El exilio español y su vida cotidiana en México

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El exilio español y su vida cotidiana en México
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A través de nuestras publicaciones se ofrece un canal de difusión para las investigaciones que se elaboran al interior de las universidades e ­instituciones de educación superior del país, partiendo de la convicción de que dicho quehacer intelectual se completa cuando se comparten sus resultados con la colectividad, al contribuir a que haya un intercambio de ideas que ayude a construir una sociedad madura, mediante una discusión informada.

Con la colección Pública histórica se ponen al alcance del público interesado en el devenir de las culturas, textos académicos originales, en los que se acrecienta y actualiza el conocimiento histórico.

Otros títulos de la colección

Historia imperial del Santo Oficio (siglos XV-XLX)

Fernando Ciaramitaro y Miguel Rodrigues Lourenço (eds.)

El cuerpo del tiempo. Códices, cosmología y tradiciones cronográficas del centro de México

Ana Díaz

Nuestro cónsul en Lima. Diplomacia estadounidense durante el Congreso anfictiónicode Panamá y Tacubaya (1824-1828)

Germán A. de la Reza

Historias de científicos. Antología sobre la memoria disciplinaria y reflexiones historiográficas

Ricardo Govantes Morales y Lucero Morelos Rodríguez (coords.)

La risa del profeta o Rafael GIl Rodríguez

Teresa Farfán Cabrera, Jazmín Hernández Moreno y Javier Meza González



Todos los derechos reservados. Cualquier reproducción hecha sin consentimiento del editor se considerará ilícita. El infractor se hará acreedor a las sanciones establecidas en las leyes sobre la materia.

Primera edición en papel: abril 2021

Edición epub: mayo 2021

D. R. © 2021

Fernando Serrano Migallón

D. R. © 2021

Bonilla Distribución y Edición, S. A. de C. V.

Hermenegildo Galeana #111, Barrio del Niño Jesús,

C. P. 14080, Ciudad de México

editorial@bonillaartigaseditores.com.mx

www.bonillaartigaseditores.com

ISBN: 978-607-8781-28-7 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN digital: 978-607-8781-35-5

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

Diseño editorial y de portada: d.c.g. Jocelyn G. Medina

Realización ePub: javierelo

Hecho en México


Una nación que cría hijos que huyen de ella

por no transigir con la injusticia,

es más grande por los que se van que por los que se quedan.

Ángel Ganivett

Hermano:

Tuya es la hacienda,

la casa, el caballo y la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra.

Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo

más yo te dejo mudo... ¡mudo!

¿Y cómo vas a recoger el trigo

y a alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?

León Felipe

Y al llegar ustedes a esta tierra nuestra,

entregaron su talento y sus energías a intensificar el cultivo de los campos,

aumentar la producción de las fábricas, avivar la calidad de las aulas,

a edificar sus nuevos hogares y a hacer, junto con nosotros,

más grande la nación mexicana, en esta forma habéis hecho honor

a nuestra hospitalidad y a nuestra patria

Lázaro Cárdenas

Los emigrados amamos a este país con el caudaloso y violento amor

con el que amamos al nuestro, porque si para la gran mayoría España

fue la tumba de los padres, Mexico ha sido la cuna de los hijos

Diego Martínez Barrio

Contenido

Presentación

Introducción

Exilio

Vida cotidiana

Anexo fotográfico

Referencias

Sobre el autor

Presentación

La repetición de un fenómeno con las características del exilio español es prácticamente impensable y, mucho menos, deseable.

Por el número de sus componentes ‒y solamente hablamos del grupo que vino a México, de sus características educativas y de formación, de su pluralidad ideológica y del arraigo paulatino pero definitivo y lleno de orgullo al país que convirtieron en su nueva patria‒, se trata de un tema polifacético cuyas alternativas de estudio y análisis difícilmente se agotarán.

Siempre habrá un ángulo nuevo, análisis distintos y, por supuesto, para quienes estuvieron, de una forma u otra, ligados a la migración siempre será posible expresar nuevas emociones, pasiones y compasiones, así como representar esa vida cotidiana y las circunstancias históricas, políticas y sociales en las que se produjo el exilio.

