Loe raamatut: «Rey Mono», lehekülg 6

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VI

LA HISTORIA DEL REY MONO


ENTONCES EL GRAN SABIO descansó tranquilo con las huestes celestiales rodeándolo. Mientras tanto, la gran compasiva bodhisattva Kuan-yin había acudido a la fiesta por invitación de la Reina del Cielo. Llevó consigo a su principal discípulo, Hui-yen, y al llegar les asombró encontrar las salas de banquetes completamente desoladas y en desorden. Los sillones estaban rotos o hechos a un lado,y aunque había unos pocos inmortales, no habían hecho el intento de tomar sus lugares, sino que estaban de pie, dispersos en grupos bulliciosos, protestando y discutiendo. Después de saludar a la bodhisattva le contaron toda la historia de lo que había pasado.

—Si no hay banquete ni bebidas, mejor vengan todos conmigo a ver al Emperador de Jade —dijo.

En el camino se cruzaron con el Inmortal Patirrojo y otros, quienes les dijeron que se había enviado a un ejército celestial para detener al culpable, pero aún no había regresado.

—Me gustaría ver al emperador —dijo Kuan-yin—. Debo pedirte que anuncies mi llegada.

Lao Tsé estaba con el emperador, y la Reina del Cielo permanecía de guardia detrás del trono.

—¿Qué pasó con el banquete de duraznos? —preguntó Kuan-yin después de concluir el intercambio de los saludos habituales.

—Siempre ha sido muy divertido, año tras año —dijo el emperador—. Es muy decepcionante que este año todo lo haya alterado ese terrible simio. Mandé a cien mil soldados para cercarlo, pero ha pasado todo el día sin que reciba noticias y no sé si lo habrán logrado.

—Creo que deberías bajar rápidamente a la montaña de Flores y Fruta —le dijo la bodhisattva a su discípulo, Hui-yen— para investigar cómo está la situación militar. Si hay hostilidades en curso, puedes echar una mano. En todo caso, dinos exactamente cómo van las cosas.

Cuando llegó, encontró un cordón militar con muchos soldados y centinelas que vigilaban todas las salidas. La montaña estaba completamente rodeada y escapar habría sido imposible. Apenas amanecía cuando Hui-yen, que era el segundo hijo de Vaiśravana y ostentaba el título de príncipe Moksha antes de su conversión, fue conducido a la tienda de su padre.

—¿De dónde vienes, hijo mío? —preguntó Vaiśravana.

—Me enviaron para ver cómo están las cosas.

—Ayer acampamos aquí —dijo Vaiśravana— y mandé a los nueve planetas como contendientes, pero no pudieron resistir la magia de este bribón y volvieron desconcertados. Luego encabecé un ejército yo mismo y él reunió a sus seguidores. Éramos aproximadamente cien mil hombres y peleamos con él hasta el anochecer, cuando él usó un método mágico para automultiplicarse y tuvimos que batirnos en retirada. Al revisar nuestro botín de guerra, descubrimos que habíamos capturado cierta cantidad de tigres, lobos, leopardos y otros animales, pero ni un solo mono. El día de hoy no empezó la pelea.

Mientras hablaban, un mensajero entró corriendo y anunció que estaban afuera el Gran Sabio y su hueste de monos dando sus gritos de guerra. Los reyes de las cuatro direcciones, Vaiśravana y su hijo Natha acababan de acordar salir a recibirlo cuando Hui-yen dijo:

—Padre, me mandó la bodhisattva a obtener información, pero dijo que si había hostilidades en curso debía yo echar una mano. Confieso que me gustaría ir a darle un vistazo al Gran Sabio.

—Hijo mío —dijo Vaiśravana—, es imposible que hayas estudiado tantos años con la bodhisattva sin aprender alguna forma de magia. No olvides ponerla en práctica.

¡Querido príncipe! Preparando su capa bordada y blandiendo su garrote de hierro con las dos manos, acudió presuroso a la entrada del campamento gritando a voz en cuello:

—¿Quién de ustedes es el Gran Sabio Igual a los Cielos?

