Morrigan

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3
LA LLEGADA A NAOSTUR

“¿No deberías despertarla, ahora?”

“Es tan dulce verla dormir”

“¿Has enloquecido? No hablarás en serio, Sara”.

Sentía la voz de dos chicas.

¿Quiénes eran?

¿Qué querían?

Deseaba que se fueran y me dejaran dormir.

¡Para siempre!

No quería despertar, estaba muy bien donde me encontraba.

“¡Basta ya!”. Ordenó una voz dulce y al mismo tiempo autoritaria. Era un muchacho y por su timbre de voz debía de ser de mi edad o un poco mayor. No lo pensé demasiado. Mi cerebro reclamaba a cada intento de hacerlo funcionar.

“¡Por fin has llegado!”, dijo la primera muchacha, la que parecía más decidida e inflexible.

“Váyanse, déjenme solo con la nueva arribada”.

“Claro, Jefe”, respondieron las muchachas, a coro, sonriendo.

Sentí pasos que se alejaban, alguna palabra susurrada y la puerta que se cerraba con un rechinar fastidioso.

Por fin me quedé sola.

¿O estaba equivocada?

Algo caliente se acercó a mi rostro. Se olía como el aire de la montaña.

En un determinado momento esta cosa, se acercó a mis labios, y en ellos se posó.

Fue entonces cuando entendí que aquello era un beso.

El beso más intenso que había recibido hasta ese momento. Mis labios se movieron de manera involuntaria. Se abrían y se cerraban siguiendo a sus labios. Era como oxígeno. Buscaba ávidamente aquella boca, como si de ella pudiera tomar fuerza.

Como si pudiera volver a la vida.

Un ligero sacudón eléctrico recorrió cada centímetro de mi cuerpo, poniendo en movimiento los engranajes.

Los labios misteriosos se separaron de los míos. Sacudí los ojos, y me senté de golpe, bostezando.

“¡Estate un poco atenta!”

“D-disculpa”, balbuceé. Me había levantado tan rápido que casi le golpeé la cara. Se encontraba a pocos centímetros de mí y era el chico más hermoso que jamás hubiera visto. Sus ojos eran negros como la noche, los cabellos rizados, despeinados y negros, parecían tan suaves que hubiera querido acariciarlos.

Me di cuenta que no podía parar de mirarlo, con la boca abierta, y traté de disimular mi vergüenza lo mejor que pude.

“Debo aclararte las cosas rápidamente”, dijo con seriedad, “¡Estás muerta! Ahora te encuentras en el Otro Mundo. Te desperté con un beso y…”

“Para, para, para. Una información a la vez”. Lo frené alzando la mano. “Comencemos desde el inicio. Antes que nada no creo estar muerta, dado que estamos hablando y te estoy mirando a los ojos. En segundo lugar, ¿quién eres tú? Y ¿qué es esta historia…bueh, del beso?”.

Notó que las mejillas se me habían enrojecido e hizo una sonrisa que me erizó la piel. Parecía un terrible cazador que gozaba al ver a su presa enjaulada, sin ninguna puerta de salida.

“Sí, está bien, tienes razón”. Se aclaró la garganta. “Me llamo Gabriel, y soy el ángel de la muerte. Por cuanto pueda parecerte absurdo te besé, porque tengo la mala fortuna de hacer morir a la gente, y, en casos raros, de revivirla”

“¿Ángel de la muerte? Esta sí que es buena”. Me largué a reír. “Aún estoy soñando, debo, sin lugar a dudas, despertarme”

Comencé a pellizcarme el brazo, pero el efecto que obtuve no fue el esperado. No me desperté en mi cama, como cuando había tenido aquella terrible pesadilla, la noche anterior.

¿Entonces lo que me había dicho era verdad?

¿Aquello era el más allá?

Si estaba muerta, ¿por qué el pellizco me había hecho daño?

