Obras Inmortales de Aristóteles

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Obras Inmortales de Aristóteles
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© Plutón Ediciones X, s. l., 2021

Traducción: Benjamin Briggent

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: contacto@plutonediciones.com

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-18211-71-3

Estudio Preliminar

El filósofo griego Aristóteles es considerado, al igual que Platón (de quien fue discípulo), pionero y padre de la filosofía occidental. Por lo sistemático de sus estudios, el rigor con el que los llevaba a cabo y la diversidad de los campos que abarcó, se considera también uno de los primeros investigadores científicos dentro del concepto moderno de dicho término. Puede afirmarse que sus ideas han influenciado el pensamiento intelectual en occidente por más de dos mil años.

Aristóteles nació en Estagira, antigua colonia jonia limítrofe con el reino de Macedonia, en el año 384 a. C. Su padre, Nicómaco, fue médico de cabecera del rey Amintas II de Macedonia. La ascendencia jonia del futuro filósofo le impulsaba hacia la investigación de la naturaleza, mientras la paterna le inclinaba a la biología.

Joven todavía, quedó huérfano de padre y madre, y fue educado por su tutor, Proxeno de Atarneo, en Asia Menor. Cuando tenía diecisiete años, marchó a Atenas e ingresó como estudiante en la Academia de Platón, donde permaneció hasta la muerte del maestro en el año 347 a. C. Las investigaciones de la Academia eran tanto teóricas como prácticas y aun cuando Aristóteles se apartara de la doctrina de su maestro, siempre lo tuvo en consideración, así como aquel reconoció la valía de su discípulo.

Desaparecido el maestro, Aristóteles marchó a Asia Menor y allí comenzó a enseñar y formar su escuela propia. En el año 343 a. C. fue llamado por Filipo II, rey de Macedonia, que le encargó la educación de su hijo Alejandro, que en aquel momento contaba con trece años de edad. En la corte de Pela (castillo real de Miera) permaneció hasta el año 335 a. C. La victoria de Queronea había consagrado la hegemonía de Macedonia en Grecia (338 a. C.) y asesinado Filipo II, con Alejandro en el poder, Aristóteles regresó a Atenas.

Allí sus enseñanzas las realizó en el gimnasio del Liceo durante trece años, pero a la muerte del gran macedón (323 a. C.), las ansias de libertad de los atenienses expulsaron a las guarniciones macedónicas. Aristóteles fue acusado de filomacedón y antes de que se repitiera la malograda historia de Sócrates, huyó a la isla de Eubea, en donde había heredado una finca de su madre, falleciendo al año siguiente (332 a. C.), a la edad de sesenta y dos años.

Excelente marido, padre afectuoso y hombre honrado. Muerta Pitias, su primera mujer, de su segunda mujer Herpilis, tuvo a Nicómaco, futuro editor de la obra Ética Aristotélica que lleva su nombre.

Obras

En Roma, Andrónico de Rodas las ordenó y sistematizó y las publicó según una distribución conocida como Corpus Aristotelicum. El primer grupo de libros, el Organon, estaba formado por las Categorías, la Hermenéutica o Interpretación, los dos Analíticos, los Tópicos y las Reputaciones sofistas. Un segundo grupo lo constituyen los libros de física, Sobre el firmamento, Sobre la generación y la corrupción y Meteorológicos. En el mismo grupo están los libros que hablan de la vida humana o animal: De anima y Parva naturalia, Historia de los animales, Las partes de los animales. Tras este grupo se hallan los 14 libros de la Metafísica. Otro grupo está formado por los libros sobre ética y política. Ética a Nicómaco, Ética mayor y Ética a Eudemo, sigue la Política. Por último están los libros de Retórica y Poesía, que en realidad fueron escritos en su periodo inicial de la Academia. A estas obras hay que añadir otras de juventud y la compilación de 158 constituciones de ciudades-estado griegas.

Llamado también el Estagirita, por su población natal, un pórtico del gimnasio dedicado al Apolo Licio (de aquí el nombre de Liceo) utilizado para el paseo (peripatos) fue el lugar preferido para sus lecciones, de aquí que su escuela se llamase el Liceo o también el Peripato (Escuela Peripatética).

