Sexualidad y muerte: Dos estigmas clínicos

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Sexualidad y muerte: Dos estigmas clínicos
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Sexualidad y muerte: dos estigmas clínicos

Sexualidad y muerte: dos estigmas clínicos

Mónica Biaggio

Índice de contenido

Portadilla

Legales

Agradecimientos

Prólogo Del destino a la risa, Luis Tudanca

El destino del trauma

La negación: cómo decir lo imposible

¿Más allá del trauma?

Artificios

El cuerpo como el nuevo Dios, Marcelo Olmedo

Comentario, Mónica Biaggio

¿Qué malestar en nuestro tiempo?

Lo que queda de Tótem y tabú

Momentos de la caída del padre

De la masa a la multitud

Lo masculino y lo femenino en el Otro social

¿Pasión por lo real?

Política del trauma

Un inconsciente que ex-siste

Bibliografía general

ANEXO

De lo sublime a lo ridículo, no hay más que un solo paso Adrián Scheinkestel

El concepto de Posverdad para la filosofía y la política Ester Cohen

El horror de la belleza Liliana Barreiro

Posverdad: Violencia de género y medios de comunicación Valeria Analía Pastorella

Quitapenas Claudia Fraile

@maternidad Andrea Rivero


Biaggio, MónicaSexualidad y muerte: dos estigmas clínicos / Mónica Biaggio. - 1a ed. - Olivos : Grama Ediciones, 2021.Archivo Digital: descarga ISBN 978-987-8372-50-11. Clínica Psicoanalítica. I. Título.CDD 150.195

© Grama ediciones, 2020

Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA

Tel.: 4781–5034 • grama@gramaediciones.com.ar

http://www.gramaediciones.com.ar

© Mónica Biaggio, 2020

Colaboración: Claudia Fraile y Valeria Pastorella

Imagen de tapa:

Mal de Amores nº2,

Acrílico sobre tela,

200 x 300 cm.

Colección particular.

Digitalización: Proyecto451

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite

ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-50-1

A mi compañero de ruta, Marcelo.

Agradecimientos

Este libro lo escribo a partir de un seminario que dicté en el año 2013, en el marco de los Seminarios Diurnos de la Escuela de la Orientación Lacaniana, de la que formo parte como miembro desde el año 1994.

En el contexto de esta pandemia que azota el planeta, retomo esta publicación para encontrar en mi propia escritura algunas huellas que espero aportar para pensar qué camino seguir en este impasse que atropella lo simbólico.

Mi agradecimiento a todos los que, con su presencia, sus aportes y transmisión, hacen posible continuar en el camino.

Agradezco a Carlos Alonso, su autorización para que una de sus obras sea tapa del presente libro.

Del destino a la risa
Luis Tudanca

Si no hay destino, si el destino es siempre fantasma, si toda “historia fixional dicha y desdicha en un análisis”, es lo que debe perderse en él, en un psicoanálisis se trata entonces de sacar “lo que sobra”.

¿Qué queda? Un carozo.

Podríamos decir que el eje de este libro se sostiene en esa idea que es desplegada de diferentes maneras.

El ejemplo más claro: la manera en que Miguel Ángel describió su obra maestra: “El David siempre estuvo metido dentro de la piedra, yo sólo saqué lo que sobraba”.

Desde el vamos está en juego esa perspectiva: “sacar lo que sobra en el acto artístico, sacar lo que sobra por la vía de un análisis”.

Esto significa, como afirma Miller en El lugar y el lazo que un psicoanálisis apunta a un “no hay”.

Si desprendemos el “no hay” del axioma “no hay relación sexual” advertimos rápidamente todo lo que podemos incluir en el “no hay” en psicoanálisis: el sujeto barrado, el Otro barrado, la fórmula “no hay La mujer”, no hay la verdad toda, no hay el goce total por más que se apunte a él, no hay el Otro del Otro, etc.

La autora recorre distintos temas sostenida en estas premisas y vale la pena recorrer los mismos.

Solo mencionaré algunos: un análisis del fort-da, un retorno a la noción de deseo sostenida en la idea de que este implica una negatividad esencial a diferencia del goce que, justamente es una positividad (Miller en Sutilezas analíticas).

Así que no se trata solamente del “no hay” sino también del “hay” y sus relaciones posibles… e imposibles.

