25 peruanos del siglo XX

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© Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)
Compilador:Pedro Cateriano Bellido
Corrección de estilo:Jessica Vivanco
Diseño de cubierta:Dickson Cruz y Martha Rechkemmer
Diagramación:Martha Rechkemmer
Editado por:Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas S. A. C.Av. Alonso de Molina 1611, Lima 33 (Perú)Teléfono: 313-3333www.upc.edu.pe
Primera edición: junio de 2021Versión e-book: junio de 2021


Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC)Biblioteca
Pedro Cateriano Bellido, 25 peruanos del siglo xx
Lima: Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC), 2021ISBN de la versión e-book e-Pub: 978-612-318-332-5
BIOGRAFÍAS, INTELECTUALES, POLÍTICOS, PRESIDENTES, LITERATOS, MÉDICOS, PINTORES, EMPRESARIOS, PERÚ
920.085 CATE 2021


DOI: http://dx.doi.org/10.19083/978-612-318-332-5
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.° 2021-05612
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.
El contenido de este libro es responsabilidad de sus autores y no refleja necesariamente la opinión de los editores.

Presentación

En diciembre de 2010, el Fondo Editorial de la UPC publicó Veinte peruanos del siglo xx, edición ideada y compilada por Pedro Cateriano Bellido. Habiendo transcurrido poco más de una década, y ad portas del bicentenario de la república, se ha considerado conveniente reeditar esta obra e incluir a cinco personajes adicionales que también han contribuido, desde su quehacer profesional, con el desarrollo moral, económico, político y cultural del Perú a lo largo del siglo pasado.

Este esfuerzo tiene por objetivo reconocer y recordar el legado de veinticinco insignes personajes que, a través de su obra, han transcendido en nuestra historia. En la presente edición, incorporamos a personajes del calibre de Javier Pérez de Cuéllar, Doris Gibson, José Abelardo Quiñones, Julio C. Tello y Tilsa Tsuchiya, para así poder difundir el impacto que cada uno de ellos tuvo y tiene en la realidad peruana y mundial.

Como bien señaló nuestra decana de la Facultad de Comunicaciones, la Dra. Úrsula Freundt-Thurne, en la presentación de la primera edición, “estos ensayos no cuentan historias. [Más bien,] Presentan formas de hacer historia”. Nuestra historia, relatada a través de los personajes que le dieron forma, se convierte en un espejo que refleja el alma de una nación, un alma del cual podemos aprender para seguir avanzando, idealmente, sin volver a cometer los mismos errores del pasado.

En 25 peruanos del siglo xx, se ha actualizado la mayor parte de los ensayos originales y se ha invitado a cinco nuevos autores a compartir sus reflexiones acerca de los personajes que se incluyen en esta nueva edición, figuras a las que conocen a profundidad, ya sea por ser especialistas en la materia o por haber sostenido una relación amical o profesional con ellos durante años. A través de estos textos, las nuevas generaciones podrán conocer, entender y apreciar los sucesos más significativos y relevantes de nuestra historia durante el siglo xx.

Agradecemos a los autores de los cinco ensayos incorporados en esta reedición, así como a los autores de la primera edición, por aceptar el encargo y haberlo realizado con el profesionalismo que los caracteriza.

Edward Roekaert Embrechts

Rector

Lima, mayo de 2021

Manuel González Prada (1844-1918)

Eugenio Chang-Rodríguez

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Una vida ejemplar

Manuel González Prada, el más egregio pensador progresista peruano de fines del siglo xix y principios del siglo xx, tiene un lugar prominente en la historia literaria latinoamericana. Sus escritos nutrieron e inspiraron a varias generaciones de discípulos deseosos de democratizar y modernizar el Perú. Este tercer vástago de Francisco González de Prada y Marrón de Lombera (1815-1863) y Josefa (Pepa) de Ulloa y Rodríguez de la Rosa (1820-1887), ambos de destacadas familias aristocráticas y religiosas, nació en Lima. Recibió la educación básica en Valparaíso y en la capital del Perú, en el Seminario de Santo Toribio y en el Convictorio de San Carlos, plantel este último que ofrecía estudios secundarios y universitarios. En vez de concentrarse en los libros de texto, el joven alumno prefirió dedicarse a escribir poesía y a leer obras literarias y discursos de congresistas liberales. A los dieciocho años de edad, ya había compuesto algunos centenares de versos que no publicó ni compartió con nadie. Ganado por el interés literario, desechó el consejo paterno de recibirse de abogado, aunque aprobó todos los cursos de esa carrera, y se retiró del Convictorio sin obtener ningún grado universitario.

