GuíaBurros El porqué de las frases hechas II

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El porqué de las frases hechas II

Delfín Carbonell

Agradecimientos

En su “Breve prólogo sobre mis prólogos” 1, el Dr. Gregorio Marañón dice que escribir prólogos: “… es un acto de convivencia intelectual; y puesto que la vida intelectual necesita, como aire respirable, de la cordialidad, he aquí que no sólo no debe rechazarse jamás escribir un prólogo que se nos solicita, sino que, cualquiera que sea la calidad del autor y del libro prologado, ha de estimarse como un deber honroso y una eficaz obligación.” Así lo sintieron los autores que aceptaron prologar libros míos. Me regalaron su tiempo y sus palabras, y su amistad también, ejerciendo conmigo ese acto de cordialidad y convivencia intelectual.

Dedico este librito a mis prologuistas, de quienes estoy muy orgulloso, en prenda de mi agradecimiento y estima, por orden cronológico:

Joaquín de Entrambasaguas, catedrático, crítico e historiador literario.

Camilo José Cela, novelista. De la Real Academia Española. Premio Nobel.

Luis María Anson, escritor, periodista. De la Real Academia Española.

Alonso Zamora Vicente, escritor, catedrático. De la Real Academia Española.

Hugh Rawson, lexicógrafo, editor y columnista.

J. Edward Gates, lexicógrafo. Fundador de la Dictionary Society of North America.

John Simpson, catedrático Universidad de Oxford. Former Editor-in- Chief, Oxford English Dictionary.

José Jiménez Lozano, escritor, periodista. Premio Cervantes 2002.

Enrique Vila-Matas, novelista. Premio RAE.

James A. Parr, cervantista, catedrático University of California.

Carlos París, filósofo. Presidente, Ateneo de Madrid.

Antonio Muñoz Molina, novelista. De la Real Academia Española. Premio Príncipe de Asturias.

Fernando Sánchez Dragó, novelista, presentador.

José María Carrascal, novelista, historiador, periodista, presentador.

Felipe Fernandez-Armesto, historiador. University of Notre Dame.

Antonio Garrigues Walker, abogado, jurista, político.

Sobre el autor


Delfín Carbonell. se formó en la Duquesne University;M.A. University of Pittsburgh; también es Doctor en Filología Románica y Licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense.

Ha colaborado en: Espiral, Cuadernos Hispanoamericanos, Duquesne Hispanic Review, Revista de la Universidad de Yucatán, Actas do Primer Coloquio Galego de Fraseoloxia,Revista Galega de Ensino, Huffington Post, VOXII, Fox News, etc.

Entre sus publicaciones más relevantes destacan: Escribir y comunicar en inglés, (Anaya/Oberón, 2017); Phonética inglesa (Anaya 2015); Escribir bien (Anaya, 2014); Gramática inglesa (Anaya, 2013); La lengua de Cervantes (Serbal 2011); El laberinto del idioma ingles (Serbal 2009); Diccionario panhispánico de citas (Serbal, 2008); Diccionario soez de uso del español cotidiano (Serbal, 2007); Diccionario de clichés (Serbal, 2006); Diccionario de modismos, inglés y castellano (Serbal, 2004); Breve diccionario coloquial inglés y castellano (Serbal, 2004); Diccionario panhispánico de refranes, de autoridades... (Herder, 2002); Gran diccionario de argot (Larousse, 2000); Diccionario inglés y castellano de argot y lenguaje informal (Serbal, 1997); Diccionario de refranes (Serbal, 1996); Diccionario fraseológico (Serbal, 1995); Diccionario malsonante (Istmo, 1992); GuíaBurros: Aprender inglés (Editatum); GuíaBurros: Hablar y escribir con corrección (Editatum); GuíaBurros: Las mejores citas (Editatum); GuíaBurros: Los mejores refranes en español e inglés (Editatum).

