Epistolario decimal

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Epistolario decimal
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EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones

Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

editorialedicionesuc@uc.cl

www.ediciones.uc.cl

Epistolario decimal

Pedro Prado - Manuel Magallanes Moure

Pedro Maino Swinburn

Con la colaboración de Amalia Redondo Magallanes

y Valeria Maino Prado

© Inscripción Nº 2021-A-5079

Derechos reservados

Julio 2021

ISBN Nº 978-956-14-2847-8

ISBN digital Nº 978-956-14-2848-5

Diseño:

Francisca Galilea R.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

info@ebookspatagonia.com


CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Prado, Pedro, 1886-1952, autor.

Epistolario decimal: Pedro Prado - Manuel Magallanes Moure / edición a cargo de Pedro Maino Swinburn.

Incluye notas bibliográficas.

1. Prado, Pedro, 1886-1952 - Correspondencia.

2. Magallanes Moure, Manuel, 1878-1924 - Correspondencia.

3. Cartas chilenas.

I. t.

II. Magallanes Moure, Manuel, 1878-1924, autor.

III. Maino, Pedro, editor.

2021 Ch886 + DDC23 RDA


ÍNDICE

Prólogo

Epistolario decimal

Anexos

Prólogo

El aislamiento al cual nos hemos visto obligados a raíz de la pandemia del covid-19 ha sido una novedad para las generaciones que coexistimos en la actualidad. Eso explica el desconcierto de muchos y la necesidad de copar este tiempo, aparentemente muerto, con toda clase de actividades y ejercicios. El vértigo parece ser la forma predominante de experimentar nuestra cotidianidad.

En este contexto, la lectura del epistolario entre los escritores Manuel Magallanes Moure (1878-1924) y Pedro Prado (1886-1952) resulta un refugio extraordinario, porque nos lleva de vuelta a un tempo distinto, reflejado no solo en la velocidad del tren de trocha angosta que unía la antigua Estación Providencia con el Cajón del Maipo, donde se retiraba Magallanes durante sus períodos de spleen (¡demoraba 3 horas!), sino también en un intercambio epistolar con largos días de intervalos, que causarían la desesperación de los frenéticos usuarios de los chats contemporáneos.

Ambos escritores vivían períodos de intensa actividad, seguidos de prolongadas etapas de aislamiento y reposo. Y estas cartas son los cables que permitían sortear el abismo que se abría entre ellos y el mundo durante estos retiros voluntarios de la realidad. Magallanes se escapaba a El Melocotón, al antiguo hotel que regentaba la señora Teresa Carvallo, y Pedro Prado se recluía en la torre de su chacra en la calle Mapocho 3981.

Estos dos amigos fueron piezas esenciales de Los Diez, cofradía artística que reunió a escritores, pintores, arquitectos y músicos chilenos que renovaron el ambiente local entre los años 1914 y 1924, y cuyos principales valores fueron el arte, la amistad y el humor. Celebraron exposiciones de arte, veladas artísticas-musicales, crearon una revista y la primera editorial moderna de Chile, inventaron a un poeta afgano del siglo XIX para mofarse de los críticos y soñaron con construir una torre en un peñón de Las Cruces. Dispusieron también de rituales secretos, un calendario propio y sendos símbolos mágicos, como la paloma y el unicornio, cuya creación risueña y ridícula es posible apreciar en estas cartas.

Manuel Magallanes hizo su aparición en el incipiente campo cultural chileno en los primeros años del siglo XX. A contrapelo de la estética modernista rubendariana, sus versos son de una gran austeridad y simpleza. Gabriela Mistral destacaba en ellos su pureza: «Pura, por la ausencia de didactismo, por un desinterés total de doctrina; pura por escrupulosa en la técnica y por ceñidamente sincera». Su poemario Facetas (1902) lo posicionó rápidamente en la escena y sus colaboraciones en las revistas culturales y periódicos de la época eran frecuentes. Publicaba poemas, cuentos y críticas de arte, e incluso trabajó como editor de la revista Pluma y Lápiz (1900-1904) y fundó el periódico La Reforma (1911-1916), de San Bernardo, lugar del que también fue alcalde. Durante las dos primeras décadas del siglo fue líder y representante de los escritores y fue jurado en los más prestigiosos premios literarios, como los «Juegos Florales» que reconocieron los primeros versos de Mistral en 1914.