El sistema aristotélico tuvo su punto de partida en el platonismo, pero sustituyó la visión idealista de su doctrina por una especulación realista que parte ante todo del sentido común. Aristóteles sistematizó el saber filosófico de su época según una división de las ciencias y una estructuración interna del saber científico que se constituyó en modelo para muchos siglos y que incluía la lógica, la psicología, la biología, la física, la política y la ética, además de la filosofía primera o metafísica que él mismo creó. Averroes la dio a conocer al mundo árabe occidental y Santo Tomás de Aquino la cristianizó.

Las obras contenidas en el presente volumen son: Metafísica, Ética a Nicómaco, Política y Retórica.

Metafísica

Según opinión generalizada, el término Metafísica fue el nombre dado por el recopilador Andrónico de Rodas en el siglo I a. C., a la serie de libros de Aristóteles, ordenados por letras del alfabeto griego, que concernían a lo que el propio Aristóteles denominó “filosofía primera”. Como los libros en cuestión fueron colocados en la clasificación y publicación de las obras del Estagirita detrás de los ocho libros de la Física se los llamó Metafísica, es decir, “los que están detrás de la física” o con mayor precisión: “las cosas que están detrás de las cosas físicas”.

Los eruditos están de acuerdo con que esta designación que en su origen tuvo simplemente una función meramente clasificatoria, resultó muy adecuada, porque con los estudios objeto de la “filosofía primera” según definición del propio Aristóteles, se constituyó un saber que aspiraba a penetrar “más allá de” o “detrás de” los estudios “físicos”, esto es, de los estudios concernientes a “la Naturaleza”, de forma que la Metafísica se ocupaba de un saber que trascendía al saber físico o “natural”.

Lo más común era según Aristóteles, el ser, que no tenía nada que ver con una realidad separada como las ideas platónicas. El ser se presenta, únicamente, como unión de un predicado con un sujeto, o como una sustancia. El candente problema del ser, posee en la Metafísica aristotélica un claro planteamiento: “Cuando nos preguntamos por el ser, es como si nos preguntásemos por la sustancia; por consiguiente el objeto principal de nuestro estudio debe ser la naturaleza del ser, entendida como sustancia”.

La Metafísica aristotélica no se ocupa, sin embargo, de los seres que existen, sino de los seres en cuanto existen.

Se divide en catorce libros y en varias partes, algunas de las cuales no son propiamente de Aristóteles. En ellos planteó un problema que ha caracterizado la filosofía hasta la actualidad.

La Metafísica ha sido la obra más influyente de la filosofía occidental.

En la actualidad se tiende a considerar como un conjunto de escritos diversos compuestos en distintas épocas, lo que explica que en algunos libros se observa una mayor influencia del platonismo. También hay que considerar la aportación de Teofrasto.

Subordinada a la Teología en la filosofía medieval, desde el siglo XVI junto al término de metafísica se aplicó con el mismo significado que el de Ontología (Tratado del Ser). En Descartes, Spinoza, Leibniz y otros filósofos del siglo XVII, la metafísica aparecía todavía en última conexión con los conocimientos de las ciencias naturales y humanistas, nexo que en el siglo XVIII se perdió. Tanto en la Edad Moderna como en la Contemporánea, continuó siendo uno de los grandes temas de debate filosófico.

El motivo que inspira a Aristóteles a escribir su Metafísica es el deseo de adquirir la forma de conocimiento que merece más el nombre de sabiduría. La intención y la finalidad del filósofo es en este libro trascendental, alcanzar la suprema forma del saber. Su objetivo es pues el ser y en concreto el Ser Supremo.

Como, por otro lado, el más alto conocimiento, según Aristóteles, es el de las causas últimas y los últimos principios. La Metafísica será la ciencia más noble y más elevada, divina: “Todos los hombres aspiran al saber”, dice al empezar el libro y saber significa conocer las causas supremas y universales. Su objeto es estudiar el ser en cuanto a ser. Uno de sus temas básicos es la teoría de la sustancia o realidad primera.

