Mitología H.P. Lovecraft

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Mitología H.P. Lovecraft
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© Plutón Ediciones X, s. l., 2021

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

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http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

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I.S.B.N: 978-84-18211-90-4

Para todos aquellos

que no temen

al poder

del lado oscuro

I:

Introducción al universo de Lovecraft:

Los dioses arcaicos y sin nombre

“Los sabios interpretan los sueños,

y los dioses se ríen.”

H.P. Lovecraft

¿Tienen los dioses nombres que se imponen ellos mismos, o todo es una invención de la mente desvelada de los seres humanos en su afán de nominarlo todo?

¿Inventamos a los dioses o son ellos los que nos inventan a nosotros?

¿Inventamos a los dioses o solo les ponemos nombre mientras ellos se ríen de nosotros?

¿Las mitologías nacen de una necesidad humana de intentar comprender su existencia y la del multiverso que nos rodea, o son una realidad mal contada, mal entendida y luego aprovechada para ejercer un determinado control social sobre la población?

La cosmovisión de cada cultura ha dado lugar a una serie de mitologías en las que el común denominador es el CAOS PRIMARIO de donde emana el COSMOS ARMÓNICO, o, en otras palabras, la Nada Oscura y sin Luz de donde nace el Todo en orden y luminoso, siempre en pugna con la oscuridad.

El ser humano, dentro de este orden de ideas, es apenas nada, un servidor, un esclavo, un animal que apenas si piensa, débil, enfermizo, hambriento, loco, sumiso, creyente y, sobre todo, mortal, intrascendente, polvo, lodo, apenas nada.

Los dioses batallan entre ellos, mueren y matan, pero sin morir del todo porque son inmortales. Mientras, los humanos lloran y rezan, y al final adoran a los vencedores más por terror que por amor, e incluso, en algunos casos, los desafían, porque los dioses, crueles guerreros al fin y al cabo, no son un pan de dulce sino tiranos autoritarios que exigen devoción, amenazando siempre con la total destrucción del torpe y débil animal humano.

Para Lovecraft los dioses en muchos casos no tienen nombre, pero sí voluntad y acción, se ríen de nosotros y de nuestras flaquezas. No dependen de nuestras creencias, imaginaciones, ilusiones, inventos o lo que sea, sino que están ahí, son legión de legiones que a veces podemos vislumbrar, según Lovecraft, por la ventana de los sueños o quizá de la meditación, y no a través de nuestras elucubraciones, locura, drogas o mortificaciones de la carne.

¿Todo está en la mente?

Se dice que todo está en la mente, porque es la que crea y la que inventa, la que construye y descubre, la que absorbe y la que emana; pero a veces la mente, como en el caso de la mente de Lovecraft, parece que va mucho más allá y se encuentra con mundos, dioses, sueños y realidades que están mucho más allá de la imaginación, la creación y el conocimiento.

Quizá la mente, el cerebro y sus neuronas con millones de conexiones, solo sean una herramienta, un canal, un instrumento, pero nada más, sobre todo en lo que a contacto con los dioses de Lovecraft se refiere.

El señor Howard Phillips Lovecraft llevaba una vida sencilla, solitaria e introspectiva en el contexto norteamericano de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, con el humanismo, la primera Gran Guerra, la gripe española y la gran depresión económica de fondo, junto a los grandes descubrimientos y avances científicos de su época, es decir, con terribles tragedias y espectaculares descubrimientos, y, sin embargo, sus entidades no corresponden ni a la guerra, ni a la peste ni a la falta de trabajo o ausencia de bienes materiales y dinero, no, Lovecraft escapa a su época de la misma forma que escapa de su formación religiosa y cultural. En otras palabras, la mitología de Howard Phillips Lovecraft es diferente, original, nada parecida a las religiones judeocristianas, y nada similar a las grandes religiones orientales.

Nada que ver con las mitologías griega, egipcia, china, mexica, inca o yoruba.

Con entidades más arcaicas que Mitra, Mazda, Zoroastro, Horus e Ishtar.

Anteriores a la escritura y al Poema de Gilgamesh.

Sin nombre, oníricas, atrapadas en el fondo del mar, de la tierra o en el páramo perdido. Más allá de los planetas y las estrellas conocidas. En el fondo del fondo de los terrores de los mismos dioses, demonios, ángeles y animales humanos.

