La mirada inquieta

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PRIMERA PARTE

SÍNTOMAS DE VITALIDAD, ESPACIOS EN CONSTRUCCIÓN E ICONOS MUTABLES

MUSEOS Y EDUCADORES: PERSPECTIVAS Y RETOS DE FUTURO

Roser Juanola y Anna Colomer

Universitat de Girona

En los últimos años, debido a las nuevas creaciones de museos y centros de interpretación, han proliferado las propuestas formativas dedicadas al ámbito de la educación en el museo, ya sea con cursos de master, postgrado o especialización, que han visto la luz por primera vez o se han consolidado en los últimos tiempos. Todas estas propuestas tienen en común dos aspectos: en primer lugar, la voluntad de dar relevancia a la función educativa del museo, fomentando su desarrollo; y en segundo lugar, la formación y profesionalización de los educadores de museos. En todas las propuestas formuladas –con no poca razón o motivo– se considera que sólo con la consolidación de estos dos objetivos se conseguirá que los educadores dejen de ser tomados como unos semiprofesionales incómodos dentro del panorama museístico, y sean considerados unos profesionales imprescindibles en todo proceso expositivo, de principio a fin. De esta forma, podrán gozar de la misma credibilidad, prestigio y estatus que los gestores, los conservadores o los comisarios.

Con la intención de ayudar a recorrer este camino, algunas universidades e instituciones hace ya tiempo que estamos trabajando tanto en programas de formación como en reivindicaciones de esta profesión, ya que consideramos que la educación formal no puede estar desvinculada de todas estas importantes implicaciones sociales. Los modos de afrontar el tema son varios, pero sin duda la investigación y el estudio son un arma poderosa para hacerle frente y un termómetro que nos da el diagnóstico de la situación.

BREVE EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO MUSEO: INTENCIONES EDUCATIVAS

Antes de empezar a hablar de lo que entendemos hoy en día por educación en el museo, y a modo de introducción para situarnos en el tema, hemos creído conveniente hacer un breve recorrido por la evolución de la institución museística con el fin de facilitar comparaciones en todas las variables que intervienen y dar la oportunidad de analizar el contexto en que se plantea, por primera vez, la educación en el museo. Con el objetivo de centrar mejor los aspectos implicados, pues, presentaremos la evolución del museo a través de una tabla confeccionada a partir de aquellos aspectos museísticos que nos han parecido más variables y dinámicos, en el tiempo y el espacio, y que han ido conformando desde las colecciones iniciales hasta los museos actuales.

Estos aspectos son los siguientes:

a. los objetos sobre los que recae la selección y la ordenación;

b. los sujetos que operan en la selección y atribuyen valores a estos objetos;

c. los valores que se atribuyen a los objetos seleccionados;

d. los espacios donde se reúnen;

e. la finalidad del coleccionismo y de los museos;

f. la accesibilidad del público a las colecciones y a los museos, y, finalmente,

g. las intenciones educativas del coleccionismo y de los museos.

A través de la siguiente tabla evolutiva podemos ver que la educación en el museo no nace en el siglo XX, sino que de un modo implícito o explícito, elitista o popular, directo o indirecto, como finalidad u objetivo, siempre ha ido acompañando a la institución museística. Ahora bien, es evidente que hoy en día lo que se considera que debe ser la educación en el museo debe incluir más elementos que los de los estudiosos renacentistas, ya que debe responder a los retos de una sociedad postmoderna, con todo lo que eso implica: por un lado, los efectos del consumismo y la globalización; y por otro, las mejoras que nos puedan aportar las nuevas tecnologías y la cultura visual que nos rodea.

TABLA 1

EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO MUSEO DESDE SU GÉNESIS HASTA EL SIGLO XX





Es conveniente dar una perspectiva rigurosa cuando se hace la revisión histórica de las últimas décadas y no desestimar las aportaciones significativas (que no quiere decir mayoritarias) que han habido en nuestro entorno próximo ni tampoco dejar de lado los importantes esfuerzos empleados por algunas instituciones catalanas para estar al día en estos temas. Tampoco podemos caer en el error, muy generalizado, de creer que

la educación tradicional de los museos procede únicamente de Europa, y la innovación la definen las influencias norteamericanas. Esta simplificación, que ha sido bastante divulgada, en estos momentos no puede darse como válida. Es verdad que las políticas de público son una preocupación marcadamente americana, y aquí no nos hemos olvidado de los aspectos de la conservación, pero ello no priva de que las políticas que ahora estamos planteando sean necesariamente sectarias.

