Loe raamatut: «Antigüedades coahuilenses»

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© Rufino Rodríguez Garza

ISBN: 978-607-8801-21-3

Edición: Quintanilla Ediciones

Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio impreso o electrónico, sin la autorización escrita por parte del autor, a menos que sean citas breves de referencia.


Dirección General: Dolores Quintanilla Rodríguez

Coordinador de Producción: Miguel Gaona

Editor de Contenido: Valdemar Ayala Gándara

Editora de Arte: Jazmín Esparza Fuentes

Diseño Editorial: César Nájera Zapata

Enlace Administrativo: Carmen González Cruz

Ventas: María Isabel Reyna Ibargüengoitia

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D.R. Quintanilla Ediciones

Josefina Rodríguez 1027, Col. Los Maestros. C.P. 25260. Saltillo, Coahuila

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Índice

1  Antigüedades coahuilenses

2  Introducción

3  Prólogo

4  REFERENTES Guachichiles y franciscanos Astronomía prehistórica Rupestrerías Más rupestrerías Cerro Bola Cruces Don Memo Andares coahuilenses Andares coahuilenses II La fortuna de tener Ventura María del Pilar Casado

5  SITIOS Estanque del León Lagartijas La Boquilla Ojo Caliente Puerto Cardonal La Presa La Presa II La Presa III Jamoncillos El Lechuguilloso El Lechuguilloso II El Borrado Loma de Sleihman Los José Narigua norte Amargos y el arroyo Cañón de San Lucas Cerro del Gallo Agua de la Mula Doce de Diciembre (El Doce) El Cerro El regreso Geoglifos del rancho Carolinas Las Esperanzas Las Iglesias

Landmarks

1  Cover

Introducción


En el ámbito de la cultura del estado de Coahuila, los referentes de la antigüedad que fueron heredados por los pueblos nómadas de cazadores–recolectores, representan los primeros vestigios humanos que perviven hasta nuestros días, ofreciéndose como signos de identidad invaluables para reconocernos como norestenses.

Debido a esto, el descubrimiento, valoración y divulgación de tales vestigios resulta una actividad de relevancia que requiere ser reconocida de forma creciente, así como el papel que cumplen tanto los especialistas académicos como los aficionados cuya pasión por recorrer senderos y localizar sitios los lleva a ser grandes descubridores, capaces de heredar el legado de sus propios hallazgos para la posteridad.

Es en esta línea donde se inserta la encomiable labor de Rufino Rodríguez Garza, quien por cuatro décadas, y haciendo uso de sus propios recursos, ha recorrido el tercer estado más grande del país para realizar descubrimientos sin los cuales la arqueología y la paleontología coahuilenses no serían las mismas. Junto con colegas suyos, en especial al lado de José G. Flores Ventura (otro de los autores que hemos tenido el honor de sumar en Quintanilla Ediciones), Rufino Rodríguez ha dado pasos invaluables para detectar huellas remotas y pretéritas, a fin de ponerlas al alcance de un número amplio de personas, a través de publicaciones constantes en El Periódico de Saltillo y de libros como el que ahora ponemos a disposición del público (y que abarca textos periodísticos aparecidos entre febrero de 2017 y noviembre de 2021 en el citado medio). Así, este título continúa con la línea de difusión que tuvo como antecedente el exitoso libro impreso Coahuila indígena, elaborado por nuestra casa editorial para la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Urbano del Estado de Coahuila de Zaragoza en el año 2018.

Esperamos que las lectoras y los lectores de todas las edades disfruten de este nuevo título de nuestro autor y, por qué no, encuentren en estas páginas la motivación necesaria para emular los pasos y trayectos de los grandes descubridores que, como Rufino, han podido acercarnos a la herencia de nuestros antepasados.

Quintanilla Ediciones

Prólogo


Una vez más recibimos de Rufino Rodríguez Garza una serie de textos en que se describen los demasiados esfuerzos que ha realizado por conocer lo que no existe sino hasta que alguien lo descubre. Sabemos que en Coahuila hay centenares de sitios arqueológicos o de simples vestigios que no alcanzarían la denominación de “sitios”, puesto que son huellas de los antiguos habitantes.

