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Ficción-historia

La nueva novela histórica hispanoamericana

Colección

Heterodoxos


Contenido

Agradecimientos

Nota

La nueva novela histórica hispanoamericana

Colón, personaje novelesco

América, ese paraíso perdido

Aguirre y la rebelión de los marañones

Regreso a Omagua Carlos Saura y Lope de Aguirre

Reinaldo Arenas, Alejo Carpentier y la nueva novela histórica hispanoamericana

El grito de Ajetreo

Una novela desmangada

Del Paso y la historia como ready made

Apéndice

Colón en la pantalla

El impermeable de Colón

Aviso legal

La literatura hispanoamericana no es un mero conjunto de obras sino también las relaciones entre esas obras. Cada una de ellas es una respuesta, declarada o tácita, a otra obra escrita por un predecesor, un contemporáneo o un imaginario descendiente. Nuestra crítica debería explorar estas relaciones contradictorias y mostrarnos cómo esas afirmaciones y negaciones excluyentes son también, de alguna manera, complementarias.

octavio paz, Inmediaciones

Agradecimientos

Aprovecho la oportunidad para agradecerle al Servicio Alemán de Intercambio Académico la beca que me concedió para que investigara durante tres meses en la biblioteca del Ibero-Amerikanischer Institut de Berlín, lo que me permitió escribir el artículo sobre Noticias del imperio que forma parte de este libro.

En lo que se refiere a Los pasos de López, mi querida amiga Elizabeth Velázquez me consiguió un ejemplar de Sacerdote y caudillo en una librería de viejo, y Gabriela Becerra, que se desempeñaba como coordinadora de la colección sep/80 me habló de Pedro García y me obsequió un ejemplar de su relato.

También agradezco las facilidades que se me dieron en la Filmoteca Espa­ñola, en Madrid, en septiembre de 1989, para que pudiera ver con una moviola la película de Bourgeois y Alba de América, así como la parodia de Mariano Azores, que ya había visto en México, gracias a sus distribuidores; a los direc­tores y al personal de los departamentos de cine del Museo de Arte Moderno de Nueva York y la Biblioteca del Congreso, en Washington, la información que me enviaron. Y al presidente de Televisa, Emilio Azcárraga, la copia de la película mexicana que me proporcionó en un videocassette. Al personal de Telever, el hecho de haber vuelto a programar a petición mía la película inglesa, y a Imevisión por haber di­fundido aquí la serie de episodios dirigida por Alberto Lattuada.

And last but not least, a Enrique Cruz, por su ayuda para localizar otros libros que me prestó como responsable de la Biblioteca central de la Universidad Veracruzana.

Nota

“La nueva novela histórica hispanoamericana” se basa en la ponencia titulada “Postmodern Fiction and the Historical Novel” que leí en la 107a convención anual de la Modern Language Association, que se celebró en San Francisco, California, a fines de diciembre de 1991, y en la ponencia titulada “La nueva novela histórica hispanoamericana: consideraciones generales” que leí en el XXXI Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana que se celebró en Pittsburgh en junio de 1994, así como en mi intervención en el encuentro de investigadores que copresidí con Seymour Menton en el marco del XI Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Irvine, 1992). “Colón, personaje novelesco” apareció en Cuadernos Hispanoamericanos 437 (noviembre-diciembre, 1986: 45-62). “América, ese paraíso perdido”, se publicó en Omnia (unam, 3 de junio, 1986: 41-44) y en Humboldt (núm. 89, 1986: 19-23). “Aguirre y la rebelión de los marañones”, en Cuadernos Americanos 8 (marzo-abril, 1988: 92-115), y “Regreso a Omagua: Carlos Saura y Lope de Aguirre”, primero en las Actas Irvine 92 (Asociación Internacional de Hispanistas, Irvine, University of California, 1994) y luego se reimprimió en Nitrato de Plata 21 (verano, 1995). “Reinaldo Arenas, Alejo Carpentier y la nueva novela histórica hispanoamericana” apareció primero en la Revista de la Universidad de México 416 (septiembre, 1985: 16-24) y luego se reimprimió en un libro que editó mi colega Mignon Domínguez, Historia, ficción y metaficción en la novela latinoamericana contemporánea (Buenos Aires, Corregidor, 1996: 45-67). “El grito de Ajetreo” se publicó en la Revista de la Universidad de México 28 (agosto, 1983: 15-23) y “Una novela desmangada” también apareció en la Revista de la Universidad de México (marzo, 1995: 10-15). “Del Paso y la historia como ready made” (Biblioteca de México 32, marzo-abril, 1996: 51-56).

