Loe raamatut: «Purgatorio. Divina comedia de Dante Alighieri», lehekülg 7

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1 Solo Dante, que tenía cuerpo, proyectaba sombra.

2 Anochece en Nápoles, donde fue sepultado Virgilio.

3 El cuerpo de Virgilio, muerto en Brindis en el año 19 a. de J. C., fue sepultado en Nápoles por mandato de Augusto.

4 Véase Infierno IV 131-134.

5 En la escarpada costa, cerca de Génova.

6 Hijo de Federico II, rey de Nápoles y de Sicilia.

7 Constanza, hija de Manfredo, mujer de Pedro III de Aragón, madre de Federico, rey de Sicilia (honor de Sicilia), y de Jaime, rey de Aragón (honor de Aragón).

8 En la batalla de Benevento, donde Manfredo luchó contra las tropas del papa.

9 Bartolomé Pignatelli, arzobispo de Cosenza.

10 El cuerpo de Manfredo fue arrancado de la fosa, y sus huesos esparcidos.

CANTO IV

Subimos por una hendidura de la peña, cuyas paredes nos estrechaban por los dos lados y el suelo nos exigía valernos de manos y pies.

(IV, vv. 31-33)


Dante y Virgilio comienzan por fin la durísima subida por la montaña para alcanzar el primer saliente, donde se sientan para recobrar el aliento (vv. 1-54). Aquí Dante se da cuenta de que el sol sube hacia su izquierda y el diálogo que sigue explica la razón del fenómeno (vv. 55-84); después se preocupa por la altura de la montaña y Virgilio le tranquiliza: cuanto más se sube, menor es la fatiga (vv. 85-96). Al final, aparece Belacqua, con el que Dante intercambia algunas frases cordiales (vv. 97-139).

Acabamos de leer (Purgatorio III v. 78) que «perder el tiempo disgusta más a quien más sabe». Así que todo el tiempo que Dante y Virgilio se toman en este canto para reflexionar sobre el tiempo y el lugar donde se encuentran no es tiempo perdido, sino tiempo empleado para entender el tiempo y el espacio, su valor, su función.

La primera observación capta la diferencia entre el tiempo cronológico y el tiempo percibido. Cuando uno está ensimismado con lo que está mirando o sintiendo, «corre el tiempo sin que el hombre lo advierta» (v. 9); de hecho, Dante dice mientras escucha a Manfredo que «bien había subido el sol cincuenta grados / y yo no me había dado cuenta» (vv. 15-16). Es la experiencia que tenemos todos: cuando estamos inmersos en una actividad interesante, el tiempo vuelva; cuando estamos en una clase aburrida, parece que no se acaba nunca.

Pero no es una mera consideración psicológica. Y tampoco se trata solo de una confirmación del valor del instante, que cuanto más significativo es más parece perdurar. También es una apertura al tema de la eternidad, aunque sea inicial. Como en la leyenda medieval del abad Virila. Según el relato hagiográfico, el buen abad, al llegar al final de sus días, estaba preocupado por la idea de la eternidad: «Madre mía», decía más o menos, «si la eternidad es un tiempo tan largo, nos hartaremos antes o después…». Un día Virila se detuvo extasiado para escuchar cómo gorjeaba un ruiseñor sobre las ramas de un árbol. Cuando volvió en sí, miró a su alrededor y se quedó desconcertado: los monjes eran todos nuevos, el edificio había cambiado mucho… «Ah, ¡por fin te has despertado!», exclamó un hermano. «¿Despertado?». «Sí, ¡llevas trescientos años escuchando a ese ruiseñor!».

Es solo una fábula, de acuerdo. Pero de ella he sacado una enseñanza fundamental: la eternidad no es un tiempo larguísimo, sino que es un eterno presente. En el paraíso no existe el tiempo porque es un presente siempre renovado por la belleza de lo que allí vive continuamente, como lo que experimentamos cuando estamos con una persona a la que amamos.