Pedro Prado, por su parte, publicó su primer libro, Flores de cardo, en 1908, y hasta 1925, momento en que edita Androvar, que marcó el fin de su primer y más importante período de escritura, en el que exploró el verso libre, el poema en prosa, el ensayo, el cuento, la novela y el poema dramático. Fue presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (1910), representante de la Escuela de Arquitectura de la misma universidad en los congresos estudiantiles de Buenos Aires (1910) y Lima (1912), fundó las revistas Contemporánea y Juventud, lideró el Grupo de Los Diez y fue director del Museo Nacional de Bellas Artes (1921-1923).

Se trata, probablemente, de los dos escritores más relevantes del campo literario chileno de la segunda década del siglo XX. La temprana muerte de Magallanes en enero de 1924 coincidió con el fin de la etapa más fructífera de la obra de Prado, y su retiro de la escena cultural como actor protagónico. Daban paso entonces al liderazgo de Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda: la gran poesía chilena.

Su epistolario nos permite apreciar el nacimiento y desarrollo de su amistad a lo largo de trece años (1911-1923). Estas cartas se nos ofrecen como las huellas de un vínculo y permiten recrear, aunque sea una pequeña parte, esa comunidad de artistas que fue el Grupo de Los Diez.

Pedro Prado fue hijo único y perdió a sus padres siendo muy joven. Por eso, buscó en sus amigos a los hermanos que no tuvo. Y así se lo comenta a Magallanes, en diciembre de 1912: «Ha sido usted, lo supongo, persona dueña de buenas amistades. Yo, en cambio, a causa de mi retiro y salvo una o dos excepciones, exagerando el optimismo, no he tenido en el amigo el hermano cuya caricatura hicieron los Halmar y cuya realidad es, ahora lo veo, posible de obtener {…} He hablado de amistad, y tal vez no existan sino los amigos. Yo adivino que nosotros lo seremos». Y algunos años más tarde, vuelve sobre el mismo punto: «aunque nuestra amistad no data de mucho tiempo atrás, tengo por usted, y perdone mi confianza, el afecto que se siente por un hermano mayor».

Magallanes, a su vez, descubre en la amistad que nace entre ambos, un refugio: «¡Qué agradable es tener confianza en alguien! Si es amigo, como usted, ¡qué descanso! La verdad que para mí, a lo menos, nada hay tan encantador como abandonarse, como entregarse».

Y a partir de esa confianza y afinidad, van compartiendo sus inquietudes. Chile vive un proceso acelerado de modernización, que en oportunidades los desconcierta. Magallanes, al llegar a La Serena y ver las nuevas edificaciones, comenta: «La maldita afición a lo nuevo ha arrasado con lo bello tradicional». Y después de rechazar el estilo arquitectónico de las nuevas construcciones, que califica de «pacotilla», se detiene en las viejas casas coloniales, cuyos grandes patios evocan una vida sosegada: «esa vida que seguramente usted y yo habríamos preferido a la inestable vida actual».

Prado también tiene una relación conflictiva con el presente: «El presente va siendo, para mí, algo que nada vale; charro, recortado, grotesco, burdo. Si no fuese que es el punto de apoyo para forjar fantasías y para recordar historias, yo lo aborrecería con toda el alma. Bien quisiera que no fuese broma lo que voy a pedir: ¡que se lleven el presente. ¡No lo queremos!».

