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Loe raamatut: «La alhambra; leyendas árabes», lehekülg 34

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XLVII

Entre tanto, ó mejor, poco antes de que amaneciera, una inmensa nube flotaba en el espacio y adelantó de la parte de Oriente á la de Occidente.

Cuando estuvo cerca del castillo de las Alpujarras, donde habia estado encerrada veinte y un años Zairah, la nube descendió.

Empezaba á amanecer.

A la dudosa luz del crepúsculo pudo verse, que lo que parecia una nube era un inmenso paño rojo.

Era en efecto la bandera mágica que en los tiempos de su juventud habia tomado Jask-Al-bahul á los jigantes del Desierto.

La bandera descendió á los pies del castillo, sobre la cumbre de la montaña.

Sobre la nube venian Jask-Al-bahul, su caballo, en pelo, sin mas que el freno, y el perro-leon.

Cuando hubieron llegado, Jask, su hermano el perro y su caballo, salieron de la bandera.

En cuanto hubieron salido de ella, la bandera roja se evaporó como una emanacion de sangre.

Jask, llevando del diestro á su caballo y seguido por su hermano el perro se dirijió á la poterna del castillo.

Jask vió con terror que junto á la poterna habia un caballo encubertado.

– ¡Oh! ¡si habré llegado tarde! esclamó.

Y apresuró el paso, hácia la poterna.

Pero antes de llegar á ella, la poterna se abrió y apareció Jacub llevando de la mano á Zairah.

Jask la vió negra, como la veia Jacub, y al reparar en su color lanzó un grito de espanto y se arrojó hácia los dos jóvenes.

Pero antes de decir lo que aconteció, digamos por qué habia venido al castillo donde se guardaba su hija sobre la roja bandera de los jigantes el rey Jask-Al-bahul.

XLVIII

Hacia algun tiempo que Jask veia en sueños una vision terrible.

Un jóven hermoso y pálido adelantaba hácia él llevando á una jóven de la mano.

Jask queria ponerse entre ambos jóvenes; pero en el punto en que lo pretendia, sus ojos se nublaban, zumbaban sus oidos y un frio de muerte helaba su corazon.

Este sueño se repitió siete veces consecutivas.

Entonces, lleno de un vago terror, Jask hizo que sus astrólogos consultasen las estrellas.

Y los astrólogos le dijeron:

– Señor, tú tienes una hija y dos hijos.

– Es verdad, dijo el rey.

En otro tiempo, por consejo de tus astrólogos, que habian consultado por tu mandato el libro infinito, alejaste de tí á tu hija y procuraste que de nadie fuese vista.

– Es verdad.

– Mas tarde separaste de tí á tus otros dos hijos; enviaste el uno al Oriente y el otro al Occidente, y procuraste que no conociese su origen.

– Es verdad.

– Pero el diablo los hará conocerse: es mas, los reunirá: tu hija será de uno de sus hermanos, y éste matará al otro. Además hay delante de tu horóscopo una nube roja.

– ¿Y cuándo conocerá mi hijo á su hermana? ¿Cuándo el un hermano matará al otro?

– Dentro de muy pocas horas, dijeron los astrólogos, si hemos de creer á las estrellas.

– ¡Dentro de muy pocas horas! esclamó aterrado Jask. ¿Y cómo impedir esas horribles desgracias? El castillo en que tengo encerrada á mi hija está al otro lado de los mares, en las tierras de Occidente: de aquí á allá hay centenares de leguas.

– Tú puedes hacer ese viaje en un instante, dijeron los astrólogos.

– ¿Y cómo? un águila tardaria en llegar.

– Tú posées algo que vuela con mas rapidez que un águila.

– ¡Yo!

– Sí, tú. Tienes en la grande aljama, sirviendo de alfombra…

– ¡Ah! ¡sí, es verdad! la bandera de los jigantes que vencí con la ayuda de Dios.

– Pues bien; monta á caballo para llegar mas pronto á la grande aljama; toma esa bandera, ponte sobre ella, y ella te llevará á donde deseas; pero si cuando llegares vieres á tu hija convertida de blanca en negra, habrás llegado tarde; tu hija habrá sido la manceba de su hermano.

