Loe raamatut: «1785 motivos por los que hasta un Noruego querría ser Español»
Colección ‘1785 motivos’ de Proyecto 1785 España es más, S.L.
Rafael Calvo, 42. 28010 Madrid (España)
Tel. 662 671 518
info@1785.es - www.1785.es
© De esta edición:
Proyecto 1785 España es más, S.L.
© De los textos:
Sus autores, 2016
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del «copyright». Reservados todos los derechos, incluido el derecho a la venta, alquiler, préstamo o cualquier otra forma de cesión de uso del ejemplar.
ISBN: 978-84-09-24756-1
Idea original y coordinación: José María Moya
Diseño de portada: José María Moya y Rafael Rodríguez (Sngular)
Primera edición: noviembre 2016
Segunda edición: diciembre 2016
Tercera edición: febrero 2017
Cuarta edición: diciembre 2017
Quinta edición: enero 2018
Sexta edición: junio 2018
Séptima edición: septiembre 2019
Participa: si tienes algún «motivo» que crees que pudiera ser incluido en futuras ediciones o si consideras que alguna de las informaciones aquí recogidas fuera errónea o inexacta, escríbenos a esta dirección de correo: 1785motivos@1785.es.
Realización ePub: produccioneditorial.com
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
CRÉDITOS
LA ESPAÑA DE MIS AMORES
ESPAÑA: GANAR O PERDER
ESPAÑOLES POR EL MUNDO, HOY
INTRODUCCIÓN
1785 MOTIVOS
INVENTOS
CIENCIA Y TECNOLOGÍA
HISTORIA
ARQUITECTURA
LENGUA Y LITERATURA
NATURALEZA
MEDICINA
ARTE
GASTRONOMÍA
TURISMO
PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
DEPORTE
MÚSICA
CINE
ARTES ESCÉNICAS
PATRIMONIO MONUMENTAL
EMPRESAS
EMPRENDEDORES
MODA
FILOSOFÍA
SOLIDARIDAD
CIVILIZACIÓN
MOTIVOS SUBJETIVOS
EPÍLOGO
PROYECTO 1785
FORMA PARTE DEL PROYECTO 1785
EQUIPO Y AGRADECIMIENTOS
BIBLIOGRAFÍA Y FUENTES
CONTRAPORTADA
LA ESPAÑA DE MIS AMORES
Luis del Olmo
Periodista
Cada español lleva una España inserta en su corazón. Mi España es una gran familia a la que durante más de cuarenta años le he estado dando los buenos días. Cada mañana, cuando se abría el micrófono, mis primeras palabras eran estas: «Buenos días, España», y siempre he tenido la sensación de que nuestra querida España respondía al saludo.
Para los que estudiamos Historia en tiempos pretéritos, el concepto de España era tan indiscutible como inamovible. ¿España? España siempre había estado ahí. Estuvo cuando aún no se llamaba España, cuando se la conocía como Iberia, la tierra de los íberos, aquellos antepasados nuestros que se enamoraron de un río cántabro y lo consideraron como un dios, el dios Ibero, el dios Ebro. Nadie nos dijo en nuestros años escolares que el concepto de nación era demasiado alambicado en una época en la que aún no estaba claro ni siquiera el concepto de tribu.
España se ha hecho poco a poco, se hizo primero como territorio y se acabó de cohesionar como un todo, hasta llegar a ser una nación, pero tampoco una nación granítica y uniforme, sino una realidad más compleja.
Su unidad descansa precisamente en el reconocimiento de esta diversidad. La historia ha sido testigo. España ha ido construyendo su unidad respetando la identidad de todas sus partes.
Desde que está vigente nuestra Constitución, España ha protagonizado la mayor descentralización que se ha conocido en Occidente. Y lo hicimos sin rupturas, sin graves conflictos, con el consenso de toda la sociedad. Este fue nuestro auténtico milagro español. Muchos observadores pensaron que estábamos levantando castillos en el aire, nadie preveía que el modelo autonómico tuviera tanta aceptación.
