Ética aplicada desde la medicina hasta el humor

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Ética aplicada desde la medicina hasta el humor
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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

editorialedicionesuc@uc.cl

www.ediciones.uc.cl

ÉTICA APLICADA DESDE

LA MEDICINA HASTA EL HUMOR

Adela Cortina

Mauricio Correa Casanova

© Inscripción Nº 429

Derechos reservados

Enero 2020

ISBN edición impresa 978-956-14-2501-9

ISBN edición digital 978-956-14-2502-6

Diagramación: versión productora gráfica SpA

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com | info@ebookspatagonia.com

CIP - Pontificia Universidad Católica de Chile

Ética aplicada : desde la medicina hasta el humor /

Adela Cortina, Mauricio Correa Casanova (editores).

Incluye bibliografías.

1. Ética aplicada.

2. Problemas éticos.

I. Cortina, Adela, editor.

II. Correa Casanova, Mauricio Hernán, editor.

2019 170 + DDC 23 RDA



COLABORADORES

Jesús Conill Sancho. Doctor en Filosofía. Catedrático de ética y filosofía política en la Universidad de Valencia (España).

Jesus.Conill@uv.es

Mauricio Correa Casanova. Doctor en Filosofía. Profesor docente asociado de ética aplicada en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

mcorrea9@uc.cl

Adela Cortina. Doctora en Filosofía. Catedrática emérita de ética y filosofía política en la Universidad de Valencia (España).

adela.cortina@uv.es

Agustín Domingo Moratalla. Doctor en Filosofía. Catedrático de filosofía moral y política en la Universidad de Valencia (España).

agustin.domingo@uv.es

Juan Pablo Faúndez Allier. Doctor en Filosofía. Profesor auxiliar en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile).

juan.faundez@pucv.cl

Domingo García Marzá. Doctor en Filosofía. Catedrático de ética en la Universitat Jaume I de Castellón (España).

garmar@fis.uji.es

Francisco Javier López Frías. Doctor en Filosofía. Assistant Professor en Penn State University (Pennsylvania, EE.UU.).

fjl13@psu.edu

Emilio Martínez Navarro. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Catedrático de filosofía moral y política en la Universidad de Murcia (España).

emimarti@um.es

Álvaro Ramis. Doctor en Filosofía. Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

aramis@academia.cl

Juan Carlos Siurana Aparisi. Doctor Europeo en Filosofía. Profesor titular de filosofía moral en la Universidad de Valencia (España).

Juan.C.Siurana@uv.es

ÍNDICE

Prólogo

I. ÉTICA BIOMÉDICA

Juan Pablo Faúndez Allier

1. Hacia una retrospección terminológica

2. Los inicios de la organización institucional y normativa de la ética biomédica

3. De los principios de la “ética biomédica” a su aplicación clínica

4. La proyección de la “ética biomédica” en el contexto hispánico

5. El debate en torno a los principios de la “ética biomédica”

6. Conclusión

Referencias bibliográficas

II. ÉTICA DEL DESARROLLO

Emilio Martínez Navarro

1. El nacimiento de la ética del desarrollo

2. Un espacio académico interdisciplinar, pluralista y comprometido con la causa de la humanidad

3. Un concepto de desarrollo cada vez más completo

4. Desafíos pendientes de la Ética del desarrollo

Referencias bibliográficas

III. ÉTICA ECOLÓGICA. Revisión crítica y propuesta de fundamentación

Álvaro Ramis

Introducción

1. La racionalidad específica de las éticas ecológicas

2. La ética ecológica en las sociedades premodernas

3. Las éticas ecológicas luego de la gran transformación

4. El antropocentrismo débil de Bryan G. Norton

5. La anti-ética de la ecología profunda

6. La ética ecofeminista

7. Extensionismo utilitarista

8. La ética biocéntrica

9. La ecología social latinoamericana

10. Conclusión y propuesta de fundamentación

Referencias bibliográficas

IV. ÉTICA ECONÓMICA

Jesús Conill Sancho

Introducción

1. Economía ética en Aristóteles y Adam Smith

2. ¿Economía sin ética?

