Historia de un alma

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Historia de un alma
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Historia

de un alma

Introducción de

José Francisco Ibarmia


© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

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Teresa de Lisieux

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ISBN: 978-84-2856-352-9

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Introducción

Santa Teresa de Lisieux es una gran santa. Un papa, en conversación familiar, afirmó que, a su parecer, era la «santa más grande de los tiempos modernos». Era san Pío X. No podemos medir el grado de su santidad, pero lo que comprobamos es que se ha hecho popular y es estudiada e incluso admirada por grandes teólogos. A muchos nos ha caído en gracia. Con frecuencia se oye exclamar: «¡Qué santa más simpática!».

¿A qué se debe esto? No es fácil dar una respuesta satisfactoria a este interrogante. Yo creo que cada uno debe buscar la respuesta meditando su vida y estudiando sus escritos. Ahí está encerrado el misterioso motivo.

Tal vez no sea una sola sino varias las causas que han despertado esa simpatía y admiración en unos y en otros. Pero todos encontramos en ella unos rasgos salientes que nos atraen hacia su figura y su pensamiento. Vamos a intentar exponer algunos de ellos.

En primer lugar, creo que es ella la santa que mejor conocemos por fuera y, sobre todo, por dentro. Podemos decir que tenemos información de todos los pasos que dio casi día a día y de todas las ideas y sentimientos que pasaron por su mente y corazón. Esto se lo debemos a los testigos que la conocieron y acompañaron desde que nació hasta que exhaló el último suspiro. Recibieron también sus confidencias acerca de lo que ocurría en su vida íntima. Y luego disponemos de sus escritos, en los que ella expone todo lo que le sucede, lo que piensa y siente en cada situación de algún relieve, de toda su vida. Sus biografías no son numerosas y casi todas relativamente breves. Es que la materia no da para más. Su vida fue breve y sencilla. Poco antes de su muerte exclamó: «Ay, qué poco he vivido. Siempre me ha parecido corta la vida» (UC 11.7.5). Pero conocemos muy bien el proceso de su vida interior. Es lo más importante de la existencia de un santo. ¿Qué pasa en el interior de esas personas excepcionales? En muchos casos no podemos vislumbrarlo. Pero también nos gustaría saber. Pues en la vida de Teresita aparece con un realismo y una claridad tal que se puede afirmar que toda ella fue transparente, perceptible, que está completamente ante nuestros ojos. Cuántas veces nos preguntamos: ¿qué pensaría tal santo cuando le ocurrió esto, o cuando tomó aquella determinación, o cuando adoptó esta postura ante tal problema? Tenemos noticias del resultado exterior, pero ignoramos el proceso interior, que es lo más interesante. El misterio de la vida se desarrolla en el interior, sobre todo cuando se trata de la vida religiosa.

De muchos santos conocemos algunos hechos externos y lo que cuentan de ellos o la interpretación que otros hacen de su conducta o proceder, las obras que realizaron, las ideas y sentimientos que se les atribuyen. Pero el santo en sí, en su auténtica intimidad, queda en la oscuridad, en el misterio. Santa Teresita, estando enferma, refiriéndose a la vida de san Luis Gonzaga, que se estaba leyendo en comunidad, y los escritos de un misionero mártir, dijo a su hermana que le gustaban más los escritos de este último, porque expresaban lo que él pensaba, mientras la biografía del santo reflejaba lo que el autor del libro opinaba de él (UC 21/26.5.1). Ella quería conocer su pensamiento íntimo y no tanto sus actuaciones externas, las interpretaciones y elogios que otros hacen de ellos. Tanto es así que llegó a decir, poco antes de su muerte, que, al llegar al cielo, se acercaría a cada uno de los santos y les pediría un breve relato de su vida, porque no se fiaba de lo que de ellos se decía en la tierra (UC 21.7.3).

