Aquiles y su tigre encadenado

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Aquiles y su tigre encadenado
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Aquiles

y su tigre encadenado

Gonzalo Narvreón

© Gonzalo Narvreón

Aquiles y su tigre encadenado

ISBN Libro en papel: 978-84-685-3812-9

ISBN eBook en ePub: 978-84-685-3814-3

ISBN eBook en PDF: 978-84-685-3813-6

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

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Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

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“La demora de ese encuentro buscado y anhelado; la pasión del sexo, sometida y reprimida por las obligaciones y por las estructuras armadas. La ebullición física y emocional, generando una catarata de fantasías y de deseos ya imposibles de contener, gestando una batalla interna entre la necesidad instintiva, primitiva, salvaje e incontrolable del tigre que quiere liberarse de sus cadenas, contra la culpa y el oasis de la vida familiar. La necesidad urgente de descomprimir esa presión que la bestia interior reclama y grita internamente por ser satisfecha y complacida... El deseo de explotar, en un encuentro cargado de testosterona, envuelto en un abrazo firme y cálido entre dos cuerpos masculinos, viriles, deseosos por satisfacerse y por complacerse mutuamente. Por fin, sus cuerpos se cruzan, iniciando ese juego plagado de complicidad, sin necesidad de decir ni de explicar nada. Avanzan, hasta alcanzar la cúspide del placer, que llegará, estallando en una descarga sublime, envueltos en sudor, invadidos por un temblor incontrolable, glorioso y plagado del exquisito aroma a sexo. Solo ahí serás tú, solo en ese momento, te encontrarás plenamente con quien verdaderamente eres; solo en ese instante, tu verdadera esencia surgirá para completarte; solo ahí el tigre habrá rugido, para brindarte la verdadera calma emocional...”

Gonzalo Narvreón

Dedicatoria

A todos aquellos que se han animado a liberar a su tigre interior, para dejarlo correr libremente por la jungla.

Gonzalo Narvreón

Índice

Introducción

Capítulo 1. Veraneando en La Riviera

Capítulo 2. Poseidón

Capítulo 3. Al ritmo de Brasil

Capítulo 4. Un día agotador

Capítulo 5. Pescando garotas

Capítulo 6. Estrechando lazos

Capítulo 7. Playa, calentura y un poco de alcohol

Capítulo 8. Extraña velada

Capítulo 9. …alcohol, calor y la rendición de Alejandro

Capítulo 10. El desenfreno de Marina

Capítulo 11. Secreto bien guardado

Capítulo 12. Tarde de relax

Capítulo 13. Garota vs. macho argentino

Capítulo 14. Bajo el hechizo Maya

Capítulo 15. Amigos son los amigos

Capítulo 16. Buenos Aires, la reina del PLata

Capítulo 17. El reencuentro

Capítulo 18. Blanqueando con Marcos

Capítulo 19. Retomando fútbol

Capítulo 20. Tarde entre hermanas

Capítulo 21. Primera clase

Capítulo 22. Anochecer en el río

Capítulo 23. Redondeando el sábado

Capítulo 24. Noche de charla

Capítulo 25. Fantasía picante

Capítulo 26. Contame de Alejandro

Capítulo 27. Un tigre encadenado

Capítulo 28. Mente abierta

Capítulo 29. Rompiendo cadenas

Epílogo

– Introducción –

Aunque la semilla ya estaba sembrada, la negación y sus convicciones de hombre netamente heterosexual, hicieron que Aquiles la mantuviera enterrada, seca y sin regar...

Lo que él aún no sabía, era que tarde o temprano, un aguacero caería para hacerla germinar y que un mundo nuevo se abriría ante sus ojos.

Su tigre interior, aún se mantenía encadenado, pero instintivamente, supo que no sería para siempre, que llegaría el momento en el que debería liberarlo y que, de allí en más, ya nada sería lo mismo.

Capítulo 1
Veraneando en La Riviera

La cálida brisa del invierno caribeño acariciaba suave-mente los rostros de Aquiles y de Marina, mientras que avanzaban por la carretera que los conducía hacia el sur de La Riviera Maya, arriba de un Jeep amarillo, que minutos antes habían recogido en el aeropuerto y que habían alquilado antes de partir de Argentina.

