Loe raamatut: «El físico y el filósofo»

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EL FÍSICO Y EL FILÓSOFO

Título original: The Physicist and the Philosopher

© del texto: Princeton University Press, 2015

© de la traducción: Àlex Guàrdia Berdiell, 2020

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: octubre de 2020

ISBN: 978-84-17623-83-8

Depósito legal: B 15427-2020

Diseño de colección: Enric Jardí

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Imagen de cubierta: © Lucía Aranaz

Maquetación: Àngel Daniel

Producción del ebook: booqlab

Arpa

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08034 Barcelona

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Jimena Canales

EL FÍSICO Y EL FILÓSOFO

Albert Einstein, Henri Bergson y el debate que cambió nuestra comprensión del tiempo

Traducción de Àlex Guàrdia Berdiell


SUMARIO

PREFACIO

PRIMERA PARTE. EL DEBATE

1. Prematuro

2. «Más einsteiniano que Einstein»

3. ¿Ciencia o filosofía?

SEGUNDA PARTE. LOS HOMBRES

4. La paradoja de los gemelos

5. El talón de Aquiles de Bergson

6. ¿Vale la pena mencionarlo?

7. Bergson escribe a Lorentz

8. Bergson conoce a Michelson

9. El debate se propaga

10. La vuelta de París

11. Al cabo de dos meses

12. El positivismo lógico

13. Las secuelas inmediatas

14. Un diálogo imaginario

15. Tiempo «enérgico»

16. La primavera pasada

17. La Iglesia

18. El fin del tiempo universal

19. Mecánica cuántica

TERCERA PARTE. LAS COSAS

20. Cosas

21. Relojes y relojes de pulsera

22. Telégrafo, teléfono y radio

23. Átomos y moléculas

24. Las películas de Einstein: lo reversible

25. Las películas de Bergson: el descontrol

26. Microbios y fantasmas

27. Un nuevo tema de debate: los aparatos de registro

CUARTA PARTE. LAS PALABRAS

28. Las últimas reflexiones de Bergson

29. Las últimas reflexiones de Einstein

EPÍLOGO

NOTAS

PREFACIO

«No me entra en la cabeza —escribió Einstein— que [los últimos treinta años] representen 10-9 segundos». ¿Qué hace que un momento sea destacable, que persiga nuestro pasado y nuestro futuro? El 6 de abril de 1922 fue una fecha destacable para Einstein; fue el día que conoció a Henri Bergson, uno de los filósofos más reputados de su época.

En un encuentro en París anunciado a bombo y platillo, el filósofo felicitó al físico por haber descubierto una teoría fascinante, pero le reprendió por haber omitido aspectos del tiempo que revisten para nosotros una importancia intuitiva. Sobrecogido por que una teoría ignorara qué canalizaba nuestra atención hacia ciertos sucesos y no hacia otros, Bergson esbozó los principios de una cosmología alternativa que no cayera presa de la precisión impávida de la ciencia, pero que tampoco se relamiera en la retórica poética. Aplaudido por su noción «vigorosa» del tiempo, sus objeciones inspiraron a generaciones enteras.

Durante el cara a cara entre el mayor filósofo y el mayor físico del siglo XX, el público aprendió a ser «más einsteiniano que Einstein». Bergson no refutó ningún resultado experimental, sino que acusó al físico de hincar sobre la ciencia una «metafísica» peligrosa. El físico respondió enseguida, invocando a aliados para hacer frente a un hombre que se negaba a conceder a la ciencia —y a la física— la potestad de revelar el tiempo del universo.

«El tiempo del universo» descubierto por Einstein y «el tiempo de nuestras vidas» asociado con Bergson cayeron en dos espirales peligrosamente destinadas a colisionar; escindieron el siglo en dos culturas y enemistaron a científicos con humanistas, y al conocimiento experto con la sabiduría popular. Con repercusiones sobre el pragmatismo norteamericano, el positivismo lógico, la fenomenología y la mecánica cuántica, hay una serie de tramas y alianzas que explican por qué hay eternas rivalidades entre la ciencia y la filosofía, entre la física y la metafísica, o entre la objetividad y la subjetividad, que siguen férreamente atrincheradas. Al final de su vida, Bergson cambió de parecer respecto a Einstein y Einstein respecto a Bergson, pero sus premisas seguían siendo irreconciliables.

