La historia cultural

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Sari: Historia
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LA HISTORIA CULTURAL EN FRANCIA:

«UNA HISTORIA SOCIAL DE LAS REPRESENTACIONES»

Philippe Poirrier

Desde hace algunas décadas la historia cultural se proclama como tal dentro del paisaje historiográfico francés.1 Obras-manifiesto, números temáticos de revistas, síntesis, capítulos específicos en obras-balance, o incluso la creación de plazas con el perfil de «Historia cultural» en las universidades, dan testimonio de una institucionalización y, al mismo tiempo, de una mayor visibilidad.2

Hija emancipada de la historia de las mentalidades, la historia cultural se estructuró en el transcurso de los años ochenta y noventa en el entorno de un paisaje historiográfico marcado por el sello del eclecticismo.3 Su desarrollo, en esencia puramente francés, no excluye la consideración de transferencias procedentes de otras tradiciones historiográficas. Su voluntad manifiesta de aparecer como una forma de historia social constituye una singularidad francesa que la distingue de la Cultural History norteamericana y de los trabajos que remiten al Linguistic Turn y a los Cultural Studies.

Una historia hija de las mentalidades

La denominación de historia cultural se puede apreciar en Francia desde los años setenta, y se presenta esencialmente como una forma particular de salir de la historia de las mentalidades, tal como la concebían Robert Mandrou y Georges Duby. Éstos forjan la historia de las mentalidades basándose en los fundadores de los Annales. Lucien Febvre es la principal referencia, pero no hemos de olvidar al Marc Bloch de los Rois thaumaturges. La Introduction à la France moderne, essai de psychologie historique (1961), de Robert Mandrou, proclama abiertamente esta filiación intelectual. Esta historia de las mentalidades queda profundamente marcada por las características de la historia social en su versión francesa, que durante los años sesenta estuvo encarnada por Fernand Braudel y Ernest Labrousse. La homología investigada entre «niveles de cultura y grupos sociales», reproduciendo el título del coloquio de 1966 organizado en la École Normale Supérieure,4 se considera lograda y se sobreentiende. No es la única característica que vincula la historia de las mentalidades con la historia social a la manera francesa. El itinerario asumido por Michel Vovelle, desde el «sótano al desván», desde la historia social a la historia de las mentalidades, permite medir el alcance de otro hecho esencial. La célebre fórmula de «cuenta, mide y pesa», dogma labroussiano por excelencia, continúa siendo actual para la mayoría de los que en adelante optan por dirigir sus esfuerzos al «sótano».5 A finales de los años setenta se produce el apogeo de esta historia de las mentalidades. En 1978 Philippe Ariès es elegido director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, y titula su seminario «Historia de las mentalidades». El mismo año, Jacques Le Goff, Jacques Revel y Roger Chartier recurren a él para que redacte la entrada «La historia de las mentalidades» de la obra enciclopédica La Nouvelle Historie. Sin embargo, el declive está próximo. El tiempo de las dudas y las críticas es ya perceptible. En Faire de l’historie (1974), la aportación de Jacques Le Goff se titula significativamente «Las mentalidades. Una historia ambigua».6

Es, sobre todo, la noción de mentalidad colectiva lo que se cuestiona. Alimenta este debate la acogida en Francia de los trabajos de Carlo Ginzburg (Le fromage et les vers. L’univers d’un meunier au XVIe siècle, 1980) y de Robert Danton (Le grand massacre des chats. Attitudes et croyances dans l’ancienne France, 1985). De igual modo, los vivos debates a lo largo de los años setenta sobre la cuestión de la «cultura popular» (Robert Mandrou versus Michel de Certeau) –y su correlato, la «religión popular»contribuyen a definir una historia cultural que poco a poco se va distanciando con respecto a la historia de las mentalidades.7

