Loe raamatut: «Freud y los chilenos», lehekülg 4

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Lo anterior pone en duda la imagen que muestra a nuestro país –en materia psicoanalítica al menos– siendo “colonizado” pasivamente por las ideas creadas en centros de producción europeos o anglosajones, considerando que Chile estaría ubicado en la “periferia” de la comunidad psicoanalítica internacional, reduciendo e invisibilizando con ello cualquier aporte nacional y obligándonos a ocupar el papel de meros “reproductores” de una versión heteroreferenciada del psicoanálisis. Por último y tomando los conceptos de Walter Mignolo58, existe siempre la posibilidad de experimentar una desobediencia epistémica, que fortalece el pensamiento propio y se deja, con ello, de reforzar la clásica idea que el conocimiento se traslada de Norte a Sur y de Este a Oeste (Mignolo 2003 y Plotkin 2009).

Refuerzo lo anterior con los postulados de Bernardo Subercaseaux, especialista en la historia de las ideas en Chile, quien - ya lo decía- distingue los modelos de “reproducción” y “apropiación cultural”. Para él, el primero estaría basado en la relación que América Latina estableció con la Europa colonialista, cuyos representantes entendieron que el proceso de civilización de las Américas debía implicar una “europeización” del territorio. Idea que promueve una dependencia cultural, la distinción de las ya comentadas nociones de “centro”- “periferia”, y el uso de calificativos como “metrópolis” y “polos de desarrollo”cultural. Para esta mirada, los agentes locales tienen la misión de fomentar una extraordinaria voracidad por la cultura exógena, desestimando, simultáneamente, cualquier producción local “rudimentaria”.

Por su parte, el modelo de “apropiación cultural”, se distingue del primero al enfatizar el rol activo de los agentes locales en la recepción de cualquier pensamiento foráneo. Quienes participan en el proceso de recepción y circulación de las ideas, no sólo son “afectados” pasivamente por ellas o deben dedicarse a “imitarlas” y “reproducirlas” al modo europeo. Todo lo contrario, ya que el trabajo de estos agentes está plagado de procesos de selección, reformulación, transformación y apropiación de estas ideas a la realidad y a problemas locales. Para Subercaseaux, por lo tanto, un investigador de la historia de las ideas debería tener en cuenta la influencia de las variables específicas del medio de recepción en el proceso de apropiación cultural. Lo refiere así cuando dice: “Si aceptamos el rol de la contextualidad en el proceso de apropiación tendremos también que convenir que no se puede hablar de positivismo en Latinoamérica, sino de positivismo latinoamericano, de marxismo latinoamericano y de vanguardismo latinoamericano, lo que es muy diferente” (Subercaseaux, 2004, p. 27). A esta serie, me atrevo agregar en consecuencia, la noción de “psicoanálisis latinoamericano” o “psicoanálisis chileno”, más que “psicoanálisis en Latinoamérica” o “psicoanálisis en Chile”59.

Con lo anterior, apunto a que la dimensión transnacional del psicoanálisis implicaría la constitución de un campo internacional de circulación de ideas articulado con sus respectivas consagraciones locales. Un autor que se preocupó sobre este costado de la circulación de las ideas fue el sociólogo francés Pierre Bourdieu, acuñando la noción de campo intelectual. El sociólogo, entiende a la sociedad como un conjunto de campos dentro de los que existen agentes que poseen diferentes tipos y volúmenes de capital (económico, social y cultural como los principales). Así, la noción de campo se define como una red en la que se entrelazan las diferentes posiciones jerárquicas que los agentes que pertenecen al campo poseen. Se subentiende, por lo tanto, que la noción de campo refleja la existencia de una permanente lucha que los agentes (o jugadores) que pertenecen a dicho campo protagonizan para obtener mayor volumen de capital (o poder) dentro de él. Estas posiciones de dominio o subordinación están bien definidas a partir de las reglas que regulan el campo60, las que hacen que los agentes ganen o pierdan capital y se relacionen entre sí.