Detrás habían quedado las nueve horas de vuelo directo que separaban el Aeropuerto Internacional de Buenos Aires con el de Cancún. A pesar de tratarse del único vuelo que había arribado a esa hora y que el aeropuerto lucía desolado, la entrega de equipajes se había demorado considerablemente.

El avión había tocado tierra aproximadamente a las cinco y cuarto. Entre la recepción de equipajes, los trámites migratorios y la entrega del vehículo, había transcurrido una hora y media, por lo que el sol ya asomaba por encima del horizonte color turquesa de las cristalinas aguas del mar Caribe.

Como era habitual en épocas de clima templado, Aquiles vestía una bermuda color natural, una chomba azul que había dejado suelta por fuera del pantalón y calzaba mocasines estilo náuticos.

Acompañaba con un gorro azul con visera y llevaba puestos lentes de sol espejados.

Marina vestía un pantalón blanco liviano y bien holgado, que acompañaba con una blusa también blanca y cubría sus hombros con un sweater de hilo liviano blanco. Llevaba zapatillas sin plataforma; cubría su cabeza con un sombrero estilo Panamá y llevaba puestos lentes similares a los de Aquiles.

Habían dejado Buenos Aires en un tórrido anochecer, con 36º C y altísima humedad, combinación que había generado un insoportable día de verano en la ciudad.

–Hermoso día nos regala La Riviera Maya para recibirnos –dijo Aquiles, sin quitar la vista de la ruta.

–Mejor imposible, respondió Marina, con una sonrisa de placer y de satisfacción instalada en su rostro.

Hacia la izquierda, se podía observar la cadena de manglares que actuaban de fuelle entre el continente y el mar y que, de tanto en tanto, eran interrumpidos por los accesos a los Resorts que se ubicaban sobre la ruta y que terminaban en el mar.

La distancia que separaba el aeropuerto y el Eco Resort en el que se alojarían, que se encontraba en Tulum, era de aproximadamente 130 km, por lo que el viaje les tomaría cerca de una hora y media, tema que los tenía sin cuidado, ya que ambos compartían la filosofía de que el viaje y el disfrute arrancaba desde el momento en el que dejaban su departamento para dirigirse hacia el aeropuerto o hacia cualquier otro destino en el que decidieran pasar sus vacaciones.

Cruzaron Playa del Carmen y sin detenerse, siguieron rumbo hacia el sur, más allá de Akumal.

–Lindos los días que pasamos con los chicos en Cariló –dijo Aquiles, refiriéndose a Marcos, a Félix y a sus respectivas familias.

–Muy lindo; lo pasamos realmente bien... linda manera de haber despedido el año y hermosas las casas que alquilaron –respondió Marina.

 

En efecto, Marcos y Félix habían alquilado dos casas de estilo bien moderno, ambas con piscina y separadas solo por una cuadra una de la otra, en una zona densamente arbolada que quedaba a unos mil metros de la playa.

Aquiles y Marina solo habían ido a pasar cuatro días y si bien Marcos les había ofrecido hospedarse en su casa, por una cuestión de intimidad y de privacidad, prefirieron alojarse en un Appart. De todas maneras, compartieron casi todo el tiempo en grupo; durante el día, en la playa y por las noches, cenando en casa de Marcos o de Félix.

–Sí, realmente las dos casas eran hermosas... lindo tener una casa así en medio de un bosque, cerca del mar y a tan solo 350 km de Buenos Aires como para poder escaparse durante todo el año... Si el agua del mar fuese transparente y templada, sería el destino perfecto... –comentó Aquiles.

La conversación fue interrumpida por la voz del GPS que Marina tenía encendido en su Smartphone, indicando que a 200 metros debían tomar la próxima salida hacia su izquierda y retomar unos metros hacia el norte para llegar a su destino.

Aquiles accionó la luz de guiño y se ubicó sobre el carril izquierdo para tomar la dársena de giro y en pocos minutos, estaban anunciándose en el control del acceso del hotel.

Avanzaron lentamente por un camino cerrado en medio de la tupida vegetación y pensaron que, seguramente, el manglar estaría poblado por infinidad de animales autóctonos viviendo en estado salvaje.

Si bien ambos tenían un espíritu aventurero y no tenían temor de cruzarse con animales viviendo en su habitad natural, tenían en sus mentes grabada la imagen de un video que les había mostrado Adrián, en el que se veía a una turista tomando sol sobre una reposera en la costa de Cozumel y a su lado, un enorme cocodrilo que pasaba y que se dirigía hacia el mar, lentamente, pero sin pausa y que desaparecía tras internarse en el agua.

