Loe raamatut: «Primeros ensayos: Reflexiones sobre literatura latinoamericana»
Portada
Universidad Industrial de Santander
Facultad de Ciencias Humanas
Escuela de Idiomas
Bucaramanga, 2021
Página legal
Primeros ensayos
Reflexiones sobre literatura latinoamericana
Autor: Hugo Armando Arciniegas
Ilustraciones: Domingó
©Universidad Industrial de Santander
Reservados todos los derechos
Primera edición: mayo de 2018
ISBN: 978-958-5188-01-3
Diseño, diagramación e impresión:
División de Publicaciones UIS
Carrera 27 calle 9, ciudad universitaria
Bucaramanga, Colombia
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Impreso en Colombia
Agradecimientos
A mis padres, Liliana y Hugo, que procuraron no angustiarse cuando les expresé mi deseo de estudiar literatura, y, por el contrario, me apoyaron durante todo el proceso.
A la profesora Álix Bueno, que me animó a ingresar en la universidad cuando era yo apenas un adolescente y aquello ni siquiera estaba entre mis planes.
Al profesor Hernando Motato, por su amistad, por creer en mi escritura, aun cuando nadie más lo hacía, y por asesorarme durante la elaboración de estos ensayos.
Prólogo
Este libro reúne mis ensayos de formación en el terreno de los estudios literarios, y de ahí que lo titule justamente Primeros ensayos. Todos ellos los escribí durante mis últimos años como estudiante de Licenciatura en Español y Literatura en la Universidad Industrial de Santander. De forma concreta, en los cursos de Literatura Latinoamericana y Literatura Colombiana, y, además, en numerosas sesiones de reescritura en el grupo de investigación Glotta, de la Escuela de Idiomas de la UIS, donde corregí con rigor estos textos durante un par de años, al menos hasta donde me fue posible hacerlo.
Mas no pretendo, en modo alguno, presentar al lector un gran libro de ensayos escritos a la manera de Alfonso Reyes o de Jorge Luis Borges. Por fortuna, mi vanidad está lejos de ello, y mi sentido de la crítica propia está entrenado lo suficiente –espero que así sea– como para permitirme indiscreciones semejantes. Como no me corresponde juzgar mi obra, pues ello ha de ser tarea de los lectores, me limito en esta presentación a describir en forma breve algunos rasgos clave acerca de su origen, así como aspectos relevantes a la escogencia de temas y autores, y, por último, a la organización de los textos.
Así pues, señalo que abordo estos ensayos desde una perspectiva crítica, basada no solo en aportes y reflexiones propias, sino también en fuentes oportunas a cada temática y a cada autor. Movido por el afán de aportar un poco al arte y a la academia de nuestra América, las reflexiones de este libro discurren sobre obras escritas tanto por un autor de mi región natal, Santander, como es el caso de Pedro Gómez Valderrama, como por autores de otras regiones del país, entre los que se cuentan Gabriel García Márquez, José Luis Garcés González, Jorge Isaacs y Manuel Mejía Vallejo, y finalmente por autores de otros países de América Latina, como Baldomero Lillo, Elena Poniatowska, Lima Barreto, Clarice Lispector, Blanca Varela, José Hernández y Alejandra Pizarnik.
Por otra parte, los tópicos que abordo en estas páginas son, dado su carácter de universalidad, recurrentes en los estudios literarios y de otros campos del arte, mas no por ello indignos de que se les consagre el tiempo que supone una reflexión crítica. Todo lo contrario: tópicos como el doble, la intertextualidad, el rumor, la libertad, la seducción, la violencia, la soledad, la locura, el amor, el erotismo, la música y la muerte –por referir, en orden de aparición, los temas de análisis de este libro– serán siempre vigentes en las reflexiones literarias y estéticas, pues en ellos se encuentra, cifrado en símbolos, el verdadero rostro del alma humana.
Con todo, presento este conjunto de ensayos a la comunidad académica, así como a la comunidad general y a todo lector, en fin, que se interese por la literatura latinoamericana, sin que importe el contexto o el campo en que se desenvuelva. Mis pretensiones con este libro no van más allá de llamar la atención, una vez más, sobre autores y obras literarias esenciales en el panorama de la literatura latinoamericana. Si, por ventura, un lector asume estas páginas como un modesto puente en dirección a las grandes obras aquí referidas, este libro habrá justificado su existencia. Espero que usted, que tuvo la cortesía de llegar hasta el final de este prólogo, sea aquel lector del que hablo.
