La Llave

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La llave

© 2019, María Luisa Ginesta

Registro de Propiedad Intelectual N°302.078. Santiago de Chile.

Derechos de edición reservados para todos los países.

© Rivera, Iris. “La llave de Josefina” en Llaves. Buenos Aires, © edebé, Colección Flecos del Sol. Se permite su difusión solo para este libro en soporte papel, estando prohibida su fotocopia o reproducción de cualquier tipo y su uso en cualquier soporte digital.

Rialstat Editores participa como Servicios Editoriales para esta edición.

Av. Nueva Providencia 1363, Of. 1102, Providencia, Santiago de Chile.

+56 9 7768 7493 rialstat@rialstat.com

El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización por escrito del autor.

ISBN edición impresa: 978-956-9852-12-1

ISBN edición digital: 978-956-9946-75-2

Se terminó de imprimir esta

PRIMERA EDICIÓN

en el mes de octubre de 2019.

Edición a cargo de Alejandro Miguel Pérez Sáez

alejandro.perez@rialstat.com

El texto de este libro se ha guiado por la última edición de las Normas Ortográficas de la Real Academia Española de la Lengua (2010)

Ilustraciones de cubierta e interior:

Alejandra Giordano

aegiordano@hotmail.com

Diagramación digital:

ebooks Patagonia

info@ebookspatagonia.com www.ebookspatagonia.com


A Ricardo por ser mi inspiración y hacer que este libro sea realidad.

A Luz María y Mariana por su aporte literario y por enseñarme lo que no sabía y despertarme a lo que ya sabía.

...no adquirirá notoriedad porque nunca pronunciaré su nombre.

Es un hombre sin nombre...

JACINTA ARDERN,

Primera Ministra de

Nueva Zelandia


LA LLAVE DE JOSEFINA

Iris Rivera

Hay gente que NO tiene paciencia para leer historias.

Acá se cuenta que Josefina iba caminando y encontró una llave. Una llave sin dueño.

Josefina se levantó y siguió andando.

Seis pasos más adelante encontró un árbol.

Con la llave abrió la puerta del árbol y entró.

Vio cómo subía la savia hasta las ramas.

Y subió con la savia.

Y llegó a una hoja y a una flor.

Se asomó por la orilla de un pétalo, vio venir una abeja y la vio aterrizar.

Con la llave, Josefina abrió la puerta de la abeja y… entró.

La oyó zumbar desde adentro, conoció el sabor del néctar y el peso del polen.

Y voló hasta un panal.

Con la llave abrió la puerta del panal, abrió la puerta de una gran gota de miel y entró.

Y goteó sobre la zapatilla del hombre que juntaba la miel.

Hay gente que en esta parte ya se aburrió y NO lee más.

Pero la historia dice que, con la llave, Josefina abrió la puerta del hombre y… entró.

Y sintió lo fuerte que quema el sol y cómo se cansa la cintura y que el agua es fresca.

Y, con la mano del hombre, acarició a un perro común y silvestre.

Con la llave, Josefina abrió la puerta del perro y entró.

Y les ladró a las gallinas, al gato y al cartero.

Y después abrió la puerta del Cartero, del Gato, de las Gallinas, de las Limas para las Uñas, de las Tortas de Crema, de los Banquitos Petisos y de los Grillos.

Hay gente que, a esta altura, ya se fue a tomar la leche.

Pero la historia dice que, cuando vio que aquella llave abría tantas PUERTAS, Josefina abrió la PUERTA de Josefina y… entró.

Se sentó en el Banquito Petiso y, con la Lima para las Uñas, se puso a hacer otra llave distinta a la primera, pero IGUAL.

Después quedó sentada en el banquito, pensando.

Josefina quiere elegir a quién darle la segunda llave.

Porque NO es cuestión de entregársela a CUALQUIERA.

Pero si vos todavía estás ahí, si no cerraste el libro y no te fuiste a tomar la leche… acá la tenés, tomala.

Porque dice Josefina que la LLAVE es TUYA.

***



Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.

J. L. Borges,

“La llave de Josefina” es un cuento que uso a menudo como herramienta de conversación o en la terapia que hago en la Fundación donde trabajo. Es una buena analogía, es algo concreto y, sobre todo, es algo que tiene sentido para mí. Fue solo hasta que lo leí que le pude poner palabras a algo que yo sentía o sabía: eso de ir abriendo puertas. Siempre creí que uno iba abriendo puertas como pasando por etapas de juegos, como el “Candy Crush” o el antiguo “Pac-Man”. Cada puerta era una nueva etapa, una nueva aventura en la vida de uno mismo.

