Kid en la Cumbre de los animales

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Kid en la Cumbre de los animales
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PRÓLOGO Kid
UNO Mañana
DOS En marcha
TRES La Cumbre
CUATRO Cuerpos y ruidos
CINCO Bum
SEIS ¿Salida?
SIETE El balance
OCHO La sala adyacente
NUEVE ¿Qué animal soy?
DIEZ El comando de aves
ONCE La pirámide
DOCE El gato
TRECE La tentativa
CATORCE Humana
QUINCE Chicle y tornillos
DIECISÉIS El ventilador
DIECISIETE Cuatro días
DIECIOCHO Calor y frío
DIECINUEVE La luciérnaga
VEINTE Clausura
EPÍLOGO Kid, después...
GLOSARIO Algunos animales presentes en la Cumbre de las Especies


PRÓLOGO
KID

Conozco bien a Kid. Íbamos al mismo colegio, y en el año 2030 coincidimos en la misma clase. Creo que fue en sexto, pero nunca he tenido tan buena memoria como ella. Hemos conservado una buena amistad y hemos seguido viéndonos a menudo, a pesar de llevar vidas muy distintas. Si tuviera que definirla, diría que Kid siempre ha tenido brazos de mono, la naricita como el pico de un herrerillo, unas piernas que, con sus pantalones favoritos, parecían patas de okapi, y hasta un poco de ADN de virus.

No hace mucho, durante la enésima tormenta magnética, mientras le dábamos sorbos a una taza de té de Labrador, se fue la luz. El apagón duró unas pocas horas y fue un momento maravilloso. La oscuridad devolvió a Kid el recuerdo de aquel año 2030.

Por aquel entonces, la humanidad estaba atravesando un periodo extraño. Todo el mundo sabía que algo acababa de hundirse; que los océanos, los bosques, los campos, las ciudades, las nubes, la lluvia, las piedras, los animales, las plantas y los ríos se morían. Algunas criaturas se retiraban y nos dejaban solos, y otras anunciaban su despedida inminente. Los insectos, las aves, los anfibios, los mamíferos, los moluscos y los peces seguían el declive de las plantas, que seguían a su vez el declive de los territorios salvados, dejados ahora tan solo en manos de los humanos. Todos sabíamos que corríamos un gran peligro y que se estaba cometiendo una terrible injusticia con los demás seres vivos del planeta; casi todos estábamos preocupados, tristes o abatidos, mientras los poderosos terminaban de destruir tranquilamente todo lo que quedaba, más que nunca para su propio beneficio. Kid podría contarlo mejor, ya que no ha parado de recordarles a todos que cada ser vivo tiene su sitio, y que ese es el derecho fundamental de todos los habitantes de la Tierra.


Fue una época extraña, difícil, pero indudablemente necesaria, para que por fin cambiásemos y para que llegase el mundo de hoy. Hubo demasiadas catástrofes, perdimos mucho, pero supimos reaccionar y ver las cosas de otro modo. Aún queda mucho por hacer, pero ahora todos los seres vivos respiran mucho mejor, y nosotros con ellos.

El apagón afectó a toda la ciudad, no brillaba ni una sola lamparilla y solo nuestras tazas fosforescentes adornaban el humo de nuestras bebidas con un cálido resplandor. Después de un largo sorbo de té, Kid sonrió de oreja a oreja, como es habitual en ella, y dijo que esos pocos días de julio de 2030 habían sido los más extraordinarios de su vida.

Con los ojos brillándole en la oscuridad, me ofreció el relato preciso de los cuatro días que duró la primera Cumbre de las Especies, después conocida como la Cumbre de los animales, una sorprendente reunión en la que ella participó. La profesora de Ciencias Naturales había apuntado a la clase a un concurso nacional de periodismo, y Kid, que nos representaba, había ganado el premio con un artículo sobre las lenguas animales. Por aquel entonces presumía de conocer el idioma de las liebres, de los zorros y de mil y un bicharracos más, y lo demostraba con muchos gritos, carraspeos y gemidos, lo cual nos hacía preguntarnos a veces por su estado mental, pero casi siempre nos partíamos de risa. Como premio, había ganado el codiciado puesto de reportera en la primera Cumbre de las Especies, que consistía en asistir un día a dicho congreso, escribir una redacción y enviarla a las clases y colegios que lo habían solicitado.

 

Todo el mundo estaba muy emocionado, era la primera vez que se celebraba una cumbre de ese tipo, una especie de gran reunión mundial con representantes de muchas especies animales. El objetivo era mostrar que la humanidad todavía se preocupaba por los animales y era capaz de escuchar lo que las otras criaturas de este planeta tenían que decir y esperaban las unas de las otras. La idea no gozaba de una popularidad unánime, faltaría más; algunos se partían de risa y otros estaban que trinaban: ¡una reunión de animales, nada menos! Pero la primera cumbre acabó celebrándose. En 2030. En julio. En París. Y Kid estuvo allí.