Hacia 1870, el joven Manuel se estableció en Tutumo, una de las propiedades familiares en el valle de Mala, provincia de Cañete, al sur de Lima, vecina a los contrafuertes andinos. Retirado en esa finca, continuó leyendo a los clásicos de la lengua castellana, especialmente a Quevedo, Góngora, Fray Luis de Granada, los Argensola, Gracián, Cervantes y al Inca Garcilaso de la Vega, además de seguir familiarizándose con las obras de Goethe, Heine y otros grandes escritores alemanes. A veces interrumpía sus lecturas para estudiar química y realizar experimentos conformes con su proyecto industrial para obtener almidón y otros derivados de la yuca cultivada en sus tierras de Mala.

Pronto se le reconoció como poeta destacado, particularmente después de ser incluido en el Parnaso peruano, antología editada por José Domingo Cortés en Valparaíso, en 1871. El inquieto escritor publicaba poco: una que otra colaboración en El Correo del Perú y lo demás iba al canasto de papeles, después de seleccionar para sus archivos baladas indígenas como “Supay”, “Huatanay”, “La invención de la quena”, “La aparición del coraquenque”, “Caridad de Velarde”, “La llegada de Pizarro” y otras composiciones publicadas póstumamente por su hijo Alfredo y Luis Alberto Sánchez. Sus observaciones del sufrimiento de la población nativa, y conversaciones con los pongos y yanaconas le proporcionaron material para componer las baladas que publicó de 1871 a 1873 en El Correo del Perú y las incluidas póstumamente en Baladas peruanas, como “El mitayo” y “Las tres flechas del inca”.

De romántico a precursor del modernismo

Aunque a los dieciocho años de edad, Manuel ya había compuesto algunos centenares de versos, en su mayoría románticos, poco a poco se fue inclinando hacia la renovación literaria conocida después como modernismo. Por esos años también compuso algunas piezas teatrales. Entre 1866 y 1867 terminó por lo menos el drama romántico Amor y pobreza y el sainete en verso festivo “La tía y la sobrina”. No contento con su propia producción escrita, se dedicó a traducir al castellano poemas alemanes. El 18 de setiembre de 1867, el diario limeño El Comercio publicó su primera letrilla, firmada escuetamente “Manuel G. P.”, sin el aristocrático “de” usado por la familia González de Prada. Así, el rebelde Manuel renunciaba a su alto rango social. Hizo lo mismo al publicar siete poemas sentimentales en el Parnaso peruano.

Don Manuel fue admitido como socio de la Sección Artes y Letras del Círculo Literario, presidido por Francisco García Calderón, futuro presidente del país. A esa prestigiosa organización pertenecían Ricardo Palma, Luis Benjamín Cisneros y otros distinguidos escritores civilistas. Pese a su vinculación con instituciones prestigiosas, el joven autor continuó manifestando rebeldía contra las tradiciones aristocráticas, plutocráticas, religiosas y políticas. Tal actitud eventualmente desembocó en una postura radical, afín a la de Francisco de Paula González Vigil (1792-1875), sobre quien don Manuel escribió un ensayo biográfico en 1890, identificándolo como “solitaria columna de mármol a orillas de un río cenagoso”.

Dos amores y un matrimonio antes de la guerra del Pacífico

En una de sus ocasionales visitas a Lima, don Manuel, cuando frisaba los treinta se enamoró de Verónica Calvet de Bolívar, de unos veinticinco años de edad. De este vínculo amoroso nació Mercedes, en 1878. ¿Por qué no se casaron? Tal vez porque el año anterior Manuel había conocido a Adriana de Vernehuil y Conches, agraciada adolescente francesa, con quien contrajo matrimonio en 1887 y desde entonces se convertiría en la “animadora” de su esposo.

