Un corazón alegre

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29 de enero - Autoestima

Hijos adoptivos

“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos: ‘¡Abba, Padre!’ ”

(Romanos 8:15).

Nacer en una familia de reconocido prestigio, poseer dinero y propiedades, lograr metas profesionales o académicas excepcionales son algunas de las formas de conseguir honor y valía en un mundo secular. Pero estas cosas no tienen valor último para Dios. El Señor no mira al exterior, sino al corazón y valora al ser humano según su amor al Creador y a sus semejantes.

Sin embargo, y a pesar de que Dios tiene una escala de valores distinta a la de los hombres, Dios utiliza nuestra lengua y nuestra cultura para comunicarnos ideas y conceptos. Es lo que hace con el ejemplo de los esclavos y los libres usado repetidamente en el Nuevo Testamento para ilustrar el antes y el después de aceptar a Cristo como Salvador.

En la época romana no había agrupaciones sociales para defender la libertad y abolir la esclavitud. Poquísimos se planteaban la injusticia de hacer y mantener esclavos; era parte de la vida diaria. De hecho, los esclavos podían ser objeto de abuso y opresión, pero los que eran fieles y obedientes, solían recibir consideración y a veces llegaban a ser libres y contratados como ayudantes, educadores o contables, según su capacidad.

Pero el paso definitivo hacia la liberación era cuando un esclavo llegaba a ser hijo adoptivo. El versículo de hoy toma esta realidad de la sociedad del momento y presenta el contraste entre la esclavitud y la adopción. La primera era una condición de temor. Temor a ser humillado, apaleado, explotado física, emocional, o sexualmente… La segunda era la condición de hijo legítimo, la que permitía al adoptado dirigirse al pater potestas sin necesidad de título respetuoso, llamándolo simplemente Abba (“Papá” o “Padre”).

De acuerdo con la ley romana, el paso de esclavo a hijo adoptivo suponía un cambio gigantesco. Desde el momento de la adopción, el hijo adoptivo recibía un nombre nuevo y el apellido de la familia; por si fuera poco, adquiría el derecho a recibir la parte correspondiente de la herencia, como cualquier hijo legítimo; además, pasaba a ser considerado como hijo biológico y legítimo ante la ley romana; finalmente, la vida previa era borrada por completo y la esclavitud olvidada totalmente.

Aceptemos hoy el privilegio de no ser más esclavos, sino hijos de nuestro Dios. Ello nos hará olvidar nuestras deficiencias e imperfecciones para centrarnos en ese espíritu de adopción que nos da derecho a tratar a nuestro Padre celestial con el afecto de un niño.

30 de enero - Autoestima

El barquito rescatado

“Pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”

(1 Corintios 6:20).

Se cuenta la historia de un niño que, con esfuerzo y persistencia, talló un barquito velero de madera muy liviana, lo lijó, lo pintó y le acopló una pequeña vela. El juguete, además de funcionar, resultó muy atractivo. Cuando el muchachito lo llevaba al agua, la brisa lo empujaba de forma suave, asemejándose a un barco de verdad. Un día, jugando con el velero a la orilla de un río, el viento comenzó a soplar a fuerte velocidad y, entre el viento y la corriente, la ingeniosa embarcación se precipitó río abajo hasta desaparecer. Disgustado, el niño lo buscó desesperadamente pero no logró encontrarlo. Finalmente, regresó a su casa con el tremendo peso de la pérdida.

Semanas después, haciendo recados en la ciudad, el muchacho se sobresaltó al ver en un escaparate de objetos usados un barquito que se parecía mucho al que había perdido. Entró en la tienda, lo observó de cerca y, efectivamente, ¡era su barco de juguete! Reconocía las marcas, las formas, los tonos y todo detalle con la precisión que un artista reconoce su obra. Cuando el dueño de la tienda se acercó, el niño exclamó con certeza:

—¡Este barco es mío! Lo sé porque yo mismo lo fabriqué y el río se lo llevó.