El físico y el filósofo está dividido en cuatro grandes partes. La primera empieza con tres capítulos que nos retrotraen directamente al encuentro entre Einstein y Bergson. La segunda parte se centra en los hombres en sí y detalla los diversos contextos en que las contribuciones de Einstein se valoraron comparándolas directamente con la crítica de Bergson. Seguiremos los efectos del debate desde Francia a Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. En cada uno de estos sitios encontramos algunos de los principales actores que participaron en el conflicto, como la Iglesia católica, y vemos cómo afectó el desacuerdo a diversos movimientos científicos y filosóficos, como el pragmatismo norteamericano, el positivismo lógico y la mecánica cuántica. Algunos de estos capítulos hacen hincapié en momentos clave previos y posteriores al 6 de abril de 1922, cuando se anticiparon argumentos similares a los esgrimidos aquel día.

La tercera parte se centra en las cosas. Indaga en el motivo por el que Einstein y Bergson se mantuvieron tan divididos, analizando a fondo los ejemplos concretos que salían de forma explícita y repetitiva en sus propios debates y en los debates que celebraban sus interlocutores. Hubo varias cosas que desempeñaron papeles descollantes, como el telégrafo, el teléfono, la radio, las películas y las grabadoras automáticas. En sus discusiones también se colaron partículas microscópicas, microbios diminutos, observadores ciclópeos, seres superrápidos, animales y fantasmas.

La cuarta parte termina con palabras: los últimos comentarios que hizo cada uno respecto al otro. Por aquel entonces, Bergson tenía casi ochenta años y fue testigo del auge del nazismo en Alemania, de la ocupación de París y de una nueva era de conflicto y agitación. Einstein también se acercaba a la ochentena. Se había jubilado del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y se acordó de Bergson unos meses antes de que los norteamericanos detonaran la primera bomba de hidrógeno del mundo. Al final, descubrimos una historia del apogeo de la ciencia en un siglo dividido, una historia de desacuerdo y desconfianza y de las cosas cotidianas que nos desgarran.

PRIMERA PARTE

1
PREMATURO

El 6 de abril de 1922 Einstein conoció a un hombre que no olvidaría jamás. Se trataba de uno de los filósofos más prestigiosos del siglo, ampliamente conocido por propugnar una teoría del tiempo que esclarecía lo que no explicaban los relojes: los recuerdos, las premoniciones, las expectativas y las previsiones. Gracias a él, ahora sabemos que para cincelar el futuro uno debe empezar cambiando el pasado.

¿Por qué una cosa no siempre conduce a la siguiente? El encuentro se había planeado como un acto cordial y académico, pero no lo fue en absoluto. El físico y el filósofo se enzarzaron, cada uno defendiendo formas opuestas —e incluso irreconciliables— de entender el tiempo. En la Société française de philosophie, una de las instituciones más veneradas de Francia, midieron fuerzas bajo la atenta mirada de un selecto grupo de intelectuales. El «diálogo entre el mayor filósofo y el mayor físico del siglo XX» se dejó perfectamente escrito: un guion perfecto para el teatro1. El encuentro —y las palabras que en él se mediaron— se comentarían durante el resto del siglo.

El nombre del filósofo era Henri Bergson. En las primeras décadas del siglo había superado en fama, prestigio e influencia al físico, aunque hoy conozcamos más al alemán. Enfrentándose a aquel joven, Bergson puso en peligro su reputación. Pero Einstein también.

Las críticas vertidas contra el físico provocaron un daño inmediato. Unos meses más tarde, cuando se galardonó a Einstein con el Premio Nobel, no fue por la teoría que le había hecho famoso: la relatividad. Se le concedió el reconocimiento «por haber descubierto la ley del efecto fotoeléctrico», un área de la ciencia que no despertaba ni de lejos la misma imaginación que la relatividad. Las razones por las que se decidió destacar un trabajo que no fuera la relatividad se remontaban directamente a lo que Bergson había dicho ese día en París.