Como se ve, la santa de Lisieux estima que lo importante es conocer la vida real del santo, principalmente mirada desde el interior, tal como la veía el interesado. Yo creo que en su caso se logra esto en un grado elevadísimo. Tal vez sea ella la santa cuyo proceso mejor conocemos. Desde la cuna hasta su última enfermedad. Difícilmente tendremos otro caso para comprobar cómo lleva una gran santa una enfermedad larga y penosa, con qué naturalidad y normalidad. Poseemos información detallada de los sentimientos y luchas que sostuvo el último día de su vida, pues conservó la lucidez y el habla en todo momento. ¿Cómo mueren los santos? Tal vez nos hemos hecho una imagen falsa de este tema. Qué interesante resulta leer una y otra vez las Últimas conversaciones, donde su hermana va tomando nota de todos los sucesos y palabras de la enferma. Esta obra fue mucho tiempo el libro de cabecera del famoso escritor francés Georges Bernanos. Le impresionó profundamente.

Conocer con todo detalle y precisión el interior de un santo a lo largo de todo el proceso de maduración en la vida de fe, es descubrir un mundo maravilloso, el panorama más admirable que se puede presentar ante los ojos de una persona de fe profunda. Y creo que esto ha influido decisivamente en atraer a muchas personas hacia la personalidad de la monjita.

Hay también otro hecho que ha podido intervenir en ese reclamo hacia esta santa encantadora.

Su vida externa fue completamente ordinaria. No llevó a cabo grandes empresas al servicio de la Iglesia o de la sociedad. No aparecen fenómenos místicos como en otros santos, por ejemplo, en sus antecesores en la Orden del Carmen: santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz. No realizó en vida ningún milagro. Todo transcurre de la manera más sencilla que se puede imaginar, primero en la familia y luego en el convento.

Al dar los primeros pasos para iniciar el proceso para su canonización, uno de los encargados oficiales de la Iglesia advirtió a las monjas que no se hicieran ilusiones pues no veía que pudiera prosperar la causa de una religiosa de clausura que no había hecho nada notable y llamativo. «En Roma no están dispuestos –les dijo– a canonizar a cocineras». Pero felizmente el reverendo de turno se equivocó de plano. Primero fue el pueblo sencillo, esa pléyade de sus admiradores y seguidores, y luego las mismas autoridades eclesiásticas, quienes entendieron que la obra de la santificación se realiza en el interior de la persona y que de allí se proyecta al exterior. Lo que Dios observa y aprecia es precisamente lo que se produce en la intimidad, de cara a Dios.

Los testigos y, sobre todo, los escritos de la monjita de Lisieux iban a desvelar las maravillas que se habían operado en ella. En carta a un misionero la interesada había confesado ya: «No creáis que se trata de una falsa humildad que me impida reconocer los dones de Dios; sé que Él ha hecho cosas grandes en mí» (C 201). Es que no hay necesidad de grandes marcos, de llamativos campos de acción, para llevar a cabo sorprendentes hazañas. La vida ordinaria de cada día con su monotonía y problemas ofrece suficiente espacio para levantar el grandioso monumento de la santidad. La santidad al alcance de todos. Obra que se puede realizar en cualquiera de las circunstancias en que debe desarrollarse la vida de un creyente. Enseñanza que brota del examen de la vida de Teresita.

