La puerta secreta

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Les invitó a que mirasen tranquilamente mientras ella seguía trabajando, sentada en una banqueta alta e inclinada sobre una mesa del taller. La luz de la calle que entraba por un ventanuco cercano daba relieve a su figura, creando alrededor un halo de serenidad.

Empezaron a recorrer la estancia sin necesidad de que se lo dijeran dos veces. Era una bodega alargada y fresca dividida en dos zonas, sin una separación clara entre ellas. Al lado derecho de la puerta se encontraba la zona de trabajo, con mesas cubiertas de sopletes, herramientas, botes de pintura, pinceles y material en bruto, un torno de ceramista y algunas máquinas. Al fondo vieron apiladas en un rincón unas cajas de embalaje plegadas y tintadas de color azul océano, con un logotipo y un nombre impreso: Selene. En el otro lado estaban las piezas ya terminadas, dispuestas sobre varias mesas y en estanterías pegadas a la pared.

Había multitud de objetos, desde llaveros, pendientes y colgantes hasta adornos decorativos de pared y esculturas de diversos tamaños. Vieron eguzkilores, girasoles, árboles de la vida... Pero el motivo preferido eran los astros del firmamento. Dondequiera que mirasen, predominaban las formas de sol y luna, rodeados de estrellas, pintados con bocas sonrientes o serias y con ojos humanizados, almendrados y sensuales. Soles con rayos flamígeros, lunas de rasgos marcados. Eran objetos tan bellos que les fascinaron.

—¿Podríamos venir con un grupo de chicos para enseñarles su trabajo? —preguntó Mikel a la escultora, entusiasmado—. Somos monitores de un campamento juvenil de verano y estamos en el albergue…

—Lo sé. —La artista esbozó una media sonrisa ante el asombro reflejado en la cara de su interlocutor—. Vivimos en un pueblo pequeño. Aquí es difícil pasar desapercibido.

Pero no contestó ni que sí ni lo contrario, ante la petición del joven.

Mientras terminaban de recorrer la nave, Violeta riñó por lo bajo a su compañero.

—¿Cómo se te ocurre? No podemos traer aquí al grupo. Molestaríamos a la señora… ¡Y ya tenemos un programa de actividades demasiado apretado! Yo ni siquiera iría hasta Ochate. ¡No sé por qué te empeñas tanto! Allí no hay nada que ver...

—¡Claro que sí! —respondió el otro, con su optimismo incombustible—. ¡No pienso perder la oportunidad de visitar Ochate, el famoso pueblo de los ovnis! ¿Te lo imaginas? Ya se lo he comentado al chófer del autobús y no ha puesto ninguna pega en acercarnos hasta allí. Y seguro que a los chicos les encanta, sobre todo después de que les contemos hoy su historia un poco aderezada de misterio.

—¡Si no es más que un pueblo abandonado! He visto fotos por internet y allí no hay nada interesante. Es a ti a quien te llaman esos temas esotéricos. Como si no te conociera, colega. ¡Eres un friki de Cuarto Milenio!

—Vale, me encanta ese programa de televisión. Pero no me negarás que hay misterios en el mundo muy excitantes. Y ya que estamos tan cerca, no hacemos nada malo si visitamos uno de esos lugares misteriosos con una panda de adolescentes ávidos de aventuras…

—Insisto en que tenemos demasiados planes y...

—Luego hablamos. No me rayes ahora la cabeza. ¿Has visto qué llaveros? Creo que voy a comprar uno para mí y otro a mi churri, para que vea que me acuerdo de ella. ¿A ti cuál te gusta? Ya sabes que yo soy fatal para elegir regalos.

Mientras Mikel elegía y preguntaba a la artista el precio de los objetos que le interesaban, Violeta terminó su recorrido por la nave. De pronto le llamó la atención un reloj de pared peculiar fabricado con metales dorados y en bronce, decorado con cristales de colores y con detalles pintados en el azul turquesa que tanto gustaba a la escultora. Estaba colgado junto a una puerta interior que parecía comunicar el taller con el resto de la casa.

