Los impasses de la feminidad

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Introducción

“El hombre, la mujer: a esto llamo valores sexuales. Que al comienzo estén el hombre y la mujer es ante todo asunto de lenguaje. Esta es la tesis de la que parto hoy. El lenguaje es tal que para todo sujeto hablante, o bien es él o bien es ella. Eso existe en todas las lenguas del mundo. Es el principio del funcionamiento del género, femenino o masculino. […] Dicho esto, no sabemos qué son el hombre y la mujer”.

(Lacan, 2012a, p. 38)

1. Justificación del tema de investigación

A partir de la conceptualización lacaniana de la lógica de la sexuación plasmada en el Seminario 20, dos preguntas orientan esta investigación. En primer lugar, ¿cómo se produce el advenimiento de una mujer a una posición sexuada femenina respecto del goce y del deseo?; y en segundo lugar, ¿cuáles son las coordenadas cuando esta operación se produce como efecto del trabajo de un análisis llevado hasta su final?

Para precisar las consecuencias de la elaboración de Lacan sobre el goce femenino en su última enseñanza, esta Tesis se propone realizar un recorrido a través de diversos conceptos de la teoría y la clínica psicoanalíticas que permitan situar la particularidad de la conceptualización freudiana de la sexualidad femenina ordenada alrededor del falo, así como la articulación lógica que propone Lacan respecto del goce femenino como suplementario al goce fálico. El punto de partida es que para Freud la feminidad y la solución materna son equivalentes, constituyendo dos conceptos que se superponen en su elaboración sobre la sexualidad femenina. Lacan, en cambio, produce una separación entre la solución materna y la lógica de la sexuación femenina. Dicha partición radical surge a partir del axioma lacaniano que afirma que “La mujer” no existe como significante en el campo del Otro, por lo cual no es posible definir qué es una mujer y mucho menos cuál es el goce enigmático que la habita.

Frente a la problemática edípica femenina, la teoría freudiana presenta diversas salidas posibles que dependen de la aceptación o no de la castración a partir del lazo de amor al padre y de la relación al símbolo fálico. En última instancia, para Freud, las posiciones del varón y de la mujer están determinadas por la diferencia sexual anatómica ya que, tal como afirma, “la anatomía es el destino” (Freud, 1924/2000b, p. 185). Por el contrario, para Lacan “la anatomía no es el destino” (Lacan, 2006a, p. 193). La anatomía y el destino se separan porque el lenguaje se inmiscuye entre los seres hablantes, a partir de lo cual se produce el malentendido estructural entre el cuerpo y el modo de gozar en tanto hombre y en tanto mujer.

A partir de Lacan, la particularidad de la sexualidad femenina implica que la misma no puede ser reducida a la lógica fálica. Si bien para la mujer se inscribe de entrada la relación al falo como significante del deseo, existe además la presencia de un goce que excede el campo del falo y sus atributos. Dicho goce se presenta de manera enigmática ya que permanece oscuro, difuso e innombrable. Los significantes disponibles en el lenguaje no permiten llegar a traducirlo en significaciones posibles de aprehender. Hay un agujero en lo simbólico para decir de qué goce se trata. Se cierne así para Lacan una escritura imposible que concierne a la relación más íntima de la mujer con su propio goce. Sin embargo, es sobre el fondo de esta imposibilidad de escritura del goce femenino, que para cada mujer es posible inscribir una solución respecto de su posición sexuada. Por consiguiente, queda planteada una paradoja inherente a la sexuación femenina. Esta Tesis se propone explorar dicha paradoja para extraer de ella sus consecuencias más fecundas.

2. Antecedentes conceptuales en el campo del psicoanálisis

Para Freud la salida normal del drama edípico femenino se consolida a través de la aceptación de la castración y la producción de la equivalencia simbólica pene-niño que se sostiene en la lógica fálica. Establecerse en la relación con un hombre para hacerse dar un hijo por él constituye la solución más general al no tener de las mujeres, lo cual se lee en el marco de la ecuación simbólica pene-niño planteada por Freud. De esta manera, se establece como salida normal y estructural del Edipo femenino la equivalencia entre la mujer y la madre. En esta línea, el sentimiento de la feminidad y la inscripción en la serie de las mujeres se produce, en el mejor de los casos, a través de la realización de la maternidad como solución a las vicisitudes del Edipo femenino.