Tres dobles siniestros
La lectura de los cuentos del escritor santandereano Pedro Gómez Valderrama (1923-1992) ofrece cuadros de erudición enciclopédica. Gómez Valderrama, uno de los escritores santandereanos más valiosos –junto con autores como Tomás Vargas Osorio (1908-1941), Jesús Zárate Moreno (1915-1967) y Pablo Montoya (n. 1963)– construye cuentos en los que confluyen, gracias a su erudición, personajes de la Francia de Napoleón, de la España de Cervantes, de la Génova de Paganini o de la Gran Colombia de Bolívar. De ahí que no resulte extraño el hecho de que Gómez Valderrama, dueño de sus recursos literarios e históricos, recurra a un tópico propio de la tradición literaria universal: el doble o el doppelgänger, ‘el que camina al lado’, conforme el vocablo alemán que hace célebre este concepto en el terreno de los estudios literarios.
Los cuentos de Gómez Valderrama aparecen publicados en las colecciones Muestras del diablo (1958), El retablo de Maese Pedro (1967), La procesión de los ardientes (1973), Invenciones y artificios (1975), Los infiernos del Jerarca Brown y otros textos (1984) y La nave de los locos (1984)1. Y, a su vez, la editorial Alfaguara publica en 1996 la primera edición de los Cuentos completos, reeditada años más tarde, en 2016, con el título Más arriba del reino. Cuentos completos, prologada por Pedro Alejo Gómez, hijo del escritor, y con la inclusión de la colección de cuentos Las alas de los muertos, por una asociación editorial entre la Universidad de los Andes, Panamericana Editorial, la Universidad Eafit y la Universidad Nacional de Colombia.
Es esta edición, Más arriba del reino. Cuentos completos, la base de este ensayo. Tras la lectura de este volumen, rica en temas que darían pie para numerosas reflexiones, encontramos cuatro cuentos en los que aparece, en cada uno a su manera, tal como veremos más adelante, la figura del doble: «¡Tierra!» y «El maestro de la soledad», del libro El retablo de maese Pedro; «En algún lugar de las indias», de La procesión de los ardientes; y, por último, «Las músicas del diablo», de La nave de los locos.
Pero antes es preciso abordar otro punto. Lo cierto es que la obra de Gómez Valderrama (debido quizás al comercio actual de la literatura nacional, sujeto a los tejemanejes de las editoriales de mayor “prestigio”, cuando no a las modas literarias impuestas por unos cuantos autores –de calidad no siempre destacable–) es poco leída y estudiada, incluso en Santander, su tierra natal. O dicho en palabras de otro escritor santandereano no valorado de manera justa, Pablo Montoya2, heredero de la tradición literaria enciclopédica de Gómez Valderrama:
La obra narrativa de Gómez Valderrama es considerada, por una crítica ajena a las modas impuestas por los consorcios editoriales de la actualidad, como un clásico. Un clásico que, paradójicamente, y como suele suceder con una buena parte de nuestros clásicos latinoamericanos, pocos leen (2006, p. 156).
Como se infiere de lo planteado, este ensayo también se enmarca dentro de la “crítica ajena a las modas impuestas por los consorcios editoriales”, de la que habla Pablo Montoya, y se propone, en consecuencia, el rescate de la obra de uno de los mejores cuentistas de la literatura colombiana, y ello sin la mención correspondiente a su labor como novelista. Su única novela, La otra raya del tigre (1977), es además de una reescritura literaria de la historia de Leo von Lengerke (1827-1882) y su impronta imborrable en el territorio santandereano, una de las mejores novelas escritas en la Colombia de la segunda mitad del siglo XX. Un autor, en últimas, digno de que se discurra sobre su obra.
Sobre el doble y Gómez Valderrama
Temas como el del doble no han sido estudiados aún en la obra de Gómez Valderrama. Los estudios más sólidos y rigurosos sobre la obra de Gómez Valderrama apuntan hacia otros temas, no por ello menos valiosos ni significativos para la realización de este u otros ensayos. Estos estudios, realizados por críticos atentos como Pablo Montoya o Alonso Aristizábal, apuntan, respectivamente, hacia temas como la reescritura de la historia en la ficción literaria, o la creación de la obra de Gómez Valderrama a través de su visión de mundo3.
