Salud por mí

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Salud por mí
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

Salud por mí


Salud por mí (2020)Ramón Romo González

Editorial Cõ

Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

edicion@editorialco.com

Edición: Marzo 2020

Imagen de portada: Geronimo Giqueaux on Unsplash

Diseño de portada: Ana Gabriela León Carbajal

Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Índice

1  El Bosque

2  Ojo

3  Shtol

4  Lluvia

5  Luz

6  El Sale

7  Salud por mi

El Bosque

Era la tercera vez que tropezaba con una raíz malformada. Aunque no tuvo repercusiones físicas, la idea de sentirme como un imbécil era igual de atormentadora. Me encontraba apenas en los inicios de lo que se veía, era un tupido y cerrado bosque. Todavía sigo sin recordar por qué me decidí a cruzarlo, pero alguna férrea razón existía que me motivaba a hacerlo casi involuntariamente. Tampoco tenía un destino fijo y no sabía cuánto me tardaría en el trayecto. Sin embargo, sabía con toda seguridad que algo raro y fascinante me esperaba dentro. Así que, una vez superada la afrenta personal e intrínseca, continué mi ruta.

Caminé y caminé por varios kilómetros y sólo encontraba enormes árboles que, en tramos, tapaban la luz de tal manera que a veces se confundía el día con la noche. Nunca me imaginé la serie de inusuales acontecimientos que una aventura bucólica me podría llevar.

El primer incidente anormal del que me percaté, fue un zorro que me seguía a lo lejos. Era un pequeño zorro curioso pero muy miedoso que jamás se acercó mucho a mi. En repetidas ocasiones traté de compartir mis alimentos con él pero sólo se sentaba frente a mi a 50 metros de distancia. Podríamos quedarnos así durante horas hasta que obviamente mi desgastada paciencia me obligaba a seguir el camino. Me levantaba, dejaba la comida y avanzaba una no muy larga distancia para voltear y ver invariablemente al amigo zorro devorar lo que le había dejado. Así fue todo el camino. Durante todo el recorrido, este pequeño animal me hizo compañía pero jamás interactué a fondo con él.

En una de las cotidianas búsquedas por alimento, encontré unas pequeñas moras que tenían un efecto tremendamente raro. Eran unos frutos pequeños color morado intenso, que crecían en unos arbustos que siempre estaban debajo de unos árboles tupidos, de enorme tronco y hojas pequeñitas. Estos árboles no estaban por todo el bosque, así que en cuanto veía uno a lo lejos, inmediatamente corría hacía ellos pues con seguridad encontraría estos bellos frutos. La primera vez que los encontré –o por lo menos me di cuenta que estaban por ahí- no sabía si comerlos o no, pues dudaba de su benevolencia. Pensé que mi amigo zorro podría ayudarme pues definitivamente, él tenía más conocimiento de ese lugar. Así que él hizo el favor de probarlos por mi. Tenía dos opciones. La primera era que si no se los comía, entonces era muy probable que fueran malos o que a él no le gustaran las frutas. Si fuera el caso, entonces yo no los comería. La segunda opción era que si el amigo zorro se desmayaba, se enfermaba o incluso moría, entonces por lo menos, ya sabría para que sirven esas moras. Después de hacer esa pequeña reflexión, las postré en el húmedo piso y me alejé. De inmediato fueron engullidas por mi amigo y no vi nada fuera de lo normal salvo que por primera vez este pequeño mamífero se acercó