3. Nuevas formas de ética económica

4. Ampliación de la ética económica desde las neurociencias

5. Ética económica global

6. Nuevas perspectivas e iniciativas para la ética económica

Referencias bibliográficas

V. ÉTICA DE LA EMPRESA. Hacia una gestión ética de la responsabilidad social

Domingo García Marzá

Introducción

1. El carácter de la empresa: ética y responsabilidad social

2. Recursos morales: el contrato moral de la empresa

3. Infraestructura ética: un diseño institucional para la empresa responsable

4. Generar confianza: hacia una nueva generación de códigos de ética y de conducta

5. Conclusión: la empresa cordial

 

Referencias bibliográficas

VI. ÉTICA DE LAS PROFESIONES. Virtudes, vocación y sociedad civil

Agustín Domingo Moratalla

1. Introducción: ética, deontología y éticas aplicadas

2. El trabajo y la virtud en la era digital

2.1. Pensar el trabajo: empleo, profesión y carrera

2.2. Vocación y profesión en el cumplimiento del deber

2.3. Virtud y carácter en la sociedad del rendimiento

3. Excelencia y responsabilidad profesional en un marco institucional

3.1. La vida profesional como capacitación responsable

3.2. De la acción a las prácticas: bienes internos y bienes externos

3.3. De las prácticas a las instituciones y virtudes

4. Ética y códigos deontológicos

4.1. Entre la credibilidad, la legitimidad y la excelencia

4.2. Ventajas e inconvenientes de los códigos

4.3. Demarcación, conflictos y nuevas profesiones

5. Conclusión: confianza y responsabilidad social

Referencias bibliográficas

VII. NEUROÉTICA

Adela Cortina

1. Un nuevo saber

2. Neuroética como ética aplicada

3. Los retos de la neuroética fundamental

4. El desafío de naturalismo

5. Un futuro abierto

Referencias bibliográficas

VIII. ÉTICA DEL DEPORTE. Orígenes, corrientes principales y desafíos futuros

Francisco Javier López Frías

1. La ética del deporte: ¿Es esta una actividad seria, merecedora de ser objeto de reflexión filosófica?

2. La ética del deporte: la subdisciplina “de moda” dentro de la filosofía del deporte

3. Principales corrientes en la ética del deporte

3.1. De la ontología a la ética. De lo descriptivo a lo normativo, ¿un buen comienzo?

3.2. Formalismo

3.3. Convencionalismo

3.4. Internalismo amplio o interpretacionismo

4. Conclusión: joven, pero vigorosa

Referencias bibliográficas

IX. ÉTICA DE LA CIUDAD

Mauricio Correa Casanova

1. Una panorámica sobre el proceso de urbanización

2. Miradas multidisciplinares sobre la ciudad

3. Aproximaciones éticas contemporáneas a la ciudad

3.1. El derecho a la ciudad

3.2. La ciudad justa

3.3. La ciudad ética

4. La ética de la ciudad como ética aplicada

5. La revolución urbana será ética o no será

Referencias bibliográficas

X. ÉTICA DEL HUMOR

Juan Carlos Siurana Aparisi

Introducción

1. La definición de “humor”

2. Las causas de que algo resulte cómico

3. La evaluación ética de la emoción que expresa la risa.

4. La risa nos enseña un plan de vida inmune al ridículo

5. El humor promueve virtudes éticas

6. Mis trabajos sobre la ética del humor

7. La ética del humor como teoría ética

7.1. La ética del humor y el paradigma de la biología

7.2. La racionalidad biológica persigue la salud y la supervivencia en condiciones confortables

7.3. La racionalidad discursiva interpreta de manera crítica los mensajes de la racionalidad biológica transmitidos a través del humor

7.4. El método clínico-ético como método médico-filosófico de la ética del humor

7.5. El humor como punto arquimédico de una nueva teoría ética

8. La ética del humor como ética aplicada: los límites del humor

9. La aplicación de la ética del humor a la sanidad

10. La aplicación de la ética del humor a la empresa

11. La aplicación de la ética del humor a la educación

Conclusiones

Referencias bibliográficas

PRÓLOGO

Lo que se conoce con el nombre de “ética aplicada” inició su esplendoroso andar en la década del setenta de nuestro pasado siglo veinte. Desde entonces la expresión se viene utilizando con gran profusión en Estados Unidos y luego a nivel mundial. Sin embargo, ante ella se han producido reacciones bien distintas.