Mono levantó su bastón de los deseos y respondió:

—Soy yo. ¿Y quién eres tú, que irreflexivamente te atreves a preguntar por mí?

—Soy el segundo hijo de Vaiśravana, Moksha —respondió Hui-yen—. Ahora soy discípulo y defensor de la bodhisattva Kuan-yin, y me pongo frente a su trono. Mi nombre en la religión es Hui-yen.

—¿Entonces qué haces aquí? —preguntó Mono.

—Me enviaron por noticias de la batalla y, como les estás dando tantos problemas, vine en persona a detenerte.

—¿Cómo te atreves a fanfarronear así? —dijo Mono—. Mantente firme y toma una probadita del garrote de este viejo mono.

Moksha no se espantó y avanzó blandiendo su garrote de hierro. Los dos estaban de pie, frente a frente, al pie de la montaña, afuera de la verja del campamento. Fue una gran pelea. Tuvieron cincuenta o sesenta embestidas, hasta que Hui-yen tuvo los brazos y los hombros todos adoloridos y, sin poder resistir más, huyó del campo de batalla. También Mono retiró a sus tropas y les pidió que descansaran afuera de la cueva.

Moksha, aún jadeando, se acercó tambaleante al campamento de su padre.

—Es absolutamente cierto —dijo—. ¡En verdad ese Gran Sabio es el más formidable de los magos! No pude hacer nada con él y tuve que volver, dejándolo en posesión del campo.

Vaiśravana estaba asombradísimo. No se le ocurrió más remedio que escribir una solicitud para que llegara más ayuda. Le encomendó esto al demonio-rey Mahābāli y a su hijo Moksha, que enseguida atravesaron el cordón militar y se elevaron al cielo.

—¿Qué tal les va allá abajo? —preguntó Kuan-yin.

—Mi padre me dijo que en la batalla del primer día capturaron a una serie de tigres, leopardos, lobos y otros animales, pero ni un solo mono —dijo Hui-yen—. Poco después de mi llegada, la batalla se reanudó y el Gran Sabio y yo nos embestimos cincuenta o sesenta veces, pero no le gané y me vi obligado a retirarme al campamento. Entonces mi padre nos mandó al demonio-rey Mahābāli y a mí a pedir ayuda.

La bodhisattva Kuan-yin inclinó la cabeza y reflexionó.

Cuando el Emperador de Jade abrió la misiva de Vaiśravana y vio que contenía una solicitud de ayuda, exclamó riendo:

—¡Qué ridiculez! ¿Cómo voy a creer que un simple mono es tan poderoso que cien mil soldados celestiales no pueden con él? Vaiśravana dice que necesita ayuda, pero no sé qué clase de tropas espera que mande.

Antes de que el emperador terminara de hablar, Kuan-yin juntó las palmas de las manos y dijo:

—No se preocupe, su majestad. Conozco a una divinidad que seguramente podrá atrapar a este mono.

—¿A quién te refieres? —preguntó el emperador.

—Su sobrino, el mago Erh-lang —dijo—. Vive en la desembocadura del río de las Libaciones, donde recibe el incienso que se quema en su honor en el mundo de abajo. Una vez, hace mucho tiempo, venció a seis ogros. Sus hermanos están con él, así como mil deidades con cabeza de planta que poseen grandes poderes mágicos. Aunque no vendría si se lo ordenaran, una solicitud sí la atendería. Si le envía una solicitud para que mande tropas, con su ayuda podríamos llevar a cabo una captura.

Se envió al demonio-rey Mahābāli como mensajero y en menos de media hora la nube en que se transportaba llegó al templo de Erh-lang. Éste salió con sus hermanos y, después de quemar incienso, leyó la solicitud.

—Que vuelva el mensajero para anunciar que ayudaré con el máximo de mis poderes —dijo.

Así que reunió a sus hermanos y dijo:

—El Emperador de Jade acaba de pedir que vayamos a la montaña de Flores y Fruta y recibamos la rendición de un mono problemático. ¡Vayamos, pues!