Y si nos quedamos junto a la autora del lado del “hay” recurrimos a la teoría del exceso en Bataille para ejemplificarlo: “…los hombres tienen más energía que la que necesitan y este excedente debe ser gastado sí o sí”.

A esta altura llegamos a una cuestión central de este libro: ¿qué hacer con ese exceso en un análisis?

Y en cada uno de los temas que siguen, no siempre explícitamente, aunque sí presente de todos modos, esa pregunta es abordada sin vueltas.

Luego de pasar por un análisis de “Tótem y tabú” y realizar un desarrollo sobre las distintas versiones del padre en Lacan, con especial referencia a los seminarios 4, 17 y 22 la autora aborda la diferencia entre masa y multitud.

Si mantenemos la idea de que en la masa se disuelve lo singular entonces, ¿cómo entender que se hable de “individualismo de masas”?

¿Desaparece por completo en la masa lo singular?

Lo que es seguro: difícil mantener la idea de singularidad en una masa.

Por ello se hace necesario la distinción con el término multitud.

La multitud tiene la posibilidad de conservar los intereses singulares si no se desvía a su aspecto destructor nos diría Spinoza.

Diego Tatián piensa con respecto a la condición política que: “Tendría por sujeto una multitud cuya potencia, creciente en virtud de una concordancia de derechos, es en sí misma a la vez constituida y conflictiva”. (1)

La multitud indica que la potencia se ejerce con otros mientras que la masa demuestra que el poder se ejerce sobre otros.

Las llamadas tribus urbanas, tema del cual también se ocupa la autora, ¿están más cerca de la masa o de la multitud?

Para acercarse a una respuesta hay que leer el libro.

Considero que podemos extraer dos conclusiones de este libro. Lo diré así: una más psicoanalítica y otra más filosófica.

Pero no hay que tomar esta distinción como una oposición. Me detendré en el punto de encuentro entre ambas perspectivas.

Si afirmamos: “…estemos dónde estemos lo que nos define es nuestra potencia. Nuestra capacidad de vida”.

O como en otra parte del libro se escribe: “Vivir a pesar de todo”, referida a una ética del instante.

Si se enuncia que por medio de un psicoanálisis debería obtenerse, luego de su recorrido, “otro uso, otro fin, otra meta”.

¿Quién habla en esas afirmaciones, la autora, psicoanalista, la filosofía…?

La autora despliega un ejemplo a tener en cuenta: la función de la risa en un parlêtre.

Nos recuerda lo que Lacan planteó en “Televisión” hablando de la figura del santo.

De dicha figura Lacan indica algunas características: no alborota, no hace caridad, “más bien se pone a hacer de desecho: descarida”, se queda seco ante el goce del semejante, “para él ni pizca”, aunque pueda gozar pero “…durante ese tiempo ya no opera. (2)

A Lacan le interesa aproximar esta figura, con las características que le atribuye, a la del analista.

 

Y la remata con la siguiente conclusión: “Cuántos más santos seamos, más nos reiremos: es mi principio, es incluso la salida del discurso capitalista –lo cual, si sólo es para algunos, no constituirá ningún progreso”. (3)

La autora se pregunta por el estatuto de esa risa y si la misma se aproxima a la risa que plantea Bataille como uno de los medios para perder el exceso.

Detengo en este punto el prólogo. Espero haber logrado interesar a los posibles lectores ya que cuántos más lectores seamos, más nos reiremos.

1- Tatián, D., “La cautela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza”, Adriana Hidalgo, Argentina, 2001, p. 188.

2- Lacan, J., “Televisión”, en Otros escritos, Paidós, Argentina, 2012, pp. 545/546.

3- Ibíd.

El destino del trauma

Buenas tardes, comenzaré con la primera parte de este seminario: “Sexualidad y muerte: dos estigmas clínicos”.

Tanto desde lo singular clínico como desde la época, la sexualidad y la muerte es aquello que está anudado al trauma del ser hablante. Cuando hablamos de sexualidad y muerte estamos hablando del trauma, de lo traumático estructural en el ser hablante.