El presidente del Comité del Nobel explicó que, aunque la mayoría de los debates se centraban en la teoría de la relatividad, no merecía el premio por ello. ¿Por qué no? De buen seguro, los motivos eran variados y complejos, pero el culpable mencionado esa noche fue claro: «No es ningún secreto que el famoso filósofo Bergson ha cuestionado esta teoría en París». Bergson había demostrado que la relatividad «pertenece a la epistemología», no a la física, «por lo que ha sido objeto de un intenso debate en los círculos filosóficos»2.

No cabe duda de que la explicación de aquel día recordó a Einstein los sucesos de la primavera anterior en París. Claramente, había generado controversia… y esas eran las consecuencias. No había podido convencer a muchos pensadores del valor de su definición del tiempo, especialmente al comparar su teoría con la del eminente filósofo. En su discurso de aceptación, Einstein se mantuvo en sus trece. No habló sobre el efecto fotoeléctrico, por el que se le había concedido oficialmente el premio, sino sobre la relatividad: la obra que le había convertido en una estrella mundial, pero que en ese momento se estaba poniendo en duda.

El hecho de que el presentador de los Premios Nobel invocara el nombre de Bergson fue un triunfo espectacular para el filósofo, que había pasado toda su vida y se había labrado una carrera ilustre demostrando que no había que interpretar el tiempo únicamente a través de los binóculos de la ciencia. Bergson insistía de forma persistente y consistente en que se debía interpretar filosóficamente. Pero, ¿qué quería decir exactamente con eso? Al parecer, la filosofía de Bergson era tan controvertida como la física de Einstein.

¿Qué llevó a estas dos eminencias a adoptar posturas opuestas en casi todas las cuestiones polémicas de su época? ¿Qué hizo que un siglo como el XX acabara tan dividido? ¿Por qué dos de las mentes más grandes de la edad moderna discreparon tan profundamente, dividiendo a la comunidad intelectual durante muchos años?

ESA TARDE

Ese día «verdaderamente histórico» en el que ambos se conocieron, Bergson se vio arrastrado a regañadientes hacia un debate que había tratado de evitar a toda costa3. El filósofo le sacaba muchos años a Einstein y habló durante cerca de media hora, azuzado por un compañero impertinente que decidió participar tras la presión del organizador del evento. «Somos más einsteinianos que usted, monsieur Einstein»4, dijo. Sus objeciones llegarían a oídos de todos. «Todos dábamos a Bergson por muerto —explicaba el escritor y artista Wyndham Lewis—, pero la Relatividad, aunque parezca extraño a primera vista, lo ha resucitado»5.

El físico respondió en menos de un minuto, engastando en la respuesta una frase condenatoria y mil veces citada: «Il n’y a donc pas un temps des philosophes»6. La réplica de Einstein, manifestando que el tiempo de los filósofos no existía, fue muy polémica.

Einstein había viajado a la ciudad de las luces desde Berlín. Cuando su tren llegó a la Gare du Nord, «le esperaba una marabunta de fotógrafos, periodistas, cineastas, funcionarios y diplomáticos». El afamado científico optó por bajar por el andén contrario, huyendo subrepticiamente como un ladrón. Se abrió camino entre peligrosos cables y señales de aviso hasta una puertecita que daba al bulevar de la Chapelle, que por las tardes estaba más vacío que el desierto del Sáhara. Una vez a salvo de cámaras y miradas, Einstein rompió a reír como un niño7.

La visita del físico causó «una sensación que la élite intelectual de la capital no logró ignorar»8. Los intelectuales no eran los únicos entusiasmados con su presencia. Literalmente «enloqueció a las masas», embelesando enseguida a los desprevenidos parisinos9. Un observador describió el «frenesí desbocado de las masas por escuchar algunos de los ponentes que hablaban de Einstein»10. El viaje de Einstein «revivió y llevó al paroxismo la curiosidad del público por el científico y su obra»11.