(A. Garcia y R. Juanola, 2003)

Lo que sí podemos decir es que tanto en Europa como en Estados Unidos, la función educativa de los museos se ha ido configurando según la gestión de la institución, la conservación y la exposición de la colección, y según el carácter y profesionalización de su personal. Por lo tanto, las concepciones de la educación en el museo responden a menudo al modelo de institución de fondo que determina una práctica museológica u otra, siendo éstas altamente cambiantes y divergentes no sólo de país a país, sino también en círculos o ámbitos geográficos pequeños.

La evolución museística nos permite observar que el hecho determinante del desarrollo de la función educativa de los museos fue su apertura pública. Nos referimos no sólo al acceso físico, sino al reconocimiento del visitante como parte integrante de la institución. Como consecuencia, se incrementó la tensión entre la preponderancia de los objetos y/o de los visitantes, una de las tensiones más comunes entre los profesionales del museo. De hecho, hoy en día, esta dicotomía todavía existe y se traduce en el debate sobre la falta de equilibrio entre aquellos que representan la tradición de los objetos –que actualmente se encuentran en las posiciones de poder y no quieren ser cuestionados– y los que piden un cambio estructural e ideológico del museo, resituando las tareas tradicionales de éste para convertirlo en una institución útil para la sociedad mediante la aportación de oportunidades educativas para el público. No es que actualmente no se defiendan los valores tradicionales del museo (investigación, conservación o exposición) sino que, como dice Hooper-Greenhill (1998: 10),

El reto es preservar estas preocupaciones museológicas tradicionales y combinarlas con los valores educativos que se centran en cómo los objetos conservados en los museos pueden mejorar la calidad de vida de todo el mundo.

LOS MUSEOS DE HOY EN DÍA: IMPLICACIONES EDUCATIVAS

Hoy en día podemos afirmar que en el panorama museístico conviven instituciones de distintas y variadas líneas de actuación y que, por lo tanto, no se puede hablar de la existencia de un solo modelo de museo, sino de la convivencia más o menos grata de la diversidad. Este hecho tendría mucha relación con las distintas «etapas» que según Díaz Balerdi (1994: 99), ha sufrido el museo durante su evolución. Él las resume en

tres grandes etapas, cada una de las cuales gira en torno a un vector prioritario al que se supeditan todos los demás. La primera se caracterizaría por la preponderancia del objeto. La segunda, por la del sujeto. La tercera, por el acento que se pone en la relación entre el sujeto y el objeto. O lo que es lo mismo, conservación, público y comunicación.

Padró (2002a), además de añadir una cuarta etapa, que respondería al momento en que el museo es capaz de dotar al público de las herramientas suficientes para dialogar y construir culturalmente el museo, considera que las etapas descritas por I. Díaz Balerdi, más que etapas son sistemas, que se organizan como zonas simultáneas y no progresivas y que pueden convivir en una misma realidad. Este hecho provoca que actualmente, según nuestro parecer y a grandes rasgos, convivan, al menos, tres modelos de museos distintos, que se organizan en relación con la importancia que éstos otorgan a sus funciones: los museos tradicionales, los nuevos museos y el llamado «postmuseo» (Hooper-Greenhill, 2000: 144). Para mostrar las características de cada uno de estos tres museos nos ayudamos de la tabla siguiente:

TABLA 2 TRES TIPOLOGÍAS DE MUSEOS QUE CONVIVEN EN EL SIGLO XXI



¿QUÉ ENTENDEMOS HOY EN DÍA POR EDUCACIÓN EN EL MUSEO?

Actualmente, la idea de que la educación es uno de los principales objetivos del museo es un hecho aceptado, básicamente, por todo el mundo. Ahora bien, el problema aparece cuando intentamos definir qué se entiende, exactamente, por educación en el museo. Fontal (Calaf, 2003: 53) nos pone de relieve estas dificultades cuando afirma que:

De todas las posibilidades de comunicación del museo nos interesa la educativa. La tarea pedagógica del museo es tan importante, que la museología la ha propuesto como meta principal en función de la utilidad que reporta al hombre. Esto nos lleva inevitablemente a plantearnos dos cuestiones consecutivas. Primero, qué significa educar para un museo y, posteriormente, cómo puede hacerlo.