Por una parte, profesionales, ciudadanos y gobiernos exigen con sobrados motivos un mayor nivel ético en las distintas esferas sociales y, sobre todo, la institucionalización de ese nivel en comités, comisiones, guidelines y documentos bien perfilados, de suerte que es la realidad social misma la que exige a la filosofía moral comprometerse con la vida corriente.

Por otra parte, por lo que hace a los filósofos morales, la respuesta ha sido bien diversa. Mientras que autores tan alejados entre sí, como Jürgen Habermas o Alasdair MacIntyre se niegan a dar por bueno que la ética contenga una dimensión aplicada —el primero por entender que esa es tarea de las ciencias sociales o de la educación, el segundo por considerar que la ética aplicada descansa en un error—, un buen número de neoaristotélicos y deontologistas, como también de los utilitaristas, se adentraron desde el comienzo en los caminos de la aplicación. Nacieron así las éticas aplicadas, que fueron, en primer lugar, la ética de la tierra, la ética del desarrollo, la bioética y la ética de la empresa (o de los negocios).

Más tarde han ido surgiendo la ética de las profesiones, la genética, la ecoética, la ética de los medios, la ética política, la infoética, la ética del consumo y tantas otras que van cubriendo las distintas esferas de la vida social. Hasta el punto de que puede decirse que las éticas aplicadas son ya una realidad social, irreversible en los distintos países, que dan cuerpo al sueño hegeliano de encarnar la moralidad en las instituciones. La tarea de la razón práctica no consiste solo en enunciar lo que se debe hacer, sino también en tomar carne en las instituciones, transformándolas desde dentro. De ahí que la ética aplicada sea un elemento ineludible de cualquier diseño institucional que desee funcionar con bien, incluso lo es de cualquier proyecto de investigación que quiera recibir el visto bueno.

Las publicaciones periódicas y las bibliografías sobre ética aplicada han proliferado de forma inusitada en los distintos campos. Así, empresas, administraciones públicas y colegios profesionales han incorporado los nuevos modos éticos de saber y hacer, mientras las universidades de todo el mundo han creado diferentes cátedras, titulaciones y centros de investigación.

El presente volumen reúne una serie de trabajos que abordan diferentes ámbitos de la ética aplicada. Algunos de ellos son, a estas alturas, bien conocidos por su amplia divulgación, tales como la biomedicina, el desarrollo, la ecología, la economía, la empresa y las profesiones. Otros, en cambio, se presentan aquí con toda su novedad para situarnos ante desafíos inéditos en campos como la neuroética, el deporte, la ciudad y el humor. El principal objetivo de cada capítulo consiste en ofrecer a profesores y estudiantes, a profesionales de diversos ámbitos, miembros de organizaciones cívicas y a cuantos se interesan por estos temas, unas perspectivas éticas que contribuyan a encarnar la moralidad en sus respectivas instituciones, la que es, como hemos dicho, el gozne de la ética aplicada.

I.

