Jesús, Maestro interior 7

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Jesús, Maestro interior 7
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OBSERVACIONES ÚTILES
PARA PRACTICAR LA LECTURA ORANTE
DEL EVANGELIO

1. Nota. Conviene que todos los que desean practicar la «lectura orante del Evangelio» lean detenidamente la presentación que hago de esta práctica en el volumen 1 de esta obra, capítulo 10 (pp. 121-135). Esto les ayudará a entender y practicar desde el comienzo la lectura orante del Evangelio, inspirada en la tradición de la lectio divina.

2. Advertencia importante. Quien realiza la lectura orante del Evangelio no ha de olvidar nunca que todas las orientaciones y sugerencias que encuentre en este libro no han de sustituir o suplantar su propia actividad personal. Esto quiere decir que cada persona ha de decidir cuánto tiempo le dedicará a cada texto evangélico y a cada momento (lectura, oración…). Será también cada cual quien vea qué sugerencias le ayudan o cuáles deja de lado a la hora de meditar, orar… Esta responsabilidad personal es decisiva para una lectura eficaz del Evangelio.

3. Ritmo semanal. Dado el estilo de vida actual y las dificultades que tenemos para encontrar un tiempo de recogimiento y silencio, esta propuesta está pensada para dedicar a cada texto evangélico una semana, de tal manera que cada persona pueda encontrar los días y los momentos más adecuados para hacer su lectura orante.

4. Antes de iniciar la sesión. Al comenzar la sesión y antes de iniciar la lectura del Evangelio, cada cual se preocupará de recogerse. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma… despacio… sin forzar. Vamos acallando nuestro ruido interior. Tomamos conciencia de lo que vamos a hacer: «Voy a escuchar a Jesús; Dios me va a hablar por medio de él, ¿qué escucharé en estos momentos de mi vida?». Podemos repetir dos o más veces alguna invocación: «Jesús está en mí», «Tú me miras con amor», «Tus palabras son espíritu y vida», «Señor, muéstrame al Padre»… Es bueno que cada cual aprenda a recogerse y a hacer silencio de manera personal y creativa. Esta breve pausa para disponer nuestro corazón puede cambiar profundamente nuestro acercamiento al Evangelio.

5. Lectura del texto evangélico señalado. Si es necesario, lo podemos leer más de una vez. Leemos el texto muy despacio. No tenemos prisa alguna. Lo importante es captar bien lo que el texto nos quiere comunicar. Si lo leemos despacio, muchas palabras que hemos escuchado tantas veces de forma rutinaria empezarán a tocar nuestro corazón. Después de leer el texto, se puede también leer el comentario que ofrezco para captar mejor lo que dice el autor.

En cualquier caso, hemos de fijarnos en las «palabras» que más nos llaman la atención. Pero, sobre todo, centramos nuestra atención en Jesús. Tenemos que captar bien qué es lo que dice y qué es lo que hace. Hemos de grabar en nosotros sus palabras y sus gestos. Poco a poco iremos descubriendo el estilo de vivir de Jesús. Y poco a poco iremos aprendiendo de él a vivir como él.

6. La meditación. No basta con entender bien el texto escrito por el evangelista. Esa lectura es todavía algo exterior que puede quedar solo en nuestra mente. Ahora, en la meditación, nos disponemos a escuchar interiormente el mensaje que nos llega de Jesús, nuestro Maestro interior. Lo hacemos repitiendo y saboreando las palabras y los gestos de Jesús; escucharemos de él llamadas, verdades que nos dan luz, caminos nuevos que nos atraen hacia él…

En el libro se ofrecen diversas sugerencias para escuchar interiormente el mensaje que nos llega de sus palabras o sus gestos. Cada cual puede seleccionar las que le ayuden a escuchar mejor lo que Jesús le comunica a él personalmente.