En 1880, cuando los chilenos triunfantes se acercaban a Lima, don Manuel los combatió defendiendo el cerro del Pino (a unos dos kilómetros al sur de Lima), vecino a Chorrillos. Después de cumplir el deber de defender a la patria, el entristecido Manuel se encerró en la casa materna durante la mayor parte del cuatrienio de la ocupación chilena de Lima. La catástrofe nacional fue definitoria para González Prada y su generación. La estela de pesimismo y revanchismo frustrado lo afectaron profundamente.

En este segundo aislamiento, don Manuel se dedicó a escribir. En esos cuatro años compuso un sainete satírico en versos octosilábicos, varias obras en prosa y otras piezas sarcásticas, además de una especie de poema cómico escenificado. Pero lo que escribía con más gusto eran letrillas, romances, epigramas, rondeles, sonetos, triolets y, sobre todo, baladas. También compuso varios ensayos de Ortometría.

 

Presidencia del Círculo Literario y de la Unión Nacional

Cuando las tropas chilenas de ocupación abandonaron Lima en 1884, en virtud del Tratado de Ancón (1883), don Manuel puso fin a su reclusión. Surgió de su segundo retiro resuelto a predicar contra el desbarajuste moral y a enfrentarse a los responsables de la derrota. Con motivo de la muerte de Víctor Hugo, el 22 de mayo de 1885, don Manuel publicó en El Comercio una elegía en la cual se identificó con sus objetivos vitales. A los pocos meses, para celebrar las Fiestas Patrias, don Manuel publicó en el mismo diario el artículo “Grau”, que poco después se reprodujo como la pieza central del folleto A los defensores de la patria, con trabajos de Ricardo Palma, José Antonio de Lavalle y otros reconocidos escritores.

El conservador Club Literario de la capital peruana se convirtió en el Ateneo de Lima en 1885. Al año siguiente, Manuel dictó la conferencia requerida para su incorporación en esa institución. No obstante su creciente prestigio intelectual, el recién afiliado se desilusionó con la tradición literaria del Ateneo de Lima y, con un grupo de jóvenes, organizó el Círculo Literario como vehículo de una literatura basada en la ciencia y orientada así hacia el futuro. La nueva institución nació para “concurrir a la formación de una literatura eminentemente nacional” (Revista Social, 1886). En setiembre de 1887, el Círculo Literario lo eligió presidente para suceder a Luis Márquez, quien se encontraba gravemente enfermo. Al asumir su puesto el siguiente octubre, González Prada declaró en su discurso en el Palacio de la Exposición que consideraba al Círculo como el “partido radical de nuestra literatura” (Revista Social, 1887).

En la celebración del 28 de julio de 1888, aniversario de la declaración de la independencia del Perú, cuando se recolectaron fondos para el rescate de las provincias cautivas Tacna y Arica, el ecuatoriano Miguel Urbina, con voz límpida, leyó en el Teatro Politeama de Lima la famosa disertación de González Prada “Discurso en el Politeama”. Las felicitaciones por tan polémica pieza de oratoria, especialmente procedentes de provincias, fueron difundidas por Abelardo Gamarra en La Integridad, para disgusto de los periódicos gubernamentales, que atacaban, condenaban y apoyaban la excomunión de González Prada. El 30 de octubre de 1888, al cumplirse el año de la fundación del Círculo Literario, don Manuel aludió a don Ricardo Palma en su “Discurso en el Teatro Olimpo” cuando dijo: “Cultivamos una literatura de transición [...], ese monstruo engendrado por las falsificaciones agridulcetes de la historia y la caricatura microscópica de la novela [...]. Rompamos ese pacto infame y tácito de hablar a media voz”.

En mayo de 1891, González Prada, Germán Leguía Martínez, Víctor Maúrtua, Luis Ulloa, Carlos Rey de Castro, el trujillano Wenceslao Cuadra y otros integrantes del Círculo Literario fundaron la Unión Nacional, cuya “Declaración de principios”, redactada por don Manuel y publicada el 16 de mayo de 1891 en La Integridad, expresa objetivos reformistas para establecer un Gobierno parlamentario dedicado a un programa de reformas sociales y medidas en defensa del indígena. Poco después, el nuevo partido político lo nombró su presidente.

Estancia cultural en Europa (1891-1898)

En el mismo 1891, los integrantes de la Unión Nacional se sorprendieron y se decepcionaron cuando recibieron la siguiente noticia: don Manuel y Adriana viajaban a Europa para satisfacer un viejo deseo de ampliar horizontes culturales y olvidar las pérdidas de sus dos primeros vástagos, muertos al poco tiempo de nacer en Lima.