ÉTICA BIOMÉDICA

Juan Pablo Faúndez Allier

1. Hacia una retrospección terminológica

Mencionar el término “ética biomédica” conduce inmediatamente a la notable obra que publicaran Beauchamp y Childress en 1979, por la que se cerraba el periplo, ahora con la no-maleficencia, de los famosos principios que The Belmont Report había señalado como garantes de la reflexión ética sobre el tratamiento de la vida en el Occidente contemporáneo. La obra de los autores estadounidenses se titulaba justamente Principles of Biomedical Ethics (Beauchamp y Childress, 1979) y con ella se hacía mención a la investigación, experimentación y aplicación de criterios éticos en situaciones vinculadas con las ciencias de la salud en las etapas del origen, mantención y terminación vital (Arnold, 2009). De este modo, los principios de respeto por las personas (autonomía), beneficencia y justicia, establecidos por el señero informe de la National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavorial Research, encargado por el Congreso de Estados Unidos en 1974 y concluido en 1978, eran completados por la necesaria diferenciación que hacían Beauchamp y Childress a la hora de distinguir que las acciones beneficentes no siempre coincidían con las no-maleficentes.

 

Pero esta materia de análisis ya había sido puesta por delante en 1970 y 1971, cuando el oncólogo norteamericano Van Rensselaer Potter expusiera en el artículo “Bioethics: Science of Survival” (1970) y profundizara después en su libro Bioethics: Bridge to the Future (1971) que, justamente, la preocupación detenida por la aproximación que desde la ética se debía hacer al bios en medicina no solo no era redundante, sino que debía ser dilucidada y profundizada con la prolífica investigación y aplicación tecnológico médica que comenzaba a llevar al ser humano a encrucijadas y situaciones como nunca complejas. El estudio de la vida y sus condiciones de posibilidad y permanencia debían ser abordadas como un objeto propio de análisis en las interrelaciones personales y en los diversos vínculos que giran en torno a este fenómeno: médico-usuario; médico-sistema de salud; sistema de salud-usuario; y en los efectos recíprocos que desde allí se iniciaran. De ahí que Potter explicitase el término más amplio de “bioética”, entendido como el concepto que de alguna manera podríamos reconocer como el continente genérico y más rico en matices que el de “ética biomédica”, ya que la “bioética” se ocupa, como bien definiera Reich (1978), del “estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto dicha conducta es examinada a la luz de los principios y de los valores morales” (Vol 1, XIX).

Pero la denominación madre de la “ética biomédica”, “bioética”, no hacía más que reconocer en los textos de Potter una segunda paternidad de origen estadounidense, ya que su verdadero nacimiento databa de 1927, año en el que Fritz Jahr mencionara ese término para referirse a la conciencia que él motivaba asumir, ya en ese entonces, en relación a los efectos de connotación ética que se podían desprender de la interacción entre el ser humano con las plantas y los animales. He ahí el título de su artículo: “Bio-ethik: Eine Umschau über die ethischen Beziehungen des Menschen zu Tier und Pflanze” (Jahr, 1927). La palabra empleada por Jahr, “bioética”, era definitivamente visionaria, ya que se detenía en la adecuada participación que debía asumir el ser humano al momento de interaccionar con los seres de diversas jerarquías que conviven en la pluralidad de ecosistemas de nuestro planeta. El enfoque de Jahr, como filósofo y teólogo protestante, sostenía una crítica a la visión occidental que asume una nivelación jerárquica que desprecia a los seres inferiores al humano.

Con este periplo retrospectivo, he querido evidenciar que en la relación conceptual entre “bioética” y “ética biomédica” conviene hacer un maridaje entre los términos, aunque marcando una sutil diferencia. El segundo se ha empleado para manifestar un intento de precisión en relación a la función más amplia que ha ido asumiendo la “bioética”, con el correr de los años. En rigor, la “ética biomédica” debe distinguirse de otras ramas de la “bioética” que se harán cargo de ámbitos más específicos que actualmente podemos diferenciar, y cuyo contraste no aparecía con nitidez en los primeros años de su desarrollo. En este sentido, hoy, como áreas de la “bioética” que se distinguen de la “ética biomédica”, son consideradas: la “ética sanitaria”, la “ética clínica”, la “ética de la reproducción humana”, la “gen-ética”, la “ecoética”, la “zooética”, la “tánato-ética” y la “neuroética”. Se trata de subdisciplinas de la bioética que están avanzando paralelamente y que van consolidando cada vez más sus propias líneas de investigación y dominio conceptual (Bonete, 2010).