Los hermanos estaban encantados y enseguida reunieron a las divinidades a su cargo. Todo el templo emprendió la marcha, con el halcón en la muñeca, el arco en la mano o el perro con la correa, llevados por un fuerte viento mágico. En un santiamén habían atravesado el océano del Este hasta llegar a la montaña de Flores y Fruta. Tras anunciar su misión, los llevaron al otro lado del cordón militar y los hicieron pasar al campamento. Preguntaron cómo estaba la situación.

—Definitivamente tengo que intentar una transformación —dijo Ehr-lang—. Mantengan muy cerrado el cordón militar, pero no se preocupen por lo que pase en lo alto. Si me atacan, no vengan a ayudarme: mis hermanos me cuidarán. Si lo venzo, no intenten amarrarlo: eso déjenselo a mis hermanos. Lo único que pido es que Vaiśravana sostenga a medio camino del cielo un espejo para que ese diablillo se refleje en él. Si intenta salir huyendo y esconderse, miren su reflejo para que no lo perdamos de vista.

Los reyes celestiales ocuparon sus puestos y Erh-lang y sus hermanos salieron a pelear. Les pidieron a sus compañeros que formaran un círculo, con los halcones amarrados y los perros con correa. Cuando llegaron a la entrada de la cueva, Erh-lang encontró a una hueste de monos en formación de dragón enrollado. En medio había un estandarte con la inscripción GRAN SABIO IGUAL A LOS CIELOS.

—¿Cómo se atreve ese maldito monstruo a decirse igual a los cielos? —gruñó Erh-lang.

—No te preocupes por eso —dijeron los hermanos—. Mejor ve ahora mismo a desafiarlo.

Cuando los monitos de la entrada al campamento vieron a Erh-lang aproximándose, se escabulleron deprisa y entraron a dar su reporte. Mono asió su garrote de metal, se puso el peto de oro, se calzó sus zapatos para pisar nubes, se echó encima la capa dorada y se precipitó a la puerta a mirar en derredor.

—¿Qué clase de capitancito eres? ¿De dónde caíste? —gritó Mono—. ¿Y cómo te atreves a llegar aquí y retarme a pelear?

—¿Qué no tienes ojos o por qué no me reconoces? —gritó Erh-lang—. Soy el sobrino del Emperador de Jade. Vengo por orden de su majestad a arrestarte, mozo rebelde. ¡Te llegó la hora!

—Recuerdo que hace algunos años la hermana del emperador se enamoró de un mortal del mundo, se hizo su consorte y tuvo con él un hijo de quien se dice que partió la montaña de los Duraznos con su hacha. ¿Eres tú? Me siento medio inclinado a decirte unas cuantas verdades, pero no lo mereces. Lamentaría pegarte, pues un golpe mío significaría tu fin. Regresa al lugar de donde viniste, muchachito, y diles a los cuatro reyes celestiales que vengan ellos.

Erh-lang estaba furioso.

—Háblame con más respeto —exclamó— y ten una probada de mi espada.

Mono esquivó el lance y, levantando rápidamente el garrote, atacó a su vez. Se embistieron trescientas veces sin llegar a una decisión. Erh-lang empleó todos sus poderes mágicos, se sacudió con fuerza y se transformó en una figura gigante de treinta mil metros de altura. Sus dos brazos, cada uno con un tridente en alto, eran como los picos que rematan el monte Hua; tenía el rostro azul y los dientes muy salidos; su pelo era escarlata y su expresión, maligna hasta lo indecible. Esa terrible aparición avanzó hacia Mono y le dio un golpe en la cabeza. Pero Mono, también echando mano de sus poderes mágicos, se convirtió en una réplica exacta de Erh-lang, salvo que él sostenía en alto un solo garrote gigante, como el pilar solitario que descuella sobre el monte K’un-lun, y con él esquivó el golpe de Erh-lang. Pero los generales de Mono estaban completamente desconcertados con la gigante aparición y las manos empezaron a temblarles tanto que ya no podían ondear sus estandartes. Sus otros oficiales eran presas del pánico y no podían usar sus espadas. Los hermanos dieron una orden y las divinidades con cabeza de planta entraron a toda prisa, soltaron a los halcones y a los perros y, arco en mano, se abalanzaron a la refriega. ¡Ay!, los cuatro generales de Mono salieron huyendo y dos mil o tres mil de las criaturas a su mando fueron capturadas. Los monos tiraron sus armas y, entre gritos, corrieron, algunos a lo alto de la montaña, otros adentro de la cueva. Era tal como cuando un gato molesta de noche a las aves perchadas y su pánico llena el cielo estrellado.

