Las Conversaciones de Jesús

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Las Conversaciones de Jesús
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“Este es un relato conciso, informativo y aterrizado de la gente en el Nuevo Testamento cuyas vidas fueron tocadas por Jesús. Para el lector en general, abre nuevas perspectivas para entender la forma en que Jesús se relacionó con la gente y cómo esto se aplica a nuestra situación hoy. Enriquecedor.”

Richard V. Pierard

Gordon Collage

“El Dr. Kistemaker escribe atractivamente y con sensibilidad hacia el texto de la Escritura. Él trae los personajes de los Evangelios a la vida de tal manera que nuestras propias conversaciones con Jesús son enriquecidas. Todo lector encontrará este libro accesible, confiable y espiritualmente enriquecedor.”

Gareth Lee Cockerill

Profesor de Nuevo Testamento y Teología Bíblica. Seminario Bíblico Wesley

“Simon J. Kistemaker, cuya erudición y valiosos aportes en estudios de Nuevo Testamento son bien conocidos, ha abierto ese conocimiento para producir una obra cuya prosa es lo suficientemente simple para que incluso un niño la lea, basada en un profundo dominio de los temas de los Evangelios. Aquí, un erudito y pastor encuentra, por un lado, profundizar en la vida y el ministerio de Jesús a través de sus encuentros personales, y, por otro lado, extraer de esos encuentros lecciones que son tan pertinentes y valiosas para los lectores modernos como lo fueron para los que las escucharon originalmente.”

Eugene Merrill

Distinguido profesor de estudios de Antiguo Testamento. Seminario Teológico de Dallas

“La genialidad de este libro es la concepción en sí misma: un estudio y análisis de todas las conversaciones importantes de Jesús registradas en los cuatro Evangelios. El resultado es una imagen en permanente expansión de Jesús y la gente con la que Él interactuó. Al mismo tiempo, mientras usted lee este estudio, encontrará que las conversaciones de Jesús son un microcosmos de los evangelios y su mensaje.”

Leland Ryken, Clyde S. Kilby

Wheaton College

“Al leer este libro, los pastores y maestros por igual serán ayudados en la aplicación de la verdad de Dios de manera práctica y devocional, y la comunidad cristiana será apoyada con una fiel y cálida aclaración del ministerio de Jesús para toda clase de personas.”

J. Ligon Duncan III,

Pastor de la Primera Iglesia Presbiteriana en Jackson, Mississippi

A mi amada esposa Jean y a todos nuestros hijos e hijas, nueras, yernos y nietos.


Copyright © 2.004 por Simon J. Kistemaker

Originalmente publicado en inglés bajo el título The Conversations of Jesus

Por Baker Books, una division de Baker Publishing Group. Grand Rapids, Michigan, 49516, U.S.A.

Todos los derechos reservados.

Primera edición en castellano: 2.009. Segunda edición en castellano: 2.012. Tercera edición en castellano: 2.019

Esta edición es publicada por


www.edicionesberea.com

Todos los derechos reservados.

A menos que se especifique, todas las citas bíblicas son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional 1.999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro puede ser duplicada, copiada, transcrita, traducida, reproducida o almacenada, mecánica o electrónicamente, sin previa autorización de Ediciones Berea

Editor General: Héctor H. Gómez

Traducción: Adriana Marcela Aranguren Medina

Diseño General: Inti Alonso

ISBN: 978-958-44-1038-2

Producido en Bogotá D. C., Colombia.

