Un corazón alegre

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5 de enero - Autoestima

La arrogancia

“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”

(Romanos 12:3).

Los apartamentos de lujo del edificio Richelieu en las playas de Pass Christian (Misisipi, EE.UU.) contaban con la animación propia del veraneante de la gran ciudad. Se divertían con espíritu despreocupado y abundancia de bebidas alcohólicas. La policía recibió la alarma de que el huracán Camille estaba tocando la costa occidental cubana y se aproximaba al Golfo de México para irrumpir de lleno en el estado de Misisipi. El jefe de policía, Jerry Peralta, movilizó su equipo para evacuar todos los edificios playeros. La mayoría de las personas obedecieron la orden, pero un numeroso grupo del edificio Richelieu desafió al agente:

—¡Señor Peralta, estamos en nuestra propiedad y para sacarnos de aquí tendrá que traer una orden de detención! ¡Hemos sobrevivido a varios huracanes! ¡Este edificio es sólido como la roca!

Aquella noche el huracán arrasó la costa de Misisipi a una velocidad de más de 280 km por hora, haciendo desaparecer varios edificios, entre ellos el Richelieu. Era el 17 de agosto de 1969. El Camille fue el segundo huracán más poderoso del siglo XX, después de otro que tuvo lugar en 1935. Solo en la localidad de Pass Christian murieron 78 personas. La mayoría de ellas pensaban que eran lo suficientemente fuertes para sobrevivir sin necesidad de evacuar.

La ausencia de autoestima conlleva riesgos: pérdida de rendimiento académico y laboral, dificultad en las relaciones, así como vulnerabilidad a la adicción a sustancias psicoactivas, a ser víctima de abusos, ansiedad y depresión, entre otros. Pero el exceso de autoestima es la arrogancia y conduce a situaciones desastrosas como la actitud de aquellos vecinos del edificio Richelieu y, aún más, lleva a la perdición moral. En efecto, actitudes tales como la vanagloria, el engreimiento, la altivez, el orgullo y la soberbia son rasgos diametralmente opuestos al espíritu cristiano de humildad.

El apóstol no recomienda ni la arrogancia ni el desprecio por uno mismo. Nos invita al pensamiento cuerdo (o equilibrado) sobre nosotros mismos. Algunos están tentados a alcanzar el extremo de la altanería, otros, el autodesprecio. Tanto si tiendes a un lado como al otro, piensa en los dones que Dios te ha dado y, al mismo tiempo, practica la humildad siguiendo el ejemplo supremo de Jesús, quien “no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos” (Mar. 10:45).

6 de enero - Autoestima

Autoalabanza y pseudoperfección

“Pero el que se gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba”

(2 Corintios 10:17, 18).

La sana autoestima no consiste en alabarse a sí mismo y a los atributos que uno pueda poseer, como es el caso de la personalidad narcisista. Tampoco consiste en hacer todo a la perfección, como intentan las personas perfeccionistas. Estos ejemplos suelen tener una autoestima desequilibrada.

Ricardo exhibía muchas características de la personalidad narcisista. Contaba con una gran necesidad de ser admirado y reconocido por sus logros. Por ello explicaba lo bien que hacía su trabajo, los conocimientos que tenía y cómo otros estaban muy por debajo de él. Creía que muchos lo envidiaban y se sentía superior, diciendo que era un incomprendido, pues la ignorancia de los demás no les permitía apreciar sus cualidades. Con tal aire de arrogancia, todo el mundo lo rehuía. Pero la verdad era que, en su fuero interno, se veía solo y herido por su ínfima autoestima.

Luisa era perfeccionista. Su empeño era hacer cualquier tarea a la perfección. Y al final, no quedaba satisfecha, pues no conseguía el nivel de sus altísimas exigencias. Con frecuencia le embargaba un temor profundo por no hacer su trabajo de forma cabal, no usar las palabras precisas, o no vestirse de la manera adecuada a la ocasión. Cuando otros le decían que no era necesario esmerarse tanto, se ponía a la defensiva y sus relaciones con otros sufrían. En realidad, Luisa poseía una autoestima insuficiente y secretamente se consideraba incapaz y limitada.