Cuando Mono vio que sus seguidores se dispersaban, el corazón le latió con fuerza, abandonó su forma gigante y salió huyendo tan rápido como sus pies se lo permitían. Erh-lang lo siguió dando grandes zancadas, gritando:

—¿A dónde vas? Ven acá en este instante y te perdonaré la vida.

Pero Mono huyó, más veloz que nunca, a su cueva, donde se topó de frente con los hermanos.

—Mono desgraciado, ¿a dónde vas con tal prisa? —dijeron.

Temblando de pies a cabeza, Mono transformó apresuradamente su garrote en una aguja de bordar y, guardándola en su pelaje, se transformó en pez y se deslizó a la corriente. Erh-lang corrió hacia la desembocadura del río y no lo vio por ningún lado.

“Vaya, este simio se transformó en pez y se escondió bajo el agua. Debo transformarme también si quiero atraparlo.”

Entonces se convirtió en cormorán y descendió una y otra vez sobre las aguas. Mono salió unos momentos a la superficie y de repente vio un ave acuática cerniéndose sobre él. Era como un papalote azul, pero su plumaje no era azul. Era como una garza, pero sin copete. Era como una grulla, pero sin las patas rojas.

“Seguro que ése es Erh-lang buscándome.”

Soltó unas cuantas burbujas y rápidamente se alejó nadando. “Ese pez que hace burbujas”, dijo Erh-lang para sus adentros, “es como una carpa, pero no tiene la cola roja; es como una tenca, pero sus escamas no tienen la misma forma; es como un pez negro, pero no tiene estrellas en la cabeza; es como una brama, pero no tiene cerdas en las branquias. ¿Por qué se largó así cuando me vio? Seguro que es Mono, que se convirtió en pez.”

Y, descendiendo en picada, abrió el pico para atraparlo. En una sacudida, Mono salió del agua, se convirtió en avutarda y se quedó de pie, completamente solo, en la orilla del río. Al ver que había llegado al punto más bajo posible de transformación, pues la avutarda es la criatura más mezquina y promiscua, que se aparea con cualquier ave que se cruce en su camino, Erh-lang no se dignó a embestirlo, sino que retomó su forma verdadera y con la honda le lanzó a Mono un perdigón que lo tiró y lo hizo rodar. Aprovechando la oportunidad, Mono rodó y rodó cuesta abajo hasta la ladera de la montaña, y cuando nadie lo veía se convirtió en un peto de ánimas. Su boca, completamente abierta, era el hueco de la puerta; hizo de sus dientes las portezuelas y de su lengua el bodhisattva guardián. Sus dos ojos eran las dos ventanas redondas. No sabía muy bien qué hacer con la cola, pero asomada detrás de él parecía un mástil. Cuando Erh-lang llegó al final de la pendiente esperaba encontrar a la avutarda con que se había tropezado, pero nada más halló un altarcito. Al mirarlo detenidamente, reparó en el “mástil” que sobresalía por atrás y se rio.

—Pero ¡si es Mono! —dijo—. Otra vez quiere jugarme una mala pasada. He visto muchos altares, pero nunca uno con un mástil detrás. No cabe duda: este animal está haciendo una de sus jugarretas. Espera que yo me acerque para después morderme. No lo conseguirá. Primero cerraré el puño y golpearé las ventanas. Después derribaré las puertas.

