evan­ge­lis­mo

FE - Fun­da­men­tals of Ch­ris­tian Edu­ca­tion

GCB - Ge­ne­ral Con­fe­ren­ce Bu­lle­tin

HAp - Los he­chos de los após­to­les

HC - El ho­gar cris­tia­no

HHD - Hi­jos e hi­jas de Dios

HS - His­to­ri­cal Sket­ches

JT 1 - Jo­yas de los tes­ti­mo­nios, tomo 1 (JT 2 y JT 3 pa­ra los to­mos 2 y 3)

MB - El mi­nis­te­rio de la bon­dad

MC - El mi­nis­te­rio de cu­ra­ción

MJ - Men­sa­jes pa­ra los jó­ve­nes

MM - El ministerio médico

MS 1 - Men­sa­jes se­lec­tos, tomo 1 (MS 2 pa­ra el to­mo 2)

NB - No­tas bio­grá­fi­cas de Ele­na G. de Whi­te

OE - Obre­ros evan­gé­li­cos

PE - Pri­me­ros es­cri­tos

PP - Pa­triar­cas y pro­fe­tas

PR - Pro­fe­tas y re­yes

PVGM - Pa­la­bras de vi­da del gran Maes­tro

RH - Re­view and He­rald

SC - Ser­vi­cio cris­tia­no

SD - Sons and Daugh­ters of God

SDAEn - Se­venth-day Ad­ven­tist Ency­clo­pe­dia

SpIRHWBC - Spe­cial Ins­truc­tion Re­la­ting to the Re­view and He­rald Of­fi­ce and the Work in Bat­tle Creek

SpIRR - Spe­cial Ins­truc­tion Re­gar­ding Ro­yal­ties

SpT, Misc. - Spe­cial Tes­ti­mo­nies, Mis­ce­llany, Li­bro A

SpTM­WI - Spe­cial Tes­ti­mony to the Ma­na­gers and Wor­kers in Our Ins­ti­tu­tions

SpTPW - Spe­cial Tes­ti­mo­nies, Pu­blis­hing Work

SpTWWPP - Spe­cial Tes­ti­mo­nies Con­cer­ning the Work and Wor­kers in the Pa­ci­fic Press

ST - Signs of the Ti­mes

SW - Sout­hern Watch­man

T 1 - Tes­ti­mo­nies for the Church, tomo 1 (T 2, etc., pa­ra los to­mos 2-9)

TI 2 - Tes­ti­mo­nios pa­ra la igle­sia, tomo 2 (TI 5, etc., pa­ra los to­mos 5, 7 y 9)

TM - Tes­ti­mo­nios pa­ra los mi­nis­tros

Sección I

Capítulo 1
La visión recibida en Dorchester en 1848 y los primeros ensayos de publicaciones

La vi­sión de Dor­ches­ter en 18481.–En una reu­nión efec­tua­da en Dor­ches­ter, Mas­sa­chu­setts, en no­viem­bre de 1848, re­ci­bí una vi­sión pa­no­rá­mi­ca de la pro­cla­ma­ción del men­sa­je del se­lla­mien­to y el de­ber que tie­nen los her­ma­nos de pu­bli­car la luz que es­ta­ba alum­bran­do nues­tro ca­mi­no.

Des­pués de la vi­sión le di­je a mi es­po­so: “Ten­go un men­sa­je pa­ra ti. De­bes im­pri­mir un pe­que­ño pe­rió­di­co y re­par­tir­lo en­tre la gen­te. Aun­que al prin­ci­pio se­rá pe­que­ño, cuan­do la gen­te lo lea te en­via­rá re­cur­sos pa­ra im­pri­mir­lo y ten­drá éxi­to des­de el prin­ci­pio. Se me ha mos­tra­do que de es­te mo­des­to co­mien­zo bro­ta­rán rau­da­les de luz que han de cir­cuir el glo­bo”.