Los medievalistas, al menos los del EHESS cercanos a Jacques Le Goff,8 optan por teorizar e institucionalizar la «antropología histórica», noción más amplia, que rechaza la separación temática y se opone a la individualización de la historia cultural. Otros medievalistas, como Hervé Martin, continúan mostrando inclinación por la noción de «mentalidades»: «Mentalidades es un bello término, muy evocador (...), este vocablo ha envejecido, pero ha envejecido bien, como los vinos de las buenas cosechas». El autor considera que la noción de cultura no es sustituible por la de mentalidades. El término cultura remite a la escuela, mientras que el de mentalidades «está separado de ella y remite, antes bien, a las profundidades de la psicología colectiva, a las lentas sedimentaciones intelectuales, afectivas, imaginarias y del comportamiento». Hervé Martin considera que la noción de ideología, siempre que se la «des-marx-ice radicalmente», es la más idónea para responder a su proyecto intelectual, que explica el subtítulo de los volúmenes: «representaciones colectivas desde el siglo xi al xv».9

Del mismo modo, la noción de «lugar de memoria», acuñada por Pierre Nora a finales de los años setenta, se proclama como una ambición historiográfica del mismo alcance que la historia de las mentalidades. La concreción de esta «historia de segundo grado» será una de las grandes tareas emprendidas por la historia cultural francesa de la década siguiente.10 La situación continúa mostrando notables diferencias entre los modernistas y los contemporaneístas. En realidad, la genealogía de la historia cultural no es la de una sola familia. La pluralidad del paisaje historiográfico francés es aquí sorprendente, aunque la concomitancia cronológica es innegable. Existen pasarelas entre «escuelas» y personalidades, y los escritos circulan. Las modalidades de funcionamiento de la comunidad de historiadores, probablemente más flexible que en otro tiempo, hacen que cada historiador, en función de los temas de su investigación, de su período predilecto y de sus afinidades, ponga en marcha trabajos y referencias muy diversos. Por tanto, parece cuando menos excesivo aludir a una historia cultural en singular, completamente identificable en su proyecto intelectual y en su presencia académica. El análisis de los itinerarios de tres investigadores ofrece la posibilidad de delimitar los contornos de esta historia cultural, las modalidades de su surgimiento y la diversidad que la caracteriza dentro del paisaje historiográfico francés.11

Tres trayectorias representativas:

Chartier, Corbin y Sirinelli

Roger Chartier (1945-) es uno de los primeros historiadores franceses que propuso una definición que presentaba claramente la historia cultural. Desde finales de los años setenta varios de sus textos tratan de mostrar las singularidades de esta «historia cultural» en la que él deposita sus anhelos. Las reflexiones epistemológicas e historiográficas del autor se acompañan de un trabajo empírico constituido por investigaciones personales y por la dirección de obras colectivas, que son a su vez la puesta en práctica de los enfoques preconizados en los textos más teóricos. Esta característica refuerza indiscutiblemente las propuestas de Roger Chartier. En 1975 él es uno de los más jóvenes colaboradores de la trilogía Faire de l’histoire, dirigida por Jacques Le Goff y Pierre Nora. En 1978 codirige la Nouvelle Histoire; en 1986 dirige el tercer volumen de la Histoire de la vie privée y codirige, junto con Henri-Jean Martin, la monumental Histoire de l’édition française, publicada a partir de 1982. Lectures et lecteurs dans la France de l’Ancien Régime (1987), Les Usages de l’imprimé (1987), Les origines culturelles de la Révolution française (1990), confirman la visibilidad de los enfoques preconizados por el autor, mucho más allá de lo que proponen los meros especialistas en la Edad Moderna y/o en la historia del libro. Su anclaje institutional se refuerza de forma paralela: ayudante de Historia moderna en la Université de Paris I-Panthéon Sorbonne, elegido en 1975 profesor ayudante en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, Roger Chartier pasa a ser director de estudios en 1984. A mediados de los años ochenta se produce también el reconocimiento internacional (sobre todo norteamericano, en un primer momento) de los trabajos del historiador del libro y la lectura. La publicación en 1988 de una recopilación de artículos con el título Cultural History constituye en este sentido un momento clave.12