 

A estas dos preguntas que se hace Fontal –qué entendemos por educación en el museo y como éste puede educar– intentaremos hallar respuestas a lo largo de las siguientes páginas.

– Para algunos sectores del mundo museístico, los más tradicionales, la educación en el museo es la encargada de llevar a cabo las actividades destinadas a los escolares. Los educadores son únicamente unos transmisores de la cultura y no tienen ninguna relación con los otros departamentos del museo.

– Las últimas posturas dentro del mundo museístico, en cambio, consideran la educación «un valor intrínseco al museo, que debe manifestarse en todas las funciones y actividades de esta institución» (Hooper-Greenhill, 1994: 3). Siguiendo esta última línea, la función educativa del museo llegará a ser prioritaria en la política, organización y funcionamiento de los museos. Se convertirá en el eje en torno al que girará la dinámica interna del museo y se fundamentará su relación con la sociedad. Observamos, pues, que las instituciones museísticas, siguiendo una línea u otra de actuación, han ido diseñando, según sus necesidades, objetivos, recursos, etc., su propia política educativa.

Para Hooper-Greenhill (1991), previamente a la confección de la política educativa del museo, es necesario definir su política comunicativa, a través de la cual se podrá determinar de qué modo el museo quiere relacionarse con la sociedad. La política comunicativa de la institución incluiría distintos campos: la política expositiva, el diseño, el marketing, el estudio de los visitantes y la propia política educativa (figura 1). La autora británica (1998: 189) considera la comunicación como una de las funciones principales del museo y para ella ésta incluye

las actividades que atraen a los visitantes al museo (publicidad y marketing), las que estudian sus expectativas (investigación y evaluación) y las que proporcionan el material necesario para satisfacer sus necesidades intelectuales (educación y ocio).


Figura 1. Para Hooper-Greenhill (1998: 189) la política educativa del museo dependería de su política comunicativa, en tanto que es o forma parte de ésta.

– Mientras que para Hooper-Greenhill la tarea de fondo de la educación en el museo es la comunicación, para Roberts (1997) la tarea de la educación en el museo es la interpretación. La autora norteamericana afirma que en Estados Unidos la función educativa de los museos ha ido cambiando su filosofía de adaptación y de refuerzo al intentar comprender la multidimensionalidad de varios visitantes y en dar distintas visiones del mundo. De este modo, a medida que los educadores de los museos son capaces de representar las perspectivas de los visitantes, éstos van pavimentando el camino para interpretaciones que aportan contextos de significado alternativos y que reflejan, incluso públicamente a los visitantes, la base de las decisiones tomadas detrás de estos contextos. Como consecuencia, la función educativa del museo estaría formada por «un cruce de miradas tot court: la mirada institucional, la mirada del comisario, la mirada de los visitantes y las miradas de otras miradas, etc.» y los museos podrían convertirse en «espacios de intercambio entre visitantes, objetos, problemas, sistemas expositivos y procesos institucionales» (Padró, 2001: 9). Desde este punto de vista, tanto las instituciones como los individuos son “creadores de cultura”.

– Nosotros pensamos que el museo, además de acumular la función de comunicación e interpretación, también debe hacer el papel de vínculo educativo y social. El museo es un elemento de integración educativa y social en tanto que puede articular una educación formal con la no formal, relacionando las personas con su barrio, con los medios de comunicación y con las nuevas tecnologías.

En la figura que mostramos a continuación, hemos representado, de un modo muy gráfico y diferenciado, distintos paradigmas de la educación en el museo.


Figura 2. Aproximación a distintos paradigmas de la educación en el museo.

Eso no significa que éstos sean los únicos que se puedan deducir ni que entre ellos no puedan establecerse vínculos. De hecho, si cogemos una institución museística y analizamos las exposiciones que se llevan a cabo durante una misma temporada, podremos observar que algunas de ellas se limitan a transmitir a los visitantes el mensaje del comisario; otras van un poco más lejos, incorporando la voz del visitante para que la comunicación entre el museo y éste sea fluida; y algunas, pocas, son capaces de dar las herramientas necesarias para que los visitantes interpreten el museo según su propia realidad.

