La destrucción como origen del devenir

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La destrucción como origen del devenir
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La destrucción como origen del devenir

colección

Pequeños Grandes Ensayos

Universidad Nacional Autónoma de México

Coordinación de Difusión Cultural

Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial


Contenido

La destrucción como origen del devenir

Destrucción y devenir: un retrato histórico de sabina spielrein

La incubación de un ensayo

El lugar de las mujeres en el psicoanálisis

La destrucción como origen del devenir

I. Hechos biológicos

II. Observaciones psicológicas individuales

Sumario

III. Vida y muerte en la mitología

Cronología de Sabina Spielrein

Bibliografía mínima

Aviso legal

Destrucción y devenir: un retrato histórico de sabina spielrein

El río de la conciencia se nutre del conocimiento personal y de los grandes acontecimientos históricos; se renueva o se estanca en cada época de nuestras vidas. Tras la Primera Guerra Mundial, el espectáculo de la destrucción dejó a la humanidad anegada en corrientes melancólicas. Una pregunta reverbera desde entonces en los campos del arte, la ciencia y la cultura: ¿cómo resolver el problema de nuestra conducta destructiva? Una de las primeras pensadoras contemporáneas que formuló esta interrogante ha sido olvidada por nuestra tradición académica y literaria: Sabina Spielrein. Quiero presentar un pequeño contexto histórico para entender mejor la aportación específica de su obra y las lecciones desconcertantes de su biografía.

En 1932, cuando la amenaza nazi conquistaba el corazón de Alemania y se extendía por Europa, Albert Einstein cedió al impulso de escribir una carta a Sigmund Freud. Éstas son sus palabras:

¿Existe algún medio que permita al hombre librarse de la amenaza de la guerra? En general se reconoce hoy que, con los adelantos de la ciencia, el problema se ha convertido en una cuestión de vida o muerte para la humanidad civilizada; y, sin embargo, los ardientes esfuerzos desplegados con miras a resolverlo han fracasado hasta ahora de manera lamentable.[1]

El viejo psicoanalista le responde:

Cuando se incita a los hombres a la guerra, un llamamiento de esa índole puede encontrar eco por diversos motivos, unos nobles, otros vulgares, algunos de los que se habla abiertamente y otros sobre los que es preferible callar. No hay razón para que los enumeremos todos. La inclinación a la agresividad y a la destrucción forma parte de ellos: las innumerables muestras de barbarie que jalonan la historia y la vida cotidiana no hacen más que confirmar su existencia.[2]

El físico consultó al psicoanalista en torno a la guerra como apoteosis de la destructividad humana, y la razón para esta consulta fue el ensayo de Freud de 1920 Más allá del principio del placer. El psicoanálisis comenzó como una corriente teórica y práctica para explicar el problema de los pacientes diagnosticados como portadores de “histeria” (el término es peyorativo y hay que abandonarlo; lo uso en un sentido histórico, estrictamente). A finales del siglo xix, el padre de la neurología, Jean Martin Charcot, descubrió que esos pacientes no se comportaban de acuerdo con las reglas de la neuroanatomía y de la medicina clínico-patológica. Esas reglas habían sido útiles para entender la mayor parte de los problemas clínicos de la neurología y la psiquiatría. Las personas “histéricas” representaban una excepción a la regularidad clínico-patológica, y esta condición excepcional llevó a Freud a buscar las reglas del juego de la psique, que no tendrían forzosamente una explicación en la anatomía del cerebro. Buscó esas reglas en otra parte: en la transición entre naturaleza y cultura; y de manera más particular, en el conflicto entre el deseo sexual (el principio del placer) y las restricciones impuestas al individuo por las leyes físicas y las normas sociales (el principio de la realidad). Pero ese esquema tan atractivo sigue sin responder la pregunta de Einstein: ¿por qué tenemos la tendencia –confirmada una y otra vez en la historia universal– a la agresión interpersonal, a la violencia colectiva, a la guerra? En Más allá del principio del placer, Freud introdujo un elemento adicional en su esquema: recuperó la noción mitológica del duelo entre Eros y Tánatos, y nombró “pulsión de muerte” al nuevo concepto psicoanalítico. Pero esa “pulsión de muerte” fue el planteamiento central de un ensayo escrito ocho años antes por una teórica pionera del psicoanálisis: Sabina Spielrein; el ensayo en cuestión está en las manos del lector: La destrucción como origen del devenir. Aunque es citado (marginalmente) por Freud en Más allá del principio del placer, este ensayo sólo estuvo disponible en lengua inglesa y en otras lenguas hasta la última década del siglo xx.[3]

