Amigas

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AMIGAS

© Patricia Adrianzén de Vergara.

© Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L

Primera Edición Digital

Perú-Diciembre 2021

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú № 2021-12679

ISBN: 978-9972-849-48-0

Cuidado de Edición: Patricia Adrianzén de Vergara

Diseño de carátula: Erika Arenas Adrianzén

Diagramación: Erika Arenas Adrianzén

Las referencias bíblicas han sido tomadas de La Santa Biblia versión de Reina-Valera, revisión 1960

Derechos reservados: Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra sin autorización de la Editorial

Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L

Correo electrónico: edverbovivo@hotmail.com Web: edicionesverbovivo.com Dirección: Avda. Brasil 1864. Pueblo Libre. Lima-Perú

Teléfono: 0051 +997564865

Dedicatoria

Para ti amiga

Que me ayudas a construir peldaño a peldaño

una ruta hasta el cielo

Que no tienes reparo en ensuciarte las manos

cuando se trata de sembrar

Para ti

que siempre estuviste allí cuando llegaba

y eras la última en irse cuando me iba

Para la única que es capaz de apagar todos mis incendios

Que tocas a mi puerta sin reparos

y llegas cuando se precisa sin que te llame

Para ti amiga que disipas las distancias

Porque sé que estarás conmigo hasta el final

y más allá en la eternidad

ÍNDICE

  INTRODUCCIÓN

  María de Betania. La amiga adoradora

  Una amiga hospitalaria

  Una mujer hambrienta

  Lágrimas compartidas

  Amistad fragante

  Hermanas y amigas

  María Magdalena. La amiga mensajera

  Una mujer controversial

  Una mujer perturbada

  Una mujer transformada

  Una amiga comprometida

  Una amiga leal

  Una amiga misionera

  María la mujer de Cleofás. La amiga perseverante

  Una amiga silenciosa

  Amigas en la desesperanza

  Una amiga perseverante

  María, la madre de Juan Marcos. La amiga generosa

  Una mujer de fe

  Una madre desprendida

  Una madre amiga

  Una mujer de oración

  Amistad Divina

  El precio de la amistad

  Una amistad sin reservas

  Una sola condición

  Cuando el final, es sólo el principio

  ACERCA DE LA AUTORA

  OTRAS PUBLICACIONES

INTRODUCCIÓN

Este libro trata de cuatro mujeres con el mismo nombre unidas por el lazo de la amistad. Las cuatro se llamaban María, un nombre muy común en aquella época, pero además del nombre compartían muchas otras cosas. Las cuatro tuvieron un encuentro con Jesús en distintos momentos y circunstancias de sus vidas y fueron perdonadas y transformadas por su amor. Las cuatro respondieron a esa gracia y misericordia con una actitud de gratitud y consagración. Todas ellas se convirtieron en fieles seguidoras del maestro y le servían. Una lectura de los evangelios nos permite asegurar que convivieron en la misma época y podemos imaginarlas juntas viviendo experiencias inolvidables, escuchando absortas las enseñanzas del Maestro y siendo testigos de milagros que jamás imaginaron. Dos de ellas, María Magdalena y María la esposa de Cleofás, evidenciaron su lealtad al permanecer al pie de la cruz sosteniendo entre sus brazos a la madre de nuestro Señor. Y luego aparecen otra vez juntas el día de la resurrección cuando encontraron la tumba vacía y dialogaron con los ángeles. A María de Betania podemos considerarla, la amiga privilegiada, ya que el Maestro se hospedaba en su casa y era amigo también de su familia. Resulta envidiable la familiaridad que ella disfrutó con Jesús. La cuarta María de este libro, era la madre de Juan Marcos, quien luego sería el autor del segundo evangelio y también tuvo un protagonismo en los primeros años de la iglesia primitiva.

Mujeres amigas que unieron sus fuerzas y sus recursos para servir al Maestro. Cuyo mayor mérito fue que se convirtieron también en discípulas y amigas de Jesús. ¡Amigas de Jesús! Tal vez suene muy pretencioso, pero no es así. Ya que ellas, al igual que los discípulos, disfrutaron del compañerismo del Maestro y aprendieron el valor de una amistad verdadera y única. Seguramente atesoraron su enseñanza cuando escucharon de sus labios: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”.[1] Pero se quedaron atónitas cuando entendieron que Él cumplió en su persona esta verdad espiritual.