Lo siguiente que dijo Einstein esa tarde fue aún más controvertido: «Solo queda un tiempo psicológico que difiere del físico». En ese preciso instante, Einstein abrió la caja de los truenos: solo había dos formas válidas para entender el tiempo, la física y la psicológica. Aunque escandalosas por el contexto concreto en que fueron proferidas, estas dos formas de analizar el tiempo tenían una larga trayectoria. Con Einstein, tendrían una todavía más larga, pues se convirtieron en los dos ejes dominantes del siglo XX para la mayoría de las investigaciones sobre la naturaleza del tiempo.

A Bergson le horrorizaba la perspectiva simple y dualista sobre el tiempo que defendía Einstein y respondió escribiendo un libro entero para rebatirla. Su teoría «es una metafísica hincada sobre la ciencia, no es ciencia», escribió12.

Einstein plantó cara con toda su energía, su fuerza y sus recursos. En los años siguientes, la percepción general fue que Bergson había perdido el debate con el joven físico. Las premisas del científico sobre el tiempo acabaron dominando el grueso de los debates eruditos sobre la cuestión, dejando obsoletos no solo los principios de Bergson, sino muchos otros artísticos y literarios, relegándolos a una posición secundaria y auxiliar. Para muchos, la derrota de Bergson supuso una victoria de la «razón» contra la «intuición»13. Señaló el momento en que los intelectuales perdieron la capacidad de seguir el ritmo de las revoluciones científicas debido a su creciente complejidad. Por esa razón, tenían que mantenerse al margen. La ciencia y sus consecuencias debían dejarse a los propios científicos14. Así empezó «la historia al revés que sufrió la filosofía del tiempo absoluto de Bergson tras una época de éxito sin precedentes; indudablemente por el impacto de la relatividad»15. Y lo más importante es que empezó un periodo en que la filosofía fue perdiendo relevancia, mientras que la influencia de la ciencia aumentaba.

Los biógrafos que narran la vida y obra de Einstein raramente mencionan a Bergson. Una de las excepciones, un libro escrito por un colega, Abraham Pais, retrata un acercamiento final entre los dos hombres16. Pero otras pruebas demuestran lo divisivo que fue su encuentro. Unos pocos años antes de sus respectivas muertes, Bergson escribió sobre Einstein (1937) y Einstein mencionó a Bergson (1953). Cada uno subrayó de nuevo lo errónea que seguía siendo la perspectiva del otro. Aunque el debate desapareció en gran medida del legado de Einstein, muchos seguidores de Bergson lo sacaban a colación periódicamente17. El mero acto de revivir la discusión de aquel día de abril de 1922 no podía tomarse a la ligera. No solo fue divisivo el incidente en sí, sino que su relevancia para la historia aún se pone en tela de juicio.

Los dos hombres coparon la mayoría de los debates sobre el tiempo de la primera mitad del siglo XX. Gracias a Einstein, por fin se había «depuesto de su trono» al tiempo, bajándolo de la cumbre de la filosofía al mundo práctico y terrenal de la física. Había demostrado que se tenía que descartar para siempre «nuestra creencia en el significado objetivo de la simultaneidad», así como en el tiempo absoluto, una vez suprimido con éxito «este dogma de nuestra mente»18. El físico había probado que «el espacio en sí mismo y el tiempo en sí mismo» eran dos conceptos «condenados a difuminarse hasta convertirse en meras sombras»19.

Bergson, en cambio, sostenía que el Tiempo encerraba más de lo que los científicos (de todo tipo, desde los evolucionistas darwinianos a los astrónomos y los físicos) habían apostado jamás. Para explicar esos aspectos del Tiempo que eran de suma importancia y que los científicos omitían constantemente, Bergson solía escribir la palabra en mayúscula. Lo asociaba con el «élan vital», un concepto traducido comúnmente como «impulso vital». Este impulso, argumentaba, cosía todo el universo y daba a la vida un impulso y una fuerza imparables que siempre producían creaciones nuevas e inesperadas y que la ciencia solo capturaba imperfectamente. Era la columna vertebral del trabajo artístico y creativo. Bergson influyó a escritores tan diversos como Gertrude Stein, T. S. Elliot, Virginia Woolf, William Faulkner y muchos otros que introdujeron interrupciones, giros y cambios de guion en los que el futuro aparecía antes que el pasado y el pasado antes que el futuro20.