Mien­tras es­tá­ba­mos en Con­nec­ti­cut, en el ve­ra­no de 1849, mi es­po­so sin­tió el pro­fun­do con­ven­ci­mien­to de que le ha­bía lle­ga­do la ho­ra de es­cri­bir y pu­bli­car la ver­dad pre­sen­te. Re­ci­bió mu­cho alien­to y ben­di­ción al re­sol­ver­se a ello. Pe­ro ca­yó de nue­vo en du­da y per­ple­ji­dad al con­si­de­rar que no te­nía di­ne­ro. Quie­nes con­ta­ban con re­cur­sos pre­fe­rían guar­dár­se­los. Por fin, de­sa­len­ta­do, re­nun­ció a la em­pre­sa y de­ci­dió ir en bus­ca de un cam­po de he­no pa­ra com­pro­me­ter­se a gua­da­ñar­lo.

Al mar­char mi es­po­so de ca­sa, sen­tí que me so­bre­co­gía un gran pe­so, y me des­va­ne­cí. Ora­ron por mí y Dios me ben­di­jo, arre­ba­tán­do­me en vi­sión. Vi que el Se­ñor ha­bía ben­de­ci­do y da­do fuer­zas a mi es­po­so pa­ra que tra­ba­jara en el cam­po un año an­tes; que ha­bía em­plea­do pro­ve­cho­sa­men­te los re­cur­sos ob­te­ni­dos de su tra­ba­jo; que re­ci­bi­ría el cien­to por uno en es­ta vi­da y, si era fiel, una co­pio­sa re­com­pen­sa en el rei­no de Dios; pe­ro que el Se­ñor no que­ría aho­ra dar­le fuer­zas pa­ra tra­ba­jar en el cam­po, por­que lo te­nía des­ti­na­do a otra la­bor, y que si se aven­tu­ra­ba a ir a cor­tar he­no, ha­bría de de­jar­lo por­que cae­ría en­fer­mo, pues de­bía es­cri­bir, es­cri­bir, es­cri­bir y avan­zar por fe. Se pu­so a es­cri­bir in­me­dia­ta­men­te, y cuan­do lle­ga­ba a un pa­sa­je di­fí­cil, nos unía­mos en ora­ción a Dios con el fin de com­pren­der el ver­da­de­ro sig­ni­fi­ca­do de su Pa­la­bra.

La ver­dad pre­sen­te.–Un día de ju­lio, mi es­po­so tra­jo a ca­sa des­de Midd­le­town mil ejem­pla­res del pri­mer nú­me­ro de su pe­rió­di­co. Mien­tras se com­po­nía el ori­gi­nal, ha­bía re­co­rri­do va­rias ve­ces a pie, ida y vuel­ta, la dis­tan­cia de tre­ce ki­ló­me­tros que nos se­pa­ra­ba de Midd­le­town; pe­ro aquel día le pi­dió pres­ta­do al Hno. Bel­den2 un ca­rro con su ca­ba­llo pa­ra lle­var a ca­sa los ejem­pla­res del pe­rió­di­co.

Traí­das a la ca­sa las va­lio­sas ho­jas im­pre­sas, las pu­si­mos en el sue­lo, y lue­go se reu­nió al­re­de­dor un pe­que­ño gru­po de per­so­nas in­te­re­sa­das. Nos arro­di­lla­mos jun­to a los pe­rió­di­cos y, con hu­mil­de co­ra­zón y mu­chas lá­gri­mas, su­pli­ca­mos al Se­ñor que otor­ga­se su ben­di­ción a aque­llas pá­gi­nas im­pre­sas, men­sa­je­ras de la ver­dad.

Des­pués que do­bla­mos los pe­rió­di­cos, mi es­po­so los en­vol­vió en fa­jas di­ri­gi­das a cuan­tas per­so­nas él pen­sa­ba que los lee­rían, pu­so el con­jun­to en un ma­le­tín, y los lle­vó a pie al co­rreo de Midd­le­town.

