Loe raamatut: «Tastoanes de Tonalá», lehekülg 3

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Continuación de esta tradición

La danza de los tastoanes de Tonalá dejó de representarse en este lugar por un lapso de tiempo a fines del siglo XIX o inicios del XX; no se conocen los motivos de la prohibición, pero existe una anécdota familiar de Ambrosio López Fajardo y de su esposa Margarita Flores Aceves que, al parecer, explica la causa por la que se suspendió temporalmente esta tradición.

Los hechos ocurrieron en la plaza de Tetlán, municipio de Guadalajara. Isabel Cisneros, quien fuera la abuela del señor Ambrosio López Fajardo, platicaba el cambio que tuvo su apellido original; todo sucedió a finales del siglo XIX a raíz de que la abuela tenía un pariente llamado Inés Tiznado, a quien mataron un día cuando se representaba la danza de los tastoanes.

Un vecino de Tetlán, que le tenía mala idea a Inés Tiznado, le pidió prestado el capote a un tastoán de los que se presentaron en la danza. Este estaba representando a Santiago apóstol y cuando correspondía hacer la gesticulación de estar destazando a Santiago, tomó por sorpresa a Inés y le dio de garrotazos en la nuca. Su muerte fue instantánea. Desde entonces los sobrinos del occiso se cambiaron el apellido por el de Cisnado, que terminó en Cisneros.

Este suceso, aseguran, originó que se suspendiera la jugada de tastoanes en la región. Cuando se autorizó nuevamente su realización, las autoridades multaban a quien prestara los capotes de tastoán a personas que no formaran parte de la representación. Al parecer esta prohibición alcanzó a influir, por su cercanía, en localidades como Zalatitán, Santa Cruz de las Huertas, Tonalá y tal vez incluso Tetlán y San Andrés.

En 1923 resurgió en Tonalá en forma definitiva la danza de los tastoanes cuando Sebastián Ladino, uno de los viejos del pueblo, volvió a ensayarla para su representación. Hablar de su resurgimiento en Tonalá es volver a darle sentido a una de sus festividades más importantes, la dedicada al santo patrono. Año con año se realiza esta danza pagano-religiosa para honrar al abogado del pueblo.

Los tastoanes se representan en Tonalá en ocasión de la fiesta de Santiago apóstol, defensor de los españoles en el siglo XVI, protector de los cristianos en los momentos difíciles de la conquista de la Nueva Galicia. En Zalatitán se representan en los festejos de su patrona, la Virgen del Tránsito, y en Santa Cruz de las Huertas, en la fiesta del Señor del Buen Temporal.


Tastoanes chocando sus armas (Santa Cruz de las Huertas, ca. 1970). Autor desconocido. Colección Honoria Hurtado.

CAPÍTULO II
Contexto histórico
Batalla en Tonalá

En 1530, cuando llegaron los conquistadores españoles al occidente de México, esta región estaba habitada por una variedad de grupos indígenas, cada uno de los cuales hablaba su propia lengua. Los tecuexes y los cocas se encontraban en gran parte del actual estado de Jalisco y convivían en la provincia de Tonalá (Baus, 1982: 9). Aunque ambos grupos lucharon contra Nuño de Guzmán, el conquistador usó a los cocas para someter a los belicosos tecuexes.

Con el fin de que le tuvieran suficientes bastimentos para su gente y los animales, Nuño de Guzmán envió a Tonalá un mensajero, quien al llegar al pueblo dijo que los españoles «traían unos animales que corrían mucho, y los alcanzarían y matarían y comerían a bocados». La señora cacica le dijo que por su parte ella y sus tierras eran del emperador y tendrían todo lo necesario y que le diese dos días para comunicarse con sus capitanes y gente de guerra (Tello, 1968: 113-114).

Tonalá tenía por gobernante a una mujer llamada Cihuapilli Zapotzintli (noble mujer dulce zapote). Sus caciques y deudos se enojaron porque no se les había comunicado antes y sin saber su voluntad; ella dijo que ya había dado su palabra. Guiados por los indígenas de Tlajomulco, se dirigieron los españoles a Tonalá:

…mientras los capitanes se pusieron en un zerro alto, y vieron venir el campo tendido, tan grande que ponía espanto […] era más de lo que ella decía, […] le salieron a recibir más de tres mill yndios muy emplumados y galanes, con muchas danzas y bayles a su uso, y la Casica le mató un puerco y echó en barbacoa muchas aves de la tierra, y se lo presentó a la entrada del pueblo y servicio de yndias y doncellas (Tello, 1968: 114).