Una vez instalado en París, don Manuel asistió asiduamente a las clases de Ernest Renan y Louis Nicolas Ménard en el Collège de France, y a las salas de lectura de la Biblioteca Nacional. Allá hizo pesquisas sobre métrica, rítmica. Además, leyó tanto las obras de antropólogos sociales (Le Bon, Gumplowicz y Tarde) como de los anarquistas Bakunin y Kropotkin. En La Sorbona, escuchó las conferencias del egiptólogo Henri Maspero (1846-1916) y concurrió a charlas sobre literatura china. Se matriculó como alumno libre de esa venerable institución de alta cultura, alternando su asistencia con visitas a los museos y concurrencia a la Comédie Française y a la ópera.

El 16 de octubre de 1891 nació Alfredo, el hijo esperado. Pasados los primeros meses de engreír al niño entrañable, don Manuel reasumió la búsqueda cultural. A menudo asistía a la Biblioteca Nacional, al Museo del Louvre y a diversos auditorios donde se pronunciaban conferencias sobre el positivismo de Comte. En Mi Manuel, su viuda recuerda detalles de esa vida parisina. Estuvo presente en los sepelios de varias personalidades de renombre internacional: Renan, Maupassant, Leconte de Lisle y Louis Pasteur. En los funerales de Guy de Maupassant escuchó la apología de Émile Zola a su amigo y correligionario de la escuela realista. Concurrió a representaciones de obras teatrales clásicas y se entusiasmó con las conferencias sobre positivismo.

Acatando la sugerencia de sus corresponsales peruanos, a mediados de 1894, González Prada publicó en la imprenta de Paul Dupont su libro Pájinas libres, escrito con innovadora ortografía. La obra circuló en el Perú merced a Abelardo M. Gamarra y otros admiradores del autor, quienes deseaban contrarrestar la crítica de los conservadores, especialmente de los clericales que en Arequipa habían quemado su efigie en plena plaza pública.

Después de vivir cuatro años en París, Manuel, Adriana y Alfredo dedicaron varias semanas a recorrer Bélgica y el sur de Francia antes de proseguir a Barcelona y después a Madrid. En España se relacionó con escritores republicanos, visitó la Biblioteca de la Real Academia Española (RAE), el Ateneo y trabó amistad con el político y escritor catalán Francisco Pi y Margall (1824-1901), expresidente de la Primera República Española (febrero de 1873-enero de 1874). Con él, asistió a una de las sesiones de la RAE. Fueron meses de estudio, visitas a centros políticos y concurrencias al Teatro Español, donde actuaba la célebre María Guerrero (1867-1928), y al Teatro de la Princesa, de cuyas comedias disfrutó. Después de pasar dos años en España, ante la insistencia de familiares y amigos, los esposos González Prada decidieron retornar al Perú. En marzo de 1898, en Burdeos, abordaron un vapor con destino a Colón en ruta al Callao.

Del proselitismo positivista a la prédica anarquista

Los tres González Prada llegaron al Callao el 2 de mayo de 1898. Abelardo Gamarra y otros amigos de la Unión Nacional les dieron la bienvenida. En los días siguientes, le informaron lo ocurrido con su partido, debilitado por la claudicación de algunos miembros tránsfugas al grupo de Piérola. Al poco tiempo, el rebelde pensador escribió su discurso “Los partidos y la Unión Nacional”, en el cual criticó al Poder Ejecutivo. El Gobierno prohibió que su discurso “Libre pensamiento de acción” se leyera en el Teatro Politeama el 28 de agosto de 1898, en la conferencia organizada por la Liga de Librepensadores del Perú. En todo el país, se protestó contra el atropello. Clausurada La Luz Eléctrica, la Unión Nacional editó el periódico Germinal para defender al pueblo contra el Gobierno de Piérola, los gamonales y el clericalismo. En ese diario, don Manuel publicó muchos artículos firmados con seudónimo. El Gobierno clausuró Germinal valiéndose de un juez venal. González Prada respondió en agosto de 1899 fundando otro periódico: El Independiente.