Se trataba de una pieza de buen tamaño y muy elaborada, con un llamativo sol de sonrisa femenina enigmática, ojos hipnóticos y rayos dorados flameantes con cristales engarzados en el extremo. Dos medias lunas azules, creciente y menguante, miraban a ese sol. Curiosamente, las lunas tenían perfiles masculinos de rasgos poderosos. Sobre la frente solar se veían las manecillas de un reloj. Y bajo el sol había otros astros más pequeños de metal pintado, muy decorativos.

Uno llamó especialmente la atención de la monitora por su rareza y se acercó a observarlo con curiosidad. Era una pequeña joya en sí misma, con una elaborada filigrana en relieve; un objeto muy delicado de plata y azul. Su diseño floral en mosaico recordaba a un mandala y, por sus materiales, parecía un medallón antiguo. Representaba una rosa con sus cuatro pétalos iguales dispuestos en forma de cruz y con las puntas de unas hojas triangulares sobresaliendo entre los pétalos; cada pétalo tenía tallado un dibujo que recordaba vagamente la forma de un árbol y la corola central era un octógono que repetía dentro el esquema de la flor. La rosa-estrella parecía una de esas imágenes de caleidoscopio donde todas las caras se repetían.

—Es un fractal —le informó Mikel, que también se había parado a admirar aquel objeto detrás suya—. Una estructura geométrica que se repite idéntica a diferentes escalas...

—¡Es precioso!

Fascinada por el hallazgo, Violeta alargó la mano para tocar el metal con los dedos y cuando acarició la pieza, se produjo un hecho insólito. Por algún mecanismo oculto, el medallón comenzó a moverse y cambiar de forma por sorpresa, abriéndose de dentro hacia afuera. Primero se desplegaban los triángulos y después los pétalos, metamorfoseándose así en flor o en estrella sucesivamente. En cuanto la joven retiró la mano, el mecanismo se detuvo y adoptó la posición inicial.

—¿Cómo hace eso? ¡Es una maravilla! —exclamó la pelirroja, acariciando fascinada el medallón y poniéndolo en marcha de nuevo. Con Mikel, en cambio, la flor permanecía inmóvil.

Los dos monitores se volvieron hacia la artista, intrigados. En un primer instante, ella misma pareció sorprendida por lo que acababa de ocurrir, no se lo esperaba. Pero enseguida se rehízo y explicó:

—Es un artilugio que me regalaron y va como quiere. ¡Ni siquiera yo entiendo cómo funciona! —Después se volvió hacia Violeta—. No está en venta, aunque tú… tú deberías saber que...

Les pareció que iba a decir algo. ¡Quería decirles algo! Al menos esa impresión le dio a Violeta por el paso que la artista dio hacia ella y el modo atento con que la miraba. Pero entonces entró alguien en el taller. La escultora reparó en el recién llegado y su expresión cambió automáticamente para volverse cauta. Se apartó de los monitores.

—Lo siento. Tengo que cerrar. Si queréis comprar algo, hacedlo ya por favor... —dijo.

De repente mostraba una prisa enorme por echarlos cuando cinco minutos antes estaba trabajando tan tranquila, en la mesa del taller. Violeta advirtió pese a todo que la examinaba a ella de una manera especial, como si quisiera atraparla con los ojos.

—Enseguida nos vamos —se apresuró a prometer, incómoda por esa mirada—. Yo ya he elegido un colgante. Y tú, Mikel deberías comprarle otro colgante a tu chica, no un llavero. Le hará más ilusión.