a mi a sólo cinco metros de distancia. Bajo esos resultados, decidí probarlas yo también. Aunque sabía que los efectos serían diferentes, nunca imaginé que lo fueran tanto: Lo primero y más importante fue que me hizo sentir diferente. La descripción más cercana a esto, podría ser que dejaba de ser yo y me convertía en otra persona pero con cualidades mías. Encontraba todo más fácil, tenía menos miedo, respiraba más hondo y sentía el aire en mis pulmones más frío. Encontraba más fácil la concentración y mi juicio se volvía otro. Más certero. Es decir, si normalmente decidía A, y lo consideraba siempre la mejor decisión, con estas moras, A siempre sería la decisión menos audaz así que siempre decidía B ó incluso algo más loco y disparatado pero preciso: elegía C. Otro efecto era que por algún motivo, tenía un sentimiento tremendo de libertad, sentía que todo lo que veía era mío pero sabía también que yo era de todo. Todos pertenecíamos a todos –recordemos que no existía a la vista ningún ser humano todavía- y de vez en cuando nos tomábamos prestado. Pero como bien saben -y tan obvio sería pensar que estos frutos serían la salvación al ser humano- que el efecto no era para siempre, pero sobre todo que si excedías de dos moras al día, cada vez te encontrabas más cerca de la locura. Y créanme, no es una buena persona. La primera vez que probé estos frutos, quedé tan extasiado que regresé a buscar el arbusto donde los había encontrado y tomé cuantas pude. Ese día, en cuanto el efecto de la primera se terminaba, comía otra. Pero el efecto para la tercera empieza a cambiar y todo se vuelve igual pero a la inversa. Es decir, si me sentía temerario, me volvía temeroso. El aire fresco que inundaba mis pulmones, se empezaba a tornar en aire caliente y pesado. Perdía el control y no sabía si decidir A, B ó C, e incluso peor, aparecían nuevas variables como D, E y F. Sólo el sentimiento de enorme libertad que me daba, no cambiaba a la inversa, sino sólo aparecían el vértigo y la fobia a toda aquella inmensidad. Como no comprendía que era lo que sucedía, cada vez que iniciaba un nuevo mal, comía una nueva mora pensando que así se iría, pero lo único que lograba era hundirme más y más. Aquel día comí 10 moras. El miedo era terrible. Sentía que todos estaban ahí para lastimarme. Los árboles se movían violentamente haciendo tronar sus enormes ramas provocando un sonido angustiante. Los animales pasaban corriendo muy rápido cerca de mi tratando de asustarme. Mi amigo zorro me miraba con desprecio y taimado rondaba alrededor mío. Caminaba y sentía la hierba jalarme la ropa y a los arbustos escupirme. Caminé así varias horas hasta que el bosque se despejó por un momento y encontré una pequeña planicie. El mero impulso me hizo desplomarme, como si la tierra misma me jalara y me quedé ahí con los ojos cerrados tratando de soportar y esperar si todo se iría en algún momento. Y en efecto, pasaron varias horas y empecé a sentir un pequeño alivio. Fue cuando comprendí que las moras eran las causantes de toda esta locura. Una vez recuperado, dormí un poco y amaneció. Desperté hambriento pero mucho mejor. Vi a mi amigo zorro a lo lejos, sin malicia y con su inocencia y curiosidad habituales. Todo era normal, así que decidí reincorporarme e ir en búsqueda de alimento. Recordé que todavía tenía un poco de moras en el bolsillo así que comí una y seguí adelante para buscar alimento.

