Loe raamatut: «El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión», lehekülg 10

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El malentendido en la comunicación funcional

Pensar el malentendido desde una óptica discursiva puede llevarnos mucho más lejos de lo que lo hacen las consideraciones de Naess y Crawshay-Williams o el estrecho marco de la teoría de la conversación. Estamos acostumbrados a pensar la vida del lenguaje en términos positivos. Pero ¿qué pasa cuando no hay comunicación, según nos indica Levin? Algo así sucede en la mayoría de los casos estudiados por los neurolingüistas, patólogos del lenguaje, psicólogos y estudiosos de los conflictos interpersonales, culturales y sociales. En estos casos, hemos de plantearnos no una teoría de la comunicación sino una teoría de la incomunicación. O, mejor aún, una teoría de la comunicación-incomunicación. El modelo comunicativo de Jakobson, reelaborado por la teoría del discurso (ver infra), puede ser visto también como un modelo de comunicación-incomunicación que nos sirva para comprender los malentendidos, la mala comprensión o interpretación de algo.

En nuestra visión discursiva del modelo jakobsoniano —que ya esbozamos en «Todos somos argumentadores»— puede haber un emisor simple o toda una cadena de emisión (por ejemplo: una empresa que solicita un anuncio, la empresa publicitaria que lo realiza, la empresa televisiva que lo transmite). El emisor puede ser individual o colectivo y lo mismo sucede con el receptor. Ambos son activos en todo momento. La comunicación es algo dinámico. Como dice Bajtin, el receptor prefigura lo que dirá el emisor. La comunicación discursiva es un proceso complejo, multilateral y activo. El oyente al percibir y tratar de comprender toma una postura activa. Completa lo dicho, lo aplica, se prepara para una acción o una respuesta. Esta actividad del receptor se demuestra incluso en ausencia del emisor, en los casos de «proyección» errónea de nuestro imaginario sobre una lectura. Un texto no siempre dice lo que leemos; es decir, la palabra escrita puede ser una y nuestra lectura, incluso atenta, puede cometer un error por adición, substracción o transformación.

La comunicación no se da en un solo canal sino que puede ser multicanal, operar en varios planos a un mismo tiempo, como es el caso del lenguaje oral, que se presenta en asociación de voz y gestos, miradas y ademanes.

La codificación corresponde a procesos inversos en emisores y receptores: los primeros codifican, los segundos decodifican. La referencia presenta diversas dimensiones: la imaginaria del sujeto, la simbólica en la que se mueven los lenguajes y lo real (sin embargo, casi siempre mediado, en cierto grado, por lo simbólico). Por último, no hablamos de mensajes, sino de discursos, ya que siempre lo dicho, escrito o planteado en otro sistema semiótico lleva tras de sí una configuración de acuerdo con determinada formación discursiva.

FIGURA 7. EL ESQUEMA COMUNICATIVO FUNCIONAL VISTO DESDE EL ANÁLISIS DEL DISCURSO


Si siguiéramos el modelo comunicativo-discursivo, veríamos que los malentendidos pueden tener muy diversas fuentes, entre las cuales podríamos mencionar las siguientes:

• Atribución del discurso al emisor directo, cuando en realidad detrás de éste puede existir un emisor colectivo o una cadena de emisión. A la inversa, el emisor puede creer que el receptor es un individuo aislado cuando en realidad es una cadena o un receptor colectivo

• Contradicción en la lectura de los canales o atención a uno solo de ellos

• No coincidencia suficiente de los «códigos» 1 y 2

• Atribución errónea de la referencia, ya sea global o en particular de alguno de sus tipos (real, imaginaria o simbólica)

• Identificación incorrecta del discurso y su construcción poético-retórica.

La expresión de la comunicación en un nivel aparente puede no corresponder con las intenciones del hablante o la función profunda de la expresión (Reboul). Por ejemplo, un discurso puede hablar de la referencia, de lo lógico, cuando en realidad lo que se debate en profundidad (en lo implícito) es la situación emocional, el sentimiento del que habla. O, como en la publicidad, se puede expresar un slogan poéticamente cuando en realidad se busca crear el impulso de compra. O en la política actual que juega en el nivel poético con jingles y canciones populares para, en profundidad, mover al otro a votar.