Que posea sus propias reglas implica que el campo intelectual es un espacio independiente61 “conformado por sus propias instituciones (escuelas, universidades, ateneos, etc.), que constituyen una red con su propia lógica, en la cual se ubicarán precisamente los intelectuales. “Con su propia lógica” implica que la función intelectual tiene cierta autonomía en virtud de las lógicas de otros campos, como el de la economía o la política, por ejemplo. El intelectual se legitima así en su “capital simbólico” (porque posee ciertos conocimientos especializados) y no será considerado en función de la posesión de otros capitales”. Una persona adinerada que practique una mala literatura, por ejemplo, no resultará consagrada ni legitimada dentro del campo intelectual” (Terán, 2008, pp.148-149).

Bourdieu, por su parte, profundiza en esta idea afirmando: “La noción de campo de producción cultural (que se especifica en campo artístico, campo literario, campo científico, etc.) permite romper con las vagas referencias al mundo social (a través de palabras como “contexto”, “medio”, “trasfondo social”, social background) con los cuales se contenta ordinariamente la historia social del arte y de la literatura. El campo de producción cultural es ese mundo social absolutamente concreto que evocaba la vieja noción de república de las letras. Pero es necesario no quedarse en lo que no es sino una imagen cómoda. Y si se puede observar toda suerte de homologías estructurales y funcionales entre el campo social en su conjunto, o el campo político, y el campo literario que, como ellos, tiene sus dominantes y sus dominados, sus conservadores y sus vanguardia, sus luchas subversivas y sus mecanismos de reproducción, en todo caso cada uno de esos fenómenos reviste en su seno su forma completamente específica” (Bourdieu, 1988, p. 143).

Esta mirada entrega elementos que son clave para entender críticamente las condiciones sociales de producción y circulación del conocimiento62 –por ejemplo, en el caso específico: del “conocimiento psicoanalítico” en sus vertientes internacional y local–, alejándose de versiones hagiográficas centradas en la genialidad de un autor solitario. Por ello, las tensiones entre estos dos niveles se hacen evidentes cuando se examinan casos particulares. Siguiendo a Bourdieu, la vida intelectual internacional no es un hecho espontáneo, sino que como se verá en este libro, responde a la acción de distintos agentes presentes en el mismo campo. El intercambio científico entre el espacio local e internacional está lleno de mecanismos sociales que inciden y operan en el transporte de las ideas, porque los intelectuales además de vehiculizar la llamada “veracidad científica” también adicionan un componente humano (prejuicios, estereotipos, percepciones, accidentes de la vida cotidiana) no menor.

Entre las “incidencias” más notables, según Bourdieu, se pueden encontrar: 1º. Los textos circulan sin su contexto, ya que los agentes de un campo nacional desconocen las condiciones de producción de una pieza intelectual; 2º. Los receptores locales se encuentran inmersos en un campo de producción distinto al del autor de una obra; 3º. La existencia de operaciones de selección local: representadas en las preguntas ¿qué es lo que se traduce? ¿Qué se publica? ¿Quién traduce? ¿Quién publica?, dando cuenta que el peso de la introducción de una obra en un espacio nacional depende de otros agentes distintos a los autores pero que tienen un peso específico considerable: las casas editoriales son el reflejo de esto; 4º. Mercado editorial: ¿de qué colección se hará parte la obra que se importa? ¿Quién traduce? ¿Quién prologa la obra? –aportando su propia visión de la obra, su valor y cómo se la articula con los problemas locales– y por último, 5º. Operaciones de lectura: que la imponen los propios lectores al momento de leer una obra en un campo de producción diferente (Bourdieu, 2000).

