Loe raamatut: «La Senda De Los Héroes», lehekülg 12

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La bestia subió su pata y la dejó caer en la cabeza de Thor. Thor una vez más, giró alejándose del camino; la criatura dejó una huella donde la cabeza de Thor había estado.

Thor se puso en pie, puso una piedra en su honda y la lanzó.

Golpeó al monstruo entre los ojos, con más fiereza de la que había tenido y la criatura se tambaleó hacia atrás.  Thor estaba seguro de que lo había matado.

Pero para su sorpresa, la bestia no se detuvo.

Thor hizo todo lo posible para convocar su poder, sea cual fuera que tuviera. Fue a atacar a la bestia, saltando hacia adelante, chocando contra él, con la intención de derribarlo y tirarlo al suelo, con un poder sobrehumano.

Pero para sorpresa de Thor, esta vez su poder no apareció. Era simplemente otro muchacho. Un muchacho frágil, comparado con esa enorme bestia.

La bestia simplemente se agachó, sujetó a Thor de la cintura, y lo alzó por encima de su cabeza.  Thor, indefenso, colgaba en el aire—y después fue arrojado. Salió volando como un misil, a través del claro, y se estrelló de Nuevo contra un árbol.

Thor estaba ahí, aturdido, con la cabeza partida, las costillas rotas en dos partes.  La bestia corrió hacia él, y sabía que esta vez estaba terminado. Elevó su pata roja, poderosa, preparándose para bajarla sobre la cabeza de Thor. Éste se preparó para morir.

Entonces, por alguna razón, la bestia se congeló en el aire. Thor parpadeó, tratando de entender el motivo.

La bestia se acercó y apretó su garganta y Thor se dio cuenta de que en su cabeza había una flecha clavada en ella. Un momento después, la bestia se desplomó, muerta.

Erec llegó corriendo, seguido por Reece y O’Connor. Thor vio a Erec mirándolo hacia abajo, preguntándole si estaba bien, y quería responder, por sobre todas las cosas. Pero no salían las palabras. Un momento después, cerró los ojos y el mundo se volvió negro.

CAPÍTULO DIECIOCHO

Thor abrió lentamente sus ojos, mareado al principio, tratando de saber dónde estaba. Estaba tendido en la paja, y por un momento se peguntó si estaba de regreso en las barracas. Se apoyó en un codo, en estado de alerta, buscando a los demás.

Estaba en otro lugar. Por su aspecto, estaba en una sala de piedra muy elaborada.  Parecía como si fuera un castillo.  Un castillo real.

Antes de que pudiera entender todo esto, una gran puerta de roble se abrió y entró Reece, pavoneándose. A lo lejos, Thor podía oír el ruido sordo de una multitud.

“Finalmente, está vivo”, anunció Reece con una sonrisa, mientras se apresuraba hacia adelante, tomó la mano de Thor y le ayudó a levantarse.

Thor subió una mano a la cabeza y trató de detener el terrible dolor de cabeza que sintió al levantarse tan rápidamente.

“Vamos, vamos, todos te están esperando”, instó, tirando de Thor.

“Espera un momento, por favor”, dijo Thor, tratando de recomponerse. “¿Dónde estoy? ¿Qué ocurrió?”.

“Estamos de vuelta en la Corte del Rey— ¡y estás a punto de que te celebren como el héroe del día!”, dijo Reece alegremente, mientras se dirigían a la puerta.

“¿Héroe? ¿Qué quieres decir? Y… ¿cómo llegué aquí?”, preguntó él, tratando de recordar.

“Esa bestia te derribó.  Has estado dormido durante mucho tiempo.  Tuvimos que cargarte por el puente del Barranco. Fue muy dramático. ¡No era exactamente como esperaba volver al otro lado!”, dijo él riendo.

Salieron al pasillo del castillo, y al ir caminando Thor podía ver todo tipo de personas—mujeres, hombres, escuderos, guardias, caballeros—mirándolo fijamente, como si hubieran estado esperando a que despertara.  También vio algo nuevo en sus ojos, una especie de respeto.  Era la primera vez que él lo notaba. Hasta ahora, casi todos lo habían visto con desdén—ahora lo miraban como si fuera uno de ellos.

