Interioridad

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Portadilla

Créditos

Introducción

Espacio vivencial

Espacio vivencial consciente que otorga sentido

Espacio vivencial consciente que otorga sentido y que abre a la trascendencia

Epílogo

Notas


Colección dirigida por Luis López González

Txemi Santamaría es doctor en Teología. Trabaja como psicólogo y psicoterapeuta de pareja y familia en el Centro de Orientación y Terapia Familiar Lagungo (Bilbao), trainer en focusing –es miembro de la Asociación Española de Focusing Carlos Alemany– y profesor asociado en la Universidad de Deusto. Además, es coordinador en el Programa TREVA.

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A Iratxe.

Introducción

Cuando hablamos de interioridad, aludimos a algo permanente de la condición humana, algo a lo que místicos, filósofos y psicólogos de distintas épocas han hecho referencia. Hay algo esencial en las personas que remite a su vivencia interior, a su capacidad de conciencia, a esa cualidad específicamente humana que pasa, tal como decía V. Frankl, por la voluntad de sentido. A esa hondura que hace posible la trascendencia. El profeta Habacuc también hace referencia a ella, y sitúa al ser humano como un ser capaz de «caminar por las alturas» (Hab 3,19).

En esta introducción vamos a indagar, de forma sencilla, en la historia de la humanidad. Vamos a ir viendo cómo en distintos momentos históricos, a través de personas concretas, ha ido aconteciendo este giro hacia el mundo interior.

El primer momento de esta reflexión lleva a descubrir cómo el giro hacia adentro ha sido una constante en la historia. Partiendo del denominado por K. Jaspers como el tiempo eje, en el año 600 a.C. El ser humano ha sentido la necesidad de descubrir en la escucha de su propio interior la brújula de su caminar existencial1. Será fundamentalmente en los tiempos de crisis sociales, religiosas e, incluso, económicas cuando se dé esta vuelta hacia el mundo interior. La humanidad buscará el sentido de su existencia en lo más profundo de su vivencia.

K. Jaspers establece un tiempo eje, un tiempo axial, que acontece entre el año 800 y el 200 a.C. En dicho período se da una revolución espiritual que sentará las bases del ser humano que comienza a desarrollar de forma sistemática el sentido de la conciencia, así como el sentido de la vida.

La característica fundamental viene dada por una irrupción tanto en Oriente como en Occidente de personas y tradiciones que se convierten en referencias del mundo interior y espiritual. En China viven Confucio y Lao-Tsé, y aparece toda la rama de la filosofía china. En India surgen los Upanishads, es el tiempo en el que Buda vive y alcanza la iluminación, convirtiéndose en la referencia de toda la tradición budista. En Irán, Zaratustra enseña su doctrina del bien y del mal. En Palestina aparecen los profetas, Elías, Isaías y Jeremías, entre otros, que se convertirán en la conciencia de Dios en medio del pueblo de Israel. En Grecia, la filosofía tiene un gran desarrollo de la mano de pensadores como Heráclito, Platón o Arquímedes.

La novedad de esta época estriba en que tanto en China, como en India, o en Occidente el ser humano «se eleva a la conciencia de la totalidad del Ser, de sí mismo y de sus límites. Siente la terribilidad del mundo y la propia impotencia. Se formula preguntas radicales (...). Llega a experimentar lo incondicionado, tanto en la profundidad del propio ser como en la claridad de la trascendencia»2.

Es en este tiempo cuando se da un salto cualitativo en el nivel de la autoconciencia del ser humano: la conciencia se hace consciente de sí misma, y el pensamiento se vuelve hacia el pensamiento y lo hace objeto suyo3.

El contacto con el mundo interior es uno de los caminos recorridos por los místicos. El autoconocimiento, a partir de una mirada contemplativa, será una característica de esta vía de indagación. Esta mirada contemplativa será llevada también no solo hacia lo interior, sino hacia toda la realidad. El viaje a través de la historia en busca de estos hitos que han jalonado el devenir de la búsqueda interior partirá de los filósofos clásicos, como Sócrates, el cual reivindicaba, frente a la sociedad del honor y la vergüenza, la dignidad de toda persona que emana de su propio interior4. Sócrates postulará la existencia de la psyché como el verdadero yo. El filósofo, en su dialéctica con los sofistas, confronta su idea de interioridad, que se opone a la noción de exterioridad y objetividad de las leyes e instituciones, tan propia de la sociedad ateniense. Sócrates puso de relieve el aforismo inscrito en el pronaos del templo de Apolo en Delfos, «conócete a ti mismo», como un examen introspectivo de la conciencia, como camino hacia el autoconocimiento. De este modo, se produce la confrontación entre la sociedad ateniense y Sócrates, que veía en este y en sus ideas una amenaza contra la sociedad del honor y la vergüenza. El filósofo, a su vez, a pesar de acatar el espacio democrático propio de su época, se reafirmaba en sus ideas reivindicando una individualidad arraigada en el espacio interior:

Mi buen amigo (...) ¿no te avergüenza andar preocupado por el dinero y por conseguir lo que más puedes, y por el honor y la fama, descuidando y abandonando la sabiduría y la verdad y tu psyché y la manera de hacerla lo mejor posible?5.

San Agustín, en pleno período de construcción y expansión del catolicismo, se convertirá en referencia de la vía interior como eje de la experiencia mística. Su experiencia de Dios, interior intimo meo, marcará el camino de la interioridad en la tradición católica. Una vía que había sido abierta con anterioridad de la mano, entre otros, de san Pablo y su concepto del hombre interior (cf Rom 7,22; Ef 3,16).