Las cuatro Marías de los evangelios pueden enseñarnos mucho sobre la amistad. Explorar las relaciones de Jesús con los seres humanos, el profundo afecto que sintió por quienes lo seguían es realmente enriquecedor. Las Marías se encuentran entre las privilegiadas que disfrutaron de la amistad del Rey de Reyes y Señor de Señores. Ese hecho debe darnos esperanza a todas nosotras, debe alimentar la convicción del profundo amor que Jesús siente por cada una en particular. No debemos desaprovechar la oportunidad que Él nos provee de ser nuestro amigo. Él ya lo dio todo por nosotras confirmando un pacto de amor eterno.

Al mismo tiempo, la experiencia de estas mujeres, nos anima a evaluarnos, qué tan efectivas somos en nuestra perseverancia y dedicación a las personas que consideramos nuestras amigas. ¡Cuánto valoramos nuestras relaciones y cuán prioritarias son en nuestras vidas! Para todas nosotras desarrollar una amistad verdadera toma una gran inversión de tiempo y energía. ¿Tienes amigas a las que consideras dignas de ello? Dios me ha dado la bendición de conocer y amar a tantas amigas, que, a la hora de dedicar este libro, comprendí que no podría nombrarlas a todas, pero que todas ellas se encontrarían en la descripción que hago de ellas sin necesidad de mencionar sus nombres. Porque de ellas recibí el consuelo, el aliento, la fortaleza, la alegría y todo aquello que enriquece la vida y aleja la soledad.

María de Betania, María Magdalena, María la esposa de Cleofás y María la madre de Juan Marcos, nos marcan la ruta de la amistad. ¿Cuánto conoces de cada de una ellas? El problema es que hoy en día muchos las confunden. Pero las Escrituras hacen una clara distinción de cada una. Porque para Dios es importante nuestra individualidad. Ellas tuvieron el privilegio que sus nombres fueran registrados en las Escrituras, y nosotras tenemos el privilegio de aprender de sus experiencias. Permitamos que sean ellas quienes se presenten y aclaren nuestras dudas.

Notas

[1] Santa Biblia. Juan 15:13

MARIA DE BETANIA. LA AMIGA ADORADORA

María, un nombre común, una vida ordinaria. Hasta que Jesús llegó a nuestras vidas. Mis hermanos Marta y Lázaro y yo tuvimos el privilegio de recibirlo en casa muchas veces, cuando pasaba por Betania. Estuvimos tan cerca de Él y Él tan cerca de nosotros. Lo amamos y estamos seguros que Él nos amó. Recuerdo sus pies cansados y polvorientos de tanto recorrer los caminos de Palestina, iba de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, enseñando, sanando, anunciando el reino de los cielos. Yo solía sentarme a sus pies a escuchar sus palabras. Todo lo que decía era tan hermoso y tan distinto a lo que jamás hombre alguno habló. Cuando estaba a sus pies, podía olvidarme de todo y de todos. En cierta ocasión mi hermana se enojó conmigo, porque no la ayudé en los quehaceres, pero Jesús le dijo tiernamente, que yo había escogido “la buena parte, la cual no me sería quitada” [2] y era verdad, pues lo que aprendí en aquellas horas jamás se borró de mi corazón. Mi fe se acrecentaba más y más con sus palabras. Estaba segura que Él era el Mesías, el Hijo de Dios y ¡cuánto lo amaba! Y Él nos amaba también. Por eso no entendí por qué demoró en llegar cuando le avisamos que Lázaro se encontraba enfermo. Se apareció recién después de cuatro días que Lázaro había muerto. Me mandó llamar y tuve la osadía de postrarme a sus pies y decirle. “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto”.[3] Entonces sucedió algo que conmovió mi alma profundamente. Jesús lloró. Jesús lloró conmigo. Se conmovió por nuestro dolor. En ese momento entendí que Él amaba a la humanidad y se identificaba plenamente con ella, que amaba como nadie a cada uno de los hombres y mujeres y que la muerte le dolía.

 

Pero esas lágrimas fueron el anticipo de algo glorioso. Jesús se dirigió a la tumba de Lázaro, ordenó quitar la piedra y con voz potente gritó:

— ¡Lázaro, ven fuera!