Contenido

Introducción

Parte 1

Los Mensajeros de Jesús

Nicodemo

La Mujer Samaritana

Legión

Juan el Bautista

Parte 2

Una Fe Elogiada Por Jesús

El Centurión en Cafarnaúm

Una Mujer Sirofenicia

Un Funcionario Real

El Padre de un Muchacho Epiléptico

Jairo

Una Mujer Enferma

Un Paralítico

Una Mujer Pecadora

Zaqueo

Parte 3

Gente Sanada por Jesús

Bartimeo

Un Hombre Ciego de Nacimiento

Una Mujer Encorvada

Un Inválido

El Joven de Naín

Marta, María y Lázaro

Parte 4

Los Apóstoles de Jesús

Andrés

Natanael

Felipe

Tomás

Pedro, el Pescador

Pedro, el Líder

El Fracaso De Pedro

La Restauración de Pedro

Juan

Mateo

Saulo de Tarso, El Fariseo

Pablo de Tarso, el Apóstol

Parte 5

Vidas Tocadas por Jesús

María

María Magdalena

Los Discípulos de Emaús

El Joven Rico

Una Mujer Adúltera

La Ofrenda de una Viuda

Un Maestro de la Ley

El Leproso de Samaria

El Criminal Crucificado

Parte 6

Los Opositores de Jesús

Judas

Los Fariseos

Los Saduceos

Caifás

Pilato

Herodes Antipas

Conclusión

Introducción

Jesús conoció a toda clase de gente. Él cenaba con los ricos, se reunía con los rechazados, sentía compasión de quienes vivían en pecado y ayudaba a los pobres y necesitados. Él podía ser comparado a un ascensor que recorre todos los pisos de un edificio muy alto. En cada nivel de la sociedad, Jesús dijo las palabras correctas en el momento correcto. Él se dirigía a la gente de tal manera que los más sencillos podían entender su mensaje y los entendidos tenían qué reflexionar en sus palabras. Él percibía inmediatamente que los fariseos, saduceos, maestros de la Ley y herodianos venían a Él con falsedad, engaño, intriga, y planes para matarlo. Su compasión era genuina por los que habían caído en pecado y necesitaban su ayuda; su amor no tenía límites, por eso lo buscaban sinceramente a Él; y su paciencia con sus discípulos se veía igualmente sin fin. Su corazón se dirigía a las multitudes que andaban alrededor necesitadas de cuidado espiritual como ovejas que no tenían pastor. Él las dirigía y, en consecuencia, la gente del común lo escuchaba con gran felicidad.

Jesús fue tan gran maestro que la gente venía por miles de todas partes de Israel y aún de más allá para escucharlo. Ellos eran cautivados por sus palabras. La gente entendía su mensaje porque era directo y profundo. Ellos venían porque los sacerdotes de aquellos días fallaban miserablemente en enseñarles a ellos la Palabra de Dios. En contraste, Jesús les enseñó verdades espirituales y profundas de tal manera que la multitud podía comprenderlas y absorberlas como si fueran su comida y bebida diarias. Ellos se rehusaban a dejarlo ir y lo seguían a donde fuera que Él fuese. De acuerdo con el Evangelio de Juan, Jesús no pronuncia la palabra arrepentirse. En su lugar, Él introduce a las personas en un diálogo en el que expone sus pecados, por caminos cortos y sin nociones de error. Cuando Jesús remueve sus máscaras, Él les dice palabras de restauración en vez de castigo. Él se prueba a sí mismo como el pastor más gentil que encuentra a la oveja perdida y la lleva de nuevo al grupo.

 

Jesús continúa atrayendo hoy grandes cantidades de seguidores a través del mundo. Atrae a los más pobres en África, Asia, Centro y Sudamérica, y en los sitios más pobres de las ciudades de occidente. Él se dirige a los ricos y les dice que vendan todo lo que tienen y se conviertan en sus discípulos. Él nos llena de fe, esperanza y amor. Él invita a todos los que están desgastados por el pecado a regresar a Él. Nos anima a una relación de amor con Dios, el dador de todas las cosas buenas y perfectas. Y, por último, Él quiere que tomemos nuestras propias cruces y lo sigamos en el camino que nos lleva a la paz y rectitud. Jesús nos hace miembros de su familia y no se avergüenza de llamarnos sus hermanos y hermanas. Y nosotros, siendo parte de su casa, somos sus felices sirvientes. Humildemente, caminamos en sus huellas y hacemos su voluntad en obediencia a Él.


Nicodemo

Juan 3:1-13 • Juan 7:45-53 • Juan 19:38-42

Bajo la Sombra de la Oscuridad

Nicodemo era un judío con nombre griego, cuyo significado es “conquistador de pueblos”. Tal vez era oriundo de algún país del Mediterráneo, en el que la lengua nativa era el griego; pero con el tiempo, llegó a la ciudad de Jerusalén, en Israel, donde fue educado. Su interés en las Sagradas Escrituras lo llevó finalmente a ser un intérprete de la Ley de Moisés. Al unirse al partido religioso de los fariseos, él cumplió su deseo de estar con quienes habían estudiado las Sagradas Escrituras, y, entre ellos, probablemente sirvió como escriba.