Esto es lo que nos está diciendo Dante: el problema de la vida es que el tiempo esté cargado de una experiencia tan bella, tan verdadera, que colme el alma; que el tiempo participe ya anticipadamente de lo eterno en la medida en que Dios nos lo conceda.

Mientras, Dante ofrece una indicación espacial y cronológica muy precisa: el sol había subido cincuenta grados. Esto quiere decir que, puesto que el sol recorre quince grados de circunferencia en una hora, habían pasado exactamente dos horas y veinte minutos. Como para recordarnos que no está hablando de experiencias místicas o de fantasías, sino de la historia de cada uno, que se desarrolla en tiempos y lugares determinados. Y lo eterno, lo que supera el tiempo y espacio, se asoma en nuestra vida en un tiempo y un espacio determinados.

Una vez más, recurro a la ayuda del gran Eliot:

Entonces llegó, en un momento predeterminado, un momento en el tiempo y del tiempo, un momento no fuera del tiempo, sino en el tiempo, en lo que llamamos historia: cortando, bisecando el mundo del tiempo, un momento en el tiempo pero no como un momento del tiempo, un momento en el tiempo, pero el tiempo se hizo mediante ese momento, pues sin el significado no hay tiempo, y ese momento del tiempo dio el significado.1

Dante recuerda el día y la hora en que conoció a Beatriz; todos nos acordamos dónde y cuándo tuvo lugar el encuentro —con una mujer, un hombre, un amigo, una propuesta de trabajo…— que nos cambió la vida.

Pero la cosa no acaba aquí. Poco después (vv. 51-57), Dante se sorprende porque, mientras está mirando hacia oriente, ve subir el sol por su izquierda, en vez de por su derecha, como sucede en nuestro hemisferio. De ahí arranca un largo diálogo (vv. 58-84), riquísimo en referencias astronómicas, en el que el enigma se aclara. Es obvio que estamos en el hemisferio meridional, por lo que, con respecto a nosotros, el ecuador está al norte, no al sur; por eso vemos que el sol, que en su recorrido se dirige hacia este, va en dirección contraria a la que sigue en nuestro hemisferio. Y todavía hay quien sostiene que los medievales creían que la tierra era plana…

Entre reflexiones cronológicas y astronómicas, Dante y Virgilio se han puesto en camino. Han empezado a subir por la montaña del purgatorio; y también aquí Dante nos ofrece algunas referencias espaciales muy precisas. Es tan alta que no se ve la cima (v. 40), en el tramo que están recorriendo, la pendiente supera los 45 grados, de modo que «el suelo nos exigía valernos de manos y pies» (v. 33) —tienen que trepar usando manos y pies—, y el sendero por el que escalan no es más que un hueco entre rocas.

Naturalmente, todo esto también tiene un valor simbólico: para subir las montañas de la tierra bastan los pies (vv. 27-30),

[…] pero allí era preciso volar, quiero decir con las alas ligeras y las plumas de un gran deseo, conducido por aquel guía, que me infundía esperanza y me daba luz.

Y una vez más, solo el «gran deseo», el deseo vivido en toda su amplitud, da la fuerza necesaria para afrontar un camino tan arduo. Para reafirmar esta idea, Dante utiliza de nuevo unos términos e imágenes que ya nos son familiares: las alas, el vuelo. Vuelve el eco de la comparación entre el «loco vuelo» de Ulises y el suyo, que no es loco porque sigue a un guía. Y la conversación que sigue (vv. 43-51), entre un Dante agotado y un Virgilio que le anima pacientemente, está llena de recíproca ternura.

Más adelante, Dante se dirige de nuevo al maestro para preguntarle cuánto durará la subida (vv. 85-87), como un niño que le dice a su padre en la montaña: «Uf, papá, ¿cuánto falta?». Y Virgilio aprovecha la ocasión para darle una respuesta que no hay que subestimar (vv. 88-90):

A lo que me respondió: «Esta montaña es tal que siempre es penosa de subir al empezar, y cuando uno está más arriba, se hace menos difícil».