El dueño de la tienda le explicó en tono incrédulo que una persona le había vendido el barquito y ahora le pertenecía a él. En fin, el comerciante se retiró diciendo:

—Si lo quieres, tendrás que comprarlo.

Con gran esfuerzo, el niño trabajó cuanto pudo para juntar el dinero. En cuanto tuvo lo suficiente, acudió presuroso a la tienda y compró el preciado velero. Abrazándolo, le habló con ternura diciendo:

—Eres mío. Yo te hice y ahora te he comprado por precio.

Si en alguna ocasión te sientes inferior o hasta llegas a despreciarte a ti mismo, si te has perdido o los vientos de la vida te han arrastrado a destinos indeseables, si piensas que tu pasado no ha sido favorable y que ahora tienes que sufrir las consecuencias, si has perdido la esperanza de ser hallado, piensa que el Señor Jesús te creó y desde entonces le perteneces. Además, por cualquier transgresión moral que hayas cometido, por cualquier regla violada, Jesús ha pagado un alto precio (¡su propia vida!) para rescatarte y decirte: “Eres mío, yo te formé y ahora te he comprado por precio”.

31 de enero - Autoestima

¡Son tantas las bendiciones!

“Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios”

(Juan 1:12, 13).

Hemos dedicado el mes de enero al tema de la autoestima. Para muchas personas, los sentimientos de inferioridad son una realidad. Pero son muchas las fuentes de autoestima que nos vienen de la Palabra. En ella se nos habla de las continuas y seguras bendiciones para los hijos de Dios. Y eso debería ser la mejor forma de fortalecer la autoestima.

Cuando te sientas, cuando te levantas, cuando caminas, cuando piensas y cuando hablas, Dios está pendiente de ti. Antes de que pronuncies tus palabras, Jehová ya las conoce (Sal. 139:1-4).

Dios es amor y te comunica ese principio para que lo pongas en práctica y así pueda permanecer en ti y tú en él (1 Juan 4:16). Ese amor no es temporal, sino eterno y su misericordia es continua (Jer. 31:3).

Dios te concede muchas cosas buenas: dones, habilidades, talentos… todos vienen de un Dios absolutamente fiable, pues en él no hay mudanza ni sombra de variación (Sant. 1:17).

Cuando experimentes sentimientos de inferioridad o incapacidad por no tener medios suficientes para cumplir tu misión, piensa que el Señor te promete satisfacer todas tus carencias (Mat. 6:31-33).

Los planes de Dios para ti son de paz y no de mal y en última instancia te asegura conceder lo que esperas (Jer. 29:11). De hecho, él es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos (Efe. 3:20).

Al aceptar al Señor, él te considera “especial tesoro” (Éxo. 19:5) y, como tal, te cuidará y te consolará cuando pases tribulación; su consolación es eterna y te promete esperanza de forma gratuita (2 Tes. 2:16, 17). Además, su consolación te hará aprender cómo puedes tú también consolar a otros. Él está cerca de ti cuando tu corazón esté quebrado y tu espíritu abatido; por muchas que sean tus aflicciones, Dios te librará de todas (2 Cor. 1:3, 4). Y llegará el día cuando no habrá más necesidad de consolación, pues Dios enjugará toda lágrima y hará que no haya más muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor (Apoc. 21:3, 4).

Todo esto es posible no por voluntad humana (Juan 1:13), sino por la acción directa de Dios. ¿Aceptarás la oferta? ¡Que Dios te bendiga para que así sea y recibas los privilegios que él desea otorgarte!

1º de febrero - Familia

Un hogar sin perturbación

“El que perturba su casa heredará viento, y el necio será siervo del sabio de corazón”

(Proverbios 11:29).