Prólogo
Evolución y fraseología

En 1859 Charles Darwin escribió que el mundo, la vida, no son estáticos sino cambiantes; que todo está sujeto a las leyes de la evolución, incluso la manera que empleamos para comunicarnos. Las palabras y las frases nacen, desaparecen o mueren y tienen mutaciones en el tiempo, su devenir propio, su historia, su vida íntima, oculta y secreta; secreta por desconocida pero que se puede rastrear y descubrir. ¿Quién fue posiblemente el primero en emplear una frase feliz por escrito? ¿Cuándo entró una locución en los diccionarios? ¿Por qué se convierten las metáforas geniales en manidos clichés, en lugares comunes, en frases zombis? ¿Qué misterios ocultan? ¿Por qué la principal fraseología tópica aparece principalmente en los siglos XIX y XX? ¿Por qué los diccionarios cambian sus propias definiciones? Los misterios de las palabras unidas: las frases zombi, los clichés y el enigma de cómo los vocablos hacen amistad los unos con los otros y van siempre juntos a todas partes, como si estuviesen casados. Sorprendente visión de una importante faceta del idioma. Y como conviven con el hombre, veremos quién los ha utilizado y cuándo, ya que en muchos casos tenemos partida de nacimiento oficial. Que empleemos el cliché o no ya es otra cuestión y asunto de cada cual, aunque posiblemente fuese buena idea consultar esta obra y pensárselo bien antes de escribir pongo por caso, ni que decir tiene, broche de oro, a bote pronto, ser de juzgado de guardia, nube de fotógrafos, por enésima vez, a ciencia cierta, acto seguido, a renglón seguido, de alguna manera, a estas alturas, salvo honrosas excepciones y más. Los muertos vivientes no existen, pero la fraseología zombi sí, las frases inertes y muertas que todavía deambulan por la mala literatura, por los diarios, y los medios de comunicación.

Los lugares comunes y el lugar de uno mismo

Quien habla o escribe lo hace ineluctablemente de dos maneras, echando mano de una lengua meramente comunicativa, o instrumental para hacerse entender, que es la lengua “ahí-a-la- mano” que dice Heidegger, o utiliza una lengua que nombra la realidad y, además, posee una resonancia en la inteligencia y el ánima de quien lo habla o lo escribe, y de quien escucha o lee. Y tal sería, por ejemplo, el lenguaje del yo que ama, sufre, siente alegría o hace confidencias, el de la inteligencia que nombra el mundo para desvelar lo real, o el lenguaje poético o literario.

En el caso de aquel lenguaje meramente comunicativo, lo que nos importa es la eficacia de manera que va de suyo entonces que echemos mano de los instrumentos lingüísticos ya estereotipados que están en el lenguaje comunicativo común, con sus formulaciones ya hechas y continuamente repetidas, que son exactamente los lugares comunes o clichés del habla. Pero ese lenguaje instrumental y sus lugares comunes no nos sirven para comunicar nuestro propio lugar singular en el mundo, ni nuestro mundo interior, ni lo que vemos y experimentamos desde él, como decía.

En el plano literario, cabría añadir, además, que el uso del lugar común no sólo se revela, enseguida, como lenguaje impostado y no significativo, sino que, de hecho, torna así todo el texto, a poco que esos lugares comunes se prodiguen. Y esto es lo que ocurriría, igualmente, con el lenguaje propio de la confidencia y de la expresión en el plano más profundo, si en este orden de cosas se empleasen esos lugares comunes; es decir, que esos clichés rebajarían la totalidad del lenguaje a la condición de una comunicación retorica hueca y no significativa o llena de tópicos y palabras convenidas que no significan sino lo que se desee en cada caso.

Ésta es “la lengua de madera”, que dicen los franceses y que podemos emplear en la simple comunicación o en la vida comercial o política, pero no podemos utilizar esta lengua para nombrar lo real o cuando queda afectado nuestro yo.