Consolidado Eduardo López de Romaña en el poder, don Manuel lo atacó en La Idea Libre y otros rotativos. El nuevo régimen continuó la política pierolista contra la oposición y clausuró El Independiente. En este ambiente de zozobra, don Manuel se refugió en sus versos. En 1901, la “animadora” Adriana y su hijo Alfredito, con una maquinita de imprimir tarjetas, en seis meses de ardua labor en casa, publicaron Minúsculas, el primer poemario de don Manuel.

Cuando Manuel Pardo Barreda, hijo del fundador del Partido Civil, asumió la presidencia del país, la Unión Nacional, ya aliada con el Partido Liberal, propuso nombrar a González Prada candidato presidencial. Don Manuel declinó postular tanto a la presidencia como a la vicepresidencia. Inaugurado el nuevo régimen civilista, don Manuel continuó colaborando con los obreros. Usando seudónimos, publicó muchos artículos en Los Parias, periódico ácrata de gran circulación en las masas proletarias. En esos artículos, don Manuel censuró acerbamente la organización social y política del país e inició una intensa campaña indigenista como reacción al incremento de los abusos contra los amerindios. Su mensaje circuló profusamente en provincias. En la Federación de Obreros Panaderos, cuando se celebraba el Día del Trabajo el 1 de mayo de 1905, don Manuel pronunció el discurso “El intelectual y el obrero”. Su pieza de oratoria estaba impregnada de ideas socialistas, parecidas a las circulantes en Europa. El 20 de setiembre del mismo 1905, don Manuel y Dora Mayer (1868-1957) pronunciaron sendos discursos en la logia masónica Stella d’Italia, con motivo de la celebración del día nacional de ese país. Prada se ocupó de “Italia y el papado”.

Aconsejado por su “animadora”, don Manuel reunió en 1908 varios ensayos suyos y los publicó en forma de libro, con el título Horas de lucha. Este tercer volumen impreso fue bien acogido, especialmente por los librepensadores y masones quienes organizaron en la logia Stella d’Italia una velada en su honor. En 1909, Prada publicó su cuarto libro: Presbiteriana. Por su virulento ataque anticlerical, y para no comprometer al periódico Los Parias, donde se imprimió, el volumen apareció anónimamente. Su segundo poemario y quinto libro, Exóticas, se lanzó en 1911.

La dirección de la Biblioteca Nacional y el infarto mortal

Varias veces, los admiradores de González Prada trataron de convencerlo de que aceptara una posición gubernamental, un puesto estatal. Don Manuel no accedió hasta que Germán Leguía y Martínez, cofundador de la Unión Nacional, al ser proclamado ministro de Estado, nombró a su correligionario don Manuel director de la Biblioteca Nacional en marzo de 1912. Inmediatamente, Ricardo Palma y sus amigos criticaron su actitud. Algunos, despiadadamente, lo llamaron “Catón de alquiler”. González Prada les respondió publicando una “Nota informativa sobre la Biblioteca Nacional”, en la que señalaba las deficiencias en esa venerable institución. Los jóvenes discípulos de don Manuel lo respaldaron y acudieron a la casa del maestro a escuchar sus enseñanzas, consejos y orientación intelectual.

Al mes siguiente de que el coronel Óscar R. Benavides asaltara el poder (febrero del 1914), el Congreso títere lo nombró presidente provisional del Perú. En protesta por ese acto de fuerza militarista, don Manuel presentó su renuncia irrevocable a la dirección de la Biblioteca Nacional. Con perversidad, el Gobierno no la aceptó e inmediatamente lo destituyó. González Prada aceptó el desafío y lanzó el periódico La Lucha, cuya primera edición fue incautada por la Policía. Ante la represión soldadesca, don Manuel escribió Bajo el oprobio, libro que solo se publicaría póstumamente. En setiembre de 1915, José Pardo y Barreda retornó al Gobierno y, en febrero de 1916, restituyó a González Prada en la dirección de la Biblioteca Nacional.

Entretanto, Colónida y otras importantes revistas culturales comenzaron a aparecer en Lima y provincias. En su despacho de director de la Biblioteca Nacional y en su casa, don Manuel recibía a numerosos visitantes deseosos de orientación intelectual y revaloración de las ideas durante la crisis de la Primera Guerra Mundial. Para González Prada, 1918 fue un año de hondas preocupaciones, como lo revelaron después los escritos inéditos arrumados en su buró de casa mientras desempeñaba la dirección de la Biblioteca Nacional. Presintiendo la aproximación de la muerte, escribió composiciones contra las crueldades encontradas en la vida. Murió de un infarto cardíaco a las 12:40 de la tarde del 22 de julio de 1918. Así partió el maestro, dejando su obra inconclusa. Por suerte, había plantado semillas cuyos frutos cosecharían sus numerosos discípulos.