Aunque algunos dirían que no, pues hay toda una teoría del traumatizado. Recuerdo una época en la que se escuchaba un famoso latiguillo que era el de los niños traumados, y allí estaban trabajando los psicólogos con los supuestos traumas de los niños, víctimas de frustraciones. Versión imaginaria de la frustración, que borra por completo la instancia del deseo que se constituye siempre a partir de la falta. Así, los “psico algo” creían que efectivamente responder a la demanda de los niños, no frustrarlos, evitaría que se traumen. Este tipo de terapias están más acá de Freud; digo esto porque para Freud hay un momento en el que justamente lo traumático se separa tajantemente de la novela familiar para pasar a constituir el fantasma, que en un primer período denominó fantasías.

Como se habrán dado cuenta, el tema de este año es difícil. Difícil porque de sexualidad y muerte nada se puede decir.

Uno puede hacer rodeos en torno de estos conceptos, pero no decir qué es. No hay ningún adjetivo calificativo que dé cuenta por su atributo del concepto de muerte o de sexualidad. Tampoco una descripción, ni de la muerte ni del estar afectados por la sexualidad. No hay ningún significante que los pueda nombrar o dar representación.

La sexualidad, como les decía al principio, está anudada a lo traumático del ser hablante. Para Freud, no hay inscripción del órgano sexual femenino en el inconsciente, tampoco hay inscripción de la muerte.

A este agujero se refiere Lacan cuando dice: “No hay relación sexual”; no hay complementariedad entre los sexos, porque justamente no se trata de la genitalidad. Si se tratara de la genitalidad estaríamos en el campo del animal.

Entonces, no hay un saber sobre la sexualidad y tampoco respecto de la muerte.

Ante semejantes temas, pensé en una obra que diera cuenta del tratamiento que se puede hacer frente a lo real, a lo imposible y a la angustia que esto conlleva.

Como tengo amigos que viajan a México, me inspiraron para elegir este trabajo de un gran caricaturista mexicano, José Guadalupe Posadas, nacido el 2 de febrero de 1852, en la ciudad de Aguascalientes. Sus primeras obras fueron de crítica política y se publicaban en el periódico El Jicote. Luego se dedicó a la litografía. Desde la Revolución Mexicana, de 1910, hasta su muerte, en 1913, trabajó en la prensa dirigida a los trabajadores. Murió tan pobre como había nacido; quizá por eso sabía, sin haber leído ni a Freud ni a Lacan, que no hay justicia distributiva y que la muerte es democrática, puesto que más allá de la clase social o la raza, todos terminan siendo calavera.

Con su arte, el maestro Posadas pintó todo tipo de calaveras, vestidas de gala, de fiesta, en las casas de los ricos y en las fiestas urbanas, con grandes sombreros, como es el caso de La Catrina, que Diego Rivera luego retomara en Sueño de una tarde de domingo en la Alameda. Con las calaveras señalaba las miserias y las fallas políticas de los gobernantes.

La obra de Diego Rivera denuncia a los campesinos que se enriquecieron con el gobierno de Porfirio Díaz, militar y político mexicano que gobernó en nueve ocasiones. Eran contemporáneos a la generación del 80, que tenía idéntica ideología.

Para Rivera, su obra fue la burla a esos campesinos que despreciaban, según él, sus orígenes y costumbres comprando modas europeas.

Pero la idea y la producción de calaveras como un homenaje a la muerte siguieron en México. El día que se festeja es el 2 de noviembre. En diferentes lugares se celebran distintos ritos; no son exactamente todos iguales, pero es cierto que preparan comida, la llevan a los cementerios, porque creen que ese día viene el difunto a compartir la cena, y bailan.

También existen calaveras literarias. En el año 2006, Carlos María Ruvira gana el primer premio en el concurso de calaveritas literarias con el siguiente poema:

La Peti, exiliada (4)

Exilio que se destaca

Exilio de una persona

Es el País de la Flaca,

La Huesuda, la Pelona.

La Peti fue allí a parar

Esa fue la gran macana

La de esta mujer sin par

Argentina y mexicana

Que se murió el socialismo

Que se murió el paradigma

Que al final era lo mismo

Que se muriera ella misma

Cuando la parca la vio

Con una silla en su mesa

Esto fue lo que pensó

De tan genial cordobesa:

El primero de noviembre

no me traigan comidita

Yo me engullo a la que siempre

Fuera en vida tan bonita.

Con su mortaja de saco

está para una enchilada:

derecha, parece un taco,

dobladita, una empanada.

En estos versos hay un tratamiento, desde el humor, de la muerte y de la sexualidad. De eso que produce horror.