Introducirse en el multiverso de Howard Phillips Lovecraft es adentrarse de verdad en lo desconocido, en aquello que no tiene referente, ni amor, ni piedad ni nada de lo que hemos inventado y creado como civilización; a ciegas, sin poder articular palabra y con la sorda sensación del terror que va más allá del simple miedo.

Lovecraft no necesita recurrir al “gore” o a la truculencia visual, aunque a veces lo hace, como en el Necronomicón, pero remarcando que el terror no se encuentra en la muerte o la violencia, sino en el modo y significado de la misma, que no mata nada más al cuerpo, siempre prescindible, sino al alma, a la razón y hasta al mismo espíritu en una inexistencia eterna y dolorosa, o en una existencia sempiterna aún peor que toda una vida de sufrimientos.

Todo ello en la seguridad de que los dioses, entidades divinas, monstruos o lo que sean, no son nada seguros, buenos, amables o misericordiosos, sino una especie de niños extraños y avejentados que se divierten jugando con nuestras existencias, en el más acá y en el más allá, y que no saben todavía qué van a hacer con nosotros en el próximo segundo.

Los mitos de Cthulhu

Es así como las entidades dimensionales que no son de este mundo actúan, como Cthulhu, que es primigenio, anterior incluso a la formación de la Tierra, que yace en el fondo marino de nuestro planeta, desde donde clama y llama a su culto, situado geográficamente en el triángulo de las “tierras de Lovecraft”, Arkham, Innsmouth y Dunwich, pero que puede actuar sobre cualquier conciencia; mientras Nyarlathotep, entre árabe y egipcio etimológicamente, es el mensajero del dios supremo Azathoth, una especie de bacteria maligna y gigante que surca el espacio contaminándolo todo; y los hombres-batracio, o “los profundos”, seguidores de Cthulhu, que de vez en cuando y sin razón alguna aparente toman las embarcaciones de los hombres, volviéndolos locos con su simple apariencia, despertando en ellos un miedo doloroso, irrefrenable y atávico.


Cthulhu jugando con la humanidad

Para algunos autores, por supuesto, Cthulhu no es más que un cefalópodo o calamar gigante; Azathoth una bacteria vista en el microscopio; y los profundos hombres-batracio solo gente enferma, infectada o deforme, que representan miedos atávicos incluso para aquellos humanos que nunca han viajado por mar y mucho menos por sus profundidades; o que nunca han visto un ser vivo por el microscopio, patógeno y amenazante, o no; y que reaccionan negativamente ante lo diferente, lo enfermo, lo grotesco o lo amenazante. Pero eso, lejos de denostar la obra de Lovecraft, señala la capacidad, posiblemente intuitiva e inconsciente, del autor a la hora de adentrarse en la psique de los lectores.


Visión de Dominique Signoret

sobre el aspecto de Azathoth

Según Jung, el inconsciente colectivo también es una memoria genética que comparte la especie humana, con miedos atávicos e irreflexivos que nos atormentan más allá de nuestro raciocinio consciente, y que Lovecraft no hace más que exponer en sus textos, introduciéndonos en su universo onírico de terror casi sin proponérselo, es decir, sintiéndolo, sufriéndolo y expresándolo a través de las letras, como el poeta que comparte un sentimiento y llega hasta el alma de sus lectores, aunque estos jamás hayan sido abandonados por el amor de su vida.

Lovecraft señala a algunos dioses primigenios y les pone nombre, pero deja en el más oscuro de los túneles de la memoria genética y colectiva a los más antiguos, los más terribles y obtusos, incomprensibles para la humanidad, los que no tienen nombre.

Empatía e identificación

Para que un público amplio logre identificarse con un autor, artista o actor, este debe parecer vulnerable.

Lovecraft, sin duda alguna, logra este propósito sin necesidad de proponérselo. Su aspecto físico, su mirada, su biografía, y hasta la época que vivió, lo hacen un personaje atractivo para el público en general y para sus seguidores y fanáticos en particular. Lovecraft (amor artesanal) no es una belleza deslumbrante ni aparenta una personalidad arrolladora, sino todo lo contrario: parece un ser débil, resentido, angustiado, asustado, solitario, necesitado de comprensión, ayuda y cariño. No llega a ser el antihéroe, pero sí refleja el dolor humano y una emocionalidad frágil, como la de una amplia mayoría de la humanidad.