Se acordaba de todo, y me lo contó durante las tres horas que duró la tormenta. Obviamente, todos habíamos leído su reportaje y nos había encantado, pero era la primera vez que la oía hablar de lo que realmente había vivido allí. De lo que había sentido y de todas las cosas que no había podido o querido incluir en esa redacción.

Preparaos un chocolate caliente y meteos en la cama. Lo que me contó me pareció tan loco que a mí también me gustaría contároslo. A Kid no le importará.


CAPÍTULO UNO
MAÑANA

Con la mirada fija en el techo, donde se mueve una extraña araña, Kid sueña despierta. A sus once años ya ha vivido muchas aventuras y experiencias, pero ninguna puede compararse con la que la espera mañana. Se imagina sentada junto a un panda, una jirafa o un águila. Se tumba de lado y tira del edredón con un amplio movimiento del brazo. La marmota, el coyote y el cálao se han unido a sus sueños despiertos, y de pronto ya son multitud. La preocupación sustituye al nerviosismo. Se da la vuelta de nuevo y se envuelve en el edredón. ¿Por qué habrán votado por ella todas esas personas a las que no conoce? ¿Por qué los maestros y los alumnos de otros colegios de Francia, lejos de allí, han decidido que ella era la mejor? ¡Que un día escribiese un texto sobre las lenguas animales no quiere decir que sea periodista, ni la más capacitada para cubrir esta cumbre! Había muchos candidatos para los que habría sido un honor; se habrían hecho los interesantes y habrían hablado del tema hasta el infinito. Más que ella. ¿Por qué toda esa gente que la eligió no se dio cuenta de que no se le dan bien los dictados, que no le gustan ni la informática ni el inglés, que ni siquiera es guapa? Que participase en el concurso no significa que quisiera ganarlo. La verdad es que la profesora la presionó un poco; a ella el concurso le importaba un bledo. Kid se estremece y luego intenta relajarse respirando hondo.



Los escalones crujen bajo los pasos de su padre.

—Cierra los ojos, Kid, sé que no estás dormida. Mañana tienes que estar en forma.

—Vale, papá. Buenas noches.

Por primera vez, las especies animales del mundo entero se reunirán para plantearse un reparto del planeta. Sería más correcto decir «para plantearse la idea de un reparto», pero ya es un gran paso.

Mañana, Kid estará allí.

Tiene que reconocer que le gusta la idea de ver a todos esos animales y de intentar mejorar su suerte; además, todos los momentos que ha pasado con su comité de apoyo han sido geniales. Pero el caso es que nunca pensó que podría ganar; si no, no habría aceptado representar al colegio.

Inspira, espira... Todo va bien. Kid piensa que no mola nada estar contenta y no estarlo al mismo tiempo, que es un poco molesto.

Se incorpora en la cama, con los brazos hacia delante, y busca con la mirada, en la penumbra, sus cosas sobre la mesa: una libreta de espiral en forma de estrella de mar, un boli que también sirve de goma de borrar, chicles de grosella y una botella de acero inoxidable. En la silla, su camiseta y pantalones favoritos cubren el respaldo, justo encima de sus zapatos. Se deja caer en la cama y se queda unos minutos mirando el techo y la sombra de las patas de la araña, estiradas por la luz de la luna.


CAPÍTULO DOS
EN MARCHA

Cuando el coche negro aparece a la vuelta de la esquina, a la hora prevista, Kid deja escapar un suspiro. Aliviada por poner fin a la espera y también por librarse de sus padres, que tiemblan de emoción en la acera, sigue el vehículo con la mirada hasta que este acaba deteniéndose a su altura. De él sale un hombre con traje negro, rodea el coche por delante, saluda con frialdad a los dos adultos tomados de la mano, abre la puerta trasera e invita a entrar a la «señorita» Kid. Una última mirada a los ojos húmedos de sus padres y la puerta se cierra. El coche arranca y se va, ¡ya era hora! Las calles de la capital van desfilando, pero Kid está ausente, apoyada en la ventanilla.


El conductor no dice ni una palabra y a ella le parece bien. Así puede concentrarse en los latidos de su corazón y en sus pulsaciones por minuto, que suben sin parar. Enseguida se sorprende al notar una sonrisa irreprimible que se le extiende lentamente por la cara. No ha pensado en nada gracioso, confiesa que incluso está un poco asustada, pero sonríe a pesar de todo. Y no hay nada que hacer, es algo potente que le crece por dentro. Kid sonríe por esa sonrisa que se le escapa y de repente la invade una intensa alegría: va a ver los animales, va a estar rodeada por ellos, va a ser enorme, va a ser una de las pocas personas presentes, tal vez incluso la única. ¿Habrá camaleones de Madagascar, sus favoritos, que se mueven dos pasos hacia delante y uno hacia atrás? ¿Y peces globo, que se hinchan cuando se asustan? ¿Y ranas de Costa Rica? ¿Repartirán regalos a los participantes? ¿Camisetas o llaveros? ¿Habrá una tienda con cosas para llevar a sus amigas? Se mete la mano en el bolsillo, comprueba que el billete de veinte euros sigue ahí y lo toquetea durante unos segundos para asegurarse de que no se le sale.