Ricardo no resolvió su problema hasta comprender y aplicar en su vida el versículo de hoy. Aprendió que no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba. Luisa se benefició profundamente del mensaje del texto: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9). Aprendió que su verdadero valor estaba en los dones que Dios le había otorgado y que sus debilidades podían reportarle poder. Precisamente por ello, el apóstol testificó: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (vers. 10).

Ricardo y Luisa alcanzaron el nivel justo de autoestima al adoptar la humildad. Por eso Jesús bendijo a los pobres de espíritu (los humildes), en Mateo 5:3, se presentó a sí mismo como manso y humilde (Mat. 11:29), invitó a los encumbrados a hacerse siervos (Mat. 23:11) y se humilló, siendo el Rey del universo, a lavar los pies a sus discípulos (Juan 13:5).

Pide hoy a Dios que te indique qué puedes hacer para ser verdaderamente humilde.

7 de enero - Autoestima

Una imagen muy diferente

“No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”

(1 Samuel 16:7).

Se cuenta que un día del año 1808 un hombre deambulaba deprimido por las calles de Mánchester. Al ver un letrero de consulta médica, decidió entrar para intentar curar su desánimo. Explicó al facultativo que estaba lleno de temor y terror sin saber por qué. También contaba con síntomas melancólicos que le impedían gozar de la vida. El médico le dijo:

—Su dolencia no es mortal. Usted necesita reír y encontrar satisfacción en las cosas simples de la vida.

—¿Y qué hago, doctor? –preguntó el paciente.

El médico le aconsejó:

—Más que medicamentos, lo que usted necesita es que alguien le alegre la vida. Vaya esta noche a la función del payaso Grimaldi. Dicen que es el hombre más gracioso del mundo. Él lo curará.

La réplica del enfermo fue sorprendente:

—No bromee, doctor: ¡Yo soy Grimaldi!

Joseph Grimaldi (1778-1837) fue un actor de origen italiano nacido en Londres en el seno de una familia de cómicos. El público lo conocía por el seudónimo Joey. Tan relevante fue su papel de humorista y payaso que los espectadores de la época, para designar a cualquier arlequín, utilizaban el nombre Joey. Durante una etapa de su vida sufrió altibajos en su estado de ánimo. Sin embargo, su apariencia externa era la de un hombre feliz y jocoso.

Nuestra fachada exterior ofrece una apariencia que no siempre corresponde a la realidad interior. Pero Dios conoce la verdadera esencia de nuestro ser, nuestro potencial y nuestro carácter. El versículo de hoy lo deja claro: el profeta Samuel tenía que ungir al futuro rey de Israel y puso sus ojos en un joven apuesto y de buena estatura (1 Sam. 16:6). Pero Dios tuvo que recordarle que no mirara a “su parecer ni a lo grande de su estatura”. Aun las personas de carácter más impecable, como el profeta Samuel, no son capaces de juzgar lo que hay dentro de los demás.

Nuestra autoestima se forma fundamentalmente por lo que nos dicen los demás y cómo se comportan frente a nosotros. Pero su juicio puede ser erróneo, pues está basado en observaciones puramente exteriores.

Procura hoy ponerte en manos del Señor para que él te perfeccione y te otorgue “un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios” (1 Ped. 3:4, énfasis añadido).

8 de enero - Autoestima

La máquina averiada

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis”

(Jeremías 29:11).

¿Quién no ha presenciado alguna vez la reacción de alguien ante la máquina expendedora de refrescos que no funciona? La persona introduce las monedas, escoge la botella o lata deseada, pulsa el botón, y… ¡la máquina no despacha nada! Se ha tragado el dinero y la bebida no ha salido. La primera reacción es intentar recuperar las monedas; pero si esto no funciona, el sujeto suele enojarse, golpear la máquina y hasta patearla mientras profiere improperios.