Cada cierto tiempo les sobreviene a ambos el deseo de retirarse, poner freno a sus actividades. Y expresan en sus cartas ese estado: «Todo lo miro como sin verlo casi. Ni es fatiga, ni es hastío, ni es pereza. Vivo este instante sin vigor, nostalgia ni esperanza. Vivo a media vida. No experimento goce ni dolor. Si escribo es porque alguien me dicta», escribe Prado. Y Magallanes replica, en otra carta: «Mi vida es ahora lenta y apacible. Ni sufro ni gozo. Me adormezco a la hora del calor, me duermo a veces y a veces sueño cosas pasadas que suelen conmoverme mientras estoy dormido, pero ya no cuando despierto. Es buena también la tranquilidad…».

Cuando logran reunirse, cuando vencen el aislamiento, intentan convencerse de que trabajar juntos es posible: «En esa ocasión nos probaremos mutuamente (como en otras posteriores) que la actividad y mérito de la labor literaria y artística no es ajena al influjo penetrante de la proximidad del amigo». «Y como no nos andaremos a trompadas para imponer cada cual sus ideas, el trabajo en común servirá para que sea más sólida la amistad que nos une».

 

Además de esa mansedumbre que los posee durante sus períodos de reclusión, Prado y Magallanes comparten también sus momentos de creación y goce, como cuando publican sus libros, logran pintar algo que los convence, celebran exposiciones o simplemente disfrutan vagando por la cordillera o los suaves lomajes de la costa de Cartagena.

Prado le promete enviar a su amigo su libro Los pájaros errantes, «que espero que usted lo considere solo en lo que es: una verdadera prolongación de esta carta. En realidad, casi todo lo que yo escribo son como cartas a mis amigos». Y luego, tras una reunión de Los Diez en el claustro, le confiesa: «Hemos hecho hoy un esfuerzo extraordinario por fabricar alegría y libertad. Simples aprendices así salían nuestras manufacturas. […] ¡Quién sabe si nuestra fábrica es más que nada una usina donde se entretejen cosas que recordar!». Magallanes también informa de sus avances: «Concluí de sacar en limpio mis versos. […] Tengo buen ánimo para continuar con la prosa y no desperdiciaré este buen ánimo. A ver si logro algo».

Y en esos días de buen temple, les nacía el deseo del viaje y la errancia, como describe Prado en una de sus cartas: «Pronto renacieron en mí mis eternos deseos de excursiones y largos viajes, por este mi país que tanto quiero. Y entonces me he acordado de usted como del compañero ideal, y en la imaginación me vi recorriendo los pueblos escondidos en una peregrinación que usted compartía con igual entusiasmo».

Los períodos de reclusión van progresivamente volviéndose más prolongados a medida que pasan los años y las cartas son la manera de mantener vivo el vínculo. Magallanes, cariñoso y regalón, le recuerda a su amigo: «Porque así como otros necesitan para vivir buena comida, buen trago, buenos libros o buen aire, yo necesito cariño». «Tu carta me ha hecho la impresión de un abrazo. Un abrazo de esos en que los músculos se aplastan a través de la ropa y se moldean. Más hermano me siento de ti, y esto que tengo hermanos…».

La sobrevivencia de estas cartas, conservadas en el Archivo Pedro Prado de la Biblioteca de Humanidades de la Universidad Católica y en el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, nos permiten descubrir la intimidad de dos grandes artistas y reflexionar sobre el valor de la amistad y las formas de construirla.

PEDRO MAINO SWINBURN

EPISTOLARIO

DECIMAL




«En realidad, casi todo lo que yo escribo

son como cartas a mis amigos».

PEDRO PRADO





Cartagena, 9 de marzo de 1911

Estimado amigo,

No es que me haya olvidado de su revista; es que no he tenido qué mandarle. Mis preocupaciones de constructor no me han dejado un respiro para pensar en lo que no sea maderas, piedras, adobes, etc. Afortunadamente –para mí, es claro–, el edificio avanza y pronto podré despreocuparme de él1.

Recibí el nº de marzo de la Contemporánea2 y me parece espléndido. ¡Qué bello lo de Hofmannsthal! ¡Y lo de Swinburne! En fin, que es un número delicioso…

Calculo que el buen éxito será creciente y vuelvo felicitarlo.