Du­ran­te los me­ses de ju­lio, agos­to y sep­tiem­bre se im­pri­mie­ron en Midd­le­town cua­tro nú­me­ros del pe­rió­di­co, de ocho pá­gi­nas ca­da uno. An­tes de man­dar los ejem­pla­res al Co­rreo, los ex­ten­día­mos siem­pre an­te el Se­ñor y ofre­cía­mos a Dios fer­vo­ro­sas ora­cio­nes mez­cla­das con lá­gri­mas pa­ra que él de­rra­ma­se sus ben­di­cio­nes so­bre los si­len­cio­sos men­sa­je­ros. Po­co des­pués de pu­bli­car el pri­mer nú­me­ro, re­ci­bi­mos car­tas con re­cur­sos des­ti­na­dos a con­ti­nuar pu­bli­can­do el pe­rió­di­co, y tam­bién re­ci­bi­mos las bue­nas no­ti­cias de que mu­chas al­mas abra­za­ban la ver­dad.

El co­mien­zo de es­ta obra de pu­bli­ca­cio­nes no nos es­tor­bó en nues­tra ta­rea de pre­di­car la ver­dad, si­no que íba­mos de po­bla­ción en po­bla­ción, pro­cla­man­do las doc­tri­nas que tan­ta luz y go­zo nos ha­bían da­do, alen­tan­do a los cre­yen­tes, co­rri­gien­do erro­res y po­nien­do en or­den las co­sas de la igle­sia. Con el fin de lle­var ade­lan­te la em­pre­sa de pu­bli­ca­cio­nes y al pro­pio tiem­po pro­se­guir nues­tra la­bor en di­fe­ren­tes par­tes del cam­po, el pe­rió­di­co se tras­la­da­ba de vez en cuan­do a dis­tin­tas po­bla­cio­nes...

Se im­pri­me en Os­we­go, Nue­va Yor­k.–En los me­ses de oc­tu­bre y no­viem­bre de 1849, mien­tras via­já­ba­mos, ha­bía que­da­do en sus­pen­so la pu­bli­ca­ción del pe­rió­di­co, aun­que mi es­po­so to­da­vía sen­tía el de­ber de re­dac­tar­lo y pu­bli­car­lo. Al­qui­la­mos una ca­sa en Os­we­go, Nue­va York, con mue­bles que nues­tros her­ma­nos nos ha­bían pres­ta­do, y nos ins­ta­la­mos en ella. Allí mi es­po­so es­cri­bía, pu­bli­ca­ba y pre­di­ca­ba.3

Fue ne­ce­sa­rio que él man­tu­vie­ra pues­ta la ar­ma­du­ra en to­do mo­men­to, por­que a me­nu­do te­nía que con­ten­der con pro­fe­sos ad­ven­tis­tas que de­fen­dían el error. Al­gu­nos fi­ja­ban cier­ta fe­cha de­fi­ni­da pa­ra la ve­ni­da de Cris­to. No­so­tros ase­ve­ra­mos que es­te tiem­po pa­sa­ría sin que na­da ocu­rrie­ra. En­ton­ces tra­ta­ban de crear pre­jui­cios de par­te de to­dos con­tra no­so­tros y con­tra lo que en­se­ñá­ba­mos. Se me mos­tró que aque­llos que es­ta­ban hon­ra­da­men­te en­ga­ña­dos, al­gún día ve­rían el en­ga­ño en que ha­bían caí­do y se­rían in­du­ci­dos a es­cu­dri­ñar la ver­dad (NB 137-141).

La obra de pu­bli­ca­cio­nes en­cuen­tra di­fi­cul­ta­des­.–De Os­we­go fui­mos a Cen­ter­port, Nue­va York, en com­pa­ñía de los es­po­sos Ed­son, y nos hos­pe­da­mos en la ca­sa del Hno. Ha­rris, don­de pu­bli­ca­mos una re­vis­ta men­sual ti­tu­la­da The Ad­vent Re­view.4

Mi hi­jo em­peo­ró, y orá­ba­mos por él tres ve­ces al día. A ve­ces era ben­de­ci­do, y se de­te­nía el pro­gre­so de la en­fer­me­dad; des­pués nues­tra fe vol­vió a ser pro­ba­da se­ve­ra­men­te cuan­do sus sín­to­mas re­cru­de­cie­ron en for­ma alar­man­te.