Cuando tenía yo 12 años aproximadamente, mi Abuela paterna llegó de visita desde Viña del Mar, donde ella había decidido radicarse, y me entregó una caja con libros. No me acuerdo del ritual, el cual no me cabe duda de que hubo, porque para ella eran importantes los rituales. No se entregaba algo, por muy insignificante o importante que fuese, así como así.

En estos libros, ya entonces viejos, había unos artículos del periódico, recortados y pegados con un pegamento que, seguramente, debió haber sido cemento, porque hasta hoy día no se pueden despegar. Estos artículos estaban escritos, al parecer, por una señora ya mayor, que yo no sabía quién era. Había una sola Mariana en la familia y claramente no era la que firmaba los artículos, ya que la Mariana que yo conocía era muchísimo más joven. No me acuerdo si junto con el ritual de entrega de esos libros se me dijo algo más, pero ahí estaban, en mis manos. A esa edad, leí un par de artículos (reconozco que muy por encima) para tratar de entender por qué me los entregaban a mí, pero no logré ver su trascendencia; claro que a los 12 años, al menos para mí, era difícil ver más allá de la nariz. Entonces los cerré y los guardé en esa misma caja. Por alguna razón, eso sí, me sentía como la guardiana de un tesoro.

Nos cambiamos tres veces de casa y junto con mis papás, mis hermanos, los muebles, cuadros, platos y demases, también se fueron mis “cajas”. Aproveché, eso sí, el espacio disponible y fui guardando, junto a esas reliquias, mis propios diarios de vida. Mal que mal eran un tesoro mío que valía la pena ser guardado.

Me casé y junto con salir de la casa de mis padres salió también conmigo mi caja con mis tesoros que, aún seguía sin entender, ni lo que decían ni por qué aún los conservaba, o qué fuerza me impedía botarlos. Pero eran míos, eran parte de mí. Tuve hijos, me cambié tres veces de casa, incluso nos fuimos a vivir al extranjero y ahí seguían mis libros, dentro de sus cajas, acompañándome a la espera de que algún día me hablaran.

Nunca boté esa caja llena de recuerdos. Si los libros no me decían nada, al menos tenía el recuerdo de la persona que me los había regalado. La caja y yo éramos una, era como trasladarme con mi historia; no importaba donde fuera, mi historia me acompañaba. Nunca, nunca tuve la ocurrencia de tirarlos a la basura o dejarlos atrás a que otros los cuidaran. Siempre conmigo, como con un temor inexplicable de que si no los tenía conmigo se me olvidaría mi historia. Por otro lado, me sentía de alguna forma un Templario guardando el Santo Grial. Aun así, aunque los artículos no me dijeran nada, siempre estaban conmigo y, para esos años, ya no solo guardaba esos libros y mis diarios de vida, sino que era una caja muy llena donde estaban encerrados retratos, muchas cartas, tarjetas, corchos de botellas de champagne con fechas marcadas, flores secas, tantas cosas que me son tan queridas hasta el día de hoy, y aún sigo metiendo cosas.

Hace tan solo dos años atrás, cuando cayó en mis manos el cuento de “La Llave de Josefina”, de Iris Rivera, fue que finalmente me hablaron los artículos. ¿O debería decir que finalmente tuve la capacidad de escuchar lo que me querían decir? Ese cuento fue la llave que abrió el corazón. Es cierto eso que dicen que “las llaves abren puertas y caminos, que nos llevan a lugares inesperados.” Para mí, el abrir esos libros fue como abrir la puerta donde se guardaban las cosas perdidas. Como esas cajas que tienen los colegios donde van a parar todos los chalecos, poleras, delantales que los alumnos van olvidando o dejando atrás. Solo hacen sentido las cosas para quienes las han perdido, de lo contrario un zapato es solo un zapato, pero para quien tiene el otro es una gran diferencia.

