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IV

LA HISTORIA DEL REY MONO


DESPUÉS DE UN RATO de montar juntos, Mono se olvidó del espíritu estrella y lo dejó muy rezagado; para cuando llegó a la Puerta Sur del cielo, ya se había perdido de vista. Estaba por entrar cuando una cantidad de deidades custodias, armadas de dagas, espadas y alabardas, le obstaculizó el paso.

—¡Ese planeta es un estafador! —exclamó Mono—. Mira que permitir que estos degolladores me retengan así después de haberme invitado a venir.

En ese momento llegó el planeta; estaba completamente sin aliento.

—¡Viejo fraude! —lo confrontó Mono—. Dijiste que ibas con una invitación del Emperador de Jade. ¿Por qué esta gente me impide entrar?

—No te enojes —dijo el planeta—. Como nunca antes habías venido a la sala del cielo y no se te ha dado un nombre, los custodios no saben quién eres y hacen bien en no dejarte pasar. Cuando hayas visto al emperador y recibas tu nombramiento, te dejarán entrar y salir cuantas veces quieras.

—Puede ser —dijo Mono—, pero en este momento no puedo entrar.

—Si vienes conmigo sí puedes —dijo el planeta y casi gritando continuó—: custodios de la puerta del cielo, grandes y pequeños capitanes, ¡abran paso! Éste es un inmortal de la tierra a quien el Emperador de Jade me encargó traer.

Entonces los custodios retiraron las armas y se marcharon. Mono, recuperada del todo su confianza en el planeta, atravesó las verjas lentamente junto a él y entró al palacio. Sin esperar a ser anunciados, enseguida acudieron a la augusta presencia. El planeta de inmediato se postró, pero Mono se quedó erguido junto a él, sin mostrar ninguna señal de respeto, limpiándose los oídos con los dedos para escuchar lo que iba a decir el planeta.

—Si se me permite, vengo a informar que llevé a cabo su orden; el pernicioso inmortal está aquí.

—¿Quién es? —preguntó el emperador, asomándose por encima de su biombo real.

En ese momento Mono hizo una reverencia y dijo:

—Soy yo.

Los ministros ahí reunidos palidecieron horrorizados.

—¡Ese mono bárbaro! —exclamaron—. Cuando lo trajeron en presencia del emperador no se mostró y ahora, sin dirigirse a él, se atreve a decir: “Soy yo”. Esa conducta merece la pena de muerte.

—Él viene de la Tierra —dijo el Emperador de Jade— y hace poco aprendió las costumbres humanas. Ahora no debemos ser muy duros con él si no sabe cómo comportarse en la corte.

Los ministros celestiales felicitaron al emperador por su clemencia y Mono gritó con todas sus fuerzas:

—¡Bravo!

Entonces se les ordenó a los oficiales que revisaran las listas y vieran qué nombramientos había vacantes.

—Por el momento no hay ninguna vacante en ninguna sección de ningún departamento —informó uno de ellos—. La única opción es en los establos imperiales, donde se necesita un supervisor.

—Bueno, entonces nómbrenlo Pi-ma-wên de los establos —dijo el Emperador de Jade.

Por consiguiente, lo llevaron a los establos y le explicaron cuáles eran las obligaciones de ese departamento. Le mostraron la lista de los caballos, de los que había mil, al cuidado de un asistente cuyo deber era proporcionar el pienso. Los mozos de cuadra cepillaban y lavaban los caballos, cortaban heno, les ponían agua y les preparaban la comida. El superintendente y el vicesuperintendente ayudaban al supervisor con la administración general. Todos ellos estaban en guardia noche y día. De día se las arreglaban para divertirse hasta cierto punto, pero de noche no paraban. Todos los caballos parecían quedarse dormidos justo cuando había que alimentarlos o bien empezaban a galopar cuando tenían que estar guardados en la caballeriza. Cuando veían a Mono, los caballos celestiales formaban una multitud en torno a él y se comían los alimentos que les llevaba con un apetito nunca antes visto en ellos. Al cabo de una o dos semanas, los otros oficiales de los establos dieron un banquete para festejar el nombramiento de Mono. En pleno festín, de repente hizo una pausa y, copa en mano, preguntó:

—¿Qué significa realmente esta palabra, Pi-ma-wên?