La mujer tuvo que dejarles porque el otro visitante demandaba su atención. Era un hombre joven, un extranjero de tez muy morena y pelo rizado, que se dirigió hacia la artista sin reparar en nada más. Daba la impresión de que se conocían, aunque de forma más bien profesional. Por su aspecto, los monitores dedujeron que sería oriundo del norte de África; se fijaron en que vestía ropa elegante al estilo europeo. Los dos entablaron una conversación en inglés. Ni Mikel ni Violeta prestaron atención a su charla hasta que el tono del hombre se elevó más de la cuenta y su actitud adquirió tintes agresivos. Parecía presionar a la mujer por algo y ella se resistía con terquedad, negando con la cabeza. El diálogo se tornó amenazador por parte de él; dio un paso más hacia la artista y levantó peligrosamente las manos como si quisiera agarrarla.

Entonces Mikel, ni corto ni perezoso, se interpuso entre los dos mostrando un colgante.

—Perdone, señora. ¿Podría decirme cuánto vale esto?

El extranjero se percató por primera vez de la presencia de los dos turistas y, cuando el joven de pelo rapado y pendiente en la oreja le dirigió una mirada flamenca, casi de aviso, retrocedió un paso y se apartó de ellos. Violeta se había acercado también con el teléfono móvil en la mano. Esto hizo que el hombre se lo pensara mejor; se despidió de la artista con un saludo seco y se marchó deprisa, cejijunto y airado.

—¿Quieres que llamemos a la policía? —preguntaron los dos a la dueña de la casa en cuanto el sujeto se perdió de vista.

—No hace falta. Estoy bien, gracias. —La mujer movió la cabeza con disgusto y se recolocó nuevamente el turbante, que se había movido de su sitio durante la discusión—. Por desgracia, hay personas que no aceptan un no como respuesta…

Sus ojos se volvieron un instante, de forma mecánica y pensativa, hacia el reloj decorativo con el sol flamígero y el medallón fractal.

—La hora va mal… —advirtió Mikel creyendo que consultaba el reloj.

Pusieron los objetos que pensaban comprar sobre la mesa de trabajo. Mientras sacaban la cartera para pagar el importe, ella envolvió los objetos en papel de seda, diciendo:

—He oído que pensáis ir a Ochate.

—¿Lo conoces? —A Mikel se le iluminó la cara ante la oportunidad de intercambiar información con una habitante local.

—Todo el mundo de por aquí conoce Ochate. ¡Cómo no! —contestó ella—. Hubo unos años en que la foto publicada en las revistas atrajo a muchos periodistas y curiosos. Algunos vecinos del Condado de Treviño terminaron hartos en los años ochenta porque los cazadores de ovnis pisoteaban los campos sembrados y dejaban basura por todas partes. Otros, en cambio, estaban encantados con la fama y el dinero que dejaban los turistas. Ahora parece que nos dejan más tranquilos…

 

—¿Tú crees que era un ovni? —preguntó el joven.

—¿Y tú?

—Soy un escéptico abierto a la duda...

—Eso está bien. Hay cosas que parecen misteriosas solo porque la mente humana aún no está preparada para comprender y esa podría ser una de ellas.

—¡Lo mismo opino yo! Hace nada, el mundo estaba convencido de que la tierra era plana y, aún hoy, todavía hay gente que lo cree así a pesar de tener satélites girando alrededor del planeta y sacando fotografías...

—¿Cuándo pensáis ir?

—Pasado mañana, si los planes no se tuercen.

—¡En plena canícula! Humm… Si vais a Ochate, deberéis tener cuidado... —Sonaba como un aviso por la forma calculada que lo decía la mujer, mirándoles a los dos en plan adivina. Lo que hubiera querido decirles antes de la aparición del extranjero se le había olvidado. Ahora no dejaba de mirar, nerviosa, hacia la verja del jardín. Enseguida carraspeó y añadió apresuradamente (demasiado apresuradamente, en opinión de Violeta)—: Por el calor, ya me entendéis. En esta época hay que cuidarse mucho del sol… Ejem. ¿Sabéis de dónde proviene la palabra «canícula»?