Esta perspectiva de complicación del enfoque funcional, aunque teóricamente limitada por el resabio cartesiano y mecanicista de tal modelo comunicativo, tiene virtudes analíticas, porque la dimensión funcional es fácil de emplear y muy útil en muchos casos. Puede decirse incluso que el modelo es adecuado para el estudio del texto escrito, incorporando otras dimensiones de la interpretación. La crítica de lo que implica para la comunicación oral, sin embargo, nos lleva hacia la teoría de sistemas dinámicos, más allá del estructuralismo y el cartesianismo.

El malentendido: de la proposición y la estructura al ser humano

El modelo de Jakobson, heredero del cartesianismo, del llamado «circuito de la comunicación» de Saussure y de la propuesta de Shannon y Weaver, no corresponde a una visión adecuada de lo que es el lenguaje y la comunicación humana, en especial si consideramos la oralidad. Como hemos escrito con Stuart Shanker, más allá de la metáfora informacional que ve la comunicación lingüística como un limitado proceso de codificación, el lenguaje es visto por nosotros como parte de un sistema dinámico. En la teoría de sistemas dinámicos, hemos recordado, la organización emerge de la influencia mutua de los constituyentes de un sistema15 y la comunicación es concebida como una danza, una actividad corregulada, en medio de la cual emergen intenciones comunicativas dentro de un contexto. No se trata de un proceso de «lectura de la mente». Dichas intenciones no son insondables, están encajadas en la situación, las costumbres e instituciones culturales (Wittgenstein). No hay mentes aisladas e islas de conciencia en la vida cotidiana de la comunicación argumentativa o de cualquier otro tipo, las hay en los enfermos o en el monólogo (y aun éste se puede concebir, como hace Bajtin, como un diálogo entre dos posturas). Pasamos del paradigma señal-respuesta, enviar-recibir y codificar-decodificar al de embrague-desembrague (o involucramiento-distanciamiento), sincronía-discordancia y percance-reparación. Los copartícipes de la comunicación establecen y sostienen un sentimiento de ritmo y movimiento compartido. Los participantes se reflejan los unos a los otros en sus conductas específicas e incluso armonizan uno con otro a través de diversas modalidades de expresión que ya anotaba Bajtin (así por ejemplo, en un diálogo, los participantes pueden retomar actitudes y movimientos de las manos del otro). El ajuste o conflicto en la danza multimodal rebasa la visión estructuralista y la división tajante de los «niveles» del lenguaje, imposible de ser reducido a la sola y autónoma sintaxis o a la semántica de Naess y Crawshay-Williams. Supongamos, por ejemplo, una escena en la que en una discusión académica, alguien plantea un punto de vista claramente defendible, pero lo hace con un tono burlón y con una mueca correspondiente. Otro participante en la escena capta el tono y se levanta, grita y sale del salón, no por lo dicho, sino por la carga emocional que conlleva. Este proceso de mutua armonización o desarmonización refleja el rol de la emoción en la comunicación.16 El lenguaje se entrelaza con la comunicación, la emoción y la cognición. No remite a un estructuralismo sin agente e historia, a realidades internas de hablantes y oyentes, a individuos aislados y envueltos en la estructura invariante. Es un proceso dinámico, de acción contextualizada donde los agentes culturales interactúan a partir de sus metas, de sus propósitos, como indica Crawshay-Williams, pero incorporando dimensiones no sólo lógicas.