El texto de hoy es una atractiva promesa, pero no debemos caer en la conducta que muchos usan frente a la máquina averiada, irritándonos con el Señor porque no nos responde como esperamos. Precisamente, las palabras de Jeremías 29:11 tardaron varias décadas en encontrar su cumplimiento para el pueblo de Israel. El rey Nabucodonosor sitió y arrasó Jerusalén varias veces a partir del año 605 a.C. Saqueó el templo y la casa real, despedazó los utensilios de oro que había hecho Salomón. Tomó miles de cautivos, los mejores y más nobles ciudadanos del pueblo de Israel, soldados, artesanos, herreros… y “no quedó nadie, excepto la gente pobre del país” (2 Rey. 24:14).

En medio de esta hecatombe aparece el profeta Hananías (Jer. 28) ofreciendo la solución fácil y halagadora: todo iba a restaurarse muy pronto y los cautivos regresarían en el plazo de dos años. En realidad, era una falsa profecía, pues Jehová había hablado a Jeremías con la verdadera revelación: una carta dirigida a los ancianos expatriados, a los sacerdotes, a los profetas y a todos los israelitas en Babilonia. Allí se especifica que el cautiverio duraría setenta años (Jer. 29:10). Allí también se incluye la promesa maravillosa: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, pensamientos de paz y no de mal, para daros el fin que esperáis” (vers. 11).

 

Con frecuencia nos desanimamos porque no viene la respuesta a nuestras oraciones y hasta nos sentimos abandonados y sin estima propia. Sin embargo, los tiempos pertenecen a Dios y él siempre sabe lo que es mejor para nosotros y cuándo debe concedérnoslo. Reflexiona hoy en la promesa de que los pensamientos de Dios para ti son de paz y no de mal, aunque la materialización parezca retrasarse. Entretanto, busca al Señor, como dice la misma profecía: “Me invocaréis. Vendréis y oraréis a mí, y yo os escucharé. Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:12, 13).

9 de enero - Autoestima

Variadísimos dones

“Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”

(1 Pedro 4:10).

En el versículo de hoy se presentan dos grandes enseñanzas: primera, los dones que hemos recibido de Dios son preciosos y, como portadores, debemos sentirnos satisfechos por los regalos que el Creador nos hace, a quien damos la gloria por tales obsequios; segunda, el propósito de los dones es ministrar a los demás y no utilizarlos con fines egoístas.

Dos estudiantes de derecho terminaron sus estudios en la Escuela de Leyes Chicago-Kent. El primero de la promoción era un joven ciego de apellido Overton. Al ser reconocido por su rendimiento académico en la ceremonia de graduación, aprovechó el momento para mencionar que gran parte de su éxito se debía a su compañero de carrera, el señor Kaspryzak, que no tenía brazos. Ambos se habían conocido en la facultad y con frecuencia se los veía caminando, hombro con hombro, Overton llevaba los libros y Kaspryzak guiaba a su compañero. En la biblioteca, Kaspryzak leía y Overton escuchaba y pasaba la página cada vez que el lector se lo decía, otras veces Overton dictaba y Kaspryzak escribía. Contaban con dones distintos y con limitaciones diferentes. En conjunto, formaban un equipo ideal.

La historia de estos dos jóvenes abogados enfatiza el efecto mutuo que tiene el poner nuestros dones al servicio de otros, como buenos administradores. Las bendiciones se multiplican con la abundancia de dones, pues la Biblia enumera no pocos y la lista no es completa pues, como dice el versículo de hoy, la gracia de Dios es multiforme.

En 1 Corintios 12 encontramos los dones de palabra, conocimiento, fe, curación, profecía, distinción entre espíritus falsos y el Espíritu de Dios, así como hablar y comprender lenguas. En Romanos 12 se nos habla de dones de servicio, enseñanza, exhortación, generosidad, solicitud, administración, asistencia y apoyo a otros. En Efesios 4 leemos de dones eclesiásticos: apóstoles, profetas, evangelistas y maestros.