Para él, el gran defecto del estudio del ser en los pensadores anteriores, desde Parménides a Platón, radica en que se toma al ser en un sentido único. La culminación de su obra es la existencia del primer motor. Un Dios absolutamente alejado de la religión popular, al que resulta imposible mover por medio de plegarias. No es ciertamente el Creador del mundo, para Aristóteles, la materia es increada y en varios pasajes argumenta contra la idea de una creación.

Ética a Nicómaco

En Ética a Nicómaco, escrita en el siglo IV a. C., Aristóteles aborda por primera vez en la literatura universal, la ética como una disciplina que constituye por sí misma una rama filosófica independiente.

La obra está compuesta por diez libros que recogen las disertaciones de Aristóteles en el Liceo y por mucho tiempo se pensó que estaba dedicada a su hijo Nicómaco, de allí su nombre, aunque por su corta edad parece poco probable. El contenido versa sobre lo que Aristóteles denomina virtudes. Aquí el autor plantea y trata esencialmente la cuestión de cómo debe el ser humano ordenar su conducta para alcanzar la felicidad.

 

Para Aristóteles, la ética, ciencia de los hábitos y el carácter, va más allá de lo teórico, se extiende al terreno de la práctica en la búsqueda de la virtud, considerada el bien más preciado por ser parte del alma.

Según Aristóteles, además de las facultades intelectuales del hombre, existe una capacidad complementaria o virtud moral que debe ser la pauta de conducta de cada uno. Esta se basa en tres pilares: la naturaleza (physis), la costumbre (ethos) y la razón (logos).

Con Ética a Nicómaco, Aristóteles inicia toda una tradición de filosofía ética. Plantea que todas las actividades humanas tienden hacia un fin, y ese fin es el bien. También señala que algunas acciones tienen un fin inmediato, mientras que otras son medios para alcanzar un fin mayor.

Aristóteles concluye que el fin más elevado es la felicidad del hombre y de su comunidad. Por eso la ética está subordinada a la política y esta es más noble y bella porque pretende conseguir el bienestar de muchos seres humanos.

Aristóteles distingue tres tipos de felicidad: el placer (la vida de acuerdo con el cuerpo), la política (la vida según la retórica y el honor) y la meditación (la vida de acuerdo a la razón).

La Ética a Nicómaco es un análisis de la relación del carácter y la inteligencia con la felicidad. Evoca la justicia, que es “una cualidad moral que obliga a los seres humanos a practicar cosas justas”. Enseña que la virtud no viene directamente del conocimiento, sino que requiere el hábito. En definitiva, es el libro más influyente de la filosofía moral y una de las grandes obras universales sobre la felicidad, el placer, el dolor y la amistad.

Política

Política data del siglo IV a.C. y fue terminada después de Ética a Nicómaco, en la que su investigación en torno a la ética le llevó a concluir que esta desemboca inevitablemente en la política. Política y Ética a Nicómaco son consideradas parte de un tratado más amplio. En su planteamiento, Aristóteles concluye que el hombre es un ser social, cuyos objetivos se desarrollan siempre enmarcados en una comunidad. Lo político de sus actos se deriva de su capacidad de utilizar el lenguaje, único medio que permite crear una serie de leyes para diferenciar y sancionar lo permitido y aceptable de lo prohibido en el seno de una comunidad, del tamaño que esta sea.

La obra empieza definiendo la figura del Estado como una comunidad de seres que aspiran a la mejor vida posible. Posteriormente el volumen se divide en ocho libros, compuestos por capítulos, a través de los cuales Aristóteles explora la teoría clásica de los diferentes tipos de gobierno. Sus avances serían retomados por otros autores en los siglos siguientes.

Según su teoría, existen seis formas de gobierno, que se caracterizan de acuerdo con el fin que persiga el régimen político —particular o común—. Así, existen tres tipos que tienen como objetivo el bien común: la monarquía, la aristocracia y la democracia, y tres degradaciones que corresponden a cada uno de los anteriores: la tiranía, la oligarquía y la demagogia.