7. La oración. Hasta ahora hemos estado escuchando el Evangelio y acogiendo y meditando el mensaje de Jesús, nuestro Maestro interior. En este momento le respondemos. Lo hacemos desde nuestro corazón. Nuestro agradecimiento despertará en nosotros un diálogo sencillo con Jesús. Esta oración puede ser de gran variedad: agradecimiento por la luz que hemos recibido, invocación para que reavive nuestra fe, deseo sincero de caminar por los caminos concretos que se nos van abriendo, decisión de seguir liberándonos de nuestro falso ego…

En el libro se ofrecen sugerencias para despertar esta oración dirigida a Jesús, pero cada persona ha de ver si le ayudan a mantener con Jesús un diálogo sincero, auténtico, nacido desde su propio corazón.

8. La contemplación. De esta oración agradecida vamos pasando de forma casi natural a lo que la tradición llama «contemplación», es decir, una oración de quietud y descanso solo en Dios. A esta contemplación nos vamos acercando cuando vamos acallando todos nuestros ruidos y permanecemos en silencio interior, descansando en el misterio del amor insondable de Dios.

Esta contemplación no es algo reservado a personas selectas. No hemos de preocuparnos de si hemos llegado o no a una oración realmente contemplativa. Si nos distraemos, volvemos con paciencia a recogernos. En el libro se ofrecen algunas breves invocaciones, tomadas de los salmos, para disponer nuestro corazón a un silencio contemplativo.

9. El compromiso. La lectura orante del Evangelio no termina en la contemplación, sino en nuestra vida concreta de cada día, pues el verdadero criterio de nuestro encuentro con Jesús, nuestro Maestro interior, y con Dios es la conversión práctica. A lo largo de nuestro recorrido, la lectura orante del Evangelio nos invitará de manera permanente a tomar decisiones para renovar interiormente diversos aspectos de nuestra vida cristiana.

Esta renovación interior se concretará, sobre todo, en una doble dirección: aprender a vivir específicamente la espiritualidad de Jesús en estos tiempos de crisis y, en consecuencia, aprender a vivir abriendo caminos concretos al proyecto humanizador del Padre: lo que Jesús llamaba el «reino de Dios». Las sugerencias que ofrece este libro solo tienen la finalidad de recordarnos a todos la invitación a concretar y revisar nuestros compromisos personales. Así evitaremos practicar una lectura del Evangelio vacía de verdadera conversión.

10. Las sugerencias que aparecen al final de cada tema sobre plegarias para pronunciar juntos o información de cantos, aunque pueden servir para todos, son para ser utilizadas más precisamente en las sesiones que se realizan en grupo en parroquias, monasterios o casas de ejercicios.

ENCUENTRO EN GRUPO

1. Antes del encuentro

1. Preparar y cuidar el lugar

– Oratorio

– Capilla en algunas parroquias

– Monasterio

2. Ambientar con algún signo, si parece oportuno

– Biblia

– Icono

– Cirio encendido

3. Música suave, si parece oportuno

4. Asientos cómodos

5. Entrar y sentarse en silencio


2. Rasgos del encuentro

1. Conducido por un guía

2. Duración: en torno a una hora

3. Texto evangélico: trabajado en el propio hogar

4. En silencio: solo interrumpido para cantar o pronunciar alguna oración


3. Guion del encuentro

1. Preparación inicial

– Canto de entrada

– Invitación (guía)

– Breve silencio

2. Proclamación del Evangelio (el tiempo oportuno)

– Breve invitación (guía)

– Proclamación del texto por un participante

– Silencio: los participantes pueden leer el texto en su libro

– Canto

3. Meditación del Evangelio y diálogo con Jesús (15 minutos)

– Invitación (guía)

– Silencio

4. Compartir la experiencia que hemos vivido al hacer la lectura orante del texto (el tiempo oportuno)

5. Despedida

– Canto o plegaria

– Padrenuestro (todos juntos, de pie, con las manos unidas)

– Abrazo de paz

SUGERENCIAS PARA EL GUÍA

Nota. La mejor preparación para guiar el encuentro es hacer previamente la lectura orante del texto que será proclamado en la parroquia, monasterio o casa de espiritualidad.


1. Sugerencias para el inicio del encuentro

1. Primeras palabras:

– Nos sentamos cómodamente, nos relajamos.

– Nos hacemos conscientes de nuestra respiración. Respiramos despacio, con calma, sin forzar nada.

– Vamos acallando nuestro ruido interior. Hacemos silencio.

