Los impasses de la feminidad

Tekst
Loe katkendit
Märgi loetuks
Kuidas lugeda raamatut pärast ostmist
Šrift:Väiksem АаSuurem Aa

Por otro lado, en el mes de marzo de 2015 se celebró la 59ª sesión de la Comisión de la condición de las mujeres organizada por la ONU en New York sobre el tema Gender equality and the empowerment of women. En esa ocasión, la AMP fue invitada para colaborar con la investigación y la promoción del objetivo de empoderamiento de la mujer, promovido por la Declaración de Beijing en 1995 durante la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer. Además se sumó -en el Fórum de las ONG intervinientes- el Parallel event organizado por la AMP, en el que participaron y debatieron diversos psicoanalistas y referentes de la cultura (Bassols, 2015).

A partir de lo expuesto, se puede corroborar que el goce femenino está a la orden del día y que es fundamental la presencia del psicoanálisis lacaniano en los diferentes espacios de trabajo y discusión. La lectura psicoanalítica se orienta en mantener la diferencia que concierne, por un lado, a los problemas que afectan a las mujeres en la civilización y, por el otro, la problemática del goce femenino tal como lo entiende el psicoanálisis a partir de las enseñanzas de Freud y de Lacan, el cual no se confunde en ninguna medida con los problemas de género.

Asimismo, se constata que las mujeres son aquellas más sensibles a la inexistencia del Otro y mejor posicionadas para inventar modos de arreglárselas con la época. Esto se debe a que para ellas la relación con los ideales es más lábil que para los hombres y su íntima cercanía con el no-todo fálico las hace un poco más libres respecto de los semblantes paternos (Miller, 2005). En este sentido, la lectura del psicoanálisis acerca de la feminización del mundo no tiene sólo que ver con el empoderamiento social de las mujeres o bien con el empuje al goce sin límite propio de la época, sino también con una mayor posibilidad de desembrollarse con la inexistencia del significante adecuando para nombrar el goce silencioso. Este punto será debidamente desarrollado más adelante.

A partir de lo expuesto, esta Tesis se propone en primer lugar, investigar la especificidad de la posición femenina planteada por Lacan que, a partir de Freud, elabora las coordenadas precisas de la subjetivación de la castración y de la relación con un goce suplementario por el cual la mujer se inscribe no-toda en relación al falo; y en segundo lugar, formalizar la generalización del goce femenino como condición estructural para todo ser hablante. Así también, la presente investigación se propone discernir los modos en los que se presenta el rechazo estructural a la feminidad del que ha hablado Lacan desde sus primeras elaboraciones en torno a la sexualidad femenina, tal como ha ya sido mencionado.

3.4. ESCRITURA Y SEXUACIÓN FEMENINA

Los conceptos de escritura y de letra atraviesan toda la enseñanza de Lacan, desde sus comienzos. En psicoanálisis, la función de la escritura se separa del sentido común del término y nada tiene que ver con la acción u oficio de escribir. Además, para Lacan, la letra no es ni un instrumento ni una huella significante -al contrario que para Freud en su referencia a la pizarra mágica-; tampoco es la impresión de un trazo que represente a la palabra dicha -como suele suponerse desde el sentido común-. Resulta entonces que la función de la escritura y el lugar de la letra tienen un estatuto particular, difícil de aprehender.

En el Seminario 18 Lacan (2009) afirma que todo discurso pertenece al estatuto del semblante. Su interés radica en la necesidad de capturar aquello que surge del discurso durante la experiencia analítica pero que no pertenece al registro del semblante, es decir, aquello que permanece por fuera del campo de la palabra y de la significación. Se trata de determinar la presencia de un goce Otro, más allá del goce de la palabra. El ser hablante habla y hablando busca hacer entrar su goce en el campo del Otro; al hacerlo, se embrolla, se enreda. El recurso significante sirve para velar que la relación sexual no existe; es decir, que no se puede saber la verdad sobre la relación entre los sexos, que no hay modo de definir la proporción sexual entre un hombre y una mujer. En síntesis, lo que los discursos velan es que hay una fórmula imposible de escribir. Para los seres afectados por el lenguaje, la relación sexuada se presenta siempre como un asunto de ficción. La sexualidad humana constituye un hecho de discurso en el que los cuerpos se entrelazan en un malentendido estructural. De esta manera, el producto de un análisis se produce como efecto de la erosión del sentido en las vueltas del decir, lo cual permite cernir lo inefable del goce del ser que habla.