A sus coetáneos, las contribuciones de Einstein y Bergson se les antojaron del todo contradictorias, símbolos de dos visiones rivales de la época moderna. El vitalismo se oponía a la mecanización; la creación, al raciocinio; la personalidad, a la uniformidad. Durante esos años, la filosofía de Bergson se solía enlazar con el primer término de cada uno de estos emparejamientos; mientras que la obra de Einstein se solía vincular con el segundo21. Bergson se asociaba con la metafísica, el antirracionalismo y el vitalismo, la idea de que la vida lo impregna todo. Einstein, con sus opuestos: la física, la racionalidad y la idea de que el universo (y nuestro conocimiento del mismo) se sustentaría igual de bien sin nosotros. Cada uno representaba una cara de las notables e irreconciliables dicotomías que caracterizaban la modernidad.

Este periodo afianzó un mundo dividido en gran medida entre la ciencia y el resto. Lo excepcional de la aparición de estas divisiones y de sus subsiguientes encarnaciones es que, tras el encuentro entre Einstein y Bergson, si la ciencia aparecía firmemente anclada a una de las caras de la dicotomía, la cultura aparecían en el otro bando, incluyendo la filosofía, la política y el arte.

La dimensión de ambos hombres provocó la envidia de muchos de sus contemporáneos. En cierta ocasión, el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, dijo de sí mismo que no podía «albergar muchas esperanzas de ser citado al lado de Bergson y Einstein como uno de los soberanos intelectuales» de su época22. De su enfrentamiento señaló: «[Fue] una controversia que actualmente separa a los dos hombres más renombrados de nuestro tiempo»23. Así como el cerebro de Einstein se exhibió en formaldehído como el arquetipo perfecto del órgano de la genialidad, los mechones de pelo de Bergson conservados en su barbería fueron «tratados como reliquias sagradas»24.

«A principios de este siglo, colisionaron dos formas de pensamiento muy prominentes y originalmente independientes», explicó un físico e historiador que arriesgó su carrera tomando partido por Bergson. «Por un lado […] estaba el sistema de Bergson. […] Y por el otro, la teoría física de la relatividad, que […] dominaba el pensamiento científico», proseguía. «Era inevitable que una u otra opinión acabase dando su brazo a torcer», concluía25. Si avanzamos más en el tiempo, el debate entre ellos se sigue percibiendo ampliamente como inevitable. «El enfrentamiento de Bergson con Einstein era inevitable», escribió el filósofo Gilles Deleuze más de medio siglo después de su encuentro26. De este modo, vemos que estos dos hombres desempeñaron un papel clave en las divisiones de marras de la modernidad. ¿Podemos ir más allá de ellos?

La derrota de Bergson fue un punto de inflexión decisivo para él: el ímpetu fanfarrón de un joven puso a prueba la fama, sabiduría y cautela del hombre mayor. No obstante, también señalizó el momento clave en que la autoridad de la ciencia se impuso a otras formas de conocimiento. En los años posteriores a su reunión, el físico y el filósofo se enfrascaron en muchas otras disputas acerca de casi todo. Algunas de sus diferencias eran sumamente abstractas: acerca de la naturaleza del tiempo, del papel de la filosofía y del poder y radio de acción de la ciencia. Otras eran más concretas, como en lo referente al papel del gobierno, el cometido de la religión en las sociedades modernas y el destino de la Sociedad de las Naciones. Pero en casi cualquier aspecto —desde el vegetarianismo a la guerra, desde la raza a la fe—, vemos que los dos hombres adoptaron posturas bastante contrarias en casi todas las cuestiones relevantes de su época.

Hay muchas razones por las que sabemos tanto sobre Einstein y tan poco sobre Bergson. Muchas tienen que ver con cómo se intensificó el debate después de su primer encuentro; prendió como la pólvora27. La tensión entre los dos hombres recrudeció después de que Bergson publicara un libro descarnado sobre la teoría de la relatividad. El controvertido volumen, diseñado para ser leído con sumo celo, apareció más tarde ese mismo año. Duración y simultaneidad inspiró cientos de respuestas de pensadores eminentes, concernientes al desacuerdo entre el físico y el filósofo. El libro fue tan polémico como exitoso. Casi una década después de su publicación, un escritor y lector ávido de la obra de ambos hombres seguía preguntándose: «¿El libro del más brillante de los filósofos contemporáneos aclara las ideas del más brillante de los científicos?»28. En 1936, menos de una década y media después de salir impreso, un reputado biólogo avisaba a los interesados de que les costaría encontrar un ejemplar de Duración y simultaneidad, dado que la última edición se había agotado29.