–¡Este lugar es maravilloso! –exclamó Aquiles.

–Se siente como si la jungla nos estuviese invadiendo –dijo Marina, levantando sus lentes para dejarlos apoyados sobre su cabeza.

Continuaron avanzando lentamente y callados, intentando percibir el sonido del entorno.

Arribaron al área de estacionamiento, descendieron del Jeep y luego de cruzar saludos y de recibir la bienvenida por parte de un empleado del establecimiento que ya los aguardaba para ayudarlos con el equipaje, se dirigieron al mostrador para realizar los trámites de registro.

El complejo era pequeño comparado con los típicos Mega Resorts existentes en La Riviera Maya y carecía de toda la infraestructura que estos tenían. El concepto era la conexión con la naturaleza y la "desintoxicación tecnológica," por lo que no había televisión y el uso de Wi-Fi estaba restringido a las zonas de uso común. La energía eléctrica solo era utilizada para el funcionamiento de los ventiladores de techo que suspendían sobre las camas y para la elaboración de alimentos que se servían en el hotel. Si bien en cada habitación había un par de tomas de electricidad por si los huéspedes necesitaban cargar sus celulares, estos estaban alejados de la cama y no existían mesas de luz. La iluminación era por medio de velas y de candelabros. Resultaba el escape perfecto para desconectarse verdaderamente de todo, ubicado en un entorno paradisíaco y ambientado como para que el romanticismo brotara a cada paso. Eso era justamente lo que Aquiles y Marina habían ido a buscar, además de quedar embarazados.

Terminaron de registrarse y quien iba a ser la persona que los atendería durante su estadía, los guio hacia un espacio en el que, mediante un ritual, recibieron "La bendición Maya."

Terminado el ritual, siguieron camino hacia su cabaña.

El complejo estaba construido a doce metros por sobre el nivel del suelo, por lo que las pasarelas serpenteaban entre y por sobre las copas de los árboles, brindando hacia el este, una visión panorámica incomparable del mar Caribe, que explotaba en un color turquesa brillante, y que dejaba sin aliento a cualquier espectador, y hacia el oeste, la imagen de un manto verde del manglar, que se extendía hacia la ruta.

Ingresaron a su cabaña, donde ya estaba el equipaje. Se miraron con complicidad y sonrieron... ambos entendieron que no podían haber hecho una mejor elección... Se sintieron superados por la majestuosidad del entorno y por la simpleza y el buen gusto que afloraba por todos lados. Una cama redonda de madera era la protagonista indiscutida del ambiente. Sobre ella, suspendía un ventilador de techo que brindaba una suave briza. La rodeaba una tela blanca que suspendía colgada de un aro también de madera, que los protegería de los insectos; pisos de madera, techos, carpinterías y muebles también de madera, material que habían utilizado en diversos tamaños y texturas, utilizando diferentes especies de árboles y trabajadas con técnicas artesanales.

Grandes paños de vidrio permitían ver la inmensidad del mar y separaban el interior de la cabaña de la terraza, en la que había una tina de piedra, dentro de la que se podía reposar mirando la inmensidad del horizonte. Nada para ostentar; claramente, el protagonista era el huésped y el entorno que regalaba la naturaleza.

–Esto es increíble –dijo Marina, que se quitó el calzado y se tiró boca arriba sobre la cama.

–Impresionante... esto es lo más parecido a estar en La isla de Guilligan–dijo Aquiles, que caminó hacia los ventanales, abrió la puerta y salió a la terraza.

Marina lo siguió y se acercó a él. Permanecieron por un instante abrazados y en silencio, contemplando el paisaje que los envolvía.

–Vamos a desayunar porque muero de hambre –dijo Aquiles.

–Sí, dale, vamos... yo también muero de hambre –contestó Marina.

Si bien habían cenado y desayunado durante el vuelo, no había sido nada abundante y unas horas previas a salir de su departamento, con la intención de estar cansados y relajados como para poder conciliar el sueño y hacer más llevaderas las largas horas de vuelo, habían salido a correr, por lo que ambos estaban realmente hambrientos.

Ingresaron a la cabaña, Marina agarró su calzado y salieron rumbo hacia uno de los restaurantes, que tenían la típica construcción en forma de palapa. El acceso estaba flanqueado por dos iguanas que se habían depositado en horas tempranas bajo los rayos de sol y que no prestaron la menor atención al paso de la pareja.

