Loe raamatut: «Detrás de la máscara. Vol II», lehekülg 2

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A la vez que esta salía, la sangre de su amigo teñía el suelo y gritaba de dolor. Cuando sacó la pierna del todo, observaron que tenía numerosos cortes, uno de ellos muy profundo. Cuando se vio la pierna, la cara de horror reflejaba lo asustado que estaba; en ese momento, Charles, dejando a Callia y Shamsha anonadadas, con toda la calma y frialdad de la que pudo hacer acopio, dijo:

—Por allí, hay una abertura en la pared, cuando salgamos, iremos a un centro médico que creo que estaba cerca y te lo coseré… Tranquilo, colega, hemos salido de muchas peores

—¡Ni lo sueñes, no me vas a coser nada!

Charles hizo caso omiso a la réplica de su amigo, su semblante era tan serio que dio a su figura una imagen de líder tal que ninguno pensó en las objeciones que suponía salir por la estrecha abertura con picos metálicos que parecían propensos a cortarlos por todo el cuerpo.

Miraban a su alrededor y a Lewis, oían cómo la estructura se resentía y cada vez bajaba más para poco a poco aplastarlos sin compasión. Lewis miró a Charles a la vez que apretaba los dientes con fuerza, asintió y dijo sin casi abrir la boca.

—¿En qué raja has dicho que entre?

Por unos instantes estuvieron perplejos. Charles le esbozó una media sonrisa, se giró encaminado hacia la supuesta salida y empezó a reptar como un soldado, los demás iban detrás. Shamsha estaba en último lugar, era la primera vez que no sentía nada.

Avanzaron hasta casi llegar a la grieta del vehículo, lo que se veía a través de la abertura era desolador, más aún de lo que era normalmente, reptaban entre palés, las astillas se les clavaban en las piernas; a veces se oía algún gemido causado por el dolor, trozos de escombro les arañaban la piel, estaban por todas partes, veían ya el final del camino, la grieta dejaba ver los rayos del sol, cuando de repente, Charles paró en seco y todos chocaron contra los pies del que tenían delante.

—¿Qué coño pasa ahora? —pregunta Callia.

—Jodidos monos… —contesta Charles entre dientes.

Alzaron la vista, allí estaban. Se asomaban con disimulo, escondidos entre unos escombros que había de frente, vigilaban, sabían que estaban allí, atrapados, solo tenían que esperar a que sus presas cayeran en sus fauces…

—He visto cómo uno se asomaba desde arriba, saben que necesitamos salir, están esperándonos… ¡Call, ¿cuántas armas llevamos?! —pregunta Charles.

—Las que llevemos encima, el fusil lo perdí cuando el techo del camión se vino abajo…

—Lo tengo yo.

—Bien, Sham, ¿puedes pasármelo?

—No es buena idea, podrás cargarte a uno o dos, pero cazan en manada y ponen trampas, no sabemos cuántos hay, solo he visto uno frente a la grieta escondido. —Charles respira con dificultad.

—Joder con los putos monos, no he llegado hasta aquí para ser su comida, mi pierna, ¡DIOSSSSSSS! —se queja Lewis apretando los dientes.

—Podemos salir por la parte delantera, la puerta de la cabina estaba atascada, pero haciendo un poco de palanca se abrirá, la he visto combada. ¡Sham, ve hacia atrás! —Callia repta hacia atrás con cuidado de no pisarle la cara a Shamsha.

—Ok.

«Vaya con el trasero de la griega, hablar con su culo es algo extraño, está… ¡joder, Sham!, una situación extrema y tú pensando en la forma del culo de tu amiga, pero ¡qué culazo!, yo ni en sueños tendría eso, es como… un globo duro, qué pena que podamos morir en breve…». Shamsha se ruboriza y sigue reptando hacia atrás.

Retrocedían reptando de espaldas, ahora Shamsha estaba a la cabeza de la fila (mejor dicho, a los pies de la fila), sus pies chocaron con algo, encorvó su cuerpo haciendo una «U» y ahí estaba la puerta. Callia se había equivocado, estaba totalmente combada, no hacía falta hacer palanca, lo que iba a ser más difícil sería introducirse por la abertura empezando por los pies.