La clave de la unidad, dentro de la diversidad, radica en el pacto y el consenso. No hay más horizonte que la convivencia, no hay más receta que la tolerancia. Pactar quiere decir ceder, negociar, quiere decir convivir. Y convivir quiere decir respetar la identidad en un marco de libertad y solidaridad. Pero también quiere decir aceptar la complejidad de la pluralidad, y aceptarla en todas las direcciones en las que esta complejidad se manifiesta. Y este no es un ejercicio fácil.
Lo importante no es perder el tiempo en intentar definir lo que somos. La verdadera definición es la de nuestros actos. Somos lo que hacemos.
Cuando realmente progresa la ciudadanía es cuando progresa y se hace mejor un país. Tengo fe en el futuro. La España de mañana será un país curtido, que ha sabido sacar lecciones de la crisis. La nueva España será un país respetuoso con el medioambiente, con un consumo sostenible, un país que posea los mayores índices de productividad y de competitividad de su historia, un país donde, en vez de grandes hazañas de conquistadores imperiales, abunden las hazañas cotidianas de anónimos conquistadores empresariales. La España que viene será la España hábil, creativa, dinámica, divertida y acogedora.
Es hora de afirmarnos como un pueblo abierto a todos los vientos de la historia con ciudadanos conscientes y orgullosos de su pertenencia. Lo nuestro es mucho más que un país, es un estilo de vida, lema de este interesante proyecto, 1785, cuya primera piedra es este libro que pone en valor todo lo positivo que hemos construido y que tenemos como sociedad.
Luis del Olmo
ESPAÑA: GANAR O PERDER
Raúl Peralba
“Gurú” sin pretensiones; pero muy vocacional
Tú mismo, tanto como cualquier persona en el universo,
te mereces amor y afecto.
Buda (563-483 a. C.)
¿Podríamos imaginar una gran empresa, institución o, incluso, un grupo familiar o de amigos en el que los miembros tuvieran mayoritariamente una “actitud de desaliento o pesimismo en cualquier propósito común”? El Dicc. de la RAE los definiría como “derrotistas”. ¡Sería una actitud muy poco inteligente!
Así pues si hacemos una analogía entre un país o una región y una “corporación” cuyos miembros son socios y empleados y su objetivo es aumentar el bienestar de todos ellos; no parece sensato pasarse el día despotricando ante propios y extraños sobre ellos mismos. Es como si los accionistas y empleados o miembros de ZARA, Mercadona, Iberia, Telefónica o los estudiantes de una universidad o escuela de negocios, se dedicaran a destacar lo negativo y ocultar lo positivo del grupo y/o de sus otros miembros. Precisamente, está demostrado que las que tienen mayor éxito son aquellas en las que sus miembros están orgullosos de formar parte del equipo y que lo manifiestan, siempre que tienen la ocasión, con entusiasmo y disfrutan poniendo en evidencia su pertenencia.
España ha sido siempre mucho mejor que la imagen que ha logrado proyectar. Las percepciones han estado y siguen estando por debajo de la “realidad real”. Somos los propios españoles los más derrotistas, es decir pesimistas en cualquier empeño con nosotros mismos. Lo corroboran estudios internacionales muy serios; España es una de los países más ingrato consigo mismo comparando con la imagen que tienen de nosotros en otros lugares. Y aun así también los extranjeros tienen una imagen de España bastante por debajo de lo que es el “producto” en la realidad real. Ya lo decía Nicolás Maquiavelo:” Pocos saben lo que somos; pero todos lo que parecemos”. Y lo que “parecemos” depende de nosotros y de nadie más.
¡Ese es el diagnóstico, nos hace falta el “médico” y el tratamiento!
No hay duda que España es uno de los países del grupo de los Top15 en base a valores objetivos (PIB, Inversión internacional, empresas globales, Export-Importación, etc.); pero nuestra imagen es percibida bastante más atrás de lo que nos merecemos, especialmente entre los líderes de opinión cuando hablan de nosotros desde la perspectiva empresarial.