Todos tenemos ciertos dones y carecemos de otros, pues el Espíritu reparte “a cada uno en particular como él quiere” (1 Cor. 12:11). Puede que no tengas los dones que anhelas, pero ciertamente posees otros. Conócelos bien, cultívalos y, sobre todo, sigue la recomendación del apóstol Pedro de utilizarlos para el servicio de los demás. De esta forma te beneficiarás mucho, no solo de poner tus dones al servicio de otros, sino también de las múltiples bendiciones que recibirás a través de los dones de ellos.

10 de enero - Autoestima

Igualdad plena

“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”

(Gálatas 3:28).

Dos estudiantes universitarios están sentados en una sala de espera. Uno es miembro del equipo investigador, un “cómplice” del estudio. El otro es un voluntario que participa en el experimento. Le acaban de hacer unos test psicológicos y aún le quedan otros por realizar (en realidad, todos son test de autoestima). El interlocutor pretende estar allí con el mismo propósito, pero en realidad su cometido es manipular la autoestima del participante. Durante el tiempo de espera, el cómplice hace comentarios desdeñosos de las opiniones, ideas, ropa, entre otras, del voluntario. Cuando este completa su segundo test de autoestima, está claro que su nivel ha descendido.

El mismo procedimiento se repite con otro participante, pero esta vez con mensajes de alabanza. El resultado de las pruebas arroja un aumento considerable de la autoestima frente a los resultados de antes del encuentro. Esto se repite con muchos otros sujetos. La conclusión es que la autoestima es susceptible de manipularse. Es muy fácil hacerlo con las palabras que decimos y cómo las decimos, especialmente cuando evalúan al contrario. Por ello, debemos ser muy cuidadosos con nuestras palabras, intentando siempre ser positivos, afirmando las cualidades de otros y, cuando hayamos de expresar desacuerdos, lo hagamos con mucho tacto y cariño.

Otro factor que nos ayuda a formar el concepto propio es pertenecer a cierto grupo: ser miembros de un equipo deportivo, ciudadanos de un país, grupo profesional, etcétera. El texto de hoy afirma la igualdad frente a Jesús, independientemente del grupo social al que pertenezcamos. Ser de una nacionalidad u origen étnico, ser mujer, o no poseer cierto nivel de estudios, puede hacer que la autoestima de muchos se resienta. Sin embargo, cuando el apóstol Pablo afirma que no hay “judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer”, no solo está haciendo una declaración avanzadísima para su tiempo, sino que además está animando a los creyentes a que no se sientan inferiores (ni superiores) por su pertenencia a algún grupo social.

Nadie podrá arruinar tu autoestima a causa de tu género, clase, grupo o raza. Ante Cristo, todos somos iguales y debes sentirte privilegiado porque Jesús te ha escogido y eres salvo por su gracia. Ama, pues, a todos tus semejantes, sean del nivel o grupo que sean, tal y como Jesús te pide: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).

11 de enero - Autoestima

El mejor tratamiento de belleza

“Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”

(1 Pedro 3:3, 4).

Un programa televisivo de viajes invitó a un grupo de cinco hombres, nativos de un pueblo primitivo de las islas del sur del Pacífico, a conocer la cultura norteamericana. Disfrutaron de paisajes naturales y entornos urbanos, probaron toda clase de comida, se desplazaron en diversos medios de transporte y participaron en todo tipo de actividad recreativa, cultural y de consumo. Entre estas, un tratamiento de belleza en un centro especializado. El presentador que los conducía intentó acrecentar el interés por la apariencia juvenil y preguntó a uno de los nativos al entrar al salón:

—¿Le gustaría parecer diez años más joven?

Algo extrañado, el invitado contestó:

—No. Me gustaría llegar a viejo y vivir diez años más de lo normal.

La cultura del isleño exaltaba la longevidad, aun con arrugas en la cara. Mientras que los valores del occidental estaban centrados en la apariencia juvenil.

