¿Cómo es el verdadero calvinista?

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¿Cómo es el verdadero calvinista?
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¿Cómo Es El

VERDADERO CALVINISTA?

Philip Graham Ryken

Publicado por:

Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043 Graham, NC 27253 www.farodegracia.org

ISBN: 978-1-629461-35-9

Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por el autor y la editorial, P&R Publishing, P.O. Box 817; Phillipsburg, NJ, 08865-0817, para traducir y publicar este libro al español.

Este libro apareció primeramente como el capítulo 9 en Las Doctrinas de la Gracia: Redescubriendo el verdadero evangelio; [The Doctrines of Grace: Rediscovering the Evangelical Gospel (Wheaton, Ill.: Crossway, 2002)]. Usado con permiso.

© 2003 por Richard D. Phillips.

© Traducción al español por Publicaciones Faro de Gracia, Copyright 2011. Todos los Derechos Reservados.

Cover photo © istockphoto.com / mattjeacock; background

© istockphoto.com / tomograf

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio – electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro – excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor.

© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

Contenido

Introducción

Una Mente Teocéntrica

Un Espíritu Penitente

Un Corazón Agradecido

Una Voluntad Sumisa

Una Vida Santa

Un Propósito Glorioso

Otros Tratados de la Misma Serie: Cuestiones Básicas de la Fe Cristiana

¿Cómo Es El

VERDADERO CALVINISTA?

Philip Graham Ryken

Introducción

“El objetivo de la teología es la adoración de Dios. La postura de la teología es estar de rodillas. El modo de la teología es el arrepentimiento.” Así comenzaba su curso sobre el Espíritu Santo el Dr. Sinclair B. Ferguson, quien sirve como pastor en la Primera Iglesia Presbiteriana, en Columbia, SC, y también como profesor de teología sistemática en el Seminario Teológico de Westminster, en Filadelfia, PA.

Este es un buen conjunto de pautas a recordar, porque muchos de los que han descubierto la belleza de la teología reformada son todo menos “bellos.” A veces se habla de los “VR”, que quiere decir aquellos que son “Verdaderamente Reformados”. Pero lo que este término trae a la mente normalmente no es muy simpático. (Algunos tienen la misma respuesta instintiva al término “calvinista.”) Los “Verdaderos Reformados” son considerados como de pensamiento estrecho, de opiniones parroquiales y sin caridad hacia aquellos con los que no están de acuerdo. Tienen una mala reputación y, tristemente, tal vez sea algo merecida.

Hay una vena combativa en el calvinismo, y cuando las doctrinas de la gracia1 (identificadas de manera muy precisa como la depravación radical, elección incondicional, redención particular, gracia eficaz y perseverancia de los santos) se encuentran divorciadas de una cálida piedad cristiana, la gente tiene tendencia a tener mal genio. Algunos cristianos que se identifican a sí mismos como calvinistas parecen estar en un perpetuo estado de descontento con sus pastores, a menudo haciendo gratuitas sugerencias para cambios personales que deben hacer. Otros parecen estar demasiado preocupados con convertir a la gente a su propia denominación eclesiástica. Aun otros han memorizado el TILIP (acrónimo para expresar los cinco puntos tradicionales del calvinismo: Total depravación, elección Incondicional, expiación Limitada, gracia Irresistible y la Perseverancia de los santos)2 pero de alguna manera parecen haber perdido el corazón del evangelio. De esta manera, comprendemos al hombre que escribió: “Nada amortiguará más una iglesia o sacará a un joven del ministerio que la adhesión al calvinismo. Nada fomentará más el orgullo y la indeferencia que lo hará un afecto por el calvinismo. Nada destruirá más la santidad y la espiritualidad que el apego al calvinismo... Las doctrinas del calvinismo lo amortiguarán y matarán todo: oración, fe, celo, santidad”.3

Pero no debería ser así. De hecho, no puede serlo, siempre que el calvinismo sea entendido correctamente. Las doctrinas de la gracia ayudan a preservar todo lo que es justo y bueno en la vida cristiana: humildad, santidad y agradecimiento, con una pasión por la oración y el evangelismo. El verdadero calvinista debería ser el cristiano más destacado, no estrecho y poco amable, sino basado en la gracia de Dios y por consiguiente, generoso de espíritu. Para este fin, este cuaderno es una introducción práctica a la espiritualidad reformada. Consideraremos qué significan las doctrinas de la gracia para el crecimiento personal en la piedad, buscando responder a la pregunta: ¿cómo es un verdadero calvinista?