¿CÓMO PUEDE EDUCAR EL MUSEO?

De las posibilidades educativas del museo en los distintos ámbitos educativos –el formal, el no formal y el informal–, nos habla Valdés (1999). Según esta autora, las posibilidades educativas del museo dependen: del uso que se haga del museo, del público que lo utilice, de las condiciones de su visita, de sus conocimientos previos y de sus intereses y objetivos. Entonces, el museo puede llegar a ser:

a) Un instrumento de aprendizaje, cuando las instituciones educativas formales lo utilizan con el objetivo de profundizar en algunos de los contenidos de sus programas de estudio. Varios autores han hablado de la relación entre la escuela y el museo, entre ellos Kelman (1995), que considera que los responsables de la educación en los museos deben esforzarse en descubrir las áreas del currículo escolar que encajen con las colecciones del museo y las formas de enseñanza y aprendizaje utilizadas en los centros escolares. Lo que explica el autor respondería a una realidad concreta en el Reino Unido, donde hay museos que permiten cumplir el programa escolar de forma global y especialmente en distintas disciplinas, como la historia. La opinión de Asensio y Pol (2002: 85) es diferente, ya que manifiestan que

El museo, como institución con fines propios e independientes de la escuela, no tiene por qué plantearse la lógica escolar en su discurso expositivo, ni siquiera las adecuaciones a la lógica educativa. Lo que sí debe plantearse el museo es la adecuación de su mensaje a públicos no especialistas, sean escolares o no, que al no ser especialistas en el contenido específico de la exposición tienen problemas de accesibilidad cognitiva a su discurso.

Según nuestro parecer, el museo debe ofrecer experiencias de aprendizaje informal que deben inserirse en el tejido escolar de una forma transversal, proporcionando al profesor los instrumentos necesarios para que puedan aprovechar los recursos que ofrece el museo y adaptarlos a su trabajo diario en el aula.

b) Una actividad sociocultural. En este caso, estaríamos hablando de las muchas actividades que hoy en día se organizan en los museos, desde ciclos de conferencias hasta visitas guiadas, pasando por talleres, cursos o conciertos. Lo que tienen en común estas actividades es que son muy variadas, su programación es flexible, se pueden utilizar libremente y no presentan exigencias académicas. Este tipo de actividades están dirigidas, básicamente, al público adulto y tienen como objetivo que el visitante «participe, que aprenda activamente, que sienta el museo como un bien propio y colectivo de su pueblo, que le ayude a conocerlo y a integrarse en él» (Pastor, 2004: 96). Todo esto ha provocado la ampliación y la diversificación de la oferta de actividades de los museos que, para que resulten atractivas al público, deben tener en cuenta sus intereses y sus expectativas, llegando a buscar una modalidad que requiera una participación activa del visitante, en un ambiente distendido y apto para la conversación. Evidentemente, no se trata de crear un programa especial para cada persona, aunque las actividades sí pueden dotarse de una cierta flexibilidad para que cada visitante las adapte a sus posibilidades.

c) Un medio de comunicación, que tiene como lenguaje propio la exposición, que queda a disposición de todos los visitantes sin necesidad de estar integrados en grupos, cursos, etc. Por este motivo, al museo se le considera una de las instituciones que pueden formar parte de nuestra vida y por lo tanto, pueden aumentar nuestra educación de modo informal. En los últimos años, muchos autores han remarcado la naturaleza comunicadora que tienen los museos. Entre ellos, García Blanco (1999), que considera que la exposición ha pasado de considerarse una mera exhibición de objetos a un medio de comunicación con características específicas, que actúa como mediador entre los visitantes y los objetos expuestos para facilitar la transmisión del mensaje de la muestra. Para conseguir una buena comunicación entre el emisor (equipo responsable de la exposición) y el receptor (visitante), éstos deberán compartir los mismos conceptos, inquietudes y conocimientos y será el museo el que tendrá que buscar sistemas de acceso y de diálogo con sus visitantes. Lo que se pretende es hallar una comunicación bidireccional donde, en la construcción del mensaje, intervengan por igual ambas partes –tanto los emisores como los receptores–.