En el Seminario 6 Lacan discute con Freud y plantea que la mujer se encuentra en una posición privilegiada en lo concerniente resolución del Edipo y sus relaciones con el falo. Contrariamente a la complejidad sostenida por Freud, Lacan sostiene que los problemas afectivos de la mujer plantean una relativa simplicidad respecto que para el hombre ya que ella sabe lo que no tiene y este saber la inscribe de entrada en la dialéctica fálica. Lo que ella demanda a fin de cuentas no es la satisfacción sexual, sino tener lo que no tiene y se dirige a buscarlo en el hombre. Lacan dice: “Por más real que sea ese falo que ella puede tener, al principio se introdujo en su dialéctica, en su evolución, como un significante que se inscribe en el inconsciente. Por eso, en cierto nivel de su experiencia, ella siempre lo tendrá en menos” (Lacan, 2014, p. 498). Siguiendo esta línea, la mujer se confronta con el objeto fálico en calidad de objeto separado, es decir, perdido en tanto tal y sustituible por otros posibles dentro de una serie. Por lo tanto, en el campo de las neurosis, la relación de una mujer con un hombre se inscribe siempre en la lógica fálica, ya sea consintiendo a ser tomada como objeto de su deseo así como también haciéndose dar por el hombre esos pequeños objetos a -tal como formulará muchos años después en el Seminario 22- de los cuales ella se ocupará maternalmente.

Sin embargo, Lacan se separa radicalmente de Freud al formalizar, en primer lugar, que esta relación de la mujer con la función fálica -que comparte con el hombre- no la define en tanto tal; y en segundo lugar, al articular la existencia de un goce suplementario al goce fálico que habita al cuerpo de una mujer y cuyas coordenadas son las de lo ilimitado. A diferencia del goce fálico masculino -localizable, representable y contable-, el goce femenino se presenta como su reverso, es decir, por su condición de no localizable, no contabilizable e irrepresentable. Se recorta entonces un imposible de nombrar concerniente al goce femenino y, por lo tanto, un imposible de escribir referido al goce en tanto tal. Como consecuencia, la clínica psicoanalítica se confronta con las dificultades de ambos sexos para arreglárselas con la oscuridad y la consistencia de dicho goce.

En distintos momentos de su enseñanza Lacan articula el rechazo estructural a la feminidad para todo ser hablante. En 1973, en su intervención en Radiofonía y Televisión, plantea que la “mascarada femenina” -concepto que será oportunamente desarrollado en esta investigación- no constituye una mentira, tal como se puede suponer, sino que mantiene relaciones con la verdad que, para Lacan, siempre se presenta en su estatuto de ficción. Haciendo uso de los semblantes femeninos de la cultura, ella se prepara para que “el fantasma de El hombre en ella encuentre su hora de verdad” (Lacan, 2012c, p. 566). Sin embargo, el recurso a la mascarada para que sea posible el encuentro entre los sexos no orienta en nada sobre el goce enigmático de la mujer. Si bien la mascarada femenina cumple una función esencial en la comedia de los sexos, constituye a la vez el signo del rechazo respecto de lo más íntimo -y a la vez lo más hétero- de la feminidad. En “La significación del falo” Lacan afirma:

…es para ser el falo, es decir el significante del deseo del Otro, para lo que la mujer va a rechazar una parte esencial de la femineidad, concretamente todos sus atributos en la mascarada. Es por lo que no es por lo que pretende ser deseada al mismo tiempo que amada. (Lacan, 1985b, p. 674)

En la comedia de los sexos, ella se presenta como objeto de deseo, sostenida en la identificación fálica y dejándose tomar por el fantasma del hombre. De esta manera, ella se construye un ser anudado al significante fálico y a la demanda del Otro. Sin embargo, esta operación estructural de la posición femenina presenta -a la vez que vela en ese mismo movimiento- un intenso rechazo. De esta manera se consuma “…su profunda verwerfung, su profundo rechazo, en cuanto ser, de aquello en lo que ella misma se manifiesta en el modo femenino” (Lacan, 1999, p. 358). Por un lado, Lacan ubica bajo el velo del “deber parecer” la profunda ajenidad respecto de su cuerpo y de su deseo, es decir, del goce allí implicado. Por el otro, lee también la articulación de este rechazo con la exigencia superyoica que empuja inexorablemente a un goce sin medida.