Ahí van esos versos… Acéptelos o rechácelos. Siempre seré su amigo y compañero afmo.

M. Magallanes Moure


Luna de la media noche3

Luna de la media noche, soñolienta

luna que a la media noche te levantas

y penosamente elevas tu blancura

por sobre la oscuridad de las montañas.

Luna tímida que esperas la alta noche

para ascender con sigilo tu faz blanca,

luna de la media noche que en el cielo

eres como un ave herida que se arrastra.

Aguardaste que los ruidos se extinguieran,

Aguardaste que los ojos se cerraran,

Y ahora que todos duermen, tú apareces

Como una visión de ensueño, luna pálida.

Luna de la media noche que colocas

Un velo de claridad en mi ventana,

como eres, fue mi amor, blanco y furtivo,

Y un velo de claridad puso en mi alma.

M. Magallanes Moure





[La Serena, diciembre de 1912]

Señor Pedro Prado

Santiago

Querido amigo:

Navegué al venir durante veinte horas, veinte horas de mi vida que no olvidaré, me parece. Soñaba con esto, y lo mejor es que esta corta travesía me ha avivado el deseo de hacer otras más largas. He gozado como un niño. Todo ha sido novedad para mí, desde que salió el buque de Valparaíso hasta que llegó a Coquimbo. Mi amor al mar se ha robustecido con esta navegación; lo quiero más, acaso porque lo conozco un poco más también. Aun cuando el vapor era malo, no sentí el mareo; de modo que pasé trajinando el buque, de proa a popa, de babor a estribor, de la cala a la cubierta. Me tocó una noche de luna llena encantadora y luego una mañana de sol como de día domingo. En el mar, cuando hay sol, todos los días deben de parecer domingos.

Llegué a La Serena al anochecer4. No hallé lo que creía encontrar. La maldita afición a lo nuevo ha arrasado con lo bello tradicional. El orgullo de mis paisanos es un edificio de tres pisos, estilo pacotilla (no sé qué otro nombre dar a estos edificios cuyo estilo consiste en no tener ninguno).

Quedan, sin embargo, algunas casas de aspecto señorial, con frontones de piedra, adornados con medallones y escudos coloniales. Hay grandes patios evocadores de una vida sosegada, de esa vida que seguramente usted y yo habríamos preferido a la inestable vida actual. Quedan siempre las hermosas flores de esta tierra semi-oriental. He visto también algunas bellas mujeres… Pero, me soñaba otra cosa. (No respecto a las mujeres, sino a la ciudad misma.)

Hay también el mar. Está a más de diez cuadras del centro y se va a él por un camino orillado de las grandes acequias mal olientes, que llaman la Alameda. Hago el trayecto a la plaza dos veces al día, por la mañana y por la tarde. Por cierto que allí no va nadie, lo cual aumenta la hermosura del paseo. A veces veo entrar o salir buques de Coquimbo.

Hago, pues, una vida a mi gusto. Me molesta, sin embargo, la curiosidad que despierto en ciertas gentes. Señoras hay (ancianas, se entiende…) que desean conocerme, y me lo han hecho saber, porque creen que soy muy entretenido. Tengo momentos de gran aburrimiento, y también de gran tristeza. Creo que no se alargará mucho mi permanencia aquí. Saludo a su señora, un cariño a los chicos y un abrazo para usted.

Su afmo. amigo,

M. Magallanes Moure

Al abrir su carta partí en dos el párrafo del amigo Ramos. En verdad, las frases son matizadas. Eso de la Gaya Ciencia me delició… No he visto La Unión. Únicamente El Diario Ilustrado llega aquí. En todo caso, son opiniones pour rire.

¿No se ha vuelto a caer mi colega?

Hágame el servicio de pedirle a don Joâo El Mercurio y Mundial y me los manda, a casilla 448, Serena. Se lo agradeceré.