Al principio el camino es duro, pero luego, cuanto más se sube, más ligero se hace. Es una ley de la vida. Vale para la montaña, para el deporte, para el trabajo, para todo. Emprender un camino nuevo supone un gran esfuerzo al comienzo, pero, a medida que uno va avanzando, se crea lo que los medievales llamaban habitus. Es un término difícil de traducir porque indica algo más que lo que dice la palabra «hábito»: es justamente una conducta cuya repetición simplifica el esfuerzo requerido, un comportamiento adquirido que resulta cada vez más fácil, una forma de ser que se vuelve habitual, natural.

La señal de que estamos creciendo es justamente que esa subida, que al principio se presentaba como intransitable, con el tiempo se vuelve cada vez más ligera. Es verdad que la vida se pone en juego cada mañana, pero cuando el camino es seguro, cada mañana resulta un poco más fácil avanzar.

Muchas veces, hablando con los jóvenes, les explico que nosotros estamos acostumbrados a pensar que el amor está al principio de una relación: «Me caso contigo por amor»; y que después queda el esfuerzo durante toda la vida para mantenerse fieles, porque muchas cosas podrían inducirte a dar marcha atrás, a hacer que te arrepintieras y que dijeras: «Debo de haberme equivocado, me parecías tan guapa, tan lista, y en cambio…». Sin embargo, la clave es que el amor verdadero no está al principio del camino, sino al final: cuando se avanza, juntos, aprendiendo a quererse día a día, hay mucha más ternura, familiaridad y facilidad para perdonar después de treinta años de matrimonio que al principio…

Y esto coincide con el recorrido de la Comedia, porque el conocimiento pleno de Dios está al final, el descubrimiento de lo que es el amor verdadero, incluso con relación a Beatriz, está al final. Al principio hay una atracción mutua que la naturaleza favorece para que se susciten los vínculos, hay un entusiasmo, una pasión, todo lo que queráis. Pero el amor verdadero implica el perdón que vives a lo largo de los años con las personas a las que quieres, y tú quieres más cuanto más has sido perdonado. ¿Entendéis por qué esta es también la raíz de la fidelidad? Porque, por muy guapa que sea ella, por inteligente o buena que sea, ¿dónde existe una mujer que me pueda perdonar durante casi cuarenta años? Que mi esposa me haya perdonado durante cuarenta años es un auténtico milagro. La fidelidad radica en esto: el amor llega a coincidir con el gran descubrimiento de la misericordia, con la edificación común de una vida llena de misericordia.

También es verdad, una verdad dolorosa, que muchas veces no sucede así y que, al cabo de treinta años de matrimonio, solo quedan rencor y resentimiento. Pero esto significa que todo se quedó en la ilusión del comienzo, que no hubo ningún recorrido verdadero, ningún trabajo de purificación del sentimiento inicial.

En cuanto Virgilio termina su explicación, una voz emerge repentina como de la nada (vv. 98-99): «Estate tranquilo», le dice a Dante, «que antes de llegar a la cima tendrás necesidad de sentarte». Dante se gira, ve quién le ha hablado, lo reconoce y replica con decisión (vv. 109-111): «¡Fíjate en este», le dice a Virgilio, «que está ahí tirado como si la pereza fuera su hermana!». Se trata de Belacqua, gran amigo de Dante, célebre en vida por su pereza; había muerto hacía poco, está al principio del camino de purificación y aún no ha abandonado esa actitud acostumbrada.

El intercambio de palabras prosigue en el mismo tono: una burla cordial en la que Dante le reprocha su indolencia y Belacqua le rebate mofándose de la exagerada seriedad y el excesivo afán por conocer de su amigo (vv. 112-126).