En cuanto al apéndice, “Colón en el cine y la televisión”* apareció en Tierra Adentro 56 (noviembre-diciembre, 1991: 33-40) y “Christopher Columbus’ Raincoat” en Voices of Mexico 18 (enero-marzo, 1992: 77-78). Traducido al italiano, el primero de estos artículos se reimprimió en los Quaderni di Filologia e Lingue Romanzede la Universidad de Macerata, terza serie núm. 7, 1992: 255-268.

* En la presente publicación se llama “Colón en la pantalla”.

La nueva novela histórica hispanoamericana

Durante los últimos años se han publicado muchas novelas sobre personajes y acontecimientos históricos y se ha hablado incluso de una renovación de la novela histórica. ¿En qué consistiría esa renovación? Algunos críticos se han apresurado a dar listas de los rasgos diferenciales de la nueva novela histórica, pero yo creo que más bien habría que hablar de algunas tendencias que están renovando el género, pues no es fácil distinguir las novelas innovadoras de las más conservadoras, como se puede apreciar en los estudios de los críticos mencionados. ¿A qué tendencias me refiero? Para empezar, quisiera recordar que los personajes históricos eran secundarios en las novelas de Walter Scott y que los hechos históricos sólo aparecían en el fondo, pero ya en Cinq Mars (1826) Alfred de Vigny colocó a los personajes históricos en el primer plano, y Alexis Márquez Rodríguez señala en un artículo que la primera novela histórica que se escribió en español de este lado del Atlántico —Jicoténcatl— se parece más a Cinq Mars que a las novelas de Walter Scott. Tenemos así dos tipos de novelas históricas y al compararlos hemos establecido varias oposiciones: entre lo histórico y lo imaginario, entre personajes secundarios y personajes principales y entre fondo y primer plano. Todo esto es un poco rudimentario, pero permite clasificar las novelas.

Enfoques

La clasificación anterior se puede afinar si hablamos por ejemplo de perspectiva. La perspectiva es la manera de regular la información en un relato mediante la adopción o no de un punto de vista restrictivo. Hay relatos donde no se dice sino lo que sabe un personaje. Y este personaje puede ser histórico o imaginario, principal o secundario.

En algunas novelas publicadas durante los últimos años hay secciones donde todo se cuenta desde el punto de vista de un personaje histórico y así, en vez de que a ese personaje se le presente desde el punto de vista de otro personaje o de otros personajes, vemos todo desde su punto de vista. Y como antes he hablado de modelos, hay que agregar que el de estas novelas es el de Yo, Claudio (1934) de Robert Graves, una novela que parece revolucionaria en su género por diferentes razones, pero que por el momento me interesa por la perspectiva elegida. Su influencia es evidente en El arpa y la sombra (1979) de Alejo Carpentier, la Vigilia del Almirante (1992) de Roa Bastos, Noticias del Imperio (1987) de Fernando del Paso y El largo atardecer del caminante (1993) de Abel Posse, donde hay monólogos importantes y extensos de personajes históricos; lo mismo pasa en Cómo conquisté a los aztecas de Armando Ayala Anguiano, y en el Diario maldito de Nuño Guzmán de Herminio Martínez. Además, me parece que esa influencia ya se siente en El mundo alucinante (1969) de Reinaldo Arenas, donde hay secciones en que Fray Servando es el narrador o por lo menos se adopta su perspectiva, y aún en Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979) de Miguel Otero Silva, donde encontramos una carta apócrifa del rebelde, que es una especie de autobiografía.

Por eso me sentí tentado a definir la nueva novela histórica hispanoame­ricana por un cambio de enfoque. En vez de que los personajes históricos aparezcan ante las cámaras —ya sea en el fondo o en primer plano— ahora se hallan detrás. Sin embargo, así dejaría fuera a un grupo de novelas innovadoras, pero cuya perspectiva es conservadora y tradicional.