La Serena, 5 de diciembre de 1912

Señor d. Pedro Prado

Santiago

Querido amigo,

Resuelvo su consulta: la carta de Mundial envíemela, si es posible certificada, pues me temo que traiga una letra (de cambio)…

La otra, si es para algún Magallanes, póngale Casilla 533; si no es para algún Magallanes, tenga la bondad de dirigirla a mi casa, Nataniel 457. Todo esto, S.V.P., naturalmente, y con mis agradecimientos.

Mañana hago una excursión a caballo. Voy a la Punta de Teatinos, uno de mis sueños de niño. En aquellos tiempos oí yo hablar de este paraje como del paraíso. Voy con cierta pena: será un ensueño menos.

¿Y Navia? ¿Ha ido a Navia? El tren de Coquimbo me ha hecho recordar aquel de su tierra, por el tamaño. Este no echa tanto humo, sin embargo.

Cuando venía en el buque, a la altura de Tongoy, me llamó la atención algo liviano y vivo que llevaba el viento sobre el mar. Mirándolo mucho caí en la cuenta de que era una mariposita extraviada. ¿Cómo llegó a alejarse tanto de la tierra? ¿Creyó que el mar era un gran jardín? Le comunico esto porque quizás puede usted aprovecharlo en su ensayo5. ¿Se ha vendido el libro6?

Hay una mujer que a los dos días de casada –dos o doce, no estoy cierto– se separó del marido. Es una mujercita reidora, algo animalesca en su expresión: perrita, yegüita, no sabría determinarlo. Y es buena moza. Ha manifestado deseos de que yo le sea presentado. Yo al saberlo me he puesto a temblar. Tengo miedo de escribir más versos de deseos. Cuestan caro, demasiado caro. El jardín secreto7 me costó la felicidad.

Salude a Guzmán8 y no olvide censurarle el vinoco, despertador de malos deseos. Si llegan nuevas cartas, mándemelas todas, cambiándoles únicamente la dirección.

Salude a los suyos y hasta luego

Su afmo. amigo

M. Magallanes Moure





La Serena, 19 de diciembre de 1912

Señor Pedro Prado,

Santiago

Querido amigo, muchos días hace que estaba por escribirle; desde antes de los telegramas aquellos, que parecían destinados a llevarse el poco pelo que me queda.

Me creerá usted si le digo que ha sido una verdadera contrariedad para mí el no poder poner a su disposición la casucha –casi escribo la casa…– de Cartagena. Telegrafié a mi familia ese mismo día y ayer me contestaron lo que ya debía saber usted probablemente, esto es, que la casucha estaba comprometida con mi cuñado Álvaro, hombre de edad y de achaques, a quien debemos consideraciones especiales. Fue el único en nuestra familia que nos protegió, a mi mujer y a mí, cuando todos se oponían a que nos casáramos9. Creo que no tengo para qué, mi estimado Pedro, darle mayores explicaciones. Bástele saber que me habría agradado mucho ofrecerle mi rancho, para usted y los suyos, y que el no poder hacerlo me contraría, se lo repito. ¿Qué hacer?

La vie c’est comme ça!

La vie… la vida en esta adormilada ciudad es de una calma escandalosa. Todo duerme aquí, o, por lo menos, tiene sueño. Me he dado cuenta de esto en las pocas horas que paso en la ciudad, porque la mayor parte del tiempo o estoy en la playa o duermo…

Por la mañana me voy a la mar, en compañía de mi prima Marta10, buena compañera, a pesar de ser una muchacha buena moza y regalona. La vi nacer, la vi crecer, de modo que toda sonrisa maliciosa está demás. Nos queremos, buenamente –se lo digo en serio– y si jugamos continuamente en nuestras excursiones solitarias, siempre lo hacemos como dos niños. (También yo tengo algo de regalón.) Cuando estoy con mi prima en la playa, me dan deseos de cantar y cantamos juntos, en la seguridad de que nadie nos oye.