Estas páginas han querido recoger uno más de los muchos, muchísimos enfoques posibles. ¿La aspiración? Recordar el pasado para entender la generosidad, el humanismo y la grandeza de espíritu de quienes ayudaron a los españoles a arraigarse en nuestro país, siempre sobre la base del vigor, la crítica y el repudio al oscurantismo, la felonía y la traición que causaron la migración.

Prólogo

Sobre el exilio español republicano que arribó a México, mucho, bueno y necesario se ha escrito. Fue una tragedia para España, pero la solidaridad de México con los derrotados significó una inyección de conocimientos, trabajo y talento que enriqueció al país. Fue una época de espanto, ominosa. El triunfo del franquismo y su cauda de terror fue también el prólogo de lo que sería la auténtica carnicería humana de la Segunda Guerra Mundial.

Y hoy en tiempos de grandes flujos migratorios generados por la violencia, la persecución o las precarias condiciones de vida, no está de más rememorar que los migrantes no necesariamente deben ser vistos y tratados como si fueran una amenaza, una “invasión”. Por el contrario, su búsqueda de un lugar para vivir, de un refugio, de una tierra para trabajar y crecer, puede, eventualmente, convertirse en un nutriente para el país o los países receptores. (Se escribe fácil, pero en estos tiempos –quizá como en cualquiera– hemos aprendido que recibir a “los otros”, “los extraños”, “los de fuera” no resulta sencillo, por esa pulsión que ve en los extranjeros un riesgo para esa noción brumosa a la que denominamos identidad).

Pues bien, Fernando Serrano Migallón aborda en este libro una dimensión poco tratada en relación al exilio español en México: la vida cotidiana. No tanto el significado político de ese flujo migratorio, no tanto la política solidaria del gobierno encabezado por el general Lázaro Cárdenas, no tanto los aportes de los “refugiados” en terrenos tan diversos como las artes, las ciencias, las humanidades o la vida comercial, agraria o industrial. Y escribo “no tanto” porque sobre esos temas también hay información y reiteradas alusiones. Pero me parece –y esa es la intención central del autor– que de lo que se trata es de poner en primer plano una dimensión poco tratada y que resulta crucial si queremos contar con un mural lo más acabado posible de lo que significó y cómo se vivió el exilio.

No es sencilla la vida en un nuevo país. Menos cuando se llega a él por ingente necesidad, como quien toma una tabla de salvación. Por ello acercarse al difícil proceso de adaptación no solo resulta interesante sino iluminador. Las ciudades en las que se instalaron, la vida cotidiana, los lugares de reunión, el esparcimiento, la comida, las celebraciones, el enfrentamiento con los modos y modismos del lenguaje, las fiestas o la música son parte del rompecabezas que arman las vidas de los transterrados. Serrano Migallón nos entrega breves notas sobre todos esos asuntos y algunos más. Son como ventanas en las que oteamos a miles de personas ajustando por necesidad su proyecto de vida: profesores universitarios trabajando como dependientes de alguna tienda, hombres del campo intentando aclimatarse a proyectos agrícolas en una tierra desconocida, algún político reconstruyéndose de principio a fin porque en su nueva casa no hay espacio para que esa actividad la realicen extranjeros. Estoy convencido de que de todos y cada uno de los apartados se podría hacer un libro entero: las bodas de los refugiados, la militancia política, la vida estudiantil o las ligas de futbol serían temas magníficos para conocer el fascinante proceso de acomodo en la tierra nueva.

Soy de la idea de que el factor fundamental en el proceso de aclimatación en el país receptor es el tiempo. Los migrantes, los refugiados, intentan de manera natural reconstruir –hasta donde eso es posible– las instituciones y el ambiente de su país de origen. No es casual que edifiquen escuelas, centros deportivos o clubes para celebrar y encontrarse, que se apropien de distintos cafés para reunirse y continuar con una conversación que les es propia. La añoranza los acompaña y la forma de vivir es la que aprendieron y ejercieron en España. No es fácil ni sencillo trasplantarse a un país desconocido. Algunos se integrarán y otros vivirán extrañados en tierra ajena, segregados porque no encuentran las llaves para esa integración.

