Jesús Martínez Guerricabeitia: coleccionista y mecenas

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Sari: Paranimf #9
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Pone todo su desvelo en que su nuevo hogar refleje el bienestar por el que tanto ha luchado. Ambos se afanan por colocar en el comedor el cuadro que les había pintado como regalo de bodas el propio Juan Bautista Monfort (el director de la Colonia donde estuvo José y que sigue muy unido a los Martínez Guerricabeitia): «un bodegón con unas manzanas en un frutero de plata y un plato al fondo, sobre mantel azul, que está francamente bien», le informa a su hermano. Su aprecio por la pintura le venía de familia, y desea reflejarlo en la decoración de su hogar. De hecho, ya en septiembre de 1948, escribe a José recordándole su interés por adquirir unos aguafuertes pues «la futura casa de tu hermano se ha de decorar y que dos buenos cuadritos extranjeros (grabados, se entiende) darían mucho tono».90 Juan Monfort le aconseja que vaya a Prats o que elija alguna litografía en Casa Viguer, «que el día que se pueda se pueden sustituir por cosa mejor»,91 pero a él le gustaría recibirlos de París. Le ilusiona, además, encargar un retrato de su mujer, con cuyo objetivo visita el estudio de un pintor en diciembre de 1948, aunque no le acaba de convencer su estilo ni personalidad. «Era un tipo estragado, con los ojos ribeteados y una chalina de estilo antiguo al cuello. Expresión nula e ideas del arte no las vi. Claro que como no soy entendido, se lo dije claramente pero de manera que no creyera que era un nuevo rico en busca de adornos».92 No parece que su primer contacto con un artista fuera muy satisfactorio.

El matrimonio inicia así su larga andadura de vida compartida. Se relajan del frenético pluriempleo de Jesús pasando algunos fines de semana en Villar, en la casa nueva de los padres, desde la que divisan el cerro Castellar.93 Van semanalmente al cine –en una carta al hermano le glosará la película de Vittorio de Sica Ladrón de bicicletas, estrenada en 1950–. Frecuentan la sala de baile del Ideal Room y Jesús disfruta del teatro clásico visto en el Teatro Principal –Hamlet, La vida es sueño, Cyrano de Bergerac– con el actor Alejandro Ulloa, considerado continuador del célebre Ricardo Calvo Agostí. Cuenta a José su interés por asistir a un espectáculo de ballet, al haber despertado su curiosidad las lecturas sobre el director y coreógrafo Diáguilev, fundador de los famosos Ballets Rusos con el genial bailarín Nijinsky, a propósito también de los figurines y decorados creados por Salvador Dalí para el Tristan Fou repuesto en París en 1949 y para el Don Juan Tenorio de Zorrilla, que han dirigido ese mismo año Luis Escobar y Huberto Pérez de la Ossa.94 Y, en cuanto puede, se escapa algún domingo al Museo de Bellas Artes para admirar los retablos góticos y el autorretrato de Velázquez. Y es que interiormente Jesús siente cada vez más la escisión entre la obligada dedicación a sus quehaceres y la inquietud intelectual que sembró en él su primera y truncada educación. Le falta, como confiesa, un círculo intelectual con el que compartir sus afanes, más allá del bienestar que le procura su trabajo:

Claro que leo bastante, pero carezco de círculo para hablar de ello [...]. Y por otro lado si vieras el lastre que representan estas inquietudes para la vida de los negocios. [...] Cómo estoy en desacuerdo –pese a que soy bastante equilibrado y procuro mantener la tensión en un justo medio– entre mi vida y mis gustos, pues yo creo que hubiera hecho un regular investigador, no acabaré de ser nunca completamente feliz. Me hace falta meterme con una empresa mayor que no solo sostener la casa (y cuidado que es grande empresa), bien la filología, o lo que sea.95

Hace «fichas filológicas» por «si el mañana nos depara vivir de otra manera que no fuera vendiendo pieles».96 Confiesa a José su íntimo desgarro –clave ya de su vida–, esa dualidad que es «tanto cosa de sentimientos como de educación»: «Si el ser hombre de negocios me ha de privar de ser una persona sensible y me he de saltar muchas cosas por encima, no creo que compense el esfuerzo».97