Nuño de Guzmán entró al pueblo de Tonalá en marzo de 1530. Cuando estaba con sus anfitriones a punto de comer, se escuchó un gran tropel y voces de los amigos que decían: «¡Arma! ¡Arma! ¡Enemigos! ¡Traición!». Era la gente de Coyula, que se dirigía armada a Tonalá y al parecer quería matar a la cacica. Entonces Nuño le dijo a ella que lo quería hacer caer en una trampa y era fingido el buen recibimiento (Tello, 1968: 115). Mientras tanto:

...los capitanes y gente de guerra de la nación tecuex[e], supieron que había venido Nuño de Guzmán con sus españoles y yndios mexicanos; se juntaron luego con los principales […] y con grandes exclamaciones decía[n] a voces: ya viene el Dios de los tlaxomultecas (Tello, 1968: 115-116).

En la plaza de Tetlán se empezó a escuchar:

...sabed que ya viene el Dios de los Tlaxomultecas; aparejaos, animaos y esforcaos, haced hondas para que ape[e]dremos al Dios de los Tlaxomultecas, porque esta arma es a la que más teme, y a éste hemos de procurar matar, […] hacer muchas flechas, aderecad vuestros arcos y tened aparejadas las macanas para que matemos a este Dios que tanto daño nos viene a hacer. A lo qual respondieron todos: Si el Dios de los Tlaxomultecas no pereciere en tres días, damos palabra de irlos a coger a ellos y matarlos y comerlos, haciendo tamales de sus carnes (Tello, 1968: 115-116).

Cinco pueblos fueron los que salieron al encuentro de los españoles:

Tonalán, los de Coyulán, los nahualtecas, chiltecas y los tzitlaltecas, los que salieron a pelear con los españoles con sus arcos, chimales y macanas (Tello, 1968: 116).

[…] saliendo al encuentro los capitanejos, hicieron en el suelo tres rayas, dando a entender ser aquel campo destinado para la batalla de cuyas líneas no permitirían se diese un paso… (Mota Padilla, 1920: 61).

La gente de Nuño iba por «…una calle abierta desde la casa de esta señora a dar al cerrillo y a la entrada de ella asestaron los tiros, y los yndios de guerra no hacían sino hacer vallas en la calle, diciendo que no pasasen de allí porque los matarían» (Tello, 1968: 116). Y se ordenó a la artillería comenzar y tuvieron una sangrienta batalla en la que el gobernador y capitán, Nuño de Guzmán, hubiera perdido la vida de no haber entrado en su defensa el capitán Cristóbal de Oñate.

Cuenta fray Antonio Tello que en la batalla de Tonalá fue visto Santiago en el cerro Xictepetl o cerro del Ombligo, hoy de la Reina:

…en este puesto los desbarató el apóstol a vista [...] [del] exército y de los yndios, y fue la primera aparición del santo apóstol en el Nuevo Reino de la Galicia […] los indígenas se bajaron a una quebrada, y estos se escaparon todos; pero los que subieron al zerro […] fueron los yndios coyultecas, y otros de los pueblos dichos, sin que quedase uno… (Tello, 1968: 116).

Al respecto, en Tonalá una leyenda cuenta que después de que los indígenas bajaron la barranca se escondieron en algunos refugios rocosos como cuevas y cuando salieron de ahí llevaban pegados en sus caras y cuerpos animales rastreros con los que habían estado conviviendo. Por eso traen animales las máscaras de los tastoanes. Otras personas cuentan que los traen porque representan las heridas que les dejó la espada de Santiago.

El mismo día de la batalla, Nuño de Guzmán tomó posesión del pueblo para sí, y al otro día se juntaron los jefes de la región, que le fueron a dar obediencia (Tello, 1968: 117).

El misionero fray Antonio de Segovia edificó una capilla justo donde fue visto Santiago, en memoria de la supuesta aparición del apóstol cuando ocurrió este fuerte enfrentamiento de los conquistadores con indígenas de Tonalá, para defenderlos de los naturales que los agredían por estar en sus propiedades y tomando posesión de las tierras y todo lo que había en ellas (Tello, 1968: 116).