 

Pero repito, el tiempo hace su tarea. Sus hijos y sus nietos se acoplarán a la nueva realidad de distintas formas: unos se integrarán a la vida del país, pero conservarán algunas señas de identidad, algunos giros del lenguaje, el aprecio por ciertos platillos, el gusto por determinada música y sobre todo una memoria, una historia familiar, que por fortuna no desaparece de la noche a la mañana. Y otros acabarán asimilándose hasta hacer difícil encontrar huellas del pasado de sus antepasados. Es el tiempo el que hace esa tarea y es inútil e intolerante (necio) querer acelerar las cosas en un sentido u otro.

Permítanme un paréntesis: (cuando los migrantes mexicanos a los Estados Unidos crean sus propias escuelas, reclaman que la educación sea en español, construyen templos para mantener viva su fe, realizan murales que rememoran su historia, van en masa a ver los partidos de la selección nacional de futbol, aplaudimos la vitalidad de nuestra cultura, su exportación a otras latitudes, su afán por no desaparecer. Pero cuando diferentes flujos migratorios (españoles, libaneses, judíos, chinos, franceses, etc.) hacen algo similar en nuestro territorio, nunca falta alguien que denuncie la auto segregación de esos migrantes, su afán por mantener su singularidad, su incapacidad para asimilarse. Dos varas y dos medidas. Y me temo que no es una característica nuestra, sino universal. Aplaudimos que lo “propio” se recree fuera de nuestras fronteras, pero vemos con ansiedad y resquemor que “los otros” hagan lo mismo en nuestro territorio. Insisto: el género humano es uno, pero sus manifestaciones culturales son múltiples. Y solo el tiempo, la convivencia e intercambio van produciendo las amalgamas en cada caso. No tiene ningún sentido productivo ser impacientes.

El autor acudió a muy diferentes fuentes para pintar el cuadro de los refugiados en México: entrevistas realizadas por distintos investigadores, material hemerográfico, autobiografías, testimonios y diversos archivos. Se trata de una tarea lenta, metódica, realizada con cariño por eso que de manera neutra y fría se llama en las ciencias sociales “el objeto de estudio”. Porque Serrano Migallón no esconde su aprecio y afecto por ese caudal humano que dejó su noble huella en la historia de México.

Al parecer, los refugiados españoles en México tenían la esperanza de que su estancia sería temporal. Y al finalizar la Segunda Guerra Mundial esas ilusiones se redoblaron. La idea de que los aliados ajustarían cuentas con la dictadura de Franco no era descabellada. Pero no sucedió, la llamada guerra fría y el reconocimiento convenenciero del gobierno que había sido fruto de un alzamiento militar sembraron desilusión y rabia. Así, lo que se pensaba como transitorio se convirtió en definitivo. Con todo lo que ello supone…

Pero antes de entrar de lleno al tema, Serrano Migallón hace una muy buena recreación del contexto en el que se produjo la llegada de los varios miles de republicanos. México, se sabe, apoyó a la República de manera decidida. Desplegó una política diplomática digna de encomio (y fsm dedica páginas relevantes a rescatarla y a poner el nombre y apellido de quienes la operaron), y en el momento de la derrota construyó las condiciones para que entre 18 y 20 000 personas pudieran refugiarse en nuestro país. Son episodios dignos de ser rememorados porque ilustran lo que una política de principios, con flexibilidad y audacia, puede lograr.

Fernando Serrano Migallón tiene talentos varios: licenciado en derecho, ha sido consejero electoral, abogado general y director de la Facultad de Derecho de la unam, consejero de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, subsecretario de Educación Superior, secretario general de la Cámara de Diputados. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y de otras asociaciones culturales. Y ha escrito libros sobre Isidro Fabela, la legislación sobre el derecho de autor, el asilo político, las constituciones de México y más, entre los que se encuentra un “curioso” libro que recoge todos los gritos de Independencia, desde el original de Hidalgo hasta las réplicas que llegan a Vicente Fox (no sé si lo ha actualizado). Lo dicho, nuestro autor es versátil, su campo de interés es amplio y sus talentos variados. El libro que hoy nos entrega se lee fácil, resulta sugerente y aborda un complicado tema que llama a la reflexión. Es un texto bien intencionado, docto y sobre todo rescata una noble experiencia de solidaridad que en tiempos aciagos refrenda la esperanza de que las “cosas” pueden, quizá, ser distintas, mejores.