2. Repetir:

– Señor Jesús, estás en mi corazón (dos, tres, cuatro veces).

– Señor Jesús, estás en lo íntimo de mi ser (dos, tres, cuatro veces).

3. Repetir estas u otras frases:

– Jesús, tú me miras con amor.

– Me quieres como soy.

– Me amas con ternura.

– Te siento cerca.

– Necesito tu ayuda.

– Me das paz.


2. Al proclamar el Evangelio:

– Tus palabras son espíritu y vida.

– Tú tienes palabras de vida eterna.

– Maestro, ¿dónde vives?

– Señor, que se me abra mi corazón.


3. Al iniciar la meditación del Evangelio:

– Creo, Señor, ayuda a mi poca fe.

– Hágase en mí según tu palabra.

– Señor, si quieres, puedes limpiarme.

– Tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.

– Maestro, que vuelva a ver.

– Ten compasión de mí, que soy pecador.

 

– Señor, dame de esa agua y no tendré más sed.


4. Acción de gracias al final del encuentro:

– Es bueno dar gracias al Señor.

– Dios mío, te daré gracias por siempre.

– Damos gracias al Señor, porque es bueno.

– Te damos gracias, porque nos has escuchado.

– Alma mía, recobra tu calma, que el Señor ha sido bueno contigo.

– El Señor ha estado grande con nosotros y estamos contentos.

PRESENTACIÓN

En el volumen sexto, titulado «Entrar en la dinámica del reino de Dios», hemos considerado diversos aspectos concretos para entrar en la dinámica del proyecto humanizador en el reino de Dios. Hemos abordado, en primer lugar, la importancia de «caminar hacia una nueva familia humana» (capítulo 14). Para ello, hemos ahondado en el amor como eje decisivo de esa nueva familia, aprendiendo a amar, no de cualquier manera, sino como amaba Jesús (capítulo 15). Luego, hemos subrayado la importancia que tienen los pequeños en el proyecto del reino de Dios. Hemos terminado este capítulo con un texto de gran trascendencia en el que Jesús afirma que el criterio decisivo que da sentido a la vida del ser humano y que decidirá nuestra entrada en el reino de Dios es practicar la misericordia atendiendo a los necesitados que viven sufriendo (capítulo 16).

En este volumen séptimo, titulado «Identificados con los pobres», comenzaremos escuchando a Jesús, que nos dice que no es posible servir a Dios y al Dinero. Iremos analizando la insensatez del rico y la riqueza como idolatría. Terminaremos abriendo un horizonte de conversión y salvación del rico (capítulo 17). Luego, meditaremos en Jesús, enviado por el Espíritu de Dios a anunciar a los pobres la Buena Noticia. Veremos que cumple su misión declarando que el reino de Dios pertenece a los pobres. Por eso, veremos que Jesús envía a sus discípulos para que anuncien el reino de Dios desde la pobreza, y nos invita a hacer el bien a los pobres, que no pueden recompensarnos. Terminaremos escuchando las bienaventuranzas, que se entienden a la luz de la primera, que dice: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (capítulo 18).

CAPÍTULO 17

DIOS O EL DINERO
SIGNOS DE NUESTRO TIEMPO:
ESCLAVOS DEL DINERO

La humanidad está hoy atrapada por la esclavitud del Dinero. Esta dictadura está condicionando de manera decisiva el futuro de la historia humana. En los países del bienestar ya no se busca la producción de los bienes y servicios necesarios para los humanos que poblamos la Tierra, sino la acumulación de riqueza en las minorías más poderosas.

Estamos viviendo una crisis insólita de la humanidad, agravada todavía más por la pandemia del covid-19. El sistema que en estos momentos dirige la marcha del mundo es inhumano: conduce a una minoría de poderosos a un bienestar insensato y deshumanizador, y destruye la vida de inmensas mayorías, que mueren de hambre y miseria.

Los proyectos para resolver el problema del hambre en el mundo apenas han podido lograr algo positivo en alguna región. La pandemia está ya generando un crecimiento imprevisible de la pobreza, hundiendo en el paro a millones de trabajadores, golpeando sin piedad a los débiles y haciendo crecer de forma sangrante la desigualdad entre ricos y pobres.