Subió una pierna, la metió y luego la otra, cuando casi había introducido todo el cuerpo, se asustó. Una cara de mono con los ojos enrojecidos, desprendidos de las cuencas y abiertos como platos estaba aplastado contra la luna delantera. Abrió lo que pudo la puerta del piloto, pero era insuficiente para salir, probó con la otra y por suerte, haciendo fuerza cabrían a duras penas, pero era la única escapatoria que les quedaba.

Lewis perdía mucha sangre. Les extrañaba que aún permaneciera consciente, fuera del camión los escombros lo cubrían todo. Observaron que realmente no eran escombros como tal, era la estructura del edificio que había caído a plomo sobre el camión, este había aguantado milagrosamente el impacto, pero no resistiría por mucho tiempo.

Formaba una especie de triángulo, tráiler, suelo y edificio. Estaba oscuro, analizaron los escasos dos metros cuadrados que tenían a su alrededor, buscaban una línea de luz que les indicara que era la salida, no había ninguna. Callia miró debajo del camión y en el otro lado lo vio, un halo de luz, que para ellos significaba esperanza.

Se deslizó bajo la estructura de tráiler, estaba complicado, tenía que esquivar partes que ahondaban ya en el suelo; unas habían atravesado el asfalto, otras se encontraban suspendidas y solo rozarlas significaría un profundo corte. Observó que la abertura era apta para poder salir, no había monos a la vista, sabía que estaban ahí, pero como a cada momento caían escombros del edificio lo más lógico es que hubieran huido del lugar, volvió a por ellos.

—Vamos, por allí se puede salir —dice Callia.

—Puede que los monos se hayan asustado y no estén —comenta Shamsha esperanzada.

—Nunca se van, son demasiado ambiciosos para poner su vida a salvo, compartimos código genético, ¿recuerdas? —responde Charles con sarcasmo.

—No tenemos otra opción, ¡vamos! —Callia agarra a Shamsha de la muñeca, tirando de ella.

Entre todos sujetaban a Lewis. Callia hacía de mula de carga; estaba semi tumbado sobre ella, Shamsha y Charles lo sujetaban por los brazos, estaba muy pálido, la sangre le mojaba toda la pierna. Era fuerte, se había hecho un torniquete y ayudado por un trozo de palé caminaba torpemente sujetado por Shamsha y Charles, pero al agacharse bajo el tráiler, cayó al suelo, entre todos lo ayudaron. Tenían que ser cautelosos, les acechaban dos peligros mortales: ser devorados por los monos o aplastados por el edificio. Pasaron bajo el camión, estaba oscuro, tenían que ser cuidadosos al extremo para no salir malheridos.

Charles salió en primer lugar, después Callia sosteniendo a Lewis; cuando le tocó el turno a Shamsha y salió a la luz, no vio a nadie, había soltado a Lewis para que saliera hacía solo unos segundos, su estómago se encogió, hasta que una mano le agarró de la muñeca y tiró hacia debajo de ella.

—Agáchate, iremos a gatas hasta el edificio de enfrente, pasaremos entre los escombros, no por encima —dice Charles en un susurro.

Callia avanzaba. Charles la seguía y la griega sabía muy bien cómo moverse para no ser vista. Miró hacia atrás, con el dedo índice y corazón, se señaló cada uno de los ojos, luego hizo un círculo por encima de su cabeza, señales inequívocas de que estuvieran atentos a todo lo que hubiera a su alrededor. Shamsha asintió, empuñaba el arma mientras avanzaba casi en cuclillas; sabían perfectamente que los monos les acechaban, esperando cualquier oportunidad, los oían impacientarse para que salieran de una vez del estrecho pasillo de roca, se peleaban entre ellos. Los escombros habían aplastado a algunos, parecía que aquellos seres no tenían sentimientos, Shamsha se sorprendió al ver la frialdad de estos. «Charles tenía razón, otra vez».