La enseñanza de Lacan de los años 70 se inicia con el Seminario 17, que prepara el camino hacia lo que articulará luego lógicamente con las fórmulas de la sexuación y la existencia de un goce femenino suplementario al goce fálico. En este seminario, Lacan le reprocha a Freud haber retrocedido ante el goce femenino, así como también haber traicionado la enseñanza de las histéricas y de haberla sustituido por el complejo de Edipo. ¿Cuál era el saber que “todos esos picos de oro” habían revelado a Freud? (Lacan, 1992, p. 91). En esos años Lacan afronta nuevamente la cuestión del Edipo femenino a partir de una relectura de Dora. Allí pone en cuestión al padre freudiano -potente e idealizado- para ubicar otra perspectiva. Por un lado, se devela el gran secreto del padre, esto es, su propia castración. Por el otro, se evidencia la privación como una operación necesaria para ambos sexos y ya no exclusiva de la sexualidad femenina. Si bien, al decir de Lacan, el mito del padre constituye un fantasma freudiano, la castración -como operación simbólica fundamental- en ningún modo puede ser reducida al estatuto de un fantasma. Al contrario, la castración constituye “la operación real introducida por la incidencia del significante, sea el que sea, en la relación al sexo” (Lacan, 1992, p. 136). Por consiguiente, la castración constituye la operación que ejerce el lenguaje sobre el cuerpo a través de la cual se inscribe una doble pérdida. A saber: en primer lugar, se anota la imposibilidad del goce sin límite; y en segundo lugar, se inscribe una imposibilidad estructural en el plano del saber ya que tanto el hombre como la mujer están privados de saber la verdad sobre el sexo. Tal como desarrolla Lacan a lo largo de su enseñanza y especialmente en el Seminario 18 y en los sucesivos, la relación sexual entre los seres hablantes es, en efecto, una función que no puede escribirse.

 

Más tarde, en el Seminario 20, Lacan formalizará los modos de sexuación masculino y femenino a partir de la inscripción lógica de la diferencia sexual y de lo imposible de escribir de la relación entre los sexos. Allí donde para Freud se planteaba el gran misterio referido a qué quiere la mujer, Lacan escribe las fórmulas de la sexuación que dan cuenta de una imposibilidad estructural para los seres hablantes. Si bien la sexualidad femenina se define por su relación al falo, ella no se inscribe toda allí. Para la mujer existe, más allá del falo, la presencia de un goce suplementario imposible de significantizar. Se trata de la dualidad estructural del goce femenino, lo cual le permite a Lacan afirmar que “La mujer” no existe en tanto tal sino que, contrariamente, la sexualidad femenina se caracteriza por la imposibilidad de ser definida con las coordenadas de la lógica fálica. Las soluciones sexuadas masculina y femenina se encuentran articuladas por la relación con el significante del deseo así como también por la modalidad del goce singular de cada partenaire. En el caso de la mujer se tratará de cómo cada una de ellas se las arregle con la dualidad estructural de su goce y con lo imposible de escribir de “La” feminidad en tanto tal.

3. Interés actual del tema de investigación

3.1. ENCRUCIJADAS ACTUALES

Se constata que la pregunta por el goce femenino sigue siendo actual, motivo de interés y de debates que intentan situar una referencia biológica que dé cuenta de su localización. El 28 de agosto de 2014, el diario Clarín en su versión impresa publicó una nota referida a una investigación de científicos italianos, franceses y mexicanos. Los mismos afirman que la zona del placer femenino en la cual se origina el orgasmo sería más amplia que el denominado “punto G”, zona enigmática del cuerpo en la que las investigaciones de Gränferberg le dieron localización orgánica al goce femenino en el coito, durante la década del 40. La nota comienza de la siguiente manera:

No insista. No pregunte qué se siente. No busque más: el punto G no existe. No hay tal botón que active el placer femenino. O, mejor dicho, no hay coordenada que indique a cuántos grados y en qué dirección está ubicado. Al uso de un solo dedo, cualquiera que elija para ejercer presión, deberá darle vacaciones. Observe que nada en la sexualidad de ellas es lineal. Por compleja y misteriosa, el territorio erógeno se amplía para llegar al orgasmo. (diario Clarín, 28 de agosto de 2014, p. 29)

La noticia informa que el área genital que al ser estimulada genera el clímax sexual de la mujer es mucho más amplia de lo que se supone. De ahora en más, tiene una nueva denominación científica: CUV, cuyas iniciales en inglés remiten al área comprendida entre el clítoris, la uretra y la vagina, incluidos otros tejidos, músculos y glándulas. El periódico anuncia este descubrimiento en términos de un nuevo concepto del placer sexual femenino, el clitourethrovaginal, así denominado por este grupo de científicos en el artículo publicado en la revista Natural urology, según refiere la nota. Sin embargo, ¿quedará así cerrada la pregunta por el goce femenino? Seguramente no. Aunque intente ser una noticia tranquilizadora, la cuestión sigue siendo un enigma y para muchos, un verdadero problema. Para el psicoanálisis, en cambio, es necesario abandonar toda referencia a la naturaleza para tratar de cernir lo que concierne al goce sexuado del cuerpo hablante y leer las condiciones por las cuales cada uno se encuentra con el otro sexo.

En el reverso de los esfuerzos del discurso científico por circunscribir el goce femenino, la actualidad naturaliza lo que en otras épocas era imposible hasta de imaginar. En diciembre de 2010, una nota periodística anuncia que gracias a un fallo judicial que sienta precedente en la jurisprudencia nacional, la travesti Florencia de la Vega recibió una partida de nacimiento y un documento de identidad nuevos que la inscriben como mujer, habilitando de este modo la elección de su identidad sexual. Su caso sienta precedente debido a que, por primera vez en la Argentina, el Tribunal de Justicia no exigió pericias psiquiátricas ni psicológicas para atestiguar alguna índole de enfermedad mental referida a la sexualidad, ni tampoco estableció como condición que la persona se sometiera a una intervención quirúrgica de reasignación de sexo. Se le reconoce por lo tanto que “tener documentos acordes con la identidad de género que supo construirse en la vida es su derecho” (diario Página 12, 14 de diciembre de 2010).

Por su parte, el psicoanálisis devela que, más allá de las soluciones que los sujetos pueden construirse referidas a la identidad sexual y de género, no es tan fácil darse respuestas ciertas a las preguntas sobre qué es un hombre y qué es una mujer, ya que no existen definiciones últimas sobre la esencia de los sexos (Lacan, 2012a, pp. 38 y 97). Sin embargo, el psicoanálisis acentúa que allí donde no hay esencia y donde tampoco es suficiente la referencia a la biología para la localización de la satisfacción, existe en cambio una diferencia sexual irreductible. Dicha diferencia depende del modo de goce de cada una de las posiciones sexuadas, tal como ha sido definido por Lacan a partir de la lógica de la sexuación. El modo en el que cada sujeto se inscribe de un lado u otro de las fórmulas dependerá de cómo se las arregle con la diferencia sexual y de los recursos con los que cuente para dicha inscripción. En este sentido, no hay soluciones universales que orienten respecto de la sexualidad. Tal es la “maldición sobre el sexo” (Lacan, 2012c, p. 557) que pesa sobre la especie humana y que Freud supo interpretar tan bien en el malestar de la civilización.