El malentendido, en realidad, nos debe llevar a redefinir la base misma de las teorías del lenguaje, la comunicación, el entendimiento y la interpretación; y con ello, cuestionamos también el fundamento mismo de la argumentación. Esto ha sido puesto en evidencia en forma nítida por Talbot Taylor (Mutual Misunderstandings). La pregunta no es sólo ¿qué es entender? o ¿cómo entendemos?, sino si acaso entendemos. Ahora bien, cuando comparamos una pregunta como ¿entendemos? y otra como ¿nos entendemos?, resulta patente que el malentendido se presenta entre dos individuos o al menos dos instancias del yo. Y pareciera que el entendimiento está sólo en nosotros, pero no es así, todo no entendimiento es un malentendimiento, resulta en un no poder llegar al otro. Así, cuando estudiamos la conducta lingüística o argumentativa humana, el problema que se nos presenta muchas veces no es intelectual sino humano-integral y de voluntad de llegar desde el simple sentido hasta el sujeto. Wittgenstein dice al respecto:

Lo que hace a un asunto difícil de entender —si es algo significativo e importante— no es el que antes de que puedas entenderlo necesites ser especialmente entrenado en abstrusas materias, sino el contraste entre entender el asunto y lo que la mayoría de la gente quiere ver. Debido a estas cuestiones más obvias, el entendimiento puede convertirse en lo más difícil de todo. Lo que ha de ser superado es la dificultad que tiene que ver con la voluntad, más que con el intelecto.17

La argumentación no es sólo un malentendido

Un malentendido o su fundamento de no comprensión se resuelve mediante aclaración, en tanto que una argumentación se resuelve en la dialéctica mediante disputa, ya sea regulada o no. En retórica, un diferendo se resuelve por el auditorio gracias a la menor o mayor persuasión de dos discursos dados. El malentendido es uno de los umbrales inferiores de la argumentación, el umbral inferior de la diferencia. Es un núcleo de la comunicación y la argumentación, pero que sólo es tal en tanto se vuelve en realidad polémico y atañe a la verdadera diferencia. El otro umbral inferior es el de la lógica, de la argumentación como mero producto, sin la presencia de personas, o sea, el argumento sin argumentador, sin agente, sin sujeto (o con la teoría por sujeto epistémico).

El malentendido, pese a ser un umbral inferior argumentativo muestra ya la necesidad de conciliar descripción y norma. La descripción nos ayuda a comprender cómo es el malentendido, la norma nos fija estándares de cómo proceder, interpretar y qué considerar para disolver de la mejor manera posible la diferencia. El tratamiento del malentendido funde la lógica que nos permite comprender su forma y precisar su contenido, el lenguaje que es su núcleo, la dialéctica que establece el procedimiento de su disolución y la retórica que nos permite conocer las connotaciones culturales e individuales de cada contexto. El malentendido, simple como es, nos lleva ya hacia lo paraverbal y lo no verbal, así como a las dimensiones del poder, la ideología y la cultura. Negar cualquiera de estos niveles es negarse a resolver de la mejor manera un malentendido, lo mismo que negar las dimensiones sentimentales, de creencia e intuición y el todo de la comunicación. Las propuestas analíticas pueden no ser conciliables entre sí, pero lo importante es reconocer las posibilidades de cada teoría y la complejidad de lo real, permanecer en un estado de diálogo y apertura.

El malentendido, por último, nos hace pensar en una de las condiciones fundantes de la argumentación: la diferencia y la polémica. Cuando no existe polémica no hay aún verdadera argumentación. El problema estriba en que muchas teorías dialécticas tratan la argumentación «como si fuera» un mero problema de malentendido. Es decir, una postura es la correcta, la otra no justifica de manera adecuada su razón. Si el que «pierde» entendiera, aceptaría que pierde. Todo está en la razón y la aclaración. Es el caso, en diferentes grados, de la teoría de la acción comunicativa de Habermas, de la pragma-dialéctica y de algunos pensadores del amplio subcampo de la lógica informal: «la luz de la razón» debe llevar al otro a la comprensión del «mejor argumento», cosa cierta en muchos casos, pero no siempre. Además, esta visión presupone una sola vía para comprender lo real, lo cual, nos llevaría, por ejemplo, a abandonar la posibilidad en la física de hacer coherencia tanto de la teoría corpuscular como de la teoría ondulatoria de la luz. Más compleja aún es la cuestión en las ciencias sociales, que desarrollan a un tiempo diversos paradigmas en conflicto. Y ya ni qué decir de la polisemia poética, que algunos quieren domar mediante análisis formales o lingüísticos unívocos.