Si aclaro que Spielrein fue una mujer judía nacida en Rusia, no es para contribuir al fetichismo lamentable que ha delimitado su tratamiento histórico: las circunstancias de su vida y muerte están ligadas a esa identidad cultural. Sabina tuvo una brillante trayectoria académica y deportiva (recibió una medalla de oro en gimnasia), estudiaba canto, piano, latín, y le disgustaba la escuela porque los maestros eran “muy estúpidos”.[4] Mientras estudiaba la carrera de medicina, un padecimiento la llevó a la clínica psiquiátrica de Burghölzli, en Suiza, una noche de agosto de 1904. El médico a cargo de la guardia era un joven psiquiatra desconocido: Carl Gustav Jung. El diagnóstico provisional en la nota de ingreso fue “histeria”.[5]

La incubación de un ensayo

Según la nota clínica, escrita a mano por Jung, Sabina presentaba risa y llanto en una forma extraña, compulsiva, así como descargas de tics, movimientos de aversión de la cabeza, protrusión de la lengua, espasmos en las piernas, dolor de cabeza, malestar intenso frente al ruido o a la gente, actitudes seductoras, y afirmaciones peculiares: que tenía dos cabezas o que su propio cuerpo le resultaba extraño.[6] El padre –un hombre de negocios– la había sometido a humillaciones y maltrato físico. Era un tirano ofensivo con la familia, y amenazaba con suicidarse cuando era confrontado. La madre también la había maltratado física y emocionalmente, y eso desencadenó las primeras tentativas suicidas de Sabina. Le enseñó que “los pecados se registran en el cielo con marcas de color rojo”. “Somos responsables de nuestros pecados desde los siete años”, le decía. La educación religiosa de Sabina fue estricta; siendo niña, hablaba con Dios y un día Él respondió en alemán (Sabina estudiaba esa lengua, aunque su lengua madre era el ruso). Con el tiempo, la voz divina se expresaba en ruso y en alemán, y Sabina pensó que esa voz interior provenía de un ángel. Cuando ella tenía 16 años, murió su hermana pequeña, “a quien amaba más que a nadie en la vida”.[7]

Trece cartas de Jung a Freud se refieren de manera específica al caso de Sabina, y ella es mencionada en 14 cartas de Freud a Jung. A juzgar por el contenido del intercambio epistolar, se dice que Sabina fue un motivo central en la aproximación entre ambos pensadores.[8] Como profesional de la neuropsiquiatría, hago notar que en aquella época no se conocía un tratamiento farmacológico eficaz para tratar la “histeria” (tampoco existe ahora). Si algunos autores atribuyen la mejoría al método psicoanalítico, esta explicación tiene dos limitaciones: en primer lugar, el psicoanálisis nunca demostró de manera consistente una eficacia terapéutica en pacientes “histéricos”; en segundo lugar, es difícil suponer que Jung usó el método analítico porque sólo tuvo acceso a una supervisión epistolar por parte de Freud, quien además no había consolidado su técnica en aquel momento. Tampoco puede decirse que Jung usó el método terapéutico derivado de su propia psicología analítica, porque esta historia sucedió años antes de que el psiquiatra suizo se apartara del psicoanálisis y explorara la tesis del inconsciente colectivo en su obra Símbolos de transformación, que apareció en 1912, al igual que el ensayo de Spielrein, La destrucción como origen del devenir.