Miré a mi alrededor, despistada. La habitación estaba toda recubierta en madera. Una banderola estaba tapada por cortinas azules, haciendo juego con las sábanas y las alfombras.

Enarqué una ceja y pensé que en cuanto a decoración les faltaba, definitivamente, mucha fantasía.

Junto a la cama, a mi izquierda, había un enorme espejo, y en aquel preciso momento pude ver mi reflejo. El rostro pálido, los cabellos más largos y más negros. Usaba aún la remera blanca con la mariposa rosada y los pantalones cortos y negros.

Y mis All Star.

“Lo siento, sé que es difícil de aceptar, pero estás muerta de verdad”, y con un gesto automático de circunstancia, me posó una mano en el brazo como si quisiera consolarme. Sentí un escalofrío a lo largo de la espalda, una mezcla de miedo, horror y atracción.

Era como si pudiera tener algunas informaciones, en forma de sensaciones, sobre mi vida. Hubiera podido jurar que sintió también él esa especie de sacudón porque me miró bombardeándome por una fracción de segundo los ojos negros, casi irritados, y retiró, rápidamente, la mano.

“Ok, escucha”, dijo él retomando su discurso anterior, “te encuentras en un lugar llamado Naostur. Deberás comportarte en cierta forma de ahora en más. Este no es el mundo en el que estás habituada a vivir, aunque se asemeje bastante”.

“¿Estoy en el paraíso?”

Gabriel comenzó a reír “Sofía ¿qué dices? Estás solamente en otra dimensión. Naostur es una especie de mundo paralelo. La única diferencia es que aquí el sol ilumina solo una parte de las tierras, el Reino de Elos. En la otra parte, el Reino de Tenot, es siempre de noche.”

Bien, tendría que aprender a convivir con un sol que nunca se pondría. La idea no me gustaba demasiado.

Mis pensamientos cambiaron de improviso, una campana de alarma se encendió en mi estómago.

“Espera, ¿cómo sabes mi nombre? Nunca te dije cómo me llamaba”

“Todos saben quién eres, Sofía. ¿O prefieres que te llama Neman?”

¿Neman? ¿Me estaba tomando el pelo?

No era para nada divertido

Había apenas regresado de un viaje por los infiernos y no tenía ninguna ganas de bromear.

“Solo Sofría, gracias”, dije en el tono más ácido que pude.

“Está bien, Sofía”, dijo Gabriel, devolviéndome una sonrisa muy misteriosa, “ahora escúchame, estas son las reglas. Podrás salir de aquí solo acompañada por mí o por tus hermanas: podrías perderte fácilmente y no deberías andar por la zona de las sombras bajo ningún motivo. Ni sola, ni acompañada, irás cuando estés pronta. ¿Has entendido?”, concluyó apuntándome con un dedo.

Retuve una carcajada, después de haber escuchado todas aquellas recomendaciones absurdas. Pero entendí que no bromeaba. Que todo era muy serio.

“Está todo muy claro. Solo que te equivocas: yo no tengo hermanas.”

“En el mundo real, eres hija única, aquí tienes dos. Sara, la custodia de los poderes de Badb, y Sonia, la custodia de los poderes de Macha.”

Me rasqué la cabeza confusa. “Ok, ¿hay algo más que deba saber?”

Sin dudas era una situación surrealista. Demasiadas cosas nuevas, demasiadas reglas, demasiada confusión, demasiados cambios.

Las cartas tenían razón.

“Sí, hay algo más” dijo en tono serio. Y, al ver que mis pensamientos estaban en otra parte, me tomó con delicadeza el mentón y me hizo mirar hacia él.

Mi corazón comenzó a latir alocadamente, me tomó por sorpresa aquel gesto.

Sobre su rostro pasaron una serie de emociones: estupor, tormento y rabia. Quitó la mano y apuntó su mirado fijamente delante de sí, en dirección al espejo.