Actualmente, Einstein es alguien conocido y respetado; Bergson lo es mucho menos. Sin embargo, en el momento de su encuentro la situación era más bien la opuesta. Bergson era un intelectual y filósofo renombrado que por la mañana se codeaba con jefes de estado, por la tarde llenaba salas de conferencias y, por la noche, amenizaba a muchos con sus textos; Einstein acababa de saltar a la fama y aún estaba buscando su voz fuera de los círculos científicos.

Bergson y Einstein se vieron unas pocas veces más e intercambiaron un par de cartas. Einstein le envió a Bergson una postal cordial desde Río de Janeiro tras su encontronazo en París30. No volvieron a debatir jamás en público, sino que propagaron sus respectivas posturas en publicaciones y cartas a terceros. Algunas de estas cartas acabaron haciéndose públicas; otras permanecieron en manos privadas hasta que terminaron en archivos. En ellas podemos detectar casos claros de injurias proferidas a espaldas del otro. Una serie de destacados discípulos se agenciaron la tarea de finiquitar el debate en favor del hombre al que respaldaban. Cuando el debate acabó llegando al gran público pocas personas se mantuvieron neutrales.

Después de conocerse, Einstein recalcó que el filósofo simplemente no entendía la física de la relatividad, una acusación que abrazaba la mayoría de los prosélitos de Einstein y que Bergson negaba tajantemente. A la vista de estas acusaciones, Bergson revisó su argumento en tres apéndices —que añadió por separado a Duración y simultaneidad en la segunda edición— y en otro ensayo publicado en una revista especializada. La respuesta de Bergson se ha solido ignorar. Si la tenemos en consideración, podemos ver que su desacuerdo radicaba en mucho más que en meras discrepancias técnicas acerca de la teoría de la relatividad. Bergson no reconoció nunca la derrota. Según él, eran Einstein y sus interlocutores los que no lo entendían a él.

Antes de que los dos hombres se conocieran en persona, parecía casi imposible prever que pudiera nacer un conflicto tan encarnizado entre ellos, entre su visión científica y su filosofía. Hallamos ciertos síntomas de animosidad en Einstein en 1914, cuando escribió una carta a un amigo describiendo la filosofía de Bergson como «flácida» e indigna de ser leída, ni siquiera para mejorar su dominio del idioma francés31. Para Bergson, tenemos pruebas que revelan lo contrario: una fascinación inicial con Einstein y su teoría. Un amigo suyo recuerda que, al oír hablar de ella, el filósofo se lanzó a estudiar de pe a pa su teoría. En aquel momento, Bergson pensaba publicar solamente una «nota» sobre la teoría, con una valoración general positiva. Como admitió a un amigo: «Mostrará el concierto entre la relatividad y mis opiniones sobre el espacio y el tiempo espacial». Pero estas intenciones conciliadoras se desvanecieron enseguida. Se hizo patente que el concepto de la duración —una etiqueta que Bergson usaba para describir aspectos del tiempo que nunca se podrían plasmar cuantitativamente— tenía que «distinguirse»32.

En el Congreso de Filosofía de Oxford de 1921, se entregaron artículos sobre la filosofía de Bergson y la física de Einstein conjuntamente, sin problemas aparentes. ¿Qué pasó el 6 de abril para revertir esa situación?

Este libro versa sobre dos hombres y un día. Pero también trata de lo que esos dos hombres han acabado personificando. Para ser más precisos, trata sobre cómo esos hombres y sus adeptos llegaron a ser lo que fueron. Varios sucesos e interacciones particulares les moldearon tanto como ellos moldearon al mundo que les rodeaba. Después de debatir durante casi un siglo mediante partidarios y detractores, ahora podemos buscar una tercera vía: entender las dos posturas, su aparición y su contexto.