Dejaban los escombros y uno a uno se erguían y corrían sin parar, controlándose mutuamente para que ninguno se quedara atrás y controlando posibles amenazas. Lewis era arrastrado semiinconsciente sujeto por Callia y Charles.

Llegaron hasta el edificio que había al frente, el ruido era tan intenso y el caos era el rey supremo del lugar.

De repente, Callia miró para cerciorarse del bienestar de su amiga asustándose al ver que un mono se había abalanzado sobre ella. Soltó a Lewis que cayó violentamente sobre sus rodillas, corrió con todas sus fuerzas; al llegar a socorrerla, se percató de que el pesado mono estaba muerto sobre Shamsha, esta le había clavado una vara metálica atravesándole el cráneo a través de la cuenca ocular, pesaba tanto que luchaba por quitárselo de encima, pero las escasas fuerzas con las que ya contaba hacían que la tarea fuera difícil. Perpleja por la brutalidad y la mirada de ira de la doctora, Callia la ayudó a quitárselo, corriendo los escasos metros que les separaban de Lewis y Charles.

Callia la miraba sorprendida, siempre había estado segura de que bajo esa apariencia de dócil muñequita había una guerrera, después hablaría con ella sobre cómo todo lo que estaba viviendo la estaba cambiando a la velocidad del rayo.

Los tímpanos se les resentían de los continuos estruendos, avanzaban a contrarreloj por el edificio, sabían que los monos no cesarían en su intento de cazarlos y esperaban que no los hubieran visto entrar. Subieron un par de plantas, oían cómo el edificio seguía cayendo, los trozos desprendidos impactaban contra todo lo que se interpusiera en su camino.

El ruido se aplacaba cada vez más, el edificio estaba bien aislado, pero aún seguía provocándoles que se les encogieran los músculos del susto que provocaban los impactos más fuertes.

Las vibraciones de las colisiones subían desde sus pies para alojarse en el pecho. Charles cogió un extintor vacío que había en un pasillo, comenzó a golpear una puerta y tras varios intentos desistió, era imposible abrirla. Vieron otro apartamento dos letras más a la derecha en el que la puerta era normal, no de extrema seguridad (Nota del autor: cuando empezaron los altercados, la gente se instalaba puertas de extrema seguridad, imposibles de abrir sin código, pocas personas disfrutaban de este lujo que se encarecía a cada minuto por la alta demanda).

Entre Shamsha y Charles, cogieron un «Offire» (Nota del autor: el Offire era un extintor con un gas que apagaba el fuego intenso ahogando las llamas, era muy efectivo, con un par de centímetros cúbicos era suficiente para extinguir un incendio en una superficie de sesenta metros cuadrados aproximadamente), estos tenían una estructura mucho más resistente a los golpes y eran más pesados; tras muchos intentos, golpeando una y otra vez la puerta, lograron abrirla.

—¡Qué bonito!

Estaban maravillados, era un apartamento precioso, la puerta engañaba mucho sobre lo que había en su interior.

—Fiuuuuuu… —Silba Charles.

—¿Habéis visto esto? —Callia se mete en una piscina vacía que hay en la terraza, de paredes transparentes por los cuatro lados además del fondo—, desde ella se ve casi toda la ciudad.

—Hola…

—Perdón, Doc, por un momento me he dispersado…

—Está muy mal, ya no pierde tanta sangre, pero si no le cierro la herida pronto… —comenta Charles acuclillado junto al sillón donde está Lewis.

—No me vas a cortar la pierna, ni lo pienses…

¡PRMMMMMMMMMMMMM!

Un enorme estruendo hizo que el edificio donde estaban temblara sobre sus cimientos. Desde la ventana observaban cómo el enorme bloque de enfrente caía a plomo, se derrumbaba chocando contra el que había intentado sepultarlos.

Estaban petrificados, sus mentes rememoraban el que hacía unos minutos estaban en el interior de un camión que ahora veían era una plancha de metal, los monos saltaban alrededor, seguían buscándolos. Shamsha se preguntaba cómo habían sobrevivido.