Así mismo, la bipartición de los géneros femenino y masculino está siendo puesta en cuestión por las nuevas prácticas sexuales que refutan la repartición de los géneros en dos. En la misma época otra noticia tuvo resonancias en varios medios periodísticos y en las redes sociales. Se informó que Facebook habilitó en la Argentina la opción de género personalizado para sus usuarios, pasando a ser el primer país de Latinoamérica y el quinto en el mundo en abrir la propuesta de pluralidad de género (diario Clarín, 11 de agosto de 2014). Las opciones de género son actualmente cincuenta y cuatro. Entre ellas se encuentran, además de las categorías clásicas de hombre y mujer, muchas otras: neutro, andrógino, homosexual, gay, lesbiana, androginx, intersexual, bisexual, travesti, trans, transexual, hombre transexual, mujer transexual, transgénero, etc. Ahora también existe la posibilidad de elegir el nombre con el cual cada usuario quiere inscribirse: él, ella, neutro. Además, es posible mantener privada la identidad de género o controlar la audiencia con la cual se desea compartir el género personalizado. Según los directivos de Facebook, estas nuevas modalidades responden a la demanda de miles de usuarios que en los últimos años vienen reclamando ser reconocidos por sus identidades sexuales, hoy multiplicadas.

Conviene recordar que sin embargo, para el psicoanálisis, subsiste un imposible de decir inherente al goce sexual a pesar de los esfuerzos que la época realiza para reconocerlo e inscribirlo. Hay un imposible de nombrar en la vivencia humana de la sexualidad. Por consiguiente, ninguna clasificación llega a abarcar todas las formas posibles en las que los seres hablantes habitan los cuerpos sexuados, ni mucho menos la multiplicidad de las prácticas que realizan en la consecución del goce sexual. En la medida en la que no es posible hacer entrar la diversidad de los goces en un registro común, se plantean las siguientes preguntas: ¿cómo nombrar la especificidad del goce de cada quién, de manera tal que se reconozca su más íntima singularidad? y ¿cuál es la articulación entre la singularidad del goce y la posición sexuada de cada sujeto? Incluso, más específicamente aún, ¿qué singularidad concierne al goce femenino, tal como lo describe Lacan, en su presentación actual? Y finalmente, ¿cuál es la vía de un tratamiento posible? Esta Tesis se propone tratar de cernir algunas respuestas.

El recorrido a través de los movimientos feministas en la historia permite observar que cuando el discurso femenino se introduce en el discurso universal de la civilización procede en contra de todas las tentativas de uniformización (Laurent, 2013). El discurso femenino, aún en sus luchas por la igualdad de derechos, ha introducido un obstáculo a la homogeneización fálica del mundo cambiando las reglas de juego. Como se verá, el desarrollo de los movimientos feministas devela también que, a pesar de los logros obtenidos en el campo social, político y económico a través de la historia, el malestar femenino cambia sus modos de manifestación pero no desaparece. Ese malestar, al que Lacan llama “goce femenino”, hace obstáculo a todas las formas de inscripción en el Otro.

En la actualidad, la subversión promovida por el feminismo ha dado paso a un cuestionamiento radical de las categorías de género. Se constata que no sólo los movimientos feministas han contribuido a la desregulación de los sistemas sociales mediante la introducción de la variable femenina allí donde era rechazada, sino que el feminismo mismo como movimiento político y social ha sido ya subvertido por las nuevas teorías de género. La crisis actual del género es el producto de la puesta en cuestión de la sexualidad humana ordenada a partir de las identificaciones fundamentales hombre-mujer. Se abren paso modos de existencia que quieren prescindir de las mismas en pos de prácticas de goce fluctuantes. Conceptos como construcción performativa del género, transgénero e intersexualidad hacen parte del lenguaje común para nombrar la movilidad de las identificaciones sexuales (Butler, 1990). El “género fluido” planteado por las teorías queer surge para nombrar a los sujetos que cambian su identidad sexual para adecuarse al contexto social y a las prácticas posibles de goce. En este sentido, el estallido de las identificaciones sexuales ha generado una verdadera “implosión del género”, tal como ha sido nombrado recientemente a partir de una investigación en el campo del psicoanálisis de orientación lacaniana (Sinatra, 2013, p. 10). En las últimas décadas, ha surgido una multiplicidad de nuevos nombres a los cuales los sujetos se identifican a partir de prácticas de goce desenfrenadas, cuyas consecuencias en la cultura será aún necesario investigar.

3.2. PERSPECTIVA LACANIANA

A la luz de los debates actuales, es necesario esclarecer algunas cuestiones que constituyen el marco epistémico de esta investigación, las cuales serán retomadas y desarrolladas oportunamente.