Woody Allen, riéndose un poco de sí mismo, en una entrevista dijo: “No le temo a la muerte, solo que no me gustaría estar allí cuando suceda”. (5) También Joan Manuel Serrat, en una entrevista que escuché hace unos días, cuando le preguntan por su enfermedad de cáncer, responde que lo resuelve con el cirujano, porque, dice, él me opera y solucionado, “…me va enterrando de a poco”.

Elegí este título ex profeso porque equivoca. Por un lado, remite al lugar donde culminaría lo traumático, pero al mismo tiempo se refiere a que no hay destino, y entonces desde esta perspectiva eso traumático del ser hablante podría, eventualmente, transformarse.

Si bien el trauma no se pierde con un análisis, en tanto se trata de lo que no hay, con un análisis se abren las vías para saber hacer de alguna manera con ese real. Lo que se pierde en un análisis no es exactamente lo traumático, sino lo que resta de toda la historia fixional dicha y desdicha en un análisis.

Hace unos años, exactamente el 7 de febrero de 2015, murió René Lavandera, llamado René Lavand, su nombre artístico. Nombre afrancesado que su representante le sugirió utilizar. Había nacido en 1928, en Buenos Aires. Siendo muy pequeño, 9 años, debido a un accidente, lo atropella un auto, pierde la mano. Debieron amputársela. Sin embargo, nada lo detuvo. Se hizo experto en close up, que es magia de cerca, magia con naipes y objetos pequeños. Fue uno de los mejores y el único capaz de hacer su magia con una sola mano, la izquierda. Al mismo tiempo que realiza los trucos, habla, cuenta misteriosas historias. Le gusta citar nombres como: Segovia, Beethoven, Rubinstein, Pavarotti. O como estos: Borges, Unamuno, Ortega y Gasset, José Ingenieros, autores de los que no ha leído casi nada, nombres que están ahí, intercalados en sus historias, para crear la ilusión de que es un gran lector, un hombre cultísimo.

“La verdad es que yo leo muy poco. De hecho, leo poquísimo”. (6)

Construía un personaje que también formaba parte de su arte, el arte de ser “el gran disimulador”. Inventó la lentidigitación, que consistía en hacer trucos de magia con las cartas, a muy poca distancia y cada vez más lento. Por eso a uno de sus juegos de magia lo llamó “No se puede hacer más lento”.

La irrupción de lo real, marcando su cuerpo con la castración en lo real, trasciende lo traumático estructural, lo transciende y lo muestra.

Lavand, no obstante, con su arte pudo encontrar la vía para saber hacer, tal como lo expresa en el documental El gran simulador, cuando dice que Miguel Ángel Buonarroti, a propósito de su obra maestra, dijo: “El David siempre estuvo metido dentro de la piedra, yo solo saqué lo que sobraba”. (7)

Del mismo modo, es posible sostener que en un psicoanálisis se saca lo que sobra y queda en cambio ese carozo, ese núcleo duro que, como la piedra, al restar esa envoltura, surge como efecto de algo nuevo.

Por supuesto que no seremos todos Miguel Ángel ni tenemos que hacer obras maestras. No se trata de eso.

En todo caso, las obras cuando pasan a tocar algo de lo social, si llegan a transformar algo de lo social, o en el caso de la pintura logran alguna transformación en lo que hace a la historia del arte, trascienden de alguna manera al hacer del artista. Es más allá del artista, puesto que no es de eso de lo que se ocupa ni lo que lo desvela.

Sacar lo que sobra en el acto artístico, sacar lo que sobra por la vía de un análisis. Es en este sentido que jamás el psicoanálisis podría estar del lado de la acumulación. Porque la acumulación siempre es de goce. Y en cambio, el psicoanálisis propone perder, sacar lo que sobra.

Cuando Lacan afirma, respecto de un análisis, que es posible cambiar el pasado, me parece que se refiere a esto. Pues los hechos de la vida son lecturas que uno hace de esos hechos que le han ocurrido.

Freud, de entrada, ubica el trauma en la escena de seducción; es decir, el adulto enfermo que seduce a la histérica. Pero en la “Carta 69” (8) nos dice que sus histéricas lo han engañado, y que por eso ya no cree en sus histéricas, en sus neuróticas. El plantea aquí el pasaje del trauma a la fantasía; descubre que se trata de lo fantasmático, de cómo se constituye el fantasma para el ser hablante, justamente por el trauma de ser un ser hablante.