 

Sus terrores ante el vacío, que lo atrae y le hace sufrir, son los mismos que experimenta buena parte de la humanidad que busca, como él, otra mitología, otras realidades, otros senderos menos trillados y aún menos falsos que los que le ofrece la normalidad, una normalidad que soslaya la debilidad y terrible desamparo vital y existencial al que se enfrentan hombres y mujeres de este mundo, como también la padecía y aborrecía Lovecraft.

Casi todos por nuestra formación, contexto temporal y entorno, tenemos una serie de miedos, fobias y dudas, somos contradictorios y pensamos una cosa, sentimos otra y acabamos haciendo algo completamente diferente a lo que pensamos y a lo que sentimos en plena disonancia cognitiva, lo que no es de extrañar, pues nuestras leyes y nuestra moral atentan contra nuestra naturaleza, y los parámetros de conducta correcta o ejemplar son imposibles de conseguir. Inventamos el bien y el mal para portarnos bien, pero a menudo somos incapaces de distinguir entre el bien y el mal y simplemente hacemos lo que creemos, porque más que racionales somos creyentes y emocionales, y eso nos hace creer, por ejemplo, que esterilizar a un animal es lo correcto, matar al enemigo es lo idóneo y someternos a quien nos roba, ultraja o asesina es un honor.

Pero más allá de la socialización, siempre interesada y esquiva, están los miedos y las fobias del todo irracionales; algunas nacen de traumas y malas experiencias, pero otras son del todo atávicas y no se refieren a experiencia alguna, y es aquí donde el universo de Lovecraft se hace presente.

Miedos y fobias

Como veremos más adelante, Lovecraft era algo maniático y puntilloso, y según alguno de sus biógrafos padecía varios miedos y fobias, con lo que a menudo incluso salir de la cama le producía mareos.

Puede ser que exista alguien que no tenga ningún reparo, miedo o fobia debido a una experiencia traumática, pero es muy probable que todos y cada uno de nosotros tengamos un miedo o fobia atávica.

Al vacío (Aristóteles decía que la Naturaleza odiaba el vacío).

A las alturas, aunque nunca hayamos subido más allá de unas escaleras.

Al Coco, Hombre del Saco o personaje amenazante y desconocido.

A lo diferente.

A lo nuevo o demasiado novedoso.

Al cambio radical.

A la rutina constante.

A las arañas que nunca nos han hecho daño.

A las ratas que nunca hemos visto.

A los contagios que nunca hemos sufrido.

A las enfermedades que nunca hemos padecido.

Y a cientos de cosas más bien estudiadas y denominadas por los psicólogos, pero para Lovecraft hay cuatro miedos atávicos:

La soledad, a pesar de ser un solitario.

El páramo, que nunca sufrió en su vida urbanita de Massachusetts.

La podredumbre, o todo aquello que se degenera incluso más allá de la vida, de la muerte y de lo que suceda en esta realidad y en este planeta.

Y los dioses o seres de otras dimensiones, de otras esferas, que se burlaban del ser humano aterrorizándolo.

La casa del fin del mundo reúne casi todos sus temores, señalando intrínsecamente que se puede estar del todo solo y abandonado con o sin gente alrededor, con o sin monstruos que nos aniquilen.

Para Lovecraft el ser humano está siempre solo, abandonado, desprovisto de divinidad y sin amparo ante las fuerzas que lo rebasan.

Unas fuerzas que van más allá de su mente y de su alma, más allá de su imaginación, más allá de sus prejuicios, de sus capacidades y de su formación, porque son fuerzas que le superan y que han estado ahí desde antes, desde siempre, y que lo seguirán estando cuando la humanidad desaparezca del todo como especie débil, torpe y experimental que es.

El miedo puede brotar de cualquier fuente y ser del todo inexplicable, puede originarse por un simple sonido, un ruido, una oscuridad o iluminación repentinas.