—Es el nombre del grado que ostentas —le dijeron.

—¿Qué clase de nombramiento es? —preguntó Mono.

—No es una clase propiamente dicha —respondieron.

—Supongo que es demasiado alto para formar parte de una clase —observó Mono.

—Por el contrario —le explicaron—: es demasiado bajo.

—¡Demasiado bajo! ¿De qué hablan?

—Cuando un oficial no consigue obtener una clasificación, lo ponen a cuidar a los caballos. Es un trabajo que no incluye un salario. Lo máximo que obtendrás por engordar a los caballos, tal como has hecho desde que llegaste, es un “No está mal” dicho de pasada. Pero si alguno se quedara cojo o dejara de mantenerse en forma, te llevarías una reprimenda. Y si a alguno le pasara algo serio, te enjuiciarían y multarían.

Cuando oyó esto, el corazón de Mono entró en llamas. Apretó los dientes y dijo sumamente enojado:

—¡Entonces en ese concepto me tienen! ¿Qué no saben que en la montaña de Flores y Fruta yo era rey y patriarca? ¿Cómo se atreven a engañarme así y hacerme venir a cuidar a los caballos? Si cuidar a los caballos es un trabajo para la chusma, ¿por qué me lo asignan a mí? ¡No lo voy a permitir! ¡Me largo de aquí en este instante!

En un súbito ataque de furia, empujó el escritorio oficial, tomó el tesoro de atrás de su oreja y se precipitó a la Puerta Sur. Las deidades de guardia, que ahora sabían que él era un funcionario autorizado a entrar y salir, no trataron de detenerlo. Rápidamente hizo descender su nube y aterrizó en la montaña de Flores y Fruta.

—¡Pequeños —gritó—, el viejo Mono ha vuelto!

Le dieron un gran banquete de bienvenida.

—Como ha estado diez años en las regiones superiores, podemos con toda seguridad suponer que tuvo mucho éxito.

—¿Diez años? ¿De qué hablan? Estuve allá diez días.

—En el cielo no se dio cuenta de cómo pasaba el tiempo. Un día allá es un año aquí abajo. Díganos por favor qué rango le dieron.

—Ni lo mencionen —dijo Mono— o moriré de vergüenza. El Emperador de Jade no tiene idea de cómo aprovecharlo a uno. Él vio lo que soy, pero todo lo que pudo hacer conmigo fue convertirme en algo que llaman Pi-ma-wên. Me pidieron que cuidara a sus caballos: no es más que un puesto de baja categoría que no está asociado con ningún rango. No me di cuenta de eso cuando acepté el trabajo ni me la pasé mal jugueteando en los establos. Sin embargo, hoy les pregunté a los demás y descubrí qué clase de puesto era. Me puse furioso y enseguida renuncié al trabajo. Así que heme aquí.

—Y qué bueno —dijeron—. Si puede reinar en un sitio encantado como éste, ¿qué sentido tiene que se vaya para ser un mozo de cuadra? Pequeños, preparen un banquete para aclamar a nuestro Gran Rey.

Estaban empezando a beber cuando alguien anunció que había afuera dos reyes demonios de un cuerno que pedían ver al Rey Mono.

—Háganlos pasar —dijo Mono.

Los demonios se acicalaron, entraron a la cueva a toda prisa y se postraron ante él.

—¿Qué los trae por aquí? —preguntó Mono.

