La llamada de Cthulhu

Tekst
Sari: Clásicos
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
La llamada de Cthulhu
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

La llamada de Cthulhu


La llamada de Cthulhu (1928)

H. P. Lovecraft

Editorial Cõ

Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.

edicion@editorialco.com

Edición: Junio 2020

Imagen de portada: by freepik

Prohibida la reproducción parcial o total sin la autorización escrita del editor.

Índice

1  I. El horror en arcilla

2  II. El relato del inspector Legrasse

3  III. La locura que llegó del mar

I. El horror en arcilla

Lo más misericordioso en el mundo, creo yo, es la inhabilidad de la mente humana de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos. Hasta el momento las ciencias, cada una orientada en su propia dirección, nos han causado poco daño; pero algún día, la reconstrucción de conocimientos dispersos nos dará a conocer tan terribles panorámicas de la realidad, y lo terrorífico del lugar que ocupamos en ella, que sólo podremos enloquecer como consecuencia de tal revelación, o huir de la mortífera luz hacia la paz y seguridad de una nueva era de tinieblas.

Los teósofos han adivinado la imponente grandeza del ciclo cósmico en el que nuestro mundo y la raza humana no son sino un incidente transitorio. Los filósofos han hecho insinuaciones acerca de extrañas supervivencias en términos que podrían helar la sangre si no se enmascarasen tras un suave optimismo. Pero no procede de ellos la visión de épocas prohibidas que me hace sentir escalofríos cada vez que pienso en ella y me vuelve loco en mis sueños. Esa pequeña visión, como todas las pavorosas visiones de la realidad, fue el producto de una reconstrucción accidental a partir de varias cosas diferentes, en este caso un antiguo artículo de periódico y las notas de un profesor fallecido. Espero que nadie más sea capaz de repetir esta reconstrucción; de hecho, si yo viviera lo bastante, jamás aportaría conscientemente un solo eslabón más a tan horrible cadena. Creo que el profesor también tenía intención de silenciar aquella parte de la que tuvo conocimiento, así como de haber destruido sus notas si no le hubiera sobrevenido una repentina muerte.

Mi conocimiento del asunto se remonta al invierno de 1926-27, momento en que tuvo lugar la muerte de mi tío abuelo George Gammel Angell, profesor emérito de Filología Semítica en la Universidad de Brown, en Providence, Rhode Island. El profesor Angell era una autoridad reconocida en inscripciones de la antigüedad, y con frecuencia habían recurrido a él los directores de museos importantes; a esto se debe que su fallecimiento a la edad de noventa y dos años sea recordado por muchos. En el ámbito local, el interés se acrecentó por las oscuras circunstancias de su muerte. El profesor sufrió una extraña dolencia mientras volvía del barco de Newport; tal y como dijeron los testigos, se derrumbó de repente tras haber recibido el empellón de un negro con aspecto de marinero que había salido de uno de los raros y oscuros callejones de la escarpada pendiente que constituía un atajo entre los muelles y la casa del difunto en Williams Street. Los médicos fueron incapaces de encontrar ningún trastorno visible, pero terminaron por apuntar, tras una discusión, que la causa de la muerte debía ser una lesión desconocida del corazón, causada por el rápido ascenso de un hombre ya mayor por una colina tan pronunciada. En aquel momento no vi razón alguna para disentir de ese dictamen, pero más tarde me vi inclinado a cuestionarlo... e incluso más que cuestionarlo.

Como heredero y albacea de mi tío abuelo, que había muerto viudo y sin hijos, debía examinar sus papeles con cierta minuciosidad; a tal fin llevé todos sus archivos y cajas a mi alojamiento en Boston. La mayoría del material que correlacioné será publicado más adelante por la Sociedad Americana de Arqueología, pero había una caja que me resultó sumamente misteriosa, y que me sentí reacio a enseñar a otros ojos más que los míos. Estaba cerrada, y no encontré la llave hasta que se me ocurrió buscar en el llavero que el profesor llevaba siempre en su bolsillo. Entonces pude abrirla, pero parece que fuera solamente para toparme con una barrera más fuerte e infranqueable. ¿Cuál podía ser el significado de aquel extraño bajorrelieve de arcilla, y de los inconexos apuntes, notas y recortes que encontré? ¿Había comenzado mi tío a creer semejantes supercherías en sus últimos años? Decidí emprender la búsqueda del excéntrico escultor responsable de aquel claro trastorno de la paz mental de un anciano.