Lo podemos sentir sin saber de dónde proviene, así, nada más, por las malas o por las buenas, con una sensación de frío o escalofrío, sin estímulo externo patente, como algo que se nos adhiere o nace del fondo de nuestra alma. Un ambiente, una mirada o la sensación de una mirada aunque no veamos a nadie que nos observe. Un golpe de intuición, una alarma primigenia que nos alerta sobre algo o sobre alguien, una paranoia esquizofrénica, un olor, un cambio en la ruta del aire, algo invisible y a la vez intolerable, e incluso nuestra propia pequeñez ante cualquier cosa superior a nosotros visible o invisible.

Quizá la memoria genética que compartimos explique ciertos temores hacia roedores e insectos, climas y movimientos terrestres, cercanía de depredadores o competidores, como sucede con otros animales que huyen antes de que suceda un incendio, un terremoto, una inundación o sufran un ataque, pero los miedos de Lovecraft van un poco o mucho más allá, porque son cósmicos, telúricos, inframarítimos, e incluso dimensionales o de otras realidades que nos acompañan y que somos, normalmente, incapaces de ver y de palpar aunque estén frente a nuestras narices; y que no son precisamente fantasmas sino seres perfectamente vivos y hambrientos de un vibración dimensional muy cercana, pero distinta a la nuestra, monstruos o no monstruos, dioses o no dioses.

¿Sueños o viajes astrales?

Las visiones y sueños, como en Las aventuras oníricas de Randolph Carter, dentro del Ciclo Onírico de Lovecraft, parecen algo más que simples visiones desordenadas y sueños que se escurren de la memoria nada más despertar, por lo que no sería arriesgado señalar que bien podría tratarse de viajes astrales, así Dreamland, la Tierra de los Sueños que propone Lovecraft, sería un lugar dimensional donde se puede existir y permanecer después de la muerte, y no solo un lugar imaginario de ensueño.

¿Cuántas veces, al soñar, el ser deambula por otras dimensiones astrales, por otros mundos?

Lovecraft no es el primero en probarlo, pero sí el primero en describirlo ampliamente, en ese doble memento de la vida en este mundo y de la existencia en el mundo astral de los sueños tan real y sólido, o quizá más, que el nuestro.

Bienvenidos, tanto si son fanáticos en el tema y están de acuerdo con mis apreciaciones o no, como si son nuevos seguidores y me creen o no lo que escribo, al increíble e impagable multiverso de H. P. Lovecraft.

II:

Breve biografía de H. P. Lovecraft

Si los dioses que conoces

no te gustan,

siempre puedes descubrir

o fabricar nuevos dioses.

Proverbio Lacandón

Howard Phillips Lovecraft nació un 20 de agosto de 1890 en la ciudad de Providence, estado de Rhode Island; y murió un 15 de marzo de 1937 en la misma ciudad de Providence. Con lo que en solo 46 años de vida escribió muchos relatos, cuentos y novelas de terror y ciencia ficción, y publicó unos cuantos, 71, no todos:

La botellita de cristal, 1898-1899

La cueva secreta, 1898-1899

El misterio del cementerio, 1898-1899

El buque misterioso, 1902

La bestia de la cueva, 1905

El alquimista, 1908

La tumba, 1917

Dagón, 1917

Una semblanza del Doctor Samuel Johnson, 1917

La dulce Ermengarde, impreciso, quizás, 1919-1921

Polaris, 1918

Más allá del muro del sueño, 1919

Memoria, 1919

El viejo Bugs, 1919

La transición de Juan Romero, 1919

La nave blanca, 1919

La maldición que cayó sobre Sarnath, 1919

La declaración de Randolph Carter, 1919

El terrible anciano, 1920

El árbol, 1920

Los gatos de Ulthar, 1920

El templo, 1920

Arthur Jermyn y su familia, 1920

La calle, 1919

Celefaïs, 1920

Desde el más allá, 1920

Nyarlathotep, 1920

El grabado en la casa, 1920

Ex Oblivione, 1920-1921

La ciudad sin nombre, 1921

La búsqueda de Iranon, 1921

El pantano de la Luna, 1921

El extraño, 1921

Los otros dioses, 1921

La música de Erich Zann, 1921

Herbert West, reanimador, 1921-1922

Hipnos, 1922

Lo que trae la luna, 1922

Azathoth, 1922

El sabueso, 1922

El horror oculto, 1922

Las ratas de las paredes, 1923

Lo innombrable, 1923

El ceremonial, 1923

La casa maldita, 1924

El horror de Red Hook, 1925

Él, 1925

En la cripta, 1925

El descendiente, 1925

Aire frío, 1926

La llamada de Cthulhu, 1926

El modelo de Pickman, 1926

La extraña casa en la niebla, 1926

La búsqueda onírica de la desconocida Kadath, 1926-1927

La llave de plata, 1926

El caso de Charles Dexter Ward, 1927

El color que cayó del cielo, 1927

La antigua raza, 1927

Historia del Necronomicón, 1927

El horror de Dunwich, 1928

Ibid, 1929

El susurrador en la oscuridad, 1930

En las montañas de la locura, 1931

La sombra sobre Innsmouth, 1931

Los sueños en la casa de la bruja, 1932

A través de las puertas de la llave de plata, 1932-1933

El ser en el umbral, 1933

El clérigo malvado, 1933

El libro, 1933

La sombra fuera del tiempo, 1935-1936

El morador de las tinieblas, 1935-1936

Aunque los títulos a menudo son diferentes en orden y texto dependiendo de cada editorial, Lovecraft crea y recrea en ellos, seres y mundos paralelos dimensionalmente a este, con lo que da lugar a una nueva mitología propia y original, diferente a todas las anteriores y base de un indecible número de producciones fílmicas y literarias, e incluso paracientíficas, del siglo XX y centurias venideras, por lo que usted ha visto y leído a Lovecraft más de lo que se imagina.

Los astros en Lovecraft

Un autor prolífico, cuya carta astral nos diría: Leo del Tercer Decanato, casi Virgo, con ascendente en Piscis (para la astrología esotérica por la fecha de su muerte), y ascendente solar en Libra por la hora de su nacimiento, delata un carácter brillante y obsesivo, así como una personalidad sensible y retraída que puede parecer fría o apática.

Un alma joven que evoluciona a través de la Cruz Fija, por lo que añora lo primigenio, lo más antiguo, lo insondable, lo inexplicable, como todos los niños prodigio que se adelantan a su tiempo, para continuar en la Cruz Cardinal en su próxima vida, lo que le hace un ser amable e ingenuo, incluso cómico, que nunca dejó de ser un niño en su avance evolutivo.

Puntilloso, solitario, poco creyente, analista, racional, muy creativo, y a pesar de ello con una gran imaginación, relativamente afortunado o privilegiado, con el don de la escritura y la visión, adicto al trabajo y con aires de grandeza.

Celoso, inseguro, detallista, frío en el sexo y apasionado en el amor, con un gran corazón que ayuda a los demás aunque desprecie a la humanidad.

Complejo, soñador, ambicioso de fama o reconocimiento.

Astuto, pero no violento o valiente. Huye del conflicto y busca resolver sus problemas con la inteligencia y no con los puños y menos con las armas.

Contradictorio en busca de la congruencia, con lucidez desde muy temprana edad, que choca contra el ambiente en el que se desarrolla. Muy crítico, pero cauto y educado. Solitario, pero sin temor a la soledad. Soñador y a menudo ausente de lo que le rodea. Orgulloso, diferente, original.


Howard Phillips Lovecraft en 1934

Su aspecto físico debería ser atractivo y luminoso por Leo, fuego del corazón, pero su ascendente en Piscis, agua de redención, apagaría ese fuego y ese atractivo, trocándolo por ternura y emotividad, pero no belleza clásica.

Con padecimientos físicos de corazón y columna vertebral, en primer lugar, y de hígado y de pies en segundo lugar. Con ciertas debilidades en los signos opuestos: Acuario, que desvela su mente infiriendo en el cerebro, y Virgo, que hace mella en sus intestinos y que será la causa final de su muerte a los 46 años de edad.

El resto dependería de su contexto temporal y social.


Carta natal de Lovecraft

 

La astrología, y sobre todo la astrología esotérica teosófica, estaban muy de moda a finales del siglo XIX y a principios del siglo XX, y Lovecraft, de pocas creencias, no escapa al análisis esotérico de su tiempo aunque no fue famoso en vida, pero sí se relacionó personal y epistolarmente con importantes autores de su época, y tuvo un grupo de seguidores y fieles fanáticos; y a Lovecraft, con un universo mágico y oculto en sus textos, no le era ajena personalmente, ya que su divinidad, Cthulhu, “se hará presente en el mundo entero cuando los astros se alineen debidamente”.