d) Espacios de intercambio entre visitantes, objetos, problemas, sistemas expositivos y procesos institucionales (Padró: 2002b). Convertir el museo en un centro de interpretación y diálogo es una apuesta arriesgada porque supone una reorganización radical de la cultura del museo. Se trata de relevar del poder absoluto la voz de los gestores y del comisario y/o conservador y añadir otras voces, entre ellas, la de los educadores, la de los diseñadores, la de los evaluado-res e incluso la del público, para llegar a convertir el museo en una institución más democrática, más igualitaria y más crítica. En este contexto, la función educativa se convierte en el eje de la institución museística, su razón de ser. La educación es la encargada de aportar los instrumentos necesarios para poder proporcionar, tanto a los profesionales de la entidad como al público, un diálogo crítico con las distintas visiones del museo. La tarea de los educadores debe estar más orientada a formular preguntas que a ofrecer respuestas y a desmantelar las verdades absolutas, potenciando las numerosas lecturas que se pueden establecer entre los objetos y los visitantes a través del diálogo y el intercambio de realidades. El museo debe convertirse en una institución eminentemente educativa, ya que si no es así, se corre el riesgo de que los visitantes la vean como una institución inútil y totalmente irrelevante para sus vidas. Hasta ahora el control de la situación en los museos lo han tenido los gestores, los comisarios y los conservadores. Es hora de pasarlo a los educadores, los diseñadores, los evaluadores y, sobretodo, al público.

e) Vínculo educativo y social. Dando por entendido que el museo debe tener la educación como uno de sus valores esenciales, y que ésta debe incluir la comunicación y la interpretación, es necesario hacer la adaptación a la sociedad del momento. Al museo le hace falta, por lo tanto, hacer un gran papel social mediante el cual puede ayudar a la integración social o multicultural de personas de distintas procedencias, culturas, etc. La sociedad actual tiene en las horas de ocio una divisa importante que puede usar para combatir algunos de los defectos que el mundo sufre, como el consumismo, la intolerancia o la falta de referentes culturales en la vida cotidiana. Cada vez más, las instituciones pueden neutralizar estos aspectos negativos y ayudar haciendo de vínculo entre familias, instituciones educativas, educadores, terapeutas, etc. y facilitando a las personas de distintas edades y características la integración en su medio y la mejora de su nivel cultural y su autoestima. Defendemos este modelo holístico como consecuencia de la investigación (Juanola, Calbó: 2004) que llevamos a cabo, y con coherencia al modelo de educación artística que creemos que se ajusta a estas necesidades.

LA PROFESIONALIZACIÓN DEL EDUCADOR DE MUSEO: LA CONSOLIDACIÓN DE LA EDUCACIÓN EN EL MUSEO

Hasta hoy podríamos decir que los educadores han estado lejos de ejercer un papel relevante en la política museística porque su tarea se consideraba secundaria después de la investigación, la conservación y la exposición. Como consecuencia, la intervención de los educadores en la concepción de las exposiciones se limitaba a la transmisión al público de los contenidos establecidos por el comisario, el diseñador o la propia institución. Las principales causas de esta situación eran, por un lado, la falta de consenso en relación con el rol de los educadores de museo y, por otro, la falta de una preparación profesional adecuada. Ambas provocaban que el resto de profesionales del museo no reconocieran ni creyeran necesaria la presencia de los educadores en la planificación de las exposiciones.

 

En los últimos años, la situación de los educadores en los museos se va subsanando, aunque de un modo muy lento y fragmentado. La relación que han establecido estos profesionales con el público es su valor frente a los poderes tradicionales del museo, que empiezan a ver que sin la tarea de los educadores, la suya no sería posible. Si los objetos, durante años, han dado el poder a los conservadores, comisarios y gestores, el público lo ha dado a los educadores. Ahora bien, la tarea de los educadores debe ir más allá de la de aumentar la audiencia del museo a través de la organización de actividades. Los educadores deben ser capaces de dotar a los visitantes de instrumentos para cuestionar la comprensión, el significado y la voz de los mensajes expositivos, aportando nuevas lecturas que proporcionarán una visión más amplia y crítica de la institución museística. Deben de estar presentes y tener voz en todos los ámbitos del museo, desde las tomas de decisiones que afectan al contenido hasta la organización de los espacios, o en todo aquello que tiene que ver con la imagen corporativa del mismo. Es en esta línea que deben apostar las propuestas formativas existentes, como los cursos de doctorado o los postgrados –con amplio contenido sobre educación– en relación a la educación de museos.

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