José Woldenberg

Introducción

I

El primero de abril de 1939, el general Francisco Franco expide la parte que da por finalizada la llamada Guerra Civil española. Ese día, España y la República pierden el conflicto. Pierde también la esperanza de un pueblo que había querido incorporarse a una vida más justa, más libre y, por supuesto, más democrática. A cambio, se abría un largo proceso de obscurantismo, opresión y represión.

Dos años antes, cuando el conflicto bélico alcanzaba sus momentos más álgidos, muchos españoles comenzaron a tomar el camino del exilio. Tenían diversos motivos: ideológicos, políticos o de simple seguridad personal. Son notables los campamentos para niños que se instalaron en numerosos países de Europa y el mundo. En México, se conoció a los menores exiliados como los niños de Morelia.

La salida masiva de españoles por la frontera francesa ocurrió entre febrero y abril de 1939. Se calcula que migraron entre 500 000 y 600 000 personas. Una cantidad indeterminada fue albergada en las frías playas del invierno mediterráneo, al pie de los Pirineos Orientales. Muchos migrantes compartían la ilusión de trasladarse a América Latina, para esperar ahí la que entonces se pensaba como inminente caída del régimen franquista. Querían, en particular, llegar a México, país que había sido partidario abierto y definitivo de la República y su Gobierno desde la proclamación de aquélla en 1931. La mitad de quienes salieron terminó por regresar a España.

Las expediciones a México inician el mismo año de 1939. El primer barco llegó a las costas nacionales el 12 de junio de 1939. Se trataba del ya histórico Sinaia. Los traslados siguieron de manera ininterrumpida, hasta que la Segunda Guerra Mundial y el Gobierno francés encabezado por el mariscal Philippe Pétain, a quien habían impuesto los alemanes, entorpecieron los viajes.

No se sabe a ciencia cierta cuántos españoles llegaron a México. Los cálculos más serios hablan de entre 18 000 y 20 000 jefes de familia. Por su tamaño y por el perfil ideológico, político y social de quienes lo conformaron, el exilio español ha sido un tema permanente de estudio. Con frecuencia, se le ha calificado como un exilio intelectual. Conviene precisar esto. En 1931, 60% de los españoles eran analfabetos. De la población restante, no más del 1% pudieron haber sido intelectuales. Sin embargo, entre el 10% o 12% de los españoles que se exiliaron en México pertenecía a esa categoría. Esto significa que la decisión o la suerte de exiliarse en México fue mucho más común entre los intelectuales que entre los que no lo eran, y que la mayoría de los intelectuales españoles que dejaron su patria llegaron a nuestro país.

Las figuras señeras del exilio han sido motivo de estudio, análisis y homenajes. Sin embargo, gran parte de los migrantes se han mantenido en el anonimato y es necesario revalorizarlos. Esa inmensa mayoría estuvo formada por obreros, agricultores, profesionistas liberales, campesinos, trabajadores y empleados en empresas de todos tipos. Su vida cotidiana, lo que hicieron día a día, es decir adaptarse, paulatina pero vitalmente, a una nueva situación es un tema que no ha sido estudiado a fondo. La vida cotidiana en nuestro país rara vez ha sido objeto de análisis y estudio. Una excepción notable es el trabajo de la doctora Pilar Gonzalvo sobre la vida en México1 desde sus orígenes hasta nuestros días.

A decir de Ágnes Heller, la vida cotidiana es la vida de todo hombre.2 La conforman elementos tan diversos como la mentalidad, la religión, las costumbres, los hábitos, los deseos y las pasiones. Abarca toda su existencia, las circunstancias vitales de las que habla Ortega y Gasset.