Por eso incluso desea acabar el bachillerato, «no con el fin de cambiar de profesión, sino como satisfacción de algo que llevo dentro y que no me deja vivir tranquilo separado del ejercicio intelectual».98 Será una época profundamente marcada por la lectura de Miguel de Unamuno, por los ensayos de la Revista de Occidente que dirige Ortega y Gasset, por los clásicos estoicos (Séneca, Boecio) que aconseja leer a José, quizá para despejarle de su habitual pesimismo, al tiempo que le remite también números de Destino –semanario al que está suscrito– y La Codorniz (las revistas que rompen un poco la modorra acrítica de la época). Desde el sustrato de su ideario político lee a Jean Paul Sartre, y la novela Los que vivimos, de la estadounidense Any Rand, que en 1936 ya denunció la perversión de la revolución rusa perpetrada por el régimen de Stalin.99 La correspondencia con su hermano de estos años muestra que le ha tomado como confidente de estos anhelos, y que siente cierta envidia por la vida que lleva, instándole a que le refiera una completa crónica «de lo que vayas viendo y observando en París».100 José es, sin lugar a dudas, el referente intelectual con quien dialogar sobre las inquietudes que no puede satisfacer en el estrecho círculo profesional en el que se mueve: «Tus cartas son de las pocas cosas que me sacan de esta vida pobre que aquí llevo»;101 «echo mucho de menos nuestros ratos de conversación sobre las cosas que leíamos o pensábamos».102 Eleva a José al pedestal de héroe afortunado por vivir en París, mitificado centro mundial de las artes y la cultura. Podemos imaginar la alborozada emoción de Jesús cuando su hermano le envía todos los números atrasados de París Match, o sabe de su acceso a periódicos y revistas inaccesibles en España –Esprit, Les Temps Modernes de Sartre y Simone de Beauvoir, Le Monde Diplomatique o La Pensée–, o le cuenta su descubrimiento del Louvre, del Jeu de Paume y del Museo de Arte Moderno, o que ha conocido a miembros de la intelectualidad parisina, como el hispanista y crítico de arte Jean Cassou, el escritor Albert Camus, la actriz María Casares o el historiador Jean Sarrailh.103 Pero el mismo José ya le había advertido, al poco de llegar:

Tu envidia por saberme aquí debes atenuarla bastante, pues esta vida no te gustaría. Por bien que se esté, tú y yo somos dos trogloditas que no podremos acostumbrarnos al desarraigamiento. Únicamente podremos conseguir una vida plena en España y dentro de España en Valencia. No me tomes por provinciano. Hay que viajar. Como ensayo de carácter es bueno hacer la vida que yo hago ahora, pero como fin, no. Las relaciones y demás sólo pueden lucir ahí. Claro que es necesario cambiar de ambiente, las limitaciones económicas, es decir, todos los problemas que hoy tienen una fundamental importancia para nuestros compatriotas. Pero ello conseguido, ha de ser el deseo poder vivir en España.104

Desde el dramático «exilio exterior» de su hermano, Jesús debe afrontar pues la realidad –y los sueños siempre aplazados– de su «exilio interior». Ha construido su «edificio sentimental». Albergará siempre el deseo de completar o, al menos, afirmar los cimientos de su «edificio intelectual» y de buscar los nuevos horizontes que exploraría al poco tiempo. Pero todo ha de convivir, en aquel declinar de una interminable posguerra, con sus inicios de empresario independiente.

«Vamos aguantando marea –dirá a su hermano en septiembre de 1948 en referencia a su trabajo en el almacén de curtidos y al carácter de su jefe, Figueres– aunque ya sabes que hasta que yo quiera, pues ya tengo cosas habladas para caso de que me canse».105 Y se cansó. El 21 de abril de 1949, da cuenta a Francisco Rivas –a quien me referiré enseguida– del inminente cierre del almacén ante la crisis de ventas y las dificultades económicas de su patrón, quien, pese a que se dispone a despedir a la mayor parte del personal, le pide que continúe con él en algún nuevo proyecto. Pero Jesús Martínez se inclina por «no seguir perdiendo el tiempo»106 y, prácticamente en vísperas de su boda, confirma a su hermano que se ha quedado sin empleo «en el almacén del Figueróptero» (por Figueres):