“¿Qué fue exactamente lo que ocurrió?”. Thor se devanaba los sesos, tratando de recordar.

“¿No recuerdas nada?”, preguntó Reece.

Thor trató de pensar.

“Recuerdo que corrí en el bosque. Haber peleado con esta bestia. Y después…” Se quedó en blanco.

“Salvaste la vida de Elden”, dijo Reece”. Corriste sin miedo por el bosque, tú solo. No sé por qué gastaste energía para salvar la vida de ese pedante. Pero lo hiciste. El Rey está muy, pero muy contento contigo.  No es que le importe Elden. Pero le importa mucho el valor. Le encanta celebrar. Es importante para él, celebrar historias como ésta, para inspirar a los demás. Y hace quedar bien al rey y a la Legión. Él quiere celebrar. Estás aquí porque quiere recompensarte”.

“¿Recompensarme?”, preguntó Thor, estupefacto. “¡Pero yo no hice nada!”.

“Salvaste la vida de Elden”.

“Solamente reaccioné. Me nació hacerlo”.

“Y es precisamente por ello, que el rey quiere recompensarte”.

Thor se sintió avergonzado. No creía que sus acciones merecieran recompensa.  Después de todo, si no hubiera sido por Erec, Thor estaría muerto ahora. Thor pensó en ello y su corazón se llenó de gratitud hacia Erec, una vez más.  Él esperaba que algún día, pudiera corresponderle.

“¿Y nuestra labor de patrullaje?”, preguntó Thor, “No la terminamos”.

Reece le puso una mano tranquilizadora en el hombro.

“Amigo, salvaste la vida de un muchacho. De un miembro de la Legión. Eso es más importante que nuestro patrullaje”. Reece rió. “Tanto para un primer patrullaje sin incidentes”, añadió.

Al final de otro pasillo, dos guardias abrieron una puerta para ellos, y Thor parpadeó y se encontró ante la cámara real.  Debe haber habido un centenar de caballeros, de pie en la habitación, con sus techos de catedral elevados, vitrales y armas y armaduras colgando por todas las paredes, como trofeos. El Salón de las Armas. Era el lugar de reunión de los mejores guerreros, todos los hombres de los Plateados. El corazón de Thor se aceleró mientras examinaba las paredes, todas las armas famosas, las armaduras de los legendarios caballeros heroicos. Thor había escuchado rumores de este lugar, toda su vida. Su sueño había sido verlo personalmente algún día. Normalmente, no entraban escuderos aquí— solamente los Plateados.

Aún más sorprendente, al entrar, los caballeros reales voltearon para mirarlo—a él—de todos lados. Y hubo miradas de admiración. Thor nunca había visto a tantos caballeros en una habitación, y nunca se había sentido tan aceptado. Era como estar en un sueño.  Especialmente porque unos minutos antes, él había estado dormido.

Reece debe haber notado la cara atónita de Thor.

“Lo mejor de los Plateados se ha reunido aquí para condecorarte”.

Thor se sintió orgulloso e incrédulo. “¿Condecorarme? Pero no hice nada”.

“Te equivocas”, dijo una voz.

Thor dio media vuelta y sintió una mano pesada en su hombro. Era Erec, sonriéndole.

“Has mostrado valentía y honor y coraje, más allá de lo que se esperaba de ti. Casi diste tu vida por salvar a uno de tus hermanos. Eso es lo que buscamos en la Legión, y eso es lo que buscamos en los Plateados”.

“Usted me salvo la vida”, dijo Thor a Erec. “Si no fuera por usted, esa bestia me habría matado. No sé cómo agradecerle”.

Erec sonrió.

“Ya lo hiciste”, contestó él. “¿No recuerdas la justa? Creo que estamos a mano”.

Thor se dirigió al pasillo, hacia el trono del Rey MacGil, al otro extremo de la sala. Reece por un lado y Erec por el otro. Sintió cientos de ojos sobre él, y todo fue como un sueño.