 

Testigos

Los pasos de López (1982) de Jorge Ibargüengoitia es una de esas novelas, porque el narrador es un personaje imaginario, Matías Chandón, que conoce a Domingo Periñón antes de que inicie la Guerra de Independencia. La perspectiva es la de muchas novelas históricas donde un personaje ficticio se echa a andar y en cierto momento se topa con la historia, ya sea un acontecimiento importante o un personaje a quien conoce de cerca. Se trata de un testigo privilegiado que sobrevivirá y se encargará en ocasiones de contarnos lo que pasó, lo cual no es indispensable pues de cualquier modo el relato se hace desde su perspectiva. En Gil Gómez, el insurgente (1859) de Juan Díaz Covarrubias, un muchacho deja su rancho en busca de su hermano adoptivo, y después de algunas peripecias, llega a Dolores la noche del 15 de septiembre de 1810, asiste a la insurrección y luego se une a los rebeldes llegando a ganarse la confianza de Hidalgo, a quien salva de un atentado contra su vida urdido por Allende. Otra novela parecida es Ismael (1888) de Eduardo Acevedo Díaz, donde un peón huye de sus pagos después de acuchillar a un capataz por una mujer y se va encontrando con los grupos que luchaban contra los españoles; al final presencia la ceremonia en que éstos se rinden ante Artigas. También en Las lanzas coloradas (1931) de Arturo Uslar Pietri la perspectiva es muy parecida, y en El reino de este mundo (1949) de Alejo Carpentier el testigo privilegiado es Ti Noel, que en una noche acude a una reunión de esclavos en Bois Caïman y conoce a Boukman el jamaiquino. Entre los Episodios nacionales de Victoriano Salado Álvarez se encuentran las “Confesiones de una afrancesada”, donde la narradora es una mujer que viaja de Trieste a México con los emperadores en 1862 y nos cuenta lo que pasó luego en ese país hasta que Maximiliano fue fusilado. Los pasos de López no es la única novela de este tipo publicada recientemente, pues en Maluco (1992) de Napoleón Baccino, el periplo de Magallanes no es narrado por el portugués ni por su sucesor, Juan Sebastián Elcano, sino por un personaje imaginario, el bufón que los acompañaba. ¿Cómo integrar estas novelas a las que recrean la historia desde la perspectiva de un personaje histórico?

En todas ellas se trata de presentar la historia por dentro; no importa que un personaje histórico nos entregue sus memorias o nos haga confidencias o que sea un personaje imaginario el que nos revele su intimidad. Obviamente, nada puede ser más opuesto a las ideas de Lukács sobre la novela histórica, pues la vida pri­vada de los personajes históricos no se debía exponer en una novela ni tampoco su origen: había que preparar su entrada en escena con el mayor cuidado. Antes que nada había que exponer por medio de otros personajes y sus problemas los conflictos sociales de la época y luego, en el momento preciso, el personaje histórico emergía como una respuesta a las necesidades populares. Los amores de los grandes hombres nada tenían que ver con su misión histórica, y no creo por eso que le hubiera gustado El arpa y la sombra (1979), donde el genovés se gana en el lecho el apoyo de la reina Isabel. Ni mucho menos le hubieran gustado novelas como La tragedia del Generalísimo (1983), que Del Paso ha calificado de “sexcesiva”, y La esposa del Dr. Thorne (1988), ambas escritas por el venezolano Denil Romero. Tal vez Lukács no haya leído nunca Yo, Claudio, que no sólo me parece revolucionaria por la perspectiva desde la cual se recrea la historia sino por el sentido del humor, la irreverencia y el desenfado con que esto se hace. A partir de la publicación de esa novela, el género pierde mucha solemnidad. Lukács escribió su libro en el invierno de 1936 y 1937 y lo publicó por entregas en una revista rusa: lo más seguro es que no hubiera leído entonces la novela de Robert Graves, publicada en 1934, pero luego me parece que la ignoró, pues en 1965 escribió un prefacio para la traducción de su libro al español, en el que lamenta no haber analizado algunas obras que se publicaron después de 1937, como El Gatopardo de Giuseppe di Lampedusa. Sin embargo, la omisión de Yo, Claudio me parece mucho más grave. Tampoco menciona las Memorias de Adriano (1951) de Marguerite Yourcenar. Se trata de novelas que rompen con todo lo que él pensaba sobre el género y que han tenido mucha influencia en los novelistas hispanoamericanos.