Bajó á las caballerizas, seguido del perro su hermano, puso un freno á su caballo de batalla, y sin entretenerse á encubertarle, ni aun á ensillarle, por no perder tiempo, montó en él en pelo y se dirijió á la carrera á la grande aljama; tomó la bandera, la estendió, y él, su hermano y su caballo se pusieron sobre ella.

Inmediatamente la bandera se levantó en los aires y condujo instantáneamente á Jask al castillo de las Alpujarras, á punto que salian por la poterna Zairah y Jacub asidos de las manos.

XLIX

Jask se precipitó hácia ellos.

– ¿A dónde vais, desdichados? esclamó.

– ¿Quién eres tú? esclamó Jacub con fiereza.

– ¡Yo!.. ¿quién soy yo? esclamó Jask sin atreverse á contestar á aquella pregunta.

– ¿Querrás tú impedir acaso que yo lleve conmigo á mi esposa?

– Zairah no puede ser tu esposa.

– Lo es ya, esclamó Jacub.

– ¡Ah! sí, sí, era blanca y está convertida en negra, esclamó Jask cubriéndose el rostro con las manos.

– ¿Qué quiere decir este hombre? esclamó Zairah, que se veia blanca como antes.

– ¡Ese mancebo es tu hermano! esclamó con desesperacion Jask.

Al oir estas palabras Zairah, se vió negra, y exhaló un grito de horror.

Se desasió de la mano de Jacub, y pretendiendo huir de él, saltó en el caballo de batalla de su padre.

Al sentirla sobre sí el bruto, partió á correr.

– ¡Ah! esclamó Jacub palideciendo de muerte y cerrando con su padre sin conocerle: tú me has robado á mi alma.

– ¡Ah desdichado! esclamó Jask cayendo herido de muerte á los pies de Jacub: has sido impuro con tu hermana, y has teñido tus manos en la sangre de tu padre.

Y espiró.

Las últimas palabras de Jask-Al-bahul, retumbaron terribles en el corazon de Jacub.

Y sin embargo, saltó sobre el arzon de su caballo, y siguió á la carrera á Zairah que se alejaba.

Entonces fué cuando apareció Kaibar, y se puso en seguimiento de Zairah.

El perro-leon, rugió dolorosamente junto al cadáver de su hermano, y siguió á su sobrina, precediendo á Kaibar.

L

Durante todo el dia Kaibar siguió á Zairah.

El caballo de Jacub habia tomado otro camino y no parecia.

Al fin al trasponer el sol los horizontes, despues de haber corrido entre montañas y precipicios, desbocado su caballo, y con el terror en el alma, Zairah llegó á la sima, sobre la cual debia levantarse la torre de los siete suelos, y cayó desmayada á la aproximacion de Kaibar.

Jacub habia sobrevivido al fin, y un hermano, para que se cumpliese lo pronosticado por las estrellas, habia caido á las manos del otro durante el desmayo de Zairah.

Kaibar habia caido á lo profundo de la sima, el caballo de Jask-Al-bahul en que habia llegado Zairah, habia caido tambien despeñado en el abismo.

El perro habia lamido la sangre de Kaibar, Jacub habia lanzado á la sima su puñal ensangrentado.

Habia salido la luna.

Cuando Zairah volvió en sí, solo encontró á su lado á Jacub.

El perro-leon estaba sentado, amenazador y terrible en medio de los dos jóvenes.

LI

Zairah se pasó la mano por la frente, y apartó de sobre ella las pesadas bandas de sus cabellos.

Sus ojos miraban con espanto á Jacub.

– ¡Con qué tú, esclamó; tú, el mancebo hermoso de mi amor, eres mi hermano!

– ¡Tu hermano! miente aquel hombre que lo dijo, esclamó Jacub.

– ¡Aquel hombre!.. aquel hombre tenia algo que me espantaba, esclamó Zairah.

– Esto ha sido un sueño, un sueño que no debemos recordar, alma mía.

– ¡Un sueño! no: yo era blanca como la nieve y ahora, mis brazos, mi senos están negros, negros como el carbon.

– ¡Oh, no! ¡tú sueñas! esclamó estremeciéndose Jacub.

– Debemos de haber cometido un crímen horroroso, esclamó Zairah.