Parados alrededor del rey, estaban sus docenas de consejeros, junto con su hijo mayor, Kendrick. Al acercarse Thor, su corazón se llenó de orgullo. No podía creer que el rey le estuviese concediendo una audiencia nuevamente—y que tantos hombres importantes estuvieran ahí para presenciarlo.

Llegaron al trono del Rey. MacGil se puso de pie, y un susurro mudo salió de la habitación.   La expresión pesada de MacGil se convirtió en una amplia sonrisa, mientras daba tres pasos hacia adelante, y para la sorpresa de Thor, le dio un abrazo.

Hubo una gran ovación en la habitación.

Se inclinó hacia atrás, agarró a Thor firmemente de los hombros y le sonrió.

“Has servido bien a la Legión”, dijo él.

Un criado le entregó una copa al Rey, que éste levantó. En voz alta, dijo:

“¡POR LA GALLARDÍA!”.

“¡POR LA GALLARDÍA!”, gritaron los cientos de hombres en la habitación.  Un murmullo de emoción le siguió, y nuevamente la habitación quedó en silencio.

“En reconocimiento a tus hazañas de hoy”, dijo el rey, “te concedo un gran regalo”.

El rey hizo un ademán, y un asistente se acercó, llevando un guante largo y negro en el que estaba un magnífico halcón.  Se dio la vuelta y miró directamente a Thor—como si lo conociera.

Dejó a Thor sin aliento. Era exactamente el halcón de su pesadilla, con el cuerpo plateado y la única raya negra corriendo por su frente.

“El halcón es el símbolo de nuestro reino y de nuestra familia real”, dijo MacGil. “Es un ave de presa, de orgullo y de honor. Pero también es un ave de habilidad, de astucia.  Es leal y feroz, se eleva por encima de todos los animales.  También es una criatura sagrada.  Se dice que quien posee un halcón también es propiedad de éste. Te guiará en todos tus caminos. Te dejará, pero siempre regresará. Y ahora es tuyo”.

El halconero avanzó, puso un guante de cota de malla pesado en la mano y en la muñeca de Thor; luego colocó al ave sobre él.  Thor se sintió electrizado, teniéndolo en su brazo. Apenas podía moverse. Estaba asombrado por su peso; era una lucha hacer que permaneciera inmóvil, ya que el ave no dejaba de moverse en su muñeca. Sintió sus garras excavando, aunque por suerte, solamente sintió la presión, ya que estaba protegido por el guante.  El ave giró, lo miró a los ojos, y chilló. Thor sintió que lo veía a los ojos y sintió una conexión mística con el animal.  Solamente sabía que lo acompañaría toda su vida.

“¿Y cómo debo llamarlo?”, preguntó el rey, en el grueso silencio de la habitación.

Thor se devanó los sesos, que estaban demasiado congelados para trabajar.

Trató de pensar con rapidez.  Pensó en su mente todos los nombres de los guerreros más famosos del reino. Se dio la vuelta y examinó las paredes, vio una serie de placas con todos los       nombres de las batallas, de todos los lugares de reino.  Sus ojos se posaron sobre un lugar en particular.  Era un lugar en el Anillo donde él nunca había estado, pero del que siempre había oído hablar como un lugar místico y poderoso.  Le pareció adecuado.

Lo llamaré Estopheles”, dijo Thor.

“¡Estopheles!”, repitió la multitud, pareciendo complacida.

El halcón chilló, en respuesta.

De pronto, Estopheles batió sus alas y voló a lo alto, hasta la cúspide del techo tipo catedral y salió por una ventana abierta.  Thor la vio marcharse.

“No te preocupes”, dijo el cetrero, “siempre volverá a tu lado”.

Thor giró y vio al rey. Nunca había recibido un regalo en su vida, mucho menos uno de esa talla.  No sabía qué decir, cómo agradecerle.  Se sentía abrumado.

“Mi señor”, dijo él, bajando la cabeza. “No sé cómo darle las gracias”.

“Ya lo hiciste”, dijo MacGil.

La multitud ovacionó, y se rompió la tensión de la habitación. Estalló una animada conversación entre los hombres, y muchos caballeros se acercaron a Thor, él no sabía qué camino seguir.

“Ese es Algod, de la Provincia Oriental”, dijo Reece, presentándole a uno.