El bajorrelieve era una tosca pieza rectangular de algo más de dos centímetros de grosor y con una superficie de unos trece por quince; de origen evidentemente moderno. Por el contrario, su diseño distaba mucho de resultar moderno en lo que se refiere al tema y a lo sugerido por la obra ya que, aunque los caprichos del cubismo y el futurismo son muchos y descabellados, no suelen servir para reproducir la enigmática regularidad que se esconde tras la escritura prehistórica y, ciertamente, el grueso de aquellos diseños parecía ser algún tipo de escritura. Sin embargo, y a pesar de estar muy familiarizado con los papeles y colecciones de mi tío, la memoria me fallaba al intentar identificar a qué tipo pertenecía, o incluso al intentar recordar alguna pista de la más remota afinidad de aquella con otras escrituras.

Sobre esos presuntos jeroglíficos se encontraba una figura con evidente propósito pictórico, aunque su ejecución impresionista impedía hacerse una idea clara de su naturaleza. Parecía tratarse de algún tipo de monstruo, un símbolo que lo representase, o una forma que sólo una imaginación enfermiza podría llegar a concebir. No estaría traicionando al espíritu de aquella cosa si digo que mi imaginación, algo exagerada de por sí, creía percibir en ella, de forma simultánea, las figuras de un pulpo, un dragón, y una caricatura de ser humano. Una cabeza viscosa y cubierta de tentáculos destacaba sobre un cuerpo grotesco y escamoso con unas alas rudimentarias; pero era el perfil general de toda ella lo que resultaba más espantoso. Detrás de la figura quedaba insinuado un ciclópeo trasfondo arquitectónico.

Los escritos que acompañaban a aquella rareza, dejando a un lado un montón de recortes de prensa, habían sido escritos hace poco de la mano del profesor Angell, y no había pretensión literaria alguna en su estilo. Lo que parecía ser el documento principal se titulaba «Culto de Cthulhu» en caracteres trazados concienzudamente para evitar una lectura equivocada de una palabra tan inaudita. El manuscrito estaba dividido en dos secciones, estando titulada la primera «1925: Los sueños y trabajos sobre los sueños de H. A. Wilcox, 7 Thomas St., Providence, Rhode Island», y el segundo «Narración del inspector John. R. Legrasse, 121 Bienville St., Nueva Orleans, La., 1908 A. A. S. Mtg. Notas sobre los mismos y sobre el relato del profesor Webb». El resto de los papeles manuscritos eran notas breves, algunas de ellas acerca de extraños sueños de personas diversas, y otras, menciones de libros y revistas teosóficas (particularmente el Atlantis y el continente perdido de Lemuria de W. Scott Elliot). El resto eran comentarios acerca de longevas sociedades secretas y cultos secretos, con referencias a varios pasajes de fuentes mitológicas y antropológicas como puedan ser La rama de oro de Frazer y La Brujería en la Europa occidental de la señorita Murray. Los recortes aludían a extrañas enfermedades mentales y a una ola de locura o demencia colectiva que tuvo lugar en la primavera de 1925.

La primera mitad del manuscrito principal daba cuenta de un suceso bastante peculiar. Parece ser que el 1 de Marzo de 1925, un hombre moreno y delgado, de aspecto neurótico y excitado, se presentó en casa del profesor Angell llevando el singular bajorrelieve, todavía húmedo y fresco. En su tarjeta de visita aparecía el nombre Henry Anthony Wilcox, y mi tío lo reconoció como el hijo más joven de una excelente familia que le resultaba conocida. En los últimos tiempos el joven Wilcox había estado estudiando escultura en la Escuela de Diseño de Rhode Island y viviendo solo en el edificio Fleur-de-Lys, cercano a dicha institución. Wilcox era un joven precoz de genio reconocido pero de una gran excentricidad, y ya desde la niñez había entusiasmado a gente con las extrañas historias y sueños que tenía por costumbre relatar. Decía de sí mismo que era «psíquicamente hipersensible», pero la gente formal de aquella antigua ciudad comercial le tomaba simplemente por un «tipo raro». Al no mezclarse demasiado con sus compañeros de estudio se apartó gradualmente de la vida social, y en aquel momento sólo se relacionaba con un grupo de estetas de otras ciudades. Incluso el Club de Arte de Providence, en su celo conservacionista, lo dejó por imposible.