A veces nos interrumpe el canto la vista de algo que pasa por la mar.

–¡El lobo! ¡Mira el lobo!

–¡No! ¡Si es tonina!

–¡Es lobo! ¿No ves cómo asoma la cabeza?

–De veras…

Más allá de las olas, en la mar pesada, asoma y se esconde la cabeza oscura del lobo, barnizada de cielo.

Otras veces, un barco que sube de Coquimbo, apegado a la costa, fumando su gran puro.

–¡Va al norte!

–Al sur!

–¡Vas a ver!

–Veremos…

El barco se perfila en la mar libre, se aleja de la tierra. Se comprende que va ligero y sin embargo se mueve con una lentitud… En la popa fórmasele un torbellino blanco. Va a virar.

–¿Ves cómo va al sur?

–Sí. Ganaste.

Otras veces, un velero, allá en la línea del horizonte, con todo su ropaje al viento, caminando sobre la mar como un fantasma, como el Cristo del milagro.

–Parece que viene…

–Creo que pasará de largo.


Anfión Varela Moure, Marta Varela Moure, Manuel Magallanes y Horacio Varela Moure, La Serena, enero 1913.

(Esta cuestión queda sin solucionarse porque el sol se entra, se acaba el día, regresamos, y el fantasma sigue inmóvil en el horizonte, como si se hubiera dormido en pie).

Hemos inventado con la prima Marta un juego que nos divierte mucho. Tendidos en la arena, paralelamente uno al otro, trazamos dos rayas, también paralelas y colocamos una piedra en el centro. Luego, con mi mano cojo la de ella y en tal forma que solo nos quedan libres los dos cordiales, que son los más aptos para el juego. Enseguida, Marta se empeña en que la piedra pase la raya de su lado y yo en que pase de la mía. Es delicioso. Yo propuse que bautizáramos este juego con el nombre de hand-ball, pero Marta, más sabedora que yo del idioma inglés, ha determinado llamarlo hand-stone. Y así se llama ahora.

 

Lo autorizo para que enseñe este juego de niños buenos a su señora, pero siempre que reserve el origen.

Ya se corre en La Serena que me caso con la prima Marta…

Un millón de gracias por las cartas, revistas, etc. Me quedé esperando Selecta. ¿Me acontecerá lo mismo con Chile? Celebré cordialmente el premio de Armando Donoso11 y hasta le puse telegrama. Ignoro si lo recibió. Se lo dirigí al Ministerio. También he celebrado la buena venta de La Casa Abandonada12. Delicioso el artículo de Yáñez Silva.

Le copio los versos que he escrito desde que estoy aquí:

Fiesta de pájaros hay en la mar.

Vienen y nunca dejan de llegar.

Sobre las olas se han puesto a rondar

en un vuelo largo y circular13.

¿Le gustan? Escríbame. Creo que regresaré el próximo año.

Su amigo afmo.

M. Magallanes Moure





Santiago, 22 de diciembre de 1912

Sr. Manuel Magallanes M.,

La Serena

Mi querido amigo, llego en este momento de casa de mi suegra, donde almorcé14. ¡Qué mediodía más caluroso! El aire vuela atontado, espeso de olores por las aguas y basuras que fermentan al sol. Me vine lentamente, para no sofocarme, aprovechando las angostas lengüetas de sombra que dan los aleros de las casas. Las calles todas silenciosas, amodorradas. Por las puertas abiertas de par en par, se divisaban los patiecillos modestos con sus bambúes verdes. Yo no sé cuál es la causa de este aburrimiento que me sobrecoge. Aburrido y cansado y triste. Una tristeza que no proviene de ningún accidente determinado de mi vida, sino una tristeza de la vida misma. Callada y vacía está la casa en esta tarde de domingo. La Adriana y los chicos, en casa de mi suegra. Las sirvientas qué sé yo dónde. El escritorio, con su aire encerrado, está tan quieto que siento en los oídos una especie de sonido levísimo y constante que acaso es mi sangre que se escurre.