Sublevación en la Guadalajara de Tlacotán

Uno de los levantamientos indígenas del occidente de México en contra de los españoles tuvo lugar en la villa de Guadalajara, cuando se asentaba cerca del pueblo de Tlacotán. Los naturales de varios pueblos se unieron para sorprender a los iberos, quienes causaban muchos estragos en los lugares adonde llegaban.

Los más valientes guerreros eran los tochos y caxcanes que habitaban al norte del río Santiago, quienes dieron muerte a Pedro de Alvarado y treinta personas más. Alvarado, a quien llamaban el Sol, era uno de los capitanes a quienes más temían los indígenas. Luego de su muerte, ocurrida en 1541, el gobernador Cristóbal de Oñate se encontraba en grandes aprietos porque los setenta españoles que quedaban y acompañaban a Alvarado querían irse y él tan sólo contaba en Guadalajara con veinticinco de a caballo y de a pie; de los setenta decidieron quedarse doce,11 que tenían deudos y hermanos en la ciudad. De esta manera, ya contaba con treinta y cinco soldados (Tello, 1973: 206).

Cristóbal de Oñate envió un mensaje al virrey para enterarlo de la situación en que se encontraba Guadalajara. En julio de 1541 entró Diego Vázquez a la ciudad con cincuenta hombres y el capitán Juan de Muncibay, un español muy distinguido; con ellos sumaban ochenta y cinco hombres, suficientes para defenderse (Tello, 1973: 207-209). Los enemigos de los españoles eran principalmente los del:

Río y Valle de Xuchipila hasta Jalpa, y los del Valle de Tlaltenango de cabo a rabo, y el Valle de Tlacotlán y Barrancas, y que todos confederados trataron para que no se les fuesen los españoles, con los casiques de Matatlán, [...] [el cacique de Matatlán fue] a Tonalán y les dixo se alzasen [...] porque [...] acometerían los caxcanes a la ciudad (Tello, 1973: 200-211).

Pero no cedieron porque dijeron que los españoles eran sus amigos. Los indígenas fueron con el cacique de Atemajac a Tequizistlán y Copala, pueblos con población insuficiente para enfrentar a los españoles en el río. También acudieron a «…Yschcatlán a tratar con el cacique pero un indígena tartamudo llamado Francisco Gang[u]illas, le dijo al cacique que él y los demás del pueblo no querían alzarse contra los españoles» (Tello, 1973: 209-211), que era mejor que prendieran a los enviados de Matatlán.

En septiembre de 1541, el gobernador Cristóbal de Oñate empezó a averiguar cuáles caciques de los alrededores habían conspirado contra los españoles. Los indígenas dijeron en sus confesiones que «…el día que habían de yr a la ciudad los enemigos, que eran los de Atemaxac Zaavedra, de Copala, de Yschcatlán y el de Tequizistlán, todos ellos del valle de Tonallán, para el día seis del mismo mes los mandó ahorcar» (Tello, 1973: 213).

Los naturales habían dicho que se levantarían en octubre, y los españoles no decidían irse a Tonalá porque, decían:

...tan grandes perros son los unos como los otros, y estando entre nuestros enemigos, no tenemos de quien fiarnos. Decidieron quedarse y construir una Casa Fuerte, [...] dos torres con sus troneras, que cada una guardaba dos calles y cogían toda la cassa (Tello, 1973: 214).

Los españoles hacían muchas plegarias a Dios de noche y de día. Tenían soldados y gente de a caballo para vigilar la villa y los caminos, e indígenas a su servicio. Estos eran los que llevaban leña y comida para los caballos, «…pero los yndios del pueblo de Tlacotlán [que estaba a una legua de la ciudad] que eran de tres mil, se los impedían y les amenazaban con matarlos si seguían abasteciendo a los españoles» (Tello, 1973: 215).

Cuando los soldados fueron a Tlacotán a conseguir lo necesario para comer se encontraron con la sorpresa de que no había nadie en el mercado ni en ninguna parte porque sus amigos, en quienes confiaban, se habían alzado contra ellos (Tello, 1973: 215-216).

En 1541, en la víspera del día de San Miguel, los pueblos levantados se dirigían a la ciudad. Pedro Plasencia, que había salido con los indígenas a recoger leña y yerba, se dio cuenta de que iba hacia ella una multitud como nunca la había visto. Eran las nueve de la mañana cuando llegó a avisarle al gobernador; encontró a todos los españoles reunidos en la iglesia y les informó de la sublevación; las mujeres y los niños «comenzaron a llorar y a desmayarse». Entonces se levantó Beatriz Hernández, mujer de Juan Sánchez de Olea, y le dijo tajantemente al gobernador que pidiera que pronto terminaran con la misa porque tenían que prepararse para el conflicto (Tello, 1973: 218-219).