La acción de las operatorias antes descritas es central para seguir la ruta que experimentará una obra, especialmente su significación, proveniente de un campo internacional de circulación de ideas, al ingresar a un campo de recepción específico. Vale decir a un país o a espacios particulares dentro de ese misma nación. La apropiación, entonces, implicaría una serie acciones simultáneas –distinguibles sólo analíticamente para poder entender el proceso63– que impactan dando origen, según Bourdieu, a interesantes malentendidos, reinterpretaciones y diferentes apropiaciones de una obra con diversos propósitos y beneficios. Este desfase estructural64, es un elemento que debe ser incorporado a cualquier investigación que pretenda analizar un caso nacional de la recepción de algún sistema transnacional de ideas o creencias.

¿Qué es lo que se recepciona? Vezzetti (2000) formula una serie de preguntas que sirven para pensar el problema de recepción del psicoanálisis en términos históricos: “¿Un ‘autor’ destacado en la escena europea, una moda, un discurso relativamente sistematizado, una disciplina entera; en fin una problemática (campo de problemas: por ejemplo la sexualidad), nuevos objetos, nuevos conceptos; algunos procedimientos ‘técnicos’?” y […] ¿Qué es lo que permite analizar el éxito de esa implantación? En principio, las ‘posiciones’ alcanzadas en ese campo previo: cátedras, publicaciones (medibles por su impacto y lo que producen), tesis médicas, jornadas, sociedades; las relaciones con el aparato público de salud y la educación, con el campo intelectual, y la capacidad para definir una inserción propia, diferente, innovadora que modifica ese campo. Se trataría de ver en qué medida queda transformado un estado previo de la disciplina, del saber, de las prácticas” (Vezzetti, 2000, pp. 70-80). Es necesario considerar todos estos indicadores, ya que hablan del proceso de recepción en sí mismo, por lo que su detección entregaría valiosa información en el caso chileno.

Pero la recepción nacional de ideas ¿es un proceso homogéneo? Devés responde que “las ideas no circulan de modo homogéneo, no siquiera en la época de la mundialización de las comunicaciones y la economía. La circulación desigual e incluso la casi falta de circulación, en determinados casos, depende de factores variados que van desde los coyunturales a los estructurales y desde los personales a los culturales de larga duración” (Devés, 2009, p. 17). Y ya en el caso específico del psicoanálisis, según Plotkin, en un mismo espacio cultural y nacional la recepción y difusión del psicoanálisis65 se da en distintos niveles y a diferentes ritmos, reflejando una importante heterogeneidad. Así, una investigación debería diferenciar, por ejemplo, las rutas de recepción del psicoanálisis en círculos médicos de aquellos por medio de los cuales las ideas de Freud se diseminaron entre el público más o menos culto, o la manera en que el psicoanálisis se difundió en publicaciones populares66. “De cualquier manera, estas diferentes formas de difusión están usualmente interconectadas. Por lo tanto, la historia del psicoanálisis ejemplifica muy bien los problemas y limitaciones inherentes a la distinción tradicional entre “cultura popular” y “alta cultura”. El psicoanálisis es un sistema de ideas que emergió en un ambiente científico, pero cuya difusión se llevó a cabo en circuitos culturales mucho más amplios” (Plotkin, 2009, pp. 7-8). Como el psicoanálisis es un objeto cultural extendido, su impacto no sólo puede ser detectado exclusivamente en los llamados “círculos profesionales”, sino que también en un radio de acción mayor. La experiencia descrita por distintos investigadores (Plotkin, Turkle y Vezzetti, entre otros) confirma que los conceptos freudianos se hicieron parte de lo que Beatriz Sarlo67 llamó –término rescatado por Mariano Plotkin para pensar el caso del psicoanálisis argentino– los “saberes del pobre”: “esa mezcla desprolija de discursos sobre química e ingeniería, metalurgia y electricidad, geografías exóticas y visiones que anuncian la metrópolis futura” (Sarlo, 2004, p.9). En Chile, durante las primeras décadas del siglo XX, se experimentó un aumento de las publicaciones (revistas, folletos y libros) de consumo medio y popular que coincidió con una mayor oferta cultural de masas, respondiendo a una política gubernamental que intentó llevar un nuevo set de saberes al público chileno, con el fin de aportar a su supuesta culturización. Dentro de este cúmulo se encontraban las obras de Freud, lo que serviría para preguntarse –tal como lo hace Sarlo– cuáles eran estas versiones de Freud, dónde se producían y cómo se difundían, sobre qué experiencias se difundían, qué sensibilidades y destrezas querían generar, cuáles esperanzas despertaban y a qué ausencias respondían.