“Y ese es Kamera, de las Ciénegas Bajas… Y este es, Basikold, de los Fuertes del Norte…”.

Pronto, los hombres se borraron.  Thor se sintió abrumado.  Apenas podía creer que todos esos caballeros querían conocerlo. Nunca se había sentido tan aceptado u honrado en su vida y él presentía que jamás se repetiría un día así. Era la primera vez en su vida que había sentido que tenía valía.

Y no podía dejar de pensar en Estopheles.

Mientras Thor volteaba a todos lados, saludando a la gente cuyos nombres fluían, nombres que casi no podía recordar, un mensajero se apresuró, deslizándose entre los caballeros.  Llevaba un pequeño pergamino, que presionó en la mano de Thor.

Thor lo abrió y leyó la fina y delicada caligrafía:

Nos vemos en el patio trasero. Detrás de la puerta

Thor podía oler una fragancia delicada que emanaba del pergamino rosa, y se sintió desconcertado tratando de averiguar de quién era. No llevaba firma.

Reece se inclinó, lo leyó por encima de su hombro y se rió.

“Parece que mi hermana se ha encaprichado contigo”, dijo él, sonriendo. “Yo que tú, iría a verla.  Odia que la hagan esperar”.

Thor sintió que se sonrojaba.

“El patio trasero está pasando esas puertas. Date prisa. Suele cambiar de opinión rápidamente”. Reece sonrió al verlo. “Y me encantaría tenerte en mi familia”.

CAPÍTULO DIECINUEVE

Thor trató de seguir las instrucciones de Reece al caminar por el castillo atestado de gente, pero no fue fácil. El castillo tenía muchos giros y vueltas, demasiadas puertas ocultas y demasiados pasillos largos que parecían conducir a más pasillos.

Repasó mentalmente las instrucciones de Reece al bajar por otro pequeño grupo de escalones, dobló otro pasillo, y finalmente se detuvo ante una pequeña puerta arqueada con un mango rojo—el cual Reece le había mencionado—y lo abrió.

Thor corrió hacia afuera y recibió la fuerte luz del día de verano; se sentía bien estar afuera, salir del congestionado castillo, respirando aire fresco, con el sol en la cara. Entrecerró sus ojos, ajustándolos en la luz brillante, y miró alrededor. Ante él se extendían los jardines reales, hasta donde alcanzaba la vista, setos perfectamente podados en formas diferentes, en cuidadosas hileras, con senderos sinuosos entre ellos.  Había fuentes, árboles poco comunes, huertos con frutas maduras del comienzo del verano y campos de flores de todos tamaños, formas y colores. El panorama le quitó el aliento.  Era como entrar en una pintura.

Thor miró por todas partes buscando alguna señal de Gwendolyn, con el corazón acelerado.  Ese patio estaba vacío y Thor supuso que probablemente estaba reservado para la familia real, alejado de la gente, con sus muros altos de piedra. Y sin embargo, buscó por todas partes y no pudo encontrarla.

Se preguntó si su nota era un engaño. Tal vez eso era todo. Tal vez solamente estaba burlándose de él, el chico pueblerino, divirtiéndose a su costa. Después de todo, ¿cómo es posible que alguien de su rango realmente tuviera interés en él?

Thor bajó la mirada, y leyó su nota de nuevo, luego la volvió a guardar, avergonzado. Había sido burlado. Qué tonto fue en ilusionarse así.  Le dolía profundamente.

Thor se volvió y se preparó para regresar al castillo, con la cabeza baja.  Justo al llegar a una puerta, se escuchó una voz.

“¿Y adónde vas ?”, dijo la voz alegre.  Parecía el canto de un pájaro.

Thor se preguntó si lo estaba imaginando. Se dio vuelta, buscando, y ahí estaba ella, sentada a la sombra, bajo el muro del castillo.  Ella le devolvió la sonrisa, vestida con su ropa real, un vestido de satén blanco, con el borde rosado.  Se veía aún más hermosa de lo que él recordaba.