También en el Infierno hay intercambios de frases mordaces entre Dante y sus interlocutores —pensemos en Farinata (Infierno X vv. 46-51)— o entre los condenados —por ejemplo, la bronca entre maese Adán y Sinón (Infierno XXX 99-130). Pero ¡qué diferencia! Allí un feroz sarcasmo que busca aplastar al otro, afirmar su superioridad; aquí, una amable ironía que permite reírse de los límites ajenos porque reconoce también los propios y se mueve dentro del abrazo de una amistad. El sarcasmo infernal trae a mi mente la maldad de un cierto tipo de parodia televisiva, que clava despiadadamente a una persona a sus errores y defectos. La ironía del purgatorio me recuerda cuando de joven me iba de vacaciones con mis amigos y por la noche siempre había alguno más ingenioso que improvisaba escenas divertidas sobre ciertas actitudes, manías o rarezas graciosas de fulano o de mengano. El primer tipo de ironía es una maldad que quiere destruir, machacar al otro; el segundo es un amor que nos vacuna contra la presunción.

Y el propio Dante hace justamente eso: se deja reprender por Belacqua en ese aspecto que sabe que es un riesgo para él, o sea, el excesivo amor por el saber. Es como el episodio de Casella: la música y el saber son cosas buenas, pero cuidado con idolatrarlos.

Por eso, al reproche de Dante por su pereza, Belacqua le responde más o menos (vv. 127-132): estate tranquilo, moverse sería inútil, ya sé que tendré que permanecer aquí tanto tiempo como el que en la tierra he perdido en no hacer nada. En el antepurgatorio están aquellos que se arrepintieron tarde y que, antes de acceder a la purificación de verdad, pasan ahí tanto tiempo como el que pasaron en la tierra antes de convertirse. Si se mira superficialmente, puede parecer una especie de suplemento de la pena, un agravio que retrasa aún más la subida al paraíso. Pero no es así, porque, en realidad, ese tiempo queda restituido. Es como si Dios dijera: ¿has perdido tiempo en la tierra persiguiendo otros deseos? Pues bien, ahora tienes la oportunidad de vivirlo nuevamente de forma adecuada, siguiendo el deseo verdadero, suspirando por el objeto que realmente es digno de ti. Y, de hecho, en las palabras de Belacqua no hay recriminación porque sabe que tiene lo que se ha ganado y que ese tiempo es para su bien. Una actitud que también nos dice algo a nosotros: si vivo dentro del abrazo de alguien que me perdona, el hecho de tener que seguir conviviendo con mis límites deja de ser una losa. Todo entra a formar parte de un camino bueno.

Con una nota bene final: «si antes no me ayudan las oraciones» (v. 133), a menos que las oraciones de los vivos abrevien el tiempo de la penitencia. Vuelve el tema de la comunión de los santos, que no es solo una noción teológica; una amistad verdadera puede cambiar la vida, las circunstancias en las que estamos llamados a vivir. Y aunque externamente sigan siendo las mismas, cambia el corazón, cambia la forma en que las afrontamos.

Para terminar, como digno final de un canto dedicado al valor del tiempo, el reclamo de Virgilio, que vuelve a ponerse en marcha: muévete, ya es mediodía (vv. 137-139). Porque «perder el tiempo disgusta más a quien más sabe», a quien comprende mejor su valor (Purgatorio III v. 78).