Una Mente Teocéntrica

El calvinismo tiene implicaciones para la persona entera, pero comenzamos con la mente, porque es allí donde la Escritura comienza: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento” (Rom. 12:2a). Mientras el calvinismo es mucho más que una manera de pensar, no obstante comienza con una mente iluminada con la luz del evangelio.

Lo primordial en la mentalidad calvinista es la gloria de Dios. El teólogo del antiguo Seminario Princeton, B.B. Warfield, afirmó: “El movimiento evangélico se mantiene o cae con el calvinismo”; (es decir, el evangelio de gracia se mantiene o cae con las doctrinas de la gracia). Lo que Warfield mismo quería decir por “calvinismo” es “aquella visión de la majestad de Dios que domina toda la vida y toda la experiencia”. O, por citarlo más extensamente:

Es una profunda aprehensión de Dios en Su majestad, con la dolorosa conciencia que inevitablemente acompaña a esta aprehensión, acerca de la relación mantenida con Dios por la criatura como tal, y particularmente por la criatura pecadora. El calvinista es el hombre que ha visto a Dios, y quien, habiendo visto a Dios en Su gloria, está lleno, por una parte, de un sentido de su propia indignidad para permanecer ante Dios como criatura, y mucho más como pecador, y por otra parte, de un asombro reverentede que, a pesar de todo, este Dios es un Dios que recibe a los pecadores. Aquél que cree en Dios sin reservas y que está decidido dejar que Dios sea Dios para él en todo su pensamiento, sentimiento y voluntad –todo el alcance de las actividades de su vida, intelectuales, morales y espirituales– a través de todas sus relaciones individuales, sociales y religiosas, es, por la fuerza de la más estricta de todas las lógicas que presiden sobre el ámbito de los principios relacionados con el pensamiento y la vida, por la misma necesidad del caso, un calvinista”.4

Si el verdadero calvinista es un pecador que ha recibido la gracia de Dios y busca vivir para la gloria de Dios, entonces el profeta Isaías es un perfecto ejemplo del mismo. En Las Implicaciones Prácticas del Calvinismo, Al Martin afirma que Isaías es el relato histórico de cómo Dios “hace a un calvinista”5 Para algunos, esta puede parecer una asociación sorprendente. Pero si la esencia del calvinismo es una pasión por la gloria de Dios, entonces difícilmente se puede presentar un mejor ejemplo que el del profeta Isaías:

“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.

Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.

Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.

Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.

Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. (Isaías 6:1-8)

La visión en la que Dios reveló su gloria, majestad, santidad y gracia, cambió toda la vida y el ministerio de Isaías. El profeta fue llevado a donde todo transmite un sentido de la trascendencia de Dios. El cielo es el lugar donde Dios se encuentra más sumamente exaltado. Allí su ropa llena el templo, y allí está rodeado por serafines, literalmente “los que están ardiendo”, quienes, a pesar de su propia gloria, modestamente evitan su mirada y también cubren sus pies como para protegerse ellos mismos de la mayor gloria de Dios. Estos ángeles ofrecen un crescendo de alabanza y adoración a Dios en la hermosura de su santidad. Sus voces truenan, estremeciendo los postes de las puertas del templo celestial. Para añadir al sentido de la trascendencia, todo el lugar se llena de humo, envolviendo la gloria con misterio.

 

Lo que seguramente es más importante es lo que Dios está haciendo. Dios está sentado en su trono real, reinando desde el lugar de la suprema autoridad real sobre cielos y tierra. Como una mayor demostración de su autoridad divina, el trono mismo es exaltado, es alto y elevado. Lo que Isaías vio, por consiguiente, es una visión de la soberanía de Dios. El Dios entronizado en el cielo es el Dios que gobierna. Desde Su trono Él dicta sus decretos reales, incluyendo Su soberano decreto de la elección, y también ejecuta su plan de salvación, trayendo pecadores a sí mismo por su gracia eficaz y perseverante. Con razón el trono se llama “el trono de gracia” (Heb. 4:16), puesto que toda la gracia definida por las doctrinas de la gracia fluye de este trono celestial.

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