Un texto de Roger Chartier, publicado en un número especial de los Annales en otoño de 1989 con el título «El mundo como representación», permite comprender los principales desplazamientos de los problemas que están en juego.13 La portada de la revista presenta el artículo como una «“redefinición” de la historia cultural», y lo sitúa dentro de un conjunto de textos que intentan responder al llamamiento que la redacción había publicado en marzo y abril de 1998: «Historia y ciencias sociales. Un giro crítico». Fue en esta coyuntura historiográfica cuando se publicó el artículo en Francia. Robert Chartier comienza su escrito poniendo «en duda» el punto de partida del editorial de los Annales, que postulaba, simultáneamente, la crisis general de las ciencias sociales y la vitalidad que mantenía la disciplina histórica.14 El autor expone las principales características del modelo francés de la historia de las mentalidades –el estudio de nuevos objetos y la fidelidad a los métodos de la historia económica y socialcon el fin de subrayar mejor, en segundo lugar, los principales cambios que, bajo la forma de tres renuncias, caracterizan la coyuntura historiográfica. La renuncia al proyecto de una historia global, el retroceso de la definición territorial de los objetos de investigación y, finalmente y sobre todo, el fin de la primacía otorgada a la fragmentación social, «que se consideraba apropiada para organizar la compresión de las diferenciaciones y divisiones culturales», dan testimonio de la «distancia mantenida, en las mismas prácticas de investigación, respecto a los principios de inteligibilidad que habían dirigido la actividad historiográfica desde hacía veinte o treinta años». Roger Chartier aboga a continuación por un cambio esencial: se trata de pasar, como proclama un epígrafe del artículo, «de la historia social de la cultura a una historia cultural de lo social». Expresa su anhelo por una historia de las asimilaciones, concebida como «una historia social de los usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e inscritos en las prácticas específicas que las producen». Este proceso está en gran medida inspirado por L’invention du quotidien (1980) de Michel de Certeau. Partir de los objetos, de las formas, de los códigos, y ya no de los grupos sociales; centrar la mirada en principios de diferenciaciones más diversificadas (sexuales, generacionales, religiosos...); prestar mucha atención a la materialidad y a la recepción de los textos que son los fundamentos de una historia cultural que debe trabajar sobre las luchas de las representaciones, las «estrategias simbólicas», que jerarquizan la estructura social. Para mantener y debatir sus propuestas, Roger Chartier convoca a diversos referentes, además de Michel de Certeau, a Pierre Bourdieu, Michel Foucault y Norbert Elias. Finalmente, el autor se inscribe explícitamente en una «fidelidad crítica» con la tradición de los Annales, ayudando a «reformular la manera de acercar la comprensión de las obras, las representaciones y las prácticas a las divisiones del mundo social que ellas, en conjunto, construyen y significan». Este artículo se impone rápidamente como una clave historiográfica importante. Se convierte en la principal referencia para historiadores de generaciones diferentes y de sensibilidades distintas, que no trabajan sólo sobre la época moderna.

 

En 1998 la publicación de la recopilación de textos Au bord de la falaise. L’histoire entre certitudes et inquiétude permite todavía una mejor percepción de las propuestas de Roger Chartier,15 que recuerdan a las de Daniel de Roche, contemporáneas suyas. Más allá de su cercanía intelectual –que se había traducido en la firma conjunta de varios textos durante los años setentay de los primeros trabajos, bastante próximos, sobre las sociabilidades académicas en el siglo xviii,16 las propuestas de Roger Chartier y las de Daniel Roche, sin embargo, no se solapan completamente. El primero sigue siendo, ante todo, un historiador del libro y de la lectura, que vincula estrechamente el estudio de los textos, el de los objetos materiales y el de las costumbres que éstos generan en la sociedad. El segundo es, más bien, un historiador de las distribuciones y las prácticas sociales, abierto a otros objetos culturales que pertenecen a la esfera de la «cultura material». A nuestros dos autores les separa una generación. Esta situación pesa considerablemente en sus respectivas trayectorias y en su práctica de historiadores. Daniel Roche, que emprende sus primeras investigaciones al inicio de los años sesenta, en pleno apogeo de la historia económica y social, queda profundamente marcado por este momento historiográfico. Esta fidelidad sitúa su obra en la confluencia de la historia económica y social con la historia cultural.