Con motivo de la visita, según se leía en el manuscrito del profesor, el escultor pidió bruscamente la ayuda de mi tío para que, dados sus conocimientos arqueológicos, identificara los jeroglíficos del bajorrelieve.

Habló de una manera tan distraída y afectada, y que indicaba tal presunción, que anulaba cualquier simpatía que pudiera sentirse por él. Mi tío le contestó con cierta brusquedad, ya que la notable frescura de la tablilla implicaba parentesco con cualquier cosa excepto con la arqueología. La réplica del joven Wilcox, que impresionó a mi tío hasta el punto de recordarla y anotarla al pie de la letra, estuvo caracterizada por un matiz fantásticamente poético que debió marcar sin duda toda la conversación, y que tal y como he podido comprobar más tarde, resultaba muy propio de él. Lo que dijo fue: «¡Claro que es nueva! La hice la pasada noche en un sueño que tuve sobre extrañas ciudades; y los sueños son más antiguos que la ensoñadora Tiro, la contemplativa Esfinge, o la misma Babilonia cercada de jardines».

 

Fue entonces cuando comenzó su inconexo relato, que de repente avivó un recuerdo aletargado de mi tío, y se ganó su fervoroso interés. La noche anterior había tenido lugar un leve terremoto, el de mayor intensidad de los últimos años en Nueva Inglaterra; y la imaginación del joven Wilcox había resultado fuertemente afectada. Al irse a dormir tuvo este un sueño sin precedentes sobre gigantes ciudades de titánicos sillares de piedra y monolitos que alcanzaban el cielo, chorreando todo el conjunto légamo de color verde y anunciando un horror latente. Los muros y pilares estaban cubiertos de jeroglíficos, y desde algún punto bajo el suelo le llegó una voz que no era tal; una sensación caótica que tan solo la imaginación podría transliterar en sonido, cosa que intentó hacer por medio de un revoltijo casi impronunciable de letras: «Cthulhu fhtagn».

Este galimatías fue la clave para que el profesor recordase algo que le preocupaba y confundía. Preguntó al escultor con minuciosidad científica, y estudió con intensidad casi frenética el bajorrelieve en el que el joven se encontraba trabajando cuando, helándose de frío y vestido sólo con su pijama, despertó de repente y se sorprendió al ver lo que hacía. Mi tío culpaba a su edad, como dijo Wilcox posteriormente, de su lentitud en reconocer los jeroglíficos y el diseño pictórico. Muchas de sus preguntas le parecieron fuera de lugar al visitante, especialmente cuando el profesor intentó encontrar conexiones entre Wilcox y extrañas sectas y sociedades. Wilcox no pudo entender las repetidas promesas de silencio que le fueron ofrecidas a cambio de admitir su pertenencia a una extendida organización religiosa de carácter pagano o místico. Cuando el profesor se convenció de que Wilcox ignoraba la existencia de cualquier tipo de culto o de saber arcano, no dudó en asediar a su visitante solicitándole futuros informes acerca de sus sueños. Esto dio su fruto de una forma continuada, ya que tras la primera entrevista el manuscrito hace constar las visitas diarias del joven en las que relataba sorprendentes fragmentos de imágenes oníricas cuyo principal contenido era siempre alguna terrible panorámica de carácter gigantoide, y de piedra oscura y chorreante, a la que acompañaba una voz o inteligencia subterránea que de forma monótona profería enigmáticos impactos sensoriales imposibles de transliterar salvo en un garabatos. Los dos sonidos repetidos con más frecuencia mencionados en las cartas, eran «Cthulhu» y «R’lyeh».