Dedicamos este mes a las relaciones familiares, tanto maritales, como entre padres e hijos. Hay evidencias múltiples de que un hogar de calidad produce hijos que afrontan la vida con éxito. Uno de los estudios de mayor influencia global fue el de Michael Resnick y Peter Bearman de la Universidad de Minnesota. El estudio se publicó en la Revista de la Asociación Médica Estadounidense (JAMA, por sus siglas en inglés), una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo. Fue un estudio a gran escala, con la participación de noventa mil adolescentes de entre doce y dieciocho años, que fueron entrevistados y seguidos durante varios años. Uno de los hallazgos más importantes fue que cuanta más vinculación tenían los adolescentes con su familia, menor era el nivel de violencia juvenil, de uso y abuso de drogas, de embarazo temprano y de sexualidad precoz. Sin duda, los beneficios de una vida familiar equilibrada alcanzan muchos más aspectos de los que identifica este excelente estudio. Una vez más, la ciencia confirma (aun cuando siempre con excepciones) el sencillo principio de que cuando instruimos al niño en su camino, no se apartará de él aun de anciano (Prov. 22:6).

El texto de hoy es un llamamiento a los padres a no perturbar el hogar porque las consecuencias son lamentables. Cuando un padre (o madre) perturba a su familia, acaba desprotegiendo a sus hijos de muchos y grandes peligros. ¿Cómo se perturba el hogar? El padre o la madre de la familia hacen esto mediante constantes amenazas, provocación y mensajes de desprecio. Pueden también hacerlo mostrando un ejemplo de ociosidad, de desorden o de impaciencia. O tornándose enojados y hasta violentos, verbal o físicamente. Conductas de avaricia o de envidia también perturban la familia. El que perturba su casa, según el versículo de hoy, “heredará viento”. ¡Qué terrible figura por alterar el orden del hogar! Nos da la imagen de pérdida, vaciedad, decepción, futilidad… con consecuencias que pueden ser trascendentales.

 

Para evitar este camino erróneo, inspírate en el amor de Dios, un amor que se demuestra en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5:8).

Reine hoy ese amor en tu familia. Un amor que sea benigno, no envidioso, no jactancioso, no envanecido, ni imprudente, un amor que no se irrite ni guarde rencor, un amor que no se goce de la injusticia sino de la verdad, que sufra, que crea, que espere y que soporte (1 Cor. 13:4-7). Ora hoy: “Ayúdame, Señor, a vivir ese amor en mi hogar”.

2 de febrero - Familia

Llamamiento al marido

“Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”

(Colosenses 3:19).

El marido de Valeria no golpeaba a su esposa, pero sí la agredía con sus críticas y palabras hirientes. Constantemente veía faltas en las tareas caseras, el cuidado de los niños, las relaciones con las vecinas… Con frecuencia la comparaba con otros miembros de su familia y ella siempre salía perdedora. En medio de su enojo, increpaba a Valeria con insultos que jamás pronunciaría en presencia de familiares y amigos. Sus niños eran testigos de estas conductas y se llenaban de temor. A Valeria esos insultos la derrumbaban moralmente. Así acabó convencida de que era realmente inútil, torpe, malvada y una fracasada. Esa familia sufrió mucho por el carácter iracundo del padre.

Hoy se sabe que el abuso, tanto verbal como físico, tiene un efecto devastador sobre la víctima, sea cónyuge o hijo, que puede acabar sufriendo ansiedad, hipervigilancia, depresión, ideas suicidas, sentimientos de incapacidad, vergüenza, culpa, problemas del sueño… y otras dolencias. Es muy triste que el ámbito familiar, que debería ser un lugar acogedor donde sus miembros pudieran hallar cariño, apoyo y comprensión frente a las dificultades de la vida, se transforme en un lugar peligroso y dañino. Para evitar situaciones tales, Pablo insta a los maridos cristianos a no ser ásperos con sus esposas y a amarlas como Cristo amó a su iglesia, entregándose a sí mismos por ella (Efe. 5:25). Más adelante les pide que el marido ame a su esposa como a su propio cuerpo, es decir, sustentándola y cuidándola (vers. 28, 29).