Las modalidades institucionales que regulan por su parte la recepción de las propuestas de nuestros dos autores presentan algunas diferencias significativas. Roger Chartier, de acuerdo con una de las características principales de la EHESS, está integrado en una densa red de intercambios internacionales y su nombre es difundido gracias a una estrategia de traducción de sus escritos. Aunque favoreció inicialmente al espacio norteamericano, esta estrategia se ha ampliado en los últimos años a América Latina. Más allá del puro ámbito académico, su influencia como productor delegado en France Culture («Les Lundis de l’Histoire», donde sustituye a Denis Richet) y su colaboración en Monde des livres desde finales de los años ochenta le permiten llegar a un amplio sector de público. Su nombramiento en diciembre de 2006 en el Collège de France, donde sucede a Daniel Roche, para una cátedra titulada «Escrito y culturas en la Europa moderna», confirma este éxito intelectual, científico e institucional.

Para los contemporaneístas, bastante poco sensibles al debate en torno a la historia de las mentalidades, la cuestión está esencialmente unida al futuro del modelo labroussiano y a la erosión progresiva de sus reconocidas virtudes heurísticas. En este sentido, la trayectoria de Alain Corbin (1936-) es particularmente ilustrativa. Antes de identificarse con el apelativo de «historiador de lo sensible», título de un libro-entrevista publicado en 2000, compartió las lógicas que gobernaban el paisaje universitario de los años cincuenta y sesenta. A principios de los años sesenta su proyecto inicial de una historia de los gestos no puede llegar a buen término, y el joven agregado de historia decide insertar el Lemosín en el marco del extenso proyecto de una historia económica y social de Francia, impulsado bajo la égida de Ernest Labrousse. Bertrand Gille dirige la tesis con el aval del maestro. La especificidad lemosina no permite aplicar en toda su ortodoxia el cuestionario labroussiano, lo que lleva a Alan Corbin a realizar un primer deslizamiento hacia una historia antropológica que concede gran importancia al análisis de la estructura de la familia, del comportamiento biológico, del proceso de alfabetización, del sistema de creencias y de la red de tensiones y solidaridades en el seno de las comunidades aldeanas.

Una vez defendida la tesis, Archaïsme et modernité en Limousin au xixe siècle (1975), se implica, libro tras libro, a partir de objetos de investigación diversos, desde las formas del deseo de la prostituta al paisaje sonoro de los campos, en la construcción de una historia de lo sensible: Les filles de noce (1978), Le miasme et la jonquille (1982), Le territoire du vide (1988), Le village des cannibales (1990), Les cloches de la terre (1994), L’homme dans le paysage (2001). La legitimidad del proyecto quedó afirmada a comienzos de los años noventa:

¿Es posible percibir retrospectivamente el modo de ser en el mundo humano del pasado a través del análisis de la jerarquía de los sentidos y del equilibrio establecido entre ellos en un momento dado de la historia y en el seno de una sociedad determinada? ¿Resulta pensable detectar las funciones de estas jerarquías y, por consiguiente, reconocer las intenciones que presiden esta organización de relaciones entre los sentidos? ¿Es factible someter esta investigación a la diacronía, constatar permanencias, percibir francas rupturas o sutiles derivaciones? ¿Resulta pertinente relacionar las modificaciones, más fácilmente perceptibles, de los sistemas de emociones con las que se producen en la jerarquía y el equilibrio de los sentidos? Responder a estas preguntas supone reconocer la existencia y la validez de una historia de la sensibilidad, puesto que ésta implica detectar la configuración de lo que se siente y de lo que no puede ser sentido dentro de una cultura en un tiempo determinado.17

Con Le monde retrouvé de Louis-François Pinagot (1998) Alain Corbin va «tras las huellas de un desconocido». Los paradigmas de la historia social tradicional están aquí radicalmente invertidos. El autor se desmarca tanto de la historia social cuantitativa y serial, tal como la encarnaron Fernand Braudel y Ernest Labrousse tras la Segunda Guerra Mundial, como de la «microhistoria» y su ambición de construir una historia «a ras del suelo». Rechazando lo colectivo y las individualidades excepcionales, propone un verdadero desafío metodológico: reconstituir el sistema de representaciones a través del cual el mundo y la sociedad pudieron presentarse ante un «Jean Valjean que nunca hubiera robado pan». El método privilegiado concede un lugar esencial, y asumido, a la posición del historiador.