Toda la época medieval alumbrará a epígonos de la interioridad, místicos que rescatarán la psicocorporalidad como vía de acceso esencial al interior. En esta época destacarán los religiosos del denominado Siglo de Oro de la mística española: san Ignacio de Loyola y sus Ejercicios Espirituales, o los reformadores santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz.

La filosofía ha sido otro de los campos en los que este paradigma de la interioridad ha tenido su desarrollo. El existencialismo, con S. Kierkegaard, y la fenomenología de E. Husserl recogerán esta búsqueda subjetiva de la sabiduría. Especial relevancia tendrá M. Merleau-Ponty, por cuanto aunará el método introspectivo y la centralidad del cuerpo en la experiencia del ser humano. Lo esencial en este, señala el autor, es ser conciencia encarnada, «el vínculo directo que poseemos entre nosotros y el mundo»6. La característica de este cuerpo es la de ser un cuerpo vivido y experienciado en primera persona.

Por último, la psicología transpersonal dará carta de naturaleza científica a este nuevo paradigma que comienza a abrirse a lo largo del siglo XX. La psicología transpersonal integrará la dimensión trascendente en su concepción antropológica, más allá de tradiciones religiosas concretas. La conciencia se convertirá en el eje sobre el que se produzca la evolución del ser humano. La conciencia será conceptualizada como profundidad, profundidad de una existencia humana que está llamada a encontrar el sentido de su existencia.

De un modo explícito, el concepto de interioridad es utilizado en el siglo XX por el escritor francés G. Bataille. Dicho autor reflexionará sobre la experiencia interior «despojada, libre de ataduras, incluso de origen, respecto a cualquier confesión»7.

 

Desde muy antiguo ha habido disciplinas que se han interesado por conocer y reflexionar, desde sus diferentes perspectivas, sobre la parte no material de la persona. Aquello que no se puede ver de ella pero de lo que hay pruebas evidentes y manifiestas de que existe. Sentimientos, emociones, sensaciones y pensamientos, todo aquello que el ser humano vive o puede llegar a experimentar dentro de sí mismo: su mundo interior. Es el camino de filósofos, compositores, pintores, místicos, científicos y poetas, personas que viven atentas a su experiencia interior. Pero su capacidad no está únicamente en escuchar su vivencia, sino en saber transmitirla. Cuando conectan con ella la expresan a través del lenguaje en el que se han formado: música, pintura, poesía...

Concluimos esta introducción subrayando cómo el concepto de interioridad esconde en su interior una doble vertiente. Por un lado, recoge toda una tradición filosófica, religiosa y mística en la que el ser humano ha buscado en su dimensión más profunda no solo el sentido de su vida, sino la presencia del Misterio. La interioridad está íntimamente relacionada con el silencio, con la escucha. La interioridad lleva a la pacificación y al recogimiento interior.

Por otro lado, este concepto apunta a una integración nueva entre lo psicológico y lo espiritual. Integrando corporeidad, emociones y atención plena, entre otros, y atendiendo especialmente a la interacción entre lo exterior y lo interior, ¿cómo me afecta aquello que va aconteciendo en cada momento de mi vida?

Además de entender la interioridad como un espacio integrador, este concepto remite a una capacidad del ser humano. En concreto, una capacidad de autoobservación que le hace tomar conciencia de sus sentimientos, sus pensamientos y también de sus acciones, sus opciones... Es una capacidad que le permite percibir la vivencia que va aconteciendo en su interior, tomando distancia de ella y desarrollando valoraciones en cuanto al sentido de su vida.

A lo largo de estas páginas navegaremos a través de la palabra interioridad. El objetivo en este viaje será ir profundizando más, descubriendo nuevos matices, nuevas claves. Lo vamos a hacer de forma progresiva, a lo largo de un proceso. Añadiendo nuevos elementos, relacionándolos entre sí. Utilizaremos, por tanto, un método acorde a la propia esencia de la interioridad, ya que una de sus características esenciales es la que tiene que ver con ese proceso. La interioridad es un proceso que acontece gracias a la vivencia que surge en el interior de la persona, fruto de su interacción con el entorno. Y surge de forma progresiva. También es progresivo el modo en el que la persona se va percatando de todo ello, lo va simbolizando, le va poniendo nombre.

Todo ello lo haremos conjugando teoría y práctica. Habrá apartados dedicados a la reflexión teórica, a conceptualizar, de un modo sencillo, nuestro elemento de trabajo. Pero también habrá invitaciones a la práctica, a llevar a la vida todo esto que vamos desgranando. Creemos que sin esta segunda parte estas líneas estarían incompletas, ya que el trabajo esencial en relación a la interioridad no es el teórico (que es necesario), sino el práctico. La interioridad se ha de abordar, indefectiblemente, a partir de la vía experiencial.

Así, cada capítulo estará dividido en tres momentos. En primer lugar, una invitación a la reflexión desde una perspectiva más teórica. Se abordarán algunas cuestiones conceptuales que ayuden a diseñar el terreno de juego en el que nos encontramos. Lo llamaremos «Reflexiona». En segundo lugar, en un acercamiento más sentido, bajo el epígrafe «Medita», te propondremos degustar, sentir. En él encontrarás reflexiones para llevar a tu vida las cuestiones planteadas. Por último, «Contempla», se compone de ejercicios experienciales para seguir profundizando desde el silencio.

Te invitamos a sumergirte en las páginas que vienen a continuación de forma pausada, sin prisa. Reflexionando, degustando y encarnando en la experiencia cada frase, cada propuesta. No es un libro para leer como si fuese una novela, «todo seguido». Es un libro para sentir, para meditar, para leer desde el corazón.

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