Cuando Mono oyó esto, se horrorizó. “Eso es demasiado”, dijo para sus adentros. “Las puertas son mis dientes y las ventanas son mis ojos. No va a ser nada agradable que me patee los dientes y me golpee los ojos.” Al decir esto dio un salto de tigre y desapareció en las alturas. Erh-lang ya empezaba a cansarse de la inútil persecución cuando llegaron sus hermanos.

—Y bien, ¿atrapaste al Gran Sabio? —preguntaron.

—Acaba de intentar eludirme al convertirse en altar —dijo Erh-lang—. Estaba por golpear sus ventanas y tirar abajo sus puertas cuando desapareció. Qué asunto tan extraño.

Todos empezaron a buscar en todas direcciones, pero fue en vano: no encontraron nada.

—Quédense aquí vigilando mientras subo a buscarlo.

Al decir esto, Erh-lang se montó en las nubes y en su ascenso, a medio camino, se encontró con Vaiśravana, que sostenía el espejo mágico con su hijo a su lado.

—¿Has visto al Rey Mono? —preguntó.

—Acá no ha subido —dijo Vaiśravana—. Puedo verlo en mi espejo.

Cuando Erh-lang le contó de la captura de los otros monos y de las repetidas transformaciones del Gran Sabio, añadió:

—Y luego se convirtió en altar, y cuando le pegué, desapareció al instante.

Vaiśravana miró su espejo y soltó una carcajada.

—Date prisa, Erh-lang, date prisa —gritó—. Ese mono se volvió invisible, levantó campamento y se fue derecho a tu río de las Libaciones.

Cuando Erh-lang oyó esto, levantó su lanza mágica y corrió hacia el río tan rápido como pudo.

Por su parte, cuando Mono llegó al río se transformó en la imagen exacta de Erh-lang y fue directo a su altar. Los demonios guardianes del altar no se dieron cuenta e hicieron una profunda reverencia cuando entró. Inspeccionó el humo del incienso y estaba mirando las pinturas votivas en las paredes cuando alguien llegó a anunciar:

—Ha llegado otro Erh-lang.

Las deidades guardianas salieron precipitadamente y no podían creer lo que veían sus ojos.

—¿Ha estado aquí una criatura que se hace llamar el Gran Sabio Igual a los Cielos? —preguntó el verdadero Erh-lang.

—No hemos visto a ningún Gran Sabio —dijeron—, pero allá adentro hay otro Erh-lang sagrado inspeccionando el humo del incienso.

Entró a toda prisa y Mono, en cuanto lo vio, recobró su forma verdadera y dijo:

—Erh-lang, si me permites decirlo, el apellido de ese altar era Mono.

Ehr-lang levantó su lanza mágica de tres picos y dos hojas y embistió contra el cachete de Mono. Mono se agachó y los dos, maldiciendo y peleando, fueron acercándose hacia la puerta del altar y salieron hacia las nubes y la bruma, luchando todo el camino, hasta que Mono fue conducido a la montaña de Flores y Fruta, donde los reyes de las cuatro direcciones montaban estricta guardia. Los hermanos acudieron a recibir a Erh-lang y rodearon a Mono, acosándolo por los cuatro costados.

Mientras tanto, en el cielo todo el mundo se preguntaba por qué había transcurrido un día entero sin recibir noticias de Erh-lang.

—Su majestad —preguntó Kuan-yin—, ¿nos permitiría al Patriarca del Tao y a mí bajar en persona para ver qué está sucediendo?

—No es mala idea —dijo el Emperador de Jade, y al final éste, acompañado de la Reina del Cielo, Kuan-yin y Lao Tsé, acudió a la Puerta Sur del cielo. Todos se asomaron y vieron el cordón de las tropas celestiales y a Vaiśravana de pie a medio camino hacia el cielo con un espejo en la mano, mientras Ehr-lang y sus hermanos se congregaban en torno a Mono y discutían duramente con él.