Nosotros y nuestras vidas estamos hechos de cotidianidad, de acciones que no consideramos importantes pero que a la larga serán lo que prevalezca de nuestro paso por el mundo. Lo cotidiano: esa sucesión reiterada de prácticas, costumbres y actos. Los pequeños objetos que nos hacen recordar (cartas, libros, fotografías) forman parte de nuestra historia personal y se integran, al final de todo, a la historia social.

Esa vida diaria que llevamos sin darnos mucha cuenta recibe el impacto de sucesos trascendentes e irrepetibles que transcurren a la par de ella en otras esferas ‒política, científica, social o cultural‒ y al mismo tiempo tiene un impacto en ellos. Influencia recíproca entre lo común y lo infrecuente.

Aunque en principio la vida cotidiana es privada, cabe decir que se vuelve pública cuando el grupo social en la que transcurre adopta partes de ella y las reitera. Se van construyendo así usos, costumbres, una moral pública y valores reconocidos como propios de ese grupo.

Estudiar la vida diaria de un grupo establecido que no ha sufrido mayores sobresaltos históricos es de suyo complicado, en buena parte porque, en general, prestamos poca atención a esos actos reiterados y no guardamos registro de ellos. Si a este inconveniente se añaden dificultades excepcionales como las que suponen las guerras, las luchas políticas, los desastres naturales y los cismas religiosos, el reto resulta aún mayor. El objeto de estudio, es decir la cotidianidad, se trastoca. Las tareas para asegurar la supervivencia pierden regularidad y no es sencillo mantener la identidad de grupo. A su vez, la tarea de investigar, registrar y explicar un conjunto representativo de ideas, creencias, actos, comportamientos y objetos se entorpece.

La composición del exilio español en México representa un abanico cultural de gran amplitud. En ella están representadas todas las regiones geográficas de España, todos los grupos de su rica configuración étnica y todas las posiciones ideológicas, desde la derecha constitucional hasta las posiciones ácratas en el otro extremo. Personas de todos los partidos y asociaciones políticas, de todos los niveles socioeconómicos, de todos los niveles educativos y con los más variados grados de desarrollo intelectual. Y todas ellas frente a una situación inédita.

El exilio es uno de esos fenómenos históricos que afectan profundamente a quien lo padece: trastoca la vida personal, laboral, familiar, social y política, y cada individuo lo asimila de diferente forma. Por eso, hablar de la vida cotidiana en las circunstancias de un exilio es más complicado que en situaciones normales: todos asumen el rompimiento de forma única y todos enfrentan a su manera la inserción en un nuevo medio.

Distintos pensadores ilustres han vivido y comprendido el exilio de maneras distintas. Stefan Zweig dijo que sólo el hombre exiliado es plenamente libre, pues no padece las ataduras propias de la vida en sociedad. María Zambrano, en la línea de su maestro Ortega y Gasset, afirmaba que si el hombre es él y sus circunstancias, al cambiar las circunstancias, deja de ser él. En Buenos Aires, el español Ángel Ossorio y Gallardo reconocía que el exilio había alterado de fondo la comprensión que tenía del periodo de su vida anterior y que todos sus actos posteriores al exilio lo tuvieron como eje.

En ese mismo sentido, los migrantes republicanos españoles tuvieron que establecer relaciones sociales dentro de su mismo grupo y, a la vez, con la sociedad mexicana que los acogía. Construyeron así dos vidas que normalmente corrían paralelas pero que, con frecuencia, chocaban o se interceptaban.

Por supuesto, un exilio político está siempre muy imbuido de valores éticos y morales que afectan en primer lugar la situación personal de quienes debieron dejar su patria y, enseguida, definir las pautas de asimilación o de rechazo a su nueva condición. En consecuencia, tienen que optar, de manera explícita o tácita, voluntaria u obligadamente, por nuevos valores: ciertos actos que antes tal vez parecían anodinos, en la nueva situación podrían no serlo.