Era ella. Gwendolyn. La chica con la que Thor había estado soñando desde que la conoció, con sus ojos almendrados azules, y su cabello largo, rojizo, con su sonrisa que iluminaba su corazón.  Llevaba un gran sombrero de color rosa y blanco, para protegerla del sol, debajo del cual sus ojos brillaban.  Por un momento sintió ganas de dar vuelta para asegurarse de que no había nadie parado detrás de él.

“Este…” Thor empezó a decir”, yo…este…no sé. Yo…este…iba a entrar”.

Una vez más, se sentía nervioso estando cerca de ella, dificultando que ordenara sus ideas y pudiera expresarlas.

Ella rió, y fue el sonido más hermoso que él había escuchado.

“¿Y por qué harías eso?”, preguntó ella, juguetona. “Acabas de llegar”.

Thor estaba nervioso. Se le trabó la lengua.

“Yo…este…no podía encontrarte”, dijo él, avergonzado.

Ella volvió a reír.

“Pues, aquí estoy. ¿No vas a venir por mí?”.

Ella tendió una sola mano; Thor corrió hacia ella, se agachó y tomó su mano. Se sintió electrizado al tocar su piel, tan lisa y suave, su frágil mano encajaba perfectamente en la suya. Él la miró y dejó su mano ahí un momento, antes de levantarse poco a poco.  Le encantaba la sensación de sus dedos en la mano, y esperaba que nunca los quitara.

Ella retiró la mano, después colocó su brazo en el suyo, entrelazándolos. Ella empezó a caminar, guiándolo por los diversos senderos serpenteantes. Caminaron por un sendero de piedra y pronto entraron a un laberinto de setos, protegidos de la vista exterior.

Thor estaba nervioso. Tal vez él, un plebeyo, se metería en problemas caminando así con la hija del Rey. Sintió un ligero sudor en su frente, y no sabía si era por el calor o por el contacto con ella.

Él no estaba seguro de qué decir.

“Has causado mucha agitación aquí, ¿verdad?”, dijo ella con una sonrisa. Él estaba agradecido de que ella hubiera roto el incómodo silencio.

Thor se encogió de hombros. “Lo siento. No fue mi intención”.

Ella rió. “¿Y por qué no fue tu intención? ¿No es bueno causar un revuelo?”.

Thor se sintió obstaculizado. No sabía qué responder.  Parecía que siempre decía las cosas mal.

“Este lugar está tan atiborrado y aburrido, de todos modos”, dijo ella. “Es bueno tener a un recién llegado.  Parece que a mi padre le has simpatizado. También a mi hermano”.

“Pues…gracias”, contestó Thor.

Se pateaba a sí mismo, muriendo por dentro.  Sabía que tenía que decir algo más, y quería hacerlo. Pero no sabía qué decir.

“¿Te…?”, empezó a decir, devanándose los sesos buscando algo adecuado que decir, “¿Te gusta este lugar?”.

Ella se rió hacia atrás y se rió.

“¿Que si me gusta este lugar?”, preguntó ella. “Pues eso espero. ¡Yo vivo aquí!”.

Ella volvió a reír y Thor sintió que se sonrojó. Sintió que estaba estropeando las cosas. Pero él no había sido criado entre mujeres, nunca había tenido una novia en la aldea y no sabía qué decirle. ¿Qué podría preguntarle a ella? ¿De dónde eres? Ya sabía de dónde era ella. Él empezó a preguntarse por qué se fijaba en él; ¿era solo para su diversión?

“¿Por qué te simpatizo?”, preguntó él.

Ella lo miró e hizo un sonido raro.

“Eres un muchacho presuntuoso”, rió ella. “¿Quién dice que me agradas?”, preguntó ella con una gran sonrisa. Claramente, todo lo que decía él, le divertía.

Thor sintió como si se hubiera metido en un problema peor.

“Lo siento. No quise decir eso. Solamente tenía curiosidad. Quiero decir…este…sé que no te agrado”.

Ella rió con más fuerza.

“Eres divertido. Tengo que reconocerlo. Supongo que nunca has tenido novia, ¿verdad?”.

Thor miró hacia abajo y negó con su cabeza, humillado.

“Supongo que tampoco tienes hermanas”, presionó ella.