Bastante trabajo tenemos si queremos mejorar esa situación para que nosotros mismos la compliquemos. Es claro que, lamentablemente, en nuestro país, por alguna razón inescrutable, no nos caemos bien a nosotros mismos y menospreciamos todo lo que tenga que ver con “España”; tanto los atributos valores y beneficios que la distinguen, como los símbolos que los representan. ¡Eso es lo primero que tenemos que corregir! De eso trata el Proyecto 1785.
Hay que aclarar primero que se trata de un problema muy complejo con muchas variables difíciles de controlar. Aunque es sorprendente ver con que facilidad “expertos” sin experiencia ofrecen análisis y respuestas aparentemente certeros, sobre algo tan complejo, con un reduccionismo conceptual y la temeridad intelectual de resumir el problema en unos rankings elaborados muchas veces con muestras, poco representativas, de individuos sin poder de decisión que no tienen ni idea del país sobre el que opinan. Los gobiernos y grandes empresas siguen financiando estudios que sirven solo a fines mediáticos, y no ayudan a tomar decisiones para mejorar la competitividad.
La referencia para recomendar o pedir algo o alguien es el ser ideal que cada uno construye en su mente y le asigna atributos, valores y beneficios que espera obtener. ¡Es la marca! Ese “Objeto, fenómeno o acción material que, por naturaleza o convención, representa o sustituye a otro” (Sic DRAE) Y la “marca-lugar” debe comenzar a construirse en “casa”. Tenemos que transformar 46 millones de derrotistas en 46 millones de optimistas convencidos.
Este es un asunto del que algunos nos ocupamos, y por el que nos preocupamos, desde hace años. Ya en Mayo 2006 publiqué en CINCO DIAS el artículo “Para el ‘Made in Spain’ hay que comenzar en casa”. Creo que fui de los primeros en ponerlo en evidencia; aunque me hicieron poco caso. Para mejorar una marca lugar lo primero es informar y motivar a los habitantes de los éxitos y avances propios para que se sientan orgullosos de ser parte integral de esa referencia. Hay que trabajar para seamos muchos más los “optimistas” que los “derrotistas”.
No se puede olvidar que, aplicada a un lugar o país, la marca es la imagen del lugar o país en la mente de sus propios ciudadanos y los de otros países. Si unos y otros la perciben con atributos atractivos, sustentados por valores positivos y la promesa de “beneficios” útiles para ellos, entonces aceptarán y promoverán lo que se les ofrece; inversión, talento, turismo, productos o servicios.
Y en un mundo global de competencia “despiadada” una marca país bien posicionada es clave para influir, competir y lograr el progreso de sus ciudadanos apalancado en su éxito internacional. Aquí está la gran debilidad de la “España” no hemos trabajado bien este asunto, ni dentro ni fuera. Lo certifica el informe del Reputation Institute en su informe Global Reptrak® 100 Report: España es uno de los países que más cae en el ranking de reputación cuando la valoración la hacen los propios españoles. Esta es la actitud a cambiar. Hay que transmutar a los españoles…
Puede que el Mariscal Ott Von Bismark tuviera razón cuando dijo “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a si misma y todavía no lo ha conseguido”.
Es imprescindible que cambiemos de actitud, no sea que Von Bismark se haya equivocado y terminemos destruyéndonos a nosotros mismos… Seria mucho mejor que entre todos hiciéramos que la segunda parte de su frase fuera: “España…Lleva siglos queriendo mejorarse a si misma y lo ha conseguido”.
Los que participamos en el Proyecto 1785, estamos seguros que hay un gran número de españoles como nosotros, la mayoría, con muchas ganas de “salir de este armario”, para presumir de lo que somos y lucir los símbolos que nos representan.
Por eso en este libro hemos recogido, con la ayuda de unos cuantos “optimistas”, 1785 motivos para pensar “en positivo” sobre lo nuestro y sobre nosotros mismos.