“Hay una cosa que no debes hacer, una regla que no podrás infringir”. Su tono me asustó. “No debes buscarme y no debes confiarte en mí, no soy tu baby-sitter. No te seguiré paso a paso en tu transición. Soy el Ángel de la Muerte, tengo un buen número de almas de las cuales nutrirme, y tengo que llevar a término una misión, por lo tanto no quiero problemas. Además…” Se detuvo, una sombra bajó a sus ojos y calló.

“Además estando a mi lado solo te buscarás problemas. Hago daño a las personas que están a mi lado.”

Cerró los puños y se levantó de golpe para ir a abrir la puerta.

No pude decir nada. Aquellas últimas palabras retumbaron en mi cabeza, no lograba darles el significado adecuado.

La voz de Gabriel me hizo regresar los pies a la tierra. Estaba llamando a alguien que estaba fuera de la habitación. “Sara, Sonia, pueden entrar ahora, está despierta”.

La primera muchacha en entrar tenía el cabello rojo, como el fuego, largo hasta la cintura. Sus negros ojos parecían los de un cuervo.

Miré a la otra muchacha. Sus cabellos también eran largos hasta la cintura, pero de un rubio claro, tan claros que parecían blancos. Más que nada llamaban la atención sus ojos: dos ojos de hielo, límpidos y sinceros. Parecían tristes y además ella me recordaba a alguien. Y, como con la otra, no podía recordar a quién.

La muchacha de cabello blanco pasó a aquella de cabello rojo, que quedó detenida en la mitad de la habitación y me observaba con los bruzaos cruzados. Se sentó en la cama y me abrazó como una niña cuando ve a su madre. “¡Neman, estás aquí!” gritó.

“Tal vez te hayas equivocado, me llamo Sofía”, dije, tratando de soltarme del abrazo con gentileza.

“Cierto, Neman, sé que los humanos te llaman Sofía. Mi nombre humano es Sara, pero cuando se dirigen a mí como Diosa me llaman Badb. Soy la guardiana del pozo sacro, custodia del conocimiento infinito”. De golpe, sus ojos se entristecieron. “Debes saber que lo siento mucho, debí mostrarme ante ti como Diosa, debías morir para poder alcanzarnos, pero ahora estás aquí sana y salva. No me odias, ¿verdad?” Me lo estaba preguntando con el labio inferior hacia adelante, y esos ojazos tan claros que parecían blancos.

 

Me daba ternura. Luego comprendía que ella era la viejita que había visto en el parque.

Sus ojos de hielo me miraron en lágrimas.

Por un segundo sentí mucha rabia, pero decidí respirar profundo para así calmarme.

Luego, con una sonrisa falsa, dije: “No, Sara, no estoy enojada contigo. Quédate tranquila.”

Coloque mi mano en sus cabellos para calmarla. Estaba, de verdad, desesperada.

La miré mejor y me pregunté cuántos años tendría. Parecía no tener más de quince, por su dulce rostro de niña.

Me llamó la atención la otra muchacha, que se aclaró la voz y dijo: “Mi nombre humano es Sonia, pero en realidad soy la reencarnación de Macha, reina de las pesadillas. Yo soy quien te advirtió. Arriesgué demasiado para venir a tu encuentro, los del Reino de Tenot, el lado oscuro, nos están controlando. Saben quién eres y, sobre todo, saben que estás aquí”. No se había movido ni un centímetro, había permanecido quieta en la mitad de la habitación, con los brazos cruzados.

“Oh, tú eres la que vi en mi sueño. Una parte de mí, ¿verdad? Solo que…no te pareces tanto a mí. ¿Por qué éramos tan iguales? Pregunté, confundida.

A decir verdad nos parecíamos un poco, solo que mis ojos color oliva no tenían nada que ver con sus dos bochones negros, y su postura no era, por cierto, como la mía. Ella, a diferencia de Sara que parecía una pequeña, era una mujer hecha y derecha. La habría considerado una líder o a la cabeza de cualquier grupo. Se veía que le gustaba mandar y controlar la situación. Se comunicaba con Sara solo con la mirada y, de hecho así fue como la hizo levantar y salir de la habitación para ir quién sabe dónde.