Esta historia de las sensibilidades se afirma como una de las modalidades de primera línea de la historia cultural. Más allá de cualquier anacronismo psicológico, la preocupación por desentrañar el secreto de los comportamientos de los individuos que nos han precedido, en la confluencia de las emociones y las representaciones, de lo imaginario y las sensibilidades, anima el conjunto de su obra. Alain Corbin favorece una relación diferente respecto a la huella y el material documental reunidos. La ampliación de la noción de fuente, principalmente en la dirección de las fuentes literarias, se ha asociado con un constante interés en su construcción contextualizada. La preocupación por restituir a las huellas sus lógicas discursivas se intensifica por el trabajo de mediación del historiador, con la escritura o durante sus presentaciones orales, principalmente en seminarios. Esta historia comprensiva, en cierta medida al margen de las prácticas dominantes de la historiografía francesa, está legitimada por un deseo de historia que no se sobrecarga con usos sociales en declive. Alain Corbin, que desea escapar del nominalismo de las clasificaciones historiográficas, sitúa su evolución dentro de una historia cultural en construcción, que él considera múltiple en razón de sus objetos y métodos. Después de haber ejercido la docencia en Limoges (1968-1969) y en Tours (1969-1986), Alain Corbin ocupa desde 1987 una cátedra en la Université de Paris I-Panthéon-Sorbonne. Situado desde entonces en el corazón del dispositivo de formación doctoral, miembro sénior del Institut Universitaire de France de 1992 a 2002, sigue siendo, no obstante, un francotirador, prudente en la proclamación de las rupturas que encarna con respecto a sus iguales. Orienta la labor de numerosos investigadores que, por su parte, desarrollan trabajos sobre las percepciones del espacio, de los paisajes y de las identidades regionales, proponen una relectura política de la historia del siglo xix y conceden prioridad a las sensibilidades y a los imaginarios sociales.18 La gran acogida de los trabajos de Alain Corbin en Francia ha suscitado, sin embargo, ciertos recelos por parte de algunos historiadores que ven en su obra una forma de disolución de la historia social. En el extranjero, principalmente en Japón y Estados Unidos, las obras de Alain Corbin, la mayoría traducidas, encuentran amplio éxito y encarnan un «giro cultural a la francesa» (Dominique Kalifa).19

Los especialistas en el siglo xx, menos marcados por el modelo labroussiano que los especialistas en el siglo xix, alcanzan a menudo la orilla de la historia cultural a través de la «nueva historia política».20 El itinerario de Jean-François Sirinelli, que nació recién terminada la Segunda Guerra Mundial (1949), es bastante representativo de una generación de historiadores contemporaneístas que decidieron ampliar cronológicamente el conjunto de su investigación, desde el período de entreguerras hasta el «tiempo presente», abandonando las orillas de la historia económica y social con el fin de participar en una rehabilitación de una historia de lo político, pronto fecundada por el ascenso espectacular de la historia cultural. Alumno de René Rémond, Jean-François Sirinelli eligió en 1973 un tema para tesis de Estado dedicado a los khâgneux y normaliens21 en el período de entreguerras. Defendido en 1986, este comprometido trabajo es también un intento deliberado de historia «sociocultural». Proporciona asimismo al autor la ocasión de aplicar instrumentos conceptuales (el relieve dado a las generaciones, el estudio de itinerarios cruzados, la observación de estructuras de sociabilidad) que serán utilizados seguidamente en otros terrenos. Esta tesis, en general acogida como un análisis de historia política, asimilación reforzada por el desarrollo contemporáneo de una historia social de los intelectuales madurada por la sociología de Pierre Bourdieu,22 se mantiene, sin embargo, atenta a la cuestión de la movilidad social y a la inserción de los intelectuales en el seno de la sociedad de la Tercera República.23 Por otra parte, Jean-François Sirinelli no queda atrapado en esta forma de historia de los intelectuales, a la que él en gran medida contribuyó a estructurar en 1986 con la organización de un seminario en el Institut d’Histoire du Temps Présent del CNRS . La atención que se presta a los fenómenos de mediación, de circulación y de recepción se podía ya percibir en este trabajo de doctorado y permitía su aplicación a otros terrenos. Esta propuesta marcaría toda una corriente de la historia cultural en Francia en el transcurso de los años ochenta y noventa, principalmente entre los especialistas del siglo xx.