Se dispusieron para la guerra

La gente se resguardó en la casa fuerte, tanto «soldados como yndios y yndias de servicio, y niños y los encerró y él [el gobernador] con ellos, con todas sus armas y caballos» (Tello, 1973: 218-219). La gente de a pie y de a caballo eran cien y los distribuyó. Antes de llegar el mediodía se presentaron:

Los enemigos al rededor de la Ciudad muy galanes, y con plumería y arcos, macanas, rodelas y lanzas arrojadizas, armados de todas armas, y era tanta la multitud de ellos, que media legua alrededor de la Ciudad por cada parte, la tenían rodeada y cercada, que no v[e]ían sino yndios enemigos, embijados y desnudos, pareciéndose al diablo, y llegados entró un escuadrón de doscientos yndios de guerra en la Ciudad, todos mancebos, dispuestos a reconocer; que no osaron entrar de golpe, temiendo no les viniese algún daño de las cassas (Tello, 1973: 219).

Agrega fray Antonio Tello que:

Reconocieron, pues, toda la casería de la Ciudad, con tanta brevedad,12 [...] y habiéndose juntado, comenzó un gran mormullo andando la palabra de unos en otros, que caussaba temor oillos,13 y luego por esquadrones entraron baylando14 y cantando mil canciones [...] hicieron su paseo por la ciudad, y lo primero que hicieron fue entrar en la yglesia y arrancar las imágenes [...] luego quemaron la Yglesia y todas las cassas de la Ciudad.

...uno de los yndios [...] arremetió a la puerta valentíssimamente y se entro a la Cassa Fuerte poniéndose a la fuerza con todos, [...] Al ruido que había, salió Beatriz Hernández a ver a su marido, que era capitán de la guardia de la puerta por donde el yndio había entrado, y comenzó a reñirlos a todos [...] que la dexassen a ella con el yndio. [...] y le dio una cuchillada en la cabeza [...] y poniéndole el pie en el cuello, le dio dos estocadas, con que le mató, y le dixo a su marido, que él había de haber hecho aquello (Tello, 1973: 220-221).

La pólvora de los españoles estaba húmeda y no podían hacer fuego. Fray Antonio Tello dice que era tan fuerte la batalla que les estaban dando los indígenas, que todos estaban temerosos y asustados. Los enemigos se apartaron, se dejó de disparar la lluvia de flechas y uno de los indígenas dijo en su lengua:

Llorad bien, barbudos christianos, hasta que comamos y descansemos, que luego os sacaremos de ahí y nos pagaréys los que nos matáysteis en la pared [los españoles permanecieron callados]. Sacaron mucha comida los yndios de las despensas de las cassas, que robaron los yndios,15 y traída, dixo el capitánejo que se había subido en la pared: Comamos y descansemos, pues estos españoles barbudos ya son nuestros. ¿No los véys llorar, que son unos gallinas? (Tello, 1973: 219).

Cuando el gobernador Cristóbal de Oñate se percató de que los enemigos estaban en reposo llamó a toda la gente de a caballo para que se armara, «…porque ya era tiempo y llegada la hora de Dios para pelear y vencer o ser vencidos, que de su parte tenían a Dios, pues peleaban por su fee» (Tello, 1973: 219). Por su parte, los naturales luchaban por defender sus tierras, sus familias y por impedir que sus mujeres les fueran arrebatadas por extraños que no coincidían con sus creencias y ritos. Los españoles:

… se pusieron todos en arma para salir a la batalla, [...] el bachiller Estrada les predicó un sermón y plática en que los trató de la victoria que los ángeles tuvieron en el cielo contra Lucifer, cuyos ministros eran aquellos yndios; que se esforzassen porque San Miguel los ayudaría y el señor Santiago, patrón de España y de sus españoles (Tello, 1973: 225).