Al rato regresó con un mazo de cartas y me las dio. Solo entonces Sonia se sentó a mi lado y al lado de Sara. Comenzó a ojear las cartas y sacó un pergamino amarillento que tenía nombres escritos en él. Recorrí con velocidad la lista con mi mirada.

Finalmente vi mi nombre escrito al lado de los de Sara y Sonia.

Levanté la mirada desconcertada. “Y esto, ¿qué es?”.

“Una lista de nombres. Son todas las reencarnaciones de Macha, Badb y Nemann, además de aquellas de Morrigan. Si nuestras tres almas trabajan juntas, toman el poder de la Gran Reina, de la Diosa de la guerra y el cambio.”

Gabriel, que hasta ese momento había permanecido en silencia apoyado en la pared del cuarto, comenzó a reír y dijo: “Muchachas, ¿desde cuándo se suceden estas reencarnaciones? ¿Quinientos? ¿Más? Si mal no recuerdo, Morrigan juró volver.” Me apunto con el dedo como culpándome de algo. “Ella es la reencarnación de la Diosa, todos la buscan. Les debería bastar como prueba.”

“¡Cállate, ángel maldito! Es imposible” dijo Sonia, saltándole encima como un león. “Si de verdad las cosas fueran como tú dices, ¿por qué no reencarnó antes? Si existe y no es solo el nombre de nuestro poder ¿por qué no apareció antes?”

Gabriel no se movió, se limitó a sacudir la cabeza y a esbozar una sonrisa burlona.

Comenzó a recitar algo que parecía una poesía.

“La luz de la luna abraza a la niña

tan pequeña y tan asustada.

Aquel hombre malo quiere dañarla

pero la Gran Madre quiere salvarla.

El destino le guarda grandes cosas

pero solo su corazón le dirá la verdad.”

“Con esta bella poesía, ¿qué quieres decir?” Le pregunté irritada.

Su mirada me atravesó. “Quiero decir”, comenzó con un tono tan seco que se me hizo un nudo en la garganta, “que tú recién llegaste, y de estas cosas no puedes saber nada. Ahora cámbiate. Debemos irnos.”

Se giró y salió. Permanecí mirándole la espalda con las lágrimas que asomaban en mis ojos. ¿Quién era él para tratarme así? Está bien, estaba muerta y había retornado a un mundo que no conocía, gracias a un beso suyo.

Un maldito beso suyo.

¿Quería hacerse odiar? ¿Era este el objetivo de su discurso anterior?

Pues lo había logrado.

Había algo misterioso en él. Algo que no debería descubrir, pero que igualmente quería conocer a toda costa.

Sentía la necesidad de conocer más, si bien me había sido ordenado no averiguarlo. Las lágrimas comenzaron a caer, silenciosas.

Sara se dio cuenta de inmediato. “Llora cariño, si sientes la necesidad. Tu vida ha cambiado demasiado rápido.” Posé la cabeza en su hombre y comencé a llorar desconsoladamente.

Después de algunos minutos me tranquilicé.

Mientras tanto, Sara, había salido a buscar algunos vestidos para salir, y volvió con tres espléndidos trajes que parecían salidos de un castillo medieval. Eran de tafeta, con brillantes en el pecho, y cada vez que les daba la luz, formaban un arcoíris de colores brillantes. Los bordes eran de oro con arabescos en plata, y la falda caída suave y ligera, para permitir cualquier tipo de movimiento. Los hombros quedaban descubiertos, pero en esa dimensión el clima era siempre templado.

El sol siempre iluminaba aquel mundo, y por esto la temperatura era siempre agradable, y se sentía el calor de aquel en la piel.

El vestido de Sara era azul como sus ojos, el de Sonia rojo como sus cabellos, y el mío era violeta oscuro, mi color preferido.