En primer lugar, en contraposición al empuje hacia la pluralización del género, al comienzo del Seminario 19 Lacan da una indicación precisa, la cual figura en el epígrafe de la “Introducción” de esta investigación. Allí afirma: “El hombre, la mujer: a esto llamo valores sexuales. Que al comienzo estén el hombre y la mujer es ante todo asunto de lenguaje. Esta es la tesis de la que parto hoy” (Lacan, 2012a, p. 38). Decir “hombre” o decir “mujer” constituye un hecho de lenguaje. En todas las lenguas del mundo existe la posibilidad de nombrarse por medio de la diferencia sexual y en esto radica el funcionamiento del género, femenino o masculino. Dicho esto, Lacan agrega que “no sabemos qué son el hombre y la mujer” y en esto radica el problema. Por este motivo, luego de precisar que es imposible alcanzar una definición de la esencia de los sexos, Lacan procede a darle a la operación de la castración elaborada por Freud una articulación lógica que permite ir más allá de lo anecdótico del Edipo freudiano (Lacan, 2012a, p. 42). La elaboración de las posiciones sexuadas a partir de una lógica inédita, permite elucidar que existe una diferencia insoslayable entre un sexo y otro en cuanto a sus relaciones con el significante fálico así como en sus relaciones con el goce, en especial para la mujer por la experiencia de un goce en exceso, no contabilizable. Simultáneamente, la lógica de la sexuación elaborada por Lacan devela la imposibilidad de afirmar que “La mujer” existe en tanto es imposible definir la singularidad de su goce. Esta operación implica que existe una imposibilidad estructural para ambos sexos.

 

En segundo lugar, existe un malentendido en las teorías post-feministas y en las actuales teorías queer sobre la sexualidad ya que desconocen que la propuesta lacaniana no se plantea en términos de género sino de goce (Fajwaks, 2013, p. 228). En la lectura crítica que los diferentes autores realizan del psicoanálisis, se evidencia que sus disputas se apoyan fundamentalmente en la conceptualización freudiana del Edipo y en las elaboraciones de la primera época de la enseñanza de Lacan. Dichos autores desconocen tanto la deconstrucción del complejo de Edipo y la puesta en cuestión del Nombre del Padre a la cual Lacan procede durante los años 70, así como la lógica que la elaboración lacaniana imprime a la sexuación a partir de un punto de no relación entre un sexo y otro. En este sentido, la orientación lacaniana sigue siendo profundamente subversiva respecto de las utopías de la época concernientes al anhelo de consumación de todos los goces. Hoy más que nunca se sostiene la creencia de que el goce puede ser alcanzado sin el límite que imprime la castración simbólica, con el consecuente empuje a su realización. Para el psicoanálisis que se orienta en la enseñanza de Lacan no se trata de la realización última del goce, sino de las formas posibles de su tratamiento.

En tercer lugar, frente al empuje de la época por producir definiciones del ser de a partir de las prácticas de goce, cabe aclarar que la perspectiva lacaniana no brinda una nominación del ser que se sostenga en los significantes del Otro ni en las prácticas concernientes al goce sexual. La orientación lacaniana permite acceder a una nominación de otro orden, concerniente a la reducción de los trozos de real producidos a lo largo del recorrido analítico como núcleo irreductible del síntoma y del modo de inscripción respecto de la sexualidad. Se trata aquí de cernir un modo de goce que concierne al tratamiento singular del padecimiento sintomático y de la inexistencia de la relación sexual. Esta operación va más allá de las coordenadas edípicas del sujeto, de sus historias de amor y de soledad, ya que abre la posibilidad de una nominación que no surge de las prácticas de goce sin límite sino del modo de gozar que enlaza al ser hablante con el sentimiento de la vida, de una manera absolutamente singular.