Intimidades

La renovación de la novela histórica responde al deseo de los lectores de co­nocer la historia entre telones y a los personajes históricos en la intimidad. Se trata de llenar los huecos de los libros de historia. Por eso me parece que las Vies imaginaires de Marcel Schwob son uno de los antecedentes más importantes de esta renovación, y que además nuestros novelistas han aprovechado las enseñanzas de Borges, que en los relatos de su Historia universal de la infamia se dedicó a “falsear y tergiversar” algunas historias, aunque a menor escala. La nueva novela histórica hispanoamericana obedece así a una tendencia que de ningún modo es exclusiva de América Latina ni se restringe tampoco a la literatura, pues también se manifiesta en películas como Jefferson in Paris de James Ivory donde el hombre que redactó la Declaración de Independencia de las trece colonias inglesas de América del Norte y que luego fuera el tercer presidente de la nueva nación, mantiene una larga relación amorosa con una esclava negra y corteja en Francia a una cortesana, y Yo, la peor de todas, de María Bamberg, donde Sor Juana goza de algo más que la protección de la virreina. Por cierto, en estos casos hay que tener además en cuenta que estas películas se basan, respectivamente, en Thomas Jefferson: una historia íntima, una biografía escrita por Fawn Brodie publicada en 1974, y en Sor Juana o las trampas de la fe, el voluminoso estudio de Octavio Paz. En otras palabras, la nueva novela histórica aprovecha esos rumores que la historia oficial había descartado.

Posmodernidad

La oposición entre nueva novela histórica y novela histórica tradicional se superpone y coincide, por lo menos en parte, con la oposición entre posmodernidad y modernidad. La modernidad se caracteriza por la idea de progreso y el optimismo inspirado por el desarrollo científico y tecnológico, mientras que la posmodernidad podría definirse como la crisis de la modernidad originada en la creciente conciencia del deterioro ecológico y la sobrepoblación del planeta; la modernidad se puede ver como una explosión; la posmodernidad, como una implosión. La expansión que caracteriza a la modernidad llega a sus límites y se revierte. La colonización del planeta por parte de los pueblos occidentales termina y comienza la inmigración hacia Europa y los Estados Unidos de una mano de obra barata procedente de las antiguas colonias y otros países atrasados.

La novela histórica aparece en un momento en que el desarrollo científico y tecnológico se encuentra en su apogeo —a principios del siglo xix, es decir, después del Siglo de las Luces— y por eso es el resultado de la confianza que se sentía en el futuro; responde a la curiosidad que habían despertado las colonias, a un deseo de “viajar”, no sólo en el espacio sino también a través del tiempo. La novela histórica pretendía ser objetiva y científica, pues empleaba los datos que las ciencias ponían a su disposición para reconstruir minuciosamente un pasado. En cambio, la nueva novela histórica aparece en un momento de duda en que la humanidad se vuelve sobre sí misma; ya no le interesa tanto “viajar” por el planeta, lo que en cierta forma se ha vuelto imposible, ya que todo el mundo es igual; ahora le interesan otro tipo de “viajes”. La nueva novela histórica es alucinante; parece un montón de mariguanadas. La novela histórica quería ser objetiva; la nueva novela histórica es decididamente subjetiva.

Irreverencia

Robert Graves revolucionó la novela histórica al llevar hasta sus últimas consecuencias el postulado de Marcel Schwob de que los novelistas deberían completar la tarea de los historiadores, pintando con imaginación los cuadros que aquellos sólo habían bosquejado.