—Sabemos desde hace mucho tiempo que aprecias las buenas cualidades, pero no había habido una ocasión apropiada para que te presentáramos nuestros respetos. Sin embargo, al escuchar que obtuviste un puesto en el cielo y volviste triunfante, pensamos que no te opondrías a recibir un pequeño regalo. Aquí tienes este tapete rojo y amarillo; esperamos que lo aceptes. Y si además te dignas a aceptar que tipos humildes como nosotros trabajen a tu servicio, estamos dispuestos a realizar las tareas más ínfimas.

Mono se envolvió en la cobija lleno de júbilo y todos sus súbditos se formaron a rendirle homenaje. Los reyes demonios fueron nombrados mariscales de la vanguardia, y tras expresar su gratitud preguntaron qué puesto tenía Mono en el cielo.

—El Emperador de Jade —dijo Mono— no tiene ninguna consideración por el talento. ¡Me nombró mozo de cuadra!

—Con poderes mágicos como los tuyos —dijeron—, ¿por qué tendrías que rebajarte a cuidar de los caballos? Un título apropiado para alguien como tú sería Gran Sabio Igual a los Cielos.

A Mono le fascinó cómo sonaba eso y, tras exclamar muchas veces:

—¡Bien, bien, bien! —ordenó a sus generales que hicieran un estandarte con la leyenda GRAN SABIO IGUAL A LOS CIELOS con letras grandes.

En lo sucesivo, dijo, nadie se dirigiría a él con ningún otro nombre, y a todos los demonios que reconocían su dominio se les dieron las instrucciones correspondientes.

Al día siguiente, cuando el Emperador de Jade recibió a la corte, el jefe del establo apareció hincado en los escalones del trono para anunciar que el recién nombrado mozo de cuadra se había quejado de que el trabajo no era lo bastante bueno para él y había vuelto a la Tierra.

—Muy bien —dijo el Emperador de Jade—, pueden regresar a sus obligaciones. Enviaré a soldados celestiales para que lo arresten.

Enseguida Vaiśravana y su hijo Natha se ofrecieron para ese servicio. Los pusieron al mando de la expedición y nombraron al Poderoso Espíritu Mágico para que fuera adelante, al general Barriga de Pez para hacer avanzar a la retaguardia y al capitán de los iaksas para empujar a las tropas. Poco después habían salido de la Puerta Sur del cielo e iban camino a la montaña de Flores y Fruta. Eligieron una superficie de tierra plana para acampar y se escogió al Poderoso Espíritu Mágico para provocar la batalla. Se abrochó la armadura y, blandiendo su gran hacha, llegó a grandes zancadas a la boca de la cueva de la Cortina de Agua. Afuera estaba una pandilla de monstruos —lobos, tigres, etcétera— brincando, haciendo floreos con sus lanzas y espadas, saltando y haciendo escándalo.

—Execrables criaturas —gritó el espíritu—, corran a decirle al mozo de cuadra que por órdenes del Emperador de Jade ha venido un gran comandante del cielo a recibir su sumisión. Díganle que se apure o todos ustedes pagarán con sus vidas.

Los monstruos entraron atropelladamente a la cueva.

—Sucedió algo terrible —anunciaron.

—¿Qué pasa? —preguntó Mono.

—Hay en la puerta un comandante celestial; dice que lo envió el Emperador de Jade para que le des tu sumisión. Si no te sometes enseguida, dice que todos lo pagaremos con nuestra vida.

—Tráiganme mis armas —gritó Mono.

Se puso el yelmo de bronce, la coraza de oro y los zapatos de pisar nubes y, bastón mágico en mano, salió con sus vasallos detrás y los formó para la batalla.

Cuando el Poderoso Espíritu Mágico lo vio, exclamó:

—¡Mono condenado! ¿Me conoces o no?

—¿Qué vil deidad eres? —preguntó Mono—. Nunca en la vida te había visto. Dime tu nombre en este instante.