El verbo pikraino (ser áspero) significa literalmente “producir amargor en el estómago” y, por extensión, quiere decir enojarse o irritarse. El mensaje encaja en un tiempo en que, según la ley judía, la mujer era tratada como una propiedad u objeto. El marido podía divorciarse de su esposa por alguna razón intrascendente, pero ella no tenía esa potestad. Era también costumbre que la mujer permaneciera de puertas adentro mientras el marido tenía libertad total para tener relaciones con otras mujeres.

Desgraciadamente, las conductas violentas persisten en el siglo XXI: una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física, con frecuencia perpetrada por un ser amado. Si añadimos la violencia verbal, tenemos más víctimas que mujeres respetadas. El Señor no quiere que sus hijas sufran por causa del enojo y la violencia familiar. Si vives en tal situación, intenta resolverla con oración y fe. Si las cosas no se arreglan, busca ayuda externa, pues muchos casos de violencia doméstica requieren intervención profesional.

3 de febrero - Familia

Coherederas

“Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”

(1 Pedro 3:7).

Muchas familias en buena relación acaban enemistadas por asuntos de herencias. Gisele Sousa Dias (Clarín, 16 de noviembre de 2009) estima que, de diez sucesiones, siete son conflictivas. Dice que solo en la ciudad de Buenos Aires hay unas treinta y cinco mil familias enemistadas por algún problema de herencia. “Yo pago alquiler y tú tienes tu propia vivienda, ¿cómo nos va a tocar recibir lo mismo?" “Yo cuidé de mamá durante los cinco últimos años y tú no ayudaste ni enviaste dinero…”, son ejemplos de argumentos comunes. En la disputa se evocan encuentros del pasado, frases o insinuaciones del difunto que indican que las cosas deben hacerse de forma distinta a lo testado… y así se deteriora la relación hasta el punto de no haber remedio aparente a corto plazo y muchas veces la muerte de los involucrados llega antes que la reconciliación. Y es que la solución no es nada fácil pues, aunque el testamento esté claro desde el punto de vista aritmético, el corazón humano es egoísta, duro y orgulloso y tales rasgos florecen en estas situaciones.

El texto de hoy presenta a dos coherederos: esposo y esposa. La herencia es nada menos que la vida eterna. Evitar el maltrato físico o verbal en la pareja es solo un primer paso. El apóstol Pedro llama al varón a dar honra a la mujer. Y para dar fuerza a su consejo, presenta un argumento de peso: ella es coheredera con derecho idéntico a la herencia de la vida eterna. Insta al esposo a manifestar además el trato amable, cariñoso, tierno y suave que se dispensa a un recipiente frágil y valiosísimo.

Este llamamiento a los maridos sugiere un gran paso que va más allá de las particiones idénticas. Como en el caso de las herencias terrenales que encuentran posesiones indivisibles, la responsabilidad y el amor no son susceptibles de particiones iguales. Por eso añade el apóstol el concepto de “vaso más frágil”. Está invitando al esposo a ser generoso, magnánimo, espléndido, desinteresado y altruista con su mujer. En los próximos días, prueba a sobrepasar el concepto de dar el 50 % y recibir el 50 % en tu vida conyugal; ofrece el 100 % cuando sea posible. Y si no eres casado, el resto de 1 Pedro 3 está dedicado a las relaciones en general: sé de un mismo sentir con otros, compasivo, expresando amor fraternal, misericordia y amistad (1 Ped. 3:8).

4 de febrero - Familia

Ayuda idónea

“Después dijo Jehová Dios: ‘No es bueno que el hombre esté solo: le haré ayuda idónea para él’ ”

(Génesis 2:18).

Cuando la Dra. Leah Bright del Hospital Johns Hopkins (Baltimore, Maryland, EE.UU.) y sus colegas midieron las cuerdas vocales de una muestra de sujetos sanos descubrieron algo sorprendente: el tamaño de las cuerdas vocales no guardaba relación alguna con la altura, el peso o la masa corporal de los participantes en el estudio. Sin embargo, observaron una clara diferencia de tamaño de estos órganos de fonación entre hombres y mujeres. Esto explica las diferencias en lenguaje hablado entre hombres y mujeres: aparte de producir tonos más altos en la voz de ellas, la diferencia hace posible que la emisión de la voz necesite menos aire para su agitación y que se produzca en las damas menos desgaste de energía. Por ello, en términos generales, las mujeres tienden a hablar más y más deprisa que los hombres. Este es solo un ejemplo de diferencias biológicas entre géneros.