Pero hay traumas y traumas, inclusive en la obra de Freud. Porque el concepto de trauma que formula al principio de su obra no es el mismo que cuando piensa lo traumático a la altura de 1920 y escribe Más allá del principio de placer, donde alude al trauma de la guerra.

Cuando afirmamos que el pasado se puede cambiar, fundamentalmente nos referimos a la novela familiar y a todo lo que el sujeto armó respecto de su goce en torno de su fantasma, que está articulado con su novela familiar. Eso sí se cambia, no el fantasma, porque el fantasma se atraviesa, pero no se elimina. Lo que ocurre es que la relación del sujeto con esto es diferente.

Existen distintas perspectivas, una por una, para ver la realidad. Por eso, desde el psicoanálisis la realidad es la realidad psíquica. Y esa realidad es el fantasma que, como marco, nos permite ver de acuerdo con los límites que impone. Muchos artistas rompieron con esto a través de su arte. Miguel Ángel, a quien mencioné antes, por ejemplo, fue el primer manierista. Sus enormes frescos, con esos cuerpos desproporcionados con tanta fuerza, venían no solo a romper con las proporciones sino con la creencia religioso-política de que el hombre era el centro del Universo. En este sentido, y casi es una ironía, los frescos de la Capilla Sixtina que tienen en su epicentro la creación del Universo y el hombre como hijo de Dios, el pecado y el diluvio, lejos de ser perfectos tienen desproporciones gigantescas. Como Miguel Ángel, hay otros artistas que escaparon de la representación y del sentido. Por ejemplo, Marcel Duchamp, en el punto en el que toma un mingitorio, lo vacía de sentido y dice esto es una fuente y lo coloca en un museo. Aunque no había manera de que lo dejasen entrar, finalmente lo logró.

Me parece que en este caso apunta a una perspectiva diferente. Utilizaba los fotogramas. Ayudado por su amigo Man Ray, usa la cronofotografía, y parte de allí para su Desnudo bajando una escalera nº 2 (9), obra que realiza en 1912.

 

A diferencia del cubismo, en el cual los puntos de vista son múltiples, o el manierismo, con sus desproporciones, la perspectiva central, en la que existe un punto de fuga en el que todo converge, o la proporción áurea, responde quizá forzando un poco los conceptos al modo en el que el neurótico concibe su mundo.

De alguna manera, el marco del fantasma tiene la pretensión de ofrecer al ser hablante ese modo de perspectiva y de forma; una perspectiva única y centrada en el sí mismo y una forma que responde a un ideal divino, lógica del padre.

Así, al estar enmarcado por su fantasma, el sujeto no ve o mejor dicho solo ve aquello que le permite ver el marco de su fantasma. Ve solo un punto, que suele ser lo autorreferencial.

En un análisis es esperable atravesar eso. Atravesamiento del fantasma, un modo de dar por finalizado el análisis, al menos en un momento de la obra de Lacan. Atravesamiento que a mi entender consiste en la fragmentación de múltiples perspectivas; como si lo que antes constituía la realidad subjetiva y propia de cada quien, se partiera en un montón de fragmentos. Se encuentra, entonces, lo que antes no: trabajos, parejas, otras posibilidades en su realidad que anteriormente estaban, pero no formaban parte de esa realidad fantasmática.

En este sentido, el destino siempre es el fantasma. No hay un destino, no hay una mala estrella para nadie, en forma predeterminada. Hay lo real. Pero lo real no es lo que los neuróticos designan como “su destino”.

La palabra destino viene del verbo latino destinare, formado por de y stínare; el prefijo latino de le da intensidad a la palabra y stínare quiere decir estacionario o fijo. O sea que en un comienzo significó algo así como meta, pero luego se transformó en hado, que es la fuerza que no cambia y que determina el futuro.

Se podría afirmar que el destino es la pulsión. Si se tiene un destino, es ese. Pensaba en el concepto de fijación, la fijación de la pulsión, que en su recorrido marca el cuerpo y se fija a un objeto y ese objeto vale como condición y no lo podemos cambiar. Eso es cierto que es fijo. Pero podemos tener una relación diferente con eso. Hay una transformación en esa relación de goce, transformar lo mortífero en algo vivo, pero el objeto en sí no cambia. Hay una fijeza que hace que no cambie.