Pues no escribió una biografía imaginaria, sino una autobiografía imaginaria, es decir, que fue mucho más audaz. Y al hacerlo así, actuó con una irreverencia que marcaría de ahí en adelante la labor de sus seguidores, quienes, eso sí, habrían de recordarle a menudo a sus lectores el carácter ficticio de sus textos. Como ha señalado Brian McHale, la novela histórica trata de hacer imperceptible la frontera que separa la realidad de la ficción: el mundo imaginario de esos relatos es igual al mundo en que vivimos; los autores de esas novelas eran muy cau­telosos; no querían incurrir en anacronismos y cuando inventaban, lo hacían en las “áreas oscuras” del pasado que no estaban documentadas; en cambio, en las novelas históricas posmodernas la frontera entre realidad y ficción no se disimula, se marca, se pone de relieve, se hace lo más llamativa posible, con­tradiciendo la historia documentada y convirtiendo el anacronismo en otro recurso literario, así como integrando lo histórico y lo fantástico. Y eso es lo que también pasa, por ejemplo, en Los pasos de López de Jorge Ibargüengoitia; Miguel Hidalgo se llama Domingo Periñón, una alusión a su carácter festivo y a los ideales de la Revolución Francesa que inspiraron a los patriotas hispanoamericanos. Los lugares también tienen otros nombres, como en ¡Viva María! (1965) de Louis Malle, donde los hechos ocurren en la imaginaria república de San Miguel, que visiblemente es México. Además, Ibargüengoitia transgrede las restricciones propias de la novela cuando, después de una escena con diálogos, escribe “Telón”, como si hubiera cambiado de género, y Miguel Otero Silva nos recuerda de un modo parecido la naturaleza imaginaria de su obra, cuando un coro comenta la venganza de Aguirre, a la usanza de una tragedia griega; en El arpa y la sombra, Colón cita un poema de García Lorca para describir su primer encuentro amoroso con Beatriz, y ese anacronismo flagrante tiene también un efecto metaléptico, pues nos recuerda que después de todo sólo estamos leyendo una novela. El hecho de que un buen número de las novelas históricas más innovadoras publicadas recientemente aparezcan como nuevas versiones de otras novelas o relatos (memorias, biografías y crónicas coloniales) indudablemente subraya su carácter literario.

Depuración

En resumen, me parece que la novela histórica ha sido objeto de un largo proceso de depuración. No hay duda de que Cinq Mars marca un cambio que consiste en la eliminación de las tramas y personajes imaginarios para concentrarse en los personajes y en los acontecimientos históricos; además, en las Vies imagi­naires se encuentra el germen de otro cambio importante, porque el prólogo de ese libro es una especie de manifiesto, un llamado a los escritores a romper con las restricciones derivadas del respeto a la historia. Robert Graves dio un paso decisivo en ese sentido, y en lo que se refiere a nuestros países me parece que Reinaldo Arenas rompió con el molde tradicional de las primeras novelas históricas de Carpentier, basadas en la documentación y la erudición.

Las novelas históricas han sido comparadas con frescos y murales, pero en las últimas décadas los escritores parecen haber querido pintar retratos, pero retratos estilizados que muchas veces lindan con la caricatura.

Una distinción anglosajona

La depuración de la novela histórica me recuerda, por eso, una distinción, propia de la literatura inglesa, entre dos formas de ficción narrativa que se han llamado romance y novel. En 1785, Clara Reeve las distinguía señalando que la novela “es una pintura de la vida y las costumbres reales de la época en que se escribe” y el romance describe en estilo elevado “lo que nunca ha ocurrido ni es probable que ocurra”; la novela sería, en fin, más realista; el romance, más poético. De acuerdo con René Wellek, estos tipos extremos de ficción narrativa revelan el doble origen del relato en prosa: la novela procede genealógicamente de formas narrativas no ficticias, como la epístola, el diario, las memorias o biografías, la crónica o historia; se desarrolla, por decirlo así, a partir de documentos; en el aspecto estilístico subraya el detalle representativo, la mimesis en el sentido estricto; en cambio, el romance, procede de la épica y del romance medieval, desatiende la verosimilitud del detalle (por ejemplo, la reproducción de una manera de hablar propia), ya que le preocupa una psicología más profunda. “Cuando un escritor llama a su obra romance”, dice Hawthorne, “huelga observar que pretende una cierta libertad, tanto en la forma como en el fondo” y si ese romance se sitúa en el pasado “no es con el fin de retratar con minuciosa exactitud dicha época, sino de crear, como señala Hawthorne, un recinto poético en que no se insiste demasiado en el dato real” (Wellek: 259). Tal parece que la llamada novela histórica tiende cada vez más hacia lo que en inglés se llama romance.

 

Pronósticos

En mi opinión, la crítica literaria no debería ser exclusivamente retrospectiva, sino también prospectiva y, después de analizar la evolución de la novela his­tórica, no me parece muy arriesgado hacer algunos pronósticos y considero oportuno expresar algunos deseos.