Fue Mikel quien se encargó de responder:

—Sí. Deriva del latín «canis» que significa «perro». Se llama así por la constelación Canis Mayor y por su estrella Sirio, la Abrasadora, que curiosamente ya no se ve en esta época del año, sino en septiembre. Pero en la época de los romanos hacía su aparición en el horizonte justo a mediados de julio, después de un periodo de invisibilidad; salía coincidiendo con los días más calurosos del año. Por eso los romanos llamaban a esa época el «tiempo del perro».

—¡Veo que entiendes del tema!

—Me gusta la astronomía y también la historia. No soy un experto, pero esa pregunta resulta fácil incluso para un novato aficionado como yo.

—¡Un lugar curioso, Ochate! —Mirando a Violeta, la artista explicó—: Allí está la torre de la antigua iglesia de San Miguel que se conserva bastante bien, dadas las circunstancias. También hay una necrópolis medieval cerca del pueblo, con tumbas antropomorfas esculpidas en la roca. En su día yo creo que debieron ser personas importantes a las que quisieron honrar de un modo especial, porque no es el tipo de enterramiento que se hacía en la Edad Media por aquí... En fin, hay muchas leyendas sobre Ochate. Por algo se le llama la «puerta secreta»...

Terminó de envolver los objetos. Pero antes de cobrarles y que se marcharan, la mujer sacó un saquito de tela de un cajón particular y se lo dio a Finisterre.

—¡Toma, esto es para ti!

Dentro había un colgante de plata vieja que representaba el árbol de la vida, con el mismo diseño vegetal simétrico en espejo, arriba y abajo. El árbol estaba inserto dentro de una circunferencia marcada con extraños símbolos cuneiformes. Y a cada lado del tronco, en el hueco entre las ramas y raíces, había dos medias lunas mirando en direcciones opuestas.

—No, no… No puedo aceptarlo. —La monitora intentó devolverlo, pero la artista recogió el colgante de su mano, se lo metió por la cabeza y le puso el cordón de cuero negro alrededor del cuello.

—Por favor, no lo desprecies. ¡Es un regalo! Un amuleto protector. Por lo que habéis hecho por mí… Y si vas a Ochate, llévalo puesto. Es importante. Por favor…

Después los echó de su taller alegando que tenía que salir a hacer un recado.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Violeta con un escalofrío mientras caminaban por la calle en dirección al albergue.

—¿Te refieres al reloj ese que tan pronto se movía como que no? Cuando lo tocabas tú, parecía que le dabas cuerda… —Se rio su compañero, tomándole el pelo.

—Eso también. Pero me refiero a ¡ella! —La pelirroja se tocó el amuleto del árbol, pero no se lo quitó del cuello porque tenía miedo de guardarlo en un bolsillo del pantalón y perderlo—. Qué mujer más extraña. Tan pronto estaba fría con nosotros como amable. Al final no paraba de mirarme. Y tanto hablarnos de Ochate… Un poco raro, ¿no?

—Lo raro es que te haya dado a ti el amuleto y no a mí, que he sido quien la ha salvado de ese cafre —respondió Mikel con guasa—. ¡Claro que es rara! Como todos los artistas. Y hoy nosotros hemos invadido su espacio... ¡Normal que al final se haya cansado y nos haya echado de allí!

Su compañera asintió, aunque sin demasiado convencimiento.


OCHATE

—Existen lugares llenos de misterio, donde se producen hechos inquietantes que nadie acierta a explicar. Y nosotros estamos muy cerca de uno de esos lugares mágicos, junto a un pueblo que muchos consideran maldito, que se llama Ochate. Se encuentra en el Condado de Treviño que es tierra castellana metida en la provincia de Álava. Hoy es solamente un puñado de casas y una iglesia en ruinas... Pero hay quien cree que una maldición antigua acecha entre sus piedras y que por eso está abandonado...