Sintámonos orgullosos de ser españoles y dejémoslo claro dentro y fuera de España.
¡Que “España” gane o pierda lo tiene en su mano cada español! Como la Roja, cada crack haciendo su juego; pero todos en equipo…
Al final España somos todos; el resultado de un “estilo de vida” propio, inimitable y envidiado en muchas partes, incluso en Noruega...
Raúl Peralba (Alias: Ralph Whitestone)
www.positioning.ws / www.thinkingheads.com
ESPAÑOLES POR EL MUNDO, HOY
César Vacchiano
Ingeniero y analista
En 1785, el rey Carlos III decidió que era preciso diferenciar la bandera que ondeaba en los buques españoles, por la frecuente confusión que se suscitaba con ingleses y franceses, dada la presencia común de una simbología de «cruces». Nuestra bandera nace así en 1785 y nos ampara en el mundo.
En 2014, en Trondheim, encontré un joven muy dinámico que gestionaba la actividad digital de una red de hoteles en Noruega. Llevaba una cinta en la muñeca con la bandera española y, tras las primeras palabras en inglés, descubierto el origen común, me explicó su aventura profesional y cómo había conseguido ser mejor considerado que en su propia tierra; estaba convencido de que ser español es un asset y, sin duda, le ayudaba a «vender».
Con frecuencia muchos de nosotros hemos percibido la preocupación de líderes empresariales y sociales sobre las percepciones que suscita nuestro país y el efecto que provocan en diferentes ámbitos, con repercusiones en la relación internacional. Lo español se configura como un concepto de interpretación subjetiva, abordado casi siempre con interés y pretensiones de mejora, que no ha sido contemplado como objeto de gestión para contextualizar una ambición: capitalizar un activo inmaterial, que pertenece a todos los ciudadanos y que puede actuar como palanca favorable en las relaciones que nos vinculan con el mundo, al que hemos ofrecido y ofrecemos personas, talento y bienes reconocidos, que han construido una reputación basada en evidencias.
Los atributos reconocibles de España, referidos en todos los estudios de las instituciones y think-tanks que han estudiado nuestros valores, muestran acuerdos sobre:
Gente solidaria, buena para trabajar y bien formada.
Organizaciones rigurosas y eficientes.
Lugares agradables para vivir, con amabilidad.
Un patrimonio artístico y cultural de primer nivel.
Capacidades creativas en diversos ámbitos del saber.
Un país europeo, convencido del futuro de Europa.
Un líder de conocimientos en varias actividades: Sanidad, turismo, alimentos, moda, ferrocarriles, bioquímica, construcción, energía…
Con empresas competentes en prestación de servicios.
Y personas de talento que dan visibilidad a su éxito.
Estos atributos, y otros, derivados de una interpretación utilitaria de los anteriores, en conjunción con características personales o sociales propias del occidente latino, generan una percepción de gran país para vivir, quizás no tanto para trabajar o hacer negocios.
En mi deriva profesional para profundizar en el valor inmaterial de la marca como activo del negocio de cualquier empresa, he acabado convencido de que, sin cultivar la percepción, es imposible influir en la conducta. Por ello he trabajado en construir un modelo para la reputación de España como expresión de ese activo inmaterial, decantado durante siglos por generaciones sucesivas de españoles. En una visión actual, globalizada e hipercomunicada, hemos de ser capaces de identificar los componentes principales que definen su valor, seleccionar las variables que la dotan de contenido, los indicadores que facilitan la medición de su evolución y los procesos que orienten el consenso para una gestión descentralizada. Algo complejo, quizás muy influido por una mentalidad de ingeniero, pero imprescindible para dar contenido objetivo a un sentimiento, que cualquiera puede abordar desde una personalidad e ideología propias.