3.3. LA GENERALIZACIÓN DEL GOCE FEMENINO

Tal como ha sido anticipado más arriba, Freud situó el Edipo femenino articulado a la envidia del pene y el rechazo a la feminidad constituye una de las salidas posibles al mismo. En tanto, la salida freudiana privilegiada es la maternidad, solución apaciguadora ante el penisneid. Lacan, en cambio, realiza dos virajes fundamentales: por un lado, localiza la presencia de un plus de goce que no corresponde al registro fálico y, por el otro, generaliza el rechazo a la feminidad para ambos sexos como consecuencia de la “potenciación fantasmática del falo” (Miller, 2011a, clase 4). El último tramo de su enseñanza se produce a partir de la elaboración de la sexualidad femenina y de la localización de un goce Otro, suplementario al goce fálico. En la lectura que Miller realiza de dicho goce afirma que Lacan lo generalizó “hasta transformarlo en el régimen del goce en tanto tal” para todo ser hablante, independientemente de su sexo (Miller, 2011a, clase 5). Su opacidad, su imposible localización y su carácter no contabilizable hacen del mismo el hueso duro de roer en la experiencia analítica. Se trata de un goce que permanece siempre innombrable e irrepresentable pero que insiste bajo la forma de la iteración de lo mismo, aun cuando el síntoma neurótico se ha desprendido del sentido inconsciente que coagulaba. Esta dimensión del goce femenino se rehúsa a entrar en razones y confronta a cada sujeto con su soledad.

El misterio de la feminidad reside en que ellas, por estar inscriptas en la función fálica pero no totalmente subsumidas a la misma -es decir, no-todas amenazadas por la castración-, se confrontan con una dimensión del goce ilimitado. Por eso, ellas están más cerca de la locura y de la angustia. En este sentido, el estatuto que adquiere el amor para vida anímica femenina “constituye un esfuerzo por inscribir el goce en la relación con el Otro” (Miller, 1998a, p. 373). Sin embargo, el hecho de que la mujer permanezca compañera de su soledad pone en evidencia el fracaso del lazo amoroso para salvaguardarla de la misma. La sexualidad femenina enseña que el goce, por ser del Uno, tal como Lacan elabora a partir del Seminario 19, no resulta adecuado para el registro del Otro; esto quiere decir que permanece como imposible de escribir con los significantes que existen en el campo del Otro (Lacan, 2012a). En este sentido se puede afirmar que “en el goce, cada uno es, por fuerza, compañero de su soledad” (Miller, 1998a, p. 374).

En el inicio del curso El Otro que no existe y sus comités de ética de J.-A. Miller en colaboración con É. Laurent, ambos autores presentan el problema de lo ilimitado del goce femenino como paradigma de la época actual, la cual se caracteriza por un empuje a gozar que puede no tener límites. Es a partir de dicha articulación que la “feminización del mundo” (Miller, 2005, p. 107-109) surge como una interpretación de los modos de goce propios de la actualidad. Consecuentemente, la “aspiración contemporánea a la feminidad” -sancionada por Miller años más tarde (Miller, 2011a, clase 4)- consiste en el movimiento por el cual el orden viril y los emblemas paternos ceden paso al empuje al goce, sin el límite que imponen el Nombre del Padre y la castración simbólica.

Como consecuencia de dichas elaboraciones y de las que siguieron en los distintos ámbitos del psicoanálisis de orientación lacaniana, en especial en la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) y sus Escuelas en torno a la generalización del goce femenino, se han ido produciendo una serie de publicaciones y eventos consolidados alrededor de esta temática. A saber: Daugther, mother, woman in the 21st century (junio de 2010, Ginebra); Hablar con el cuerpo. La crisis de las normas y la agitación de lo real (noviembre de 2013, Buenos Aires); Lo femenino no solo es asunto de mujeres. El pivote irreductible de un análisis (octubre de 2014, Lima); Bordes de lo femenino. Sexualidades, maternidad, mujeres de hoy (noviembre de 2014, Buenos Aires); Être mère. Fantasmes de maternité en psychanalyse (noviembre de 2014, París); Elecciones del sexo. De la norma a la invención (diciembre de 2014, Madrid), Solos y solas (noviembre de 2015, Buenos Aires) y Mujeres. Un interrogante para el psicoanálisis (noviembre de 2016, Madrid). La lista representa sólo algunos de los argumentos que convocaron a las Jornadas de trabajo y Encuentros Internacionales tanto del Campo Freudiano como de la Asociación Mundial de Psicoanálisis en los últimos tiempos.