Thor negó con la cabeza.

“Tengo tres hermanos”, dijo sin pensar. Finalmente, había logrado decir algo normal.

“¿En serio?”, preguntó él. “¿Y dónde están? ¿En tu aldea?”.

Thor negó con la cabeza. “No, ellos están aquí, en la Legión, conmigo”.

“Bueno, eso debe ser reconfortante”.

Thor negó con la cabeza.

“No. No les agrado. Ellos quisieran que yo no estuviera aquí”.

Fue la primera vez que no sonrió.

“¿Y por qué no habrías de agradarles?”, preguntó ella, horrorizada. “¿A tus propios hermanos?”.

Thor se encogió de hombros, “Quisiera saberlo”.

Caminaron un rato más en silencio.  De pronto sintió miedo de estropear el buen humor.

“Pero no te preocupes, no me molesta. Siempre ha sido así. En realidad, he hecho buenos amigos aquí.  Los mejores amigos que he tenido”.

“¿Mi hermano? ¿Reece?”, preguntó ella.

Thor asintió con la cabeza.

“Reece es bueno”, dijo ella. “Es mi favorito por varios motivos. Tengo cuatro hermanos. Tres son auténticos, y uno no lo es. El mayor es hijo de mi papá con otra mujer. Mi medio hermano. Ya lo conoces, es Kendrick”.

Thor asintió con la cabeza. “Tengo una gran deuda con él. Es gracias a él que tengo un lugar en la Legión. Él es un buen hombre”.

“Es verdad. Es uno de los mejores del reino. Lo quiero mucho, como si fuera mi verdadero hermano. Y está Reece, a quien amo mucho. Los otros dos…bueno… Ya sabes cómo son las familias.  No todos se llevan bien. A veces me pregunto cómo es que todos vinimos de la misma gente”.

Ahora Thor tenía curiosidad. Quería saber más acerca de quiénes eran, la relación que tenía ella con ellos, por qué no eran unidos. Quería preguntarle, pero no quería entrometerse. Y ella no parecía querer pensar en ello tampoco. Ella parecía ser una persona feliz, a la que solo le gustaba centrarse en cosas alegres.

Cuando salieron del laberinto, en el patio se abrió un nuevo jardín, donde el césped estaba perfectamente bien cortado y diseñado en varias formas. Era un enorme juego de tablero de algún tipo, expandido en al menos quince metros en cada dirección, con enormes piezas de madera, más altas que Thor, colocados a lo largo.

Gwen lanzó un grito de alegría.

“¿Jugamos?”, preguntó ella.

“¿Qué es?”, preguntó él.

Ella se dio media vuelta, con los ojos abiertos de par en par, divertida.

“¿Nunca has jugado Racks?”, preguntó ella.

Thor negó con la cabeza, avergonzado, sintiéndose más pueblerino que nunca.

“¡Es el mejor juego!”, exclamó ella.

Tomó la mano de él con sus dos manos, arrastrándolo hacia el campo.  Ella saltó de alegría; él no podía evitar sonreír. Más que nada, más que el campo, más que el hermoso lugar, era el sentir las manos de ella lo que lo electrizaba. El sentimiento de ser querido. Ella quería que él la acompañara. ¿Por qué alguien habría de preocuparse por él? Especialmente alguien como ella. Él todavía sentía que todo era un sueño.

“Párate ahí”, dijo ella. “Detrás de esa pieza. Tienes que moverla y hacerlo en menos de diez segundos”.

“¿Cómo que moverla?”, preguntó Thor.

“¡Elige una dirección, rápido!”, gritó ella.

Thor levantó un enorme bloque de madera, sorprendido por su peso.  Lo llevó algunos pasos adelante y lo puso en otro cuadrado.

Sin vacilar, Gwen empujó su propia pieza. Aterrizó en la pieza de Thor, y cayó al suelo.

Ella gritó de alegría.

“¡Esa fue una mala jugada!”, dijo ella. “La pusiste en mi camino. ¡Perdiste!”.

Thor miró las dos piezas en el suelo, desconcertado. No entendía este juego para nada.

Ella se rió, tomando el brazo de él mientras continuaba guiándolo por los senderos.