Aunque Piris se quede con esto, que todavía está la pelota en el tejado, no pienso quedarme con él, pues mi nombre ya es algo [...]. Yo solito vendiendo mis cosas y con el apoyo de Rivas que no me falta, procuraré sacarme el sueldo. Ahora estoy aquí esperando que Figueres se presente para ver de qué manera me plantea las cosas, pues por otra parte disfruto viendo las evoluciones de los hombres y esos asuntos me dan gusto [...]. Creo que aún le sacaré algo por la mediación de D. Tomás [Guarinos], aunque mi interés máximo está en no rozarme más con él.107

Jesús, haciendo como siempre de la necesidad virtud, se siente con fuerzas para volar solo en los negocios. Poco más de un mes después de su matrimonio, comunica a su hermano su nueva situación: «Ahora trabajo solo por mi cuenta y soy libre, cosa que siempre satisface aunque no gane mucho». Y es que la cosa aún no anda todavía rodada y su economía no está exenta de apuros:

Visito mis clientes, trabajo en mi despacho, compro y vendo. Y por las tardes trabajo en casa de Crespo, en la publicidad, donde creo sacaré una pequeña tajadita al final de la Campaña de Calendarios de Fútbol, pues hasta ahora no saco sueldo. Creo que por lo menos mil duritos a poco bien que vaya la cosa los sacaré. Como en casa vivimos modestamente, y Carmen, pese a ciertos cuidados de madre, se administra como una hormiga y ha logrado ser buena ama de casa, y además no tenemos atrasos, pues ya te explicaba cómo está la situación del piso, del cual debemos sólo 6.000 pesetas para pagar en diciembre, la cosa la podremos resistir.108

 

No descarta, con todo, la posibilidad de emigrar a América, pues el negocio en que Jesús intenta situarse pasa por dificultades al final de la década de los cuarenta. El cuero para el calzado escasea y su precio sube de un día para otro (entre 1946 y 1948 se multiplica casi por diez). Sin embargo, el precio del calzado experimenta un incremento mucho más moderado, lo que hace muy difícil despachar el material con un margen de beneficio. Además, el mercado estaba severamente regulado y las importaciones se veían muy racionadas. Pero él no es ya un neófito en estos menesteres. Y se va a valer, como siempre, de su extraordinaria capacidad de adaptación. Y es que, por algunas cartas conservadas en su archivo, sabemos que esta actividad independiente había comenzado antes, realizando trabajos particulares todavía siendo asalariado. Así lo confirma su correspondencia con Francisco Rivas Rubio, un almacenista de curtidos y suelas troqueladas de Elda (Alicante) con quien entra en contacto en el almacén de la calle Lepanto, para quien realiza gestiones bancarias y que le suministra pedidos de piel para vender por su cuenta desde, al menos, marzo de 1948.109 En los años siguientes otros fabricantes de calzado de Elda (Elías Jover Sánchez, Francisco Rivas, Juan Hernández...) o de Lorca (Pedro López García) le proveerán igualmente de género para distribuir en Valencia y ciudades limítrofes, como Torrente e, incluso, Castellón. En poco tiempo, poniendo de nuevo a prueba su tesón de autoaprendizaje y zahorí de experiencias, ha pasado de mero administrativo o contable a «representante» de pequeños empresarios que comercian con género de piel y para quienes recaba pedidos, convirtiéndose finalmente él mismo en proveedor, al por mayor, de otros fabricantes. Para ello ya había alquilado en 1949 un pequeño local, se había comprado una bicicleta para desplazarse y contrata a un joven ayudante que se encarga de recoger el género enviado por sus proveedores mediante empresas de transporte y expedirlo a sus propios clientes. En noviembre de 1950 Jesús escribe a su hermano, con indisimulado orgullo, haber obtenido en quince meses de actividad «una ganancia de alrededor de quince mil duros, de los cuales he comido, he pagado el sueldo de Pepito (600), póliza, las deudas que tengo, etc., etc. Como verás no es mala cifra si la gente pagara».110 Jesús Martínez se gana pronto una justificada imagen de seriedad, sobre todo con sus clientes preferentes –almacenes al por mayor pero también pequeños talleres–, a los que oferta el material adecuado para su especialidad de fabricación. Así, no solo trató con pieles, sino también con lona para alpargatas, entonces una industria muy afincada en la Comunidad Valenciana. Y es así, ganándose con disciplina y dedicación una ajustada cartera de clientes, adaptando sus ganancias al beneficio que podía obtenerse en una economía deprimida y una industria como la del zapato, que había vuelto a una tradición de talleres artesanales, como Jesús Martínez Guerricabeitia logra una razonable holgura económica, no exenta de incertidumbres o inseguridades.