—Ese Erh-lang, a quien propuse, no lo ha hecho tan mal —dijo Kuan-yin—. Ha rodeado al Gran Sabio, aunque aún no lo apresan. Creo que con un poco de ayuda lo conseguiría.

—¿Qué arma propones usar? ¿Cómo lo ayudarás? —preguntó Lao Tsé.

—Arrojaré mi jarrón y rocío de sauce en su cabeza —dijo Kuan-yin.

—Eso no lo matará, pero hará que pierda el equilibrio y así Erh-lang podrá atraparlo fácilmente.

—Tu jarrón está hecho de porcelana —dijo Lao Tsé—. Si cayera en el lugar preciso, todo estaría bien, pero si no da en su cabeza y cae en su garrote de hierro, se romperá. Será mejor que lo dejes en mis manos.

—¿Tú tienes un arma? —preguntó Kuan-yin.

—Ya lo creo —dijo Lao Tsé, sacándose de la manga un cepo mágico.

—Esto —dijo— se llama el cepo mágico. Tiempo atrás, cuando me fui de China, convertí a los bárbaros de Occidente y me volví un dios; mi éxito se debió enteramente a este cepo. Viene muy bien para repeler toda clase de peligros. Déjame lanzárselo.

Parado en la puerta del cielo, arrojó el cepo, que fue a dar derechito a la cabeza de Mono. Mono estaba ocupado enfrentándose a Erh-lang y sus hermanos y no se percató de que un arma caía sobre él desde el cielo. Lo golpeó en la coronilla y lo derribó. Se puso de pie apresuradamente y se dio a la fuga, perseguido por los perros de Erh-lang, que se le arrojaron a las pantorrillas, de modo que otra vez fue a dar al suelo. Ahí tendido, maldijo:

—Estoy acabado. ¿Por qué no le hacen una zancadilla a su propio amo en vez de venir a morder las piernas del viejo Mono?

Se retorció al tratar de levantarse, pero no pudo, pues los hermanos lo sujetaban. Momentos después lo tenían firmemente amarrado con cuerdas y le cortaron el esternón con un cuchillo para que no pudiera seguirse transformando.

Lao Tsé guardó el cepo y les pidió al emperador, a Kuan-yin, a la Reina del Cielo y a todos los inmortales que volvieran al palacio. En la tierra, los reyes de las cuatro direcciones y Vaiśravana, así como las huestes celestiales, enfundaron sus espadas y derribaron las empalizadas. Llegaron con Erh-lang y lo felicitaron:

—Te debemos esta victoria.

—De ninguna manera —dijo él—. Se debió enteramente al fundador del Tao y al valiente desempeño del contingente celestial. Yo no tengo ningún crédito.

—Está bien, hermano mayor —dijeron los hermanos de Erh-lang—. Lo que debemos hacer ahora es llevar a este sujeto al cielo y preguntarle al Emperador de Jade cómo deshacernos de él.

—Hermanos —dijo Erh-lang—, ustedes no figuran en la lista de inmortales, así que no pueden apersonarse frente al emperador. Hay que pedirles a las tropas celestiales que lo suban, y Vaiśravana y yo iremos a informar. Es mejor que los demás registren la montaña, y cuando confirmen que todo está despejado, vayan al río de las Libaciones a hacérmelo saber. Mientras tanto, solicitaré la recompensa por mis servicios y volveré para divertirme con ustedes.

Los hermanos hicieron una reverencia en señal de asentimiento. Erh-lang se montó en las nubes, cantando victoria, y se dirigió al cielo. Al llegar, envió un mensaje que a la letra decía: “Las huestes celestiales han capturado al Gran Sabio y he venido a recibir sus instrucciones”. El Emperador de Jade, por consecuencia, les dijo al demonio-rey Mahābāli y a un contingente de tropas celestiales que subieran a Mono y lo llevaran al bloque del verdugo, donde lo cortarían en pedacitos.

Si no sabes lo que fue de este Rey Mono, escucha lo que se cuenta en el siguiente capítulo.

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