Loe raamatut: «Nadie te lo dirá antes de partir»

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Mi justificación

Jenny, éste no será un manual personalizado de cómo podrás convertirte en millonaria en diez pasos, tampoco será la guía para lograr el bendito sueño americano. Por medio de estas líneas no intento librar de todos los males al migrante venezolano, y mucho menos trato de tallar sobre piedra el decálogo del buen refugiado. Si tu interés se concentra en alguna de esas temáticas, da por culminada esta lectura, ya que nada de ello encontrarás aquí, además, desgraciadamente, no podré recomendarte bibliografía alguna para ese fin.

Querida, en estos días te marchas del país. Por un lado, lo celebro, me alegra que hayas reunido la valentía para dar ese paso, por el otro, me acongoja que la camada de jóvenes que siguen generacionalmente a los de mi edad también hayan necesitado marcharse... o por lo menos considerado francamente tal opción. Ahora heme aquí, del otro lado del Atlántico, con ansias de explicarte qué puede esperarte en el exterior.

Lo que a continuación leerás son palabras llenas de un subjetivismo que ha sido maleado por mis experiencias como venezolano, como migrante y como trabajador humanitario. Además, a modo de preámbulo te aviso que lo que te escribo no persigue como objetivo crear el «nuevo hombre», el «nuevo venezolano» ni ninguna de esas barbaridades, sino estimular la reflexión antes de partir. Aunque no tengo intenciones de ataviarme con la indumentaria del profesor de filosofía, sí te dejo esta única lección; ¡no creas en las barrabasadas de ningún bando!, busca insaciablemente la verdad, sigue su pista y respétala cuando des con ella. Del resto, bien, solo te daré unas cuantas sugerencias que bien puedes considerar o simplemente desechar. Para este fin se me ha ocurrido relatarte algunas historias, además de resumirte una interesante charla que una vez tuve con un gran amigo.

Con mucho atrevimiento me parece pertinente preguntarte si sabes lo afortunada que has sido. El simple hecho de haber nacido allí y de haber tenido semejantes padres es una ventaja que muchas jóvenes no han tenido. De no haber sido por ello, difícilmente hubieses tenido la posibilidad de hablar de manera libre e independiente de un tema como el de emigrar, para no hablar de otras bendiciones a primera vista poco aparentes que en este momento no vienen al caso. Una vez estés afuera, persigue con tozudez ese sueño que te empujó a salir del país. El matrimonio, la maternidad y la familia son etapas de nuestra mundana vida, sí... simplemente etapas. Éstas pueden llegar a ser felices o gratificantes —o todo lo contrario—, pero no son la brújula que debe darle sentido a tu vida. Para tu alivio y para concluir finalmente con este tedioso tópico, te pido por último que desconfíes sanamente de aquel que se quiere sacrificar por ti, de aquel que «respeta» mucho las tradiciones o de ese que procura que las cosas se sigan haciendo como siempre han sido hechas. Aquí sí te dejo una recomendación literaria1.

Bueno, ya basta de darle tantas largas a esto, iré directo al grano. ¡Nos tocó migrar, menudo capricho del destino! Desconocíamos semejante verbo, y reconocerlo —por lo menos como alternativa— ha resultado en una tarea de notable exigencia. A modo de preparación, pensé en algunas experiencias que siempre quise contarte, pero tal vez por nuestra diferencia generacional nunca lo hice mientras viví en Venezuela. Lo apetecible de esta medida —escribirte un libro no muy largo— radica en que lo podrás leer cuando y como quieras, con las pausas que estimes necesarias y lo mejor de todo es que no tienes que presenciar un monólogo mío con cara de interesada. ¡Te quiero ahorrar tal suplicio! Eso sí, te ruego paciencia y ánimo para tratar de entenderme y contrariarme si lo juzgas correcto y enriquecedor, te repito, y prometo que es un texto breve.

Tengo recuerdos de cuando era un chaval y amigos de la escuela o familiares hacían reseñas rodeadas de un aire casi de excentricidad de esos pocos que, desde la mirada del resto, transgredían esa regla no escrita de emigrar. Eso sucedía sobre todo en el último lustro de los años noventa. Aquellas crónicas siempre terminaban tachando —con la mayor elegancia posible— a esos que soñaban con más de ambiciosos o fracasados, ya que las narraciones invariablemente tenían como final poco feliz el regreso a Venezuela de aquellos intrépidos. Lo usual era que marchasen a Estados Unidos, España, Italia o Portugal, mas te confieso que estoy seguro de que alguno de ellos triunfó; con pesar te digo que yo no pertenecía a ese círculo en donde se contaban esas felices historias.