“Descuida. Te enseñaré”, dijo ella.

Se emocionó con sus palabras. Ella quería enseñarle. Ella quería verlo otra vez. Pasar tiempo con él. ¿Estaría imaginando todo esto?

“Así que dime, ¿qué te parece este lugar?”, preguntó ella, mientras lo llevaba por otra serie de laberintos. Éste estaba decorado con flores de dos metros de altura, lleno de color, había insectos extraños flotando en las puntas.

“Es el lugar más hermoso que he visto en mi vida”, contestó Thor con sinceridad.

“¿Y por qué quieres ser miembro de la Legión?”.

“Es todo lo que siempre soñé”, respondió él.

“¿Pero por qué?”, preguntó ella. “¿Por qué quieres servir a mi padre?”.

Thor pensó en eso. Realmente nunca se había preguntado por qué—pero siempre estuvo ahí.

“Sí”, respondió. “Eso quiero. Y al Anillo”.

“¿Y la vida?”, preguntó ella.  “¿No quieres tener familia? ¿Un terreno? ¿Una esposa?”.

Ella se detuvo y lo miró; eso lo desconcertó. Se sentía hecho polvo. Nunca antes había pensado en esas cosas, y no sabía cómo responder. Se le iluminaron los ojos cuando lo miró.

“Pues…no lo sé. Nunca había pensado en ello”.

“¿Qué opinaría tu madre al respecto?”, preguntó ella, juguetonamente.

Thor dejó de sonreír.

“No tengo mamá”, dijo él.

Ella dejó de sonreír nuevamente.

“¿Qué le pasó?”, preguntó ella.

Thor iba a contestarle, a decirle todo. Sería la primera vez en su vida que él habría hablado acerca de su mamá a alguien.  Y lo más loco es que quería hacerlo. Él quería, desesperadamente contarle todo a ella, esa desconocida, y decirle sus sentimientos más profundos.

Pero cuando abrió la boca para hablar, de repente una voz ronca apareció de la nada.

“¡Gwendolyn!”, gritó la voz.

Los dos voltearon para ver a la madre de ella, la reina, vestida con sus mejores galas, acompañada de sus siervas, caminando hacia su hija.  Su rostro estaba lívido.

La reina se acercó a Gwen, la sujetó bruscamente del brazo y la jaló.

“Regresa allá adentro inmediatamente. ¿Qué te dije? No quiero que vuelvas a hablar con él nunca más. ¿Entendiste?”.

La cara de Gwen enrojeció, después se llenó de ira y orgullo.

“¡Suéltame!”, le gritó ella a su madre. Pero no sirvió de nada; su madre siguió llevándosela, y sus sirvientas la rodearon también.

“¡Dije que me sueltes!”, gritó Gwen. Miró a Thor, con desesperación y tristeza, como suplicando.

Thor entendió el sentimiento. Era lo que él sentía también. Quería llamarla, y sintió que se le rompía el corazón al verla siendo arrastrada. Era como ver una vida futura siendo arrancada de él, ante sus ojos.

Se quedó ahí mucho tiempo después de que ella desapareciera de su vista, mirando, arraigado en el lugar, sin aliento.  Él no quería irse, no quería olvidar todo esto.

Sobre todo, él no quería imaginar que no la volvería a ver.

*

Cuando Thor se encaminó de vuelta al castillo, todavía aturdido por su encuentro con Gwen, apenas estaba consciente de su entorno.  Su mente estaba consumida, pensando en ella; él no podía evitar ver su cara. Ella era magnífica. La persona más hermosa y amable y dulce y gentil y cariñosa y divertida que había conocido. Él necesitaba volver a verla. Realmente se sentía dolido por su ausencia. No entendía lo que sentía por ella, y eso le asustaba. Apenas la conocía, pero sabía que no podía estar sin ella.

Pero al mismo tiempo, pensó en cómo la reina tiraba de ella, y sintió un desasosiego al pensar en las poderosas fuerzas que se interponían entre ellos.  Fuerzas que no querían que ellos estuvieran juntos, por alguna razón.