Un placer fue para mí, recibir o encontrar su carta. No se preocupe usted por la casa de Cartagena, porque le asiste toda la razón al arrendársela a su cuñado.

Me han entretenido y hecho pensar la relación que me hace de la laxitud provinciana, del mar contemplado desde la playa solitaria, de la buena y hermosa prima Marta que vio nacer y con la cual juega ahora el juego sencillo del hand-stone, que requiere las manos enlazadas.

A través de las cartas recibidas le conozco mejor que nunca. Es usted un regalón, un gran regalón. Es decir, es usted un goloso de la sensación pura. Para gozarla toda entera se requiere pereza, usted la posee; se necesita silencio, es usted callado; se ha menester de sentidos finos, el cultivo de la poesía, la pintura, de la música han dejado a los suyos capaces de registrar todas las delicadezas. Presiento que usted pone en la suave amistad que lo liga a su prima Marta el mismo cariño, el mismo entusiasmo interior que gastaría para escribir una poesía honda o para pintar un cuadro hermoso. Sí, amigo Magallanes, desgracia es que no siempre podamos hacer de la vida la obra de arte que solo la pasajera amistad de la prima Marta permite. Y en su carácter pasajero hay tanto valor como en su goce mismo. Piedras preciosas que valen fortunas porque son de las bellezas que no abundan. Son ellas como el símbolo, como la concreción material de un deseo ardiente que se realiza en muy escasa medida y que, por ello, junto al gran espejismo de las cosas anheladas, el pequeñísimo y pasajero placer de las cosas que se realizan.

Y luego, la vida astuta (Astuta es la vida…) a algunos los hace activos, ardientes, luchadores; a otros los hace pensadores, tiernos, perezosos. Borrar, extirpar la indiferencia, a esto se reduce toda la astucia de la vida para que vivamos. Los ardientes, en cuestiones de amor son resueltos y vencen; es decir, la vida vence. Los tiernos y perezosos, como usted, juegan con el amor como los gatos con las lauchas. Mucho juegan, largo rato, las cogen para dejarlas escapar y vuelta nuevamente a cogerlas. Y al fin… se las comen. Los regalones, como los gatos, no tienen prisa en terminar; acaso no piensan en ello; pero todo ha de tener su fin y es sabido que si los comienzos son difíciles de escoger, los resultados no se obtienen por preferencias, se soportan por… determinismo, fuerza mayor, ley causa a efecto.

¡Qué sugestivo es el hand-stone! ¡Piedrecilla de la playa sirve al amor! ¡Amistad serena de hombre a mujer sirve al amor! ¡Dulce engaño en que inconsciente vive mi pensamiento flojo que no quiere discernir el fondo de mi conciencia, sirve al amor! Y los buques, abiertas las velas al viento del mar, y el humo que persiste en el horizonte de los vapores que se alejaron, y la vida oscura de los lobos y de las toninas, todo sirve al amor. Y la sabiduría congénita del goloso de sensación se empeña en alimentar el amor en su etapa más dulce; y es como un fuego, como un fuego sagrado que arde siempre sin que su calor sirva a ninguno de los bajos menesteres de la vida. Es una llama que se desea mantener solo por la suave luz que esparce.

Cuán natural y sana encuentro su actitud. Cuán simpática me parece su prima Marta. Qué deliciosa vida la que permite el juego del hand-stone en el cual las manos enlazadas pueden conservar libres los dedos cordiales.

Es usted un inventor ingenioso y un hombre naturalmente sabio, que cultiva del amor lo que bien no pudiera llamarse así, porque es solo la flor del amor. Y del mismo modo que el viejo jardinero de donde comienza a florecer la rosa15 veía en sus flores la belleza de la tierra, usted en los amores determinados, acaso ame más que a las dulces mujeres, al amor mismo, ame la vida; esta vida pasajera que si ahora encuentro triste es porque escapan a mi entendimiento las causas que provocan su tristeza; ignorante de ellas todo se resuelve para mí y todas las cosas quedan teñidas con su vago color.