 

A partir de los años noventa Jean-François Sirinelli aboga con firmeza por una fecundación recíproca entre la historia cultural y la historia política.24 La noción de «cultura política», préstamo de la ciencia política, y a la que JeanFrançois Sirinelli junto con otros, como Serge Berstein especialmente, recurren con profusión, permite progresos historiográficos indiscutibles. El autor es también uno de los que intentan un mejor asentamiento de cierta historia cultural, hecha posible a partir de entonces por una coyuntura intelectual que se caracteriza por la rehabilitación del «sujeto pensante y actuante». Esta voluntad pasa por la construcción de una definición operativa. Iniciada dentro del marco de la Histoire des droites en France (1992), esta reflexión, en el seno del seminario que promueve Jean-François Sirinelli desde 1989 junto con Jean-Pierre Rioux,25 dio lugar a una fórmula más escueta:

La historia cultural, es decir, hacer la historia de la circulación del sentido en el seno de una sociedad, entendiendo por sentido tanto la dirección como la significación. Una de las definiciones posibles de la historia cultural es, efectivamente, que es una doble historia del sentido y queda plenamente justificado llamar la atención sobre los dos aspectos de una misma palabra: la significación se modifica con la circulación, y los fenómenos de representaciones colectivas estudiados no pueden estar disociados de los movimientos cinéticos que les atañen.26

Sus investigaciones se van centrando cada vez más en el período posterior a 1945. Es uno de los primeros historiadores franceses en trabajar sobre los años sesenta y en reflexionar sobre la historia de la «cultura de masas».27 Esta inversión de esfuerzos del historiador en los años sesenta, en la que le han tornado el relevo hoy sobradamente generaciones de historiadores más jóvenes, permite a Jean-François Sirinelli interrogarse sobre la posibilidad de construir una «historia del tiempo presente» que adopta los métodos de la antropología histórica. La respuesta obtenida es prudentemente reservada. El «pacto antropológico» está fundado, recuerda el autor, en el distanciamiento, geográfico o cronológico. Sin embargo, como indica Jean-François Sirinelli, esto no impide que se trate probablemente de una de las principales claves historiográficas de los próximos años. Añadamos que la relación con las otras ciencias sociales es uno de los desafíos que se le plantean al historiador del tiempo presente. Esta situación, apuntada por los historiadores desde hace dos décadas, es un parámetro tanto más sensible por cuanto que los historiadores abordan períodos, desde los años sesenta hasta hoy en día, que han sido objeto de una amplia investigación por parte de las ciencias sociales, principalmente la sociología, que se institucionaliza en Francia a finales de los años cincuenta. El desarrollo de la historia cultural contribuye a desplazar los compartimentos disciplinarios que ya no se siguen correspondiendo con las prácticas de los investigadores, aunque conserven toda su legitimidad y eficacia académicas.28