Nicodemo ascendió en la escalera social y finalmente alcanzó el rango de consejero en el gobierno judío, llamado el Sanedrín. Por su conocimiento de las Sagradas Escrituras, era alguien influyente en los círculos de liderazgo de Israel. En cierto sentido, él vivía de acuerdo con su nombre: era un conquistador de la gente.

Una noche, estando Jesús en Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua, Nicodemo fue a encontrarse con Él. Había escuchado hablar a Jesús y estaba impresionado con el mensaje que enseñaba. Este maestro no sólo leía las Sagradas Escrituras, sino que las explicaba y aplicaba como nadie más en Israel. Nicodemo también había visto a Jesús realizando milagros de sanación en enfermos y minusválidos.

Estaba tan interesado en las enseñanzas y en las sanaciones de Jesús y en su ministerio, que empezó a preguntarse si este hombre sería el Mesías; él podía declarar con toda honestidad, que nadie en la historia de Israel había realizado los milagros que Jesús hacía.

Pero si Nicodemo hubiera sido visto con Jesús a la luz del día, habría sido criticado por sus compañeros del Sanedrín. Por eso, él fue a ver a Jesús en la noche, cuando quedaba libre de sus deberes oficiales y podía hablar libre y largamente con el maestro de Nazareth.

Una Conversación que Cambia el Corazón

Nicodemo se dirigió a Jesús como “rabí,” un respetuoso título que quiere decir “mi gran ‘maestro’.” Él era el más anciano de los dos, por al menos cuarenta años y como miembro del Sanedrín, inspiraba gran respeto. Pero él se dirigió a Jesús de una manera diferente: “Rabí, sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer las señales que tú haces, si Dios no estuviera con él” (Juan 3:2).

Habiéndole llamado maestro, Jesús le respondió a Nicodemo apegado a la verdad de su vocación, presentando su enseñanza con palabras que expresaban una absoluta certidumbre: “De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3:3). Esta no era la respuesta que Nicodemo esperaba recibir. ¿Por qué Jesús no le respondió diciéndole que le agradecía que reconociera que sus enseñanzas y milagros demostraban que Dios estaba con Él? Todo lo que Nicodemo quería era la confirmación de que Jesús era de verdad el Mesías prometido.

Pero si Jesús hubiera dicho que estaba agradecido de escuchar que su trabajo era apreciado, Nicodemo podía haberlo entendido sólo con su mente y no con su corazón, lo cual lo hubiera mantenido en una oscuridad espiritual. Aún así, Jesús le enseñó dos verdades: el Reino de Dios y el nacer de nuevo.

El Reino de Dios se refiere al gobierno administrativo de Dios sobre la tierra. Como consejero en el Sanedrín, Nicodemo seguramente entendía cómo funcionaba el gobierno y se aplicaban las leyes en la nación de Israel, pero no entendía cómo se establecía espiritualmente el gobierno de Dios en cada vida. Para entenderlo, él necesitaba un corazón que hubiera sido concebido en el cielo y nacido en la tierra. Jesús simplemente le dijo, “Tienen que nacer de nuevo” (Juan 3:7), es decir, “tu nacimiento espiritual debe venir del cielo.”

Nicodemo no entendía lo que Jesús quería decir, con aquello de nacer de nuevo espiritualmente. Él le preguntó cómo una persona anciana como él, podía nacer de nuevo físicamente por segunda vez. Jesús repitió su frase y después le dijo, “Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar al Reino de Dios” (Juan 3:5).

Jesús se refirió a un pasaje en la profecía de Ezequiel, que Nicodemo como estudiante del Antiguo Testamento, seguramente conocería. Dios le había dicho al pueblo de Israel: “Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados. Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne” (Ezequiel 36:25-26). Dios dijo que Él regaría a su gente con agua limpia y los llenaría con un nuevo espíritu para que ellos pudieran ser su pueblo santo.

Nicodemo sabía que los sacerdotes y los levitas debían lavarse las manos y los pies antes de entrar al Templo. También sabía que para servir a Dios en ese santo lugar y obrar acertadamente con un nuevo espíritu en la vida religiosa de Israel, los líderes espirituales necesitarían un corazón nuevo.