Aunque para su época sus ideas fueron sumamente novedosas dentro de la filosofía, los interrogantes planteados por Aristóteles en sus diversas obras y enunciados, así como sus estudios, investigaciones y argumentos en torno a estas preguntas siguen siendo sumamente relevantes y pertinentes en contextos actuales. Es por ello que sus obras constituyen un legado intelectual de incalculable valor, y que continúa atrayendo a lectores y pensadores.

Retórica

Escrito en el siglo IV a. C., la Retórica puede categorizarse como un tratado en el arte de la persuasión y una de las más importantes contribuciones de la mente del prolífico Aristóteles al mundo de la filosofía.

La evidencia parece apuntar que el contenido de este volumen no fue planeado para publicación o incluso para ser recopilado en un solo formato, sino que nació de la intención de su autor de unificar apuntes e ideas para sus estudiantes.

La Retórica fue desarrollada durante muchos años y en dos períodos diferentes en Atenas, surgiendo como una forma de expansión de las ideas y críticas expresadas por Platón anteriormente, pero que luego Aristóteles desarrolló de tal manera que esta colección de ideas se convertiría con el tiempo en la piedra angular de toda una rama de la filosofía y el pensamiento occidental.


Metafísica:

Libro I

Parte I

Todos los hombres poseen por naturaleza el deseo de saber. El placer que nos proporciona las percepciones de nuestros sentidos es una prueba de esta verdad. Nos complacen por sí mismas, con independencia de su utilidad, sobre todo las de la vista. En efecto, no solo cuando tenemos intención de obrar, sino hasta cuando no nos proponemos ningún objeto práctico, preferimos, por decirlo así, el conocimiento visible a todos los demás conocimientos que nos dan los demás sentidos. Y la razón es que la vista, mejor que los otros sentidos, nos permite conocer los objetos, y nos descubre entre ellos gran número de diferencias.

Los animales reciben de la naturaleza la facultad del conocimiento por los sentidos. Pero este conocimiento en unos no produce la memoria; mientras que en otros sí. Y de este modo los primeros son simplemente inteligentes; y los otros son más capaces de aprender que los que no poseen la facultad de acordarse. La inteligencia, sin la facultad de aprender, es patrimonio de los que no tienen la capacidad de percibir los sonidos, por ejemplo, la abeja y los demás animales que puedan hallarse en el mismo caso. La capacidad de aprender se encuentra en todos aquellos que añaden a la memoria el sentido del oído. Mientras que los demás animales viven reducidos a las impresiones sensibles o a los recuerdos, y apenas se elevan a la experiencia, el género humano posee, para conducirse, el arte y el razonamiento.

En los seres humanos la experiencia proviene de la memoria. En efecto, muchos recuerdos de una misma cosa constituyen una experiencia. Pero la experiencia, al parecer, se asimila casi a la ciencia y al arte. Por la experiencia progresan la ciencia y el arte en el ser humano. La experiencia, dice Polus, y con razón, ha creado el arte, la inexperiencia marcha a la deriva. El arte se inicia, cuando de un gran número de nociones suministradas por la experiencia, se forma una sola concepción general que se aplica a todos los casos semejantes. Saber que tal remedio ha curado a Calias aquejado de tal enfermedad, que ha producido el mismo efecto en Sócrates y en muchos otros considerados individualmente, constituye la experiencia; pero saber que tal remedio ha curado toda clase de enfermos atacados de cierta enfermedad, los flemáticos, por ejemplo, los biliosos o los calenturientos, se considera arte. En la práctica, la experiencia no parece diferenciarse del arte, y se constata que hasta los mismos que solo tienen experiencia logran mejor su objeto que los que poseen la teoría sin la experiencia. Esto prueba que la experiencia es el conocimiento de las cosas particulares, y el arte, por lo contrario, el de lo general. Ahora bien, todos los actos, todos los hechos se producen en lo particular. Porque no es al ser humano al que cura el médico, sino accidentalmente, y sí a Calias o Sócrates o a cualquier otro individuo que resulte pertenecer a él. Luego si alguno posee la teoría sin la experiencia, y conociendo lo general ignora lo particular en el contenido, errará muchas veces en el tratamiento de la enfermedad. En efecto, lo que se trata de curar es al individuo. Sin embargo, el conocimiento y la inteligencia, según la opinión general, son más bien patrimonio del arte que de la experiencia, y los hombres de arte pasan por ser más sabios que los hombres de experiencia, porque la sabiduría se encuentra en todos los hombres en razón de su saber. El motivo de esto es que los unos conocen la causa y los otros no.