Me lo puse y me miré al espejo, detrás de mí estaban Sonia y Sara. Parecíamos tres damas de otra época.

Esto me hizo sonreír, me volvió el buen humor.

De todas maneras quería saber algo.

“¿Muchachas adónde vamos?”

Sonia se acercó y me susurró al oído: “vamos a ver a la única persona que puede ayudarte”

“¿Y es confiable?”

“¡Ares, claro!” exclamó Sara.

“¿Cómo puedes estar tan segura?”

Algo dentro de mí no me dejaba caer la guardia.

“Es un inmortal. Los inmortales son quienes nos dominan, pero viven en el Reino de Tenot y viene aquí una vez al mes a recoger sus tributos e infligir algún castigo” me explicó Sonia. “Ares nació aquí, en el Reino de Elos. Su padre murió combatiendo contra el Rey que nos persigue y así fue como decidió no volver más. Quiere vengarse y se alió con nosotros.”

“Okey vamos con este tal Ares” no me quedaba otra que darle una posibilidad.

Sonia me sonrió por última vez, una sonrisa corajosa.

Todos estaban seguros de que Ares me salvaría, yo estaba convencida de que algo saldría mal.

¿Pero quién era para poder decirlo? Tal vez debería relajarme un poco. El estrés me estaba haciendo doler la cabeza.

Aun estando muerto se puede sentir dolor de cabeza.

4
El reino de Elos

¿Podría haber terminado en el Paraíso?

Algo así jamás lo hubiera creído.

Apenas salí, me encontré en un lugar en el que la luz del sol resplandecía siempre. Y el cielo parecía pintarlo todo con su azul.

No era muy distinto a la Tierra, el lugar en el que me encontraba, la vegetación era la misma.

Noté alguna acacia con sus flores rosas, y algún duraznero en flor. No había casa o edificio que no estuviera tapado de plantas y flores.

Aquello que, literalmente, me cortó la respiración fue la presencia de seres mágicos delante de mí.

Me estaban esperando y estaban dispuestos en un semicírculo dispuestos por raza y altura. Partiendo desde la derecha, había unos pequeños seres luminosos, de unos veinte centímetros. Detrás de la espalda tenían alas que se movían como las de un colibrí. Se podía apreciar como un polvo brillante que caía al piso como si fuera nieve dorada.

En el centro estaban los gnomos, ¡imposible no reconocerlos! Tenían una estatura de entre 90 y 150 centímetros. Había estaba siempre convencida que nunca nadie los podía ver, y sin embargo estaban allí delante de mí. Los hombres con barbas largas y negras, los más jóvenes, y grises los más ancianos. Las mujeres con un sombrero que se achataba para sujetar sus dos trenzas, ordenadas firmemente con una moña colorida.

Cerrando el círculo se encontraban unos seres que no podía reconocer.

“¿Sonia, quiénes son?” pregunté, abriendo apenas los labios para no hacer un papelón.

“Son medio elfos, Sofía. Una raza generada mucho tiempo atrás, gracias al contacto con los seres humanos. Solo los elfos podían entrar en contacto con los seres humanos, y el resultado de esa unión, lo puedes observar con tus propios ojos.”

“Ya entendí, y ¿qué poderes tienen?”

“Es difícil saberlo, depende del caso. Pueden alcanzar cualquier poder”

“Esto quiere decir que puede haber malos o buenos.”

“Exacto, algunos ayudaron hace ya tiempo a echar el reino a seres despreciables. Los malos pueden ser despiadados y es aconsejable mantenerse alejado de ellos.”

Hubiera querido preguntar algo más de esta cuestión, cuando un medio elfo avanzó hacia nosotras.

Vestía una camisa de seda blanca, atada a la cintura y abierta en el pecho que permitía entrever un físico perfecto. Tenía pantalones color caqui y cabellos largos y negros atados, en una cola de caballo descuidada, con un lazo dorado.