Entre toda esta recuperación, pasó algo que al principio me confundió y después decidí dejarlo como una simple alucinación. Mientras caminaba vi a lo lejos una persona vestida de blanco. Era una mujer con vestido ligero que le llegaba hasta los talones y un cordón negro que le daba vuelta a la cabeza cruzándole la frente. Era el primer ser humano que veía desde mi estancia en el bosque, pero éste tenía algo muy peculiar. De su cuerpo, desprendía un suave brillo blanco. Formaba una especie de aura en todo su cuerpo que se podía ver a una distancia considerable. Fue esta la razón por la que me percaté de ella. Se encontraba al noreste de donde yo estaba situado, caminando en la misma dirección que la mía. Parecía ensimismada en algún pensamiento pues tenía la cabeza al frente, no expresaba nada en su cara y miraba constantemente abajo. Como decidí tomarla como una alucinación, no hice caso de su presencia y continué mi camino.

Justo a la mitad de todo el trayecto, mi cerebro traidor empezó a desenterrar viejos fantasmas que amenazaban aquella anhelada paz durante este viaje y temía que ni las moras mágicas pudieran ayudarme. Uno de ellos era el terrible y despreciable miedo. Tenía la sensación que mi piel empezaba a percibir y absorber todos los temores de todo aquello que me rodeaba. Desde el árbol a ser partido por una lanza de Zeus y el violento fuego que se desprendería de esto, hasta el tímido zorro que esperaba mi traición, en la que lo desollaría y devoraría. Todos estos miedos viajaban por el aire, jugaban alrededor mío y eran respirados por mi. Una vez dentro, empezaba a recorrer mi interior tan lenta y ansiosamente que mi postura comenzaba a encorvarse y mis brazos y manos a contraerse. Este miedo latente empezó a mostrarse con todos los habitantes del bosque y empezó un viento fuerte y violento. Las ramas tronaban y las hojas ya muertas volaban a voluntad de las caprichosas corrientes de aire que se formaban. Las aves volaban y atizaban sus alas con tal furor que el sonido parecían piedras cayendo vertiginosamente. Mi amigo zorro se escondió en un árbol hueco y todos los demás animales corrían en busca de algo. El día empezó a oscurecer y las luces jugaban en el cielo detrás de espesas nubes tan cercanas al piso, que parecían los techos de un castillo mágico. Todo eso, eran mis miedos representados por la naturaleza y ahora, todos los seres vivos de mi alrededor, los sufrían conmigo. Caminé para buscar refugio y no encontré más que una pequeña cueva formada por las raíces de un árbol y tierra. Me oculté tembloroso del frío y del miedo que me causaba todo el estruendo de la tormenta. Sabía que ésta estaba fuera de mi control, pero el temor a la misma podría dominarlo así que traté de enfocarme en esto. Éste es el vértice de toda mi aventura. A lo lejos, desde mi cueva, volví a ver un punto blanco resplandeciente. Motivado más por la curiosidad que por otra cosa, salí de mi escondite para acercarme sin importar las condiciones. Tropecé en varias ocasiones con piedras y raíces salidas por tener la mirada fija en la tenue luz, y fue con un tronco caído con el que tropecé, llevando mi frente a un árbol. Éste golpe me dejó un poco aturdido y noté que mi ceja sangraba un poco. Por un momento olvidé lo que seguía, pero al recordar el punto luminoso me puse de pie inmediatamente para buscarlo con la vista. Seguía en el mismo lugar y la decisión de alcanzarlo regresó a mi cabeza. Volví a correr hacía él y éste empezó a tomar forma y la esperanza de que fuera lo que yo quería, se materializó. Era la misma mujer que había visto días antes. Estaba vestida igual y brillaba igual que la primera vez que la vi. Ahora estaba recargada de espaldas a un enorme árbol, las manos detrás de su cuerpo y la cabeza inclinada hacia abajo con sus ojos perdidos en algún lugar del piso. Mientras más se acercaba, notaba que no tenía expresión alguna. No sabía si estaba triste, preocupada o simplemente esperaba y estaba meditabunda. Al acercarme oyó los crujidos de las ramas y volvió la cabeza hacia mi. Era hermosa. Me vio y sonrió ligeramente a lo que yo respondí con una sonrisa igual. Me acerqué por completo y noté que era pequeña de estatura.

 

–¿Estás bien? –le pregunté ingenuamente.

–Sí, yo estoy bien. ¿Tú? –me respondió con un acento extraño.

–Bien, bien. ¿Puedo quedarme aquí contigo? –le pregunté más por necesidad que por complacerla.

–Sí, por supuesto. De hecho, me sentiría mucho mejor acompañada –me dijo con una sonrisa traviesa que le torcía la boca.

No había notado, pero además del cordón negro que le rodeaba la cabeza por la frente, usaba un pequeño antifaz color morado. Su cabello era una combinación de amarillo y café claro. Tenía ojos café claro y rasgos finos. A pesar de la luz que desprendía, podía ver que su piel era rosa y sus mejillas estaban un poco más enrojecidas.

Platicamos un rato y la tormenta en ocasiones amainaba su violencia y se convertía en simple lluvia. Por momentos olvidaba el bosque, la tormenta y con ellos, todos mis miedos que habían aflorado e incluso se habían hecho monstruosamente más grandes. No desaparecían, seguían ahí a un lado mío, pero podrían ser perfectamente ignorados. Existía una sensación tan agradable de tranquilidad que hacía mucho no notaba. Fueron necesarias varias horas de charla para que la tormenta desapareciera por completo. Así que decidimos continuar con nuestro camino. Le pregunté hacia donde se dirigía y la respuesta me pareció un tanto extraña:

–Yo vivo no muy lejos de aquí, pero de vez en cuando vengo por esta parte del bosque.

Le pregunté si sería posible que nos volviéramos a encontrar y la respuesta que me dio dibujó una sonrisa de ilusión y alegría:

–Seguramente nos volveremos a encontrar –dijo convencida y un poco seria.

Nos despedimos y continué el trayecto. Me sentía completamente mejorado. Mis miedos se encontraban muy bien escondidos en algún baúl y la sensación era similar a la producida por una mora, que por cierto, hacía un tiempo que no las veía. Durante los próximos días, me quedé un poco con esa sensación de bienestar y decididamente, quería volver a encontrarla, pero tenía que esperar a que la casualidad nos volviera a juntar.

Entre tanto, seguía un camino que se dificultaba en momentos y se hacía espeso en naturaleza. Había veces en las que la niebla y la altura de los arbustos, me hacían regresar. Ya había intentado en diferentes ocasiones pasar por encima de ellos y sorprendentes rasguños había obtenido, por lo que opté buscar caminos alternativos para llegar al otro lado.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?