Por otra parte, encontramos textos que, si bien no abordan de manera directa el tema del doble, sí se detienen, incluso a veces de manera exclusiva, en los cuentos que hemos seleccionado para este ensayo4. Tal es el caso de «“¡Tierra!”, una mirada al descubrimiento de América por el escritor Pedro Gómez Valderrama» (2012), de Alejandra Toro Murillo, magíster en Literatura Colombiana de la Universidad de Antioquia. Este artículo, aunque aborde «¡Tierra!» desde las perspectivas del cuento histórico y del erotismo, señala en un apartado la relación que existe entre los personajes Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana:
Cuando se lee el cuento se tiene la impresión de que hay dos personajes en dos espacios diferentes, pero sabemos que realmente se está hablando de uno solo desde que se lee el segundo epígrafe tomado de Madariaga: “Un marinero que el Diario llama Rodrigo de Triana, pero cuyo verdadero nombre parece haber sido Juan Rodríguez Bermejo […] El hecho de que finalmente el personaje que grita «¡Tierra!» en su éxtasis sexual sea el mismo […] resalta una perspectiva que retoma la historia desde los elementos lúdicos que ofrece la literatura” (pp. 97-98).
Ahora bien, si por una parte Toro Murillo acierta allí donde señala cómo Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana conforman un solo personaje, deja de lado, por otra parte, que tal relación no solo obedece a que el autor “retoma la historia desde los elementos lúdicos que ofrece la literatura”, sino también al extrañamiento que tal hecho produce en el lector, resultado directo de introducir el doble dentro del curso de la narración. Mas no por ello el artículo de Toro Murillo pierde valor o no resulta relevante en esta reflexión. Todo lo contrario: es quizás el único artículo, de entre cuantos he rastreado, que señala de manera directa el tipo de relaciones que se gestan entre al menos dos personajes de una narración de Gómez Valderrama, y que se asocian, de alguna manera u otra, con la tradición literaria del doble.
En este orden, se encuentra también un artículo titulado «Cervantes y Don Quijote en las Indias» (2008), escrito por Belisario Betancur (n. 1923), expresidente de la República de Colombia (1982-1986). En este texto, pues, Betancur refiere cómo en el cuento «En algún lugar de las indias», que hace parte del volumen titulado La procesión de los ardientes, se encuentra una relación directa con la vida documentada del verdadero don Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), quien, contrario a la opinión mayormente difundida, no proyecta un viaje a las Indias –actual continente americano– movido por estrecheces económicas producto de sus desaciertos como alcabalero, sino espoleado por el afán de aventura y libertad5:
Cervantes no sufría estrecheces, pero disfrutaba con ensoñaciones. Quería viajar a Las Indias. Había leído algunos de los cronistas de Indias, puesto que desde 1516 circularon en Alcalá las Décadas del sacerdote italiano Pedro Mártir de Anglería, que aquel humanista enviara como cartas separadas a personalidades de la península, quizá Cervantes entre ellas; y desde 1519 circulaba la Suma Geográfica del bachiller Martín Fernández de Enciso (2008, p. 98).
Este artículo, además de que aborda uno de los cuentos elegidos para este ensayo, aporta a estas páginas la idea de que Cervantes, el Cervantes de la realidad –espejo del Cervantes de la ficción escrita por Gómez Valderrama– se encuentra movido por el mismo afán de aventura que imprime en su personaje más célebre: Alonso Quijano, es decir, don Quijote de la Mancha, antes de que la literatura caballeresca lo condujera a la locura. De ahí que, en el cuento de Gómez Valderrama, la relación de doble que existe entre el Alonso Quijano escritor y el Miguel de Cervantes personaje –en el cuento se invierten los roles establecidos por la literatura y la historia– surja de un anhelo de libertad, o como diría Bruno Estañol, estudioso del tema del doble, en su texto «El que camina a mi lado: el tema de “El doble” en la psiquiatría y la cultura»: “La creación del doble es una verdadera liberación, un gran acto de libertad” (2012, p. 270).