Con la larga crisis económica, escasean los compradores y se acentúa uno de los problemas que habían ensombrecido desde el principio su incipiente empresa: los impagados.111 Pese a que en 1950, como vimos, hacía balance de unas buenas ganancias, no todos los clientes pagan y ha ido acumulado 25.000 pesetas de deudas incobrables: «No por esto es mala la cosa el negocio de curtidos –escribe a su hermano– pero así no quiero seguir trabajando. Hace dos meses que terminé de comprar y vender, y ahora estoy liquidando cuentas, y liquidando las pocas existencias que me quedan». Se ha de valer de su astucia y perseverancia –olvidándose de miramientos y prejuicios– para cobrar algunas cuentas: «Hay que enseñar los dientes o de lo contrario la gente te arrolla».112 Pero no lo consigue en otros casos. Casi tres años después escribe a un amigo:

Por lo menos nos pasamos dos años muy buenos después de casados en ésa, que sólo enturbiaron los quebrados y fallidos de mi negocio, que si me descuido me dejan casi en la calle. Por fortuna nos retiramos a tiempo, y por lo que después me han contado algunos de ahí, en sus cartas, no lo lamento.113

Se trata de una carta escrita desde Barranquilla (Colombia) en 1953. De modo que aquella idea de emigrar sugerida a su hermano en 1949, se ha materializado. Es cierto que le empujan a ello los «quebrantos y fallidos» del negocio al que se lanzó con entusiasmo desde 1948, y que iba a dejar tras sí más de 35.000 pesetas de clientes fugados.114 Pero también lo es que su experiencia en el sector del calzado le supuso un eficaz entrenamiento para sus siguientes etapas vitales: la gestión económica y contable le ha convertido en un hábil administrador, y su trato directo con proveedores y clientes, en un desenvuelto vendedor que sabe sacar beneficio de sus productos. Y además, el poder comunicarse en inglés lo faculta para el comercio internacional. Tal disposición y su insobornable ética de trabajo es la imagen que de él guardarían aquellos con los que se había relacionado durante algunos años: «Yo estaba seguro –le dirá en 1953 Francisco Rivas Rubio– [que se abriría camino] dadas sus condiciones de buen trabajador, inteligente y sobre todo honrado y sabía que Vd., con más o menos dificultades saldría adelante en su empeño».115 Jesús Martínez Guerricabeitia cerraba una puerta y abría otra.

Y ya no lo hace solo presionado por las circunstancias, sino movido por la ambición de prosperar, de probarse a sí mismo y demostrar su valía. En medio de las dificultades de la posguerra ha saneado su economía, montado una casa y vivido con cierta comodidad. Ha logrado una posición desde la que asegurarse una vida tranquila y un claro porvenir en el ramo del calzado. Pero el llegar «al final de mi tiempo hábil con un almacén, una fabriquita, una casita o dos» ya no es el único horizonte apetecido.116 Como ya pensaba en 1949: «Vivir se vive, pero [...] me gustaría alcanzar un estadio económico más elevado que el actual, y la marcha que llevo no es para conseguirlo».117 Quiere aprovechar sus años jóvenes para forjar otra vida en otras latitudes, «pues no quiero vivir con el tormento de sueños que no he probado a realizar».118 De este modo, se sintetizan las motivaciones de su emigración a América en 1951: la legítima ambición de mayor prosperidad, dar una oportunidad a los proyectos que nunca había tenido la oportunidad de realizar y, desde luego, el vivo deseo de abandonar el ambiente hostil que la posguerra había procurado a su familia y su ilusión de reunirla de nuevo en un entorno de mayor esperanza. Un anhelo que había confiado a su hermano José en 1949: «Claro que lo ideal sería estar todos juntos ahí, o en una república suramericana, hacia donde voy a hacer gestiones y preparar si es posible la documentación, para ver si con el tiempo lo consigo».119 El ingrato panorama del contexto económico también le decantaba claramente hacia la idea de salir al exterior. Piensa en las escasas ganancias de su padre, todavía ligado al trabajo de las minas de caolín en Requena. Y piensa, por supuesto, en su hermano José, reacio a la idea desde el principio:

Tienes que tener en cuenta que llegar a cualquier sitio [...] es romper definitivamente con la vida anterior que hemos llevado. No hay que pensar en el regreso, como no sea en plan de turismo. [...] Mis pensamientos van por otro lado. No pienso emigrar; debí de hacerlo mucho antes, y entonces no os tuve muy de cara. Ahora lo que pienso es volver a España en cuanto que pueda. Es decir, en cuanto que para romperse la cara con la gente no se esté en muy inferior situación.120

Con todo, intenta implicarlo, señalándole un primer proyecto de emigración a Venezuela:

Te explicaré lo que Manolo [Escuder] me dice de Venezuela en su última carta. Tú puedes pedir mi entrada en Francia, de alguna manera o como transeúnte. Con tu carta de llamada yo puedo obtener el pasaporte español, y Manolo dice podría mandar el permiso de entrada a Venezuela al Consulado francés de la ciudad que le indicáramos, seguramente Marsella, donde tocan barcos que hacen el servicio directo a Venezuela. De esta manera nosotros iríamos a Francia, te veríamos, y embarcaríamos para Venezuela.121

La idea de lograr salir con toda su familia, incluido su hermano –ya que este no podía volver a España– se vio así frustrada; pero la preocupación por los problemas y estrecheces que José padecía en París le hicieron insistir hasta el último momento. Sobre todo porque la continuidad de la separación impediría su ferviente deseo de estrecha comunicación fraternal y complicidad intelectual: «Juzgo esencial para vivir que tú y yo tengamos una amistad que salga de lo corriente y que sea algo importante en nuestra vida. [...] necesito contacto contigo mejor que el que ahora tenemos».122 Como no logra convencerlo, desiste por el momento, y le dice que «uno de los deseos que más quiero llenar ganando dinero es el de mandarte ahí para que puedas estudiar con holgura». Todo ello demuestra hasta qué punto, aparte de satisfacer sus propias aspiraciones de logros económicos y de experimentar la libertad de conocer nuevos lugares en un viaje simbólico al nuevo mundo, Jesús conservaba la llama de su profunda admiración y dependencia intelectual y emocional de José, que, aunque fuera en unas condiciones tan traumáticas y adversas, había logrado salir de aquella oscura España. Pero él contaba con la decisión y confianza en sí mismo que en aquel flojeaban; tenía un plan, un camino «algo a lo que se va, por lo que se lucha, y que te mantiene en los momentos difíciles».123 Nada pues podía impedirle dar el salto hasta una orilla lejana, fueran las que fueran las razones o los consejos de quienes pretendieran disuadirlo pues, como manifestó más tarde, «a mí nada que me hubieran dicho hubiera sido capaz de impedir el venir, por malo que hubiera sido».124

Y se entrega, con el ahínco y la meticulosidad que le caracterizan, a planificar el viaje, con la mente puesta en convencer finalmente a sus padres y hermano para reunirse con Carmen y él en América. Sin duda el estímulo inmediato para elegir América fue el ejemplo de algunos conocidos, como el joven médico valenciano Manuel Escuder, que había partido hacía unos meses a Caracas (Venezuela) en 1950 y que les sugiere este destino. Pero, frente a esta posible opción –que como vimos explica detalladamente a su hermano–, se impone la elección de Colombia. Al principio Jesús mezcla ideas utópicas (realizar allí sus frustrados estudios universitarios) con el pragmatismo de considerarlo un lugar donde aplicar su experiencia como corrector de pruebas de imprenta:

Tengo las mejores impresiones sobre Colombia para mis aficiones. En Bogotá lo único bueno que puede hacerse es un licenciado en letras o un filólogo. [...] como buena patria de Rufino José Cuervo creo que está muy bien. Desde luego mis libros y algunos que compraré y mis notas que son muchas me las llevo para allá, y ya las sacaré a relucir en cuanto haya ocasión. También he machacado algo de cosa de corrector y me he comprado el libro del corrector que leí en mis tiempos. Aquí puede tal vez haber el primer pan de la emigración, que creo que para nosotros por el plan en que vamos no ha de ser triste.125

Pero serían otras las causas –más realistas y factibles– que llevarían a Jesús y Carmen a ese país. Su trabajo en Valencia había puesto a Jesús en contacto con industriales del sector del calzado. Uno de ellos era Rafael Montoro (originario de Torrente pero con fábrica en la capital), quien proyectaba trasladarse con su familia a Barranquilla aprovechando sus contactos y las facilidades del Gobierno colombiano. Jesús decide asociarse con él para instalar una fábrica de calzado, llevándose parte de la maquinaria y confiando formar pronto una plantilla especializada y obtener beneficios.126 Le alienta el propio cónsul de Colombia en Valencia, que considera que pueden complementarse perfectamente las actividades de los Montoro, dedicados al taller de calzado, y de Jesús, que habría de colocar la producción en los comercios de las ciudades más importantes.127 A principios de octubre de 1950 ha liquidado prácticamente su negocio de pieles, mientras prosigue su trabajo en la empresa de publicidad regentada por Guarinos y Crespo, e intenta liquidar los cobros pendientes. Solicita el pasaporte, cuyo visado piensa obtener a través del cónsul, con quien ha hecho amistad. Se entusiasma informándose y leyendo libros sobre la historia y geografía de Colombia:

 

La casa no la desmontamos. Si fueran las cosas tan mal como para volvernos no habría problema alguno para volver a ganar aquí enseguida las dos o tres mil pesetas que hacen falta para vivir. Para mí hoy, sin vanidad, no es eso problema. Nos llevamos ropa, enseres, máquina de escribir, hasta algún pequeño alimento con el fin de gastar allí lo menos posible los primeros tiempos si las cosas vienen difíciles a principio.128

El 29 de octubre escribe a su hermano que tiene previsto salir en la segunda quincena de diciembre. Pero empiezan a presentarse dificultades y Jesús Martínez ve tambalearse su sueño. El 18 de enero de 1951 escribe a José:

Anteayer he sabido que me han denegado la salida de España y no puedo, por tanto, hacer el viaje proyectado. En esto ha tomado parte a lo que se ve mis antecedentes político sociales que son pésimos. Yo que vivo desde que salí de la cárcel en la más absoluta normalidad como tú sabes, y que me considero el hombre más honrado del mundo he aguantado difícilmente este golpe, y estoy ahora con las gestiones para ver de desvirtuar estas afirmaciones y conseguir que se me autorice el pasaporte que nunca llegué a suponer me fuera denegado, ahora que tengo entregado dinero para los pasajes, compradas un montón de cosas, liquidado el negocio, y comiendo de los ahorros. Una catástrofe que me impide ser más claro en esta carta. Desde luego algo de influencia ha debido tener lo tuyo último, a lo que he podido colegir a través de las informaciones que me han hecho. En fin, me han doblado.129