—¡Apartaos de la ventana!, si esos monos suben no creo que pueda correr… —dice Lewis con la voz entrecortada.

—Tío, saldré hasta el hospital, está a dos manzanas, no tardaré… —le responde Charles.

—Voy contigo.

—No, iré más rápido si voy solo.

—No es discutible.

—Call…

Callia miró a Charles convencida de que iría con él, no pensaba ceder.

—C., es mejor que te cubra las espaldas, ¡id ya, por favor! —espeta Shamsha—. Iros, yo cuidaré de él. —Shamsha mira a Charles con complicidad.

—Venga, tortolitos, volveremos antes de que os deis cuenta, ¡aguanta, Lew! —Callia abraza a Lewis, incorporándose rápidamente para salir—. Vamos!

¡POM!

Cerraron con un fuerte golpe, la cerradura había sufrido algunos desperfectos que luego arreglarían.

—Está rota, voy a buscar algo para atrancarla, así no podemos dormir aquí…

—Sham, llevamos durmiendo con un ojo abierto tanto tiempo que una cerradura rota no es ningún problema, pondremos algo que haga mucho ruido y que bloquee la puerta, si algo o alguien intenta entrar…

—Descansa, no hables más.

—No te vayas, por fav…

—Lew, mírame, ¿aguanta, ok?, ¡tienes que hacerlo, has luchado mucho!

—Sham…

—¿Sí?

—Me estás rompiendo la mano…

—Opss, perdón, es que…

—Tranquila, gracias —dice Lewis sonriendo.

Lewis descansaba, Shamsha vio una enorme mesa de algo parecido al cristal, recubierta de hierro entrelazado que había al fondo del salón. Intentó arrastrarla para ponerla cerca de la puerta, pero era imposible, pesaba demasiado y además, estaba atornillada al suelo.

—¡Joder!, ¿quién clava la mesa al suelo?

Vio unos cuchillos pegados en la pared y cogió uno para aflojar los tornillos que le impedían hacer lo que quería.

—¡Es imposible!, se ha roto la punta…

—Déjalo, volverán pronto y entre todos buscaremos una solución o arreglaremos la puerta, no te preocupes, ven, siéntate a mi lado…

—No, descansa, voy a investigar por si hubiera algo que nos pueda servir…

—Como quieras, sé que no vas a parar hasta conseguirlo…

—Exacto…

Le dio un beso en la frente y se asustó. Estaba sudando en abundancia y tenía la tez blanquecina y fría. Cogió una manta que había a los pies del sillón y se la echó por encima, pensó en buscar algo para limpiarle la herida de nuevo, pero le daba miedo lo que pudiera encontrarse, de todas formas mientras él estuviera consciente podría guiarla para lo que fuera necesario, en el peor de los casos él se desmayaría y ella tendría que improvisar, «no puede ser tan difícil coser».

Caminó hacia lo que parecía otra estancia y antes de terminar el salón observó lo que era la cocina, que se enlazaba en armonía con este, pero elevándose paulatinamente hacia un nivel superior. «Qué original».

Llegó a un pequeño pasillo. Estaba abrumada con aquel apartamento, toda una pared era completamente de cristal, el sol iluminaba cada rincón, «igualito que la cueva de anoche» pensó. Llegó hasta lo que parecía un dormitorio, había fotos de dos personas que sonreían. Agarró el marco para ver de cerca la fotografía que contenía… «mmmmmm, qué felices».

Dedujo que aquellas personas podrían ser hermanos, existían unos rasgos muy similares «como dos gotas de agua» y abrió el armario. Había ropa de mujer, «vaya nivel», era alta costura, muy cara, vestidos preciosos, le dio pena rajar cualquiera de ellos, pero los necesitaba para cambiar el vendaje de la herida. No pudo evitar volver a coger uno de esos marcos de fotos, lo observó atentamente; se imaginaba cómo habían sido sus vidas, parecían muy felices, «los dos hermanos, viviendo en un pisito de lujo en el centro de la capital, tan guapos y perfectos, qué pena…», uno parecía piloto y ella podría ser o enfermera o más bien médico.