– El crímen de haber nacido destinados el uno para el otro.

– ¿Quién sabe si nos ha unido el infierno?

– ¡El infierno!

– ¡He tenido un sueño! ¡una vision!

– ¡Una vision!

– ¡Sí! una vision horrorosa.

– La noche nos rodea, la luna brilla en los cielos, los aires son puros, todo nos convida á amar; ¿por qué hemos de hablar de cosas lúgubres?

Y Jacub adelantó hácia Zairah.

– No me toques: no me toques; esclamó la jóven retirándose.

– Tú no me amas, dijo sombriamente Jacub.

– ¡Sí, sí! te amo, pero de otro modo.

– ¡De otro modo!

– Sí, de una manera mas dulce, mas tranquila: te amo como amaría á mi hermano, y nada mas.

– ¡Oh! cuando me viste la noche pasada junto á tí, no me hablabas de tal manera.

– Entonces era blanca, y ahora soy negra.

Jacub se estremeció.

– Pero yo te amo del mismo modo, con toda mi alma, dijo.

– ¡Oh! ¡no! ¡no! he soñado…

– ¿Pero qué has soñado?

– Me parece que acabo de despertar del sueño, un sueño de sangre.

– ¿De sangre?..

– Sí.

– El terror de que estabas poseida…

– ¿Dime que se ha hecho del buen caballero que nos dijo que éramos hermanos?

– Se fué, contestó con voz ronca Jacub.

– ¡Se fué! ¿y aquel otro hombre horrible de la cabellera roja?

– ¿El que te perseguia?

– Sí.

– Se fué tambien.

– Mira, yo los he visto en el sueño sombrío que acaba de pasar por mí.

– ¿Que los has visto?

– Sí, ensangrentados y pálidos.

– No, no puede ser, esclamó Jacub, cuya turbacion crecia.

– Sí, sí, el caballero melancólico, grave, tenia abierto el pecho de una puñalada, y corria la sangre de la herida, y me miraba con dolor.

– ¡Ah! no, no.

– Le he visto…

– Te lo repite tu terror.

– El otro, el de la cabellera bermeja, estaba despedazado, magullado, como un hombre que ha caido despeñado sobre rocas.

– ¡Ah! no, no.

– Y el buen caballero me decia: tú eres mi hija.

– ¡Te llamaba su hija!

– Y el hombre de la cabellera bermeja me decia: tú eres mi hermana.

– ¡Su hermana! ¡no, no puede ser!

– Y el caballero añadia: mi hijo me ha asesinado: y el hombre bermejo decia: mi hermano me ha asesinado.

Jacub lanzó un gemido.

– Y alrededor de los que se decian mi padre y mi hermano, vagaban muchas sombras entre una atmósfera de fuego, y todas decian en coro:

– Nuestra raza se ha terminado, pero ha terminado maldita.

El terror de Jacub se aumentó, y adelantó hácia su hermana.

– ¡Oh! ¡no me toques! ¡no me toques! esclamó esta retirándose.

– Pero yo te amo.

– Nuestro amor es maldito.

– ¿Y crees tú en sueños?

– Los sueños son avisos de Dios.

– O del infierno.

Y Jacub dió otro paso hácia Zairah.

– No me toques, esclamó esta; sino quieres morir y matarme.

– ¡Cómo!

– No he acabado de decirte mi sueño: soñaba lo que está aconteciendo ahora mismo; en medio de los dos habia un perro horrible, tú pugnabas por acercarte á mí, el perro gruñia de una manera amenazadora y tú seguias acercándote como te acercas; al fin me asías una mano, y el perro, el perro nos arrastraba á los dos…

En aquel momento Jacub asió la mano de Zairah.

Un estremecimiento poderoso, un frio horrible, pasó por el cuerpo de los dos hermanos, y el perro lanzando roncos, desesperados ladridos, se lanzó en la sima.

Y como arrastrados, como atraidos por él, se precipitaron tambien en la sima los dos hermanos asidos de las manos.

LII

Y al caer los dos hermanos en la sima, un alarido atronador, un coro infernal de voces condenadas se levantó sobre ella.

«Nuestra raza maldita, se ha estinguido en la maldicion.