Posteriormente, en el Seminario 20 Lacan (1985c) establece la función de lo escrito en el campo del psicoanálisis. Lo que se escribe se desprende del discurso que da vueltas en torno a la imposibilidad de escribir la relación sexual. Finalmente, en el Seminario 23 Lacan (2006b) subraya que los seres hablantes escriben sus recuerdos infantiles y eso implica el pasaje de una forma de escritura a otra, pero el psicoanálisis no es la transcripción de una anotación por otra, sino la producción de una forma de escritura que no traduce sentidos. Se trata de una escritura inédita. De este modo, se acerca más a la escritura matemática que a la literaria. Se trata de una escritura que no proviene del significante sino del goce y de su tratamiento posible; una escritura que concierne al cuerpo en tanto sexuado, afectado por la vida.

A partir de lo planteado hasta aquí se considera que, en el campo de los estudios psicoanalíticos, no ha sido suficientemente desarrollada la relación entre feminidad, escritura y sexuación, y que la misma podría aportar nuevas coordenadas respecto de la sexualidad femenina. Por este motivo, esta Tesis se propone realizar un recorrido de investigación que articule los diferentes aspectos del tema en cuestión. En primer lugar, la inexistencia de “La mujer” planteada por Lacan a partir de la lógica de la sexuación e íntimamente vinculada a la imposibilidad de la escritura de la relación sexual entre los sexos. En segundo lugar, la existencia del goce femenino en cuanto suplementario al goce fálico, así como las consecuencias subjetivas a nivel de la sexuación. En tercer lugar, la escritura de diversas soluciones posibles respecto de lo femenino, lo cual permite la inscripción de la serie de las mujeres, una por una.

4. Hipótesis de trabajo

La hipótesis que orienta la presente investigación se sostiene en una paradoja que pone en juego lo estructuralmente imposible de escribir y las escrituras posibles respecto de la feminidad.

Si bien “La mujer” no existe y resulta imposible escribir “La” posición femenina en tanto tal, no obstante, existen soluciones femeninas singulares que implican un arreglo posible con lo ilimitado e innombrable del goce. La posición sexuada femenina se circunscribe por la dualidad del goce que concierne a una mujer y por el modo que ella inventa para arreglárselas con la misma. Cada solución se inscribe de manera única porque sirve para una sola. Sin embargo, puede ser transmitida de una manera tal que se la pueda nombrar “mujer”, independientemente de todas las cuestiones de género que la cultura produce.

CAPÍTULO 1 El problema de los feminismos en la cultura

La identidad de género no es otra cosa que lo que acabo de expresar con estos términos, el hombre y la mujer. […] nada nos permite abstraer estas definiciones del hombre y la mujer de la totalidad de la experiencia del hablante…

(Lacan, 2009, p.31)

El objetivo de este capítulo consiste en investigar la necesidad de inscribir la particularidad de la presencia de la mujer en la cultura, ya sea en su igualdad como en su diferencia radical con los hombres. Al recorrer el devenir de los movimientos feministas, se devela que a pesar de los logros alcanzados referidos a los derechos de la mujer en la vida social, de los cambios obtenidos, de las reconfiguraciones sucesivas de las instituciones feministas y las diversas reformulaciones de sus teorías, persiste un malestar de difícil localización, imposible de nombrar. Dicho malestar toma la forma de reclamos dirigidos al Otro social que buscan hacer entrar el régimen del goce femenino en el reconocimiento del Otro.