Este señalamiento es pertinente para este ensayo. Más adelante veremos cómo la libertad, entendida aquí como la posibilidad de otra vida, de una vida diferente en condiciones a la que ya se tiene, es aquello que sustenta las relaciones entre los personajes a partir de la figura del doble. Ello basado en planteamientos teóricos de Bruno Estañol y de Remedios Ávila Crespo, estudiosos de la tradición filosófica, literaria y psicológica del doble, quienes retornan al psicoanálisis y construyen así una teoría del doble en la literatura y en la cultura. Así las cosas, Bruno Estañol publica dos artículos que abordan el tema del doble en la literatura y en la cultura: «El doble» (2009), publicado en la Revista de la Universidad de México; y el ya citado «El que camina a mi lado…» (2012), publicado en la revista Salud mental. Tras la lectura de ambos textos, se descubre cómo el uno es, además de la reescritura del otro, su complemento, en la medida en que comparten no solo el estudio del tema del doble, sino además párrafos literales traspuestos de un artículo a otro, ello conforme el enfoque de cada revista en la que se publican: una de tipo literario y otra de tipo psiquiátrico.
En tales textos, Estañol recoge la tradición literaria del doble, dispersa en obras como «Los elixires del diablo» o «El hombre de arena», de E. T. A. Hoffman (1776-1894), o El extraño caso de doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson (1850-1894); El retrato de Dorian Grey, de Oscar Wilde (1854-1900) y El doble, de Fiódor Dostoievski (1821-1881), entre otros textos clásicos de la literatura universal. A partir de tales textos, Estañol analiza el concepto del doble o el “siniestro” tratado por Sigmund Freud (1856-1939), teoría extraída, precisamente, de la lectura en clave psicoanalítica de la obra de E. T. A. Hoffman. De este modo, Estañol propone una “psicopatología del doble”, de carácter a todas luces clínico, y no obstante aplicable a los personajes propios de una ficción literaria, en tanto toma sus fundamentos de la historia de la literatura. Una psicopatología del doble como una “liberación” algunas veces del Yo narrador –sin que importe el hecho de que en ocasiones se encuentre fuera del relato–, y otras veces de los personajes. Al respecto, afirma Estañol:
Para algunos autores la creación de un doble es una verdadera liberación, un gran acto de libertad […] Es la posibilidad de vivir otra vida […] de corregir el pasado […] de castigarse a uno mismo por todo lo malo que piensa que ha hecho […] El mecanismo duplicativo la mayoría de las veces se impone al narrador. Otras veces, acaso la mayoría, el narrador sabe que su destino es inventar otros protagonistas que son hipóstasis de sí mismo (2012, p. 270).
Como se ve, el doble se asocia, de esta forma, con la libertad. El doble, en últimas una creación, tiene su origen en la insatisfacción, en el tedio y en el arrepentimiento. Si el personaje estuviera satisfecho con su vida actual –además de que la ficción en la que se inscribe carecería de conflicto, y ese personaje, en consecuencia, estaría simplemente mal construido– no tendría necesidad de esa “otra vida” con condiciones en extremo diferentes a las de su vida actual. O dicho con ejemplos: si el doble de «Una flor amarilla», de Julio Cortázar, no representara para el doble modelo una forma de corrección del pasado, su existencia carecería de sentido. Y lo mismo ocurre en «Borges y yo», donde el doble del primer Borges representa para este el regreso al pasado, el encuentro consigo mismo y la reflexión sobre su vida.
En esta línea, una idea similar es aquella sobre la que trata el artículo «Identidad y alteridad. Una aproximación filosófica al problema del doble» (2012), de Remedios Ávila Crespo, publicado en Daimon. Revista Internacional de filosofía. En este texto, la autora recoge la tradición filosófica platónica y aristotélica en torno a la “otredad”, en primera instancia, y posteriormente relaciona estos acercamientos al tema de la “otredad” con los planteamientos sobre el “siniestro”6, de Freud:
El mundo sensible tendría una doble referencia: por una parte, la referencia al modelo –la identidad de la idea– respecto del cual ha de definirse por imitación; por otra, la referencia al simulacro –lo perverso, lo “siniestro”– contra el que hay que luchar para no ser confundido por él (y hasta por él). Una y otra referencias, el modelo y el simulacro, se relacionan entre sí como lo bueno y lo malo, como “lo bello y lo siniestro” […] y también como sus dobles: el doble (modelo) y el doble (monstruoso) respectivamente (Ávila Crespo, 2000, p. 11).