Por recomendaciones de Eugen Bleuler, director de la Clínica de Burghölzli, Sabina egresó del hospital tras una estancia de nueve meses. Se hallaba en mejores condiciones, capaz de vivir de manera independiente. Lo más sensato es suponer que el ambiente hospitalario, al separarla de las agresiones familiares, le permitió desarrollar los recursos psicológicos necesarios para afrontar sus conmociones traumáticas. Quizá las figuras de Jung y Bleuler –y la presencia epistolar de Freud– fueron estímulos significativos para la maduración psicológica de Spielrein. En todo caso, no volvió a ser hospitalizada.

 

Sabina terminó la carrera de medicina en 1911; se graduó con la primera tesis académica acerca de la esquizofrenia, el nuevo concepto propuesto por Bleuler para referirse a la “demencia precoz” de Kraepelin. Sabina había contribuido a los experimentos de Carl Jung para evaluar los procesos de asociación de palabras que llevaron en última instancia a la construcción del concepto de esquizofrenia. En 1912, Spielrein fue aceptada en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, y formó parte de una generación pionera de mujeres psicoanalistas, junto a personajes legendarios como Lou-Andreas Salomé (una de las primeras autoras en abordar la sexualidad femenina).

En general se acepta que hubo una relación de amor entre Sabina y Carl Gustav Jung; el consenso es que existió una transgresión sexual, y quizás esto fue un motivo más para la formación de otro concepto freudiano: la transferencia y su contraparte, la contratransferencia, es decir, el juego erótico y simbólico de fantasías conscientes e inconscientes entre los dos miembros de la relación psicoanalítica. El cineasta canadiense David Cronenberg cristalizó esta leyenda en un filme de culto, Un método peligroso, con la actuación de dos celebridades: Keira Knightley en el papel de Sabina Spielrein, y Michael Fassbender en el rol de Carl Gustav Jung. Viggo Mortensen hizo el papel de Sigmund Freud.

Un método peligroso está lleno de erotismo y glamur, y es una buena opción complementaria para disfrutar el ensayo de Spielrein contenido en este libro. El cineasta usa un estilo refinado para explotar nuestro morbo, y si bien se permite muchas licencias creativas sin fundamento histórico, es un buen punto de partida para imaginar los motivos de Sabina durante la escritura de La destrucción como origen del devenir.

Desde que me involucré con los problemas sexuales me ha interesado un tema en particular: ¿por qué el más poderoso impulso, el instinto de reproducción, alberga sentimientos negativos además de los sentimientos positivos, inherentes y previsibles?

Desde las primeras palabras de su ensayo fundacional, Spielrein vincula al sexo con una negatividad que se revela como el aspecto subjetivo de la conducta destructiva. Es interesante observar que sus planteamientos funcionan como puentes para conectar la teoría freudiana del desarrollo sexual con la teoría jungiana del inconsciente colectivo. El ensayo aborda de manera sucesiva la sexualidad, la enfermedad mental y la creatividad; se detiene en forma explícita en el mecanismo de la sublimación artística, uno de los conceptos tempranos de Freud. Sus nexos conceptuales con la teoría jungiana se aprecian en párrafos como el siguiente:

En el inconsciente podemos encontrar el día de primavera separado en sus componentes: el sol, el cielo, las plantas, que están organizados (o quizás, más precisamente, remodeladas) de acuerdo con formas mitológicas que la psicología etnológica nos ha hecho conocidas.

Spielrein usa en varias ocasiones el término “psique colectiva” en contraposición con la “psique individual”; de hecho, se plantea un conflicto entre estas dos formas de psiquismo, lo cual sería uno de los mecanismos centrales en la demencia precoz. Sabina también describe este conflicto en otro contexto: el de las creaciones artísticas, en las cuales hay, a juicio de la autora, una regresión del ego a formas arcaicas, infantiles, pero también a la psique colectiva, lo cual permite una transformación del ego: “la tambaleante partícula del Yo, inundada con nuevas y más enriquecidas imágenes, comienza a reemerger”.

