Think Right: Falacias y Oxímoron para el bien pensar

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Think Right: Falacias y Oxímoron para el bien pensar
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Think right

Falacias y Oxímoron para el bien pensar

©2021 José Mora O

ISBN 978-607-99126-4-2

ISBN ePub: 978-84-685-6391-6

Primera edición, 2021

creación de contenido

Comunica México

editado en méxico

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Prólogo

Conocí a José Mora O por el año del 2002 y en nuestra primera conversación explotó de sus labios una frase que resonó con todo su sentido: “El camino de la iluminación está plagado de situaciones divertidas”. Y ante tal afirmación, mi respuesta, plagada de curiosidad, fue una pregunta: ¿cómo es que el camino de la iluminación puede ser divertido? “Por experimentar momentos como este en donde ahora conversamos y que miro tu rostro, al que presumo asombrado ante la inminencia de saber que basta este momento divertido para saber que ya estamos iluminados”.

Y atrapado por esta aparente fuga de sentido hacia los laberintos de mi mente, caí en la cuenta de que José se refería al eterno presente, a esa esfera donde la verdad es pura y que, al traducirse a través del código neutro que une la no dualidad a la dualidad por el intersticio de la conciencia plena, nos permite curiosear los detalles del espejo universal, del cual habrá que limpiar el vaho del sufrimiento para que nos muestre el verdadero sentido de la vida.

Cuánto espíritu manifestándose al olvidar, enmudecer y parar el río del pensamiento.

Aun en la no dualidad, no existe el olvido, toda vez que el reconocimiento nombra al ser que siempre ha sido.

Si la prosa vibra al ritmo del otro no lenguaje, encontraremos caminos puros.

En ellos impera la sustancia que no requiere ni la sintaxis ni la semántica, solo bautizarla con la implacable energía de la curiosidad, ese impulso divertido que le resta, casi hasta desaparecer, el peso de la inútil importancia, esa que le otorga una mayor relevancia a la forma, por sobre el vivir esencial.

Think Right representa textos plagados de pistas, de claves y señales que, alejándose de la literalidad del lenguaje, nos impulsan fuera de la caja cognitiva, nos conducen a vías poco exploradas de nuestras redes neuronales y las impulsamos a su funcionamiento, con lo que nos habilitamos para trasladarnos más allá de la significación literal y aún más allá de la reflexión. Pareciera que Think Right es un libro que, aplicando como analogía las películas de tercera dimensión que requieren un visor especial para apreciarlas con todos sus atributos, requiere del visor de la atención plena, ese ojo espiritual aliado de las experiencias integrales que nos habilita para llegar a las raíces de la comprensión, demoliendo las barreras de las expectativas y los caminos fáciles asfaltados por la cognición de la mente y del cuerpo.

Hay algunos aspectos en Think Right que parecen obvios al trasluz de un análisis racional, como lo es su prosa no literal, su abstracción y su brevedad. Sin embargo, todos estos atributos, más los que se le pudieran agregar desde esa posición observante de la semiótica, no resaltan el loable mérito de constituirse como un portal que, al traspasarse, todos los adjetivos carecen de sentido, salvo el intersticio mismo donde se disuelven dejando impecablemente intactos el amor, la compasión, la alegría y la ecuanimidad.

Para el sencillo tránsito que nos lleva a la experiencia de la consciencia pura, pero al cual no estamos habituados, Jose Mora O nos deja escrita la sinfonía de la deseada iluminación, en el cuaderno pautado que implica Think Right, sin que dicho título alcance a ser representativo de la preciosa joya cuántica que nos obsequia.

Y por último, entendido a rajatabla, atención plena implica diversión plena. La gran sonrisa espontánea y sincera que proviene del gozo del ser, del regocijo por la vida que se desviste de los ropajes condicionados del sufrimiento.

Invitados están a la magnificencia.

Tenzin Tailku

Introducción

Pensar no es solo el acto automático de dejar aparecer los borbotones de ideas, palabras o imágenes que surgen de algún lugar de mi mente. Pensar no es solo el factor que completa mi triada cognoscente junto con el lenguaje y la memoria. Pensar también implica la intención y el enfoque, la conjugación del orden que podemos anteponer al caos.

Pensar es tomar el pincel, la paleta y los colores, para dirigirme al lienzo donde pinto mi mundo. Pensar es mirarme al espejo y ver reflejados mis emociones y mis sentimientos desde donde decido sufrir o ser feliz.

El bien pensar solo es una de las posibilidades de sus dos polaridades y la diferencia se apalanca en la consciencia. Una consciencia que dirime la amplitud de mi influencia y el poder de mi aceptación a lo que es.