En efecto, los hombres de experiencia saben bien que tal cosa existe, pero no saben el porqué; los hombres de arte, por lo contrario, conocen el porqué y la causa. Y así afirmamos con certeza que los directores de obras, cualquiera que sea el trabajo de que se trate, tienen más derecho a nuestro respeto que los simples operarios; tienen más conocimiento y son más sabios, porque conocen las causas de lo que se hace; mientras que los operarios se parecen a esos seres inanimados que obran, pero sin conciencia de su acción, como el fuego, por ejemplo, que quema sin saberlo. En los seres inanimados, una naturaleza particular es la que produce cada una de estas acciones; en los operarios es la costumbre. La superioridad de los jefes sobre los operarios no es debida a su habilidad práctica, sino al hecho de poseer la teoría y conocer las causas. Añádase a esto que el carácter principal de la ciencia consiste en poder ser transmitida por la enseñanza. Y así, según la opinión general, el arte, más que la experiencia, es ciencia; porque los hombres de arte pueden enseñar, y los hombres de experiencia no. Por otra parte, ninguna de las acciones sensibles constituye a nuestros ojos el auténtico saber, bien que sean el fundamento del conocimiento de las cosas particulares; pero no nos dicen el porqué de nada; por ejemplo, no nos enseña por qué el fuego es caliente, sino solo que es caliente.

No sin razón, el primero que inventó un arte cualquiera, por encima de las nociones vulgares de los sentidos, fue admirado por los demás, no solo a causa de la utilidad de sus descubrimientos, sino a causa de su ciencia, y porque era superior al resto. Las artes se multiplicaron, aplicándose las unas a las necesidades, las otras a los placeres de la vida, pero siempre los inventores de que se trata fueron considerados como superiores a los de todas las demás, porque su ciencia no tenía la utilidad por fin. Todas las artes a las que nos referimos estaban inventadas cuando se descubrieron estas ciencias que no se aplican ni a los placeres ni a las necesidades de la vida. Nacieron primero en aquellos puntos donde los seres humanos gozaban de reposo. Las matemáticas fueron inventadas en Egipto, porque en este país se dejaba un gran esparcimiento a la casta de los sacerdotes.

Hemos asentado en la Moral la diferencia que hay entre el arte, la ciencia y los demás conocimientos. Todo lo que sobre este punto nos proponemos decir ahora, es que la ciencia que se llama Filosofía es, según la idea que por lo general se tiene de ella, el estudio de las primeras causas y de los principios.

Así pues, como acabamos de señalar, el hombre de experiencia parece ser más sabio que el que solo tiene conocimientos sensibles, cualesquiera que ellos sean: el hombre de arte lo es más que el hombre de experiencia; el operario es aventajado por el director del trabajo, y la especulación es superior a la práctica. Es, por tanto, evidente que la Filosofía es una ciencia que se ocupa de ciertas causas y de ciertos principios.