Cualquier material, un sencillo objeto o restos de una pintura rupestre, añade algo nuevo a los muchos datos que se tienen y obliga a los investigadores a tomar en cuenta algo que ignoraban. Los conocimientos generan nuevos conocimientos y éstos orillan a repensar lo ya sabido para transformarlo en ciencia, y ésta tiene siempre un momento: el suyo.

Aquí es importante retomar el sentido profundo de la palabra “verdad”, que en la antigua Grecia se decía aletheia, cuyo significado hondo es: sin ocultamiento o, más precisamente, descubrimiento, que implica quitarle a algo lo que lo cubre. La idea es clara, porque estos pequeños textos que llenan el volumen proponen quitar el velo que los cubría, así que son des-cubrimientos. Alguien podría alegar que encontrar algo que se desconoce no es un descubrimiento. Se equivoca. Los miles de vestigios materiales existentes a lo largo de la geografía están ahí, pero no se conocen antes de que alguien los ponga a la disposición de los demás, en este caso de los lectores. Es, en ese sentido, que el conocimiento nos acerca a verdades, que son certezas una vez que las conoces, y no antes.

Rufino ha caminado, visto y observado miles de esos “documentos” que hace milenios o centurias fueron creados por los habitantes indígenas que vivieron en estas regiones. Sus sistemáticas salidas al campo, que ya se cuentan por miles, lo han conducido a descubrimientos que ayudan (o pueden hacerlo) a comprender ese larguísimo pasado. Quiero decir que sin el trabajo de este atento y obsesivo explorador, seríamos todavía más ignorantes de lo que somos. Lo más interesante de sus escritos es que en cada uno nos regala un pedacito de conocimiento, y una vez que esos elementos se reúnen porque se multiplicaron, conducen a otra forma de conocimiento.

El trabajo rinde, y más si se hace de manera sistemática. De Rufino sabemos que ya cumplió 40 años de búsquedas. Sale cada fin de semana al campo simplemente a recorrerlo. A veces regresa a lugares que había visitado años atrás y, según declara, encuentra algo que no había advertido en la anterior visita. Esto significa que su perseverancia recompensa el esfuerzo, mismo que traducirá en un escrito como los muchos que podemos leer en éste y en sus anteriores libros.

Deseo añadir que, además de fotografiar los rastros de los indígenas, también destina horas a pasar sus observaciones a sus muchísimos diarios de campo que algún día serán tan valiosos como las fotos, puesto que en esos cuadernos traza con insistencia los dibujos que advirtió en una roca, una cueva, un conjunto de piedras, un pequeño guijarro con esbozos diversos (arte móvil que puede referir a cuestiones trascendentes, a deseos relativos a la vida amorosa o, simplemente, a los seres vivos que rodeaban a los nómadas). Sus más de 100 mil fotografías lo colocan como el dueño del acervo más importante del pasado indígena en nuestra entidad.

Este libro puede ser considerado un nuevo apoyo al saber y a la revaloración de la cultura ancestral de los antiguos habitantes de Coahuila. De ahí que su lectura pueda orientar a científicos que buscan nuevos datos.

El hecho de que se nos entregue en pequeños capítulos ayuda a que su consulta sea más personalizada y, sin duda, más lógica. No cabe duda que este vademécum es un aporte a considerar.

Carlos Manuel Valdés


Guachichiles

y franciscanos



Por problemas de presupuesto en el Consejo Editorial del Estado, se vio retardada la salida de un nuevo libro del maestro Lucas Martínez Sánchez, Guachichiles y franciscanos, el cual contiene temas históricos de principios de la época colonial.

Este joven historiador es muy prolífico y desde hace algunos años tiene a bien elaborar uno o dos libros por ciclo de diferentes tópicos, que van desde leyendas de Monclova hasta biografías de héroes nacionales y de revolucionarios coahuilenses.

En esta ocasión Lucas nos entrega un libro que resume una investigación de legajos antiguos que corren de los años de 1586 a 1663 en archivos religiosos de Charcas, San Luis Potosí.

De 348 páginas, en gran formato, de 17 por 24 cm, con un prólogo de nuestro amigo el Dr. Carlos Manuel Valdés, e ilustraciones de Omar Campos Hernández, el libro se encuentra dividido en nueve capítulos y un extenso anexo documental.

Para efectuar este estudio, Lucas investigó una amplia bibliografía y se documentó en archivos nacionales y extranjeros. Hizo también uso de archivos digitales y de registros que documentaron los mormones.