La diferencia es también algo relevante. La diferencia es ya la base de las distinciones. Las distinciones son culturales, son asunto de conocimiento. Toda diferencia es sociocultural hasta un cierto grado. Aun un algo natural, al ser la realidad multideterminada, puede ser visto desde otro punto de vista. Físicamente distinguimos entre un líquido caliente y otro frío. Pero podemos decir, desde una particular perspectiva, que son la misma cosa: un líquido, el mismo líquido, no importa si está caliente o frío. O podemos sentirlo frío o caliente, según nuestras peculiaridades sensoriales.

La socioculturalidad y el enfoque de la argumentación son necesarios, aun en la simple diferencia. La distinción nunca es inocente, está situada. Es cierto que distinguimos para entender, pero para entender en una cierta forma y desde un cierto ángulo (bajo un cierto fundamento, diría Peirce). La montaña no aparece igual de abajo que de arriba, de enmedio o desde un helicóptero y no suele ser fácil decidir cuál sería la esencia objetiva de la montaña por encima de las miradas que la contemplan. De ahí que sea tan fácil desplazarse de la distinción a la discriminación. La racionalidad puede ser una forma de discriminación, por su condición nuclear misma. La única manera de abolir la discriminación de una racionalidad es abolir la diferencia, pero si no hay diferencia no hay distinción y donde no hay distinción no hay conocimiento. Conocer es separar. Tenemos por tanto que aceptar —hasta un cierto grado cuyo límite es la ética política, la concepción de los derechos humanos y no sólo la lógica— las diferencias de teoría, de cultura, de grupo social, de género y de generación para construir, basados en ellas, una racionalidad igualitaria. Esta tarea es sin fin, abierta, un vaivén.

Ejemplo

A partir de este capítulo, ilustraremos las teorías y niveles analíticos con el caso de los discursos alrededor de la guerra indígena de Chiapas; nos centraremos en la primera «Declaración de la selva lacandona» del EZLN dada a conocer el primero de enero de 1994. Tanto en éste como en los demás capítulos realizaremos análisis muy sintéticos; cada vez que lo necesite, el lector o lectora puede acudir, al fin del libro, al anexo con el corpus del discurso completo. En lo que nos interesa respecto del malentendido, el documento zapatista pretende justificar la declaración de guerra a partir de la mención del «artículo 39 constitucional que a la letra dice»: «La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno».

La lectura del estrato semiótico, que nos resalta en negritas parte del artículo 39, nos guía en la interpretación zapatista: el pueblo tiene derecho a modificar la forma de su gobierno. Ahora bien, en la coyuntura de 1994 se establece un conflicto de interpretación. Para algunos juristas se trató de un malentendido jurídico. Es decir, el derecho de modificación no puede interpretarse como un derecho a hacer la guerra o a validar cualquier otra forma de alterar el gobierno. Desde esta precisión de lo que el texto dice, sostendríamos en forma tajante que hay un error de los zapatistas, quienes malentienden la Carta Magna. Para ellos, sin embargo, su afirmación remite probablemente a una argumentación, un diferendo acerca de cómo debe interpretarse la norma constitucional. Para ellos estaría permitida la licencia de decidir acerca de la manera de modificar el estado de cosas y hacerlo a partir de la guerra dado que la declaración considera que el EZLN se enfrentaba a una dictadura. Con ello pasamos a un segundo nivel de aclaración, porque ya no sólo comentamos que la Constitución especifica o no los medios de modificación de la forma de gobierno. Ahora tenemos que discutir el propósito, la situación y los sujetos: ¿si la Constitución no especifica los medios válidos de lucha es factible que cualquiera sea constitucionalmente aceptable? Si no es así, ¿cuáles son los medios adecuados? y ¿cuál es válido emplear en el contexto calificado de dictadura por el sujeto EZLN ? La definición de un régimen como correspondiente a una dictadura nos conduce a lo que entendemos por tal. Entramos así de lleno a la argumentación: ¿la Constitución restringe o no los medios de lucha para alterar la forma de gobierno?, ¿es válido llegar al extremo de la guerra contra una dictadura? ¿En 1994 estábamos ante una dictadura? El malentendido para unos, nos condujo a la argumentación de los otros y a la discusión de la adecuada interpretación de la Constitución.