1. Antecedentes históricos

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española (www.rae.com), el término feminismo designa habitualmente la doctrina social favorable a la mujer, a la que reconoce las mismas capacidades y derechos que a los hombres. El término designa asimismo al movimiento social que exige iguales derechos para ambos sexos. Sin embargo, a los fines de esta investigación, se considera más conveniente utilizarlo en plural: feminismos para acentuar los diversos modos en los que dichos movimientos y sus doctrinas se representan.

Richard Evans (1980) realiza un estudio comparativo del surgimiento y de la evolución de los movimientos feministas en varios países, no solamente en los Estados Unidos de Norteamérica o Inglaterra. Esto le permite tomar una perspectiva global de las luchas políticas libradas por las mujeres para emanciparse. De este modo, intenta realizar no tanto un análisis de la historia de la mujer en la sociedad, sino más bien comprender la dimensión política de la misma, en aras de una historia del feminismo de la que participaron millones de mujeres.

Con la Primera Convención por los derechos de la mujer, celebrada en Seneca Falls en Nueva York, en julio de 1848, se inicia el movimiento de la denominada primera ola del feminismo en la sociedad occidental. Evans estudia los movimientos de emancipación, sus orígenes, su desarrollo y su colapso final luego de la Primera Guerra Mundial, en Europa, América del Norte, Australia y Asia, en la época del liberalismo burgués. Posteriormente surgieron los movimientos socialistas femeninos propios del siglo XX, que dieron origen a la segunda ola del feminismo. Este autor avanza en el análisis de las consecuencias que el auge de los primeros movimientos feministas tuvo para las mujeres en su sentido más amplio, luego de los movimientos de emancipación durante el siglo XIX e inicios del XX.

 

La Ilustración intelectual del siglo XVIII -con sus ideas sobre la razón, el progreso, la realización del individuo, el acceso a la educación y el reconocimiento de los derechos- y la Revolución Francesa a finales del mismo siglo -durante la cual por vez primera las mujeres se unieron para luchar por sus derechos-, dieron a los movimientos feministas su sustento ideológico inicial.

Olympe de Gouges, perteneciente a las nuevas corrientes de pensamiento y autora de la Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana (1791), fue una de las pioneras del feminismo. Luchó incansablemente por la defensa de la educación femenina, la participación política y el voto de la mujer, así como por conseguir la igualdad con el hombre en el ámbito familiar. En dicho documento afirma:

La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el ejercicio de los derechos naturales de la mujer sólo tiene por límites la tiranía perpetua que el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la razón. (Gouges, 1791, en línea)

Sus ideas fueron profundamente revolucionarias. Su propuesta innovadora de una ley de divorcio, así como la idea de que los hombres fueran obligados por la ley a responsabilizarse de los hijos nacidos por fuera del matrimonio provocaron innumerables controversias y reacciones de fuerte oposición. Defendió hasta el final de su vida los principios de la Ilustración y denunció públicamente que la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano -votada en 1789 durante la Revolución Francesa- traicionaba a las mujeres ya que, en dicha Declaración, quedaron excluidas como sujetos de derecho y ciudadanas plenas. Su posición política y revolucionaria la llevó, finalmente, a morir decapitada en la guillotina en 1793, a la edad de 43 años.

Casi contemporáneamente, se publicó la Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft (1792). Allí, esta autora condenaba a la educación impartida a las mujeres ya que las hacía “más artificiales y débiles de carácter de lo que de otra forma podrían haber sido” y porque deformaba sus valores con nociones equivocadas que implicaban la obediencia al orden social y familiar instituido, el cual les asignaba el lugar de madres y esposas. De este modo, la educación que se impartía a las mujeres en aquella época las formaba en la idea de no igualdad de derechos y de sometimiento a la voluntad de los hombres. Según M. Wollstonecraft, el objetivo de la educación “es conseguir carácter como ser humano, independientemente del sexo al que se pertenezca”, pero la educación imperante estaba muy lejos de semejantes ideales de igualdad. Justamente, en la época en la que se proclamaban los valores de libertad, igualdad y fraternidad reflejados por la prensa revolucionaria, al mismo tiempo se acusaba a las mujeres de haber traicionado su papel como mujeres, madres y esposas por querer participar de la política y pertenecer a la vida pública.