También es de admirar el trabajo de paleografiado (ciencia que permite descifrar las escrituras antiguas) de escritos de finales del siglo XVI hasta mediados del XVII.

El libro más antiguo del convento de Charcas da mucha información sobre los chichimecas y los grupos que fueron evangelizados por los curas franciscanos y que, al bautizarlos, anotaban el origen del individuo, su nuevo nombre pero también el nombre que tenía en su tribu.

Gracias a estos datos se conoce el registro de 14 etnias que son las siguientes: chichimecas, negritos, guachichiles, bosales, tocas, borrados, alazapas, imañoa, rayados, juquialan, pisones, amuegui, cazuiaman y vocalos.

Lucas menciona al franciscano fray Juan García como el religioso que, al bautizar, no sólo preguntaba el nombre, sino la parcialidad a la que pertenecía el bautizado.

En los alrededores de Saltillo quedan algunos nombres que quizá provienen del lenguaje común de los chichimecas, en este caso de los guachichiles en la sierra de Zapalinamé y en Jamé, que es una comunidad de Arteaga, Coahuila.

El texto llena un enorme hueco que existía sobre el tema indígena norteño de los guachichiles. El trabajo que se despliega es novedoso y pleno de datos y significados.

En el anexo documental (p. 243), el maestro Lucas destaca un reporte elaborado por Pedro de Ahumada (1562) al virrey Luis de Velasco, donde le informa de la rebelión de los indios zacatecos y guachichiles y “la alteración que pusieron en todo el reino […]”. Describe a los guachichiles como: “[…] gente que andan desnudos hechos salvajes, no tienen ley ni casas ni contratación, ni labran la tierra ni trabajan más que en la caza y de ella y de los frutos silvestres y raíces de la tierra se sustentan […] Su principal mantenimiento son las tunas y mezquites […]”.

El libro bien vale la pena para estudiosos en la materia y todo aquel que le guste ahondar en la vida de los cazadores–recolectores del semidesierto mexicano.

El maestro Lucas ha escrito su mejor obra hasta el momento, y esperamos con ansia la publicación de otra en un futuro no lejano.

Astronomía

prehistórica


No es frecuente la publicación de libros de temas de arte rupestre, pero celebramos al menos la publicación de un texto que trata precisamente de los astros tales como la Luna, el Sol, planetas como Venus, y no se diga de meteoritos, cometas y la bóveda celeste. Otro tema hermanado es el calendárico.

En su más reciente libro, Los astros en las rocas de Coahuila: arqueología de los antiguos habitantes del desierto, Yuri de la Rosa Gutiérrez, en referencia de Coahuila, establece que las cuentas a base de puntos y rayas son más que motivos relacionados con calendarios en su mayoría lunares.

Llama la atención que no cite a William Breen Murray (†), antropólogo que en los años 80 recibió al Dr. Aveni en la ciudad de Monterrey, donde comentaron el calendario de Presa de la Mula y otras cuentas calendáricas hechas a base de puntos.

Coahuila ocupa casi 8% del territorio nacional, y en arte rupestre se encuentra en el tercer lugar con sitios registrados, sólo por debajo de Baja California y Nuevo León; en el último caso, no porque tengamos menos sitios que el vecino estado, sino porque, a la fecha, no se han hecho las documentaciones de más lugares que, día a día, se van localizando, lo cual, de hacerse, sin lugar a dudas nos colocaría en el segundo lugar nacional con más manifestaciones de gráfica rupestre.

Así lo refiere Yuri de la Rosa en su más reciente obra, aunque hace la observación de que: “con apenas seis sitios estudiados es insuficiente el trabajo presentado en este ensayo”. Sólo revisó sitios del centro–norte de Coahuila, y un solo sitio con petrograbados, (Chiquihuitillos); por cierto que éste es de los escasos lugares con petrograbados en el norte del estado, el cual se encuentra localizado en la carretera 30 que corre de Monclova a Candela, y vale la pena recordar que en ambos lados de esta ruta hay manifestaciones rupestres grabadas.

Otra anotación importante es que, en el norte de Coahuila, predominan la pintura y las tumbas, y en el sureste dominan los petrograbados y algo de pintura, los cuales también nos dan mucha información de los astros, con la sola excepción de El Huizachal, ya que, en dicho lugar, la roca caliza es muy rugosa y dura, e imposible para el grabado. En cambio, de Torreón a Paredón, en lo que es el sureste del estado, la roca que domina es la arenisca, de arenas compactadas, y la cual es suave y propia para el grabado, pues la dureza no pasa del nivel tres en la escala de Mohs.