Noté que sus orejas no eran demasiado puntiagudas, si bien asomaba una punta notoria. Podría haber sido confundido perfectamente con un humano. Se llevó una mano al corazón y bajó la cabeza en señal de respeto.

“Soy Calien, del Reino de Elos y de los medio elfos. Nuestro pueblo exulta delante de vuestra presencia” Su tono de vos era cálido y a la vez autoritario. “Ha venido para salvarnos del malvado rey del Reino de Tenot, cuya crueldad se revela en el modo en que se hace llamar: ¡Mefisto! Su corazón inmortal está corrompido por los demonios más despiadados. Solo Neman, unida a Badb y Macha, podrán salvarnos. Gloria y Honor a Vosotras.”

“Gloria y Honor a Vosotras” gritaron todos al unísono. Se llevaron la mano al corazón y se inclinaron delante de mí.

Hubiera querido decirles que se levantaran, me hacían sentir vergüenza.

Sara se me acercó y me apoyó una mano en el hombro. “Cierra los ojos, respira profundo y toma de mí la fuente del conocimiento, te será útil”.

Hice lo que me dijo

Al rato sentí un alegre cono de aire que se levantaba a mi alrededor. Olía a verano, alegría y serenidad y pude percibir todo el poder que tenía. Se expandió por todo mi cuerpo sin dejar fuera un solo músculo. En aquel momento supe lo que debía hacer.

Di dos pasos adelante. Abrí mis brazos hacia ellos, con las palmas de las manos mirando hacia el suelo, y como si alguien hubiera apretado un interruptor invisible, sentí que algo se me despertaba dentro, algo que no sabía que estaba allí. Algo que al salir sorprendió a todos, quienes allí estaban.

Aquello que dije no salía de mi boca ni de mi cuerpo. Ya no gobernaba mi propio cuerpo, estaba como en trance.

Era como si estuviera poseída, no una posesión mala, y por ello no opuse resistencia.

“No tengan miedo hijos míos, soy la Gran Reina, volví para salvarlos y para vengarme. Gloria y Honor a ustedes.”

Y por segunda vez en aquel día, todo se volvió oscuro y volví a perder los sentidos.

“Trata de levantarte, no es mi intención llevarte a upa nuevamente”.

Habría podido reconocer esa voz entre miles. Tenía algo que me provocaba miedo y bronca, al mismo tiempo.

Bronca, porque me habría gustado que teminase de tratarme como un trapo que tirar a la basura.

Miedo porque a su alrededor se movía un aura misteriosa y oscura, de la que emanaba poder. Un poder demasiado grande, que me hacía sentir muy a disgusto.

“No tengo la más mínima intención de llamar tu atención, Gabriel. Cuanto más lejos de mí estés, mejor.”

Estaba de verdad muy irritada.

Después de todo, ¿qué hacía aún allí? ¿No podía mantenerse en su lugar y listo?

“Bueh, lo lamento por ti, pero tendrás que soportar mi presencia dado que te desmayas a cada momento, deberás subir a caballo con el subscripto.”

 

¿Qué? No lo habría hecho por nada en el mundo, ni aún bajo tortura.

Estaba por rebatir cuando la voz nerviosa de Sonia nos interrumpió: “¡No lo entiendo! Si tenemos un montón de caballos a disposición, ¿qué fin han tenido?”

“Pienso que los Siruco entraron, sin ser vistos, y se los llevaron a todos. Por suerte aún nos quedan dos a disposición, para hoy.” El tono de Gabriel no contenía emoción ninguna.

“No entiendo por qué entraron escondidos. ¿No podían hacer como hacen siempre?” Sonia era presa de un ataque de ansiedad. “Generalmente se divierten torturándonos,

“No quieren que nos alejemos de la villa, saben que está aquí.”

“¿No quieren que nos alejemos y nos dejan dos caballos?”