Es urgente la necesidad de una alianza mundial para cuidar la Tierra y a todos los humanos que la habitamos. Pero ¿cómo aunar la voluntad política de todos los países si en los más poderosos seguimos obsesionados por acumular riqueza? ¿Cómo promover la cooperación de todos para cuidar a los más necesitados si no hacemos nada por liberarnos de la esclavitud del consumismo?

Durante estos últimos años, el papa Francisco se ha ido convirtiendo para muchos en «la conciencia de la humanidad». Con tono humilde, pero con firmeza incansable, nos ha gritado a todos: «No a una economía de la exclusión y la inequidad. Esta economía mata […] No puede ser que no sea noticia que muera de frío un anciano en medio de la calle y que sí lo sea la caída de dos puntos en la bolsa. No se puede tolerar que se tire tanta comida cuando hay gente que pasa hambre».

Francisco nos sigue interpelando:


Vivimos en la dictadura de una economía sin rostro y sin objetivo verdaderamente humano […] La cultura del bienestar nos está anestesiando. Perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un espectáculo que de ninguna manera nos altera […] Nos estamos volviendo incapaces de compadecernos de los clamores de los otros y ya no lloramos ante el drama de los demás.


Hace más de veinte siglos, Jesús lanzó un grito que no puede ser más actual en nuestros días: «No podéis servir a Dios y al Dinero». El grito es de una lógica indiscutible. Dios no puede reinar entre nosotros sin preocuparse de todos sus hijos y sin hacer justicia a aquellos a quienes nadie se la hace. Dios solo puede ser servido por aquellos que promueven la solidaridad y la ayuda a los más necesitados. No podemos ser fieles a un Dios que es Padre de todos sus hijos –hombres y mujeres– acrecentando riqueza a costa de olvidar a los que viven en la pobreza.

Por eso, nuestra lectura orante del Evangelio ha de ayudarnos a los seguidores de Jesús a vivir cada día más identificados con los pobres de la tierra, los que viven amenazados con morir de hambre y desnutrición.

52

DIOS O EL DINERO


Al iniciar la sesión. Cerramos los ojos… nos relajamos… respiramos con calma… Voy a escuchar a Jesús… Es mi Maestro interior… Jesús, me atraes cada vez más…

Mateo 6,19-24

19 No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones socavan y roban. 20 Más bien, acumulad para vosotros tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan o roban. 21 Porque, donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.


22 La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es sano, todo tu cuerpo será luminoso; 23 pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará en oscuridad. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!

24 Nadie puede servir a dos señores: porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y despreciará al segundo. ¡No podéis servir a Dios y al Dinero!


Comenzamos este nuevo volumen titulado «Identificados con los pobres» leyendo y meditando unas palabras de Jesús que son de máxima actualidad en nuestros días: «No podéis servir a Dios y al Dinero».

LEEMOS

En el Imperio romano, que dominaba el mundo en tiempos de Jesús, las ciudades se construían para residencia de las clases dirigentes y poderosas. En ellas vivían los gobernantes, los militares, los recaudadores de impuestos, los grandes terratenientes y los responsables de almacenar productos. La desigualdad del nivel de vida era patente. La mayor amenaza para muchos campesinos era quedarse sin tierras ni recursos para vivir. Jesús conoció una Galilea atrapada por las deudas. Cuando las familias campesinas quedaban sin tierras, comenzaba la lucha por sobrevivir. Algunos se convertían en jornaleros e iniciaban una vida penosa en busca de trabajo en propiedades ajenas. Otros vivían en la mendicidad, algunas se ganaban la vida en la prostitución.

Esta situación difícil de los campesinos galileos se agravó más cuando, en el período de veinte años, Herodes Antipas reconstruyó Séforis y edificó la nueva capital: Tiberíades. Todo sucedió antes de que Jesús cumpliera veinticinco años. Esto provocó una situación más crítica para los campesinos. Desde el campo debían abastecer ahora a dos poblaciones que no cultivaban la tierra. Jesús conoció a lo largo de su vida el crecimiento de una sociedad que favorecía a la minoría privilegiada de Séforis y Tiberíades y generaba cada vez más inseguridad, pobreza y miseria en las familias campesinas. Los tribunales de las ciudades pocas veces protegían a los campesinos de los abusos de los terratenientes y los responsables de almacenar los productos. Los más débiles no podían ya disfrutar de la tierra regalada por Dios a su pueblo.