Si leemos su biografía, incluso la que aparece en la Wikipedia, podemos encontrar rasgos astrológicos de su personalidad como los relatados anteriormente; y si atendemos a su aspecto físico, veremos una gran diferencia en la robustez infantil y la languidez madura del autor.

La infancia de Lovecraft

Howard Phillips fue un niño robusto y prodigio, y un adulto lánguido y sensible, siempre creativo.

Cuentan que a los dos o tres años ya recitaba sendos poemas, que a los cuatro ya sabía leer y que a los seis años ya escribía sus propios textos, aunque, a decir verdad, eso no lo diferenciaba de muchos otros niños de la alta y media burguesía de su tiempo, donde los niños de las familias acomodadas no iban a la escuela y recibían la educación en casa para no mezclarse con niños de menor escala social que, como Tom Sawyer, sí iban a la escuela.


Lovecraft en su infancia

Como Howard, muchos niños de su época y de su condición social eran niños prodigio que antes de los seis años leían, jugaban al ajedrez, tocaban el piano y componían odas. Eran niños solitarios que vivían apartados del mundo real y que se rodeaban de adultos y de criados.

Las casas solariegas de entonces, en un lugar como Providencia, tenían una heredad que explotar (que a menudo no explotaban), campo abierto y naturaleza a descubrir, con cuevas, fauna, flora e insectos interesantes, donde los niños como Howard podían dar rienda suelta a su energía infantil y a su imaginación.

Lo urbano burgués y lo campirano se mezclaban en la formación de Lovecraft, pero nunca durante su infancia tuvo que enfrentarse al páramo yermo, estéril o muerto y rodeado de podredumbre, monstruos o extraños alienígenas, que sin embargo lo acompañaron durante toda su vida.

Su madre, Sarah Susan Phillips, venía de una familia poderosa y rica, y transmitió al joven Howard todas las veleidades de la alta burguesía de Rhode Island y de Nueva Inglaterra, dándole muy poco espacio para las relaciones sociales y llenándolo de prejuicios raciales y de clase. El apellido Phillips pesaba en la región y Howard debía corresponder a la fama de su apellido. Trabajar, como sí lo hacía su padre, Winfield Scott Lovecraft, era cosa de las clases bajas, los negocios de nuevos ricos y la venta cosa de judíos, a las que Howard no debía aspirar jamás. Vivir de rentas o de la explotación de sus heredades era lo propio para un niño de su clase, que no debía pensar en el sucio dinero más que para administrarlo.

Su padre, representante de plata para una gran compañía, era un burgués de cuello blanco, pero no pertenecía a la aristocracia de la zona y se la pasaba de pueblo en ciudad ofertando su producto, sin mucha relación con la formación de Howard, de hotel en hotel y sin llenar las aspiraciones de su santa mujer. Cuando Howard tenía solo tres años, su padre enfermó de una rara crisis nerviosa y fue recluido en un hospital para morir cinco años después, dejándolo huérfano a los ocho sin prácticamente haberlo conocido, con lo que la influencia materna fue tan absorbente como definitiva para la formación de Lovecraft, que pasó de ser un niño robusto, creativo y enérgico a ser un adolescente sensible, enfermizo y clasista.

También tuvo la influencia de sus tías y de su abuelo materno, Whipple Van Buren Phillips, quien lo guio y animó por el mundo de la literatura, pero que contribuyó a su soledad y a su educación clasista y con aires de grandeza.

Adolescencia perdida

Poco se sabe de la adolescencia, en cuanto a vida personal, de Howard Phillips Lovecraft, porque desde la muerte de su padre pasó a ser un recluso de su propio hogar sin apenas relación con el mundo exterior, las pasiones, el amor, los excesos y demás asuntos propios de la juventud. Solo se sabe que escribía poesía y más poesía, algún cuento y algunos artículos científicos para revistas locales sin mayor difusión.

Fue un año a la escuela tras la muerte de su padre, pero su madre lo retiró aduciendo que estaba enfermo; luego asistió dos años y medio a la escuela preparatoria, y hasta ahí llegó su formación académica oficial, ya que sin título de bachiller le fue imposible presentarse a los exámenes de la Universidad de Brown, en Providence, donde soñaba con hacerse astrónomo profesional.