De acuerdo con esta postura, el doble no solo es el «doble siniestro». La existencia del doble exige, aunque suene un tanto redundante, la existencia de dos idénticos, que son, sin embargo, distantes apenas por una característica muy marcada. El doble opuesto al original, opuesto al modelo, se construye con base en la imitación de este último. Mas esta imitación no se completa. No es un simple calco. Altera, por el contrario, uno de los rasgos fundamentales del personaje: la visión de mundo. No necesariamente el opuesto al modelo es el “monstruoso”. Cuanto importa en la relación de dobles es la oposición: el doble que imita al “modelo” se distancia de este. El doble “monstruoso” representa lo que no representa el modelo. Realiza, en últimas, las acciones a las cuales el modelo no se atreve. Vive la vida, en fin, que el modelo no vive, sin que importe el hecho de que en ocasiones pugnen entre sí por la defensa de su identidad.
Aquella pugna es estudiada también por Otto Rank (1884-1939), compañero de estudio de Freud. Rank propone, además del hecho de que en ocasiones los dobles pugnen entre sí, como en el caso de «William Wilson», de Poe, o de El retrato de Dorian Gray, de Wilde, el hecho de que el segundo doble es, a pesar de los rasgos evidentes de semejanza con su modelo, la “antítesis de su prototipo en lo que se refiere a rasgos de carácter” (1982, p. 63). En tal forma, el doble “siniestro” se diferencia del doble prototipo, o del doble “modelo”, en rasgos de carácter evidente. Si el doble modelo, por ejemplo, es tímido y asustadizo, el doble “siniestro” es aventurero y arrojado. El segundo doble es, pues, un engendro de la subjetividad del doble prototipo, nacido de una carencia o de una necesidad, y de nada vale que el prototipo olvide su responsabilidad sobre tal engendro y al final pugne contra él. Es el caso de Dorian Gray, quien al final se enfrenta contra el doble del retrato, aunque tal engendro obedece a su propia responsabilidad, a su narcisismo y a sus deseos de juventud eterna, otros de los rasgos característicos de un buen número de dobles literarios, conforme los planteamientos de Rank.
Los dobles “modelos” y los dobles “siniestros”
Ya en este punto de la reflexión surge la pregunta que se vislumbra en páginas precedentes: ¿cómo está presente el doble en los cuentos de Pedro Gómez Valderrama? Intentemos, pues, darle respuesta. En «¡Tierra!», primer cuento de El retablo de maese Pedro, la relación de dobles se presenta entre los personajes Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana. Este cuento relata el arribo a América por parte de los españoles, es decir, el arribo de las carabelas comandadas por Colón al territorio llamado por ellos “Nuevo Mundo”. Y focaliza su atención en el grito del gaviero Rodrigo de Triana una vez que avista tierra. El primer llamado al lector sobre la figura del doble, el primer extrañamiento propio de esta tradición, sin embargo, no se presenta durante la narración de tales hechos, sino en el epígrafe: “Un marinero que el Diario llama Rodrigo de Triana, pero cuyo verdadero nombre parece haber sido Juan Rodríguez Bermejo” (de Madariaga, citado por Gómez Valderrama, 2016, p. 9).
Desde entonces se genera el extrañamiento del doble, pues una vez el lector comienza la lectura del cuento, descubre que en una de las carabelas se mueven dos personajes: Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana. De forma que, si bien este es un único personaje histórico, se duplica en la ficción literaria de Gómez Valderrama. Mientras Rodrigo de Triana, el modelo, se encuentra en la gavia al cumplimiento de su labor, el avistamiento de tierra y el posterior aviso a su tripulación, su doble “siniestro”, Juan Rodríguez Bermejo, se masturba en una litera mientras piensa en las prostitutas que dejó en Europa antes de embarcarse.