Le hice notar que las cosas no eran claras, entonces con mucha calma me senté y comencé a masajearme el cuello que me dolía.

“Excelente observación” mi dijo Gabriel, guiñándome un ojo. “Sin embargo debes saber que aquí hay alguien dotado de una inteligencia superior, que mira qué casualidad, soy yo. Para prevenir este tipo de cosas, escondí dos espléndidos caballos.”

Odiaba su tono y ese su hacer como un chico súper poderoso.

Sería el ángel de la muerte, pero se la creía demasiado para mi gusto.

“Muy bien Míster inteligencia, ¿qué quieres? Que nos postremos a tus pies y comencemos a reverenciarte” E hice una reverencia.

“No estaría mal y podrías comenzar tú, dando el ejemplo.”

¡Lo odiaba!

Me levanté aún inestable, porque me seguía dando vueltas la cabeza.

Por suerte allí cerca de mí, estaba Sara, y me apoyé en ella.

Estaba seria y me miraba como si fuera una extraterrestre.

¿Tenía algo entre los cabellos? Traté de arreglármelos pero continuaba mirándome igual.

Sus ojos de hielo parecían penetrarme y sentí un escalofrío que me recorrió la espalda.

“¿Pasa algo, Sara?” No respondió, se limitó a bajar la cabeza y negar con la cabeza.

Luego fue hacia Sonia.

“Sofía, vamos. Gabriel fue a buscar los caballos que escondió.” Dijo Sonia.

“Claro, voy”.

Me dirigí hacia ellas, sacudiéndome un poco de polvo del vestido.

Estaba de verdad preocupada. Me había desmayado y lo había sentido, pero nadie me había dicho nada de lo que me había sucedido, después que sentí la presencia de un cuerpo extraño metiéndose en mi cabeza.

¿Por qué? ¿Qué me estaban escondiendo?

Tal vez quien me había poseído no era bueno, pero igualmente por qué nadie me decía nada al respecto.

Lo que más me preocupaba era la manera en que me miraba Sara, era como si me tuviera miedo.

Sentí el sonido de los cascos, y vi a Gabriel que llegaba con dos espléndidos caballos, de manto negro y con las crines que ondeaban como si fueran de seda.

Eran tan espléndidos como lo era Gabriel. La camiseta de manga corta negra dejaba ver su físico perfecto, y sus pantalones negros de jean se adherían a la perfección a sus muslos en cada paso.

“Magníficos, ¿verdad?” Sonia tenía una mirada maligna.

“Sí, verdaderamente” respondí yo, pensando en otra cosa.

“Parece un caballo, fuerte y seguro de sí, pero en realidad tiene un carácter dócil, sabes?. El secreto es saber tratarlo, y conocer sus puntos débiles.”

¿Se estaba refiriendo al caballo? No, hablaba de Gabriel.

“¿Por qué me dices esto? No tengo ninguna intención de conocer mejor al caballo.” Dije, seca, cruzando los brazos ofendida.

“Vamos, se te cae la baba por él. Lo hicimos todas al llegar a este mundo. Su beso es único.” Y suspiró ante su recuerdo. “Pero habrás notado que se vuelve irascible cuando lo tienes cerca”.

“Me odia, si me gusta una persona no trato de agredirla cada vez que me dice algo.”

Sonia sonrió. “No entiendes, justamente este es el punto.”

La miré de boca abierta, Gabriel había sido claro, no me quería a su alrededor, y yo tampoco a él.

¿O tal vez sí?

Me sonrojé pensando que pudiera surgir algo entre nosotros. Sonia lo notó y bajó la mirada, no quería admitir que tal vez tuviera razón.

“Vamos” Me dijo dándome una palmada en el hombro.

Subió al caballo con una elegancia envidiable. Yo nunca lo hubiera podido hacer de esa manera.

Detrás de ella subió Sara.

Faltaba solo yo.

Me encontré delante de Gabriel. Era como un caballero negro sobre su negro caballo. Y la figura le quedaba muy bien.