Por último, la recepción local de cualquier sistema de ideas o de creencias transnacional, que tiene en cuenta esta heterogeneidad en su difusión, debe considerar además lo que el investigador chileno Luis Corvalán68 afirma sobre la recepción, diciendo: “Ciertamente, a través de este concepto de recepción pretendo subrayar el elemento de apropiación de corpus de pensamiento generados en otra parte. En todo caso, como se dijo, sin por ello negar que esa apropiación supone adaptaciones a los requerimientos que profesan lo recepcionado desde el prisma de su peculiar experiencia histórica, necesidades, tradición, formación y mentalidades. Es decir, desde cierta inevitable impronta local, por cuanto poseen una identidad determinada, se ubican dentro de una coyuntura histórica precisa, y no se hallan en el vacío” (Corvalán, 2009, p. 22). De esta manera, se debe suponer y considerar, que el proceso de recepción y apropiación del psicoanálisis en Chile estuvo atravesado por tradiciones locales, orientaciones ideológicas, cuestiones de género y todo lo que se resume a través del concepto de habitus nacional. Este concepto acuñado por Norbert Elias –y que Plotkin lo considera central para el estudio de la dimensión local del psicoanálisis– se entiende como que “la suerte de una nación a través de los siglos se sedimenta a través de sus miembros individuales” (Elias en Plotkin, 2009, p. 7).

¿Qué significa esto? Visto así, siguiendo nuevamente a Pierre Bourdieu y Roger Chartier (2011)69, un sujeto social no es un espíritu instantáneo, por lo que su conducta no sólo puede ser explicada por la presencia de un estímulo. La noción de habitus tiene sus ventajas: “[…] es importante para recordarnos que los agentes tienen una historia, que son también producto de una historia personal, de una educación asociada a un medio, pero que son también el producto de una historia colectiva y que las categorías de pensamiento, las categorías de entendimiento, los esquemas de percepción, los sistemas de valores, etc., son el producto de la incorporación de estructuras sociales” (Bourdieu & Chartier, 2011, p. 70). En este caso podemos concebir lo que vincula la historia de la recepción del psicoanálisis, entendida como una forma activa y particular de leer y practicar las enseñanzas de Freud en Chile, con la historia de Chile, conceptualizada como un devenir que hizo que los términos psicoanalíticos fueran valorados y rechazados según ese entramado colectivo.

1.4 “Freud y los chilenos”: síntesis, límites y definición.

Ya queda claro, como lo mencioné anteriormente, que dentro del campo de investigaciones que ha intentado abordar la historia del psicoanálisis, existen modos bien definidos de encarar y pensar esta particular y compleja disciplina. En consecuencia, esta investigación debió optar y formular las preguntas pertinentes que ayudaron a circunscribir el problema, dar con una manera de abarcarlo, y fijar temporalmente el lugar en el que se inscribe dicha problemática. Así, las pregntas que me pude formular fueron:

1. ¿Qué quiero historizar?, que determinó por tanto,

2. ¿Desde dónde comenzar a historizar? ergo

3. ¿Dónde mirar o buscar las fuentes de información?

Basándome en Plotkin70 y Turkle71 pude responder la primera pregunta de la siguiente forma:

Podría ser atractivo centrarme en la historia del movimiento psicoanalítico, lo que implicaría concentrarsme exclusivamente en la dimensión institucional del psicoanálisis chileno, reconstruyendo los eventos que llevaron a la creación de la Asociación Psicoanalítica Chilena (APCH) en 1949. Esta decisión implicaría maniobrar, por lo tanto, con las variables que este tipo de abordaje exige y restringe al mismo tiempo. A mi consideración, quedarse desde este lugar ocluye la posibilidad de realizar un análisis múltiple, que esté a la altura de un objeto de estudio tan multifacético como se puede reconocer al psicoanálisis.