 

Al abrir en ese instante esos libros, algo mágico pasó. Quizás los planetas estaban alineados, quizás había luna llena o menguante o quizás no había luna, no lo sé, pero algo pasó, ya que esos libros los había abierto cientos de veces antes, y nada. Pero aquel día, al dejar entrar aire a esas páginas, ¡todo cobró vida! Salieron letras, palabras, como si cada una estuviese buscando su propia puerta y, como en tantas películas de niños y no tan niños, no solo salieron a respirar las letras, y palabras, sino que salió una mujer en forma de fantasma. Una mujer preciosa, de rostro familiar. Ojos con una chispa, que no necesitaban decir nada porque lo decían todo. Me llamó la atención su pelo muy corto y ondulado de un color cobrizo. A juzgar por sus modales, por su vestir, debía ser muy distinguida, de refinamiento exquisito. Ella, con una gracia inigualable, trataba de sacudirse de forma graciosa, el polvo de tantos años de encierro y de la tontera mía de no poder verla o escucharla hasta ese día. Todo pasaba al mismo tiempo: tratar de ver quién era esta mujer, ver este cuarto nuevo que había abierto, que no conocía, pero en el que había cosas familiares, ¡tanta información! No quería ni pestañear para no perderme ni un segundo de nada. Respirar… Inhalar, retener, exhalar, vaciar…

Ya un poco menos abrumada dejé que las cosas empezaran a decantar y, de a poco, pude empezar a ver y entender un poco más las cosas que tenía olvidadas. Pude de alguna manera reconocer piezas que me faltaban de mi pasado.

—… ¡Qué niña eres todavía! —me dijo Mariana, la mujer que había salido del libro, mientras buscaba un espejo para asegurarse de estar impecable mientras me hablaba…—. El pasado nunca resucita porque nunca muere; puede adormecerse, pero morir, jamás. Es lo contrario de lo que el mundo cree cuando se dice que lo llevamos detrás; yo creo que va delante de nosotros y somos nosotros los que caminamos detrás de él, somos nosotros los que vamos pisando su largo manto, somos nosotros los que lo seguimos; no es el pasado el que nos sigue… Cartas, retratos, objetos ínfimos que nos hablaron al corazón a cierta hora de la vida y a toda edad, a toda hora, en toda época, vuelven a tener su brillo y su emoción.

—Pero si aquellos ojos que ya no nos miran, si esas manos que ya no nos escriben están sepultados para nosotros… —pregunté, ¡sin siquiera cuestionarme que le hablaba a un fantasma!

—Pero quedan sus huellas. Son siempre tesoros para la vejez. No sabes a qué edad, mucho más tarde, volverán a hablarte al alma. A los 70, a los 80 años, puedes romperlas, no a tu corta edad. Pueden quedar mudas para ti un largo tiempo, pero algún día sonará la hora en que despierten nuevamente y oigas su voz lejana que te diga: ¿recuerdas?

¿Cómo le podía preguntar si se volvían a oír, cuando yo las estaba oyendo ahora? Y como si me hubiese leído el pensamiento, Mariana dice: —Defiéndete, niña, de los lamentos de tu corazón. No sabes tú cuán pobre es una vejez sin recuerdos. No entres en el engranaje del modernismo, que solo vive los cuartos de hora sin huellas y sin ideales; defiéndete del miedo a sufrir.

¡Y cuánta razón tiene Mariana! Muchas veces, en amor el sufrimiento nos enseña más que la felicidad.

***

Tu actitud es la llave que cierra o que abre las puertas de tu destino

Morfeo (Matrix)

¡¡Qué loco!! ¡¡¡Las conversaciones que tiene uno cuando va hilando el día!!! Las llaves de Josefina ¡y ahora las llaves de Ali! Organicé una especie de taller informal donde nos juntamos un grupo de mujeres para escuchar principalmente la historia de Ali. Una historia de amor, esperanza y dolor de una mujer de 65 años. Mi amiga ha contraído matrimonio en segundas nupcias, siendo ya una abuela joven. Sus ojos brillan con el entusiasmo de una niña de 20 años.

—¡Ah! Esa mujer jamás será vieja —dijo Mariana, apareciendo de repente con taza de té en mano, la misma taza de té que ella había usado en sus años de vida y que ahora estaban en mi casa—. Ella jamás será vieja porque lleva en el alma las ilusiones de su juventud, revive las delicias de encontrar, en medio de su camino, un nuevo amor; una mujer que siendo abuela ha conservado el encanto de los primeros años, con todas sus bellezas, con todas sus virtudes; tiene la felicidad que mucho le ha costado conseguir, pero sigue amando la vida, el mar, las flores, las estrellas, las puestas de sol y todo lo bello que encuentra a su paso. Ha vuelto al tiempo de sus amores. Es joven, porque se es joven mientras se inspira un amor.