Aportaciones literarias

Manuel González Prada realizó sus principales contribuciones intelectuales en el ámbito de las letras. Se dedicó a componer versos con temas sociales. Cuando la métrica española no le ayudaba a expresarse como deseaba, recurría a esquemas de rima de otras tradiciones literarias. Del alemán tomó las baladas; del francés, los rondeles y triolets; del italiano, los respetos y las balatas; y del Oriente, las técnicas artísticas persas y malayas. Todo ello le ayudó a convertirse en un precursor del movimiento literario hispanoamericano modernista, aporte reconocido por los críticos. Al leer los versos de González Prada, comprendemos a Kant, quien afirmó que una de las metas de la poesía es transformar los conceptos en ideas estéticas. Mayormente sus poemas se recopilaron y editaron de manera póstuma en las colecciones Libertarias (1938), Baladas peruanas (1939), Letrillas (1975) y Cantos de otro siglo (1878), otros permanecen inéditos en la Biblioteca Nacional del Perú.

 

Así como dio pautas de versificación, González Prada también legó recomendaciones para escribir en prosa. Deseoso de promover una revolución en las letras nacionales, cuando desempeñaba el papel de portavoz de las inquietudes de los autores de avanzada, en el Círculo Literario anunció la posibilidad de una literatura radical. Empeñado en que el escritor responda a la lengua y a la realidad geográfico-social americana, don Manuel recomendó no usar el despojo seco de las cosechas extranjeras y no repetir pensamientos ajenos. Así como Emerson se quejó en los Estados Unidos de la continuada imitación de Shakespeare, González Prada lamentó objetivamente, sin sentimiento antiibérico, que los peruanos del siglo xix emularan servilmente a Espronceda, Campoamor y Bécquer.

Según González Prada, el escritor puede conseguir la libertad intelectual y moral apropiándose del castellano y desarrollándolo con características que traducen la especificidad de las condiciones sociohistóricas de la realidad del país. Así, para crear una literatura nacional moderna, propuso modificar tanto la ortografía como el contenido cognoscitivo del castellano. Los escritos de González Prada se caracterizan por el empleo de vocablos exactos y rítmicos, particularmente en su libro póstumo, Trozos de vida (París, 1933). Su prosa está influida por la burla de Quevedo, la frescura de Voltaire y el entusiasmo de Rousseau. Sus oraciones gráficas sintetizan un pensamiento atrevido y un contagioso estado emocional. Con frecuencia, las metáforas reemplazan los adjetivos y los adverbios. Por otro lado, sus símiles, onomatopeyas, alegorías, alusiones y otras figuras retóricas, enriquecidas por una elegancia musical, no sacrifican ni la sinceridad del sentimiento, ni la claridad del contenido. Como Baudelaire, siguiendo a los impresionistas, don Manuel cultivó la sinestesia. Por todas estas innovaciones, poco a poco se convirtió en una personalidad literaria de relieve continental, y en un gran divulgador de las ideas prevalentes en las letras francesas y alemanas. Conforme pasaron los años, para satisfacción de sus admiradores, su ars poetica se perfeccionó. Con respecto a Pájinas libres, Miguel de Unamuno observó: “Es uno de los pocos, de los muy pocos libros latinoamericanos, que he leído más de una vez; y uno de los pocos, de los poquísimos, de los cuales tengo un recuerdo vivo” (Unamuno, 1918, p. 115).

Debemos recordar que después de retornar de Europa, González Prada se acercó al proletariado y publicó nuevos ensayos progresistas hasta convertirse en uno de los exponentes más importantes del pensamiento radical hispanoamericano. En 1908, publicó Horas de lucha, su segundo libro en prosa sobre la realidad nacional. En esta colección destacan “Los partidos y la Unión Nacional”, “Nuestro periodismo”, “Nuestros conservadores”, “Nuestros liberales”, “Nuestros magistrados”, “Nuestros legisladores”, “Nuestra aristocracia” y otros ensayos que radiografían la sociedad peruana1. Con metáforas cargadas de ironía y sarcasmo, el autor, valiéndose de la hipérbole, critica implacablemente las instituciones del país.