Verdades que tocan el Corazón

Jesús le enseñó a Nicodemo verdades espirituales para que él pudiera ver la diferencia entre lo material y lo espiritual. De un cuerpo humano nace un cuerpo humano, pero del Espíritu Santo nace un espíritu nuevo. Esto quiere decir que el espíritu humano sólo puede ser cambiado a través de la obra del Espíritu Santo de Dios. Cuando el Espíritu Santo toca el corazón de una persona, su vida cambia radicalmente para bien.

Hay algo misterioso acerca de la venida y partida del Espíritu. Jesús lo comparó con el soplo del viento. Ningún humano controla el viento; cambia de dirección, aumenta su fuerza, o, su efecto es duradero según lo desee. Jesús le dijo a Nicodemo: “Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu” (Juan 3:8).

Esto es un misterio para los que no han nacido de nuevo y por lo tanto tienen dificultades para entender qué motiva a quienes el Espíritu Santo ha renovado su corazón. Nicodemo era uno de ellos y por eso le preguntó a Jesús, cómo era posible esto. Con una sonrisa, Jesús le preguntó: “¿Eres tú maestro de Israel, y no sabes estas cosas?” (Juan 3:10).

Hay dos esferas en este universo: una física y otra espiritual. Algunas personas sólo entienden la parte física porque no tienen un discernimiento espiritual; otros han sido bendecidos espiritualmente y saben que el Espíritu Santo de Dios les ha hecho nacer de nuevo. Algunos ven sólo con sus ojos físicos, en tanto que otros, iluminados por el Espíritu Santo, ven cosas celestiales. Unos han nacido físicamente, en tanto que otros han experimentado tanto el nacimiento físico como el espiritual.

Hay una gran diferencia entre lo terrenal y lo celestial. Jesús le dijo a Nicodemo: “Si les he hablado de las cosas terrenales, y no creen, ¿entonces cómo van a creer de las celestiales?” (Juan 3:12). Jesús vino a enseñar las verdades de Dios y a morir en la cruz. Y la gente que entiende esta verdad demuestra su fe en Él y reciben la vida eterna.

Jesús exhortó a Nicodemo a creer con todo su corazón las palabras que él mismo había dicho: “sabemos que eres un maestro que ha venido de parte de Dios” (Juan 3:2). Jesús llevó el Evangelio a un líder político de Israel, quien luego de convertirse, sería un vocero del Señor para defender y promover su causa.

El Compromiso de un Consejero

El nombre de Nicodemo aparece en otras dos ocasiones sucesivas en el Evangelio de Juan: en la Fiesta de los Tabernáculos y en la Fiesta de la Pascua (Juan 7 y 19 respectivamente). En la primera, a mediados del mes de octubre, medio año antes de su muerte, Jesús predicaba públicamente en los patios del Templo. El jefe de los sacerdotes y los fariseos, enviaron guardias para arrestarlo, pero estos quedaron tan maravillados de escuchar las enseñanzas de Jesús, que regresaron con las manos vacías.

Sus superiores les preguntaron por qué no habían hecho ningún arresto. Los guardias replicaron que ellos nunca habían escuchado a nadie hablar como este hombre; ellos estaban llenos de admiración por Jesús. Pero en vez de averiguar por sí mismos, el jefe de los sacerdotes y los fariseos recurrieron al ridículo y al reproche, preguntándoles a los guardias si acaso ellos también habían sido engañados. Llegaron incluso a declarar que ninguno de los líderes y fariseos había puesto su fe en Jesús. Pero ellos no pararon ahí, sino que pronunciaron maldiciones sobre todos los que en su opinión continuaban siendo ignorantes de las Escrituras.

Entonces, Nicodemo habló a los líderes y les preguntó: “¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho?” (Juan 7:51). Nicodemo no se identificaba abiertamente a sí mismo con Jesús, pero deseaba defenderlo sobre la base de los procedimientos legales.

Durante la Fiesta de la Pascua, cuando Jesús murió en la cruz, tanto Nicodemo como José de Arimatea cumplieron con la ceremonia fúnebre. En su calidad de respetable miembro del Consejo, José se dirigió al Gobernador Poncio Pilatos y le pidió permiso para enterrar a Jesús. Nicodemo, un hombre de considerable riqueza, llevó setenta y cinco libras de una mezcla de mirra y áloe, usada para funerales reales, mostrando así una genuina devoción y amor por su Señor.