Según R. Evans (1980) fue en el siglo siguiente, con el protestantismo liberal, que el feminismo encontró un empuje y un sustento fundamentales, acompañado por el desarrollo y el rápido incremento de la clase media. Durante todo el siglo XIX, en el marco mundial de la Revolución Industrial y las consecuencias que la misma tuvo para la vida de las personas, la economía y la política, los movimientos feministas entraron en su auge, concentrando especialmente a las mujeres de clase media en expansión. Inicialmente buscaron el acceso a las mismas condiciones de educación que los varones y la admisión en la vida laboral y profesional, para garantizarse unos ingresos equiparables a los de los hombres. Posteriormente llegó la búsqueda del voto, en tanto “reivindicación feminista esencial” (Evans, 1980, p. 37), que les permitiría incluirse en la vida política de manera activa y desde allí promover los cambios legislativos anhelados.

Flora Tristán, para citar al menos uno de los nombres que dejaron una marca imborrable en el siglo XIX, publicó en 1843 su obra más importante, Unión obrera, dirigida a las mujeres trabajadoras de la época. Poco después, comenzó su conocido Tour de France -cuyo diario de viaje se convirtió luego en libro póstumo- para promover sus ideas en favor de las obreras mujeres y la defensa de sus derechos en el marco de los principios de libertad, igualdad, fraternidad y solidaridad. Sus ideas y su obra constituyeron el antecedente de los grandes movimientos sindicales por venir.

Los movimientos feministas que se desarrollaron en los diversos continentes se presentaron con distintos niveles de exigencia. De manera moderada, exigiendo el reconocimiento de derechos para mejorar las condiciones educativas, laborales, económicas y legales; y de manera más radical, luchando para conseguir el derecho al voto. A medida que estos movimientos se producían, se fue perfilando también un empuje hacia una reforma moral que tocaba especialmente el campo de la sexualidad (Evans, 1980, pp. 39 - 41). La protesta feminista se sostuvo en el anhelo de las mujeres de no quedar reducidas por los hombres como meros objetos de satisfacción, ni silenciadas respecto de sus propias necesidades y deseos en materia sexual. Surgió así la lucha para obtener la admisión social y de derecho de la libertad sexual para ambos sexos.

La emancipación de las mujeres fue un tema político de gran relieve con consecuencias notables en la vida social. Sin embargo, el logro del derecho al voto en los diferentes Estados y su reconocimiento por la legislación internacional, con la Declaración Universal de los Derechos Humanos adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París en 1948, trajo aparejada la paulatina decadencia de los movimientos feministas y el viraje de muchas participantes a posiciones política y socialmente más moderadas.

En este nuevo marco, una de las principales razones que movían a las feministas fue la necesidad de reafirmar su superioridad en materia profesional y social respecto de algunos hombres pertenecientes a las clases bajas pero que gozaban de derechos y beneficios de los cuales ellas estaban privadas (Evans, 1980). Desde este punto de vista, el feminismo de aquellos años tuvo un éxito indudable ya que consiguió sus objetivos en materia educativa, económica, política y de derechos humanos. Sin embargo, en todos esos ámbitos no dejó de estar presente una diferencia con respecto a los lugares de poder y a las funciones que los hombres desempeñaban. Este hecho fue interpretado por muchas feministas como la reduplicación, en el ámbito social, del lugar de subordinación de las mujeres respecto de los hombres en el ámbito familiar. Finalmente, treinta y un años después de la Declaración de 1948 en París, en diciembre de 1979 se celebró la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas.

En la segunda mitad del siglo XX, lejos de la época victoriana y habiendo el mundo atravesado dos guerras mundiales, las mujeres jóvenes eran partícipes activas de la vida social y política. El sentimiento de haber obtenido enormes logros estaba presente y ya no era necesario sostener posiciones extremas de lucha ni de reclamo. Decayó así la preocupación por los derechos de la mujer -en gran parte conseguidos- y comenzaron a interesarse por los derechos humanos en general, por las víctimas de las guerras y por los oprimidos. En aquellos momentos, a partir del nuevo contexto, se abrió paso un cambio interno que dio lugar al denominado “feminismo de la segunda ola”.