»La torre se levantará sobre la sima, y con la torre el castillo resplandeciente.

»Y pasarán para esto centenares de años.

»Y Jacub, el último hijo de la familia condenada, el incestuoso, el parricida, el fratricida, vagará insepulto alrededor de la torre, hasta que una sultana que haya sido parricida, adúltera é incestuosa, muera en el castillo.

»Y entonces nosotros descansaremos perdonados por nuestra espiacion en un infierno, y solo quedarán en el oscuro fondo de la torre la muger adúltera y parricida y su cómplice, y nuestro hermano el perro velando en la torre.

»Nuestra raza maldita se ha estinguido en la maldicion.

»La torre se levantará sobre la sima, y con la torre el castillo resplandeciente.»

Callaron las voces infernales, se apagó el eco que habian producido, y nada se escuchó cerca ó lejos de la sima: quedaron los alrededores desiertos y la luna alumbrando blandamente á la noche.

LIII

Poco tiempo despues de estos sucesos vinieron los árabes á España y la conquistaron.

Levantaron castillos en las montañas, y atalayas en las cumbres.

Sin embargo, la sima maldita permaneció abierta y sin que pasase junto á ella, hombre, animal, ni fiera, durante un espacio de mas de quinientos años.

Hasta que el rey Nazar construyó la Alhambra.

Entonces sobre la sima maldita, se levantó la torre de los Siete Suelos.

Y apenas se levantó la torre, cuando todas las noches salia de su fondo un espectro condenado, que vagaba por el alcázar, esperando á la sultana que habia de dar la señal con sus crímenes del descanso de la descendencia de Abraham y de Leila-Fatimah.

Pasaron sin embargo todavia mas de cien años.

Al fin, la sultana Ketirah, la esposa adúltera de Abul-Walid, murió en la torre de la Cautiva, y Jacub, que no era otro el mago que habia impulsado al rey Abul-Walid hácia los amores de María, pudo al fin decir á su familia:

– Descansad; vuestras penas están cumplidas, la sultana envenenadora, adúltera, incestuosa, ha muerto en el alcázar de la Alhambra; su complice va á bajar al infierno de la torre.

XLIV

Y en efecto Masud-Almoharaví bajó al fondo de la torre, pero ginete en un caballo sin cabeza, y precedido de un perro lanudo.

¿Quién habia descabezado al caballo de Masud-Almoharaví?

Recordemos lo que ya hemos referido.

Cuando auxiliado por el infante Ebn-Ismail, Gonzalo se deslizaba con María, por la escala, fuera de la torre de la Cautiva, Masud-Almoharaví, se lanzó tras ellos, no sin recibir al lanzarse una puñalada del infante Ebn-Ismail.

Sin embargo, á pesar de lo mortal de la herida, al mismo tiempo que Gonzalo montaba en su caballo con María, desmayada aun, Masud montó en otro que tenia del diestro un esclavo, y partió á la carrera tras Gonzalo.

Delante del caballo que montaba Masud, corria ladrando el perro-leon, el lanudo perro hermano de Jask Al-bahul.

Cuando Gonzalo hubo salido del barranco notó que le seguian.

Al notarlo notó tambien que quien le seguia era un hombre solo.

Entonces revolvió su caballo, y acometió con la espada desnuda á Masud.

Masud sorprendido, sin tener tiempo de enristrar su lanza, encabritó para defenderse su caballo.

La espada de Gonzalo brilló como un relámpago, y la cabeza del caballo rodó por tierra.

Entonces aquel caballo sin cabeza, arrastró consigo á su ginete, siguiendo siempre al perro que ladraba, y perro, caballo y hombre, se encontraron en una magnífica cámara, sostenida por columnas y arcos calados en el fondo de la torre de los Siete Suelos.

Apenas se encontraron allí, el caballo quedó inmóvil en el centro de aquella magnífica cámara, el perro se echó á sus pies y se durmió, Masud-Almoharaví, el hombre condenado, se apoyó en su lanza, inclinó la cabeza y se durmió tambien.

Gonzalo y María entretanto, adelantaban hácia la frontera cristiana.

Llegaron al cabo á ella.

Algun tiempo despues eran esposos.