—¡Médico, sí!

Oyó un gemido, volvía apresuradamente al salón y se dio cuenta de que su amigo estaba bastante mal. Se le encogió el estómago y lo miró dedicándole una gran sonrisa para tranquilizarlo.

—Voy a cambiarte esto, ¿ok?

—Tengo que estar fatal para que tú hagas de enfermera…

—Jajaja, estás muy feo, la verdad…

—Cabrona…

3

De su boca solo salían gruñidos, ella miraba fugazmente para ver si sufría mientras le quitaba los vendajes. Le cambió toda la ropa atada a la pierna, la presión del torniquete cedió y esta empezó a deshincharse. En el fondo, le había dado pena rasgar esa preciosa ropa, pero la moda ya no existía, así que no había nada de malo en hacer un vendaje con pantalones caros…

—No me has pedido indicaciones…

—Ehhh, lo siento, ¿está mal?

—Está perfecto, si confías en ti, todo sale, aunque Sham…

—¿Sí, te duele? —pregunta Shamsha preocupada.

—La próxima vez debes tener cuidado cuando quites un torniquete, es peligroso…

—Vaale…, aún no lo he quitado.

Shamsha decidió hablarle para paliar su dolor y que no desfalleciera.

—¿Sabes?, creo que este piso era de dos hermanos, uno era piloto y ella médico, parecen gemelos, pero… Mira, he traído la foto, ¡son guapísimos!, sabes…

—Sham, cariño, no te lo tomes a mal, pero me gustaría descansar un rato.

—Ehhhh, mmmm, creí que hablarte… vale…

—Me encanta escucharte, pero la cabeza ahora…

—Tranquilo, te entiendo… —Shamsha enrojece, asiente, se levanta cogiendo los vendajes sucios.

Lewis la agarró de la muñeca con los ojos cerrados.

—No hace falta que te vayas…

—Tranquilo, voy a explorar, llevo mucho tiempo encerrada y me gustaría…

—Cotillear…

—Ehhh, no es cotillear, es explorar…

—Vale, no rompas nada, jajaja.

Shamsha le sacó la lengua y se fue hacia los dormitorios.

—¡Te he visto! —le dice Lewis antes de caer en un profundo sueño.

Revisó el resto del apartamento. Le fascinaba, era magnífico, las vistas eran impresionantes. Se acercó al cristal y de repente recordó a los monos, se apartó con rapidez. Volvió a la cocina, no quería perder de vista a su amigo.

—Mmmmmm, vamos a ver… ¿qué hay por aquí? —Abre los armarios—. Vaya, qué suerte, esta gente estaba poco en casa… A ver…, cuantas latas, cocinaban más bien poco…

Abrió unas puertas que estaban situadas encima de la rejilla extractora de humos y olores.

—¡Toma ya!

La alegría recorrió cada vena de su sistema, el armario estaba lleno de medicamentos y de material quirúrgico, además de multitud de conservas, parecía que todo ello estaba destinado para sobrevivir a un holocausto.

«Qué previsores…».

Cerró el armario ansiosa por contárselo a Callia y Charles y se dirigió a la otra habitación. Tenía dos partes diferenciadas: una de ellas era la zona de dormitorio, con una enorme cama, y en la otra había un gran escritorio lleno de libros y hojas escritas a bolígrafo. Abrió un pequeño cajón del mueble, encontró un cuaderno, no se lo pensó, total, ella daba por hecho que al dueño/a no le importaría, lo abrió por la última página escrita.

—¿Un diario?, parece escrito por una mujer; lo siento, pero la curiosidad me mata…

«Día 20:

La gente no para de enfermar. El hospital no tiene suministros, todos mis pacientes afectados por el virus han muerto. Hoy vi cómo un padre que acababa de perder a su hijo, agredía brutalmente a una enfermera; cuando ha parado, hemos intentado reanimarla, ha sido en vano, otra muerte sin sentido, otra más...