Siempre hay cosas que aprender de esas historias, de estos círculos de mujeres; siempre hay algo que nos toca el corazón. Mientras preparaba la sala donde nos reuniríamos, pensé en pasarle una llave a cada participante... un símbolo concreto para que cada una pudiese ir abriendo puertas a medida que les fuesen apareciendo. Y ahí tenía en mis manos un manojo de llaves, un puñado de posibilidades.

Cuando uno abre puertas se encuentra con sorpresas, a veces unas buenas, otras no tanto. A veces no hay nada al otro lado y hay veces en que hay muchas cosas, como si fuera un closet desordenado donde se tira todo lo que no tiene un lugar definido, con la esperanza de algún día tener tiempo para ordenarlo.

La puerta que queramos abrir va a depender de nosotros mismos. Qué tanto rato te vas quedando en cada pieza o sala, va a depender de ti mismo, de tu ritmo. De cómo vas entendiendo o asimilando.

También va a depender de nosotros si somos capaces de ver que tenemos esa llave delante de nosotros. Una llave que siempre se nos da y que algunos la llaman la “Oportunidad” —momento adecuado u oportuno— el Kairós como dirían los antiguos griegos. El que tiene la llave tiene la posibilidad y la oportunidad de seguir abriendo más puertas a diferencia del que cree no tenerla. La persona que cree no tenerla es la pesimista, la víctima, la que espera que los otros solucionen todo.

…—Tengo una amiga que me ha hecho pensar profundamente sobre los seres atacados de pesimismo como si se tratara de un mal corporal —me dijo Mariana, mientras acomodaba un cojín de la sala en que estábamos preparando, y siguió hablando casi para sí sola—. …Un constante desencanto invade su alma y la hace ver las cosas pequeñas o grandes envueltas, de antemano, por una tragedia imaginaria. La observé desde el día que llegó a verme al campo. Me contó que creyó perder el tren y se fue al alba a la estación. Después creyó su maleta extraviada, luego fueron sus llaves, que hundidas al fondo del maletín, aseguraba haberlas dejado en Santiago. Y así, siguieron miles de detalles, como quejarse el día entero de la carestía de la vida, el miedo a los acontecimientos políticos, el choque de los trenes, etc. Le recordé la célebre frase de un inglés: “Las grandes desgracias de mi vida, nunca llegaron a mi vida.” Al instante me contestó: “Pero le llegarían otras.”

Felizmente, Dios me dotó de mucho optimismo y no logró contagiarme. Por amor a Dios —me dijo—, te pido evitar ser como ella. Si cada día puede traernos una pena, también nos trae una alegría. En vez de torturarnos con visiones imaginarias, ¿por qué no captar la belleza simple de las flores, la armonía con que vuelan las aves, el encanto de una sonrisa amable, en fin todo aquello que brilla con hermosura? La felicidad consiste en llevarla dentro del alma, más que fundarla en los acontecimientos de la vida. Amor, entusiasmo, caridad; cultiva todos estos sentimientos dentro del corazón y encontrarás “la llave secreta” para curar el horrible pesimismo. Mariana decía todo aquello mientras se movía con agilidad y coquetería.

Mientras escucho a Mariana, siento que caigo a un abismo pero no caigo hacia abajo… floto en una inmensidad, en el espacio, como un astronauta. Floto y sé que estoy flotando, porque tengo esa sensación pero, por otro lado, me parece que voy cayendo pero en vez de caer siento que voy hacia atrás. No puedo cambiar los errores que cometí, no puedo cambiar los que yo creo son errores de otros. Por ejemplo, los errores de mis papás fueron los de mis papás, los de mis hijos son sus errores, no son los míos... ¿qué culpa tengo yo? ¡¡NINGUNA!! No puedo cambiar el pasado, ¿pero su influencia?

—¿Crees tú, Mariana, en la influencia del pasado? —le pregunté, mientras seguía con la sensación incómoda de estar flotando.

—En la influencia no tanto, mi niña, pero sí creo que del pasado nadie puede desprenderse por entero.

—¿Cómo así? —me interesa mucho tu opinión.

—Para explicarte mejor mi pensamiento y lo comprendas con facilidad, te repetiré lo que un día leí. Y que de seguro ya te lo habré mencionado antes.

—¿De alguien que había vivido mucho?