Por ello, mi segunda opción era considerar las propiedades que el psicoanálisis tiene como “sistema de ideas y creencias de carácter transnacional”, donde el punto de vista institucional sería una variable más dentro de ese cúmulo de prácticas y discursos que se legitimaron por estar emparentados (de manera “real” o no) con el pensamiento de Freud. Tengo clara la complicación que esta opción tuvo para mi - fueron seis años de investigación-, pero me permitió abordar de manera interesante cómo el psicoanálisis circuló a través de las fronteras de los países y distintos espacios culturales, para llegar a nuestro país, mediante circuitos múltiples, que más de una ocasión establecen diálogos entre sí. Esta fue finalmente mi elección, la que sustentó el trabajo de este libro.

Para llevarla a cabo, tomé ejemplos de investigaciones similares en Estados Unidos, Francia y Argentina, lugares donde el psicoanálisis desbordó los límites comunes para originar una verdadera “cultura psicoanalítica” ,reflejando así su introducción en distintas capas del medio local.

En este sentido, me sumerjo en el debate historiográfico sobre el psicoanálisis chileno, tomando como señal de ruta la categoría de “recepción”, y reescribiendo así, la manera tradicional de entender la historia de esta disciplina en nuestro país. Porque aún con esto, cabría la pregunta, ¿qué sería lo chileno, aquello que es propio y que al mismo tiempo no nos pertenece, desde esta perspectiva? Rescato una cita que Alejandro Dagfal hace de Hugo Vezzetti acerca de la historia de la psicología en la Argentina:

Ahora bien ¿qué es lo ‘argentino ’ en esta historia? Los autores y los modelos de conocimiento son europeos en general y franceses en particular. Frente a esto se suele acentuar la “dependencia” y la idea de la mera copia. El problema es más amplio que el de una historia de la psicología y tiene que ver con la cuestión de la conformación de un pensamiento y una cultura nacionales. Aquí interesa resaltar la categoría de recepción: una apropiación activa que transforma lo que recibe” (Vezzetti en Dagfal, 2004, p. 9).

Apoyado en lo anterior, “lo chileno” en el constructo “psicoanálisis chileno” –más que psicoanálisis “en” Chile– serían esos actos que cruzaron lo “ya conocido”, representado por los cánones de la época (literarios, científicos, ideológicos, morales, etc.) con la “novedad” que llega al país –en este caso el psicoanálisis–, “produciendo” toda una serie de actos que lo transforman, lo subvierten, lo critican, lo apropian, lo introducen, lo difunden, lo explican, lo rechazan, etc. en diferentes circuitos de recepción, en los que participan una serie de agentes. Vezzetti lo dice mejor cuando plantea las siguientes preguntas:

“Dado que hay más de un Freud, a partir del abanico de lecturas que lo toman por objeto, ¿en qué campos preexistente de ideas y valores se van a ir inscribiendo esas referencias? ¿Cuáles fueron los nuevos problemas que esa constelación de discursos vino a encontrar y, en parte, a producir? ¿Cuáles son canales y modos de su incorporación y difusión? En todo caso, la constitución fragmentaria del psicoanálisis como objeto discursivo no es separable de condiciones de recepción en las que se apreció la presión de incluir a Freud en alguna tradición preconstituida: científica, ideológica, estética o moral” (Vezzetti, 1996, p. 14).

Aproximarse a los circuitos de recepción del psicoanálisis chileno implicó descifrar la respuesta a estas preguntas, pensando que el psicoanálisis compitió, por ejemplo, con el positivismo imperante desde finales del siglo XIX y su explicación sobre las enfermedades mentales y los problemas de “trascendencia social”. Las ideas freudianas se hicieron parte del contexto que la “cuestión social” subrayó, posibilitando, como pasó con el recordado Germán Greve Schlegel, la discusión del papel que la asistencia social debía sostener frente a los “pobres desgraciados”. Poder suponer, por ejemplo, la existencia de recepciones tanto de derecha como de izquierda del psicoanálisis con distintos usos y propósitos serían posibles de detectar. Declaro, entonces, que la perspectiva y su consecuente problema que intenta abordar es “La historia de la recepción del psicoanálisis en Chile”.