—Inmundo embaucador —gritó—, ¿cómo te atreves a fingir que no me conoces? Soy el Poderoso Espíritu Mágico, líder de la vanguardia de las huestes celestiales de Vaiśravana. Vengo por órdenes del Emperador de Jade para recibir tu sumisión. Desármate ahora mismo y ponte en manos de la misericordia celestial, o se pasará a cuchillo a todos los habitantes de esta montaña. Si tan sólo murmuras la mitad de la palabra “No”, al instante serás cortado en pedazos.

—Vil deidad —gritó Mono, enojadísimo—, deja de alardear. Si te mato con un golpe de mi bastón, no podrás llevar mi mensaje. Así, te perdonaré la vida para que regreses al cielo y le digas al Emperador de Jade que no sabe cómo emplear a un buen hombre cuando lo encuentra. Domino innumerables artes mágicas. ¿Por qué habían de ponerme a cuidar a los caballos? Mira lo que está escrito en este estandarte. Si reconoce mi derecho a este título, lo dejaré en paz, pero si se rehúsa, enseguida subiré y daré un golpe tan fuerte a su palacio que se caerá de su sofá de dragón.

El espíritu miró alrededor y vio el estandarte con su inscripción y soltó una carcajada.

—¡La insolencia de este horrible mono! —gritó—. Llámate “Igual a los Cielos” si quieres, pero antes trágate una buena dosis de mi hacha —y al decir esto lanzó un golpe contra la cabeza de Mono.

Éste no se alteró y detuvo el golpe con su bastón. Vino a continuación un buen pleito. Al final, el espíritu ya no aguantaba más. Mono lanzó un golpe rotundo a su cabeza y él intentó bloquearlo con el hacha. El hacha se partió en dos y el espíritu tuvo que salir huyendo. De regreso en el campamento, fue directo con Vaiśravana y, arrodillado frente a él, dijo entre jadeos:

—El mozo tiene poderes mágicos demasiado fuertes para nosotros. Fui incapaz de hacerle frente y ahora vengo en busca de misericordia.

—Este infeliz me ha humillado —dijo Vaiśravana, mirando con desdén al espíritu—. ¡Llévenselo y córtenle la cabeza!

Pero su hijo, el príncipe Natha, dio un paso al frente y, haciendo una profunda reverencia, dijo:

—Padre, no te enojes. Perdónale la vida al espíritu por un tiempo y déjame ir a luchar para que sepamos cómo están las cosas en realidad.

Vaiśravana aceptó la oferta y le ordenó al espíritu que regresara al campamento y esperara el juicio.

El príncipe, con la armadura ya abrochada, salió corriendo del campamento y fue a toda prisa a la cueva de la Cortina de Agua. Mono estaba desarmándose, pero en eso acudió a la puerta y dijo:

—¿De quién eres hermano menor y por qué vienes a colarte por aquí?

—¡Simio nauseabundo! —gritó Natha—. ¿Por qué finges no conocerme? Soy el tercer hijo de Vaiśravana. El Emperador de Jade me mandó para arrestarte.

—Principito —dijo Mono entre risas—, ni siquiera se te han caído los dientes de leche y el útero que te dio a luz no se ha secado. ¿Cómo te atreves a fanfarronear así? Por ahora te perdonaré la vida, siempre y cuando mires lo que está escrito en ese estandarte y le digas al Emperador de Jade que si me otorga ese rango no tendrá que mandar a ningún otro ejército y me someteré voluntariamente. Pero si no accede, iré y derribaré a golpes su palacio de Joyas de las Mágicas Brumas.

Natha levantó la vista y vio la inscripción GRAN SABIO IGUAL A LOS CIELOS.

—¡Debes de creerte un fabricante de maravillas para que oses reivindicar semejante título! —dijo Natha—. No te preocupes: un golpe de mi espada te pondrá los pies en la tierra.

—Me mantendré firme —dijo Mono—, y puedes romper conmigo cuantas espadas quieras.

—¡Cambia! —rugió Natha y enseguida se transformó en una deidad con tres cabezas y seis brazos.