Insisto en que desconocíamos el verbo emigrar, por lo menos en primera persona. Aunque yo asistía a un colegio público, en los grados que cursaba frecuentemente coincidía con chilenos, portugueses, españoles, colombianos e incluso peruanos-japoneses, y la impresión general era la de ser un país receptor de foráneos. Ciertamente ellos contaban con regularidad de algún encuentro familiar en su tierra natal (cosa que ocurría después de largos años) o de familiares que venían de visita durante las vacaciones; el punto es que ninguno de ellos expresaba mayor interés en volver a sus países natales, aparentemente estaban cómodos en aquella Venezuela.

Ya dicho lo anterior, quiero proseguir con mi cometido. Lo que expondré a continuación me parece una buena introducción de lo que deseo brindarte con este libro.

Una vez te encuentres en tu nuevo hogar mantén siempre presente que los habitantes de esa nación nada nos deben y eso último has de subrayarlo. Húyele a aquellos que exigen un «mejor trato» argumentando que es una deuda moral que han contraído después de ser liberados por Bolívar, aléjate de esos y de los que pregonan «razonamientos» similares. Los países que decidieron abrirle las puertas a los venezolanos lo hacen por cumplir con acuerdos internacionales que han firmado y ratificado; o para aprovechar los recursos que ha desperdiciado un gobierno ciego; también lo hacen guiados por valores morales, o bien por mera convicción.

Te resumo ahora una exquisita escena que seguro puede ilustrarte mejor lo anterior. Antes de que estallara la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.) corintos y corcireos pujaban entre sí por una alianza militar con la todopoderosa Atenas. El embajador corcireo en su discurso señaló que a pesar de que nunca habían existido pactos con los atenienses, su numerosa flota, conjuntamente con la ateniense, significaría la más fastuosa y temida fuerza naval de la Antigua Grecia. Adicionalmente, ambas Ciudades-Estado tendrían en común a un mismo enemigo: Esparta. Aunque carente de exóticas ofrendas y promesas, ésta fue la modesta oferta de Córcira para Atenas.

Del otro bando, el embajador corinto le recordaba a los atenienses lo justo que sería contar con su apoyo teniendo en cuenta todas aquellas veces que Corinto había auxiliado en el pasado a los atenienses. Los corintos durante su exposición prácticamente enumeraron todos los favores concedidos en el pasado a Atenas, por lo cual exigían como retribución equivalente aquella alianza en disputa. Luego de ponderar ambas ofertas, los atenienses se decidieron por aliarse con los corcireos. Desde entonces las cosas no han cambiado mucho. Espero que los helenistas me indulten al haber citado este evento, sin embargo, creo que me ha servido para que puedas ver mi punto.

Retomando aquello de la convicción, te exhorto a que mientras estemos en el país vecino, no lleves a cabo ninguna vendetta con el bogotano o limeño porque en el pasado te sentiste estafada por algún colombiano o peruano que intentó reparar tu lavadora mientras aún vivías en Venezuela. De hecho, cuando volvamos a Venezuela, trataremos noblemente a aquel migrante en necesidad, sin importar nacionalidad, indiferentemente de cómo nos tratan ahora. Seguramente te preguntas, pero ¿por qué hemos de hacerlo si nos tratan tan mal en ciertos lugares? Quizás porque esa es la lección de todo este drama, pero más aún porque es lo correcto... y qué es lo correcto... Bueno, te mencioné previamente que hoy no quería hablarte ni de filosofía ni de ética, pero no te preocupes, antes de terminar te dejo otro tip; es un librito llamado Antígona de un señor de nombre Sófocles, es probable que des con la respuesta ahí. Léelo.

Preámbulo

Era el año 2011, me encontraba en Lahore. Era mi primera vez en el continente asiático y en función de adaptarme a mi nuevo entorno leía con detenimiento acerca de la partición con la India, de la familia Bhutto, de cómo diantres se jugaba al cricket y de la posición de Paquistán en el tablero de las naciones musulmanas.