Mientras trataba de llegar al fondo de ello, de pronto sintió una mano dura en su pecho, deteniéndolo en seco, con fuerza.

Miró hacia arriba y había un muchacho, un par de años mayor que él, alto y delgado, usando la ropa más cara que había visto—en seda púrpura y verde y escarlata, con un elaborado sombrero—sonriendo. El muchacho parecía delicado, mimado, como si hubiera sido criado entre el lujo, con las manos suaves y altas cejas arqueadas que miraban hacia abajo, con desdén.

“Me llamo Alton”, empezó a decir el muchacho. “Soy hijo de Lord Alton, primo primero del rey. Hemos sido lores del reino durante siete siglos. Lo cual me da derecho a ser un duque.  Tú, por el contrario, eres un plebeyo”, dijo él, casi escupiendo la palabra. “La Corte Real es para la realeza. Y para los hombres de rango. No para los de tu clase”.

Thor se quedó ahí, sin tener idea de quién era ese muchacho o qué había hecho para molestarlo.

“¿Qué quieres de mí?”, preguntó Thor.

Alton rió.

“Por supuesto que no vas a saber. Es probable que no sepas nada, ¿verdad? ¿Cómo te atreves a entrar aquí y pretendes ser uno de nosotros?”, espetó él.

“No pretendo nada”, dijo Thor.

“Pues, no me importa cómo hayas llegado aquí. Solamente quiero advertirte, antes de que te inventes más fantasías en tu cabeza, que Gwendolyn es mía”.

Thor lo miró, sorprendido. ¿De él? No sabía qué decir.

“Nuestra boda ha sido arreglada desde nuestro nacimiento”, continuó Alton. “Somos de la misma edad y de la misma clase. Los planes ya están avanzando. No te atrevas a pensar, ni por un instante, que las cosas cambiarán”.

Thor sintió como si el viento lo hubiera derribado; ni siquiera tenía la fuerza para responder.

Alton dio un paso adelante y se le quedó mirando.

“¿Sabes?”, dijo él con voz suave, “le permito a Gwen sus coqueteos. Tiene muchos. De vez en cuando siente lástima por un plebeyo o por un sirviente. Ella les permite ser su entretenimiento, su diversión. Habrás sacado la conclusión de que es algo más. Pero eso es todo lo que eres para Gwen. Eres otro conocido, otra diversión. Ella los colecciona, como muñecos. No significan nada para ella. Está emocionada por el nuevo plebeyo, y después de un día o dos se aburre. Se deshará de ti rápidamente. No eres nada para ella, en serio. Y para fin de año ella y yo estaremos casados. Para siempre”.

Los ojos de Alton se abrieron de par en par, mostrando su férrea determinación.

Thor se sintió descorazonado ante esas palabras. ¿Eran ciertas? ¿Realmente él no significaba nada para Gwen? Ahora, él estaba confundido; casi no sabía qué creer. Ella había parecido tan genuina.  Pero, ¿tal vez Thor había llegado a una conclusión errónea?

“Estás mintiendo”, contestó Thor finalmente.

Alton lo miró con desagrado, y después levantó un solo dedo, y lo presionó con fuerza en el pecho de Thor.

“Si vuelto a verte cerca de ella otra vez, usaré mi autoridad, para llamar a la guardia real. ¡Ellos te encarcelarán!”.

“¡¿Bajo qué cargos?!”, preguntó Thor.

“No hacen falta. Tengo rango. Inventaré uno y es a mí a quien van a creer. Para cuando haya terminado de calumniarte, la mitad del reino creerá que eres un criminal”.

Alton sonrió, satisfecho de sí mismo.  Thor sintió náuseas.

“Te falta honor”, dijo Thor, sin comprender que alguien pudiera actuar con tanta indecencia.

Alton rió, con un sonido agudo.

“Nunca lo tuve, para empezar”, dijo él. “El honor es para los tontos. Yo tengo lo que quiero. Pueden quedarse con su honor. Y yo tendré a Gwendolyn”.

Vanusepiirang:
16+
Ilmumiskuupäev Litres'is:
09 september 2019
Objętość:
313 lk 6 illustratsiooni
ISBN:
9781632910455
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