Como dijo la propia Betty Friedan, las palabras “feminista” y “mujer de carrera” se convirtieron en insultos. En este contexto, fueron la obra de Betty Friedan, La mística de la feminidad, y la de la pensadora existencialista francesa Simone de Beauvoir, El segundo sexo, las que abrieron un nuevo camino sentando las bases del feminismo moderno, dando lugar a lo que se ha llamado la “segunda ola del feminismo”. (Fuster García, 2007, en línea)

Durante este período surgieron diversos movimientos de liberación femeninos que tuvieron gran preponderancia. En muchos casos, modificaron los supuestos ideológicos del feminismo clásico para desarrollar una ideología de la emancipación femenina acorde a la nueva realidad del siglo XX, a la vez que consideraron insuficiente el concepto feminista sobre la igualdad de derechos (Evans, 1980, p. 289). El término Movimiento de liberación de las mujeres apareció en Francia en 1970. De este modo, el término liberación vino a sustituir al de igualdad de derechos, ahora considerado obsoleto. Estos nuevos movimientos abogaron por la teoría de la libertad y la satisfacción sexuales. Dicha toma de posición respecto de la sexualidad consiguió el descrédito por parte de las feministas clásicas que consideraron que redundaba en perjuicio de las mujeres y sus buenos principios. En síntesis, estas nuevas posiciones y sus luchas pasaron a ser consideradas inmorales por parte de las viejas defensoras de los derechos de la mujer.

La historia de los movimientos feministas y su decadencia hacia finales del siglo XX es un proceso complejo de difícil comprensión y comporta coordenadas que merecen ser estudiadas con mayor profundidad. Sin embargo, lo que interesa a los fines de la presente investigación es señalar la búsqueda de las mujeres del reconocimiento de su lugar en el mundo por ellas mismas, más allá del matrimonio y la maternidad como su único destino.

El siglo XX estuvo atravesado por el desplazamiento del deseo de hacer valer sus derechos igualitarios frente a los hombres y a la humanidad toda, hacia una preocupación creciente por el problema de la infelicidad y la insatisfacción femeninas. Esta nueva perspectiva abrió paso a una multiplicidad de manifestaciones y posiciones imposibles de unificar. Algunas mujeres, las más lúcidas, se fueron dando cuenta que todas ellas compartían un mismo problema, un mismo malestar difícil de localizar. El problema que no tiene nombre fue el gran hallazgo de B. Friedan, plasmado en su libro sobre La mística de la feminidad (1965). Tal como afirma Lili Álvarez en el prólogo, el verdadero problema surge de un malestar desconocido y enigmático:

Es el malestar desconocido, es la desesperación inexplicable -por innominada- que se apodera de tantas mujeres a pesar de ellas […], poseen todo aquello que representa la felicidad, el fullfillment o cumplimiento del destino de una mujer. Son unas contentas descontentas que no se entienden a sí mismas. (Friedan, 1965, p. 11)

2. Las tres olas del feminismo

Existen dos modos de ordenar la cronología de los movimientos feministas en la historia. Los estudios feministas europeos y en particular de lengua española, que siguen actualmente el criterio de la catedrática Amelia Valcárcel (2001) y de la filósofa Ana de Miguel (1995), distinguen como “primera fase del feminismo” el movimiento que nace con la Ilustración hacia fines del siglo XVII, atraviesa la Revolución Francesa a finales del siglo XVIII y se extiende hasta 1848 con la Convención de Séneca ya mencionada. El segundo momento corresponde al “feminismo liberal sufragista”, centrado en la obtención del derecho al sufragio y a la educación; el mismo se extiende hasta la mitad del siglo XX y su obra de referencia fundamental es el libro de Stuart Mill y Taylor, El sometimiento de la mujer, publicado en 1869. El tercer momento corresponde al del “feminismo contemporáneo” que comienza en los años 60 y 70 a partir de lo que las feministas llamaron “el malestar que no tiene nombre”. Las referencias fundamentales fueron los textos de Simone de Beauvoir, El segundo sexo, publicado en 1949 y La mística de la feminidad de Betty Friedan, de 1963. El centro del debate es el análisis de la cultura patriarcal y el no reconocimiento de los derechos declarados universales e inalienables del ser humano. Este movimiento se extiende hasta nuestros días.