Dado que la profundización sobre cada una de las áreas específicas de la “bioética” excede el objetivo de este capítulo, y que en las sucesivas partes de este libro se abordarán algunas subespecies de la “bioética” —según la tarea encomendada por los editores—, me abocaré a desarrollar la instalación y el desarrollo de la “ética biomédica”, propiamente tal. Dicho lo anterior, distingo desde ya que el solo avance de este campo de investigación en diversos ámbitos culturales nos abriría también a un sinnúmero de precisiones comparativas, por lo que he estimado conveniente centrarme en el contexto hispanoamericano, en el entendido, además, que ese es el público al que está dirigido este volumen. Ello no obsta a que el análisis de los primeros pasos del estudio formal de la “ética biomédica” haya de situarnos, necesariamente, en el contexto norteamericano, que es desde donde surge esta subdisciplina de la “bioética”.

2. Los inicios de la organización institucional y normativa de la ética biomédica

La “ética biomédica” tiene una relación cercana con la “ética sanitaria”, que es la subespecialidad de la “bioética” que se encarga de interpretar la interrelación de las instancias institucionales que administran la prestación de salud a la población mediante políticas sociales, y la “ética clínica”, que tiene como objeto dilucidar los criterios de interpretación ética de las acciones que vinculan al personal de salud con el usuario del sistema. Marcando una diferencia, la “ética biomédica”, considerando las relaciones descritas de tipo sanitario y clínico, se centra en la reflexión en torno a la moralidad de los métodos investigativos, de experimentación y de aplicación práctica de los hallazgos que va suscitando el análisis experimental.

En los años en los cuales se mantenía prácticamente inadvertido el neologismo “bio-ethik”, ofrecido por Jahr, surgía en 1968 la propuesta conjunta que plantearan el filósofo Daniel Callahan y el psiquiatra Willard Gayling, organizadores de diversos encuentros entre científicos, filósofos y médicos en la búsqueda por resolver los problemas morales del desempeño de la medicina desde una perspectiva integrada (Callahan, 1990). Con esta finalidad nació el Institute of Society, Ethics and the Life Sciences, en Nueva York, institución que se conocería más tarde como Hastings Center. El trabajo del equipo que se conformaba en este instituto consistiría en el estudio y orientación que se podía ofrecer para responder a las expectativas sociales que se abrían con los avances de la tecnología médica, generando una serie de preguntas relacionadas con los momentos más delicados del mantenimiento vital, especialmente su origen y su final. Conviene, en este sentido, tener presente que en la década de los sesenta se comenzaba a difundir la anticoncepción, la fecundación artificial y la reanimación en la etapa final de la vida, entre otros tópicos que requerían una reflexión detenida que aportara argumentos consistentes, desde el punto de vista moral, y no solo plausibles, desde una perspectiva técnica. La “ética biomédica”, como rama de la bioética aplicada, respondía directamente a estas inquietudes, aportando criterios de justificación moral relacionados con la fase de investigación que iluminasen las aplicaciones posteriores. El análisis sobre estos aspectos ayudaría más tarde a reconocer específicamente esta rama de la bioética, poniendo los efectos de la investigación, experimentación y aplicación de resultados en el horizonte que interesaba a un público más amplio que el de los círculos científicos.

Es así como Hastings Center se consolidó como un centro de investigación que fijó líneas orientativas a nivel internacional en “ética biomédica”, centrándose en los estudios sobre las biotecnologías aplicadas fundamentalmente al ámbito de la procreación. Los parámetros que establecería el esquema metodológico propuesto por este centro serían seguidos en los distintos lugares donde comenzaba a cultivarse la investigación en este plano, asumiendo una aproximación interdisciplinar que poco a poco iba a ir delineando la proyección de las experimentaciones de este tipo.