Siguiendo a Sabina, una interpretación posible para comprender el sitio de la pulsión de muerte en la sexualidad y en la psicología humana se relaciona con esta “muerte del Ego” que sucede durante la entrega erótica, durante la enfermedad mental y en la creatividad artística, dentro de un ciclo mitológico de “muerte y resurrección”. No está claro si estas ideas fueron influidas por Jung o viceversa. Al parecer Sabina piensa –como Freud y Jung– que las transformaciones simbólicas que operan en el trabajo artístico son una forma de lidiar con el caos de la psicopatología y, quizá, con la tendencia a la destructividad.

Spielrein aborda el problema de los impulsos destructivos a través de una cita de Wilhelm Stekel, en la cual el médico austriaco se refiere a un sueño donde una mujer joven es asesinada con un cuchillo que le clavan en el abdomen. Stekel interpreta el sueño como un símbolo de la violación. Sabina hace una interpretación de la interpretación, y nos plantea que Stekel revela con sus palabras la conexión neurótica entre la violencia sexual y el asesinato sexual sádico y ritualizado de la guerra, donde las mujeres son percibidas como objetos de sacrificio. No propongo aquí una interpretación definitiva del ensayo. Basta con decir que es un texto enigmático, pionero, que hace las preguntas difíciles en torno a la psicología de la destructividad humana: una particularidad que conecta a la violencia colectiva con la violencia íntima, y con las formas múltiples de la autoagresión observada en la clínica.

El lugar de las mujeres en el psicoanálisis

Si bien hoy se discute el estatus epistemológico del psicoanálisis, y en particular su validez como tratamiento en el mundo de la psiquiatría, la perspectiva histórica nos muestra que fue de gran importancia para el desarrollo intelectual de mujeres que vivían, como Sabina, las consecuencias de la opresión patriarcal. Si el psicoaná­lisis tiene un lado oscuro anclado en su propia versión del culto al patriarca, por lo menos en teoría significó una oportunidad para pensar en forma crítica los desenlaces psicopatológicos y culturales del patriarcado como estructura psicológica y social. Quizás esto abrió la puerta al intelecto de mujeres brillantes como Karen Horney (Psicología femenina), Anna Freud (El yo y los mecanismos de defensa), Melanie Klein (Envidia y gratitud), Françoise Dolto (La imagen inconsciente del cuerpo), Margaret Mahler (On human symbiosis and the vicisitudes of individuation), Frieda Fromm-Reichmann (Principles of Intensive Psychotherapy) y Joyce McDougall (The many faces of Eros). No es exagerado decir que el psicoanálisis, con sus méritos y limitaciones, se convirtió en un entorno teórico propicio para el pensamiento de las mujeres durante el siglo xx. En la segunda mitad de ese siglo, el psicoanálisis hecho por mujeres se transformó al integrar otras corrientes críticas, como el posestructuralismo y el feminismo, a través de figuras como Julia Kristeva (Sol negro. Melancolía y depresión) y Christiane Olivier (Los hijos de Yocasta).

Sabina Spielrein ha ganado un reconocimiento creciente, dentro y fuera del psicoanálisis, como una pensadora por derecho propio, más allá de la fetichización inicial. Escribió alrededor de 30 obras, y se abrió a disciplinas como la lingüística y la psicología del desarrollo. En Ginebra fue la psicoanalista de Jean Piaget –uno de los científicos más importantes en el campo de la psicología infantil– durante ocho meses. En esa época, Sabina escribió un trabajo acerca del desarrollo del lenguaje y el pensamiento del niño a través de diversas etapas, lo cual es un antecedente interesante con respecto a las obras de Piaget y Vygotsky sobre el pensamiento y el lenguaje; fue una influencia relevante para formular que el pensamiento verbal es un discurso privado que surge a partir de la internalización de un “discurso egocéntrico” (un discurso “para sí”) en el cual el niño se hace preguntas a sí mismo y se explica las cosas.[9]