Para mejorar la belleza física la industria mueve cada año cantidades millonarias de dinero en productos y servicios que absorben gran parte del presupuesto personal del consumidor. La ropa y el calzado, por ejemplo, van mucho más allá de su papel funcional y se compran por su diseño, la marca comercial o la habilidad de atraer la atención de otros. Hay productos cosméticos para embellecer el cutis, el pelo, las cejas, las pestañas, las uñas, la piel… Están además las joyas que penden de diversos lugares del cuerpo a fin de dar más luz a la imagen corporal. Y aparte de los objetos que añadimos a nuestro cuerpo están los tratamientos que se aplican con el mismo objetivo. Nos referimos a masajes, arcillas, lifting, bótox, o incluso cirugía reparadora para retocar detalles corporales que resulten más agradables a la vista.

Pero el texto inspirado hace distinción entre dos tipos de adorno. Por un lado, ropa, peinados y joyas. Por el otro, un espíritu afable y apacible. El primero, puede comprarse con dinero, pero es temporal. El segundo es incorruptible y se recibe por medio del Espíritu Santo que transforma corazones y produce espíritus llenos de paz y de mansedumbre.

Ora hoy para que Dios transforme tu corazón y deseche de él cualquier mal y te conceda ese “adorno de un espíritu afable y apacible” para que seas una bendición para muchos.

12 de enero - Autoestima

Un nuevo look

“Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”

(Efesios 4:24).

La voz original griega de la palabra “vestíos” es endúo, término que indica ‘meterse en un atavío’ y se ha traducido por ‘ponerse ropa’ o ‘vestirse’. La ropa comunica un sentimiento en el que la lleva: las prendas de trabajo o deporte predisponen a la acción y el atavío elegante invita a un movimiento despacioso y exquisito. Esto afecta no solo a quienes portan el tejido, sino también a los que lo ven desde el exterior. En efecto, la ropa conduce a prejuicios. Por ejemplo, hay estudios que muestran que es más probable sufrir de discriminación por el modo de vestir que por la raza u origen étnico.

En ocasiones la leyenda ha tomado este concepto para añadir propiedades mágicas a la ropa. El escritor ruso León Tolstói (1828–1910) relata el cuento de un zar que enfermó gravemente. Los mejores médicos le aplicaron los remedios más avanzados, pero su salud no mejoró. Desesperado, ofreció la mitad de sus posesiones a quien fuera capaz de curarlo. Muchos acudieron con procedimientos que no convencieron al soberano. Pero un trovador le infundió esperanza: “Señor, la única medicina para vuestros males es vestir la camisa del hombre más feliz que se encuentre”.

Los soldados del zar buscaron por todos los confines, pero ante tanta carencia, dolor y sufrimiento, les resultó difícil identificar a alguien que fuera feliz. Aun quienes tenían de todo se quejaban por algo. Finalmente encontraron a un hombre humilde que vivía en una choza. No tenía mucho, pero contaba con muy buena salud y gozaba del cariño de familiares y amigos. Concluyeron que era el hombre más feliz.

—Traed prestamente la camisa de ese hombre —fue la orden del palacio—. No importa lo que pida por ella.

Pero los emisarios regresaron con las manos vacías.

—¿Dónde está la camisa? —increparon los oficiales.

Apenados, respondieron:

—Aquel hombre no tenía camisa.

El apóstol Pablo usa esta figura de la ropa nueva para describir al hombre nuevo quien, después del nuevo nacimiento, goza de una condición diferente a la anterior. Según Efesios 4, la nueva condición transforma el carácter, desecha la mentira, el enojo y el robo, promueve el trabajo y el altruismo, aparte de favorecer la manera de hablar, que proporciona gracia y edifica a los oyentes. Además, el nuevo hombre no tiene amargura, ira, gritería, maledicencia, ni ninguna clase de malicia.

Prueba hoy a ponerte ropa nueva, ese atuendo espiritual que se traduce en frutos del carácter. Dios te lo ofrece gratuitamente.