Yo me en­con­tra­ba su­ma­men­te de­pri­mi­da. Pre­gun­tas si­mi­la­res a es­tas me atri­bu­la­ban: ¿Por qué no qui­so es­cu­char nues­tras ora­cio­nes y de­vol­ver la sa­lud del ni­ño? Sa­ta­nás, siem­pre dis­pues­to a im­por­tu­nar con sus ten­ta­cio­nes, su­ge­ría que era por­que no­so­tros no lle­vá­ba­mos una vi­da rec­ta.

Yo no po­día pen­sar en nin­gu­na co­sa en par­ti­cu­lar en que hu­bie­ra agra­via­do al Se­ñor, y sin em­bar­go un pe­so ago­bian­te pa­re­cía opri­mir mi es­pí­ri­tu, lle­ván­do­me a la de­ses­pe­ra­ción. Du­da­ba de mi acep­ta­ción por par­te de Dios, y no po­día orar. No te­nía va­lor ni aun pa­ra ele­var mis ojos al cie­lo. Su­fría in­ten­sa an­gus­tia men­tal, has­ta que mi es­po­so bus­có al Se­ñor en mi fa­vor. Él no ce­jó has­ta que mi voz se unió con la de él en pro­cu­ra de li­be­ra­ción. La ben­di­ción lle­gó, y yo co­men­cé a te­ner es­pe­ran­za. Mi fe tem­blo­ro­sa se asió de las pro­me­sas de Dios.

En­ton­ces Sa­ta­nás ac­tuó de otra ma­ne­ra. Mi es­po­so ca­yó gra­ve­men­te en­fer­mo. Sus sín­to­mas eran alar­man­tes. A ra­tos tem­bla­ba y su­fría un do­lor ago­ni­zan­te. Sus pies y sus miem­bros es­ta­ban fríos. Yo los fro­ta­ba has­ta que no me que­da­ban fuer­zas. El Hno. Ha­rris es­ta­ba a va­rios ki­ló­me­tros de dis­tan­cia en su tra­ba­jo. Las her­ma­nas Ha­rris y Bon­foey y mi her­ma­na Sa­ra eran las úni­cas per­so­nas pre­sen­tes; y yo ape­nas reu­nía va­lor su­fi­cien­te pa­ra atre­ver­me a creer en las pro­me­sas de Dios. Si al­gu­na vez sen­tí mi de­bi­li­dad fue en­ton­ces. Sa­bía­mos que al­go de­bía ha­cer­se in­me­dia­ta­men­te. Mo­men­to tras mo­men­to el ca­so de mi es­po­so iba em­peo­ran­do en for­ma crí­ti­ca. Era, cla­ra­men­te, un ca­so de có­le­ra. Él nos pi­dió que orá­ra­mos, y no nos atre­vi­mos a re­hu­sar ha­cer­lo. Con gran de­bi­li­dad nos pos­tra­mos an­te el Se­ñor con un pro­fun­do sen­ti­mien­to de mi in­dig­ni­dad; co­lo­qué mis ma­nos so­bre su ca­be­za y pe­dí al Se­ñor que re­ve­la­ra su po­der. En­ton­ces so­bre­vi­no un cam­bio in­me­dia­ta­men­te. Re­gre­só el co­lor na­tu­ral de su ca­ra, y la luz del cie­lo bri­lló en su sem­blan­te. To­dos es­tá­ba­mos lle­nos de una gra­ti­tud ine­fa­ble. Nun­ca ha­bía­mos ob­ser­va­do una res­pues­ta más no­ta­ble a la ora­ción.

Ese día de­bía­mos sa­lir rum­bo a Port By­ron pa­ra leer las prue­bas del pe­rió­di­co que se im­pri­mía en Au­burn. Nos pa­re­cía que Sa­ta­nás es­ta­ba tra­tan­do de obs­ta­cu­li­zar la pu­bli­ca­ción de la ver­dad que es­tá­ba­mos es­for­zán­do­nos por co­lo­car de­lan­te de la gen­te. Sen­tía­mos que de­bía­mos an­dar por fe. Mi es­po­so di­jo que iría a Port By­ron en bus­ca de las prue­bas. Lo ayu­da­mos a en­jae­zar el ca­ba­llo, y yo lo acom­pa­ñé. El Se­ñor lo for­ta­le­ció en el ca­mi­no. Re­ci­bió las prue­bas, y una no­ta que de­cía que el pe­rió­di­co es­ta­ría im­pre­so al día si­guien­te, y que de­bía­mos es­tar en Au­burn pa­ra re­ci­bir­lo.