En la segunda noche de campamento, Mikel había tomado la iniciativa de la narración, tal y como había dicho que haría. Treinta rostros adolescentes se volvían hacia él, embobados y expectantes. Hablaba en tono bajo, como si quisiera proteger un secreto, y su voz planeaba poderosa como un águila entre las cuatro paredes de la sala común del albergue. A su alrededor no se oía un carraspeo, ni una risita velada. Todo el alboroto, las risas y las riñas habían cesado cuando él había levantado la mano para pedir silencio.

Por la tarde había caído un fuerte tormentón en la zona. Por eso en lugar de salir al patio del albergue, donde el cemento estaba mojado y lleno de charcos, se habían acomodado en una sala dentro del edificio. Habían apartado las mesas y sillas para sentarse en el terrazo, todos formando un círculo. También habían apagado las luces generales y habían encendido las linternas para crear un ambiente más agradable y misterioso. El techo pintado de blanco no podía competir en belleza con el firmamento nocturno lleno de estrellas, pero una vez comenzada la narración a nadie le importaba.

—Su nombre, Ochate, significa en vasco «puerta secreta» o «puerta del frío». Hay quien piensa que, en efecto, en ese lugar existe un portal de entrada para seres de otro mundo... —Un murmullo recorrió la sala—. Habéis de saber que ese lugar se hizo muy famoso en los años ochenta por una foto que se publicó en una revista especializada en temas de misterio. En esa misma revista se hablaba de luces muy extrañas que se habían visto allí, en la «puerta secreta»...

De ese modo dio Mikel comienzo a la historia de Prudencio Muguruza, un empleado de banca vitoriano que una tarde calurosa del mes de julio se había ido a pasear con su cámara de fotos y su perro por la zona de Ochate. Caminaba tranquilamente por el campo cuando vio un extraño fenómeno luminoso en el cielo que no supo explicar. Parecía una enorme bola incandescente que se precipitaba sobre la tierra con una cola luminosa detrás. En medio de la sorpresa, tuvo tiempo y la inspiración de disparar su cámara mientras caía. Luego el objeto luminoso se desvaneció. Al principio nadie le creía cuando lo contaba, porque nadie más había visto aquel extraño fenómeno en el cielo, pese a ser bastante grande y llamativo.

Así que, pasada la primera impresión, volvió a su casa y se olvidó del tema. Pero cuando Prudencio reveló el carrete de fotos un tiempo después, descubrió que aquel cometa luminoso había quedado impreso en uno de sus negativos. ¡Por fin podía demostrar lo que había visto!

Muy pronto, la foto y el extraño suceso se convirtieron en noticia. ¡Eso ocurría en el verano de 1981! Al año siguiente, en 1982, la fotografía se publicó en la portada de una revista española entonces famosa Mundo desconocido, que era una publicación de referencia para los aficionados a la ufología. Lo titularon «Ovni en Treviño». El propio Muguruza escribió un artículo en la misma revista que tituló «Luces en la puerta secreta» y todo esto desató una gran fiebre por descubrir sus secretos.

—Ochate se convirtió de la noche a la mañana en el lugar más misterioso de España, en un sitio de peregrinación para los «cazadores de misterios» —explicó Mikel—. En aquellos años estaba muy de moda perseguir ovnis. La gente realizaba excursiones a lugares de avistamientos. Y muchos aficionados a la ufología y a los fenómenos paranormales acudían a Ochate cargados con sus cámaras y con aparatos de grabación de sonido. Algunos dijeron que se oían voces de ultratumba en la noche, voces extrañas que luego salían en las grabaciones, aunque allí no hubiera nadie. Otros llegaron a ver sombras humanas muy raras, que aparecían y desaparecían de forma inexplicable. Fuera verdad o mentira, el caso es que muchos curiosos salían huyendo… Se oyeron bastantes historias raras sobre eso. Incluso se hicieron programas de radio y televisión sobre el asunto. La gente comenzó a decir que Ochate estaba maldito...