Es una acción noble luchar por el trato igualitario entre géneros que tanto se ha violado y sigue violándose, pero no podemos ignorar que existen diferencias biológicas y psicológicas, que en parte se remontan a los orígenes cuando Dios creó a la mujer como “ayuda idónea”. Significa esto que algunas características que poseemos van ligadas al sexo, lo que hace a hombres y mujeres diferentes y al mismo tiempo complementarios. Por ejemplo, el sistema endocrino es muy distinto: el tipo y cantidad de secreción hormonal prepara a la mujer para la menstruación, la gestación y la lactancia, funciones que no posee el varón. El metabolismo femenino es más lento, la estructura ósea más ligera, el tamaño de los riñones, el hígado y el estómago, mayor y la cantidad de músculo (en relación con la masa corporal) menor que en los varones. También se han observado diferencias marcadas en la conducta comunicativa: la mujer escucha con más atención y con más contacto visual que el hombre. La mujer cuenta con una expresión verbal más dramática, más rápida y más cargada de emociones que el varón, quien habla con más precisión, objetividad y brevedad.

Para fomentar la calidad de relación entre marido y mujer pensemos que, en su inmenso amor, Dios creó “varón y hembra” (Gén. 1:27) para la mutua edificación y satisfacción. No veamos las diferencias como una fuente de irritación, sino como un complemento. Hoy, observa alguna de estas diferencias en tu trato con el sexo opuesto y da gracias a Dios por el don de las diferencias.

5 de febrero - Familia

Mujer, vid y olivo

“Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos, como plantas de olivo alrededor de tu mesa”

(Salmo 128:3).

Durante siglos y hasta en la actualidad, muchas casas de las regiones mediterráneas alojan un patio central que permite el flujo de luz a las ventanas interiores. Allí se plantan vides que crecen exuberantes por el clima benigno del Mediterráneo. La planta arroja sombra y provee decoración y el precioso fruto de la uva para deleite y nutrición de todos los miembros de la familia. En el patio juegan los niños bajo la mirada atenta de la madre que los supervisa desde cualquier lugar de la casa en la que se encuentre. Al atardecer el patio se hace habitáculo de reunión para toda la familia. Allí cenan y disfrutan de la velada convirtiendo el espacio en centro social en el que se afianzan los vínculos familiares.

El texto de hoy compara a la madre de la familia con esas vides que trepan por las paredes del patio. También a los hijos los asemeja a las ramas del olivo. En primavera, el árbol arroja ramilletes cargados de infinidad de granos pequeñísimos que son los frutos en potencia. Estas preciosas bolitas anuncian la cercana cosecha de aceitunas, algo así como los hijos que auguran la siguiente generación.

¡Qué hermosa descripción de la familia en donde se resalta el papel central de la madre, siempre presente y vigilante como la vid en el patio rodeada de hijos como plantas de olivo alrededor de la mesa familiar! (Sal. 128:3). Por supuesto que el padre también juega un papel fundamental en la familia (1 Tes. 2:11).

En este ambiente idílico puede darse y recibirse la mejor forma de educación que perdurará en el tiempo. Pero, de la misma forma que el olivo y la vid necesitan el poder de Dios para crecer, la intervención divina es esencial, pues las mejores técnicas educativas serían vanas sin el Espíritu del Señor. Es necesario el poder sobrenatural para la estabilidad familiar. No en vano reza el texto: “A uno que prevalece contra otro, dos lo resisten, pues cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (Ecl. 4:12). Ese tercer cordón en la familia es el poder invencible de Dios.

Permanece hoy abierto a la influencia divina para que la aplicación de los buenos principios pedagógicos pueda hacer florecer niños y jóvenes que amen y obedezcan a Dios.