Jesús conoció cómo los poderosos de Séforis y Tiberíades iban acumulando bienes y riqueza, que aseguraba su futuro, mientras los campesinos de Galilea quedaban privados de lo más necesario para vivir. En Galilea, la mayoría eran «pobres» (penetes), pero tenían, al menos, su casa pobre y su pequeña parcela de tierra para poder subsistir; pero, en los relatos evangélicos, Jesús habla de los «indigentes» (ptojoi), los que no tienen tierra, carecen a veces de techo y viven amenazados por el hambre. Este es el contexto socio-económico en el que Jesús pronuncia las palabras que vamos a leer y meditar. «No podéis servir a Dios y al Dinero».

Mateo coloca el texto que vamos a leer en el centro del llamado Sermón de la montaña (caps. 5-7), donde el evangelista recoge temas cuyo contenido es de gran importancia. Lo podemos ordenar en tres partes: 1) «No acumuléis tesoros en la tierra, sino en el cielo»; 2) «La lámpara del cuerpo es tu ojo»; 3) «No podéis servir a Dios y al Dinero».

1. «No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones socavan y roban. Más bien, acumulad para vosotros tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan o roban. Porque, donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (vv. 19-21)

«No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones socavan y roban». Jesús pide a sus discípulos que no acumulen tesoros en la tierra. Los «tesoros» de la tierra se concretan en dinero, bienes materiales o riqueza. ¿Por qué no hemos de acumular tesoros en la tierra? Por dos razones. En primer lugar, porque los tesoros de la tierra son corruptibles y perecederos. Están sometidos a una corrupción, simbolizada por la polilla y el orín. Ningún tesoro de la tierra podremos disfrutarlo más allá de la muerte. En segundo lugar, la posesión de tesoros en la tierra genera la envidia y el deseo de ladrones, que actúan violentamente socavando y robando lo que pueden. No es posible acumular riqueza en la tierra con paz y tranquilidad.

«Acumulad más bien para vosotros tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan o roban». Acumular tesoros «en el cielo», es decir, en Dios, no es destruirlos o sacrificarlos para gloria de Dios, sino saber compartirlos con los campesinos pobres que se están quedando sin tierras. Es sencillamente hacer lo que Jesús dice a un hombre que poseía muchas riquezas: «Una cosa te falta: vete y vende lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme» (cf. texto n. 6).

«Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón». Con estas palabras concluye Jesús su llamada. El término griego kardía no indica la sede de los afectos, sino la fuente de las decisiones del ser humano, el centro de su personalidad, su vida interior. Esto es lo que Jesús quiere decirnos. Si tú centras tu corazón en lo que es perecedero y enfrenta a unos hombres con otros, estarás orientando tu vida hacia el fracaso. Si, por el contrario, centras tu corazón en el amor solidario, compartiendo lo tuyo con los pobres, estarás orientando tu ser hacia la vida.

Podemos decir que Jesús no fue un campesino revolucionario, líder de un movimiento de liberación desde los pobres para transformar así la vida económica y social de su tiempo. Jesús buscaba la dignidad de los campesinos, expulsados de sus tierras, para introducir un cambio radical en la manera de entender la vida y de promover unas relaciones más humanas. Se esforzaba para que todos aprendieran a ayudarse unos a otros, compartiendo sus bienes con los más pobres y necesitados de Galilea, en un momento en que el Imperio romano y los poderosos terratenientes les estaban despojando de sus propiedades. Jesús actuó siempre como un profeta que se sentía enviado por el Espíritu de Dios para abrir caminos a su proyecto humanizador del reino de Dios.

2. «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es sano, todo tu cuerpo será luminoso; pero, si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará en oscuridad. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!» (vv. 22-23)

 

«La lámpara del cuerpo es el ojo». La lamparita que tenían los campesinos de Galilea en su casa era el único utensilio para poner luz en medio de las tinieblas de la noche. En el antiguo Oriente, el ojo era considerado como la pequeña lámpara que permite al hombre moverse con luz y claridad en su entorno. Entendido así, el ojo no se limita a «ver» pasivamente, sino que es capaz de alumbrar al hombre entero. Jesús lo utilizará metafóricamente como la capacidad que hay en el ser humano para vivir con lucidez y responsabilidad.