—¡Conque este hermanito conoce algunos trucos! —se burló Mono—. Te daré a conocer mi magia.

Al decir esto él también adquirió tres cabezas y seis brazos y al mismo tiempo transformó su garrote en tres garrotes y tomó cada uno de ellos con dos manos. La batalla que vino a continuación sacudió la tierra e hizo retumbar las montañas. Fue sin duda un gran pleito. Cada uno hizo despliegue de sus aterradores poderes y pelearon hasta treinta veces. El príncipe convirtió sus seis armas en un millón y Mono hizo lo mismo. Caían chispas cual estrellas fugaces mientras ellos combatían entre el cielo y la tierra, y ninguno aventajaba al otro.

No obstante, Mono tenía manos y ojos veloces. En el momento más álgido de la refriega, retomó su forma original y, garrote en mano, se enfrentó a Natha. Con su propia figura pudo moverse con mayor libertad y, colocándose detrás de la cabeza del príncipe, le dio un tremendo golpe en el hombro. Mientras Natha preparaba una nueva magia, oyó el ruido del garrote al surcar el aire. No le dio tiempo de esquivarlo y fue tan fuerte el dolor que enseguida salió huyendo, recobró su forma auténtica y volvió con ignominia al campamento de su padre.

Vaiśravana había estado viendo la batalla y se planteaba ir a echarle una mano a su hijo cuando Natha de pronto apareció frente a él y, temblando de pies a cabeza, dijo:

—¡Padre y rey mío! Es cierto que el mozo tiene unos poderes tremendos. Ni yo, con mi magia, pude resistirlos, y al final me hirió el hombro.

—Si alguien tiene semejantes poderes —dijo Vaiśravana, consternado—, ¿cómo lo haremos entrar en vereda?

—Afuera de su cueva puso un estandarte que tiene inscrita la leyenda GRAN SABIO IGUAL A LOS CIELOS —dijo el príncipe—. Tuvo la insolencia de decir que si reconoces su derecho a ese título dejaría de darnos dolores de cabeza. De lo contrario derribará a golpes el palacio de Joyas de las Mágicas Brumas.

—En tal caso más nos vale dejarlo solo por ahora —dijo Vaiśravana—. Informaré de esto al Emperador de Jade y le pediré refuerzos celestiales para que podamos encerrarlo antes de que sea demasiado tarde.

Cuando le explicaron la situación al Emperador de Jade, éste dijo:

—¿Esperan que crea que un mono es tan poderoso que se necesitan refuerzos para lidiar con él?

Natha dio un paso adelante.

—Grandísimo —dijo—, aunque sé que merezco que me mate con sus propias manos, le suplico que me escuche. Ese mono posee un garrote de hierro con el que primero derrotó al espíritu del río y luego me hirió en el hombro.

—¡Llévense a todo el ejército y denle muerte en el acto! —ordenó el emperador.

En ese momento intervino el espíritu del planeta Venus:

—Ese mono lanza palabras de modo temerario y no hay razón alguna para suponer que puede cumplir todas sus amenazas. No obstante, si se mandan soldados para ocuparse de él, eso implicará una larga y agotadora campaña. Sería mejor si su majestad ejerciera la clemencia. Diga que desea una solución pacífica y que está completamente dispuesto a permitirle ser el Gran Sabio Igual a los Cielos. No hará ningún daño que tenga un puesto nominal con ese título, sin salario, por supuesto.

—No estoy seguro de entender qué puesto propones que tenga —dijo el Emperador de Jade.

—Podría llamársele con ese título —dijo el planeta—, sin que tenga obligaciones especiales ni un salario. La ventaja sería que, al vivir en terreno celestial, en poco tiempo se desviaría de su vida depravada, olvidaría sus locos ardides y el universo encontraría pronto la paz.

—¡De acuerdo! —exclamó el emperador y se envió al planeta a transmitir la ofrenda de paz.