Y el espíritu de Masud-Almoharaví vió aquellas alegres bodas, y los celos fueron su tormento.

Y aguijado por su dolor, todas las noches á la media noche, sale de la torre en el caballo sin cabeza, precedido del perro, recorre los bosques de la Alhambra con la lanza en ristre, y vuelve al instante al fondo de la torre, de donde sale, y cae en un letargo de penas, soñando siempre en la felicidad de María.

Esta es la tradicion del Belludo y del Descabezado de la torre de los Siete Suelos.

APUNTES HISTÓRICOS

en que se da una breve noticia de los reyes de Granada que existieron despues del rey Abul-Walid, y antes del rey Abu-Abdalah-al-Zaquies-el-Zogoibi, último señor moro de Granada.

I

El rey Abul-Walid, dejó cuatro hijos: Muhamad, su sucesor de doce años; Farag, el segundo; Abul-Hegiag, el tercero, é Ismail, el cuarto.

El mayor de estos cuatro hijos, fué proclamado bajo el nombre de Abu-Abdallah-Muhamad IV, el mismo dia en que murió su padre.

En razon á la corta edad del rey, el wazir Almabrub tomó sobre sí el gobierno del reino.

Muy pronto la altivez y avaricia de este wazir, provocaron el disgusto y las demostraciones del esclavizado pueblo, y tres años despues de su exaltacion al trono, el rey Muhamad, que solo tenia quince años, le mandó cortar la cabeza á la vuelta de una empresa sobre la frontera de Castilla, y tomó las riendas del gobierno.

En sus primeras espediciones, conquistó á Baeza y á Gibraltar.

Poco despues perdió á Gibraltar de nuevo, contra el emir de Fez Abul Hassau.

Pero en vez de disputarle Muhamad esta conquista, prefirió aliarse con él, y tan de buena fé lo hizo, que cuando los cristianos bajo las banderas de Alonso el XI de Castilla, fueron á cercar aquella plaza, acudió á socorrer al emir de Fez para que no se la arrebatasen.

Hizo levantar el sitio, y cuando penetró en la plaza, hizo conocer á los xaques y capitanes africanos con injuriosas pullas, el servicio que les habian prestado, y ofendidos estos le asesinaron, cuando se embarcaba para ir á visitar al emir de Fez su aliado.

Muhamad murió en la primavera de su juventud, aun no cumplidos los veinte años.

Inmediatamente los wazires y la nobleza proclamaron rey al hermano del difunto, Abul-Hegiag, y este mandó recoger el cuerpo de su hermano y le llevaron á Málaga, donde fué enterrado en una huerta del rey fuera de la ciudad.

Sobre su sepulcro se escribió el epitafio siguiente:

«Este es el sepulcro del noble rey, fuerte, magnánimo, liberal, esclarecido, Abu-Abdallah-Muhamad, de feliz memoria, de la real prosápia, prudente, virtuoso, ínclito guerrero, vencedor, caudillo de vencedoras huestes, de la antigua é ínclita familia de los Nazares, príncipe de los fieles, hijo del sultan Abul-Walid-ebn-Ferag-ebn-Nazar, á quien Dios haya perdonado y tenga en descanso. Nació (el Señor se complazca de él), dia ocho de Muharram del año de setecientos veinte y cinco, y murió (Dios le perdone), á trece de Dilhagia del año de setecientos treinta y tres. Loor y gloria á Dios Altísimo é Inmortal.»

II

El nuevo rey Juzef-Abul-Hegiag, entabló inmediatamente negociaciones, por las que obtuvo una tregua de cuatro años entre Alonso XI de Castilla, el emir de Fez Abul-Hassau y él. Ocupóse durante esta paz transitoria en la administracion de sus reinos. Dió muchos decretos para precisar la acepcion de las leyes oscurecidas por las sutilezas de los imanes y de los katibs; estableció fórmulas sencillísimas para los actos públicos y particulares, creó distinciones honoríficas para recompensar los servicios á imitacion de sus vecinos cristianos, concluyó la Alhambra y erigió otros muchos monumentos de que él fué el único arquitecto.