Sin embargo, esa percepción, cultivada o no con una estrategia de país, es un instrumento contributivo al bienestar general de los ciudadanos. Actúa como impulso previo en múltiples decisiones que nos afectan y genera repercusiones en lo económico y en lo cultural, llegando a convertirse en un parámetro del análisis social. Para casi nadie es dudosa la idea de que la percepción sobre España, en una visión globalizadora del mundo, puede contribuir a una mejora determinante del éxito de nuestras relaciones y de nuestro poder de influencia, que acaba traduciéndose en inversiones, exportación, visitantes y respeto institucional. Para un país que ha llegado a construir el 34 % de su PIB con contribuciones del exterior, estamos ante una necesidad que requiere, al menos, atención y conciencia de implicación por parte de todos.
Y esa es la cuestión principal. En qué forma nos sentimos con la fortaleza interior, con las convicciones que impulsen la seguridad y la proactividad en la proyección de nuestra naturaleza; del valor de nuestro origen y del potencial de éxito asociado con el mismo en el desempeño de nuestras actividades. Profesionales españoles alcanzan reconocimiento en su trabajo, como muchas de las empresas que compiten en una apertura al mundo sin precedentes, médicos, deportistas, funcionarios, militares, músicos, cocineros, artistas…, miembros de una sociedad moderna que solo se inquieta ante la calidad relativa de sus representantes en instituciones públicas de gobierno, un aparato hipertrofiado, en el que el ciudadano parece quedar subordinado al interés personal de quienes hacen de la política un objetivo de supervivencia.
Esta obra es un minúsculo ejemplo de los múltiples argumentos que pueden dar soporte a un sano orgullo por haber nacido en España. Somos menos del 1 % de la población del mundo, pero hemos influido en lo que son el 10 % de la misma. Nuestra lengua es la segunda en importancia en términos de utilidad franca y, para quienes hoy atraviesan años de juventud que inspiran el conocimiento del mundo, España es una prioridad. No estamos ante un adoctrinamiento interesado, ni en busca de réditos que favorezcan un bienestar personal; los motivos que se incluyen en las páginas que siguen son hechos, casi datos de una evolución colectiva que es, sin duda, una de las más ricas entre las que ofrece la humanidad.
El potencial colectivo está fuera de duda también. Construir la percepción exterior es una cuestión de Estado y ha de asumirse como una responsabilidad compartida tanto en el espectro temporal como en el ideológico. Porque, en cierto modo, cuando el antagonismo busca la destrucción del contrario para ocupar su posición, algo del ideario colectivo y del valor común a todos también se destruye.
Estos «datos» convertidos en argumentos para nuestra seguridad intelectual al disfrutar del origen español, no son únicamente herramientas para quienes asumen la acción exterior: embajadores, representantes públicos, empresarios, promotores de una presencia institucional o comercial, que han de favorecer expectativas de éxito en su misión. Son elementos para un orgullo de pertenencia, que nos permita agregar valor competitivo a las emociones y sentimientos arraigados con el origen y cultura próximos a cada individuo; los que han nacido de la familia, la escuela y el lugar que da origen a nuestra memoria. Porque son compatibles, pertenecen a la misma cadena de valor que conduce al reconocimiento ajeno, y quienes no construyen valor a lo largo de sus vidas, reducen el recuerdo y su significado para los que han de seguir, en una competencia continuada, en entornos más difíciles de comprender si no prestamos atención a la necesaria solidaridad con el pasado, que ha de permitirnos hacer más accesible el futuro.
Quienes hemos participado en esta obra nos sentimos parcialmente satisfechos y quienes juzguen la utilidad de nuestra selección podrán sumarse a esa satisfacción divulgando y promoviendo nuevos contenidos capaces de construir la reputación colectiva que nos merecemos; no solo por lo que hicieron nuestros ancestros hispanos, sino por lo que somos capaces de aportar ahora, desde cada perspectiva y personalidad individual, en un ecosistema de tolerancias fértiles.
No es casualidad que un convencido de su marca triunfe en Noruega con soluciones que nacen del conocimiento y del trabajo bien hecho.
César Vacchiano