1.5 ¿Por qué 1910-1949? Periodización y sus supuestos.

Es pertinente para los lectores poder aclarar los supuestos que sustentaron el recorte temporal que realicé. Si bien estos responden en un inicio a una tentativa, su formulación buscaba situar las referencias más comunes respecto a la historia del psicoanálisis en Chile.

Por ello, los “hitos” más comentados sobre la llegada del psicoanálisis a Chile son:

a) La lectura del trabajo de Germán Greve Schlegel en Buenos Aires: este médico chileno, oriundo de Valparaíso, leyó el trabajo Sobre psicología y psicoterapia de ciertos estados angustiosos en la Sección de Neurología, Psiquiatría, Antropología y Medicina Legal del Congreso Internacional Americano de Medicina e Higiene celebrado en Buenos Aires en 1910. Se afirma que este trabajo fue la primera comunicación de las ideas de Freud al español en Latinoamérica. Greve comentó la aplicación del psicoanálisis para combatir los síntomas obsesivos, destacando su eficacia, como también, la dificultad que tiene aplicar su método al pie de la letra. Además, se esfuerza por hacer coincidir los sistemas de pensamiento de Freud y Janet. Este trabajo fue comentado por Freud dos veces, llamándolo como el colega “probablemente alemán”. La historia señala que Greve no volvió con mayor profundidad sobre el psicoanálisis de manera pública.

b) Luego, la llegada de Fernando Allende Navarro desde Europa en 1925 y la publicación de su tesis El valor del psicoanálisis en la policlínica. Una contribución a la psicología clínica (1926) en la Universidad de Chile: Este médico chileno, según las referencias, fue el primer psicoanalista formado “oficialmente” que llegó al continente. Allende Navarro paso largos años en Europa estudiando medicina en las universidades de Suiza, Bélgica y Francia. Se formó con personalidades como Constantino Von Monakow, con quien se especializó en anatomía cerebral y con el mismo Hermann Rorschach. De vuelta a Chile, validó su título de médico en la Universidad de Chile con una tesis que introduce la práctica clínica del psicoanálisis mostrando la eficacia de su técnica con una serie de casos clínicos.

c) La fundación en 1949 de la Asociación Chilena de Psicoanálisis (APCH), donde el comienzo de la historia “oficial” del psicoanálisis chileno estaría encabezada por Ignacio Matte Blanco y sus colaboradores. Este evento reflejaría la consolidación institucional del psicoanálisis en nuestro país, ya que ese mismo año la organización fue reconocida oficialmente por la Sociedad Internacional de Psicoanálisis (IPA) en el Congreso Internacional en Zurich.

Estos tres “hitos”, tal como han sido referidos hasta el día de hoy, dejan grandes espacios de silencio en los que, aparentemente, no habría sucedido nada relevante que mereciera ser recuperado y analizado. Esta mirada está plagada del uso de categorías como “prehistoria”, “precursores”, “pioneros” y “oficialmente formados”, centrándose así en la veta clínica e institucional del psicoanálisis.

Es por ello que ocupé estos mismos parámetros temporales (19101949) para indagar en aquellos espacios en los cuales la historia “oficial” del psicoanálisis guarda silencio, tratando así de hacer emerger los circuitos de recepción y apropiación múltiple del psicoanálisis en la escena nacional. Está reconstrucción histórica se sostuvo en tres grandes supuestos, a saber:

Existen contribuciones significativas y relevantes de varios agentes locales que recibieron las ideas freudianas a través de diversas rutas intelectuales, cada una de éstas está bien definida, implicando con ello un proceso de recepción multifactorial.