Apenas terminada la tregua, el emir de Fez envió á su hijo á hacer escursiones en la Andalucía cristiana. Este jóven príncipe, murió en esta espedicion. Su padre Abul-Hassau juró vengar su muerte sujetando de nuevo a los matadores al antiguo dominio de los Almoravides, y publicó el alqihed ó guerra santa, reuniendo sobre Ceuta las fuerzas de su imperio, y atravesando el estrecho con doscientas naves, en las que se trasladaban á España cuatrocientos mil infantes y sesenta mil caballos. El rey de Granada fué á unirse con él á Gezira Alhadra (Isla-verde), y los dos ejércitos combinados marcharon sobre Tarifa y la cercaron.

Los reyes cristianos se estremecieron de espanto ante este nuevo esfuerzo del Africa, y Alonso XI escitó á los reyes de Portugal y de Aragon para que su uniesen con él á fin de contrarestar al enemigo comun.

La batalla del Salado decidió la suerte de aquella empresa.

Los moros fueron vencidos.

El harem del emir de Fez, su hermana, su hijo y sus tesoros cayeron en poder de los cristianos.

Encerrado el rey de Granada en la Isla verde, se vió obligado para volver á Granada á embarcarse secretamente, yendo á desembarcar en Almuñecar.

Sucesivamente, Alonso de Castilla se apoderó de Tarifa, de la Isla verde y de Algeciras.

Juzef era decididamente desgraciado en la guerra.

Habia nacido para la paz, para la ciencia, para las artes.

Fué el Augusto de Granada.

Instituyó numerosas escuelas, y determinó para todas las del reino una enseñanza igual; embelleció con mezquitas, algibes, cisternas, hospitales y palacios la ciudad de Granada, y formó ó renovó sobre muchos objetos reglamentos que llevaron su nombre y que fueron, mientras subsistió el reino, sus leyes.

Al fin, en 1354, un loco asesinó á este gran rey mientras estaba orando en la mezquita.

Hé aquí el epitafio de su sepulcro:

«Aquí yace el rey mártir y de alto linage, gentil docto, virtuoso, cuya clemencia y bondad y demás escelentes virtudes, publica el reino de Granada, y hará época en la historia de la felicidad de su tiempo: soberano príncipe, ínclito caudillo, espada cortante del pueblo muzlime, esforzado alférez entre los mas valientes reyes, que por la gracia de Dios aventajó á todos en el gobierno de la paz y de la guerra, que defendió con su prudencia y valor al Estado, y que consiguió sus deseados fines con la ayuda de Dios, el príncipe de los fieles, Juzef-Abul-Hegiag, hijo del gran rey Abul-Walid, y nieto del escelente rey Abu-Walid-Ferag-ebn-Ismail, de la familia Nazarí, de los cuales el uno fué leon de Dios, invencible domador de sus enemigos y sojuzgador de los pueblos, mantenedor de los pueblos en justicia con leyes, y defensor de la religion con espada y lanza, y digno de la memoria eterna de los hombres: el otro á quien Dios haya recibido en su misericordia entre los bienaventurados; pues fué columna y decoro de su familia, y gobernó con loable felicidad y paz el reino, mirando por la pública y privada prosperidad, que en todas las cosas hacia notar su prudencia, justicia y benevolencia, hasta que Dios Todopoderoso, colmado ya de méritos, le llevó del mundo, coronándole antes con la corona del martirio, pues habiendo cumplido la obligacion del ayuno, cuando humildemente oraba postrado en la mezquita pidiendo á Dios perdon de sus debilidades y deslices, la violenta mano de un impío, permitiéndolo así Dios justísimo, para pena de aquel malvado, le quitó la vida, cuando mas cercano estaba de la gracia del Todopoderoso: lo que acaeció el dia primero de Jawal, año de setecientos cincuenta y cinco. ¡Ojalá esta muerte, que hizo ilustre el lugar y la ocasion le haya sido de galardon, y haya sido recibido en las moradas deliciosas del paraiso, entre sus felices mayores y antepasados! Principió á reinar miércoles catorce de Dilhagia, año setecientos treinta y tres. Habia nacido dia veinte y ocho de Rabie postrera, año setecientos diez y ocho; alabado sea Dios Unico y Eterno que da la muerte á los hombres y galardona con la bienaventuranza.»