Para empezar, yo creo que el hecho de que en estos últimos años se hayan pu­blicado tres novelas históricas importantes sobre mujeres (Noticias del Imperio, Tiníssima y Santa Evita) nos permite esperar que otras heroínas atraigan en el futuro a los novelistas. En 1985 Vargas Llosa le dijo a un periodista que estaba escribiendo una novela sobre Flora Tristán y recuerdo que en mayo de ese año aproveché un viaje a Francia con motivo de un coloquio sobre Cortázar para entrevistar a Del Paso en Londres y comprar en París algunos libros sobre Flora. Durante un almuerzo, Julio Ramón Ribeyro mencionó, como quien revela un secreto, que Alfredo Bryce Echenique también estaba escribiendo otra novela sobre Flora Tristán; era una de sus bromas, pero me gustaría que alguna vez algún novelista reescribiera las Pérégrinations d’une paria. Además, como en los últimos años se han publicado varias biografías de Frida Kahlo y algún libro sobre Carmen Mondragón, cabe esperar que pronto se les dedique alguna novela. La verdad es que los intelectuales y artistas latinoamericanos no han sido muy atendidos por nuestros hombres de letras, aunque no sería muy difícil reciclar las memorias de José Vasconcelos o Gentes profanas en el convento, de Gerardo Murillo, el Dr. Atl.

Diferencias

A diferencia de mi colega Seymour Menton, que sólo considera como novelas históricas aquellas en las que se narran hechos que no fueron vividos por el autor, a mí me parece que lo histórico se relaciona menos con el pasado que con la memoria y que por eso hay hechos en el presente que nos parecen históricos, es decir, dignos de recordarse. Así, Menton no define al género por sus características intrínsecas, sino por la relación entre los hechos narrados y el autor, lo cual no me parece pertinente. En todo caso, esa definición de novela histórica, que toma de Anderson Imbert, lo restringe demasiado. Para él no son novelas históricas ni Calvario y Tabor, de Vicente Riva Palacio, ni El sol de mayo y El cerro de las campanas de Juan A. Mateos; tampoco Santa Evita de Tomás Martínez Eloy ni La pasión según Eva de Abel Posse. Y en cuanto a la nueva novela histórica, Seymour Menton me reprocha que no haya distinguido la nueva novela histórica de la tradicional, aunque sí lo hice en un artículo publicado en 1985 que no registra en su bibliografía y donde comparo El mundo alucinante de Arenas con El siglo de las luces y El reino de este mundo de Alejo Carpentier. La verdad es que (como puede apreciar cualquier lector atento) en mis artículos ya había señalado algunas de las “características” que Seymour Menton le atribuye a la nueva novela histórica, pero luego me pareció mejor hablar de tendencias, porque el género presenta cierta continuidad y no está dividido en compartimentos estancos.

Hay otras diferencias derivadas porque Seymour Menton no incluye en el conjunto de la nueva novela histórica ni Los pasos de López ni El general en su laberinto, aunque a ésta le dedica uno de los ensayos de su libro. Además, para él la renovación comenzó con El reino de este mundo, mientras que para mí arrancó con El mundo alucinante.

Por otra parte, no sólo he reunido en este libro una serie de estudios sobre novelas históricas hispanoamericanas que me parecen bastante innovadoras, sino también un artículo sobre “Colón en la pantalla” y otro acerca de la película El Dorado de Carlos Saura. De ahí el título Ficción-historia.

En 1993, Seymour Menton publicó un libro titulado La nueva novela histórica de América Latina (aunque no menciona ninguna escrita en portugués), en el que recoge varios artículos que había publicado en 1991 y 1992; la mayoría de los artículos que integran este libro aparecieron entre 1983 y 1988. Por el contrario, los artículos de Menton sobre El general en su laberinto y Noticias del Imperio aparecieron antes que los míos y cuando los leí me satisfizo comprobar que los míos eran muy diferentes.

Me parece que nuestros libros se complementan y enriquecen mutuamente. Tal vez no sea innecesario aclarar que mis trabajos podrían clasificarse dentro de lo que los alemanes llaman “Stoffgeschichte”, y los franceses “thématologie” o como el estudio de algunos casos de “hipertextualidad”, de acuerdo con la terminología de Gérard Genette, y que las distinciones básicas de Saussure (diacronía/sincronía y sintagma/paradigma) me permitieron estructurarlos.

Para terminar, aclaro que no he ordenado mis artículos de acuerdo con las fechas en que se publicaron, ni por las de publicación de las novelas que analizo, sino siguiendo la historia del continente, pues creo que todos los novelistas de que me ocupo participan de algún modo en una tarea común que es la de novelar nuestro pasado.