 

II

Una historia de la vida cotidiana debe referirse a las relaciones humanas y su evolución, las formas culturales y los valores éticos que paulatinamente nacen en un grupo. Explicar la vida cotidiana de los españoles que llegaron a México en 1939 y en años posteriores no es fácil. Para acercarnos a su existencia diaria, tuvimos que recurrir a diversas fuentes. Destacan las entrevistas realizadas por investigadores3 cuyo objeto de estudio no era necesariamente la cotidianidad en sí misma. También, el material hemerográfico que, además de dar cuenta del contexto político, económico y social del México de la época, permite descubrir y asomarse las experiencias de muchos hombres, mujeres, ancianos y niños, y que tanto afectaron su vida en la tierra que los recibió con los brazos abiertos. Otra fuente son las autobiografías de algunos refugiados que guardaron registro de sus avatares y reflejaron aspectos de su devenir diario a lo largo de años en México. Los coloquios y congresos que reúnen testimonios de los exiliados, así como de mexicanos que han convivido con ellos, aportan información valiosa. Hay excelentes materiales en repositorios como el del Ateneo Español de México, la Hemeroteca Nacional, el Archivo General de la Nación, el Archivo Oral del Instituto Nacional de Antropología e Historia y la Fundación Pablo Iglesias.

Son muchas las dimensiones del exilio español que han sido objeto de investigación: sus orígenes; sus características ideológicas, políticas y sociales; su influencia, etcétera. Sobre todo, se han estudiado las vidas de los refugiados que integraron un grupo notable por sus logros intelectuales y políticos. Son innumerables los textos dedicados a los abogados, pintores, filósofos, músicos y escritores que conformaron de manera definida y señalada parte del exilio.

Es necesario, sin embargo, recordar más ampliamente la vida cotidiana de quienes, sin destacar por alguna hazaña o circunstancia distintiva, formaron ese conjunto esencial y mayoritario del exilio; padres, madres, funcionarios públicos, obreros, campesinos, trabajadoras y militares que hicieron juntos una nueva vida común, padecieron los mismos sinsabores y fueron parte de una historia y un proceso de integración a la sociedad mexicana. Y tan importante como todo ello es referir la situación política, cultural y social en que estaba el país que los acogía.

En unas cuantas líneas, Pablo Carriedo describe a la perfección la política internacional del cardenismo: “En un tiempo marcado por el auge del fascismo y un capitalismo salvaje en plena crisis, las líneas de la política internacional de Lázaro Cárdenas se distinguen claramente por el racionalismo y la humanización”. Y añade: “Su Gobierno se posicionó siempre, y de una manera contundente e inequívoca, en favor de las democracias y en contra del imperialismo”.4

Esa defensa de los derechos de los pueblos e individuos se refleja claramente en el caso español. Desde el inicio de la Guerra Civil en España, el presidente Cárdenas brindó todo su apoyo y reconocimiento al Gobierno republicano de Manuel Azaña. Y una vez que inició el éxodo de españoles republicanos ‒entre ellos Azaña5‒ al vecino país de Francia, comenzaron las gestiones diplomáticas para que todos ellos quedaran bajo la protección de México y se llevara a cabo su traslado a tierras nacionales.

Por invitación y acción del Gobierno cardenista, a México llegó una muestra íntegra de la sociedad española. El 22 de septiembre de 1938 se celebró en la Ciudad de México un acto de solidaridad para los republicanos españoles recién desembarcados. El poeta mexicano Enrique González Martínez dijo entonces: “Volver los ojos a España es encontrar tristezas y destrozos sangrientos, mas quienes están ahora entre nosotros no pueden ni deben sentirse desterrados, pues en cada jirón de América encontrarán una evocación de la buena tierra que creó el Nuevo Mundo”.6

El exilio es ese desprendimiento en el que se mezclan el dolor y la esperanza, el despojo y el renacimiento; es un fenómeno múltiple, personal e íntimo, pero al mismo tiempo social y colectivo; es un hecho político e histórico que pone en evidencia la irrupción de la violencia en la vida pública, la irracionalidad de sus relaciones y el hecho, perverso al fin, de que un Estado persiga a quienes, por su naturaleza, debería proteger. El exilio es también un fenómeno cultural que demuestra la persistencia de la memoria, la voluntad de vivir y la riqueza de la civilización que acepta mestizajes, combinaciones y diálogos para generar frutos que se prolongan en el tiempo.