Todos se prepararon para el ataque, y entonces «…dijo el gobernador ¡Ea!, señores, ya es tiempo, salgan los diez de a caballo y se disparo un tiro…». Salieron todos de la iglesia y se dirigieron de una esquina a otra asustados. De pronto cayó al suelo Francisco Orozco junto con su caballo, de lo que se aprovecharon los indígenas; se le echaron encima y lo «hicieron tajas» (Tello, 1973: 226). Entonces el gobernador dijo desde una ventana:

¡Ea!, caballeros, vamos todos los de a caballo. [...] [echando un grito al apóstol para que les ayudara] ¡Santiago sea con nosotros! [...] matando y hiriendo, no quedó enemigo en la ciudad que no alanceassen, y aquí se dixo peleó Santiago, San Miguel y los ángeles; [...] Romero, [...] vio en una loma que estaba sobre la Cassa Fuerte, más de dos mill yndios caxcanes que se venían a meter en ella y querían coger el caballo de Orozco, que solo andaba entre ellos escaramuceando, y visto por Christóbal Romero fue corriendo a la Cassa Fuerte a avissar disparassen la artillería hacia donde estaba esa gente, y él passó adelante y se metió entre los enemigos, y comenzó a pelear y alancear yndios, [...] alanceó más de ciento de ellos y les quitó el caballo de Orozco, y viendo los enemigos el destrozo que hacía, se fueron huyendo, y los venció (Tello, 1973: 226-227).16

Al final de la batalla las calles y plazas estaban llenas de cadáveres y corrían arroyuelos de sangre, y después de que todo quedó en calma el gobernador mandó recogerlos. Los indígenas que atacaron la ciudad fueron poco más de cincuenta mil; la batalla duró cerca de tres horas y en ella murieron quince mil indios y solo uno del bando español (Tello, 1973: 227).

Después del combate los españoles fueron a recorrer la ciudad para ver los daños causados a sus casas y hallaron en su interior una «gran summa de yndios escondidos en los hornos y aposentos…». Les preguntaron por qué se habían escondido, a lo que respondieron que por miedo, ya que cuando quemaron la iglesia, «…salió del medio de ella un hombre a caballo blanco, con una capa colorada y cruz en la mano yzquierda, y en los pechos otra cruz, y con una espada desenvaynada en la mano derecha, echando fuego». Estaba acompañado de mucha gente guerrera, que los atacó sin piedad; «los quemaban y cegaban, y que muchos quedaron como perláticos, y otros mudos…», y también les contaron que se había aparecido Santiago (Tello, 1973: 227). Fray Antonio Tello dice que este milagro lo representan cada año los indios en los pueblos de la Nueva Galicia (Tello, 1973: 227-228).

Los indígenas que quedaron heridos se lamentaban de las mutilaciones y los maltratos que habían recibido de sus vencedores:

Cortaron a unos las narices, a otros las orexas y manos y un pie, y luego les curaban con aceite hirviendo las heridas; ahorcaron y hicieron esclavos a otros, y a los que salieron ciegos y mancos, de haber visto la sancta vissión de Santiago, muy bien hostigados los enviaron a sus tierras, y fue tal el castigo, que hasta el día de hoy volvieron a la Ciudad (Tello, 1973: 227).17

La gente de la ciudad siempre entendió que vencer a los indígenas fue obra del cielo porque era imposible vencer a tantos enemigos sin la intervención de Dios, del apóstol Santiago y de los ángeles. Para los españoles esta fue una de las batallas más maravillosas que tuvieron en tierras de la Nueva España y de la Nueva Galicia, y sobre todo la más milagrosa por haber vencido a un numeroso ejército indígena con unos cuantos soldados ibéricos (Tello, 1973: 232).

Para los indígenas fue el inicio de sus luchas contra una ideología y cultura distinta a la que practicaban. Después de lo acontecido el gobernador mandó llamar a Diego de Orozco, le dio un caballo y armas y le encomendó los pueblos de su hermano caído en esta batalla: Mezquituta y Moyahua; además le pidió que fuera como su hermano, trabajador y emprendedor, a lo que él se comprometió (Tello, 1973: 232).

El día de San Miguel, después de la batalla, los españoles se reunieron en la casa fuerte. Salieron de ahí con el pendón que tenían y la cruz, llevando la imagen de san Miguel al altar, para celebrar la misa muy temprano; cuando terminó, «sobre el misal y el ara consagrada», hicieron votos donde se reconoció como patrono de su ciudad a san Miguel, al que le hicieron su propio altar, y en memoria de esta gran victoria se comprometieron a sacar cada año su pendón (Tello, 1973: 233-234).

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