–Parecen dos guardianes –dijo Aquiles, haciendo referencia a los majestuosos ejemplares.

–Divinas –dijo Marina.

Ingresaron al edificio, ocuparon una mesa y comenzaron a investigar que les ofrecía el servicio de bufé.

Salvo por una mesa que estaba ocupada por un matrimonio un poco mayor que ellos, por las características propias del lugar y por lo temprano que era, no había nadie más que ellos y el personal de servicio.

Marina se adelantó y fue hacia la barra para comenzar a servirse una variedad de frutas, quesos y panes con semillas, que acompañaría con jugo de naranjas recién exprimidas. Aquiles la siguió y agarró un plato para servir su desayuno.

–Buen día –dijo en inglés un señor que se había aproximado a la barra y que, parado al lado de Aquiles, comenzaba a llenar su plato...

Aquiles giró su cabeza y se encontró con la imagen de un hombre de aproximadamente su misma edad, de tez blanca, pelo castaño claro y de contextura atlética.

–Hola –respondió Aquiles en inglés, con su usual estilo parco y cortado.

–De donde eres –insistió el sujeto, hablando en su lengua natal, mostrándose cordial y amigable...

Como le había sucedido en tantas otras ocasiones en las que había vacacionado en el exterior, se preguntó “¿Qué les hacía pensar a los anglosajones que el resto de la humanidad debía hablar en inglés, cuando la mayoría de ellos no hacían el más mínimo esfuerzo como para intentar comunicarse en el idioma local? Estamos en México, mínimamente, intentá decir un simple Hola o Buenos días.”

A pesar de que realmente le molestaba la actitud, no era momento ni lugar para planteos filosóficos, por lo que respondió amablemente a la pregunta y replicó haciendo la misma pregunta.

El sujeto era canadiense, más específicamente, de Vancouver y como el resto de los huéspedes, se estaba alojando con su pareja que, casualmente, en la otra punta de la barra, intercambiaba palabras con Marina.

Aquiles terminó de servirse y se dirigió hacia su mesa, donde Marina ya había comenzado a disfrutar del desayuno.

–Canadienses estos dos –dijo Aquiles, haciendo referencia al matrimonio de la barra.

–Sí, me dijo ella que son de Vancouver y que vinieron una semana para escaparse del frío, aunque tengo entendido que en esa ciudad de Canadá el clima no es tan riguroso, o al menos, no tanto como lo es en Winnipeg –dijo Marina.

–Sí, tenemos un compañero del colegio que se fue a vivir allí y nos dijo que es una ciudad hermosa y que, entre otras cosas, la eligió justamente porque el clima es más amigable –dijo Aquiles.

–Amigable o no, seguramente, está lejos de ser esto –dijo Marina, haciendo referencia a La Riviera.

–Que graciosa que sos –dijo Aquiles sonriendo.

–Y nosotros, escapando de los 36º C de Buenos Aires, saliendo del verano del hemisferio sur para meternos en el invierno del norte... Que loco resulta todo esto de los climas y de los horarios...–dijo Marina.

–Buenos días, bienvenidos –interrumpió una camarera hablando en inglés, que se había acercado a la mesa cargando una jarra con café y otra con leche.

–Buenos días –respondieron ambos en español, arrancando una sonrisa y un gesto de sorpresa en la camarera.

–Disculpas, ¿de dónde provienen? –preguntó.

Marina contestó que eran de Argentina y entablaron una breve y amable conversación, con comentarios típicos emitidos por la camarera y otros hechos por Aquiles y Marina, elogiando las bondades del lugar y de todo México, país del que ya conocían algunas regiones, aunque esta era su primera visita a La Riviera Maya.

Ciertamente, ya estaban acostumbrados a que los empleados de los lugares en los que se alojaban les hablaran en inglés, más allá de que fuesen a vacacionar a regiones en las que el castellano era el idioma oficial. Las características físicas de ambos, eran netamente europeas. Los abuelos de Marina eran oriundos de Francia y de Inglaterra, mientras que los de Aquiles, provenían de Alemania, de Italia y de España, por lo que no poseían ninguna característica física que los pudiese hacer pasar por latinos.

La camarera llenó las tazas de ambos con café, que luego corto con un chorro de leche y se despidió amablemente.