Salió del cielo por la Puerta Sur y fue directo a la cueva de la Cortina de Agua. Esa vez las cosas fueron muy diferentes. El lugar estaba repleto de armas; había toda clase de ogros en guardia y estaban armados de lanzas, espadas y bastones, que blandían con fiereza, brincando de un lado a otro. Al ver al espíritu estrella, todos se precipitaron contra él.

—Vamos, caciques —dijo el espíritu—, ¿serían ustedes tan amables de decirle a su señor que estoy aquí? Soy un mensajero celestial, enviado por Dios en las alturas, y vengo con un llamado a su rey.

—Démosle la bienvenida —dijo Mono cuando oyó que un mensajero había ido—. Debe de ser el espíritu del planeta Venus, el que vino antes a buscarme. Esa vez, aunque el trabajo que me dieron era indigno de mí, el tiempo que pasé en el cielo no estuvo del todo malgastado. Corrí bastante y llegué a conocer bien el lugar. Sin duda, en esta ocasión viene a ofrecerme algo mejor.

Y les ordenó a los caciques que hicieran pasar al espíritu y lo recibieran ondeando banderas y tocando los tambores. Mono lo esperaba en la boca de la cueva con la panoplia puesta, rodeado de huestes de monos de menor grado.

—Entra, vieja estrella, y perdona que no haya venido a recibirte —dijo.

—Tus colegas le informaron al Emperador de Jade que estabas descontento con tu nombramiento en los establos y que te fugaste. El emperador dijo: “Todo mundo tiene que empezar con algo pequeño e ir ascendiendo a fuerza de trabajo. ¿Cuál es su queja?”. Y se envió a unos ejércitos para someterte. Cuando tus poderes mágicos demostraron ser superiores a los suyos y se planteó que se unieran todas las fuerzas del cielo para enviarlas contra ti, yo intercedí y propuse que se te confiriera el título que has adoptado. Se aceptó, y ahora vengo por ti.

—Estoy muy agradecido contigo por las molestias que te tomaste la vez pasada y ahora —dijo Mono—, pero no sé si en el cielo exista el rango de Gran Sabio Igual a los Cielos.

—Mi sugerencia fue que se te diera ese rango y se aceptó —dijo el planeta—. De otro modo nunca me habría atrevido a traerte el mensaje. Si algo sale mal, estoy listo para asumir la responsabilidad.

Mono quiso detener a Venus y dar un banquete en su honor, pero el planeta no quiso quedarse. Ambos emprendieron juntos el camino hacia la Puerta Sur del cielo.

Cuando se anunció al “mono de cuadra”, el Emperador de Jade dijo:

—Ven aquí, Mono. Te declaro Gran Sabio Igual a los Cielos. Es un alto rango y espero que ya no hagas tonterías.

Mono dio gritos de alegría y se deshizo en agradecimientos para el emperador.

Se les ordenó a unos carpinteros celestiales que construyeran la oficina del Gran Sabio a la derecha del jardín de durazneros. Tenía dos departamentos: uno llamado Paz y Silencio y el otro, Espíritu Tranquilo. En cada uno había funcionarios inmortales que se ocupaban de Mono dondequiera que fuera. Se destacó a un espíritu estrella para que escoltara a Mono a sus nuevas habitaciones y se le dio una ración de dos jarras de vino imperial y diez ramilletes de flores de hoja dorada. Se le suplicó que no se alborotara y que no empezara otra vez con sus travesuras.

En cuanto llegó, abrió las dos jarras e invitó a todos los de su oficina a festejar. El espíritu estrella regresó a sus propias habitaciones. Mono, que tuvo que arreglárselas solo, gozó de una libertad perfecta y de una alegría nunca antes vistas ni en el cielo ni en la Tierra.

Y si no sabes qué es lo que pasó al final, tienes que escuchar lo que se cuenta en el siguiente capítulo.

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