Hay también otro factor estrechamente vinculado con el precedente. Me refiero a las enseñanzas de la santa acerca de las condiciones personales e íntimas que debe reunir quien aspira a escalar la cumbre de la santidad. No se requieren cualidades especiales ni en el terreno natural ni en el sobrenatural. Así lo expresa en multitud de ocasiones, principalmente cuando explica cómo se logra escalar las cotas más altas del camino, que ella cree haber alcanzado. Por ejemplo, para ofrecerse como víctima de holocausto al Amor misericordioso de Dios. Lo único que se exige es reconocerse pequeño y débil. Jesús se abajará, le cogerá en sus brazos y lo elevará. Son precisamente los «pequeños» quienes se encuentran en las mejores condiciones para dejar a Dios realizar en ellos su obra de misericordia y amor. Para llegar a estas convicciones, Teresa ha tenido que descubrir, primero, a un Dios misericordioso, compasivo, humilde, que se abaja hasta mendigar nuestro pobre amor. Tenemos que vernos con ese Dios. De ahí se deduce cómo hemos de proceder y qué actitud hemos de tomar frente a Él y su proyecto. Son muchos los que han ingresado en ese gran número de almas pequeñas, que, junto con su guía y maestra, esperan comprender los secretos de Dios y escalar las cimas más altas de la montaña del Amor. Será esta la «legión de pequeñas víctimas de tu Amor», que la santa pedía a Jesús que escogiera (MsB 5vº).

 

Todo esto vivido con extrema sencillez, serenidad, paz y alegría inalterables. Nos gusta figurarnos a Teresita con la sonrisa en los labios. Es cierto que en muchos momentos de su vida no le resultaba fácil dibujar semejante gesto, pero aún entonces sentía, en el fondo de su alma, una alegría que ella califica de no gustada. Es una paz, que brota de la convicción de estar comportándose como Jesús quiere (cf C 63).

Estos son algunos de los rasgos de sor Teresa, que la hacen simpática, atractiva. Como se ve, no son cualidades puramente naturales. No nos llama la atención porque es una monjita joven, sonriente y alegre. No es superficial. Pronto constataremos que en ella no hay nada de infantil. La religiosa es, como ella mismo lo dijo, «un bebé que piensa como un anciano» (Proceso apostólico, 231). Pues esos pensamientos de creyente muy madura, esa interpretación desde la fe de lo que podía y creía tener que hacer en cada circunstancia, con paz y alegría, por lo menos íntima, es lo que nos llama la atención tan poderosamente.

Para llegar a este estado ha ido descubriendo al Dios del Evangelio, a ese Dios que para ella se refleja a través de Jesús: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre», dijo Él (Jn 14,9). Teresa no entiende la santidad como una serie de obras que tenemos que ejecutar o vicios que extirpar. Su planteamiento es más sencillo. Se trata de «ser lo que Dios quiere que seamos» (MsA 2vº) en cada momento y situación. Durante el retiro para la toma de hábito está en una sequedad tal que no se le ocurre ni un buen pensamiento. Se encuentra «sumergida en tinieblas». Pero a pesar de ello goza de una paz grande porque «cree que está como Jesús quiere que esté» (C 54). Para ella no existe una manera ideal de hacer el retiro con sus fervores, ideas luminosas, buenos propósitos. Piensa simplemente en aceptar la realidad y comportarse en esta situación tal como entiende que Jesús espera de ella. Tan santas y provechosas pueden ser la sequedad y las tinieblas como la luz y el gozo. «Amo el día y la noche por igual», cantará hacia el final de su vida (P 37).

La monjita nos propone una alta santidad, pues no hay santidad grande y santidad pequeña como se ha dicho a veces. Pues la que se vive en la sencillez es la «que me parece la más verdadera, la más santa, la que yo deseo para mí» (MsA 78vº), escribirá refiriéndose a otra religiosa, que había llevado este camino. Este es el ideal, que llama la atención de las personas ignorantes y sencillas como las que entendieron y siguieron a Jesús. Teresa las atrae y las estimula a tratar de escalar las cotas más altas de vida cristiana.