Como diría tiempo después, Jesús Martínez comprueba con amargura que la policía «no olvida»: ni sus propios antecedentes, ni los de una familia «desafecta» al régimen, terminada de marcar por la situación de prófugo de uno de sus miembros. Ha de ver cómo su socio Montoro marcha a Barranquilla, adonde llegará el 5 de abril. Para colmo, mientras este le escribe animándole con las buenas perspectivas que ha encontrado, se recrudecen sus problemas al sufrir un impagado de 15.000 pesetas que, con la demora del viaje y al haber dejado de percibir sueldo alguno, incrementa la estrechez de su economía: «solo me van a quedar disponibles unas cinco mil pesetas, aparte de los trajes y diccionarios que tenía».130 Pero, crecido siempre ante los problemas, no se arredra. Estos acaban allanándose, puesto que había conseguido previamente y mediante diversos contactos con los Padres Capuchinos de Valencia –con buenas relaciones en Colombia– un contrato de trabajo, aunque ficticio, debidamente legalizado. Fue así como, a través del padre Ernesto, párroco del convento del Carmen de Barranquilla, y recomendados por el padre José (del mismo convento y conocido de la familia Montoro), Jesús Martínez recibe un contrato como «técnico en la fabricación de calzado» –con un salario de 300 pesos mensuales– para la firma Acero y Compañía. Almacén Los Cubanos de Barranquilla, que suscribe en su representación Jesús Pérez Ruiz y que él mismo ratifica en Valencia el 14 de febrero de 1951 ante el cónsul de Colombia, José Candela Albert, muy favorable a ayudarles en todas las gestiones.131

Todavía hubo que contar con un impedimento –y no poco importante– para iniciar, por fin, el viaje. El inesperado embarazo de Carmen, que les hace pensar incluso en que dé a luz ya en tierras americanas:

Estamos esperando dos acontecimientos que desgraciadamente van a coincidir: el nacimiento de tu sobrino y el aviso de salida de nuestro buque. Ojalá podamos tener unos días de diferencia entre ambas cosas, en un sentido u otro: o la salida rápida del barco y anterior al parto, o que éste sea rápido y la salida sea unos pocos días después.132

Providencialmente el viaje se retrasó, porque el parto resultó complicado. Pero el 23 de mayo de 1951 escribe, como exultante padre neófito, a su hermano:

El sábado día 19 [de mayo], y después de tres días de dolores hubo de ser trasladada rápidamente a un dispensario o clínica para intervenirla, ya que la criatura se negaba a salir y los dolores de Carmen cada vez eran menores y más espaciados con peligro para la descendencia. [...] No sé si te imaginas cómo he sufrido con estas andanzas y de qué manera te hacen vibrar y sentir ciertos momentos. El corazón se arruga y todo lo que ella ha pasado hubiera querido pasarlo yo. Esto es lo que tiene de bueno y de malo el querer; te puede hacer sentir cosas de manera más intensa, y al fin y al cabo, la vida sólo tiene justificación en la medida en que se sea capaz de sentir cosas nuevas. Y para mí esta lo ha sido de verdad.133

Y así nació José Pedro (José por el abuelo paterno y Pedro por el materno), con 3 kilos y 800 gramos, y mediante fórceps. Su madre recibió cinco puntos de sutura. Sería bautizado el 3 de junio de 1951.

El viaje fue, finalmente, un hecho. Pese a los problemas burocráticos sufridos por Jesús Martínez para lograr emprenderlo, el Gobierno español no mostró en aquellos años reticencias para la emigración exterior; al contrario, más bien la fomentó veladamente cuando comprendió que, lejos de representar un peligro de posibles «infiltraciones ideológicas», podía aliviar una supuesta presión demográfica en un país con una economía precaria. Desde 1948 se firmaron, de hecho, diversos convenios bilaterales con países latinoamericanos y europeos.134 Aunque el grueso de los emigrantes españoles a Hispanoamérica –unas 57.000 personas en ese año de 1951– se dirigió a Argentina (supuso el 56,8% entre 1946 y 1950), Jesús y Carmen prefirieron un destino que les asegurara buenos contactos previos. Es lógico que por ello pensaran primero en Venezuela, que absorbió el 31,6% de la emigración ultramarina a partir de 1950. Pero, como ya he comentado, fueron decisivos para establecerse en Colombia su acuerdo con la familia Montoro y el auge de los planes de desarrollo del país adonde marcharon, en la década de 1951-60, 4.952 españoles. De la Comunidad Valenciana, entre 1946 y 1950, fueron 3.244 quienes emigraron a toda Latinoamérica.135 Jesús, Carmen y José Pedro se incorporaban al millón de españoles censados allí en 1950.