Esa no­che nos des­per­ta­ron los la­men­tos de nues­tro pe­que­ño Ed­son, que dor­mía en el cuar­to que es­ta­ba en­ci­ma del nues­tro. Era cer­ca de me­dia­no­che. Nues­tro hi­ji­to se afe­rra­ba a la Hna. Bon­foey, y lue­go, con am­bas ma­nos, lu­cha­ba con­tra el ai­re, y gri­ta­ba ate­rro­ri­za­do: “¡No! ¡No!”, y se acer­ca­ba más a no­so­tros. Sa­bía­mos que és­te era el es­fuer­zo de Sa­ta­nás pa­ra mo­les­tar­nos, y nos arro­di­lla­mos en ora­ción. Mi es­po­so re­pren­dió al mal es­pí­ri­tu en el nom­bre del Se­ñor, y Ed­son se que­dó tran­qui­la­men­te dor­mi­do en los bra­zos de la Hna. Bon­foey, y des­can­só bien to­da la no­che.

Mi es­po­so fue ata­ca­do nue­va­men­te. Sen­tía mu­cho do­lor. Me arro­di­llé al la­do de su ca­ma y ro­gué al Se­ñor que for­ta­le­cie­ra nues­tra fe. Yo sa­bía que Dios ha­bía obra­do en su fa­vor, y re­pren­dí a la en­fer­me­dad; no po­día­mos pe­dir­le al Se­ñor que hi­cie­ra lo que él ya ha­bía he­cho. Pe­ro ora­mos pa­ra que el Se­ñor lle­va­ra ade­lan­te su obra. Re­pe­ti­mos es­tas pa­la­bras: “Tú has obra­do. Cree­mos sin nin­gu­na du­da. ¡Lle­va ade­lan­te la obra que tú has em­pe­za­do!” Así su­pli­ca­mos du­ran­te ho­ras de­lan­te del Se­ñor, y mien­tras orá­ba­mos, mi es­po­so se dur­mió, y des­can­só bien has­ta la luz del día. Cuan­do se le­van­tó es­ta­ba muy dé­bil, pe­ro no que­ría­mos con­cen­trar­nos en las apa­rien­cias.

Con­fia­mos en la pro­me­sa de Dios, y de­ter­mi­na­mos an­dar por fe. Se nos es­pe­ra­ba en Au­burn ese día pa­ra re­ci­bir el pri­mer nú­me­ro del pe­rió­di­co. Creía­mos que Sa­ta­nás es­ta­ba tra­tan­do de obs­ta­cu­li­zar­nos, y mi es­po­so de­ci­dió ir con­fia­do en el Se­ñor. El Hno. Ha­rris alis­tó el ca­rrua­je, y la Hna. Bon­foey nos acom­pa­ñó. A mi es­po­so tu­vie­ron que ayu­dar­lo pa­ra su­bir al ca­rro; sin em­bar­go, con ca­da ki­ló­me­tro que re­co­rría­mos au­men­ta­ban sus fuer­zas. Man­te­nía­mos nues­tra men­te en Dios, y nues­tra fe en cons­tan­te ejer­ci­cio, mien­tras re­co­rría­mos el ca­mi­no con paz y fe­li­ci­dad.

Cuan­do re­ci­bi­mos la re­vis­ta im­pre­sa y re­gre­sa­mos a Cen­ter­port, te­nía­mos la se­gu­ri­dad de ha­llar­nos en la sen­da del de­ber. La ben­di­ción del Se­ñor des­can­só so­bre no­so­tros. Aun­que nos ha­bía gol­pea­do Sa­ta­nás, ha­bía­mos ga­na­do la vic­to­ria por me­dio de Cris­to que nos for­ta­le­cía. Lle­vá­ba­mos una can­ti­dad con­si­de­ra­ble de pe­rió­di­cos con la pre­cio­sa ver­dad pa­ra el pue­blo de Dios.