Historia cultural, Linguistic Turn y Cultural Studies

Los trabajos de Jean-François Sirinelli ilustran una de las formas de historia cultural y política en lo sucesivo perfectamente instaladas en el paisaje historiográfico francés. Hay un gran desfase con las corrientes anglosajonas influenciadas por el Linguistic Turn y los Cultural Studies, principalmente norteamericanos. La introducción en Francia a principios de los años noventa del debate americano en torno al Linguistic Turn («giro lingüístico») comparte ante todo un cuestionamiento de la historia social clásica, y son pocos los historiadores (exceptuando a Roger Chartier) que reivindiquen la historia cultural cuando toman partido sobre el asunto. La historia no es más que un género literario como cualquier otro y la crítica del texto se impone como práctica preferente. La alianza con la filosofía se acompaña de una vuelta a la prioridad de la teoría. También en este caso la influencia real de este replanteamiento merece ser evaluada en su justa medida: en conjunto, bastante modesta en el paisaje historiográfico francés. Como respuesta, varios historiadores franceses (François Bédarida, Roger Chartier, Antoine Prost) subrayan la diferencia fundamental entre literatura e historia: la exigencia de verdad demostrada. El pasado que la disciplina se da como objeto es una realidad totalmente exterior al mero discurso. Esta realidad debe ser controlada y comprobada por procedimientos intelectuales –el método histórico– que se encuentran en el corazón de cualquier planteamiento científico.

La escasa acogida de los Cultural Studies es, asimismo, especialmente sorprendente. Sólo dos de los clásicos de los Cultural Studies serán traducidos al francés y finalmente de forma muy tardía. El libro esencial de Edward P. Thompson, La formation de la classe ouvrière anglaise, obra fundadora de la historia «desde abajo», que desplaza la mirada hacia las condiciones de cristalización de un grupo social, esperará veinticinco años para ser presentada al lector francés (1963/1988). Igualmente, The Uses of Literacy, publicada por Richard Hoggart en 1957, no se tradujo hasta 1970. Además, las modalidades de traducción de la obra de Richard Hoggart, publicado en la colección «Le sens commun», dirigida por Pierre Bordieu en Éditions de Minuit, y precedida por una larga presentación de Jean-Claude Passeron, contribuyen a proponer a los lectores una perspectiva esencialmente sociológica de La culture du pauvre. El desfase cronológico es también sorprendente: la recepción francesa tiene lugar a principios de los años setenta, precisamente cuando la influencia de Hoggart se atenúa dentro de la corriente de los Cultural Studies. En esta fecha la lectura de Hoggart ofrece a los historiadores franceses una puerta de salida para el debate sobre la «cultura popular». Ésta permite «caracterizar, subraya Jacques Revel, las prácticas populares por medio de las actitudes y los usos que se podían describir e interpretar sin haber de apelar a una autenticidad popular ni, a la inversa, a los meros efectos de la dominación sociocultural».29 La primera selección de textos de Stuart Hall no ha sido traducida hasta el año 2007.30

Erik Neveu aventura cuatro razones importantes para explicar esta débil acogida en Francia: la lengua, que sigue siendo una barrera indiscutible y que no facilita la difusión de los trabajos nacidos en los márgenes del sistema universitario británico; un terreno ocupado por algunas revistas, como Communications y Actes de la Recherche en Sciences sociales; las diferencias nacionales en materia de división de las especialidades académicas, y la singular articulación del compromiso político e intelectual.31 Sobre este último punto, las palabras de Pascal Ory, que reconoce el éxito de los Cultural Studies por «la mala conciencia americana», rechazando una postura que consistiría en «otorgar cualquier tipo de prioridad moral a la investigación sobre el dominado por el simple motivo de que lo ha sido», confirman la distancia de posturas ideológicas entre la mayoría de los historiadores franceses de lo cultural y los practicantes de los Cultural Studies.32 Señalemos, no obstante, que la corriente de los Cultural Studies ya no es totalmente ignorada, como lo confirman diversas iniciativas editoriales y científicas recientes.33 Asimismo, algunos «mediadores» se afanan en presentar el giro lingüístico a los lectores franceses sin que sean perceptibles de forma sólida asimilaciones reales en las prácticas de los investigadores.34 Todavía son pocos los historiadores franceses que se identifican o que se leen desde la perspectiva de estas tradiciones historiográficas procedentes, principalmente, de los «nuevos mundos».35