Por otra parte, el cuento «El maestro de la soledad» confronta, a manera de ensayo7, diferentes hipótesis en torno a la figura de Robinson Crusoe, el célebre personaje de la obra homónima del inglés Daniel Defoe (1660-1731). En el cuento se propone, en primera instancia, a Crusoe como la antítesis del “buen salvaje”, o como un personaje liberado de las ataduras carnales. Pero justo después se propone también que tales inhibiciones no son del todo ciertas, pues Crusoe, conforme a esta hipótesis, o experimenta atracción homosexual hacia su compañero Viernes, o se entrega a los placeres con unas mujeres que pueblan la isla. Y de tales experiencias, Crusoe engendra un hijo, quien crece e imita al único modelo posible en la isla: su padre; de forma que se convierte en una copia casi exacta de sus características, salvo porque cuenta con menos años de vida, y, por lo tanto, con más resistencia para la vida de náufrago.
Así mismo, leemos en el cuento «En algún lugar de las indias», de La procesión de los ardientes, la recreación de un supuesto viaje que hace don Miguel de Cervantes a Cartagena de Indias. Viaje que tiene su correlato en la realidad, pues se cree que Cervantes planea un viaje frustrado a las Indias, movido, primero, por los desfalcos que sufre como alcabalero, y segundo, a la manera de su personaje más célebre, movido por el deseo de aventura. Lo particular es cómo, en el cuento, el escritor no es Cervantes, sino un hidalgo llamado don Alonso Quijano, quien posee las características del Cervantes de la realidad. Quien emprende un viaje es, precisamente, el personaje llamado don Miguel de Cervantes, quien al final del cuento se encuentra con su amigo, el escritor Alonso Quijano, y se sorprende de cómo este ha urdido una novela en la que aquel, Cervantes, viaja a las Indias en pos de aventura. La relación de dobles, como ya resulta evidente, se cifra entre estos dos personajes y su respectivo encuentro.
Y así con el último cuento elegido para este ensayo, el titulado «Las músicas del diablo». Este texto, que toma como personaje central al músico Niccolò Paganini (1782-1840), presenta tres partes que, a su vez, se corresponden con tres espacios y momentos diferentes de la historia. Los hechos de la primera parte ocurren en la Francia del siglo XII, donde un juglar, tañedor de laúd, despliega su bohemia en un condado y somete a las mujeres de tal forma que estas son juzgadas en las Cortes de amor8. Después, en la segunda parte, un tañedor de violín aparece en la Génova del siglo XIX, y de inmediato es tildado de demoniaco por parte de los habitantes de esta región. Este músico no solo presenta las mismas características de bohemia y galantería del músico del siglo XII, sino que conserva su mismo nombre, Niccolò Paganini.
Y finalmente, en la tercera y última parte del cuento, un tañedor de violín gana un concurso de música en la Roma de mediados del siglo XX. Mas no obtiene el premio, dada su falta de papeles legales de identificación. Este personaje, como ya sospecha el lector, no es otro más que Niccolò Paganini. Sus características son siempre las mismas, mas en esta última parte al músico se lo nota cansado, agobiado por sus condiciones de vida y por la incomprensión de su genio. No en vano el cuento termina con su muerte: “Niccolò Paganini, violinista, fue hallado muerto en una pieza de hotel. El médico forense informó que la causa de la muerte fue hambre y no suicidio, como en un principio pensó la policía” (Gómez Valderrama, 2016, p. 321).
Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana
El doble en los cuentos de Pedro Gómez Valderrama, como ya se ha entrevisto en páginas anteriores, se presenta a partir del anhelo que conduce a los personajes hacia la experiencia de “otra vida”, una vida con condiciones diferentes de aquellas en las que están inmersos. En el cuento «¡Tierra!» el vínculo entre Juan Rodríguez Bermejo y Rodrigo de Triana se sustenta en la condición de gaviero de este último. Ese personaje, confinado a la gavia, se priva no solo de los placeres carnales propios de la vida en tierra, sino de otros privilegios necesarios, como el del reposo: “Todos dormían menos el vigía, que era aquella noche Rodrigo de Triana” (Gómez Valderrama, 2016, p. 12). Se entiende cómo el Rodrigo de Triana del cuento padece en el interior de la carabela. De ahí que surja Juan Rodríguez Bermejo como su doble, como su idéntico-opuesto en un rasgo evidente y marcado con firmeza. Este doble no es, pues, el doble del narrador del cuento, sino, si nos remitimos de nuevo a la teoría de Bruno Estañol, uno de aquellos dobles “del otro”, es decir, de uno de los personajes del cuento diferentes al narrador (2009, p. 90).