La gente ha perdido la cabeza, piden comida y agua, el hospital ya ha agotado las existencias de todo, nos han mandado a casa para tener la oportunidad de huir, ¿huir, dónde? Tim, si estás leyendo esto, sabrás que no he podido hacerlo, no puedo irme, la gente me necesita, ve a buscar a mamá y papá e iros lejos de aquí, el caos se ha extendido, solo tú puedes salvarte, no confíes en nadie, he dejado latas en la cocina y un kit hospitalario por si acaso, encontrarás casi todo lo necesario para un tiempo.

Te quiero».

A Shamsha se le heló la sangre, la hoja se arrugaba, señal de que esa parte del papel se había mojado, «¿serán lágrimas de su hermano, logró escapar?, joder, Sham, ¿por qué has tenido que leerlo?, pobrecillos, no sabían que no podían ir a ningún sitio…», en ese momento una punzada le atravesó el estómago, pensó en su madre. Cada vez tenía más asumido que todo lo que conocía ya no existía, fríamente siguió rebuscando en los cajones. Se sorprendió por el hecho de hacerlo, nunca había sido cotilla, pero necesitaba saber más, martirizarse; ella había vivido demasiado tiempo en una fantasía, mientras el resto de la humanidad lo hacía en una pesadilla, no halló nada a excepción de unos cuantos informes médicos y una caja fuerte escondida tras un mueble.

Se sentó en la cama a digerir todo lo que estaba sucediendo a su alrededor, alzó la vista y vio el baño a su izquierda. Era precioso y la cristalera le otorgaba una luz casi celestial, todo blanco, una enorme bañera en su mitad era la reina por excelencia de la estancia, por un segundo se imaginó a aquella mujer que tanto sufría, con espuma cubriéndole y una copa de vino después de un estresante día salvando vidas.

El suelo era de pequeñas baldosas cuadradas blancas y negras, nunca había visto esa moda, sabía que lo antiguo volvió a ponerse de moda en decoración, pero nunca se imaginó algo tan bello, todo a su alrededor la invitaba a olvidarse de la realidad, la pared de cristal hacía que simulara estar en el cielo.

Observó un pequeño reproductor de música, «mmm, ¿por qué no?», pulsó el botón, «no lo puedo creer», la música afloró, inundando la estancia. Shamsha cerró los ojos mientras dejaba vagar su mente hacia el paraíso acompañado del precioso «Bolero» para piano de Ravel.

De pronto un estruendo la sacó de su sueño, giró sobre sus pies, una gran nube de polvo emergía de la zona donde estaba el edificio que casi les había sepultado, «céntrate, Sham».

Abrió unas pequeñas puertas que junto a unas diez más contribuían a formar un enorme armario que abarcaba toda la pared del suelo al techo.

Después de abrir unas cuantas más, encontró que en uno de los espacios había numerosos medicamentos, «por favor, que haya… ¡sí, antibióticos!».

Fue corriendo al salón, obligó a Lewis a tragarse con un poco de agua alguno de los que había encontrado.

Estaba muy pálido, la herida de su pierna tenía un aspecto horrible, ella no dijo nada.

—Tómate esto, son antibióticos…

—Cabrón, a ver que me…

Se dio cuenta de que la infección se le había extendido, estaba delirando; si no le curaban la pierna pronto, con toda seguridad no saldría adelante…

—Cariño, soy…

—Era broma, no estoy tan mal, te estoy tomando el pelo…

—¿Cómo se llama lo que quieres que me meta?

—Ehhhhh.

—Clarostofarami…

—Me vale, trae…

—No voy a abrir los ojos para verte, pero debes tener una cara de idiota…

—¿Eres idiota hasta en estas circunstancias? —Lewis levanta el pulgar y le dedica una leve sonrisa.

Se tomó los antibióticos. Seguía preocupada, pero confiaba en la fortaleza de aquel hombre, volvió a su tarea de inspección, realmente necesitaba matar el tiempo ya que no podía quedarse quieta esperando a que los demás hicieran algo útil por salvarle la vida a su amigo.