«Si tu ojo es sano, todo tu cuerpo será luminoso; pero, si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará en oscuridad». Para saber bien dónde y cómo hemos de acumular tesoros, es necesario tener ideas claras. La advertencia de Jesús viene a decir algo muy sencillo. Si tu ojo está sano, podrás ver y moverte con lucidez, pero si tu ojo está enfermo, te quedarás sin luz, ciego, en tinieblas: vivirás a oscuras. De la misma manera, si en ti hay luz interior, podrás ver con claridad que solo es sensato acumular tesoros en Dios y vivir compartiendo lo tuyo con los pobres. Pero si en ti hay ceguera y careces de luz interior, vivirás a oscuras, acumulando tesoros en la tierra, actuando de manera egoísta, movido por la avaricia y la codicia, incapaz de compartir nada con los más pobres y necesitados.

«Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá !». Si la oscuridad física de un hombre ciego despierta horror en cualquiera, qué horrible será vivir sin luz interior o, más gráficamente, con la luz interior convertida en oscuridad, sin capacidad para discernir el bien del mal, sin lucidez para captar el disparate que es acumular tesoros en la tierra y el acierto de vivir acumulando tesoros en Dios, compartiendo así nuestros bienes con sus hijos más pobres y necesitados.

3. «Nadie puede servir a dos señores: porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y despreciará al segundo.

¡No podéis servir a Dios y al Dinero!» (v. 24)

Jesús comienza imaginándose a alguien que quiere servir a dos señores que tienen intereses absorbentes y, al mismo tiempo, radicalmente opuestos. Pronto se da cuenta de que es imposible servir a los dos, «porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y despreciará al segundo». Esta imagen le sirve a Jesús para afirmar con todas sus fuerzas y de modo solemne:

«No podéis servir a Dios y al Dinero». Para hablar del dinero, Mateo emplea un término arameo que era muy popular en tiempo de Jesús: mammona. Significa «riqueza», pero «riqueza» divinizada, el dinero convertido en ídolo, el dinero entendido y vivido como sentido y meta absoluta de la vida. Para Jesús, el primer ídolo, el más opuesto a Dios, es Mammona. Dios es fuente de vida, y el dinero idolatrado es destructor; Dios lleva a la solidaridad y la ayuda a los más pobres y necesitados; el dinero separa, divide a la humanidad y mata.

4. Preguntas que no queremos hacernos

La pandemia de covid-19 está hundiendo en la crisis económica a infinidad de gentes de todos los países. El miedo al futuro, la incertidumbre de las familias, el hambre, la miseria y la desnutrición se están apoderando de los que ya eran pobres antes de llegar la pandemia.

Los que no nos sentimos amenazados no podemos vivir indiferentes ante el empobrecimiento en que van cayendo familias enteras, lejos o cerca de nuestro entorno. Los que nos decimos seguidores de Jesús no podemos seguir viviendo en la Iglesia sin hacernos algunas preguntas:

¿Por qué hay personas que todavía mueren de hambre si Dios pone en nuestras manos una Tierra que tiene recursos suficientes para todos?

¿Por qué hemos de aceptar como algo normal e inevitable un sistema económico que, para lograr el mayor bienestar posible para una minoría de privilegiados, va hundiendo a inmensas mayorías en el hambre, la miseria y la desnutrición?

¿Por qué hemos de alimentar el consumismo como estilo de vida si está generando en nosotros una «espiral insaciable» de necesidades artificiales que nos van vaciando de sensibilidad humanitaria?

¿Por qué hemos de ser competitivos antes que humanos? ¿Por qué la competitividad tiene que marcar las relaciones entre las personas y entre los pueblos, olvidando cada vez más la solidaridad?

¿Por qué «hacer dinero» se ha convertido para muchos en una especie de deber? ¿Por qué hemos hecho del dinero un ídolo en quien creemos, a quien amamos y servimos, sin querer ver que nos está deshumanizando cada vez más a todos?