Rodríguez Bermejo, quien en tierra ha gozado de los placeres de la carne, se constituye, así, como el opuesto –mas idéntico en su origen– de Rodrigo de Triana. Mientras De Triana no concilia el sueño, debido a su labor de gaviero, Rodríguez Bermejo no solo ha reposado a gusto a lo largo del viaje, sino que llega al punto en que se permite privarse del sueño, mas no por obligación, sino movido por afanes carnales. Bermejo, quien se confina a la complicidad de un espacio cerrado, se masturba mientras piensa con ardor en sus prostitutas más frecuentadas. Todo ello, claro, mientras su opuesto se priva incluso de este tipo de placer, el placer de la imaginación, en tanto todos sus pensamientos están atentos al primer avistamiento de tierra. Es ello lo que diferencia a estos dobles: el uno es más libre que el otro. Rodríguez Bermejo es un poco más libre que De Triana, en la medida en que aquel goza del privilegio de la imaginación, fuerza mental que lo lleva al éxtasis autocomplaciente, en el momento justo en que Rodrigo de Triana avista el territorio del Nuevo Mundo y grita «¡Tierra», en tanto Rodríguez Bermejo “aulló, llamando a todas sus mujeres: ¡Tierra! ¡Tierra!” (Gómez Valderrama, 2016, p. 13).
Robinson Crusoe padre y Robinson Crusoe hijo
En «El maestro de soledad», se refiere la relación de dobles entre el personaje Robinsón Crusoe, padre, y Robinson Crusoe, hijo. Una de las hipótesis que sostiene este cuento refiere que Crusoe tiene un hijo, “engendrado por él, como monarca de la isla, en la primera súbdita que le rindió homenaje” (Gómez Valderrama, 2016, p. 80), de tal forma que Crusoe, el Crusoe mitificado a partir de las inhibiciones sexuales en función de la supremacía de la razón, “sucumbe ante los fantasmas de la soledad sexual y, por ende, fracasa su proyecto de poder ser el rey de la naturaleza desde una razón práctica y productiva propia del capitalismo” (Montoya Campuzano, 2006, p. 162).
Ahora bien, ¿a qué obedece tal entrega a los placeres carnales y la educación que le otorga a su hijo? Las claves residen justo en que Crusoe comprende que, solo desde una “razón práctica y productiva del capitalismo”, le resulta imaginable el gobierno de la isla, la consecución del poder, mas no la supervivencia. Crusoe, un personaje sometido al tiempo y sus estragos, comprende que la muerte le ronda los pasos, y de ahí que acceda al homenaje sexual que le otorga la súbdita. En este orden, lo particular de este hijo es su extremo parecido a su padre. El hijo es “semejante a su padre hasta un punto sobrecogedor” (Gómez Valderrama, 2016, p. 80), y por eso, veintiocho años después del naufragio de Crusoe, quien se halla en la isla no es el padre, sino el hijo.
Cuando llegaron los marinos, ya el padre había muerto, posesionado de su papel, y cumpliendo la voluntad de su padre, que en esta forma lograba sobrevivirse a sí mismo con un esfuerzo gigantesco. Tan completa y hábil fue la trasposición de espíritus, que posiblemente el único padre que en el mundo ha hablado a su hijo de cosas que no se hablan de padre a hijo, fue Robinson Crusoe a Robinson Crusoe (Gómez Valderrama, 2016, p. 81).
Detengámonos en frases como “posesionado de su papel” y “tan completa y hábil la trasposición de espíritus”. Esta trasposición, de acuerdo con la teoría del doble, es el proceso de imitación que hace el doble “siniestro” del doble modelo. En este caso, la imitación ha sido tan efectiva que padre e hijo solo se diferencian en un rasgo –necesario, sin embargo, para que la relación de dobles se cumpla–: el hijo goza de la juventud y el vigor necesarios para ser hallado, tras veintiocho años de supervivencia, muerto ya su padre, por los marineros que lo confunden con el auténtico Crusoe. Pero ¿cuál es el fin de esta trasposición de espíritus, de este proceso de imitación? Veamos otra frase de la cita anterior: “y cumpliendo la voluntad de su padre, que en esta forma lograba sobrevivirse a sí mismo con un esfuerzo gigantesco”.