En estos dos eventos, Nicodemo, como líder en Israel, demostró, sin lugar a duda, que él había puesto su fe en Jesús y lo seguía a Él. Jesús conoció a Nicodemo bajo la oscuridad, le mostró el camino de la vida eterna y lo llamó a dar testimonio en su nombre.

Aplicación

La iglesia crece rápidamente entre los pobres más que en ninguna otra parte, porque ellos escuchan un mensaje que los libera de la carga del pecado y la miseria. Pero Jesús no se olvida de los ricos y poderosos. Él tiene el mismo mensaje para ellos también. De igual manera, al convertirse en seguidores de Jesús, ellos son capaces de alcanzar a tal multitud de personas en los diferentes niveles de la sociedad. El Evangelio de Jesucristo es para todos, sin importar raza, color, educación, estatus o nacionalidad.

Recuerdo a un mexicano que me invitó a su casa. Esta era una casa de una sola habitación y tenía una terraza y sólo tres paredes, no tenía mesa ni sillas, ni cama. Una hamaca colgaba entre dos paredes y servía tanto para sentarse como para dormir. Aún así, este hombre estaba feliz y alegre en su Señor Jesús, a quien servía como el líder de su iglesia local, y era muy eficaz llevando el Evangelio a su gente.

Yo me sentía un poco incómodo porque estaba acostumbrado a otras cosas, pero me di cuenta de que el Señor nos había dado a ambos el mismo trabajo: el de predicar y el de enseñar la Palabra de Dios y el testimonio de Jesús.

 

La Mujer Samaritana

Juan 4:1-26

Recogiendo Agua en el Pozo

El conflicto entre israelitas y palestinos ha estado con nosotros por numerosas décadas. Religiones, nacionalidad, cultura y lenguas diferentes han jugado un importante papel en este amargo conflicto, del cual, los habitantes de ambos territorios mantienen vivos sus recuerdos. En consecuencia, sus hostilidades los separan a ellos como enemigos mortales.

En los días de Jesús, la tensión entre judíos y samaritanos era igualmente dolorosa y tenaz. Él experimentó este conflicto cuando pasó por Samaria en su camino de Judea a Galilea.

En el pozo de Jacob, en la base del monte Gerizim, Jesús encontró a una mujer samaritana. En la Escritura, ella aparece como una mujer sin nombre, quien, por una rápida sucesión de divorcios, era conocida como la de los cinco esposos. Ahora vivía en unión libre con un hombre en un pueblo de Samaria llamado Sicar. Como resultado de su vida inmoral, sus conciudadanos la miraban mal. Además, los judíos odiaban a los samaritanos con quienes no querían tener trato.

Usualmente, las mujeres iban juntas todos los días temprano en la mañana a llenar sus cántaros de agua en el pozo y en el camino de ida y vuelta, aprovechaban para enterarse de las últimas noticias. Pero a esta mujer la habían enviado sola al pozo en la tarde. Ella era rechazada social y espiritualmente y por ende, llevaba una vida solitaria.

Cansado de viajar todo el día, Jesús se sentó junto al pozo de Jacob bien tarde. Hacía casi 2000 años el Patriarca Jacob había cavado ese pozo a una profundidad de más de treinta metros para asegurar que nunca se secaría. Jesús decidió permanecer allí, mientras que sus discípulos fueron a Sicar a comprar algunos suministros para la cena. Él tenía sed y deseaba beber, pero no tenía un recipiente con el cual sacar agua del pozo. Entonces vio a aquella mujer solitaria cargando un cántaro de agua. Por su apariencia, Jesús sabía que era una samaritana y por su soledad camino al pozo a esa hora del día, Él supo que no era querida por sus compañeras.

Cuando la mujer se acercó al pozo a llenar su cántaro, Jesús sabía que podía esperar alguna hostilidad de parte de ella, debido a la gran enemistad entre judíos y samaritanos. Así que, tomando la iniciativa, Él le dijo, “dame un poco de agua” (Juan 4:8). De esta manera, Jesús llegó a tener un punto de contacto con ella.