La mayéutica de Toulmin

La finalidad de este capítulo es presentar uno de los enfoques fundadores y más influyentes de la nueva teoría de la argumentación aparecida en la segunda posguerra mundial, el de Stephen E. Toulmin acerca de un esquema universal de la argumentación.

El balance de la argumentación en Toulmin

El filósofo de habla inglesa Stephen Edelston Toulmin nació en 1922 y se formó bajó la égida de la filosofía del lenguaje del llamado segundo Wittgenstein, de Wisdom, Ryle y Austin, autores que trataron de comprender la lengua en su funcionamiento ordinario y no sólo en su uso lógico formal. Es probable que Toulmin haya tenido también influencia del lógico semiótico Peirce. Se preocupó por asuntos capitales como la ética, la comprensión, el conocimiento y la acción, dentro de una atmósfera de auge de la «filosofía del lenguaje ordinario». Escribió en 1958 uno de los textos más relevantes de la teoría moderna sobre el argumentar: The Uses of Argument (Los usos de la argumentación). Después, con Rieke y Janik, publicó en 1972 un texto de divulgación que retomó el centro de su propuesta, relativo al esquema básico de la argumentación: An Introduction to Reasoning (Introducción al razonamiento). Expondremos de la aportación toulminiana sobre todo sus concepciones básicas: su punto de partida constituido por el interés en los argumentos substanciales y el proceder argumentativo, la propuesta de un esquema de la argumentación, la idea relativa a los campos de la argumentación y la noción de modalidad.

De acuerdo con la visión de la dialéctica de Toulmin el proceder argumentativo es invariante en relación con cualquier campo de aplicación:

• Planteamiento de las soluciones candidatas a consideración

• Hallazgo de una particular solución indicada de manera inequívoca por la «evidencia»

• Establecimiento de algunas de las posibilidades iniciales a la luz de la «evidencia»

Un proceso argumentativo de tal naturaleza puede implicar un largo tiempo de discusión, llevarnos por muchos vericuetos, sin precisar cuál es el eje en torno al cual gira el debate. Partiendo de la analogía fisiológica, Toulmin habla de la argumentación como un organismo con una estructura gruesa y otra más fina. Esta última sería la estructura de las declaraciones o proposiciones (statements) a cuyo nivel se introduce la idea de forma lógica y se establece o refuta la validez de los argumentos. En lo que el autor denomina el micronivel, la validez del argumento siempre presenta un ajuste a un molde general, un esquema argumentativo postulado como invariante y, en tal sentido, universal. Este esquema, que de tiempo en tiempo debe relacionarse con los macro-argumentos (ya que la forma en que lo aislamos puede afectar su sentido en el contexto más amplio) rechaza el modelo matemático para basarse en una analogía jurisprudencial, en el proceso (la secuencia de etapas) y las reglas de procedimiento legales en un juicio:

• El cargo

• La evidencia

• Los testigos

• Los juicios o interpretaciones de validez

• Demandas de excepción en la aplicación de la ley

• Alegatos para agotar una instancia

• El veredicto

• La sentencia

El modelo de Toulmin se deriva de la analogía con este proceso jurisprudencial. Se prolonga así en este autor el predominio del discurso jurídico en el análisis argumentativo, pero esta vez para oponerlo a la lógica formal y generar un esquema al menos en parte novedoso. El esquema se separa de la lógica formal desde su base, se pretende dialógico en lugar de monológico y dinámico en lugar de estático. Pretende presentar la argumentación como una actividad de textura abierta y opera por pasos. Aunque algunos consideran lo contrario, es un modelo del proceder de la argumentación, no sólo de los argumentos como producto (dato-garantía-tesis). El autor considera además la necesidad de abrirse a lo macro (al todo del discurso), cuestión que permite salir del reduccionismo del dato lógico aislado.