Una ecología integral

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Una ecología integral
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PRESENTACIÓN: Educación y ecología integral

Óscar A. Pérez Sayago

Secretario General CIEC

Con mucha alegría presento este libro, Una ecología integral, producto de un sueño de la CIEC (Confederación Interamericana de Educación Católica), mío propio y de Óscar Elizalde, de hacer del cuidado de la casa común un compromiso y desafío de la Escuela Católica de América. Gracias a Leonardo Boff por permitirnos traducirlo al español y acompañarnos en este camino de conversión ecológica. Igualmente, gracias a la Fundación Edelvives por caminar con la CIEC en este compromiso.

En la encíclica Laudato si’, el papa Francisco recuerda que «la educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con la naturaleza» (215).

A la crisis social mundial, profundizada y generalizada por la globalización del modelo hiperliberal de la economía que absolutiza el mercado, se agrega la profunda crisis ambiental que padece nuestro planeta y que amenaza de tal manera que nos llena de sobresalto y pánico por las consecuencias que a muy corto plazo puedan poner en peligro la misma supervivencia humana.

La Tierra entendida como un inmenso ser vivo está doliente y gravemente herida, y con ella la humanidad entera está mortalmente amenazada. «Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsale y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella» (LS, 1).

Parece como si el ser humano hubiese cambiado su misión de ser el ángel guardián de la creación por el papel de ángel exterminador. «Olvidamos que nosotros mismos somos tierra» (LS, 2).

La enumeración de los problemas o capítulos que configuran esta crisis los menciona el papa Francisco en Laudato si’, recordando lo que le está pasando a nuestra casa: la contaminación y el cambio climático, la cuestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social, la inequidad planetaria, la debilidad de las reacciones y la diversidad de opiniones.

En el centro de la economía, de la política, de la vida social, de la educación, de la teología misma, el papa Francisco nos invita a colocar la ecología como un nuevo paradigma, una comprensión global de la vida y del mundo, que exige una radical conversión y transmutación en cada uno de los campos de la vida humana, de nuestra mente, del corazón, de nuestras actitudes y prácticas.

La ecología se está convirtiendo en una clave interpretativa de la realidad en su conjunto. Se nos invita a apostar por otro estilo de vida y a redescubrir que todo está relacionado con todo. El tiempo apremia. Y esta vez no hay un plan B que pueda salvarnos. Tenemos que salvarnos todos, pues formamos una comunidad de destino Tierra-Humanidad.

A esta revolución y reconversión global Leonardo Boff y el papa Francisco le dan el nombre de ecología integral pero también, desde la encíclica Laudato si’, la llamaremos «conversión ecológica».

Se trata de dar en la Escuela Católica un nuevo sentido a nuestras relaciones con los demás y con la naturaleza. La conversión ecológica llevará a vivir una espiritualidad ecológica que busca crear una nueva alianza entre el ser humano y la naturaleza, para que no esté amenazado nuestro futuro como especie y desaparezca el peligro de extinción de la vida sobre la tierra; una nueva alianza que genere sentido de solidaridad con las generaciones futuras y que logre crear relaciones sociales dignas. Se trata de establecer vínculos de ternura, de cuidado, de inmensa fraternidad y solidaridad con aquello que antes considerábamos que estaba por debajo de nosotros, sometido a nuestro dominio y explotación y a nuestra disposición para manipularlo, y de plantearnos, por tanto, trabajar en comunión con la naturaleza y no en contra de ella.

La conversión ecológica nos propone recuperar la gracia originaria de comunión con toda la naturaleza existente. «Pues la ansiosa espera de la creación desea viviamente la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,19-21).

El cántico de las criaturas, de san Francisco de Asís, expresa maravillosamente las relaciones ideales a donde queremos llegar, con la nueva alianza que rescata la gracia originaria:

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,

especialmente el hermano sol,

el cual hace el día y nos da la luz.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna

y las estrellas; en el cielo las has formado claras, preciosas y bellas.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua, la cual es muy útil, humilde, preciosa y casta.

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,

con el cual alumbras la noche y es bello, alegra, robusto y fuerte.

Nuevamente profecía y educación se unen en un propósito común: el amor a la vida, la creación de una humanidad hermana entre sí y con todo ser viviente y con los elementos que sostienen y garantizan la vida.