La respuesta de la mujer a la petición de Jesús fue increíble: “¿Cómo se te ocurre pedirme agua, si tú eres judío y yo soy samaritana?” (Juan 4:9). Los judíos se referían a los samaritanos como los de raza intermedia, que no eran judíos ni gentiles y cuyas restricciones dietéticas no estaban a la altura de los estándares judíos.

Por la apariencia de Jesús, la mujer supo que Él era un judío y cuando Él le pidió que le diera un poco de agua, ella detectó su acento. Aún manteniendo su guardia en alto, ella tuvo que admitir que este judío parecía amistoso y nada presuntuoso. Quizás su tono de voz traicionó su grado de aversión, cuando ella mencionó la palabra judío.

Jesús la trató amablemente. Asumiendo su papel de maestro, Él le dijo, “Si supieras lo que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida” (Juan 4:10).

Al utilizar los términos regalo de Dios, y, agua que da vida, Jesús habló un lenguaje religioso. La mujer probablemente no entendió la primera expresión, la cual se refería al precioso regalo de Dios de su Hijo. Y ella indudablemente pensó que el segundo término se refería al agua corriente que salía del pozo de Jacob, contraria al agua almacenada en una cisterna.

También debió haber creído de manera supersticiosa que el agua del pozo de Jacob poseía algún poder misterioso, enorgulleciéndose al pensar que era superior a la de cualquier otro pozo de la región.

Esta mujer samaritana se dio cuenta de que Jesús no era un judío común y corriente, por lo que se comenzó a dirigir a Él de una manera respetuosa, con el título de “Señor.” Ella notó que Él no tenía un recipiente y que el pozo era profundo. ¿Cómo podría Él, quienquiera que fuera, sacar agua de aquel pozo? Con la sospecha de que este extranjero podía ser un fraude y queriendo saber quién era Él, le dijo, “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo” (Juan 4:11).

Sabiendo que los judíos y los samaritanos compartían una herencia común en el Patriarca Jacob, ella le preguntó a Jesús, “¿Acaso eres tú superior a nuestro padre Jacob, que nos dejó este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y su ganado?” (Juan 4:12). El tono de su pregunta era de nerviosismo y apuntaba a que Jesús se identificara a sí mismo. Ella quería que Él le dijera si era más grande que Jacob.

Su sospecha de que Jesús era un maestro fue confirmada cuando Él le respondió, diciendo:

 “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed” (Juan 4:13). Esta verdad de vida no necesita discusión.

 “Pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás” (Juan 4:14). ¿Era Él un mago que podía producir agua que satisficiera a una persona para siempre? Su curiosidad fue alimentada y ella quiso conocer más sobre Él.

 “Dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna” (Juan 4:14). ¡Esa era la noticia que ella necesitaba escuchar desde hacía mucho!

Con su interés en aumento, ella a duras penas pudo contenerse y le pidió a Jesús que le diera a beber de esa agua viva. Los roles se habían reversado, porque ahora quien pedía el agua no era Jesús, sino ella. Incluso, la mujer no tenía conocimiento alguno del mensaje espiritual de Jesús.

Ella desnudó su espíritu revelándole a Jesús su diaria vergüenza de tener que ir sola al pozo. Diariamente ella debía ir a través de las puertas de la ciudad, donde los ancianos estaban sentados. Ella se daba cuenta de las miradas de desdén y algunas veces escuchaba sus susurros. Si era para liberarla de este camino diario hacia el pozo, ella podría aceptar el ofrecimiento de esa agua que podía calmar su sed para siempre. Si hubo alguna vez un momento de pedir ayuda era ahora.

Jesús se Descubre a Sí Mismo

Esta era la apertura que Jesús necesitaba para llegar a su alma. Hablar acerca de su vida inmoral y refrescar su espíritu con una fuente de agua que podía permanentemente estar dentro de ella. Jesús cambió las tácticas y le dijo que regresara con su esposo; sus palabras debieron tocar su alma, pues ella le contestó: “No tengo esposo” (Juan 4:17). Y Jesús, probablemente sonriendo amablemente, replicó: “Bien has dicho que no tienes esposo” (Juan 4:17). Es decir, ella no estaba legalmente casada.

Jesús continuó, “Bien has dicho que no tienes esposo. Es cierto que has tenido cinco, y el que ahora tienes no es tu esposo. En esto has dicho la verdad” (Juan 4:18). Jesús no llamó a la mujer al arrepentimiento, pero al exponer su pecado, Él la forzó a llegar a términos con su propia vida y a reconocer sus pecados.