MEDITAMOS

Hemos leído las advertencias y llamadas que hace Jesús a sus discípulos para que no hagan del Dinero un ídolo deshumanizador que los aleje de Dios y de los más pobres y necesitados. Vamos a meditar ahora sus palabras para escuchar el mensaje que nos dirige a cada uno de nosotros.

1. «No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra […] Acumulad tesoros en el cielo» (vv. 19-21)

«No acumuléis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corroen, y donde los ladrones socavan y roban».

Escucho atentamente estas palabras que ahora Jesús me dirige a mí…

– ¿Me atrae hacer dinero…? ¿Se está convirtiendo para mí en el objetivo más importante de mi vida…?

– ¿Soy consciente de que el dinero puede hacerme daño a mí y a mi familia, creándonos envidias y quebraderos de cabeza…?

«Acumulad más bien para vosotros tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan o roban».

Escucho estas palabras de Jesús y trato de entender qué me quiere decir a mí…

– ¿Estoy ahorrando y acrecentando riqueza sin plantearme ayudar cada vez más a los necesitados?

– ¿Qué haría Jesús si tuviera el dinero y los bienes que tenemos en mi familia…?

«Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón».

Escucho estas palabras que Jesús me dirige personalmente a mí…

– ¿Dónde tengo el corazón…? ¿En mis bienes… mi dinero… mi bienestar…?

– ¿No pongo nunca mi corazón en los que, en estos tiempos difíciles, se están quedando sin trabajo… sin un futuro seguro…?

2. «Si tu ojo es sano, todo tu cuerpo será luminoso […] Si tu ojo está malo, todo tu cuerpo será oscuridad» (vv. 22-23)

Leo estas palabras y reflexiono sobre mi modo de vivir…

– ¿Reflexiono alguna vez sobre mis bienes y mi dinero, para tener ideas claras y poder actuar de un modo humano y cristiano…?

– ¿Prefiero vivir ciegamente para no plantearme problemas ni quebraderos de cabeza…?

3. «No podéis servir a Dios y al Dinero» (v. 24)

Escucho y medito estas palabras que Jesús me dirige ahora a mí…

– ¿Pretendo servir a Dios y al Dinero engañándome a mí mismo y alimentando solo mi bienestar…?

– ¿En qué he de cambiar para servir a Dios con más verdad…?

ORAMOS

Hemos meditado las advertencias y llamadas que nos hace Jesús a cada uno de nosotros para que no nos dejemos engañar por la atracción del Dinero, sino que sepamos compartirlo con los pobres y necesitados. Ahora vamos a responder a Jesús dialogando sinceramente con él. Algunas sugerencias para quienes deseen un punto de partida.

– Jesús, tengo que confesarte que el dinero me atrae, aunque no tengo muchos bienes como para que sea un ídolo para mí… Lo que necesito es ser más generoso con los necesitados… Jesús, ayúdame a ser más desprendido…

– Jesús, me estoy dando cuenta de que estoy muy apegado al bienestar… No me falta de nada… No pienso en los más pobres… Jesús, sacude mi conciencia… Ayúdame a cambiar…

– Jesús, no soy muy rico… pero podría ayudar más a los pobres y necesitados… Me tranquilizo pensando que he de preocuparme por el futuro de mis hijos en estos tiempos difíciles… Jesús, tu mensaje me crea malestar… Perdóname… dame fuerzas para cambiar…

– Jesús, conozco a familias que se han quedado sin trabajo y han tenido que acudir a Cáritas para comer… Quiero plantear a mi familia qué podemos hacer por ellos… Jesús, danos luz y fuerza…

– Jesús… en mi familia vivíamos bien… pero nos estamos quedando sin medios para vivir… No sé lo que es vivir pobremente… Jesús, que no perdamos la esperanza… No nos dejes de tu mano…

CONTEMPLAMOS

Jesús nos invita a que no sirvamos al Dinero, sino a Dios, ese Padre que siente predilección por los más pobres y necesitados. Vamos a permanecer en silencio ante ese Dios rogándole por los pobres. Algunas palabras de los Salmos para preparar nuestro corazón.

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