Y mi hermano resucitó. Salió atadas las manos y los pies aun con las vendas, con el rostro envuelto en el sudario, pero vivo.[4]

No hay palabras para describir este milagro ni la emoción, la gratitud, la dicha, y la alabanza que nos embargó. Ese día no sólo resucitó Lázaro sino resucitaron también nuestra fe y nuestras esperanzas.

Sólo pude hacer algo más por Él. Seis días antes de la pascua, vino Jesús a Betania. Mi hermano Lázaro, estaba con él a la mesa y como siempre Marta les servía. Yo me acerqué tímidamente con un vaso de alabastro de gran precio y lo derramé sobre su cabeza. Sentí que Él merecía esto y mucho más, que era nuestro Rey, nuestro Salvador, nuestro Sanador, que me había perdonado, y que en Él estaba la vida. Sé que muchos murmuraron cuando la casa se llenó del olor del perfume, consideraron que había sido un desperdicio de dinero. Pero Él aprobó lo que hice, dijo que ese acto lo había preparado para su sepultura.

Han pasado las generaciones y Jesús sigue siendo el mismo hoy, ayer y siempre.[5] Sigue transformando vidas ordinarias como la mía. Si me permites un consejo que aprendí a los pies de Jesús, es que luches por mantener y defender “tu buena parte”, no permitas que los afanes de la vida te roben el tiempo que puedes estar a sus pies y escuchar su palabra. Permite que Él te transforme, como transformó mi vida y mi corazón. Aprende a escuchar cada día su tierna voz. Debes creer que Él te espera cada día y te anhela. ¡Qué gran privilegio! Jesús, el Salvador del mundo y el amigo por excelencia.

Una amiga hospitalaria

“Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María”… [6]

La historia de María de Betania nos permite ver la intimidad de una familia que acepta a Jesús como amigo. Cada uno de los hermanos tuvo una relación personal con Jesús y lo amaban y servían a su manera. Jesús sabía que había un hogar en aquella aldea al que podía llegar con toda libertad. Betania está situada a tres kilómetros al este de Jerusalén en la ladera oriental del monte de los Olivos y era el hogar de estos tres hermanos.

Parece ser que Marta hacía de anfitriona y era la que se ocupaba de los quehaceres y de ofrecerle lo mejor a Jesús. En cambio María aprovechaba esas visitas para sentarse a sus pies y oír su palabra.[7] Por ello podemos inferir que María tenía un carácter más contemplativo y muchas ganas de aprender. María asume la pose de una verdadera discípula al sentarse a los pies de su Maestro y escuchar atentamente sus enseñanzas. María concentraba su atención en las palabras de Jesús que sin duda saciaban su corazón y no permitía que nada interrumpiera ese maravilloso momento, ni aún la tensión y los reproches de su hermana. Podemos imaginarla como una mujer dulce y tierna interesada profundamente en las cosas celestiales. Ella recibió de Jesús una riqueza que el mismo Maestro describió con sus palabras: “Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”.[8]

¿Te identificas con María? ¡Cuántas de nosotras no hubiéramos deseado sentarnos realmente a sus pies! ¡Cuántas no desearíamos saber cómo era el sonido de su voz y expresarle personalmente nuestras dudas y preguntas! ¡Cuántas no desearíamos considerarnos amigas de Jesús y que Él tenga en sus planes no solamente pasar por nuestra casa sino quedarse a cenar con nosotras y tal vez dormir esa noche bajo nuestro techo! María de Betania tuvo todos estos privilegios. Pero hoy en el siglo XXI es posible expresarle a Jesús la misma devoción y recibir de Él los mismos privilegios.

Podemos sentarnos aún a sus pies y leer sus enseñanzas. Esa palabra que siempre es pertinente y que se adecúa a cada una de nuestras circunstancias. Separar un tiempo para estar a solas con Él. Podemos dedicarle todo lo que hacemos durante el día y hacerlo con gozo. Y atender con solicitud a nuestra familia y a todo aquel que llegue a nuestro hogar como si fuera Jesús. Y aún podemos ofrecerle lo mejor de nosotras.