El libro se compone de siete capítulos, con una introducción y las conclusiones. El texto tiene 138 páginas y está ilustrado con mapas y tablas explicativas, cuenta con más de 40 referencias bibliográficas, anuarios estadísticos de 1997 y 2000, datos del INEGI y algunos dibujos de la arqueóloga Elvira Ochoa.

Mención aparte es lo que se refiere a las 104 fotos que complementan el libro, ya que están en blanco y negro, son muy borrosas y son de muy difícil apreciación. Queremos suponer que dicha circunstancia fue por evitar gastos excesivos, pues el color encarece sobremanera los costos de la edición. Y si no es posible reproducir a color, una buena solución sería a través de dibujos. Puede que en una segunda edición sea posible presentar las fotos a color o apoyarse con dibujos de Elvira y del mismo Yuri, para que se pudiera hacer más legible el contenido fotográfico y entender mejor los motivos referentes a los astros de los que eran tan buenos observadores los nativos.

Entre los futuros sitios que se encuentran en la lista para ser estudiados, está uno que lleva el nombre del astro rey, El Sol, en el municipio de Parras, y a pie de la carretera 40. El nombre se debe a la gran cantidad de representaciones solares en los grabados del sitio: círculos, círculos concéntricos, círculos radiados (con rayos), como es el caso del Sol.

En el sureste de Coahuila encontramos sitios con gráfica rupestre, muy retirados de El Junco, Espantosa, Catujanos, Huizachal, etc. Asimismo, podemos apreciar representaciones del planeta Venus, esa cruz enmarcada que se repite en el sur de Estados Unidos, norte de México y otros países de América.

En San Rafael de los Milagros hay representaciones solares y también de Venus, pero ahí el vandalismo ha hecho de las suyas; la cercanía a Torreón y la facilidad de acceso han ayudado a que se destruya parte del patrimonio, pues hablamos de que está a 60 metros de la carretera 40, la Saltillo-Torreón.

La fauna está poco representada en los sitios estudiados por Yuri y que son la base de los textos del libro. La excepción es el sitio de Mesa de Catujanos, donde se observan astas de venado, aves, tortugas, un vinagrillo, arañas e insectos, y también figuras humanas, además de que en el sitio conocido hay una luna en cuarto menguante, pero podemos mencionar que hay cuatro sitios más en Catujanos donde también se repiten la figura de la luna y otros motivos dignos de estudio.

Al principio de esta nota mencionaba al investigador recién fallecido Breen Murray, pues una de sus aportaciones a la arqueoastronomía es el calendario lunar de Presa de la Mula, y que el Dr. Aveni visitó en los años 80 del siglo pasado; ambos apuntaron que dicho calendario trataba del período de gestación de los venados cola blanca, de 206 días.

Yuri es egresado de la ENAH, y van para 20 años de que reside en Coahuila, primero en Cuatro Ciénegas y ahora en Torreón. Nos congratulamos de este trabajo que ayudará a esclarecer la vida de los nómadas y su obsesión por desentrañar el movimiento de los astros.

Los astros en las rocas de Coahuila: arqueología de los antiguos habitantes del desierto

Yuri de la Rosa Gutiérrez. Secretaría de Cultura de Coahuila, 2019, Saltillo, Coah. y Quintanilla Ediciones.

Rupestrerías



El estado de Coahuila destaca en este tema de forma nacional, así como internacionalmente.

Las rocas fueron los cuadernos del pasado, y en esas piedras están los mensajes que los antiguos pobladores del desierto nos dejaron y que, poco a poco, iremos descifrando.

Pero… ¿quiénes fueron las personas que nos dejaron estas manifestaciones? La respuesta es sencilla: los cazadores–recolectores, hombres que habitaban y vivían con muchas dificultades y penurias en el semidesierto del norte de México. Basta recorrer localidades de estos rumbos para encontrarnos con vestigios de aquellos que nos antecedieron en el tiempo.

Varios autores y estudiosos relacionados con el tema (Carlos Manuel Valdés, Solveigh Turpin, el profesor Carlos Cárdenas) refieren que la llegada del hombre antiguo a estas tierras tiene una antigüedad de más de 10,000 años.