—¿Señorita?

¿Tendrá tiempo de escribir todo lo que vea y oiga? Ni siquiera sabe realmente cómo va a ser; solo sabe que los representantes de las otras especies se irán turnando en el uso de la palabra.

¿Qué podrá contarles a sus amigos a la vuelta? ¿Serán capaces de entender lo que habrá vivido?

—Señorita, hemos llegado.

Kid vuelve en sí, aparta la nariz de la ventana y limpia con la manga de la camiseta la pequeña mancha de grasa que ha dejado en el cristal.

El coche se detiene unos metros más allá de los furgones policiales, los camiones de transporte de animales, las unidades móviles de radio y televisión, las motos de la policía, los periodistas y los cámaras y los guardaespaldas vestidos de negro y con pinganillo. Se abre la puerta y Kid sale, ayudada por un tipo grande que está ocupado hablando por el minimicro que le roza los labios. Los dos suben los escalones que llevan al vestíbulo, acompañados de algunos flashes. No es tan exótico como subir los escalones del Festival de Cannes: hay pocos humanos, ninguna estrella, poco público y solo unos pocos fotógrafos que ni siquiera saben cómo se llama. Los animales han entrado por la parte de atrás, por la entrada de artistas o por la de mercancías. Sobre su cabeza están las letras gigantes que anuncian la «Cumbre de las Especies, París, 12 de julio de 2030».



A Kid le preocupa el palpable nerviosismo del personal. Sabe que no todo el mundo está a favor de esta cumbre, ya se lo habían advertido, pero es algo en lo que no había pensado hasta el momento. Hay un ambiente tenso, y el adulto que la lleva de la mano parece más un guardaespaldas que un recepcionista. Acelera el paso y tira de la mano del tipo grandullón. Al llegar a lo alto de las escaleras, sana y salva, el ambiente se suaviza y aquella manaza la suelta para entregarla a las azafatas, que la reciben con una sonrisa de aeropuerto.

Una la lleva a un largo mostrador, donde un hombre con un chaleco azul fluorescente le pide el carné. Mientras lo busca, el hombre y la mujer bromean sobre el olor «especial» de este salón, que no se parece en nada a los demás, y sobre otras cosas que no entiende.


El hombre le hace una foto al documento con el teléfono, se lo devuelve y se dirige a ella por segunda vez:

—Saca pecho, chica.

Kid lo interroga con la mirada y él no responde con una palabra, sino sacando pecho él mismo, como cuando un comandante pasa revista a las tropas en una película de guerra de serie B.

Ella lo imita y el hombre del chaleco azul fluorescente le pellizca la camiseta y le prende un pase. Al principio, furiosa al ver su camiseta favorita perforada, fulmina al responsable con la mirada, pero luego echa un vistazo a la identificación y lee: «Cumbre de las Especies, PARÍS 2030, KID, Homo sapiens, HOMSAP002».

La azafata le indica cómo llegar a la sala y le dice que allí la espera una compañera. Apenas le da tiempo a saborear una nueva e irrefrenable sonrisa, que le estira suavemente los labios, cuando llega al inmenso pasillo que lleva a no se sabe dónde. Le han dicho que siga todo recto, así que ella sigue todo recto.

Unos olores insólitos le llenan las fosas nasales sin que pueda identificarlos. Olores de la cocina, tal vez, procedentes de una de las puertas cerradas que deja atrás cada diez pasos. No huele demasiado bien, pero en el autoservicio no huele mejor. Cuanto más avanza, más intenso y complejo se vuelve el olor, imposible de identificar. Kid olfatea dos o tres veces insistentemente, con la nariz levantada para inhalar todo el aire que pasa por encima de su cabeza. Le parece detectar el olor a sudor del gimnasio del colegio, a chinche sobre las frambuesas del jardín del abuelo, y también al perro Scott mojado cuando llueve. El olor se hace más intenso y el aire se vuelve más denso. Le recuerda al olor de los pedos de Kevin, el alborotador de la clase, y luego al olor de un rebaño de vacas. Kid se estremece con esos perfumes almizclados y salvajes, y piensa que podría vomitar. Llegan a sus oídos unos extraños sonidos: tonos graves que hacen vibrar las paredes, picos agudos, lamentos melancólicos y trinos ansiosos.

Un último giro, con el aire que casi puede cortarse, y Kid ve por fin la enorme puerta. En sus fosas nasales y en sus oídos no cabe nada más, pero ya ni presta atención, de tan fuerte como le late el corazón en el pecho.

Una azafata pálida, al borde de la asfixia y con ganas de vomitar, se agacha un poco para leer la identificación y le pregunta de nuevo cómo se llama, como exige el procedimiento. La puerta se abre por fin y Kid se queda anonadada ante el espectáculo que tiene delante.


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