En 1977, cuando era estudiante de la escuela preparatoria de Jalisco, no poseía un hábito por la lectura. Mi contacto con los libros era meramente de consulta obligada. Por esto, una consecuencia lógica era que mi cosmovisión estuviera limitada al “deber ser” inculcado por mis padres y mi familia, con algunos matices en las influencias de mis maestros y mis compañeros de escuela. Nada más allá. Entonces experimenté dos momentos, casi simultáneos; el primero correspondiente a una experiencia interna y el segundo ocurrido en mi vida cotidiana, los cuales provocaron una especie de chispazo en mis formas de experimentar la realidad, lo que detonó una transformación que hasta la fecha sigue en curso y me conduce por la convalidación permanente del cambio con el que me convierto en mí mismo.

El primer momento fue una noche de insomnio. No pude conciliar el sueño por un par de horas y traté, de forma intuitiva, de relajarme a través de respiraciones profundas.

No tuve consciencia del instante cuando tuve la visión de que el horizonte oscuro detrás de mis párpados mostraba una línea azul turquesa, brillante, la cual se abrió cadenciosamente y surgió un paraíso con plantas exóticas, una cascada briseando junto al viento cómplice para hacer posible un arcoíris transitado por parvadas imposibles. En ese estado comencé a escuchar una voz que repetía con insistencia: “Pronto te conectarás y verás la verdad”. La experiencia terminó con el repentino cierre del horizonte para en seguida despertar con una sensación entremezclada de alegría e incertidumbre ¿Qué me sucedió? ¿Qué experimenté?

La segunda experiencia, si no hubiese existido la primera, no tendría el sentido que posteriormente tuvo. Fue una manifestación pura de sincronicidad.

Mi barrio era el centro de la ciudad de Guadalajara, Jalisco, México. Un barrio vivible y muy disfrutable en aquellos años y que hoy se ha transformado en un híbrido carente de identidad estable. Me gustaba recorrerlo una y otra vez, tal vez en búsqueda de recordar algo que detonara mi propósito. Los pasajes subterráneos de las avenidas Juárez y 16 de septiembre seducían a quien tomara ese atajo con la intención de dar con una deliciosa copa espigada llena de frutas con semillas y miel de abeja (escamochas), y si de buscar un momento de paz se tratara subir a la segunda planta sobre la esquina sur poniente y tomar un café o un sándwich en el café “Los locos”. No quiero dejar de mencionar el alto obligado en la plaza de armas para tomar un respiro en la comodidad de sus bancas o dejar que un excelente limpiador de calzado (bolero) cumpliera con el doble propósito de limpiar y dejar relucientes los zapatos y a la vez recibir un exquisito masaje de pies, incluida una conversación interesante durante todo el proceso, todo en las tradicionales sillas altas.

En esos días, caminando de regreso a mi casa por la calle Pedro Loza, instintivamente miré por la vitrina de un local de libros de segunda mano a la vez que me preguntaba: ¿Será esto un negocio? Reconocí a una persona que desde adentro levantó la mano en señal de saludo. Era el maestro Margarito, quien un semestre anterior me había dado clases de filosofía. Por supuesto, entré a saludarlo. Me confirmó que ese negocio era suyo y que además de ofrecerle ganancias suficientes para sus necesidades, le regalaba la infinita gracia de tener “un universo a su disposición”. “Pase a echar un vistazo, compruebe lo que le digo”, me dijo. Con curiosidad genuina y ante su complacencia, me permití recorrer por un rato los pocos estantes del local.

Deben haber pasado entre cinco y diez minutos, cuando me topé con un pequeño librito que parecía más bien un folleto de cincuenta páginas a lo sumo. El librito lucía desgastado y rayado, con muchas anotaciones al margen: parecía haber pasado ya por varios dueños. Con curiosidad, comencé a hojearlo. Una frase llamó mi atención, quizás por extravagante: “Somos el producto de nuestros pensamientos”. El libro en cuestión era El secreto más raro, de Earl Nightingale. Deduje que la frase resumía el gran secreto mencionado en el título. Pues sí, “muy raro”, pensé para mí mismo y dejé el libro en el estante. Al despedirme, mi maestro me dijo “¿Por qué no se lleva el libro? Ese libro tiene una especie de magia y es un ejemplar escaso”. Y más por un acto de cortesía o en palabras más claras por “quedar bien con el maestro” pregunté cuánto costaba. “Si de verdad lo quiere, se lo dejo en 5 pesos”.

En esos años yo era aficionado a la lectura de un cómic, Fantomas, cuyo ejemplar valía dos pesos. Dada esta referencia, el precio me pareció razonable, sin embargo, sumido por mis ecuaciones mentales de ese tiempo, cuestioné la utilidad de la compra y dando las gracias salí del establecimiento sin comprarlo.