Hasta el momento, la mirada que predomina sobre la historia del psicoanálisis chileno invisibiliza dichos aportes, ya que los considera como “capítulos previos” o “preparatorios” a lo que sería la historia “oficial” de la disciplina, contada desde una perspectiva exclusivamente institucional como eje de legitimación y autoridad.

Estos aportes pueden ser recuperados a través de una búsqueda reorientada que tenga en cuenta los beneficios de pensar al psicoanálisis de manera más amplia, redefiniéndolo como un sistema de ideas y creencias de carácter transnacional.

Las particularidades del caso chileno de la recepción del psicoanálisis están relacionadas de manera estrecha con las condiciones locales (sociales, económicas y políticas) de la época de su recepción, pero además con el habitus nacional, entendiendo esto como la suerte de la nación en un marco histórico, el que opera como una variable que condicionó su lectura y uso local.

1.6 Método para la investigación: la perplejidad permanente

Aproximarse a la historia de la recepción del psicoanálisis es sinónimo de estudiar una porción de la historia social, política, intelectual y científica de Chile. Sigo en esto a Aróstegui, quien define a la investigación histórica como aquellos trabajos “que tienen como objeto el comportamiento de las relaciones sociales en función de sus movimientos temporales (recurrentes o transformadores)” (Aróstegui, 2003, p. 150). Se subentiende, entonces, que la llegada de las ideas freudianas a Chile impactó y autorizó la producción innovadora dediscursos y prácticas que pueden ser detectadas y según el presente esquema: (Estado social – Acontecimiento [llegada del psicoanálisis] – Nuevo estado social).

Así, el levantamiento de información de las fuentes históricas más la aplicación del método historiográfico, definido como aquellos pasos necesarios para poder reconstruir cierto fenómeno o fenómenos sociales a partir de la elaboración de hipótesis de trabajo, permitió que los datos encontrados puedan elaborarse para producir un relato histórico lo suficientemente argumentado que dé cuenta de la particularidad de la recepción del psicoanálisis en Chile.

La complejidad del psicoanálisis como objeto de elaboración histórica ha sido considerada a partir de su amplitud y la compenetración que ha logrado en la cultura occidental actual. Desde un punto de vista antropológico, según Plotkin (2009c), el estudio de la historia del psicoanálisis cuenta con un problema adicional para distinguir las categorías “analíticas” de las “nativas”. Un investigador es parte de la cultura que quiere estudiar, por lo que investigar la historia del psicoanálisis puede implicar el riesgo de tomar un dato y “naturalizarlo” precisamente porque ocupa un lugar del problema que se quiere estudiar así como también de la cultura estudiada. Un ejemplo, es la operatoria que el concepto de “resistencia” tiene para el psicoanálisis –tanto en lo clínico como en su política institucional– enfatizando en las supuestas grandes resistencias que las ideas freudianas levantarán en cualquier sociedad en la que se encuentre. Por eso, muchas de las historias del psicoanálisis se esfuerzan por enfatizar o hacer calzar este elemento dentro de las construcciones históricas que realizan, impidiendo con ello interrogarse sobre el éxito sin precedentes de la difusión del psicoanálisis en el mundo. Lo mismo pasa con las ideas que hoy se tienen sobre la subjetividad, la mente y la sexualidad, entre otros, las que se basan o se encuentran inspiradas en el psicoanálisis, o en oposición a él. Tomando esto en cuenta, al investigador se le exige una actitud de “perplejidad permanente” o “exotización”, facilitando así una postura abierta ante lo nuevo.

En consecuencia, definimos al psicoanálisis como “un fenómeno cultural amplio. Que debe ser estudiado desde la perspectiva de la historia cultural y desde un punto de vista histórico-antropológico, sin perder de vista su naturaleza multidimensional. Es crucial tomar en consideración los diferentes niveles y espacios culturales en los que el psicoanálisis como práctica y como sistema de creencias se manifiesta” (Plotkin, 2009c, p. 12).