Pero ¿cómo podremos vivir la relación entre educación y ecología integral?

En primer lugar, se nos impone toda una reconversión; se nos plantea a todos la necesidad de una revolución cultural, un cambio sustancial en la manera de experimentar la realidad y las relaciones humanas y con la naturaleza, una transformación en el modo de interpretar la vida, de vivir y de convivir.

En segundo lugar, se nos impone el paso del antropocentrismo al biocentrismo, es decir, pasar de una visión de los seres humanos como dueños y dominadores de la naturaleza a entendernos como seres entre los demás seres vivos, como seres que tenemos que vivir en armonía y comunión con el resto de la naturaleza, a entendernos a nosotros mismos como un elemento más en la naturaleza que tenemos que compartir, no dominar ni disponer de ella arbitrariamente a nuestro antojo; entender la vida humana dentro del conjunto universal de la vida en el cosmos.

El biocentrismo significa principalmente crear un conjunto de relaciones por las cuales todos los seres podamos tener garantizada la vida. Significa llegar a comprender el Universo como una unidad de vida, de la que participamos todos los seres que lo poblamos. En este camino al biocentrismo, la responsabilidad de la especie humana, a diferencia de las otras especies vivas, es la de administradora y guardiana de la naturaleza, por su capacidad de conocimiento, reflexión y predicción.

En tercer lugar, el camino hacia la conversión ecológica está señalado por la superación de la racionalidad instrumental, como único criterio de la acción humana, y la integración del pathos (sentimiento) y del eros (comunión afectiva y amorosa) también en las relaciones con la naturaleza.

El pathos nos conducirá a un modo distinto de relacionarnos con la naturaleza y el cosmos, a una manera de estar en el mundo y con el mundo; no sobre las cosas dominándolas, sino junto a ellas, como hermanos y hermanas en una misma casa común.

Esto significaría, a su vez, la recuperación del eros; el logro de una mayor unidad, sintonía y simpatía entre todos los seres de la naturaleza y el cosmos: de relaciones de cariño, ternura, de simbiosis.

La pedagogía de la Escuela Católica, al vivir la conversión y espiritualidad ecológica, nos induce a propiciar en el ámbito educativo una renovada mística de la creación y a reconocer nuestra autentica vocación de ser custodios de la creación.

ECOLOGÍA AMBIENTAL

La palabra ecología fue creada en el año 1866 por Ernest Haeckel, biólogo alemán, discípulo de Darwin. Definió la ecología como el estudio de las relaciones de todos los seres vivos y no vivos entre sí y con su entorno. Todos viven juntos en la Casa Común, que es la Tierra, y juntos se ayudan mutuamente para alimentarse, reproducirse y co-evolucionar. Es el llamado medio ambiente que, en verdad, es el ambiente completo porque abarca a todos los seres vivos.

En griego, a la casa se la denomina oikos, de donde se deriva la palabra ecología. Por lo tanto, se trata de entender que las rocas, los ríos, los océanos, los climas, las plantas, los animales y los seres humanos son interdependientes. Forman la comunidad terrenal que es la Casa Común y un gran sistema dinámico que se autorregula.

En los inicios, la ecología era tan solo un subcapítulo de la biología. Después, a partir de 1960, comenzó a ser un tema que preocupó a ambientalistas y a conservacionistas de especies en peligro de extinción, hasta transformarse, con la creciente degradación de la naturaleza, en un discurso político-ecológico. Hoy, tal vez es la más universal y la mayor fuerza movilizadora, porque tiene que ver con el futuro de la vida, del ser humano y del planeta Tierra.

La alarma ecológica ya tiene eco en todas partes. A través de las grandes instituciones que acompañan y monitorean el estado de la Tierra, los informes de los gobiernos y las advertencias de grandes nombres de las ciencias, tenemos conocimiento de escenarios dramáticos sobre el calentamiento global, debido al aumento de los gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono y el metano, entre otros; la desaparición de especies del orden de 70 000 a 10 000 al año; la escasez de agua potable; la desertificación de vastas áreas de la Tierra; la contami­nación del aire; el envenenamiento del suelo; y, no menos importante, la violencia en las relaciones sociales y las guerras entre pueblos con gran capacidad de devastación. Además, el ser humano creó para sí mismo una maquinaria de muerte capaz de destruir, de 15 maneras diferentes, a toda la especie humana y de dañar profundamente la biosfera.