El exilio lo cambia todo, como decía María Zambrano. Quien se refugia en un país distinto deja de ser lo que era o por lo menos como era. El exilio es, para el que lo ha sufrido, una situación permanente. Si por alguna razón favorable el exiliado pudiera volver a su patria, el recuerdo y la añoranza del país que lo acogió tomaría el lugar del objeto anhelado. El exilio es también un diálogo, confuso a veces, y como en todo intercambio que implica lo más profundo de la identidad, lo que se quiere decir es distinto de lo que el otro entiende. En el exilio se oyen tres voces que dificultan el entendimiento: los que expulsan, los que son expulsados y los que reciben.

Desde poco antes de que se dispararan las últimas balas de la guerra y hasta el final del proceso, poco más de 500 000 personas salieron expulsadas de España y se trasladaron a diferentes destinos de la geografía europea y americana. España perdió mucho más que la voz para cantar, como dijo León Felipe: había conservado “la casa, el caballo y la pistola”, pero se había privado de un Gobierno legítimo, una parte importante de sus maestros universitarios y casi todos sus científicos e intelectuales. Pero, sobre todo, el país perdió una fracción significativa de su sociedad, un futuro que habría sido mejor si se hubiera concedido el perdón, y la piedad y la tolerancia necesarias para que quienes se fueron hicieran su vida en su propia tierra.

Una muestra social e ideológica de la España anterior a la guerra cruzó las fronteras: desde los republicanos de derecha hasta los de extrema izquierda; desde el profesor universitario y el científico hasta el labrador y el obrero; desde familias completas hasta individuos solos; desde el niño cuyos padres querían darle un lugar donde crecer en libertad hasta el anciano que buscaba un lugar para morir dignamente.

Lo más insólito de este exilio es que, por primera vez en la historia, un Estado completo, con todos sus órganos legítimos y capacidad jurídica plena, tuvo que instalarse fuera de su territorio para seguir existiendo. Salieron los titulares de las tres altas magistraturas del Estado: los presidentes de la República, del Gobierno y de las cortes; el Gobierno en pleno; los presidentes y los gabinetes íntegros de las dos regiones autónomas establecidas por la República; y los poderes Legislativo y Judicial, en número tal que sus sesiones eran legítimas y sus decisiones válidas.

En España se quedó una sociedad amordazada, temerosa y violentada. Las cifras más conservadoras nos asoman a un panorama desolador:

 500 000 muertos durante la guerra, tanto en los campos de batalla como en la lucha soterrada que se libró en las calles de las ciudades y pueblos.

 500 000 exiliados.

 Cerca de 2 000 000 de presos, la mayoría de los cuales recibieron condena sin que mediaran juicios, acusaciones formales ni delitos.

 De esos 2 000 000, más de 150 000 fueron ejecutados entre 1939 y 1949; cuando llegó a haber juicios, las sentencias eran el producto de los procesos más inverosímiles.

 81 000 desaparecidos durante la dictadura, esto es, entre 1940 y 1975.

España entró en una larga noche donde la luz era un privilegio, la palabra una osadía. Bajo la triste fachada del orden y la promesa del progreso material, la represión encerraba a una sociedad que no podía ni quería verse o reconocerse a sí misma.

El medio millón de españoles que huyó de esta situación, abandonando su tierra, llegó sobre todo a dos destinos. Del otro lado de los montes Pirineos, a una Francia hosca y temerosa que se hundiría poco después en el negro periodo de la ocupación nazi. El país vecino se preocupaba más por sobrevivir que por acoger a los incómodos visitantes. En el mejor de los casos, era necesario liberarse de ellos pronto.

El segundo destino, al otro lado del Atlántico. México era un país convaleciente. Terminaba el periodo armado de una más de sus revoluciones, el primer levantamiento social del siglo XX. Se trataba de una nación aislada internacionalmente. Bloqueada por diversos Estados a raíz de la expropiación petrolera y sujeta a los reajustes de sus propias fuerzas políticas, sus gobiernos revolucionarios no eran reconocidos diplomáticamente. Cuando nació, la Sociedad de Naciones no incluyó a México como uno de sus miembros fundadores; su integración ocurriría hasta 1931.