Los más jóvenes se miraban unos a otros. Esas historias de ovnis siempre sonaban a cuentos. Aunque estar tan cerca de un pueblo maldito también tenía su cosa, imponía.

—Hubo expertos que dijeron que la fotografía estaba trucada y era un montaje, que aquella forma era una nube —dijo Violeta para poner un punto de realismo y tranquilidad.

El narrador hizo un barrido con la mirada a todo el círculo. Luego tomó aire y fue soltando lentamente las palabras, ahuecándolas en la boca con voz grave y enigmática:

—Quizá los expertos tengan razón y la foto fuera un truco… Pero también es verdad que en Ochate, a lo largo de la historia, han ocurrido cosas muy extrañas. Demasiadas, dicen, para un pueblo tan pequeño. Sucesos inexplicables y a veces terribles... En un documento antiguo del siglo XII por ejemplo se hablaba de los «diablos de Ochate». ¿Qué clase de diablos eran aquellos? Y se cuenta que el pueblo quedó deshabitado a finales del siglo XIX debido a tres epidemias misteriosas, una de viruela, otra de tifus y la tercera de cólera. Pero lo más extraño es que ningún otro pueblo vecino sufrió esas epidemias. Desde entonces, Ochate quedó abandonado y comenzó a crecer su leyenda de pueblo maldito...

Esa noche, más de uno durmió mal soñando con apariciones de extraterrestres y con bolas de fuego que caían de las nubes como meteoritos. A otros, en cambio, la historia les dio risa. Y desde luego fue motivo de comentarios muy variados.

A Javi, la narración le despertó una enorme curiosidad por conocer Ochate.

No es que creyese en seres extraterrestres ni en ovnis, claro que no, pero Mikel había contado aquella historia de una forma que incitaba a investigar en aquel pueblo abandonado. Y antes de irse a dormir, Javi había buscado en internet con el móvil más información; así había visto la famosa foto publicada en la portada de la revista Mundo desconocido. La foto, desde luego, llamaba la atención.

Por eso, cuando al día siguiente les dijeron que posiblemente se acercarían con el autobús hasta la zona de Ochate a última hora de la tarde para dar un paseo, la excitación se apoderó de él. ¿Verían ellos también una luz parecida?, se preguntaba.

La clase de golf transcurrió sin pena ni gloria; a esas alturas, Javier ya sabía que el golf no sería nunca su deporte preferido. Prefería las caminatas en plan aventura que hacían con los monitores por el monte, donde siempre surgía la oportunidad de descubrir cosas nuevas. Esa tarde, según lo prometido, tomaron el autobús cargados con unas mochilas ligeras, llevándose agua y merienda para la caminata.

No había carretera hasta Ochate, así que el autobús les dejó en Imiruri, el pueblo vecino, y tuvieron que andar un buen trecho por una pista de tierra para llegar hasta allí. Su única referencia en la distancia para localizarlo era la torre de la iglesia de San Miguel, una edificación de planta cuadrada con los ojos de un campanario vacío abiertos a los cuatro vientos y que aún mantenía sus muros en pie con gallardía. El resto estaba en ruinas, lleno de maleza.

Después de tantas historias de misterio, la realidad les pareció insulsa cuando la tuvieron delante.

El Ochate que contemplaban era un lugar desolado y solitario, requemado por el sol. La hierba se veía seca y la vegetación pobre, los tallos de las espigas quebradizos, la tierra pedregosa y baldía. En otra época más gloriosa, el pueblo había tenido un puñado de casas de arquitectura tradicional; ahora quedaban sus restos. Al frente se extendía una llanura irregular donde todavía se podían reconocer las lindes de algunos campos de cultivo y corralizas de pastores. Pero las huellas de sus antiguos pobladores, cada vez más, se iban difuminando. La naturaleza salvaje volvía por sus fueros y estaba engullendo lentamente las casas y los sembrados, apoderándose del lugar. Las viejas piedras aparecían diseminadas entre la hierba y bajo los matojos, arrumbadas al olvido. Y por encima correteaban las lagartijas, los saltamontes y las hormigas.