1 T. S. Eliot, «Coros de la piedra», en Poesías reunidas 1909-1962, op. cit., pp. 181-182.


Quando per dilettanze o ver per doglie, che alcuna virtù nostra comprenda, l’anima bene ad essa si raccoglie,par ch’a nulla potenza più intenda; e questo è contra quello error che crede ch’un’anima sovr’ altra in noi s’accenda.Cuando por causa del placer o del dolor se siente afectada alguna de nuestras potencias, el alma se concentra en ella y parece que no atienda a ningu-na potencia más, y esto va contra aquel error que afirma que en nosotros arde un alma sobre otra.
E però, quando s’ode cosa o vede che tegna forte a sé l’anima volta, vassene ’l tempo e l’uom non se n’avvede;ch’altra potenza è quella che l’ascolta, e altra è quella c’ha l’anima intera: questa è quasi legata e quella è sciolta.Por eso, cuando se ve o se oye una cosa que retiene la atención del alma sobre sí, corre el tiempo sin que el hombre lo advierta, porque una potencia es la que escucha, y otra la que retiene entera al alma; esta se encuentra como atada y aquella está libre.
Di ciò ebb’ io esperïenza vera, udendo quello spirto e ammirando; ché ben cinquanta gradi salito eralo sole, e io non m’era accorto, quando venimmo ove quell’ anime ad una gridaro a noi: «Qui è vostro dimando».De esto hice yo verdadera experiencia oyendo y admirando a aquel espíritu, pues bien había subido el sol cincuenta grados1 y yo no me había dado cuenta, cuando llegamos donde las almas nos gritaron a una: «Aquí está aquello por lo que preguntáis».
Maggiore aperta molte volte impruna con una forcatella di sue spine l’uom de la villa quando l’uva imbruna,che non era la calla onde salìne lo duca mio, e io appresso, soli, come da noi la schiera si partìne.Mayor portillo cierra a veces el villano con un manojo de zarzas cuando la uva madura que aquel por donde mi guía, y yo tras él, entramos los dos solos, pues de nosotros se había separado el grupo.
Vassi in Sanleo e discendesi in Noli, montasi su in Bismantova e ’n Cacume con esso i piè; ma qui convien ch’om voli;dico con l’ale snelle e con le piume del gran disio, di retro a quel condotto che speranza mi dava e facea lume.Se sube a San Leo, o se baja a Noli, o se asciende a la cumbre del Bismantua2 con ayuda de los pies; pero allí era preciso volar, quiero decir con las alas ligeras y las plumas de un gran deseo, conducido por aquel guía, que me infundía esperanza y me daba luz.
Noi salavam per entro ’l sasso rotto, e d’ogne lato ne stringea lo stremo, e piedi e man volea il suol di sotto.Subimos por una hendidura de la peña, cuyas paredes nos estrechaban por los dos lados y el suelo nos exigía valernos de manos y pies.
Poi che noi fummo in su l’orlo suppremo de l’alta ripa, a la scoperta piaggia, «Maestro mio», diss’ io, «che via faremo?».Cuando estuvimos en el borde superior de la alta muralla, en lugar abierto, dije: «Maestro, ¿qué camino tomaremos ahora?».
Ed elli a me: «Nessun tuo passo caggia; pur su al monte dietro a me acquista, fin che n’appaia alcuna scorta saggia».Y me contestó: «No des ni un paso atrás; sígueme hacia la cima del monte hasta que se nos aparezca algún guía experto».
Lo sommo er’ alto che vincea la vista, e la costa superba più assai che da mezzo quadrante a centro lista.La cima era tan alta que se perdía de vista, y la pendiente bastante más empinada que la línea que desciende desde la mitad de un cuadrante al centro.
Io era lasso, quando cominciai: «O dolce padre, volgiti, e rimira com’ io rimango sol, se non restai».Yo estaba cansado y empecé a decir: «¡Oh dulce padre! Vuélvete y mira, que me quedo solo si no te detienes».
«Figliuol mio», disse, «infin quivi ti tira», additandomi un balzo poco in sùe che da quel lato il poggio tutto gira.«Hijito mío —replicó—, sube hasta aquí». Y me señalaba un resalte poco más arriba que por aquel lado rodeaba la montaña.
Sì mi spronaron le parole sue, ch’i’ mi sforzai carpando appresso lui, tanto che ’l cinghio sotto i piè mi fue.De tal modo me animaron sus palabras, que me esforcé trepando para llegar junto a él hasta que tuve bajo mis pies aquella cornisa.