Un ejemplo de la presencia de vestigios de los habitantes del desierto es lo que podemos observar en las partes bajas o en los llanos: las chimeneas, esos rodetes de piedras cuya utilidad era para proteger el fuego del viento, fuego que se usaba para preparar alimentos, pero también para calentarse en invierno, ahuyentar animales, alumbrarse por las noches y hasta para hacer señales a la distancia.

Algunas de estas señales ya han sido estudiadas e inclusive descifradas por especialistas, y las cuales tenían un lugar importante en la sociedad de los hombres del semidesierto, pues eran básicas por si se avizoraban individuos en el horizonte; se avisaba si eran amigos o enemigos, y la cantidad de individuos que contenían las hordas.

Caminar por estos parajes es toparse con otros vestigios como son los petrograbados, las pinturas, los geoglifos y el material lítico que ya cada vez es más difícil observar; nos referimos a flechas, lanzas, buriles, raspadores, cuentas, morteros, metates y alisadores.

El arte rupestre está constituido por esas extrañas figuras grabadas y/o pintadas en las rocas donde los cazadores–recolectores dejaron plasmados sus, hasta ahora, indescifrables mensajes.

Para realizar el estudio de los petrograbados podemos dividirlos en naturalistas y abstractos y, a su vez, cada una de estas fracciones contiene nuevas subdivisiones. En general, por naturalistas podemos considerar aquellos dibujos que contienen o que reflejan cosas relacionadas con animales, plantas, figuras humanas y partes del cuerpo (pies, cabeza, manos, etc.). También consideramos naturalistas los grabados de herramientas para la cacería o la defensa, como serían: proyectiles, lanzas, cuchillos enmangados, arco y flechas, el átlatl y algunos símbolos astronómicos que nos indican orientación: el sol, la luna y planetas, como Venus, etc.

En el caso de los grabados de formas abstractas, son muy abundantes, aunque de difícil interpretación, ya que se componen de dibujos sin aparente congruencia entre sí, pero que nosotros, gente del siglo XXI, no podemos entender su mensaje.

La economía de los cazadores–recolectores era de subsistencia, cazaban y recolectaban para sobrevivir. La fauna que atrapaban era variada, iba desde mamíferos como venados, osos, bisontes o algunos roedores, y también reptiles tales como tortugas, víboras o lagartijas, hasta a veces aves, peces y algunos insectos, como los gusanos de las palmas.

El alimento a recolectar era muy variado y dependía de la región y de la temporada que variaba en el transcurso del año; por ejemplo, la flor de palma, los mezquites, las tunas, las pitahayas, granjenos y algunas raíces de tubérculos se daban en temporada de lluvias o de secas, y les proporcionaban los nutrientes para la dieta de todos los días.

Hay dichos populares y ancestrales que dicen que “Lo que corre, repta o vuela, directo a la cazuela”. O hay otro que reza que “Lo que se mueve, se come”.

La constante de los nativos era preocuparse pero, sobre todo, ocuparse por el alimento. Buscar la comida y los aguajes, enterrar a sus muertos, marcar sus territorios y defenderlos de sus contemporáneos que tenían las mismas necesidades de ellos, nos habla de su cultura.

Periódicamente estas tribus dispersas se reunían con el objeto de intercambiar productos, sellar alianzas y emparentar matrimonios, ya que no se casaban entre los mismos habitantes o familiares, es decir, no practicaban la endogamia. A estas reuniones se les llamaba “mitotes”, y eran eventos de una o dos veces por año.

Coahuila ocupa el 8% del territorio nacional y no son pocos los sitios en los que cuenta con arte rupestre. Esta condición nos coloca en un honroso tercer lugar con más sitios registrados. Sólo están, por arriba de Coahuila, Baja California y Nuevo León, pero Coahuila merece subir al segundo lugar, y seguramente lo hará, cuando se registren todos los sitios por parte del INAH.

En general podemos decir que la gente del desierto supo sacar provecho de los pocos recursos que éste, con mucha dificultad y esfuerzo, proporciona. Fue gente que vivió en un sano equilibrio con su medio ambiente, que nos legó sus artísticos grabados y no pocas pinturas, pero que también dejaron vestigios de otro tipo de arte rupestre poco estudiado por la complejidad del mismo, como es el de los geoglifos.