—Seguramente. En todo caso, de un escritor francés. Decía más o menos esto: “Todos creemos que el pasado lo dejamos atrás; para recordarlo tenemos que dar vuelta la cabeza…” No es así. El pasado marcha delante de nosotros, semejante a un personaje que camina constantemente en nuestra ruta, arrastrando un largo manto que involuntariamente, a cada paso, pisamos.

—¿Es como un ser tangible del que nunca podremos deshacernos, ni hacerlo desaparecer?

—Exactamente. Es parte de nuestro ser. Lleva la cola enorme de un personaje a quien nosotros dimos vida y que lleva por nombre “nuestro pasado”. Sólo puede morir con nosotros. Nos preside a toda hora en nuestro camino; lo tenemos que mirar cuando él lo quiere, aunque nosotros deseemos destruirlo o no verlo; él, siempre está allí, visible o invisible, y tiene el poder de destruirnos el presente o premiarlo; tanto influye en nuestro destino.

En fin, esto era para contar que hoy en la mañana fui, nuevamente donde Nicolás, un dato que me habían dado para que me hiciera mi carta astral. Nicolás tiene tan solo 36 años… 5 años más que Jorge, mi hijo mayor.

Cuando Nicolás me entregó los resultados de mi carta, me dijo —por todo lo que vio en mis astros— que yo necesitaba trabajar mi lado femenino. Así es que aquí estaba de vuelta, lista para empezar esa terapia, ese viaje… con mi llave en la mano. Qué presumido de mi parte el creer que sabía lo que me deparaba; que el tener la llave en mi mano y ver el cartel de la puerta que anunciaba “Trabajar su lado Femenino” sería algo fácil… y mientras ponía la llave en la cerradura, y que entró de inmediato porque era la llave correcta para abrir esa puerta y no otra, me detuve un segundo a pensar. ¿Estoy lista para abrirla?, ¿qué pasa si no es lo que yo creía? ¿Qué pasa si me suelta esa parte que está escondida que ni yo conozco? ¿Olvidada? ¿Tapada? ¿Donde en alguna vida anterior, según lo que él vio en mi carta astral, fui una prostituta abusada? Y ahí la voz que me habla ya no es la de Mariana, sino que oigo al papá, sentado en su sillón, con su copa de vino en la mano, que me dice: “Chinita, If you can’t beat them... join them.” O sea, si vamos a trabajar en desarrollar el lado femenino para ser una mejor persona, vamos, aunque duela. Eso sí, que ganas de ser como Afrodita y decir: “Si me van a violar… yo elijo con quién primero.”

—Pero ¿por qué habría de doler…? —me preguntó Mariana. Que aparece y me habla a su antojo. Cuando ella quiere, quiere.

—Y tú, mi niña, ¿trabajar el lado femenino? ¿Qué sabe este joven Nicolás?— ¿Cómo le explico a Mariana, de 84 años de edad, y muerta hace 41 años, que ser femenina no es solo gustarme la cocina y ser siempre coqueta? Y no alcanzo a terminar ese pensamiento cuando oigo que me dice: —…nadie podrá negarme que, cuando una mujer parece más seductora y más femenina, es en aquel momento en que, sentada en su mesa, pone toda su alma para ofrecer a cada comensal la presa, o el trozo, que a cada uno más agrada… He visto a mujeres, privadas de toda belleza física, en ese momento como transfigurarse por el encanto tan femenino que las acompaña en ese gesto, y conseguir verse mejores que cuando salen de un salón de belleza. Y así nos remontamos más lejos aún: ¿qué hizo Eva en el Paraíso? Su instinto de mujer la llevó a buscar cómo tentar a Adán con la comida… y siempre será así. Eva quedará triunfadora si posee el secreto y el arte de ser una buena cocinera y tú, mi niña, ya lo eres.

Hoy, en mi segunda sesión con Nicolás, pregunté si había sido abusada. ¿Por qué pregunté eso? Tal vez por las dudas que me rondaban. No lo sé. Nunca antes lo había verbalizado. Fueron palabras que se escaparon de mi boca, como que alguien me pegó en el pescuezo para que pasara el pedazo de pan que me estaba atorando. Según Nicolás, hay un 90% de probabilidades de que lo haya sido. Tengo susto de que algo va a pasar, que algo se va a destapar y va a salir volando como salió Mariana con tantas palabras… ¿tendré que pintar más ángeles?

 

Hoy mi llave abrió una puerta y no sé qué hacer con ella.

***