Nues­tro ni­ño se es­ta­ba res­ta­ble­cien­do, y no se le per­mi­tió a Sa­ta­nás que vol­vie­ra a afli­gir­nos. Tra­ba­já­ba­mos des­de tem­pra­no has­ta tar­de, a ve­ces sin to­mar tiem­po pa­ra sen­tar­nos a la me­sa pa­ra in­ge­rir nues­tros ali­men­tos. Con un pla­to de ali­men­to a nues­tro la­do, co­mía­mos y tra­ba­já­ba­mos al mis­mo tiem­po. Al abu­sar de mis fuer­zas pa­ra do­blar las gran­des ho­jas de pa­pel, me aca­rreé un fuer­te do­lor de hom­bro que per­sis­tió du­ran­te mu­chos años.

Co­mo ha­bía­mos pla­nea­do un via­je ha­cia el es­te, aho­ra que nues­tro hi­jo se ha­bía res­ta­ble­ci­do y po­día via­jar, nos em­bar­ca­mos ha­cia Uti­ca. En ese lu­gar nos des­pe­di­mos de la Hna. Bon­foey, de mi her­ma­na Sa­ra y de nues­tro hi­ji­to, y con­ti­nua­mos via­jan­do ha­cia el es­te, mien­tras el Hno. Ab­bey los lle­va­ba a su ca­sa. Fue pa­ra no­so­tros un sa­cri­fi­cio se­pa­rar­nos de esas per­so­nas con las que es­tá­ba­mos uni­dos con tier­nos la­zos de afec­to. Te­nía­mos es­pe­cial­men­te a nues­tro hi­jo Ed­son en nues­tros co­ra­zo­nes, por­que su vi­da ha­bía co­rri­do tan­to pe­li­gro. Lue­go via­ja­mos a Ver­mont y tu­vi­mos una con­fe­ren­cia en Sut­ton.

La pu­bli­ca­ción Re­view and He­ral­d.Es­ta re­vis­ta se pu­bli­có en Pa­ris, Es­ta­do de Mai­ne, en no­viem­bre de 1850. Era de ma­yor ta­ma­ño y se le ha­bía cam­bia­do el nom­bre al que to­da­vía lle­va, The Ad­ven­tist Re­view and Sab­bath He­rald [La Re­vis­ta Ad­ven­tis­ta y He­ral­do del Sá­ba­do]. Nos al­ber­ga­mos en la ca­sa del Hno. A. Que­ría­mos vi­vir con eco­no­mía con el fin de sos­te­ner el pe­rió­di­co. Los ami­gos de la cau­sa eran po­cos y po­bres en ri­que­zas mun­da­na­les, por lo que tu­vi­mos que lu­char con­tra la po­bre­za y el de­sa­lien­to. Te­nía­mos mu­chas preo­cu­pa­cio­nes y a me­nu­do nos que­dá­ba­mos has­ta me­dia­no­che, y a ve­ces has­ta las dos o tres de la ma­dru­ga­da, co­rri­gien­do prue­bas de pren­sa.

El tra­ba­jo ex­ce­si­vo, las preo­cu­pa­cio­nes, las an­sie­da­des y la fal­ta de ali­men­ta­ción ade­cua­da y nu­tri­ti­va, apar­te de la ex­po­si­ción al frío du­ran­te nues­tros lar­gos via­jes in­ver­na­les, fue­ron de­ma­sia­do pa­ra mi es­po­so, quien se rin­dió a la fa­ti­ga. Su de­bi­li­dad lle­gó a ser tan acen­tua­da que a du­ras pe­nas po­día ca­mi­nar has­ta la im­pren­ta. Nues­tra fe fue pro­ba­da has­ta el ex­tre­mo. Gus­to­sos ha­bía­mos su­fri­do pri­va­cio­nes, fa­ti­gas y pe­na­li­da­des, y sin em­bar­go nues­tros mo­ti­vos se in­ter­pre­ta­ban erró­nea­men­te, y se nos tra­ta­ba con des­con­fian­za y ce­los. Po­cas de las per­so­nas por cu­yo bien ha­bía­mos su­fri­do da­ban mues­tras de apre­ciar nues­tros es­fuer­zos.