Traté de concentrarme en la silla de montar, y tomé coraje. Si me distraía terminaría con la cola en el piso.

¡Cómo diablos se hacía para subirse allí!

Necesitaba ayuda pero no lo quería admitir. No quería su ayuda, que me miraba con los brazos cruzados volcado hacia el cuello del caballo con una mirada irritante.

“Dale, pon el pie en el estribo” lo escuché aguantando la risa. “Apóyate en mí y te ayudo a subir”

No encontraba nada de qué reír.

Bufé y dejé aparte el orgullo de poder subri sola. Coloqué mi pie derecho en el estribo, me agarré de su brazo y con un movimiento ágil y elegante me ayudó a subir.

Me lo encontré de frente, sus ojos poco distantes de los míos. “Fue fácil, ¿verdad?”

Me hubiera gustado decirle cuánto lo odiaba, pero me limité a un breve y ácido “Gracias, pero lo habría hecho sola, de todas formas.”

“No lo dudo” Dijo en tono sarcástico y luego se puso serio de nuevo. “Agárrate a mí, debemos llegar rápido al castillo, cuanto más veloz lo hagamos menos llamaremos la atención.”

Me agarré a sus costados, a su camiseta justa, lo más fuerte que pude.

Gabriel se dio vuelta molesto. “Tú no me escuchas.”

Tomó mis manos y las puso entorno a su cintura. “Ahora no correrás riesgo, agárrate fuerte”, luego se giró y les dijo a las muchachas, “podemos ir”.

Me encontré pegada contra su espalda. Estábamos yendo a una velocidad increíble, tanto que no podía observar con claridad el paisaje a mi alrededor. Podía apenas distinguir los prados y alguna montaña pero nada más.

Aún me daba vueltas la cabeza, por lo que decidí cerrar los ojos.

Sentía el viento en mis cabellos y con los ojos cerrados, parecía que estaba volando.

¡Volar!

Gabriel era un ángel, tal vez tenía alas. ¿Entonces por qué no las veía? Su espalda era perfecta. Además de los músculos no notaba ninguna otra imperfección. O al menos apoyada en él eso parecía.

Tuve un flash, en el que vi una figura con un par de alas negras, terroríficas.

Parpadeé un instante por el miedo, y en ese momento nuestra loca corrida se hizo más lenta.

Alrededor de mí había un paisaje magnífico, verde.

Gabriel notó que estaba distraída y para llamar mi atención colocó una mano sobre las mías. Pasó con delicadeza el pulgar sobre mi dorso para avisarme que habíamos llegado.

Se me detuvo el corazón.

“Mira Sofía, ¿no es magnífico este lugar?” Su voz escondía un halo de tristeza, como si aquel lugar le recordara algo pasado, o tal vez me equivocaba. No lo hubiera creído capaz de probar algún sentimiento.

Respecto a lo usual, sonaba más gentil, su lado angelical había surgido.

No, pero quería disfrutar aquel momento, hasta que volviera el irascible Gabriel.

“Es fantástico”. Y lo era de verdad. Delante de nosotros había un mar tan azul que parecía que el cielo se hubiera dado vuelta. Debìa ser un lago, porque a su alrededor solo había montañas.

“Este es el lago de los tres ríos, si miras bien entenderás por qué el nombre.” Miré alrededor y entendí perfectamente. Había tres montañas alrededor, y de cada una de ellas bajaba un río que desembocaba en las aguas cristalinas.

“Debemos pasar el puente. ¿Ves, allí abajo?” Gabriel me volvió a tierra, y lamentablemente quitó su mano de las mías, para mostrarme un punto a lo lejos.

Vi un puente que no parecía tener fin. Pestañé para ver mejor, la luz reflejada en el agua me impedía ver con claridad.

Me llevé una mano a los ojos para cubrir el reflejo y pude ver un pequeño relieve montañoso. Era extraño, tenía una forma muy particular.