—¿Qué coño…?

Se estremeció, desde la entrada del baño no se llegaba a ver la zona donde estaba el lavabo y otro armario más, se asustó, debajo del lavabo había un cuenco metálico como el usado en los hospitales para dejar los restos y los utensilios usados.

Tenía mucha sangre reciente, seguía oliendo, no estaba ni coagulada y ella no entendía nada de medicina, pero había leído mucho y por intuición dedujo que era demasiado roja y líquida como para llevar el tiempo que supuestamente la gente que allí vivía se había ido.

Una aguja quirúrgica, hilo y unas tijeras, no se lo podía creer, habían gastado toda su suerte, «tengo que desinfectar esto», buscó algún desinfectante médico, «venga hidrosegunina o incluso alcohol me vale» para ya culminar la emoción, no había, se acordó de cómo su amiga le hizo un agujero en la oreja utilizando una aguja de coser y que para esterilizarla la quemó con un mechero y añadió ginebra, «eso sí que hay en el mueble-bar del salón».

Cogió todos los utensilios y corrió hacia el salón, «puedo despertarlo y que me indique, tú puedes, Sham».

¡CLAK! (suena como cargan un arma).

—¿Quién coño sois, ¿qué hacéis en mi casa?

Miró a Lewis. Estaba inconsciente tumbado en el sillón donde lo había dejado, sostenía la bandeja, llena de sangre y con los utensilios entre las manos.

Se dispuso a explicarle a la desconocida (que entendió era la dueña de la casa) cual era el motivo del allanamiento de su morada.

—Ehhhh, no dispare, por favor, no le haremos daño, mi…, mi amigo está herido, necesitamos, necesitamos…

—Sé lo que necesita él, y es una sutura de esa herida ya, o morirá, tal vez incluso sea tarde...

—Déjeme que lo cosa y nos iremos, no le diremos a nadie que está usted aquí.

—No sé a quién le vais a decir nada, jajaja, no hay nadie, salvo esos monos…

—¿Le importaría bajar el arma?

—Sí que me importa.

—Le prometo que le contaré todo lo que quiera sobre nosotros si deja que nos vayamos, no puedo dejarlo morir. —Shamsha camina hacia Lewis casi rozando el cañón del arma, se arrodilla junto a este, intenta moverlo, pero él no se mueve, suda mucho. Ella llora mientras le habla intentando encontrar un atisbo de vida.

—Por favor, después de todo así no, no… —Las cosas caen y se esparcen por el suelo, cruza los brazos sobre el torso de su amigo, hunde la cara llorando sobre él, balbuceando cosas ininteligibles.

—Joder, ¿qué te ha pasado, Misha? —dice la desconocida entre dientes.

Bajó el arma, la enfundó, se acercó a Shamsha, se agachó junto a ella, la agarró de la axila y le dijo:

—Yo le curaré, soy médico, vamos a intentar salvarle la vida, ¿vale? Pero necesito que te calmes y que me ayudes, no le queda mucho tiempo, ¿le has dado de esto?

Shamsha asintió.

—Vale, le ayudará con la infección que tiene, pero hay que curar eso tan asqueroso, ¿ves esto?

Le señaló una parte de la herida, estaba amarillenta y supuraba un líquido que no tenía buen aspecto. La sangre reseca le tapaba toda la piel de alrededor.

—Soy Misha, vivo aquí, no tienes por qué usar esto, tengo más que cogí del hospital antes de que lo saquearan. ¿En serio? ¿Qué ibas a hacer con esto?

—Yo…, ehhh, no lo sé —responde Shamsha asustada.

—No tienes pinta de médico, menos mal que he llegado a tiempo, si no…

—Gracias…

Misha fue hacia la cocina, trajo utensilios nuevos, se puso unos guantes y le dijo que se apartara. Quitó los trozos de vestido de ella que Shamsha había usado para limpiar y tapar la herida.