Teresa de Jesús escribe con cierta frecuencia, cuando parece que no acierta a nombrar o describir exactamente lo que quería decir: “A esto llamo yo”, y también seguimos diciéndolo nosotros, hoy mismo, o acudimos, en su caso, al lenguaje gestual o al silencio. Como nos ocurre, pongamos por caso en una situación en la quedamos heridos por el dolor de alguien, y enseguida nos percatamos de que los lugares comunes del lenguaje, que se utilizan normalmente para estas situaciones, no nos sirven para declarar nuestro pesar.

Otras veces, ciertas fórmulas lingüisticas que se han tornado lugares comunes serán incluso inevitables para expresar o comunicar la interioridad más profunda y nombrarla; y pensemos, por ejemplo, en fórmulas como “estar en un pozo” o “atravesar una noche”, que se utilizan en las más diversas culturas y en todos los idiomas, porque el imaginario de la especie es universal y con sus nombres se expresan unas mismas profundas experiencias anímicas espirituales. Y no son estas fórmulas verbales lugares comunes ni clichés, porque no son fórmulas meramente instrumentales, sino significativas y nos afectan; son símbolos universales.

Se echa mano también de la expresión hecha o cliché lingüístico para que dore nuestro lenguaje porque, a los ojos de quien habla o escribe, posee incluso una vitola de distinción retórica y su uso parece afirmar un cierto status culturalmente diferenciado que ha sido objeto de graciosas burlas por parte de Molière y de Quevedo.

 

Otras veces, y parece que cada vez con mayor amplitud al irse recortando por diversas razones la disponibilidad del lenguaje propio, esos lugares comunes lingüísticos se han instalado en nuestra habla y en nuestra escritura, porque constituyen nuestro lenguaje impostado y aceptado con funciones de relleno de conceptos y de tautologías o redundancias muy o efectistas, que difícilmente se renuncian. Y tanto es así, que lo verdaderamente aterrador de todo este asunto es que los clichés o lugares comunes, que este libro muestra que han llenado y siguen llenando el lenguaje hablado o escrito, nos hacen la tremenda pregunta sobre si una inmensa parte de nuestra expresión no sería una pura impostación de lugares y referencias conceptuales ajenas, y se usa tranquilamente en la vida privada y pública

De este modo, este libro de Delfín Carbonell Basset resultará un necesario y leal avisador de que estamos ante un cliché o lugar común del lenguaje con todo su peligro de no significatividad, de pereza o impotencia del decir, e incluso de mendacidad, como decía; y que entonces debemos detener ahí nuestra lengua, o nuestra pluma, o nuestra escucha y nuestra lectura, para rechazarlo, porque es ruido y apariencia solamente, “flatus vocis”, puro nominalismo.

Y el asunto importa, e incluso de manera decisiva, a nuestra convivencia. Mandelstam pedía que la gramática se considerase un asunto moral, pensando en la política y la vida pública precisamente, porque éstas, como nuestro vivir verdadero, se hacen igualmente con palabras verdaderas de cada uno de nosotros o de otro modo, el debate de la cosa pública tampoco será significativo, y se torna perverso, si está hecho de verborrea, o palabreo de palabras huecas, clichés verbales, etiquetados y muertos, o como soñados, y en estado “zombi”.

Y, a este respecto, en fin, no puede dejar de evocarse el peor lenguaje, entre las lenguas de madera, que a sí mismo se denomina “políticamente correcto”, y es pura y simple imposición de una ortodoxia que pretende conseguir que “moviendo los labios del mismo modo” también el pensamiento se conforme a esa ortodoxia, exactamente como en la Torre de Babel bíblica del rey Nimrod, que es figura de todo totalitarismo, y que allí se frustró solamente porque cada quien y cada cual fue liberado y pudo pensar sus pensares y hablar sus decires, palabra propia de cada persona. Es decir, estas palabras que los hacedores de diccionarios y léxicos aman tanto y fijan para la expresión exacta de nuestro yo y la pureza de la lengua española, que todavía reluce admirablemente en el mundo y, a veces - como entre los sefardíes europeos y norteafricanos, y los inditos iberoamericanos - hasta con la antigua y maravillosa cantilenación castellana.