 

—¡Aquí no hay nada! Deberíamos regresar al autobús ya, si queremos llegar al albergue de Bernedo a tiempo para la cena —sugirieron Koldo y Amaia cuando terminaron de recorrer las ruinas y hacer fotos. Violeta opinaba como ellos y Mikel accedió sin poner inconvenientes, pues ya había cumplido su deseo de visitar ese lugar de leyenda. Así que los monitores del campamento se separaron y empezaron a llamar y a recoger a sus pupilos rezagados para llevarlos de vuelta al camino de tierra y al autobús.

Caía el sol por el oeste y la luz se había vuelto mortecina y misteriosa. Por suerte, los atardeceres eran largos y cálidos en esa época del año, todavía faltaba tiempo para que se hiciera completamente de noche.

Mientras localizaba a las personas de su grupo, Violeta observó que no estaban solos en el páramo. Una figura solitaria recorría los campos con la única compañía de un perro grande de pelaje oscuro, marrón y negro. La paseante parecía una mujer, aunque resultaba difícil precisarlo con exactitud a esa distancia. Tampoco tuvo tiempo de mirarla dos veces porque, mientras reunía a su grupo, inesperadamente el tiempo cambió.

No supieron de dónde venía. El caso es que de repente se levantó un aire helado desde el suelo que hizo temblar la hierba y enfrió sus pies.

Y el aire trajo consigo la niebla.

Una niebla ligera al principio que, por momentos, se fue volviendo más turbia y espesa, inexplicable en una tarde despejada de verano como aquella. Parecía surgir del cerro y de las piedras de Ochate y se extendía igual que una alfombra desde las ruinas hasta los campos adyacentes. Era una niebla baja que crecía y se desbordaba como leche hirviendo en un puchero o como la espuma artificial de las fiestas infantiles, y que se arrastraba como un gran animal reptante, engullendo la tierra a su paso.

—¡Daos prisa! No os separéis. Tenemos que volver al autobús enseguida —urgieron los monitores, acelerando el paso con cierta alarma.

Pero antes de recorrer la mitad del trayecto de vuelta, la niebla los alcanzó y los cubrió.

De pronto no se veía nada a un metro de sus narices. Y en lo profundo de la niebla se empezó a escuchar un siseo desasosegante, como si algo más reptara con la extraña nube o se amparase en su velo para medrar.

A Javier se le erizaron los pelos de la nuca y un escalofrío le sacudió la espalda. De forma instintiva se agachó a recoger un palo y lo empuñó como autodefensa, a pesar de que los monitores les habían advertido de que no debían tocar nada para que todo se conservara en su estado original. Después apretó aún más el paso. A su alrededor, sus compañeros se habían convertido en sombras o simplemente habían desaparecido de la vista. Oía las voces de los monitores llamándoles e intentó guiarse por ellas mientras caminaba deprisa. Su único pensamiento era encontrar el autobús y escapar cuanto antes de esa niebla.

Entonces oyó una llamada de auxilio lanzada por una voz que le resultó familiar y que estaba en su ruta.

—¡Ey, aquí! ¡Por favor, ayudadme! ¡Necesito ayuda!

Forzó la vista y dio unos pasos en esa dirección, intentando localizar a la dueña de la voz sin perder de vista el camino. Así fue como dio con la Bocazas que estaba caída en el suelo sobre su mochila de excursionista y con el pie izquierdo atrapado en una especie de agujero escondido entre rocas y raíces.

—¡Por favor, ayúdame! Me he hecho daño en el tobillo y no puedo mover el pie… —pidió la niña, angustiada.

A pesar de la tirria que sentía hacia ella, Javi se acercó a socorrerla. Excavó con las manos en las raíces y sacó el pie de la chica con cuidado. Mientras la ayudaba a levantarse, otro chico del grupo apareció dentro del círculo visible sobresaltándolos. Corría con el rostro muy pálido, aparentemente desorientado.