Ser hospitalaria es una cualidad que Dios pone en el corazón. El apóstol Pablo consideró la hospitalidad en la lista de acciones que surgen del amor fraternal y la recomendó como una práctica en la iglesia primitiva.[9]

Recuerdo que Dios nos enseñó a abrir las puertas de nuestra casa y de nuestros corazones al mismo tiempo, en una ocasión en que fuimos hospedados con mi esposo en la ciudad del Cuzco. Teníamos cuatro años de casados y decidimos volver por una semana a la ciudad donde habíamos pasado nuestra luna de miel. Nos hospedaron una pareja de amigos, quienes nos prodigaron tantas atenciones y amor en esos días, que surgió un anhelo en nuestro corazón de hacer lo mismo con otras personas. Recuerdo que también visitamos a otra familia que nos esperaba, almorzamos con ellos y encontramos la misma solicitud, la misma disposición de servicio. Fuimos abrumados por tanta amabilidad. Desde entonces aprendimos a dar y a “abrir las puertas”. Ya hemos perdido la cuenta de las personas que hemos hospedado en nuestros años de vida conyugal, pero han sido muchas, a veces familias, personas que llegaban a nosotros en momentos de angustia y pudieron encontrar en nuestro hogar un refugio.

La Biblia dice: “Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”.[10] El texto hace referencia a las experiencias de Abraham y Lot [11] cuando llegaron dos varones a la tienda de Abraham y luego a la casa de Lot y ellos los hospedaron sin saber que eran ángeles y que estaban siendo visitados con un propósito especial.

Ser hospitalaria es brindar y recibir amistad. En mi experiencia personal, cuando hospedaba a alguien pensaba siempre en “dar” y bendecir, pero terminaba recibiendo más, ya que la hospitalidad permite realmente acrecentar y profundizar las relaciones y el amor fraternal. Puedo decir que he sido bendecida por cada persona que llegó a nuestra casa y lo poco o mucho que hemos dado, ha sido retribuido con creces.

Dios se ha encargado también de recompensarnos, pues generosamente nos han seguido hospedando a mi esposo y a mí en distintos lugares del mundo. Tuvimos una casa en Londres a nuestra disposición por una semana, una habitación en París, un dormitorio en un departamento precioso en Ecuador y otros en dos casas en Chile; dos habitaciones para nosotros y nuestros hijos en una casa en La Florida, también en España, otro departamento en Cuzco y otro cada vez que volvemos a la ciudad de Arequipa. Y siempre hay un lugar para nosotros en distintas provincias de nuestro país. Generalmente hemos sido recibidos por hermanos en la fe, algunos muy cercanos, otros no tanto, en ocasiones hemos sido hospedados por personas que no veíamos hace muchos años, y aunque parezca mentira, en más de una ocasión, por personas que nos conocían en ese instante; pero siempre nos prodigaron el afecto y la amistad. A veces era tanta la generosidad que no solamente terminaba abrumada sino avergonzada. Lo único que me devolvía la paz era pensar que lo mismo que hacían por mí y mi familia, tendría la oportunidad de hacerlo por otros.

Me anima pensar que Jesús ama tanto a las personas que asume el bien que hacemos por los demás como si fuera hecho a Él mismo, lee la forma en que Él expresó esta verdad:

“Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis… De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.[12]

¿Eres hospitalaria? ¿Cómo reaccionas cuando alguien te visita? ¿Cuándo alguien te llama y te pregunta si puedes recibirlo en tu casa?

Marta y María corrían al mercado cada vez que escuchaban que Jesús estaba cerca a Betania. Estoy segura que ambas preparaban la cama, las toallas, las ollas y se esmeraban en limpiar la casa. Consideraban un privilegio hospedar a su Maestro. Él ya no está físicamente en este mundo para que nosotras hagamos lo mismo, pero hay muchas personas a nuestro alrededor que tal vez necesitan de nosotras.

Pero este tema merece una reflexión aún más profunda. Hoy, Jesús no quiere ser un simple huésped en tu vida, ya que un huésped es un visitante ocasional que así como llega, se va. Él quiere permanecer en ti y sentarse en el trono de tu corazón. El apóstol Pablo expresó que Jesús puede convertirse en el Señor de nuestras vidas y por su Espíritu morar en nuestros corazones con las siguientes palabras: “y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.[13] Jesús es el Señor y al mismo tiempo el amigo que nos anhela. ¿Estás dispuesta a recibirlo y rendirte a su Señorío?

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