 

Mi vida continuó prácticamente sin cambios mayores. La experiencia vivida con mi exmaestro de filosofía se diluyó con el paso de los días. Unas semanas después, coincidente con el periodo de vacaciones escolares, recibí una invitación de mi padrino de bautizo, Sebastián, hermano de mi madre, para acompañarlo a hacer un viaje por carretera de Guadalajara hasta Cananea, Sonora. El viaje era de trabajo, toda vez que laboraba para la compañía Cyanamid de México, reconocida en ese tiempo por vender laminados de la marca Formica. Su ruta a cargo era la correspondiente al Pacífico, por lo que entre las ciudades por visitar estaba Tepic en Nayarit; Mazatlán y Culiacán en Sinaloa; Ciudad Obregón y Hermosillo en Sonora. Parte relevante de este relato es que sería mi primer viaje a muchas de estas ciudades, y dado que mi madre y su familia eran oriundos de Sinaloa, se sumó un doble atractivo a la invitación.

Salimos de Guadalajara y comenzamos a conversar bajo una dinámica que claramente correspondía a un escarceo para reconocer nuestras mutuas cosmovisiones particulares. Aun siendo parientes cercanos, al menos para mí no resultaba tan obvia su manera de ver el mundo. Mi actitud ante mi padrino era de mucho respeto pues me importaba mucho la imagen que él tuviera y confirmara de mí.

La parte crucial de la conversación entre Guadalajara y la primera escala, Tepic, fue cuando me preguntó qué tipo de lectura prefería. Mi discurso de respuesta no pudo ir más allá que la realidad, confirmándose que no había desarrollado el hábito por una lectura digamos “cultural”, sino una lectura superficial compuesta principalmente por revistas: Selecciones del Reader ‘s Digest, Mecánica Popular, Life y por mi cómic preferido, Fantomas. Él, como aun teniendo la esperanza de que este inventario pudiera ser mayor inquirió “¿Y algún clásico o alguna novela?” Mi respuesta fue concluyente. Nada de eso.

Cuando llegamos a la ciudad de Tepic, mi padrino atendió de forma directa los asuntos de esa ciudad y luego, por consenso, visitamos a unos familiares que nos invitaron a comer. Por la tarde, conociendo los movimientos y lugares de la ciudad, fuimos a las afueras de un mercado en donde había un tianguis permanente de libros usados. “Recorre los puestos y escoge dos libros, te los voy a regalar. Te recomiendo que escojas libros que te hablen. Deja que ellos decidan por ti”. Así de clara y enfática fue su recomendación.

Eran solamente cinco puestos con libros acomodados en el piso, distribuidos sin criterio alguno. Al principio no tenía ni una idea sobre qué elegir. Buscaba algún título que me dijera algo, que me fuera familiar. Y al no tener ningún punto de referencia, me sentí francamente ignorante.

Vencí al impulso de decirle a mi padrino que no sabía ni cómo escoger algo, que mejor ni desperdiciara su dinero, y traté de concentrarme en algún título. Pasé mi vista verticalmente y me topé con algo que parecía una buena opción: Visión de los vencidos: Relaciones indígenas de la conquista de Miguel León Portilla. Lo abrí al azar y decidí elegirlo. Casi enseguida, una vez rota la barrera de la primera elección, comenzaron a brotar de entre la mar de libros títulos muy interesantes. Casi literalmente, saltó frente a mí el libro de Isaac Asimov, Los egipcios, El Estilo Personal de Gobernar de Daniel Cosío Villegas, y Un hombre acabado de Giovanni Papini. En total elegí seis títulos, al mostrarlos a mi padrino comentó: “Muy bien, pero te regalaré solo dos. Elige a sabiendas de que con su lectura obtendrás un cambio muy profundo en tu manera de pensar y de ver el mundo que te rodea”.

Entre todos, escogí el de Miguel León Portilla y el de Giovanni Papini. Ya con ellos bajo mi custodia, mi padrino soltó la sentencia: “Elige cuál leerás primero, pues en el camino de regreso me lo irás comentando”. Sin tener siquiera la intención, mi padrino me dio una de las primeras grandes lecciones de mi vida. En cada una de sus frases hubo aprendizaje y un sólido impulso para crecer.

De estos eventos han pasado más de cuarenta años y, sin lugar a duda, esos momentos cambiaron el rumbo de mi vida. Descubrí el multiverso de los libros. Construyendo pilas de reflexiones y nuevas formas de mirar el mundo y mi interior, desde aquel día que las estrellas brillaron alineadas a mi favor, cada autor fue habitando mi mente.

Un tiempo después de estos primeros contactos con el mundo del conocimiento, regresé a la tienda de libros usados del maestro Margarito. Como si el tiempo no hubiese transcurrido, lo encontré igual de dispuesto. Le pregunté por El secreto más raro, el libro que había quedado pendiente y del que ya saboreaba su lectura desmenuzada en búsqueda de mayores pistas de por qué el autor afirma que somos el producto de nuestros pensamientos. Y como sucede cuando dejas pasar las oportunidades, llegué tarde.

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