Parte II

Puesto que esta ciencia es el objeto de nuestras investigaciones, examinemos de qué causas y de qué principios se ocupa la filosofía como ciencia; cuestión que se aclarará mucho mejor si se analizan las diversas ideas que nos formamos del filósofo. En principio, concebimos al filósofo principalmente como conocedor del conjunto de las cosas, en cuanto es posible, pero sin tener la ciencia de cada una de ellas en particular. De inmediato, el que puede llegar al conocimiento de las cosas difíciles, aquellas a las que no se llega sino venciendo graves dificultades, ¿no le llamaremos filósofo? En efecto, conocer por los sentidos es una facultad común a todos, y un conocimiento que se adquiere sin esfuerzos no tiene nada de filosófico. Finalmente, el que tiene las nociones más rigurosas de las causas, y que mejor enseña estas nociones, es más filósofo que todos los demás en todas las ciencias; aquella que se busca por sí misma, solo por el ansia de saber, es más filosófica que la que se estudia por sus resultados; así como la que domina a las demás es más filosófica que la que está supeditada a cualquiera otra. No, el filósofo no debe recibir leyes, y sí darlas; ni es necesario que obedezca a otro, sino que debe obedecerle el que sea menos filósofo.

 

Tales son, en suma, los modos que tenemos de concebir la filosofía y los filósofos. Ahora bien; el filósofo, que posee a la perfección la ciencia de lo general, posee por necesidad la ciencia de todas las cosas, porque un hombre de tales circunstancias sabe en cierta manera todo lo que se encuentra comprendido bajo lo general. Pero puede decirse también que es muy difícil al ser humano llegar a los conocimientos más generales; como que las cosas que son objeto de ellos se encuentran mucho más lejos del alcance de los sentidos.

Entre todas las ciencias, son las más estrictas las que son más ciencias de principios; las que recaen sobre un pequeño número de principios son más estrictas que aquellas cuyo objeto es múltiple; la aritmética, por ejemplo, es más estricta que la geometría. La ciencia que estudia las causas es la que puede enseñar mejor, porque los que explican las causas de cada cosa son los que con certeza enseñan. Finalmente, conocer y saber con el solo objeto de saber y conocer, tal es por excelencia el carácter de la ciencia de lo más científico que existe. El que desee estudiar una ciencia por sí misma, escogerá entre todas la que sea más ciencia, puesto que esta ciencia es la ciencia de lo que posee de más científico. Lo más científico que existe lo constituyen los principios y las causas. Por su medio conocemos las demás cosas, y no conocemos aquellos por las demás cosas. Porque la ciencia soberana, la ciencia superior a toda ciencia subordinada, es aquella que conoce el porqué debe hacerse cada cosa. Y este porqué es el bien de cada ser, que tomado en general, es lo mejor en todo el conjunto de los seres.

De todo lo que acabamos de exponer sobre la ciencia misma, se infiere la definición de la filosofía que buscamos. Es forzoso que sea la ciencia teórica de los primeros principios y de las primeras causas, porque una de las causas es el bien, la razón final. Y que no es una ciencia práctica lo prueba el ejemplo de los primeros que han filosofado. Lo que en un principio movió a los seres humanos a hacer las primeras investigaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración. Entre los objetos que admiraban y de que no podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después, avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes fenómenos; por ejemplo, las diversas fases de la Luna, el curso del Sol y de los astros y, por último, la formación del Universo. Buscar una explicación y admirarse, es reconocer que se ignora. Y así, puede decirse que el amigo de la ciencia lo es en cierta manera de los mitos, porque el asunto de los mitos es lo maravilloso. Por consiguiente, si los primeros filósofos filosofaron para librarse de la ignorancia, está claro que se consagraron a la ciencia para saber, y no por miras de utilidad. El hecho mismo lo prueba, puesto que casi todas las artes que tienen relación con las necesidades, con el bienestar y con los placeres de la vida, eran ya conocidas cuando se iniciaron las indagaciones y las explicaciones de este género. Está, por lo tanto, claro que ningún interés extraño nos mueve a hacer el estudio de la filosofía.

Así como denominamos hombre libre al que se pertenece a sí mismo y no tiene dueño, en igual forma esta ciencia es la única entre todas las demás que puede llevar el nombre de libre. Solo ella efectivamente depende de sí misma. Y así con razón debe mirarse como cosa sobrehumana la posesión de esta ciencia. Porque la naturaleza del ser humano es esclava en tantos aspectos, que solo Dios, hablando como Simónides, debería disfrutar de este precioso privilegio. Sin embargo, es indigno del ser humano no ir en busca de una ciencia a que puede aspirar. Si los poetas tienen razón diciendo que la divinidad es capaz de envidia, con ocasión de la filosofía podría aparecer principalmente esta envidia, y todos los que se elevan por el pensamiento deberían ser desventurados. Pero no es posible que la divinidad sea envidiosa, y los poetas, como dice el proverbio, mienten en muchas ocasiones.