A seder ci ponemmo ivi ambedui vòlti a levante ond’ eravam saliti, che suole a riguardar giovare altrui.Nos sentamos allí los dos mirando a levante, por donde habíamos subido, que suele ser grato mirar el camino hecho.
Li occhi prima drizzai ai bassi liti; poscia li alzai al sole, e ammirava che da sinistra n’eravam feriti.Dirigí los ojos primeramente hacia abajo, después los alcé al sol y me admiré de que sus rayos nos herían por la izquierda.
Ben s’avvide il poeta ch’ïo stava stupido tutto al carro de la luce, ove tra noi e Aquilone intrava.Ond’ elli a me: «Se Castore e Poluce fossero in compagnia di quello specchio che sù e giù del suo lume conduce, tu vedresti il Zodïaco rubecchio ancora a l’Orse più stretto rotare, se non uscisse fuor del cammin vecchio.Bien se percató el poeta de que yo estaba estupefacto al ver el carro de la luz empezando a pasar entre nosotros y el Aquilón,3 y entonces me dijo: «Si Cástor y Pólux4estuvieran en compañía de aquel espejo que por arriba y por abajo su luz nos envía,5 verías al Zodíaco, enrojecido, girar aún más próximo a las Osas, de no salirse fuera de su camino habitual.
Come ciò sia, se ’l vuoi poter pensare, dentro raccolto, imagina Sïòn con questo monte in su la terra staresì, ch’amendue hanno un solo orizzòn e diversi emisperi; onde la strada che mal non seppe carreggiar Fetòn,vedrai come a costui convien che vada da l’un, quando a colui da l’altro fianco, se lo ’ntelletto tuo ben chiaro bada».Sabrás cómo pueda ser esto, si quieres pensarlo concentrándote, imaginando que el monte Sión está, respecto a este monte, sobre la tierra, de tal modo que ambos tienen un mismo horizonte y diversos hemisferios, por donde el camino que por su mal no supo recorrer Faetón6 debe ir por un lado de este monte y por el lado contrario del otro, lo que comprenderás si tu inteligencia discurre claramente».
«Certo, maestro mio», diss’ io, «unquanco non vid’ io chiaro sì com’ io discerno là dove mio ingegno parea manco,che ’l mezzo cerchio del moto superno, che si chiama Equatore in alcun’ arte, e che sempre riman tra ’l sole e ’l verno,per la ragion che di’, quinci si parte verso settentrïon, quanto li Ebrei vedevan lui verso la calda parte.«En verdad, maestro mío —le dije—, que hasta ahora no vi claro lo que ahora comprendo para lo que mi ingenio parecía incapaz; que el círculo medio del primer móvil, que se llama ecuador en alguna ciencia7, siempre permanece entre el sol y el invierno, razón por la cual dista de aquí tanto hacia el septentrión cuanto los hebreos lo veían hacia la parte cálida.8
Ma se a te piace, volontier saprei quanto avemo ad andar; ché ’l poggio sale più che salir non posson li occhi miei».Pero, si te place, me agradaría saber cuánto hemos de andar, que la montaña sube más de lo que puede subir mi vista».
Ed elli a me: «Questa montagna è tale, che sempre al cominciar di sotto è grave; e quant’ om più va sù, e men fa male.A lo que me respondió: «Esta montaña es tal que siempre es penosa de subir al empezar, y cuando uno está más arriba, se hace menos difícil.
Però, quand’ ella ti parrà soave tanto, che sù andar ti fia leggero com’ a seconda giù andar per nave, Più non rispondo, e questo so per vero».allor sarai al fin d’esto sentiero; quivi di riposar l’affanno aspetta.Por eso, cuando te parezca tan suave que andes ligero como una nave que sigue la corriente, entonces estarás al final de este sendero. Guarda para entonces tu deseo de reposar. No te digo más, pues esto solo tengo por cierto».
E com’ elli ebbe sua parola detta, una voce di presso sonò: «Forse che di sedere in pria avrai distretta!».Cuando hubo dicho esas palabras, una voz sonó próxima: «¡Quizá tengas antes necesidad de sentarte!».
Al suon di lei ciascun di noi si torse, e vedemmo a mancina un gran petrone, del qual né io né ei prima s’accorse.«Al oírla, los dos nos volvimos, y vimos a mano izquierda un gran peñasco, del cual ni él ni yo nos habíamos dado cuenta.