En este período, con el empleo del término “bioética”, el profesor de oncología del Laboratorio McArdle (Universidad de Wisconsin Madison), Van Rensselaer Potter, enuncia la nueva disciplina que desde la medicina buscará integrar aspectos de fundamentación biomédica para su desarrollo, aunque planteando la imagen del ancho “puente” que fuera capaz de conectar medicina, biología y ecología, como elementos que ayudaran a aterrizar la ética en esos contextos. El trabajo de Potter se plasmaría institucionalmente en The Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of Human Reproduction and Bioethics, dirigido por André Hellegers. Este instituto comenzaría con la generación de proyectos de investigación de forma paralela al Hastings Center, instaurando una estructura que sería muy relevante para los futuros institutos que comenzarían a interrelacionar las actividades investigativa, de experimentación y aplicación en el ámbito médico. Con la muerte de Hellegers, en 1979, el Instituto pasa a llamarse The Kennedy Institute of Ethics y se vincula definitivamente a la Universidad de Georgetown.

Uno de los hitos que sienta definitivamente el marco y las orientaciones investigativas y de aplicación de la “ética biomédica” consiste en el trabajo en torno a los principios que surgieron de la reflexión que encarga el Congreso de los Estados Unidos a la National Commission for the Protection of Human Subjects of Biomedical and Behavorial Research, en 1974. Dado el perfilamiento que iba teniendo la disciplina y los alcances globales que poco a poco esta alcanzaba, se hacía necesario definir principios éticos básicos que rigieran la investigación, el desarrollo experimental y la aplicación de los resultados de investigación clínica en seres humanos. La Comisión constató prontamente que resultaba muy complicado conseguir orientaciones claras, en este sentido, a partir de principios morales abstractos que estuviesen orientados a la consecución de acuerdos, por lo que asume un método inductivo que facilitara la obtención de consensos. De este modo se obtuvieron “principios básicos” que servirían para justificar los preceptos éticos particulares y la evaluación del actuar humano.

Tras un largo trabajo de deliberación interdisciplinaria que transcurre desde 1974 hasta 1978, se definieron los principios de la “ética biomédica” que se harían aplicables a la “bioética”, en sus diversas subclasificaciones, con el correr de los años. De este modo, el Informe Belmont daría cuenta de un enfoque metodológico que se ordenaba a partir de los tres principios de base1, junto a recomendaciones para enfocar caso a caso los problemas que planteara la biomedicina, con el objeto de hacer más operativo el procedimiento (Ethical Principles and Guidelines for the Protection of Human Subjects of Research). Los principios que estableció este estudio (Basic Ethical Principles) serán la justificación básica para llevar adelante un sinnúmero de prescripciones y evaluaciones éticas relacionadas con procedimientos de investigación, experimentación y aplicación biomédica. De este modo se identifican tres principios aplicables en la investigación y la experimentación con seres humanos: respeto por las personas (autonomía), beneficencia y justicia.

El primero de ellos lo circunscribió el Informe desde la siguiente perspectiva: “El respeto por las personas incorpora al menos dos convicciones éticas: primera, que los individuos deberían ser tratados como entes autónomos y, segunda, que las personas cuya autonomía está disminuida deben ser objeto de protección” (a. 4); explicitando después de forma más clara el contenido del mismo: “Respetar la autonomía es dar valor a las opiniones y elecciones de las personas así consideradas, y abstenerse de obstruir sus acciones, a menos que estas produzcan un claro perjuicio a otros” (a. 4).

La interpretación de la autonomía no es entendida por el Informe Belmont como una cualidad estructural del ser humano, sino como la posibilidad de efectuar actos de elección autónoma orientados a conseguir una mayor operatividad resolutiva, mediante conocimiento de causa y sin que influya algún tipo de coacción externa. Es decir, se trata de una comprensión funcional del término en la línea anglosajona.