En 1923 Sabina Spielrein regresó a Rusia para establecerse en Moscú. Bajo la influencia de Trotsky, el psicoanálisis fue apoyado por el poder soviético en busca de una síntesis con la fisiología conductual de Pavlov o –a través de Luria– en la búsqueda de una integración entre psicoanálisis y marxismo. Sabina fungió como supervisora en el ambicioso proyecto Detski Dom, un laboratorio-orfanatorio psicoanalítico, también conocido como “La casa blanca”. Este lugar, fundado por Vera Schmidt –otra alumna de Freud– tenía como propósito educar a los alumnos bajo una peculiar interpretación de la teoría psicoanalítica: los niños tenían una gran libertad de movimiento, se evitaban los castigos y se permitía la exploración sexual.[10] Algunos huérfanos eran educados en la escuela, pero también los hijos de la élite bolchevique, incluyendo al hijo de Josef Stalin. Entre los profesores que trabajaron en Detski Dom se encontraban dos gigantes de la psicología rusa: Lev Vygotsy y Alexandr Luria, quienes también formaron par-te del Instituto Psicoanalítico y estudiaron con Spielrein. Al parecer, el trabajo de Spielrein con los niños, que combinaba observaciones objetivas del desarrollo infantil y la recolección de datos subjetivos, fue una influencia significativa en los dos mayores psicólogos de Rusia. Tras involucrarse en una protesta por las malas condiciones de trabajo de los maestros, Sabina fue expulsada de Detski Dom; más tarde, la escuela fue acusada de estimular la sexualidad de los alumnos en forma prematura, y fue clausurada.

En 1926, Sabina se trasladó a Rostov para dirigir un hogar para lactantes y niños; ejerció durante varios años como pediatra, e hizo defensas académicas de Freud en un clima ideológico adverso. Tras la condena estalinista del psicoanálisis, en 1936, se oscureció el rastro histórico de Spielrein.[11] Sus hermanos Isaac, Jan y Emil fueron arrestados y ejecutados entre 1937 y 1938, durante la Gran Purga, como se conoce a la persecución y el terror político de­satado por el estalinismo soviético. Es muy lamentable tener que reportar en este prólogo lo siguiente: Sabina Spielrein sobrevivió a la Gran Purga pero fue asesinada por los nazis en agosto de 1942, junto a sus dos hijas y a otros 27 000 judíos en Rostov, Rusia.[12] El injusto final de este retrato nos obliga a considerar que la problemática de su ensayo no ha sido resuelta: exige una lectura reflexiva en el arco que empieza con el deseo de supervivencia y se extiende a la búsqueda de sentido.

Jesús Ramírez-Bermúdez

1 Albert Einstein, “¿Por qué la guerra?” Carta de Albert Einstein a Sigmund Freud, unesco, 1985. Disponible en https://es.unesco.org/courier/may-1985/que-guerra-carta-albert-einstein-sigmund-freud.

2 Sigmund Freud, “¿Por qué la guerra?” Sigmund Freud escribe a Albert Einstein,unesco, 1993. Disponible en https://es.unesco.org/courier/marzo-1993/que-guerra-sigmund-freud-escribe-albert-einstein.

3 A. Harris, “Language is there to bewilder itself and others: Theoretical and clinical contributions of Sabina Spielrein”, en J Am Psychoanal Assoc., 2015, vol. 63, núm. 4, pp. 727-767. doi:10.1177/0003065115599989.

4 B. Minder, “Burghölzli hospital records of Sabina Spielrein”, enJ Anal Psychol, 2001, vol. 46, núm. 1, pp. 15-42. doi:10.1111/1465-5922.00213.

5 Idem.

6 Ibid.

7 Ibid.

8 J. Garrabé, “Sabina Spielrein: el nacimiento de la esquizofrenia (1906-1912)”, Salud Ment., 1996, vol. 19, núm. 4, pp. 43-51.

9 A. Harris, art. cit.

10 J. Launer, Sex Versus Survival. The Life and Ideas of Sabina Spielrein,Londres, Bloomsbury Publishing, 2014.

11 J. Garrabé, art. cit.

12 P. S. Appelbaum y H. Lothane, “Sabina Spielrein’s death”, en Am J Psychiatry, 2012, vol. 169, núm. 7, p. 759. doi:10.1176/appi.ajp.2012.12030413.

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