Asimismo, existe otra cronología más generalizada y utilizada especialmente por los estudios norteamericanos. La misma ubica los antecedentes primeros del feminismo en los movimientos antes mencionados que corresponden a la Ilustración y la Revolución Francesa. Estos acontecimientos históricos y sus consecuencias hacen parte de una primera fase del feminismo, luego de la cual se distinguen tres olas.

 

La primera ola del feminismo, también llamada feminismo de la igualdad, surge a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, y se centra especialmente en el logro del derecho al sufragio femenino. Aquí, la referencia fundamental es el libro antes mencionado de Stuart Mill y Taylor. La segunda ola corresponde al denominado feminismo de la diferencia, el cual surge en los años 60 y 70 a partir de los movimientos de liberación de la mujer. Sus teóricas de referencia son Simone de Beauvoir y Betty Friedan, tanto como Luce Irigaray con su ideología de la diferencia. Por último, se sitúa una tercera ola del feminismo que comienza en los años 90 con el artículo publicado por Rebeca Walker “Convertirse en la tercera ola” y se extiende hasta la actualidad, como una continuación y una respuesta a los problemas surgidos a partir del feminismo de la segunda ola y de las nuevas problemáticas de las mujeres en el siglo XXI. En esta línea se inscriben los trabajos de Judith Butler -entre los cuales se destaca especialmente El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, publicado en 1990-, así como los desarrollos de los actuales movimientos queer, de los que nos ocuparemos seguidamente en este mismo capítulo. Estos últimos hacen también parte de lo que hoy se denomina post-feminismo o cuarta ola.

Para esta investigación se toma como referencia la segunda clasificación. La cuestión que interesa es precisar, más allá de las clasificaciones posibles, el movimiento general de los feminismos en su devenir y en sus transformaciones a lo largo de más de dos siglos de historia. La lectura de dicho devenir permitirá extraer la problemática inherente al malestar femenino que subyace y subsiste a través de estos movimientos. Un malestar de difícil inscripción simbólica en la medida en la que a través de él se cierne un imposible de decir. Dicho malestar ha cambiado sus máscaras y ha variado los marcos políticos y sociales en los que se ha desarrollado. En muchas ocasiones, ha encontrado diferentes modos de ser reconocido y tramitado, obteniendo una inscripción social. No obstante, siempre permanece un resto inasimilable que insiste bajo formas diversas.

3. De la lucha por la igualdad a la búsqueda de la diferencia

El segundo sexo (1949) de la filósofa existencialista Simone de Beauvoir es la obra clave del feminismo de la segunda mitad del siglo XX, y su planteo es la referencia fundamental del feminismo de la igualdad. Como idea central sostiene que no existe una esencia femenina y que el género -femenino o masculino- constituye una construcción cultural sobre el sexo; es decir que la feminidad y la masculinidad están determinadas por la cultura.

No se nace mujer, se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino. (Beauvoir, 1949, p.109)

La construcción sociocultural de la sexualidad había condenado a las mujeres a una posición de neta inferioridad respecto de los hombres. El lugar que ellas ocupan depende directamente del lugar de insignificancia a la que han sido destinadas en función de los intereses masculinos.