González Prada estuvo convencido de encontrarse en el umbral de una gran transformación histórica nacional, en el inicio de la revolución, en la cual lo viejo y lo nuevo colisionan en circunstancias donde las glorias del pasado sirven de lanzas para forjar el futuro. En esta coyuntura, el escritor cumple su misión de propaganda y ataque. Cuando se critica a don Manuel por hacer de la literatura una tribuna, no se han tenido en cuenta las circunstancias que condicionaron el aspecto social de sus escritos. Nuestro autor solía enfrentarse al desafío histórico con apasionamiento y elocuencia. A despecho de esos críticos, en su mayoría peruanos, la influencia continental de Manuel González Prada ha sido reconocida por prominentes hombres de letras de las Américas y Europa. Por ejemplo, Rufino Blanco Fombona (1874-1944) lo consideró como uno de los cinco grandes escritores latinoamericanos; Miguel de Unamuno sostuvo que había muy pocos autores americanos y no americanos que conmovieran más a sus lectores que González Prada, “incansable forjador de metáforas [...] que escribe a estocadas retóricas”.

Aportaciones políticas

Además de dejar su impronta en la literatura, González Prada marcó profundamente la política peruana. Su pensamiento ha influido en la redacción de programas para modernizar y democratizar el país. Su aversión a las limitaciones y los prejuicios sociales, al colonialismo estético y a la sociedad retrógrada, lo empujó fuera del ámbito propiamente artístico y produjo una literatura política, centrada en señalar los males del Perú y la necesidad de una transformación social. Su defensa de los desamparados del mundo le ganó adeptos y admiradores en muchas partes. Durante la guerra civil española, iniciada en 1936, los obreros de Barcelona publicaron Anarquía, el libro revolucionario de González Prada. En América, desde Buenos Aires hasta Nueva York, su nombre se convirtió en bandera de protesta antiimperialista.

No obstante la exasperación causada por la apatía de muchos intelectuales y obreros, González Prada se mantuvo optimista, confiado en que sus discípulos serían testigos y partícipes de la revolución. González Prada compartió con Víctor Hugo el objetivo literario de destruir para construir, sublevar el espíritu nuevo contra el espíritu viejo y convertir la república literaria en campo de batalla. Su discurso comparativo y metafórico ilumina el discurrir de su lógica para estimular simpatía y exaltar tanto el consciente como el subconsciente del lector. En su deseo de recalcar hechos y conceptos, recurre a la hipérbole, la exclamación, la letra cursiva o subrayada y los dos puntos. Cuando la circunstancia lo exige, utiliza neologismos, diminutivos, indigenismos y americanismos. Otras veces acude a los escritores del Siglo de Oro, particularmente a Quevedo. Estructurados con uno o dos párrafos introductorios, sus ensayos continúan con varios apartados donde desarrolla su tesis con un inciso de conclusiones. Casi todas las secciones terminan en una oración sentenciosa por medio de la cual remata la idea central. Los periodos finales, en forma de aforismos o apóstrofes, conllevan la intención de crear imágenes cargadas de insinuaciones persuasivas, como “La lectura debe proporcionar el goce d’entender, no el suplicio de adivinar” (González Prada, 1985, p. 255). Al evocar sabrosas anécdotas, el prosista entretiene y divierte al lector, quien, desde las primeras páginas, admira la valentía, el estilo y la concisión del autor.

En Pájinas libres, González Prada resalta como idealista imaginativo, apóstol per-feccionista, predicador ético y sembrador de ideas. Su inclaudicable oposición a los déspotas le hizo a veces excederse en la denuncia, no obstante su permanente esfuerzo para afirmar y negar respaldándose en la verdad. Para don Manuel, la ciencia es la nueva religión. Siguiendo el ejemplo de Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, en el “Discurso en el Ateneo” y “Notas sobre el idioma”, don Manuel discrepó de la ortografía oficial y propuso el uso del apóstrofe, las contracciones clásicas del, della y desa, el uso de la vocal i en vez de la conjunción y, la sustitución de la g por la j delante de las vocales e e i, y otras reformas.