Observando y escuchando, Jesús leyó muy bien el estatus de la mujer. Revelando su sentido sobrenatural, Jesús hizo que la mujer replicara: “Señor, me doy cuenta de que tú eres profeta” (v.19). Observe la progresión de la mujer en la evaluación de Jesús. Ella primero, sentida, clasificó a Jesús como un judío; después, cuando ella lo escuchó pronunciar palabras religiosas, educadamente se dirigió a Él como Señor; y ahora, después de que Jesús reveló los detalles de su vida, ella preguntó si Él era un profeta.

Ella se dio cuenta que este profeta era capaz de mirar a través de ella y conocer todos los secretos de su vida. No se enojó ni se sintió resentida, como se habría sentido cuando la gente de su ciudad la había llamado inmoral. Este judío no la había regañado o reprendido, Él sólo mencionó su estatus marital, o en vez de eso, la falta de él. En una palabra, Él había removido su cubierta externa y ahora ella se sentía apenada. Pero ¿podría este profeta ayudarla espiritualmente a cambiar su vida para bien?

Ella probablemente tuvo la idea de que Jesús era más que un Rabí o un profeta y quizás Él fuese el Mesías prometido. Conociendo las diferencias religiosas entre samaritanos y judíos, la mujer empezó a hablar en términos religiosos: “Nuestros antepasados adoraron en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde debemos adorar está en Jerusalén” (Juan 4:20). La respuesta de Jesús a la mujer samaritana mantuvo lejos todos los sentimientos de desacuerdo y resentimiento. Él dijo que había llegado el tiempo en que samaritanos y judíos no tendrían necesidad de ir a lugares diferentes de adoración, sino que podrían adorar a Dios Padre en cualquier lugar. Él le dijo a ella que sus palabras eran creíbles y verdaderas. Ciertamente, para hacer énfasis, Él repitió que el tiempo para que los verdaderos adoradores adoraran al Padre en Espíritu y en verdad era ahora y aquí.

Jesús mostró que la diferencia entre judíos y samaritanos tenía que ver con la extensión de la revelación de Dios. Él dijo: “ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos” (Juan 4:22). Tanto judíos como samaritanos adoraban a Dios, pero en la práctica de la adoración, ellos eran diferentes.

Jesús no expresó ningún chauvinismo nacionalista cuando dijo, “nosotros adoramos lo que conocemos.” Él se refirió cándidamente a la extensión del Antiguo Testamento samaritano, el cual consistía simplemente de los cinco libros de Moisés. Sin ninguna duda, los samaritanos eran deficientes en su conocimiento de la salvación, y en comparación con los judíos, ignorantes de la revelación de Dios. Jesús le enseñó a la mujer que la salvación viene de los judíos, lo cual significa que el Mesías aparecería en la persona de un judío. Él vino para los judíos, pero también para la gente de todo el mundo, incluyendo los samaritanos.

Jesús el Mesías Habla con los Samaritanos

Jesús le dijo a la mujer: “ha llegado ya, en que los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Juan 4:23). Él le enseñó a ella que la verdadera adoración debe ser tanto espiritual como verdadera, lo cual quiere decir, que Espíritu y verdad van unidos en un solo acto. Él le mostró a la mujer que adoración quiere decir estar en la presencia de Dios. Y Dios premia a esos adoradores que diligentemente lo buscan a Él.

La mujer samaritana debía entender las dimensiones de la vida espiritual en general y adorar en una forma particular. Ella, con todos los verdaderos adoradores, debería conocer la verdad de que Dios es Espíritu y que en esencia es espiritual. Sus características son amor y luz, aún así, Él es también conocido como Espíritu. Esto quiere decir que Él no puede ser limitado a un lugar específico, porque inclusive los cielos más altos no lo pueden contener a Él. Fuera de esto, Dios es un Dios de verdad, lo cual Él expresa a través de su forma de servir e integridad. Entonces, para adorarlo a Él, uno debe venir a Él en Espíritu y en verdad. A pesar de eso, la mujer recibió sólo instrucciones elementales de Jesús y se dio cuenta de que estaba en la santa presencia del Hijo de Dios, que totalmente representaba la verdad de Dios.