Es­tá­ba­mos de­ma­sia­do afli­gi­dos pa­ra dor­mir o des­can­sar. Las ho­ras que hu­bié­ra­mos po­di­do de­di­car a dor­mir pa­ra re­cu­pe­rar­nos, so­lía­mos em­plear­las en res­pon­der a lar­gas car­tas dic­ta­das por la en­vi­dia. Mu­chas ho­ras en que los de­más dor­mían, las pa­sá­ba­mos en an­gus­tio­so llan­to, la­men­tán­do­nos an­te el Se­ñor. Al fin mi es­po­so di­jo: “Mu­jer, es inú­til que in­ten­te­mos se­guir lu­chan­do. Es­ta si­tua­ción me es­tá que­bran­tan­do, y no tar­da­rá en lle­var­me al se­pul­cro. Ya no pue­do más. He re­dac­ta­do una no­ta pa­ra el pe­rió­di­co di­cien­do que me es im­po­si­ble con­ti­nuar pu­bli­cán­do­lo”. En el mo­men­to en que mi es­po­so cru­za­ba la puer­ta pa­ra lle­var la no­ta a la im­pren­ta, me des­ma­yé. Él vol­vió y oró por mí. Su ora­ción fue oí­da y me re­pu­se.

A la ma­ña­na si­guien­te, mien­tras orá­ba­mos en fa­mi­lia, fui arre­ba­ta­da en vi­sión y se me ins­tru­yó res­pec­to de es­tos asun­tos. Vi que mi es­po­so no de­bía de­sis­tir de la pu­bli­ca­ción del pe­rió­di­co, por­que Sa­ta­nás tra­ta­ba de in­du­cir­lo a dar ese pa­so y usa­ba di­ver­sos agen­tes pa­ra con­se­guir­lo. Se me mos­tró que de­bía­mos con­ti­nuar pu­bli­cán­do­lo, pues el Se­ñor nos sos­ten­dría.

No tar­da­mos en re­ci­bir ur­gen­tes in­vi­ta­cio­nes pa­ra ce­le­brar con­fe­ren­cias en di­ver­sos Es­ta­dos, y de­ci­di­mos asis­tir a las reu­nio­nes ge­ne­ra­les de Bos­ton, Mas­sa­chu­setts; Rocky Hill, en Con­nec­ti­cut; y Cam­den y West Mil­ton, en Nue­va York. To­das es­tas reu­nio­nes fue­ron de mu­cho tra­ba­jo, pe­ro su­ma­men­te pro­ve­cho­sas pa­ra nues­tros di­se­mi­na­dos her­ma­nos.

Tras­la­do a Sa­ra­to­ga Springs, Nue­va York­.–Per­ma­ne­ci­mos en Balls­ton Spa al­gu­nas se­ma­nas, has­ta ins­ta­lar­nos en Sa­ra­to­ga Springs, con el ob­je­to de pro­ce­der a la pu­bli­ca­ción del pe­rió­di­co. Al­qui­la­mos una ca­sa y pe­di­mos al Hno. Step­hen Bel­den y su es­po­sa, y a la Hna. Bon­foey, que vi­nie­ran. Es­ta úl­ti­ma es­ta­ba a la sa­zón en el Es­ta­do de Mai­ne cui­dan­do al pe­que­ño Ed­son. Nos ins­ta­la­mos en la ca­sa con mue­bles pres­ta­dos. Aquí mi es­po­so pu­bli­có el se­gun­do nú­me­ro de la Ad­ven­tist Re­view and Sab­bath He­rald.

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Objętość:
601 lk 2 illustratsiooni
ISBN:
9789877981087
Õiguste omanik:
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