—Ayúdanos, me he torcido el tobillo…

Pero el chico salió huyendo mientras decía:

—¡Que os jodan, yo me largo al autobús!

Por suerte un segundo más tarde apareció Violeta, que venía a buscarles. Ella y Javier se pusieron uno a cada lado de Nika. Así la niña pudo andar cojeando, apoyándose en esas muletas improvisadas.

—Tranquilos, ya estamos llegando —decía la monitora mientras avanzaban a ciegas por el camino de tierra. Con una mano sujetaba a Mónica y con la otra apretaba el amuleto del árbol de la vida que llevaba colgado del cuello—. Mirad bien por dónde pisáis. El autobús queda por ahí...

Debían faltar unos quinientos metros, a juzgar por la distancia a la que sonaban las voces y llamadas de los que habían llegado a la carretera, cuando una sombra se interpuso en el camino de los tres.

Una mujer con un pañuelo anudado alrededor de la cabeza emergió repentinamente de la niebla y se acercó a Violeta, que la reconoció al instante. Era la artista del taller de Bernedo. La acompañaba trotando un perrazo enorme de cara cuadrada, ojos vigilantes y pelaje de rayas atigradas marrón y negro; parecía el mismo perro que había visto la monitora en la distancia.

—¡Escucha!, no hay tiempo para explicaciones... Debes proteger el mentagión. Ahora es cosa tuya, ¡tú eres su guardiana! No se lo des a nadie…

La mujer hablaba muy rápido y al mismo tiempo puso en la mano de Violeta un disco de metal tallado a doble cara, una especie de medallón de plata y lapislázuli que ocupaba toda la palma. La monitora lo reconoció enseguida por su dibujo en forma de rosa-estrella; era el medallón que estaba incrustado en el reloj del sol, en el taller artístico. Al contacto con su piel, el mecanismo entró en funcionamiento un segundo y desplegó las hojas de su resorte para volver a detenerse cuando recobró la forma de rosa. Entonces la artista le cerró los dedos sobre el objeto y apretó con fuerza.

—¡Protege el mentagión! Eso es lo más importante. Con tu vida, si hace falta… —dijo a Violeta con una urgencia y un apremio raros—. Pronto nos veremos…

A continuación, se dio la vuelta y desapareció a toda prisa.

—¿Qué? ¿Cómo? Pero ¡oye!...

Era inútil. Sus pasos se alejaban entre la niebla acompañados por los jadeos del perro. Tras una vacilación, la joven pelirroja desechó la idea de ir tras ella; pensó que ya tendría ocasión más tarde de devolverle aquel objeto, se acercaría hasta su taller cuando volvieran a Bernedo. Ahora tenía que encontrar el autobús y ocuparse de los chicos del campamento. Siguieron andando y otra sombra fugaz se atravesó en su camino, un hombre moreno de pelo rizado que parecía perseguir a la mujer; pasó y se marchó tan deprisa como había venido sin reparar apenas en la monitora y en los muchachos que caminaban juntos.

Un minuto después, notaron que el siseo de la niebla se hacía más fuerte. Y, cuando menos lo esperaban, una claridad radiante se abrió paso entre la niebla. Una columna de energía cegadora cayó sobre ellos y les rodeó a los tres, como si estuvieran bajo un foco deslumbrador. A continuación, se sintieron livianos, igual que plumas flotando dentro de una especie de flujo de energía. Ese flujo comenzó a succionarles, tiraba de sus cuerpos hacia arriba con tal fuerza que levantó sus pies del suelo firme y comenzó a alejarles de la tierra. Gritaron de miedo y sorpresa los tres, agitaron los brazos y las piernas desesperadamente intentando aferrarse a algo firme, lo que fuera. Pero con ojos desorbitados por el terror comprobaron que no había nada que hacer.