Nuestra santa no parte de teorías o exposiciones abstractas. Arranca de su propia experiencia. Naturalmente que siempre supone el plan de Dios, la llamada a la santidad. Pero no se pone a analizar el proyecto divino. Su modo de proceder es el siguiente: constata y reconoce su propia pobreza e impotencia. Pero esto no la desanima. Está segura de que Dios la ama y que las aspiraciones de llegar a ser una gran santa son realizables. Si no, Dios no se las hubiera inspirado. Él no sugiere ideas irrealizables. Por lo tanto, tiene que ser santa tal como es. ¿Cómo se realiza esto? Aquí está su gran descubrimiento. Comprende que Dios está tan empeñado en amarla y santificarla que se abaja hasta su pequeñez, se pone a su nivel y se establece allí. Ella no tiene la sensación de ser elevada, sublimada, junto a Dios, y es que ha sido Él quien se ha acercado a su pequeñez. No podía ser de otra manera. Escuchemos su canto: «Yo necesito un Dios que, como yo, se vista de mí misma y mi pobre naturaleza humana, y que se haga hermano mío y que pueda sufrir» (P 23). Es el hecho que ella comprueba. Y no la sorprende. Pues Dios, que es Amor, ha de proceder de este modo porque «lo propio del amor es abajarse» (MsA 2vº; MsB 3vº). Ahí se ve la calidad del amor. El verdadero amor no es un paternalismo, que ayuda desde lejos, desde otra esfera, sino el gesto que lleva a solidarizarse, a compartir la vida, los problemas y los sufrimientos del ser amado. Es el amor que sabe humillarse, perdonar, pues si no se humilla ni sabe perdonar no es verdadero amor.

Este es el Dios que ha experimentado Teresa, y lejos de parecerle esto extraño cree que el Dios trascendente se complace y encuentra su satisfacción en ello (cf CRG 2,21). Nos ha hecho así de pobres e imperfectos porque en abajarse y amarnos, según le parece a Teresa, desahoga su amor (cf MsB 3vº; O 1).

Es una experiencia semejante a la de Martín Lutero. Este monje alemán se dio cuenta de que el hombre es débil y pecador y de que Dios le salva sin sacarle totalmente de esa condición. Ahí estaba el problema. ¿Cómo se explica eso? Quizás no vio el proyecto y el modo de ser y de actuar de Dios con la misma claridad y seguridad de la monja carmelita. Lo cierto es que se expresó en términos equívocos, que no fueron entendidos por los teólogos del Concilio de Trento en el sentido que él les quería dar. Ahora se trata de recuperar sus expresiones e interpretarlas en su sentido conforme con el evangelio y el pensamiento católico. Tal vez Teresa se adelantó a este nuevo movimiento teológico y, sin darse cuenta, encontró la solución del problema. La experiencia que tenía de sí misma y de Dios la llevó a ese resultado. Se siente imperfecta y está convencida de que nunca logrará verse totalmente libre de ciertas imperfecciones. Pero eso no le quita la esperanza de llegar a ser una gran santa. ¿Cómo se compaginan estos dos términos: santa e imperfecta? Ella entiende la santidad como la obra que Dios, abajándose, ejercitando su amor como misericordia, o sea, como amor que perdona constantemente y purifica el alma, realiza en la pobre, débil y frágil criatura humana. Lo importante es comprender esto y ofrecerse humildemente a ser objeto de las operaciones divinas. Exige renuncia y humildad. Sobre todo, humildad. Un día en que su hermana lloraba de despecho porque veía que nunca llegaría a ser perfecta, a dominar todos sus impulsos, le escribe lo siguiente: «A veces comprobamos que estamos deseando lo que brilla. Coloquémonos entonces entre los imperfectos, estimémonos como almas pequeñas a las que Dios ha de sostener a cada instante. Cuando él nos ve bien convencidas de nuestra nada, nos tiende la mano... Sí, basta humillarse, soportar con dulzura las propias imperfecciones: he ahí la verdadera santidad» (C 215).

Cuando piensa, o mejor, cuando Dios le inspira la idea de ofrecerse a él como víctima, se ofrece como víctima al Amor Misericordioso. Es una idea genial. Supone una percepción lúcida de la obra que el Señor tiene determinado realizar en nosotros, débiles e imperfectas criaturas.