El 23 de Marzo, según apuntaba el manuscrito, Wilcox no apareció; las pesquisas en su alojamiento revelaron que había sido asaltado por una especie inusual de fiebre y que había sido llevado a la casa de su familia en Watterman Street. Wilcox había estado gritando durante la noche, despertando a varios de los otros artistas que vivían en la residencia, y desde entonces sólo había manifestado estados alternativos de inconsciencia y delirio. Mi tío se apresuró a telefonear a la familia, y desde ese momento en adelante prestó una gran atención al caso, llamando a menudo a la consulta del Dr. Tobey en Thayer Street, al enterarse de que era el médico de Wilcox. Al parecer, la febril mente del joven se explayaba sobre cosas extrañas; y a ratos el doctor se estremecía al oír hablar de ellas. Tales visiones no se limitaban a la repetición constante de cosas soñadas con anterioridad, sino que aludían locamente a una gigantesca cosa «de kilómetros de altura» que caminaba, o se movía, pesadamente. En ningún momento llegó a describir por completo a aquel ser, pero algunas palabras frenéticas y ocasionales, repetidas por el doctor Tobey, convencieron al profesor de que debía ser idéntico a la monstruosidad sin nombre que había tratado de representar en aquella figura esculpida en sueños. El doctor añadió que cualquier referencia a este objeto suponía, sin excepción, el preludio del hundimiento del joven en un estado letárgico. Extrañamente su temperatura no estaba muy por encima de la normal; pero su condición, por lo demás, indicaba la presencia de una auténtica fiebre y no de un trastorno mental.

Alrededor de las 3 de la tarde del 2 de Abril, todo rastro de la enfermedad de Wilcox desapareció de repente. Este se sentó sobre la cama, asombrado de encontrarse en casa de sus padres, y completamente ignorante de lo acontecido en los sueños o la realidad desde la noche del 22 de Marzo. Tras darle de alta el médico, Wilcox tardó sólo tres días en volver a su alojamiento; pero en adelante dejó de interesar al profesor Angell. Todo rastro de sueños extraños se habían desvanecido al llegar su recuperación, y mi tío dejó de tomar nota de sus visiones oníricas tras una semana de explicaciones irrelevantes y sin sentido acerca de sueños corrientes.

Aquí termina la primera parte del manuscrito, pero algunas referencias a ciertas notas dispersas me dieron mucho en lo que pensar, hasta el punto de que sólo el arraigado escepticismo que caracterizaba mi filosofía por aquel entonces, era capaz de explicar mi continua desconfianza por el artista. Las notas en cuestión eran las que describían los sueños de varias personas a lo largo del mismo periodo en que el joven Wilcox había experimentado sus extrañas visitaciones. Parece ser que mi tío inició rápidamente un sistema increíblemente ramificado de investigación entre casi todos los amigos a los que podía preguntar, sin parecer impertinente, acerca de sus sueños nocturnos así como de la fecha de cualquier visión fuera de lo común que hubieran experimentado en tiempos recientes. Según parece, la acogida de su solicitud resultó muy variada, pero al menos debió recibir más respuestas de las que una sola persona podría ser capaz de atender sin la ayuda de un secretario. La correspondencia original no ha sido conservada, pero sus notas al respecto forman un minucioso y significativo resumen. La gente normal de la vida social y de los negocios —la «sal de la vida» de la sociedad de Nueva Inglaterra— dio un resultado negativo casi en su mayoría, aunque hubo algún que otro caso aislado de intranquilas e indefinidas visiones nocturnas, siempre entre el 23 de Marzo y el 2 de Abril, periodo que coincidía con el delirio del joven Wilcox. Aquellos dedicados a la ciencia no resultaron mucho más afectados, aunque cuatro casos de vagas descripciones podrían sugerir la existencia de visiones fugaces de extraños paisajes, y uno de ellos hacía incluso mención a un miedo ante algo anormal que pudiera sobrevenir.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?