El respeto por las personas, en su autonomía, es acompañado en el Informe por el principio de beneficencia. Señala el documento, en relación con dicha orientación normativa, que: “En este sentido, han sido formuladas dos reglas como expresiones complementarias de los actos de beneficencia: 1) no hacer daño y 2) extremar los posibles beneficios y minimizar los posibles riesgos” (The Belmont Report, 1990). La beneficencia es entendida, entonces, como el principio desde el que se revisarán los riesgos y los beneficios relacionados con la investigación y la experimentación biomédica para lograr que la acción genere un propósito efectivo. Distingamos en este lugar que la primera expresión complementaria de la beneficencia es la que el Informe no reconoce inicialmente como un principio por separado, lo que sí había sido precisado por Beauchamp y Childress, ya que es claramente diferenciable el acto de no hacer daño de el de hacer el bien, como destacaré un poco más adelante.

Y, finalmente, el principio de justicia, que es descrito por la Comisión como “la imparcialidad en la distribución […] [por lo que] los iguales deben ser tratados igualitariamente” (The Belmont Report, 1990). El Informe apuntaba con ello a la justicia distributiva, expresada en el adecuado manejo por ejercer una selección equitativa de los sujetos que se sometan a algún tipo de investigación clínica o de experimentación, al igual que la distribución justa de los frutos de los trabajos que fueran surgiendo en esta línea.

No por casualidad, un año después de la presentación y socialización del Informe Belmont, Beauchamp y Childress publican Principles of Biomedical Ethics (1979), obra que acentúa la importancia de la aplicación de principios como criterios orientativos para las actividades de investigación, experimentación y aplicación de resultados obtenidos en procesos de análisis ético-médico. Profundizando en el estudio de la National Commission, los autores incorporan un cuarto principio que, junto a los tres anteriores, vendría a configurar el llamado “Mantra de Georgetown”: la no-maleficencia (Beauchamp y Childress, 1979). La no-maleficencia se diferencia del principio de beneficencia, puesto que distingue entre la obligación de no hacer el mal a otros y la de hacerles el bien, siendo la primera una posibilidad que se concede con más fuerza impositiva que la segunda, lo que no había sido abordado por el Informe Belmont. En el campo de la “ética biomédica”, esta distinción resulta especialmente valiosa en el área de la experimentación y la aplicación de criterios de investigación, los que no solo deben responder a la beneficencia, sino también a hacer explícita la no-maleficencia que se ha de declarar antes de que se pida la aceptación de los procedimientos a quienes están dispuestos a acceder a los mismos, mediante la adhesión específica a la intervención que se expresa con el consentimiento informado que debe entregar el usuario.

Los cuatro principios icónicos de la “ética biomédica” —dado que se requerían para la investigación, experimentación y aplicación de procedimientos— estaban claramente orientados a la resolución de conflictos que podían proyectarse al ámbito de la “ética clínica”, por lo que resultaba fundamental establecer los criterios de prelación vinculados con su uso y la posibilidad de aplicar excepciones. La sociedad entre los autores de Principles of Biomedical Ethics, Beauchamp —filósofo utilitarista— y Childress —teólogo deontologista—, hacía difícil pensar en una conciliación de argumentos a la hora de enfrentar conflictos. En el primer caso, porque los utilitaristas estiman que las reglas obligan en la medida en que son útiles, haciendo que las excepciones puedan ser justificables. En el segundo, porque se considera que los principios operan de modo absoluto, sin dar lugar a excepciones. Este aparente conflicto, no obstante, fue superado con la distinción que Davis Ross propusiera en 1930 entre prima facie duties (deberes prima facie) y actual duties (deberes reales y efectivos), en The Right and the Good (Ross, 1994), siendo asumido este criterio por la reflexión ético médica. Este es un libro capital en el que Ross plantea que los deberes han de considerarse en abstracto obligatorios prima facie, carentes de excepciones, por lo que deben ser respetados cuando no entran en conflicto entre sí, mientras que, en caso de disponerse en contraposición, es necesario priorizar uno sobre los otros a partir de la fuerza vinculante de los deberes en concreto (Beauchamp y McCullough, 1987: 12 ss.). Así, mientras los deberes se comprenden prima facie desde el punto de vista deontológico, en una perspectiva teleológica se entienden como reales y efectivos, que es lo que ocurre cuando se hace necesaria su aplicación práctica para ser aterrizados en la experiencia.