 

Por esta razón, la Carta de la Tierra —ese importante documento de comienzos del siglo XXI, que representa lo mejor de la conciencia ecológica, humanística, ética y espiritual de la humanidad— dice que «estamos ante un momento crítico en la historia de la Tierra, en una época en la que la humanidad debe elegir su futuro. La elección es nuestra: o constituimos una alianza global para cuidar a la Tierra y cuidarnos unos a otros, o nos arriesgarnos a nuestra propia destrucción y a la destrucción de la diversidad de la vida».

La ecología es, por lo tanto, una respuesta a la crisis que abatió la biosfera, amenazando la supervivencia de la vida.

Para comprender la importancia de la ecología ambiental, necesitamos, ante todo, superar una visión reduccionista del medio ambiente; y luego, lograr una visión más integradora del planeta Tierra, que está formado por muchos tipos de medios ambientes —los llamados ecosistemas o biomas.

El medio ambiente, en primer lugar, no es algo que está fuera de nosotros y no nos concierna directamente. Pertenecemos al medio ambiente porque nos alimentamos con productos de la naturaleza: respiramos aire y bebemos agua (que corresponde al 70 % de nuestro cuerpo). En nuestro cuerpo y en nuestra sangre corren hierro, nitrógeno, magnesio, fósforo y muchos otros elementos físicoquímicos que también forman parte de todos los seres del universo. Basta con que ocurra un cambio de clima, o que haya un exceso de contaminantes en el aire, o pesticidas en los alimentos, para sentirnos afectados en nuestra salud. Formamos parte del ambiente y formamos, junto con los otros seres de la comunidad terrenal, el ambiente «entero», no solamente el «medio».

En segundo lugar, necesitamos enriquecer nuestra mirada sobre la Tierra. Ella no es sencillamente la composición de tierras altas, océanos, lagos y ríos. Esa es una lectura pobre. Es importante incorporar la visión que los astronautas nos transmitieron: desde sus naves espaciales pudieron ver la Tierra desde fuera de la Tierra. Quedaron profundamente impactados por su belleza azul-blanca y su fragilidad. Muchos testificaron: desde la Luna o desde nuestras naves no existe diferencia entre la Tierra y la humanidad, entre la Tierra y la biosfera. Formamos una única y radiante realidad.

Nosotros somos Tierra; somos Tierra que siente, piensa, ama, se cuida y venera. Por eso, hombre viene de humus, que significa ‘tierra fértil’. Por lo tanto, la vida no está solo en la Tierra ni ocupa partes de ella, la biosfera. La Tierra misma, como un todo, es un superorganismo vivo y se comporta como tal. Fue esta la conclusión a la que llegaron dos grandes científicos en la década de 1970: el médico y biólogo inglés James Lovelock, y la microbióloga Lynn Margulis. La Tierra es un superorganismo vivo que articula sistémicamente lo físico, lo químico, lo biológico y lo humano, de tal manera que se vuelve benevolente para la vida. Lovelock la llamó Gaia, el ente que expresaba, para los griegos, la Tierra viva y fértil.

La vida existe desde hace más de 3000 millones de años. En todo este tiempo, a pesar de que el sol era entre 30 % y 50 % más frío, la Tierra siempre ha garantizado el 21 % de oxígeno. El nitrógeno, fundamental para el crecimiento de los organismos vivos, es del orden de 79 %. El nivel de sal en los océanos se ha mantenido durante millones y millones de años en 3,4 %. Si subiera al 6 %, haría la vida imposible. Y así también todos lo demás elementos físicoquí­micos.

¿Cuál es el problema actual? El problema es que la regulación normal de la Tierra está fallando y se aproxima a un estado crítico en el que toda su vida puede estar en peligro. Por lo tanto, así como un médico se da cuenta de la gravedad de la enfermedad de su paciente por el nivel de fiebre que tiene, también los analistas del estado de la Tierra se dan cuenta de la alteración de su clima interno. Cuando se da la fiebre hay un límite que, si se excede, pone en grave riesgo la vida del paciente y puede morir. Lo mismo puede suceder con la Tierra. Por eso ahora no se trata tan solo de cuidar y proteger a los ecosistemas, sino de respetar su límite.

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