Creo que estas convicciones de las que ella trata de vivir son las que hacen tan atractiva esta gran figura del santoral católico. La santa se ha ganado muchas simpatías incluso entre los no católicos. Los ortodoxos rusos aseguran que ellos miran con simpatía y admiración a dos figuras de la Iglesia católica posteriores a la separación. Estos dos personajes son Francisco de Asís y Teresa del Niño Jesús.

De todo esto deducimos que la publicación de los escritos principales de la santa puede resultar de gran utilidad a muchos creyentes de todas las categorías, a quienes buscan un Dios comprensivo con nuestra debilidad y miseria, a quienes desean una orientación para llevar en la práctica una vida de entrega generosa según las exigencias del evangelio. El mensaje de Teresa les propone un modo sencillo y exigente a la vez para caminar junto a Jesús en todas las situaciones de la vida. Ya predijo que en su vida y en sus escritos habría luz y orientación para «todos los gustos, menos para los que van por caminos extraordinarios» (UC 9.8.2).

La vida

La vida de la santa fue muy breve, de veinticuatro años, y muy sencilla, pues se desarrolla en el seno de su familia sin apenas relacionarse con gente extraña y, desde los quince años, en el interior de un convento de clausura del que nunca salió ni ocasionalmente en los últimos nueve años de su existencia terrena. Pero dentro de este marco tan simple, y socialmente pobre, se desarrolla una vida interior, una experiencia y un pensamiento religioso tan admirables y originales, que la constituyen en un genio del cristianismo, en una de sus más destacadas y conocidas figuras.

Los medios para conocerla tanto en su vida externa como en su interior están ahí. Son sus escritos y los testimonios de quienes la conocieron y acompañaron a lo largo de casi toda su vida y recibieron sus comunicaciones más íntimas. Desde que se publicó, en 1898, la primera edición de la Historia de un alma, los estudiosos y devotos admiran e investigan sus escritos y su vida. Pero no podemos decir que la labor está ya acabada. Siempre van apareciendo pequeños secretos, tesoros inapreciables, que aportan algo nuevo o desconocido y que contribuyen a que podamos sondear más profundamente su espíritu. Recientemente se han publicado sus Obras completas, donde viene todo lo que se ha conservado de sus escritos y los testimonios más íntimos y fidedignos de quienes la conocieron. En esa fuente encontramos el mensaje extraordinario que Dios ofrece a los hombres y mujeres de nuestro tiempo por medio de esta mensajera suya que es Teresa de Lisieux. Ella no se preocupó más que de conocer cada vez mejor a Dios, a Jesús, por la lectura del evangelio. En cierta ocasión dijo a las novicias que ella leía los evangelios para conocer el «carácter de Dios». Y a ese Dios, a quien va conociendo cada vez mejor, procurará corresponderle con la mayor generosidad. Asistida por el Espíritu Santo a quien le gusta comunicarse a los pequeños, hizo grandes descubrimientos para iluminar su propia vida, tomar la postura adecuada de cara a los problemas que tenía que afrontar. Muchos de sus hallazgos tienen validez para nosotros. Por ello recurrimos a sus experiencias, a sus luces, para que nos iluminen el camino que nos toca recorrer.

Su vida y doctrina posee la característica de ser pura experiencia. No escribió ningún tratado sistemático. Expone el camino que le tocó recorrer, los problemas con que tuvo que enfrentarse, las luces que recibió para conocer y entender su propia situación y «por qué lado he de correr» (MsC 36vº). Esto posee el encanto de ser todo historia, todo vivido, experimentado. Nada de supuesto ni conjeturado, nada de soñado, nada de utopía no realizada. En todos sus escritos y vida resalta el realismo. Nos descubre su propia vida como en una película, las soluciones que ha encontrado a los problemas, cómo ha salido del trance en momentos de dificultad y oscuridad. Situaciones iguales o muy semejantes a las de la vida de cada uno de nosotros.