Finalmente, no hay ciencia más digna de consideración que esta, porque debe estimarse más la más divina, y esta lo es en un doble significado. En efecto, una ciencia que es principalmente patrimonio de Dios, y que trata de las cosas divinas, es divina entre todas las ciencias. Pues bien, solo la filosofía posee este doble carácter. Dios pasa por ser la causa y el principio de todas las cosas, y Dios solo, o principalmente al menos, puede poseer una ciencia semejante. Todas las demás ciencias tienen, es cierto, más relación con nuestras necesidades que la filosofía, pero ninguna la aventaja.

El fin que nos proponemos en nuestra empresa debe ser una admiración contraria, si puedo confesarlo así, a la que provocan las primeras indagaciones en toda ciencia. En efecto, las ciencias, como ya hemos observado, poseen siempre su origen en la admiración o asombro que inspira el estado de las cosas; como, por ejemplo, por lo que hace a las maravillas que de suyo se ofrecen a nuestros ojos, el asombro que inspiran las revoluciones del Sol o lo inconmensurable de la relación del diámetro con la circunferencia a los que no han examinado todavía la causa. Es cosa que deja perplejos a todos que una cantidad no pueda ser medida ni tan solo por una medida pequeñísima. Pues bien, nosotros necesitamos participar de una admiración contraria: lo mejor se encuentra al fin, como dice el proverbio. A este, en los objetos de que se trata, se llega mejor por el conocimiento, porque nada causaría más sorpresa a un geómetra que el ver que la relación del diámetro con la circunferencia se hacía conmensurable.

Ya hemos analizado cuál es la naturaleza de la ciencia que investigamos, el objeto de nuestro estudio y de este tratado.

Parte III

Está claro que es necesario adquirir la ciencia de las causas primeras, puesto que afirmamos que se sabe, cuando creemos que se conoce la causa primera. Se diferencian cuatro causas. La primera es la esencia, la forma propia de cada cosa, porque lo que hace que una cosa sea, está toda entera en la noción de aquello que ella es; la razón de ser primera es, por tanto, una causa y un principio. La segunda es la materia, el sujeto; la tercera el principio del movimiento; la cuarta, que corresponde a la precedente, es la causa final de las otras, el bien, porque el bien es el fin de toda producción.

Estos principios han sido suficientemente expuestos en la Física. Recordemos, sin embargo, aquí las opiniones de aquellos que antes que nosotros se han dedicado al estudio del ser y han filosofado sobre la verdad; y que, por otra parte, han reflexionado también sobre ciertos principios y ciertas causas. Esta revista será un prolegómenos útil a la búsqueda que nos ocupa. En efecto, o descubriremos alguna otra especie de causas, o tendremos mayor confianza en las causas que acabamos de exponer.

La mayoría de los primeros que filosofaron, no tuvieron en cuenta los principios de todas las cosas, sino desde el punto de vista de la materia. Aquello de donde salen todos los seres, de donde se origina todo lo que se produce, y adonde va a parar toda aniquilación, persistiendo la sustancia misma bajo sus diversas modificaciones, he aquí el principio de los seres. Y así creen, que nada nace ni perece con certeza, puesto que esta naturaleza primera permanece siempre; a la manera que no decimos que Sócrates nace realmente, cuando se hace hermoso o músico, ni que perece, cuando pierde estas cualidades, puesto que el sujeto de las modificaciones, Sócrates mismo, persiste en su existencia, sin que podamos servirnos de estas expresiones respecto a ninguno de los demás seres. Porque es necesario que exista una naturaleza primera, sea única, sea múltiple, la cual subsistiendo siempre, origine todas las demás cosas. Respecto al número y al carácter propio de los elementos, estos filósofos no están de acuerdo.