Solo después de que las mujeres empiezan a sentirse en esta tierra como en su casa, se ve aparecer una Rosa Luxemburgo, una madame Curie. Ellas demuestran deslumbrantemente que no es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia histórica, sino que ha sido su insignificancia histórica lo que las ha destinado a la inferioridad. (Beauvoir, p. 66)

Las feministas de la segunda ola lucharon contra las condiciones de inferioridad femenina en una época de igualdad legal. Sin embargo, el tema central de sus preocupaciones pasa a ser la insatisfacción. El problema fue retratado con precisión por la estadounidense B. Friedan en el libro La mística de la feminidad, publicado por primera vez en EE.UU en 1963. Esta autora supo definir el problema femenino como “el malestar que no tiene nombre” (Friedan, 2009, p. 18). Según sus elaboraciones, el objetivo de la teoría y la práctica feministas fue, justamente, el de intentar nombrarlo. Esta autora analizó la profunda insatisfacción de las mujeres consigo mismas y con la vida, así como las consecuencias de dicha insatisfacción, ya que la misma puede dar lugar a patologías autodestructivas como la ansiedad, la depresión y el alcoholismo (Ibíd., 2009).

Sin embargo, hay que subrayar que el problema de la infelicidad y la insatisfacción femeninas fue interpretado por B. Friedan y el resto de las feministas de la época en términos de un problema político y social, producto de la cultura patriarcal imperante, sin entrar en la subjetividad del caso por caso. Dicha ideología identificaba el lugar de las mujeres en relación con su función familiar, como madres y esposas, en detrimento de la posibilidad de su realización personal. En 1966 B. Friedan contribuyó a fundar una de las organizaciones feministas más importantes de Estados Unidos, la Organización Nacional para las Mujeres (NOW), y se convirtió en la máxima representante del feminismo liberal. Este movimiento se caracterizó por definir la situación de las mujeres en términos de desigualdad con los hombres -y no de opresión y explotación- y por postular la reforma del sistema social y político de la época hasta lograr la igualdad entre los sexos.

Rápidamente, dentro del grupo de las feministas liberales, surgieron posiciones notoriamente radicales que empujaron a muchas de sus participantes hacia posiciones políticas de izquierda, quienes convirtieron los problemas políticos en “guerras de dormitorio” bajo el slogan “lo personal es político”, a pesar de que B. Friedan se hubiera manifestado contraria a semejante radicalización. Estas diferencias condujeron finalmente a la ruptura interna entre feministas liberales y radicales.

El declive del feminismo radical se produce hacia finales de los años 70, a medida que un feminismo liberal reciclado pasa a convertirse en un movimiento político. Esta fractura interna y la reconfiguración posterior condujeron a que el feminismo radical evolucionara hacia un feminismo cultural de la diferencia, con particularidades específicas en Francia y en Italia (Echols, 1989).

En 1974 surgió la polémica en torno del llamado feminismo de la diferencia. Dicha polémica nació a partir de la aparición del libro de Luce Irigaray, Espéculo de la otra mujer (2007), producto de su célebre y controvertida Tesis doctoral. Sus posiciones respecto de la sexualidad femenina así como del feminismo de la igualdad le valieron la expulsión de la Universidad de Vincennes y la pérdida del cargo docente. En aquella época, esta autora era además miembro de la Ecole Freudienne fundada por Lacan en París. Proveniente del campo del psicoanálisis y siendo filósofa, L. Irigaray se confronta punzantemente con las teorías psicoanalíticas sobre la sexualidad femenina basadas -según su lectura- en el falogocentrismo (2). Su tesis marca una ruptura tajante con Lacan y con el psicoanálisis, al cual acusa de no postular una identidad propia de la mujer, sino de hacer de la misma un reflejo incompleto de la del hombre. La autora propone la construcción la feminidad a partir de una teoría basada en la diferencia sexual y sostenida en valores propiamente femeninos. En la segunda parte del mismo libro, repasa la tradición filosófica occidental desde Platón hasta Marx, para separarse de la lucha feminista por la igualdad y proponer la búsqueda de una subjetividad femenina autónoma. Según su posición, si bien el feminismo igualitario ha sido reformista, no ha hecho más que asimilar a las mujeres a los varones, quedando encerrado en el paradigma masculino dominante. Asimismo, sostiene una crítica al feminismo reivindicativo por ubicar a las mujeres como víctimas de los hombres, así como también por no respetar la pluralidad de las experiencias que constituyen el campo femenino.

Olete lõpetanud tasuta lõigu lugemise. Kas soovite edasi lugeda?