–Amo la amabilidad y el trato de esta gente... Sus típicos "Ahorita y Claro que sí” me suenan sumamente agradables –dijo Aquiles.

–Totalmente, y parecieran vivir a un ritmo un tanto más relajado y pausado del que nosotros estamos acostumbrados; claramente, tienen un muy lindo modo –dijo Marina.

Continuaron con el desayuno, agarrando cada alimento de manera pausada e intentando adaptarse lentamente al ritmo que proponía el lugar.

–Resulta extraño no estar pendientes de los celulares –dijo Marina.

–Es cierto... y no sé si te habrás dado cuenta de que el único sonido que se escucha es el del viento entre las hojas y el de las olas... no hay música ni televisión –dijo Aquiles.

–¡Es cierto...! ¡Qué manera de perderse de las cosas simples y hermosas que nos ofrece la vida y que son tapadas por tantas tonterías y por cosas tan superficiales y banales! –exclamó Marina.

–Si amor, pero viviendo en la ciudad y haciendo lo que hacemos nosotros, un tanto difícil escaparse de todo eso e impedir que la vorágine diaria no te termine fagocitando... Para lograr eso, deberíamos replantearnos todo y arrancar en otro lugar –dijo Aquiles.

Marina permaneció callada y observando el horizonte. Era usual que el primer día de cada viaje surgieran esos pensamientos sobre dejarlo todo para irse a vivir en medio de la naturaleza.

Aquiles levantó su cabeza y se cruzó con la mirada del canadiense. Había tenido la extraña sensación de sentirse observado, pero estaba subyugado por el lugar y en eso se había enfocado.

Desvió su mirada y disimuladamente, giró un poco la cabeza para ver si detrás suyo había algo en lo que el tipo pudiese estar prestando atención y que no lo estuviese mirando necesariamente a él. No vio nada ni a nadie. Volvió a mirar hacia el mar y nuevamente se cruzó con la mirada directa del tipo, que esta vez, esbozaba una leve sonrisa.

 

Aquiles, con la intención de no pasar por maleducado, hizo una mueca con la boca, como respondiendo a esa especie de “saludo”, que no entendía muy bien de qué se trataba y que, ciertamente, lo estaba haciendo sentir incómodo.

Claramente, todo lo acontecido durante los últimos meses del pasado año, lo habían dejado un tanto confundido y quizá, también lo habían puesto a la defensiva, aunque, en verdad, nada extraño ni fuera de lo habitual estuviese sucediendo.

–¿Vamos? –preguntó Aquiles, que ya había terminado con su suculento desayuno.

–Dale, vamos –respondió Marina, incorporándose de su silla.

Caminaron juntos hacia la salida y al pasar por al lado de la pareja de canadienses y ex profeso, Aquiles dijo en castellano: “Que tengan un lindo día...”

El tipo respondió con un simple “bye,” seguramente, sin haber entendido nada de lo que Aquiles acababa de decir, mientras que ella, con una sonrisa, respondió con un “Adiós... nos vemos luego” en un castellano trabado, pero castellano al fin.

Aquiles y Marina se dirigieron hacia la cabaña para ir al baño y para cambiarse de ropa.

A pesar del cansancio del viaje y de haber dormido poco e incómodos, el clima invitaba como para no perderse un minuto de las cálidas y apacibles aguas de La Riviera, por lo que dejarían la tarea de acomodar la ropa y el resto del equipaje para más adelante y bajarían para pisar las blancas arenas de Tulum.

Aquiles se quitó la ropa y se puso una bermuda de baño floreada en la gama de los azules.

Marina regresó del baño completamente desnuda. Se la veía resplandeciente, como si el embrión que llevaba dentro la estuviese iluminando.

Al verlo a Aquiles en bermudas y en cuero, sintió que se le revolucionaban las hormonas y fue directo hacia él; lo empujó y lo dejó tendido de espaldas sobre la cama.

Aquiles, en medio de un gesto de sorpresa, esbozó una sonrisa.

–Estás hermosa –dijo.

Marina se tiró sobre él y con ambas manos, comenzó a deslizar la cintura de las bermudas hasta quitárselo por completo. Cual Geisha dispuesta a satisfacer a su hombre, comenzó a practicarle una felatio lenta y sabrosa. No demoró mucho para que el pene de Aquiles estuviese absolutamente erecto.