José Jiménez Lozano

Premio Cervantes

Ll
A lo largo y ancho.

En, por, por todo.

Medidas geométricas, largo y ancho, que han trascendido al habla popular. Me avisa de este cliché Alejandro Gándara, sagaz columnista español que escribía mucho en Blanco y Negro Cultural (luego ABCD las Artes y las Letras), cuando confiesa con desparpajo “La verdad es que yo he fumado a lo largo y ancho de mi vida...” Mucho fumar debe haber sido eso. La Academia Española no se ha percatado de la existencia y uso de esta frase boba pero sí, menos mal, el Diccionario fraseológico documentado del español actual, (2004), de Manuel Seco. Esto es importante porque demuestra que no siempre andan despistados todos los lexicógrafos. Quien no se despista nunca es Internet y el buscador Google, que nos da 679.000 resultados (febrero, 2020) con “a lo largo y ancho”, aunque tengamos en cuenta que estos resultados varían en el tiempo. Pero lo verdaderamente importante es que somos capaces de emplear cinco palabras en una secuencia sintáctica para expresar una idea simple como “en”, “por”, lo cual me hace pensar que simplemente repetimos una frase que sabemos de memoria, sin considerar qué es lo que realmente expresa. Eso es el cliché, el lugar común. Casi siempre se refiere a una cuestión física, como cuando Mariano José de Larra describía en 1834 a su personaje que “... paseaba a lo largo y a lo ancho en una habitación de que ciertamente no era él el dueño.” Pero Sánchez Dragó nos habla de “... a lo largo y a lo ancho de un tercio de siglo.” Ya se percató Amando de Miguel de que esta frase era un tópico en 1994: “... se han ido convirtiendo en tópicos sin mucho sentido: a lo largo y a lo ancho de la geografía española.” Es curioso que la lengua inglesa tiene un cliché similar: length and breadth.

Largo y tendido.

Mucho.

Corominas nos dice en su Breve diccionario etimológico..., que “largo” viene del latín “largus”, abundante, considerable. Pero, ¿por qué no comparamos diccionarios para ver qué sorpresas nos regalan? Vamos a seguir la pista a este cliché tal y como queda reflejado en diferentes definiciones:

 Aunque aparece ya en la segunda parte del Quijote (1615), en 1884 el Diccionario de la Real Academia Española lo reseña por primera vez y dice “Con profusión.” Nada más.

 El Diccionario ideológico de Julio Casares, de 1942, nos dice lo mismo “Con profusión.” Posiblemente copió la definición.

 María Moliner, en 1965, nos informa: “Con hablar o verbo equivalente, mucho.”

 Pero el Diccionario de uso del español de América y España, de Vox, lo define como: “Durante mucho rato y con detenimiento y profusión.”

 En su edición del 2001 el DRAE cambia de opinión y escribe: “Extensamente y sin prisa.”

 Y terminamos con el Clave, 2002, “Durante mucho tiempo.”

 El Diccionario fraseológico documentado del español actual, 2004, explica “Se usa ponderativamente, indicando totalidad de una extensión no geográfica.”

No sé qué pensar. Aquí tenemos definiciones donde escoger. Yo me quedo con la mía, con la confirmación y apoyo de Moliner, a la cual he llegado después de leerme muchas citas, actividad que recomiendo al lector interesado en estos asuntos, a quien remito también al buscador Google, de Internet, donde encontrará más, unos 444.000 resultados, que no es nada deleznable. Pero no estoy satisfecho; la cita de Cervantes da que pensar: “… el palo con que te dieron largo y tendido, te cogió todas las espaldas...” (Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, 1615). El rechazo absoluto a diferentes puntos de vista, por desgracia, tiene una larga tradición en la lingüística y en la lexicografía (y en la vida cotidiana española, claro). Alfred López nos da esta versión del origen de la frase, el 17 de abril 2017, en 20minutos.es “Se origina en base a cómo eran muchas de las reuniones que se celebran en la antigüedad (civilizaciones romana, griega, egipcia…) en la que era común que los asistentes a las mismas estuvieran recostados mientras hablaban de sus asuntos. Una postura que les permitía estar largo tiempo de conversación, mientras les eran servidas bebidas y comida.”