De esa fase inicial en la «Ciudad Jardín» recuerdo anecdóticamente cómo un colega del trabajo me narraba las más pintorescas historias locales, entre tantas es de resaltar la del estadio de cricket de la ciudad; éste fue bautizado como Gaddafi Stadium en honor al hoy fallecido coronel libio luego de que este defendiera públicamente durante la segunda conferencia de la Organización para la Cooperación Islámica en 1974 el derecho de la joven nación a poseer armas nucleares. Mi amigo aseveraba que Gaddafi no sólo abogaba por el programa nuclear, sino que también lo financió.

Una mañana, pocos días después de mi llegada, mientras intentaba limpiar el jardín de la casa donde rentaba una habitación salió una señora de avanzada edad de la casa de enfrente. Mientras ella también le dedicaba tiempo a sus plantas, no dejaba de mirarme extrañada. Le di los buenos días, a los cuales ella respondió cordialmente para luego proceder de manera súbita a hacer las preguntas que seguro que desde hacía minutos quería formular con obvio desespero. Ya librada de todas las dudas que la habían torturado hasta hacía poco, mi vecina terminó el ameno interrogatorio despidiéndose de mí con el siguiente cumplido: eres bien educado para ser cristiano.

Dejé Venezuela definitivamente en marzo del 2013. Ya había sido migrante en distintas ocasiones, y aún lo sigo siendo, incluso hoy en día poseo el estatus migratorio de apátrida. Eso en el sentido literal de la palabra y exonerado de notas peyorativas que otros han podido agregarle a lo largo de la historia. Pero aquí me detengo, ya que es parte de lo que escribiré en las siguientes páginas. En fin, más allá de las dolorosas y pedagógicas consecuencias que el migrar conlleva, hoy puedo decir que me ha ido muy bien y que estoy agradecido por las oportunidades y enseñanzas que me ha brindado Alemania.

No sólo he vivido la migración como venezolano en primera persona y testigo presencial, sino que reconozco mi privilegiada posición al tener un rol activo en la recepción e integración de otros migrantes que buscan un nuevo comienzo en Europa, como lo son armenios, libios, vietnamitas, chechenos, somalíes, marfileños… por nombrar solo algunas nacionalidades.

Convencido de conocer, por lo menos, parcialmente la mentalidad de algunos venezolanos me atrevo a presentar lo que considero han sido principios —muy personales— que he puesto en práctica; muchos de ellos aprehendidos a través del convivir con refugiados, otros han sido consecuencia del duro contacto con las nuevas realidades que he debido enfrentar. Con esto no quiero vender ninguna poción mágica, sin embargo, tengo la certeza de que son herramientas útiles al emprender nuevos comienzos en otras latitudes. Además, me gusta pensar en su utilidad a la hora de facilitar la integración en una nueva nación y que a su vez de manera discreta ayuda a combatir la creciente xenofobia en algunas regiones del mundo.

Tratemos de imaginar por un instante ochenta millones de personas; esto es casi cuatro veces la población actual de Chile (2020). Según la oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) éste es el estimado2 de personas esparcidas por todo el planeta buscando un nuevo hogar. La mayoría de esas personas han dejado su país por sufrir persecuciones políticas o religiosas, huyendo de conflictos bélicos o bien por devastadoras crisis político-económicas. ACNUR nos ofrece cifras que ascienden de manera ininterrumpida desde 19603. Tales cifras deberían tener un mayor impacto en los líderes mundiales, pues la curva luce cada vez más alarmante, aparentemente indiferente a todos los avances en términos de desarrollo humano en los últimos cincuenta años.

Según cifras oficiales 5,44 millones de venezolanos han sido desplazados de manera forzosa. La extinción de la vida digna aún es una realidad y las personas siguen huyendo; ésta se ha convertido en una de las crisis de mayor dimensión en América Latina y el mundo. A pesar de que la pandemia del COVID-19 ha hecho menguar el flujo migratorio tanto por vía terrestre como aérea, esta catástrofe ha sido sin precedentes. Venezuela está resquebrajada y muchos de los que quedan esperan a que sus familiares se semiasienten en donde pudieron migrar para ellos iniciar el recorrido que los reunificará. Las crisis migratorias que había vivido América Latina, como las de El Salvador y Colombia5 ya no son, con el mayor respeto, un marco de referencia. Dichos conflictos originaron en un lapso de doce y sesenta años respectivamente un preocupante número de migrantes6, la diferencia de la crisis venezolana radica en tener la terrible particularidad de producir constantes y masivas oleadas migratorias que en menos de diez años han superado el número de personas forzadas a partir de las naciones mencionadas anteriormente.

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