Là ci traemmo; e ivi eran persone che si stavano a l’ombra dietro al sasso come l’uom per negghienza a star si pone.Nos llegamos allí donde había unas almas que estaban a la sombra detrás de la peña, como el hombre que por pereza se está quieto.
E un di lor, che mi sembiava lasso, sedeva e abbracciava le ginocchia, tenendo ’l viso giù tra esse basso.Y una de ellas, que me pareció cansada, estaba sentada abrazándose las rodillas, teniendo el rostro bajo entre ellas.
«O dolce segnor mio», diss’ io, «adocchia colui che mostra sé più negligente che se pigrizia fosse sua serocchia».«¡Oh dulce señor mío! —dije—. Fíjate en ese que se muestra más perezoso que si la pereza fuese su propia hermana».
Allor si volse a noi e puose mente, movendo ’l viso pur su per la coscia, e disse: «Or va tu sù, che se’ valente!».Entonces se volvió a nosotros, nos miró, dirigiéndonos la vista por encima de los muslos y dijo: «Vete tú para arriba, ya que eres tan valiente».
Conobbi allor chi era, e quella angoscia che m’avacciava un poco ancor la lena, non m’impedì l’andare a lui; e posciach’a lui fu’ giunto, alzò la testa a pena, dicendo: «Hai ben veduto come ’l sole da l’omero sinistro il carro mena?».Conocí entonces quién era, y la fatiga, que me cortaba aún un poco el aliento, no me impidió acercarme a él. Después que estuve a su lado, alzó la cabeza apenas, diciendo: «¿Has visto bien cómo el sol dirige su carro por tu lado izquierdo?».
Li atti suoi pigri e le corte parole mosser le labbra mie un poco a riso; poi cominciai: «Belacqua, a me non doledi te omai; ma dimmi: perché assiso quiritto se’? attendi tu iscorta, o pur lo modo usato t’ha’ ripriso?».Sus hechos lentos y sus palabras cortas entreabrieron mis labios con una sonrisa y después dije: «Belacqua9, ya no me duelo de ti; pero dime: ¿por qué estás sentado aquí precisamente? ¿Esperas a tu guía o tus antiguas costumbres se han apoderado de ti?».
Ed elli: «O frate, andar in sù che porta? ché non mi lascerebbe ire a’ martìri l’angel di Dio che siede in su la porta.Y me contestó: «¡Oh hermano! Con subir allí, ¿qué se gana? Pues no me dejará llegar al sitio de expiación el ángel de Dios que está sentado a la puerta.
Prima convien che tanto il ciel m’aggiri di fuor da essa, quanto fece in vita, per ch’io ’ndugiai al fine i buon sospiri,se orazïone in prima non m’aita che surga sù di cuor che in grazia viva; l’altra che val, che ’n ciel non è udita?».Primero es necesario que el cielo dé tantas vueltas en torno mío, estando yo afuera, cuantas dio en mi vida,10porque yo aplacé hasta su fin los buenos suspiros, si antes no me ayudan las oraciones nacidas de un corazón que viva en gracia. ¿Qué valen las otras si no son oídas en el cielo?».11
E già il poeta innanzi mi saliva, e dicea: «Vienne omai; vedi ch’è tocco meridïan dal sole, e a la rivacuopre la notte già col piè Morrocco».Pero el poeta subía delante de mí diciendo: «Ven ya. Mira que el sol toca al meridiano y Marruecos se cubre con el velo de la noche».

1 Esto es, habían pasado tres horas y veinte, si el sol recorre quince grados por hora.

2 Parajes extraordinariamente escarpados y difíciles de escalar.

3 Todo el asombro proviene de que al contemplar el cielo desde el hemisferio austral se le ve de forma distinta que desde el nuestro.

4 Cástor y Pólux, hijos de Leda, forman la constelación de Géminis.

5 El Sol.

6 Hijo del Sol que, guiando el carro de este, no supo mantenerlo por su cansino.

7 La Astronomía.

8 Es decir, Jerusalén, en el hemisferio norte, distaba tanto del ecuador como la montaña del purgatorio, en el hemisferio sur.

9 Conocido fabricante de laúdes, famoso por su pereza.

10 Tantos años se pasa en la antesala del purgatorio cuantos se vivió en la tierra.

11 Cuando el sol toca el meridiano, empieza a ser de noche en Marruecos. No olvidemos que para Dante el estrecho de Gibraltar es el extremo oeste del mundo.

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04 august 2021
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