Marina se posicionó y con su vagina completamente lubricada por la excitación que la invadía, descendió para ser penetrada por su marido. Inició un movimiento de sube y baja y sintiendo el miembro de su macho cada vez más firme, aumentó el ritmo.

Teniendo como fondo la imagen del mar turquesa sobre el que se reflejaban los resplandecientes rayos de sol, sintió que un orgasmo la invadía y comenzó a gritar sin ningún tipo de reparo ni de inhibición.

El descontrol espontáneo de Marina, hizo que Aquiles llegase rápidamente a su orgasmo y también, acompañado por un grito furioso, descargó su esencia dentro de Marina, que sudorosa, se dejó caer sobre el torso de Aquiles.

Permanecieron por unos minutos inmóviles y relajados, percibiendo el sonido de la brisa y el de las olas del mar que rompían tímidamente sobre las rocas.

–Que buen comienzo –dijo Marina, con cara de satisfacción.

–Muy bueno –contestó Aquiles, que se incorporó, levantó del piso su bermuda y fue hacia el baño para higienizarse.

Regresó y vio que Marina estaba parada al lado del ventanal, vistiendo una malla blanca de dos piezas y que cubría su torso con una camisola transparente. Llevaba lentes de sol y su clásico sombrero estilo Panamá.

A pesar de la reciente eyaculación, sintió que su miembro comenzaba a erectarse nuevamente, pero se inhibió de generar cualquier tipo de situación que los hubiese llevado nuevamente a la cama.

Salieron de la cabaña y se dirigieron por un sendero, siguiendo los carteles que indicaban el recorrido hacia la playa.

Al pasar por frente a la cabaña contigua, se cruzaron nuevamente con los canadienses, que salían para incorporarse al sendero y que, al verlos, dibujaron una sonrisa de complicidad entre ellos.

–Estos dos ¿nos habrán escuchado? –dijo Marina.

–Por como gritaste, probablemente te hayan escuchado desde la recepción –contestó Aquiles.

–No seas tonto... qué vergüenza... –dijo Marina, y agregó– si me escucharon a mí, también deben haberte escuchado a vos, porque flor de grito pegaste al eyacular.

–Olvidate, –dijo Aquiles, sonriendo por el comentario de Marina– sospecho que acá nadie se va a horrorizar por nada... Este Resort es solo para parejas, e imagino que todos vinimos más o menos con las mismas intenciones; “Disfrutar de aguas turquesas y templadas, caminar descalzos sobre arena blanca bajo el sol y tener sexo, mucho sexo...” además, si nos hubiesen escuchado, los veremos durante esta semana y después nunca más –agregó.

–Estos tienen pinta de ser swingers –dijo Marina.

Aquiles quedó sorprendido por el comentario tan contundente y despojado que acababa de hacer su mujer.

–Ah bue... y vos ¿desde cuándo prestando atención a ese tipo de cosas? –dijo Aquiles.

–No es que esté pendiente ni que preste tanta atención, pero a esta altura de la vida y con toda la información que circula y a la que uno tiene acceso, no hay que ser muy suspicaz como para darse cuenta sobre ciertas actitudes y comportamientos –contestó Marina.

–Bue... Quizá sonrieron por algo de lo que ya estaban conversando cuando los cruzamos, o quizá se reían de tus gemidos y de tus gritos, o quizá estés en lo cierto y quieran compartir nuestra cama –dijo Aquiles, en tono burlón.

–No sé... medio raro... mientras estábamos en la barra sirviéndonos comida, percibí en ella algo extraño, como una energía diferente –dijo Marina.

–Ah, mirá vos... –fue lo único que atinó a decir Aquiles, recordando inmediatamente la sensación percibida en el ascensor del edificio de Alejandro, aquel mediodía luego de la carrera, cuando se habían rozado los pelos de sus brazos; una sensación que, hasta ese momento, jamás había experimentado y hacía apenas unas horas, durante el desayuno, la sensación que había tenido de estar siendo observado y la extraña cruzada de miradas.

Las cabañas estaban asentadas sobre un frente de rocas y hacia el sur del complejo, se encontraba el acceso a la playa de arenas increíblemente blancas.

Continuaron caminando en silencio hasta descender a la playa.

Marina se recostó sobre una reposera, debajo de una palapa que la protegía del sol, mientras que Aquiles, sin perder tiempo, pidió un equipo de snorkel e ingresó a paso firme dentro de las increíbles aguas del Caribe Mexicano.