En la mitología griega, Tyche era la diosa del destino o de la fortuna, y por ende estaba en sus manos la prosperidad de una comunidad. Para los romanos era la diosa fortuna. Es una diosa caprichosa, que distribuía aleatoriamente los bienes y los males.

Este término, tyche, Lacan lo trabaja en su Seminario 11, a propósito del concepto de real.

Ya se desprendió de lo real como realidad, aunque siempre pensó la realidad como realidad psíquica, no como realidad fenoménica, como sí lo pensó Freud, cuando creía en la teoría del trauma.

Pero lo real tampoco es la realidad psíquica, tiene otro estatuto y es muy difícil definir lo real, porque cuando uno lo quiere definir deja de ser real, porque no tiene representación.

Solo podemos acercarnos a ese concepto bordeándolo, en tanto siempre es lo que resta. Lo real se presenta en lo ominoso, la negación o el déjà vu. Aunque son modos, a mi gusto, de cierto tratamiento frente a eso real que irrumpe en la malla simbólica.

La tyche remite al encuentro. Es lo que yace tras el automatón, que es el retorno, que tiene que ver con lo que vuelve siempre al mismo lugar.

La función de la tyche como encuentro se presenta primero en la historia del psicoanálisis bajo la forma del trauma. El encuentro del que habla con relación a la tyche es el encuentro que es siempre inesperado; tiene que ver con la sorpresa, con lo que cae en el mal lugar. Este trauma, que es inicial, es taponado por el principio de placer. El principio de placer es lo que duerme. Cuando decimos que estamos “dormidos” es porque estamos nadando en el principio de placer. Por eso cuando los pacientes dicen que tienen que gratificarse, hay mucho empuje ahí.

En la gratificación está anudado el principio de placer y también el dormir. Tampoco se puede estar despierto todo el tiempo, porque estar despierto es estar despierto a lo real, y eso se da, por ejemplo, en la psicosis. La neurosis, en cambio, tiende a dormir al sujeto, y por lo tanto vela lo real; esto es porque forma parte de la misma estructura. Hay muchos modos que tiene la neurosis de velar eso que no tiene nombre. Eso que es traumático. Lo que despierta en el sueño de “Padre, ¿acaso no ves que ardo?”, (10) no es un sueño freudiano, sino que se lo contaron. No lo despierta la vela, no se trata de la percepción del ruido de la vela que cae, sino la voz. La voz está aludiendo al objeto. Recordemos que en el Seminario 11, Lacan tiene los objetos a, que había elaborado en el Seminario 10, donde ya planteaba el goce como fragmentado.

Jacques-Alain Miller, en sus “Paradigmas del goce”, (11) lee en la obra de Lacan los diferentes modos en los que el goce entra en conjunción o disyunción con el significante. Y en el Seminario 10 el goce está fragmentado por los objetos a, y en este sentido en disyunción con el significante.

Volviendo al sueño, entonces, el fantasma hace pantalla a eso real, a eso que despierta.

En el capítulo de Tyche y automatón, al final, Lacan avanza en esa línea y dice: “Los estadios se organizan en torno de la angustia de castración” (12), porque como sabemos para Freud lo central es el Edipo, pero para Lacan no: el nudo es Edipo-castración, pero leído desde la castración.

“La angustia de castración es como un hilo que perfora todas las etapas del desarrollo. Orienta las relaciones que son anteriores a su aparición propiamente dicha: destete, disciplina anal, etc.”, y agrega: “El mal encuentro central está a nivel de lo sexual. Lo cual no quiere decir que los estadios tomen un tinte sexual que se difunde a partir de la angustia de castración. Al contrario, se habla de trauma y de escena primaria porque esta empatía no se produce”. (13)

No se produce porque no hay un objeto predeterminado para la pulsión; siempre hay una discordancia, porque el objeto en sí está perdido. Lo que hace la pulsión es recorrer el cuerpo, y en su recorrido se satisface y se fija a un objeto que vale como condición, pero el objeto es la zona erógena del cuerpo. Por eso, el capítulo siguiente toma como ejemplo la mirada como objeto, y empieza a desarrollar los objetos a.

El trauma fue un concepto que estuvo de entrada en la obra freudiana.

En el “Proyecto de psicología”, (14) Freud nos habla del trauma de Emma y su pastelero.