—¡No tienes mal gusto para elegir vendajes, jajaja!

—Yo… lo siento…

—No me importa, esto no tiene ningún valor, ve a bajar la música, anda…

Shamsha esperaba que se enfadara, esbozó una media sonrisa, fue al baño, apagó la música y volvió junto a su amigo.

—¿Cuánto tiempo lleva con esto así de abierto?

—No sé, tal vez un par de horas…

—¿Un par de horas?, no entiendo, ¿por qué tiene este aspecto? mmmm…, da igual, lo curaré, si sobrevive, le adornará la pierna una gran cicatriz.

Misha limpió, cortó, había mucha sangre, quitaba astillas de dentro de la herida. Shamsha apartaba la vista de vez en cuando para no vomitar.

Empezó a cerrar muy despacio. Lewis intentaba retorcerse, ponía muecas de dolor, pero no despertaba. Las dos agradecieron que así fuera para no tener que explicarle lo que estaba sucediendo, Shamsha lo sujetaba por los hombros, estaba muy débil para ni tan siquiera abrir los ojos.

—Es extraño cómo la infección se le ha apoderado tan rápido, no suele pasar, nunca había visto esto… ¿Con qué se ha hecho esto?

—Con un palé antiguo, creo…

—Mmmmm, bueno, da igual, no creo que lo tengáis que dar de comer a los monos o de cena…

Shamsha la miró incrédula.

—¡Es broma, relájate!, no va a morirse por esta herida, lo que sí va a pasar es que va a tardar un tiempecito en recuperarse de este corte tan feo…

Tardó mucho rato en unir las numerosas capas cortadas, lo hacía con sumo cuidado, pero sin parar o abrumarse cuando Lewis esbozaba una mueca de dolor o emitía algún gruñido. Shamsha veía la perfección de la sutura, pensaba que de haberlo cosido ella…, no sabía que se cosía capa a capa, lo hubiera cosido superficialmente esperando que las internas se uniesen por efecto dominó.

Misha preguntaba, tanteando por sus historias personales, cómo habían sobrevivido, qué hacían antes de que todo sucediera…

Shamsha vaciló, no quería darle más información de la necesaria, pero como siempre, los nervios la traicionaron. Le habló de Charles, intentaba no profundizar en temas que pudieran ponerlos en peligro, realmente se percató de que Misha no estaba ni lo más mínimo interesada en sus vidas, sino que quería distraerla para que ella estuviera tranquila.

Shamsha no paraba de hablar, observaba atentamente cómo cosía capas blanquecinas, mezcladas con sangre de diversos colores por todos lados.

—Ehhh, Sham… si pones tu cabeza delante de la mía no veré nada…

—Lo siento.

Estaba fascinada con aquella mujer que acababa de conocer, hacía unos minutos la apuntaba con un arma directa para volarle los sesos y ahora la admiraba por la dedicación que ponía con cada punto, cada arrastre de suciedad putrefacta, cuidaba cada detalle, estaba tranquila, le inspiraba confianza.

Pensaba en las fotos de su intensa vida, la ternura que desprendía, la frialdad al introducir una y otra vez la aguja en la carne de su amigo, haciendo caso omiso al dolor que le causaba.

De facciones dulces, su delgadez se intuía bajo una ropa ancha, se presuponía un cuerpo esbelto y delicado, pero a la vez sus brazos delataban la fortaleza de su musculatura, marcada con suma perfección, los bíceps y hombros estaban totalmente definidos terminando en unas sensuales clavículas que sujetaban un precioso y largo cuello de cisne; las manos, ágiles y callosas, nada tenían que ver con las mismas que había visto en fotos, cuidadas y finas, especializadas en delicadas labores. Las de ahora estaban curtidas, los machetes que había en la cocina habían sido usados con más frecuencia que los bisturís.

—¡Creo que ya está!, hacía que no cosía con aguja desde la facultad, no ha quedado tan mal —exclama Misha—, traeré unos antibióticos, en dos días estará bien, lo dejaremos descansar. Podéis quedaros hasta que se recupere.

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