Dormirse en los laureles.

Conformarse con el éxito o logros obtenidos sin esforzarse más.

Don Felipe de Borbón me avisó de este cliché en discurso que pronunció en Nueva York y televisado por TVE1, el 8 de octubre del 2004: “No podemos dormirnos en los laureles.” Pero que el actual rey de España repita clichés esclerotizados no es culpa suya, sino de los que le escriben los discursos, que no saben de estas cuestiones. La Real Academia Española le expide fe de vida en su diccionario de 1970. Ya en 1734 el Diccionario de Autoridades nos dice que Laurel es metafóricamente, premio. En los juegos atléticos de Delfo, en la antigua Grecia, que eran tan importantes como los olímpicos, se distinguía y premiaba a los ganadores con una corona de laurel que perdura como símbolo de victoria y honor. La palabra laureado tiene este origen. En los juegos Olímpicos de Atenas del 2004 se empleó la corona de laurel de nuevo. Google nos da 400.000 resultados de este cliché que creo es relativamente moderno como indica su entrada en el diccionario académico en el año 1970, como ya se ha apuntado. Y los ingleses dicen “to rest on one’s laurels”, y los franceses, para no ser menos, “se reposer, s’endormir sur ses lauriers.” No nos durmamos en nuestros laureles y tratemos de recrear el idioma con más frescura, más ingenio y más inteligencia. Nuestros lectores lo agradecerán.

Sin ir más lejos.

Por ejemplo, sin buscar más.

En La comedia nueva, de 1792, Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) que también escribió El sí de las niñas, nos explica: “Ayer, sin ir más lejos, me lo dijeron...” Y en 1852 repitió la frase Manuel Bretón de los Herreros, (1796-1873) y así hasta 1956 (repito: 1956) cuando la Real Academia Española la incluye en su diccionario como: “Sin ser necesario buscar más datos o informes que los que están a la vista.” Creo que es una definición poco feliz. Podrían los dos autores citados haber escrito: “ayer, por ejemplo...”, o “... por ejemplo, hoy...” El último en avisarme de la vigencia del cliché ha sido Alejandro Gándara –y ya no añado más- que en Blanco y Negro Cultural (11/9/2004) me advierte: “Antiguamente iban de cacería (Cascos, sin ir más lejos, era el terror de los urogallos)...” El misterio es por qué los escritores de prosapia caen en las redes de las frases largas como lo haría un hablante del idioma de los que no van en carruaje, de los de a pie. Y es que una cosa son las palabras y otra las frases, vayamos con mucho cuidado.

¿Qué nos comentan los diccionarios? María Moliner nos dice con su peculiar manera de puntuar: “Expresión con que se denota que, con lo que se dice a continuación, que está reciente o a la vista, hay bastante para confirmar algo que se ha afirmado: ‘Ayer, sin ir más lejos, me lo encontré borracho’.” Debemos recalcar que doña María no dice “me la encontré borracha.” Sin más comentarios.

El Gran diccionario de frases hechas de Larousse: “Frase con la que se da a entender que no es preciso seguir buscando más personas o cosas que las que se conocen o están próximas.”

El Diccionario del verbo español, hispanoamericano y dialectal, explica “Fr. fig. con que se indica no ser necesario buscar más datos o informes que los que ya estén a la vista o sean sobradamente conocidos.”

El Clave2 no lo registra.

El Diccionario de uso del español de América y España, de Vox, tampoco tiene noticia de su existencia.

El Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares no lo tiene.

¡Para que nos fiemos de los diccionarios! Pues bien, desterremos este bobo cliché y volvamos a un simple “por ejemplo”, que ahora volvería a quedar mejor.