En casa, y al amparo del abuelo, aprendió algo de química y astronomía y se aficionó a la ciencia por un tiempo.

En 1904 murió su estimado abuelo, Lovecraft contempló el suicidio y pasó largas temporadas entre crisis nerviosas y apatía por un mundo real que parecía ser incapaz de ofrecerle algo, hasta que en 1913 leyó a Edgar Allan Poe y empezó a salir del ámbito familiar compuesto por su madre y sus tías.

Joven adulto

Con 23 años de edad decide que quiere ser escritor de algo diferente y original, alejado de lo cursi y romántico, como escribe en una carta a la revista Argosy criticando al popular autor Fred Jackson, señalando que este escribía para la masa historietas de amor, con lo que traicionaba a la literatura y a la verdadera creación artística. La carta, por la polémica que suscita, se hace famosa y lo lleva a ser reconocido por el ambiente periodístico de 1914, y hasta a ser presidente de la Asociación de Nacional de Periodistas Amateurs entre 1922 y 1923.

Un año antes, en 1921, muere su madre, a la que estaba muy apegado y adoraba, lo que, sin embargo, lo libera del dulce yugo materno y le permite crecer por su cuenta.

Ya en 1917 funda su propia revista, El conservador, donde publica sus propios textos, como Tumba y Dagón, y otros que le parecen convenientes, originales y diferentes, lo que le hace ganar adeptos y seguidores, con los que se cartea fervientemente (Lovecraft llegó a escribir unas cien mil cartas a lo largo de su vida), destacando al autor de Conan el Bárbaro, Robert E. Howard, también creador de una mitología y un universo originales y diferentes.

El solitario Howard Phillips Lovecraft ya tiene amigos, por carta la mayoría, pero amigos al fin y al cabo. En nuestros tiempos los tendría a través de las redes sociales. También tiene un grupo de seguidores que van siguiendo su obra, y en 1923 logra publicar profesionalmente Dagón, en Weird Tales, especializada en el terror y en la ciencia ficción, aunque con muy poco prestigio literario.

El horror del matrimonio

Muertos su abuelo y su madre, Howard queda en el desamparo afectivo y económico, pero aún le queda algo de herencia y libertad creativa. Ya es un autor reconocido, aunque mal pagado, y parece un caballero bien estante de Providence de 34 años de edad, es decir, en apariencia un buen partido, quien además no fuma, no bebe y no va con mujeres de dudosa reputación.


Sonia Green, la esposa de Lovecraft

Es entonces cuando su complejo de Edipo lo lleva a conocer en una convención para escritores noveles a una escritora emigrante ucraniana, siete años mayor que él, fuerte, independiente y alegre que regentaba una tienda de sombreros: Sonia H. Greene. Se casó con ella en 1924 y se divorciaron amigablemente dos años después, sin más descendencia que una novela escrita a cuatro manos, El horror en la playa Martin.

Tras casarse se mudaron a New York, en el Brooklyn, donde se agotó la herencia y las tías dejaron de pasarle su renta. Lovecraft tuvo que rebajarse a trabajar como escritor fantasma y como corrector de estilo, algo que hacía divinamente y con un inglés muy depurado.

El amor y la alegría se fueron con la ausencia de dinero, ya que lo que él ganaba no era suficiente para llevar una vida decente al estilo que Howard estaba acostumbrado, y ella, quizá ilusionada de que se casaba con un buen partido, había dejado su tienda de sombreros. Ella tenía el vicio de comer, pero a Howard le parecía una vulgaridad, y en cuanto al sexo, aunque ella lo defendía, los vecinos y amigos nunca oyeron chirriar la cama matrimonial.

Howard era afable y educado, y hasta detallista mientras tuvo dinero, pero no fue suficiente para Sonia, así que, sin tener nada qué reclamarle específicamente, le pidió el divorcio para poder seguir con su camino en América, y Howard se lo concedió sin problemas.

Ella se fue a Cleveland y él volvió a quedarse solo, en una ciudad y un barrio que detestaba, muy lejos de su vida apacible y sin recursos económicos, así que en 1927 volvió a Providence a la nueva casa familiar y al amparo de sus tías, donde logrará su mayor y mejor producción literaria sin tener que pensar en el amor, el sexo, la comida o el pago por la habitación y los servicios.