Acá, a pesar de estar en los albores de lo que más tarde será toda su obra, ya podemos localizar el concepto de nachtraglich; es decir, el concepto de un tiempo lógicamente anterior. No es un tiempo cronológico sino lógico. Sitúa lo que serán las dos escenas del trauma. Es la segunda escena la que resignifica la primera. Esta lógica no es obsoleta, sino que sigue presente en los neuróticos.

Cuando un paciente viene a vernos, y algo lo aqueja en el presente, en el ahora, hay que ubicar cuál fue el momento lógico anterior a esta segunda escena.

En este caso, el de Emma, el trauma aparece ligado a la sexualidad. Es que el trauma siempre está ligado a la sexualidad o a la muerte. En el caso de la histeria estará más ligado a la sexualidad, y en el caso de la obsesión más ligado a la muerte, a la existencia.

Hoy me interesa ir al punto del antecedente en Freud y cómo lo piensa Lacan, cómo ubica el trauma en el ser hablante.

El trauma para Freud, cuando escucha a Emma y escribe el “Proyecto de psicología”, es un hecho que ocurrió en la realidad.

Sin embargo, Freud abandona su teoría respecto de que todo lo inconsciente podía hacerse conciente; por ende, fracasa su teoría de la defensa. La defensa, ese mecanismo, fracasa. Y fracasa porque no todo lo inconsciente puede hacerse conciente, pero sí todo lo conciente puede hacerse inconsciente.

Esto significa que ya en Freud tenemos que en el aparato psíquico hay una hiancia. Y esto está en el esquema del peine, cuando él dice que la primera percepción está perdida, que no hay identidad de percepción. Ya ahí hay un agujero. El agujero indica que hay algo que se pierde; si no hubiera algo que se perdiera estaríamos en el campo, por ejemplo, del autismo.

Esta hiancia tiene que ver con el hecho de que algo resta; algo es siempre extraterritorial para el aparato. Esto extraterritorial se presenta en el síntoma, en la cara goce del síntoma, en aquello que no pudo ser fijado vía la represión.

O para expresarlo en términos de Lacan, eso extraterritorial es la Cosa; este concepto lo trabaja en el Seminario 7 cuando pensaba que el goce era imposible y ese goce imposible estaba anudado a la Cosa. No había acceso al goce, siendo un impase en la teoría, por eso tendrá que dar una vuelta. Así es que en el Seminario 10 elabora el goce como fragmentado: de la inscripción del lenguaje se produce una marca que introduce la pérdida del goce absoluto cuyo resto es el objeto a. Esa es la fragmentación, las zonas erógenas freudianas, que abrochan una parte, una zona del cuerpo como resto. A las zonas erógenas freudianas: lo oral y lo anal, Lacan agrega la voz y la mirada, siendo las pulsiones invocante y escópica.

Volviendo a Freud, cuando verifica que sus histéricas tenían, todas, la misma idea, que habían sido seducidas por un adulto enfermo, le escribe a Fliess la “Carta 69”, el 21 de setiembre de 1897: “Y enseguida quiero confiarte el gran secreto que poco a poco se me fue trasluciendo en las últimas semanas. Ya no creo más en mi «neurótica». Claro que esto no se comprendería sin una explicación: tú mismo hallaste creíble cuanto pude contarte. […] Las continuas desilusiones en los intentos de llevar mi análisis a su consumación efectiva, la deserción de la gente que durante un tiempo parecía mejor pillada, la demora del éxito pleno con que yo había contado y la posibilidad de explicarme los éxitos parciales de otro modo, de la manera habitual […] Después, la sorpresa de que en todos los casos el padre hubiera de ser inculpado como perverso, sin excluir a mi propio padre, la intelección de la inesperada frecuencia de la histeria, en todos cuyos casos debiera observarse idéntica condición, cuando es poco probable que la perversión contra niños esté difundida hasta ese punto. […] En tercer lugar –y subrayo esto–, la intelección cierta de que en lo inconsciente no existe un signo de realidad, de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto. (Según esto, quedaría una solución: la fantasía sexual se adueña casi siempre del tema de los padres.) […] Y viendo así que lo inconsciente nunca supera la resistencia de lo conciente, se hunde también la expectativa de que en la cura se podría ir en sentido inverso hasta el completo domeñamiento de lo inconsciente por lo conciente”. (15)