Lo abraza

Pedro Prado





La Serena, 24 de diciembre de 1912

Señor Pedro Prado

Santiago

Acabo de leer –aquí al frente, en la Plaza, llena de sol y cargada del aroma de los floripondios y los limoneros– la última carta de usted. Siento deseos de contestarla y no quiero perder esta buena disposición de mi ánimo.

Muy bella en el decir y muy verdadera en el juzgar la carta esta. ¡Cuánto diera por leérsela íntegra a mi prima Bebé! (Le ha agradado este nombre y por agradarla a ella me gusta llamarla así.) Temo, sin embargo, que se alarme al saber que estás informado por mí de nuestros juegos.

Estos días hemos salido a caballo, los dos solos16. Siempre andando nos hacemos proyectos de excursiones tierra adentro, siempre vamos a la playa, a galopar por la arena húmeda, a saturarnos de viento marino, a bañar nuestras miradas en la limpia inmensidad del mar. Los que por el camino nos ven pasar, nos siguen con la vista, y una chica a quien Bebé dice «adiós», contéstale: «adiós, señora», contestación que la hace reír infantilmente.

En nuestras excursiones conversamos. ¿De qué? Los asuntos no tienen importancia. El encanto no arranca de las palabras. Las palabras nada significan y lo agradable está en la voz, en la música del acento y de la risa, en el decir de las miradas, en el removerse de los labios, en el inclinarse de la cabeza, en los movimientos del cuerpo femenino y joven, que es elástico sin musculatura y plano sin robustez; cuerpo gracioso de mujer nueva, en el cual cada proporción y cada línea tiene su medida justa; cuerpo no deformado por el uso.

Ella me enseña algo de inglés: ya sé algunas palabras aprendidas antes, pero que solo sé ahora. Yo digo: give me… (¿Así se escribe?)

–Dame…

Y ella entre risas me contesta:

–Nada tengo que darte…

–¿Nada?

Cuando estamos lejos de la población y ya en la playa no divisamos sino las blancas pechugas de las gaviotas agrupadas en contemplación del sol poniente, detenemos los caballos, nos bajamos, yo me [] las riendas en un pie y, tendidos sobre la arena, recibiendo a ratos el polvo de agua que el viento arrebata a las olas, jugamos al «hand-stone».

–Sin guantes, ¿quieres?

–No. Mejor así, con guantes.

–Yo no juego así.

–Se me queman las manos…





Santiago, 27 de diciembre de 1912

Sr. Manuel Magallanes Moure

La Serena

Mi recordado amigo: ¿qué cree usted que acabo de hacer? Pues, leer nuevamente sus cartas. Cada día que paso en medio de esta soledad de amigos, que solo de vez en cuando interrumpe la compañía de Ernesto Guzmán, me refuerzo en la estimación que siento por los compañeros, y un vivo deseo de estar con ellos me asalta y me domina. Ayer, por ejemplo, escribí una larga carta a Augusto Thomson, en la que le hago una enquête minuciosa17. Una agradable casualidad hizo que descubriera, arrumbado en un cuartucho de la casa de mi suegra, una colección algo trunca de los primeros años de Zig-Zag. Triste, extraordinariamente triste, son las revistas viejas que siguen registrando en sus páginas, con el mismo empeño que si se tratase de actualidades, lo que pasó para siempre; hombres, amigos y desconocidos, acontecimientos de nuestra vida republicana, noticias gráficas de todos los países de la tierra en un tiempo dado. Entre los artículos literarios y críticos encontré varios suyos, de los cuales recuerdo uno sobre Sorolla y otro sobre Rodin18, que leyó en el Ateneo. De Augusto reuní catorce, «El abuelo» inclusive, que Thomson me pedía y que antes del día de ayer no había podido enviar. Vea usted: el domingo le escribo; el jueves a Thomson, hoy, viernes, a usted nuevamente.